*Foto de Alejandra
Alma.
*
La belleza
se desnuda
espera
en el silencio
del árbol
como un
lenguaje potente
o una mujer
abierta
COMO PENA SIN PÁRPADOS…
CON LA PIEL
ESCRITA EN GOLONDRINAS (*)
“Nadie estuvo
en su ropa, en su patria, en sus raíces.
Un silencio de
lobo avanzó y corcoveó por estas calles.
El terror
derribó puertas y espió por las mirillas...”
EDUARDO DALTER
He escrito cada
una de las puertas de la que fue mi casa.
Me he escrito
la piel en golondrinas.
En ojos de
carbón. En turmalina negra.
Teñí la patria
de trigo desgranado.
Ahora me
encuentro en un país con fauces.
Atlas de
desamores.
Doblo la
esquina del deseo y encuentro casas, puertas.
De todas esas
casas, una me ha de habitar.
De esas
puertas, alguna, ha de ser la mía.
¿Se han borrado
las huellas?
¿Acaso somos
Hansel o Gretel?
¿Me han
escondido los caminos?
¿Han huido los
niños y los nidos?
¿Qué hacer con
este temblor de rosedales?
¿Con estas
vísceras de toro, en amarillo?
¿Con esta
puerta ojival que no me nombra?
Una larga
avenida y un grito, me responden.
En bermellón,
en azul lirio, en jade.
En sepia. No
entiendo lo que dicen.
Pero sé, con la
piel escrita en golondrinas.
Que solo soy,
una mas, inquilina de amores.
Y un reflejo,
una foto, un espejo, de la inmortal palabra.
(*) Poema
basado en fotografías de Pedro Martínez Exposición 2010. ESPAÑA
*
por si decido
irme o
un pájaro
marque territorio sobre el suelo que nos alberga.
como la
frustración
que cultiva
cáscaras de pobreza y todo eso,
o
si el buda que
tengo atado a mi muñeca
cobrase vida
para decirnos que
el tiempo
abraza ovejas
hasta convertirlas en cabritos
y somos niños
otra vez,
y nos
proponemos jugar a las escondidas
hasta que
uno de nosotros
se quede dormido tras el árbol
o el otro
se baje los
pantalones y diga
esto es tuyo,
tomalo.
entonces me quedo
junto las
cáscaras que la pobreza transformó en naranjas.
el frío se
quedó del otro lado de la puerta, y
adentro, nos
olemos.
algo parecido
al almíbar. mi casa
tiene los
colores de la infancia
que no
recordamos y el sol
permanece ahí,
nuestro,
en la ventana.
*De Lila Biscia.
Mirada que crece
en el silencio, descubre lo oculto, invita.*
Cada uno mira
desde su lugar, con lo vivido, lo leído, lo amado, el cine, el teatro,
los bares de infinitos cafés, hasta la maravilla de la torre de quesos
festejados por Calvino con sus sutiles entrecruzamientos de hierbas y cielos.
Uno mira desde su dolor, sus duelos, sus festejos, sus miserias y sus
lujos. Con todas las ciudades que conoció y algunas que no, y los
mares y las calladas montañas. Mira con su cuerpo. Con el silencio.
La piel abre
ojos, sentidos, íntimas claves a descifrar. Deletrea el cosmos.
Vacía para ver
Cosas menores*
*De Antonio
Dal Masetto.
Tal como me la
contaron, así la cuento. Ni una palabra menos, ni una palabra más. Se llamaba
Eusebio o Pandolfi o Schab o vaya a saber. Y esto carece de importancia porque
con el tiempo todo el mundo lo identificó como el hombre del paquete.
En algún
momento, hacía años, muchos, nadie podría precisar cuando, el tipo empezó a
circular con un paquete. No muy grande, tal vez del tamaño de una caja de
zapatos. Un paquete envuelto en papel de diario o pael madera y atado con
piolín. Un paquete. Ese fue el arranque.
Al principio
nadie reparó en el detalle, no había razón para hacerlo, pero después de meses,
tal vez más que meses, aquel Eusebio o Pandolfi o Schab se convirtió
inevitablemente en el hombre del paquete. Lo llevaba bajo el brazo o,
cuando circulaba en bicicleta, apresado en el resorte del portaequipaje. Si
dejaba la bicicleta volvía a meterse el paquete bajo el brazo. Jamás lo abandonaba.
Y así fue como
se acostumbraron a verlo y a identificarlo, a reconocerlo y en cierto modo a
aceptarlo: el tipo y su envoltorio, ligados, una misma cosa, inseparables, como
la imagen mental de un camello es inseparable de sus jorobas o la de un
elefante de su trompa.
Aquel fulano no
poseía muchas cosas: un rincón techado para cobijarse, la bicicleta, suficiente
habilidad como para procurarse el alimento diario, y el paquete.
Más de cuatro -es lógico- se habrán preguntado qué ocultaría el misterioso
bulto. Y hubo alguien que una mañana, justo en la esquina de la plaza que da al
banco, concretamente le gritó:
-Che, fulano,
¿qué tenés en el paquete? ¿Llevás tu almita en pena escondida en el paquete?
No era una
ocurrencia excesivamente original, pero de todos modos prosperó, y así como
hasta ese momento se había aceptado con naturalidad la figura del tipo
indivisible de su paquete, ahora también se impuso, alegremente, la costumbre
de asegurar que llevaba su alma envuelta bajo el brazo. Cosas que
pasan, cosas
menores, tibios adornos navideños para el largo tedio de los días.
Y siguío la
vida y todo muy tranquilo y cada cual con sus asuntos. Hasta que un anochecer
de frío o de calor, alguien, un grupito, seguramente reunido alrededor de una
mesa de confitería, resolvió que acababa de sonar la hora de averiguar el
contenido del famoso paquete.
No fue empresa
difícil acorralar al tipo, despojarlo, romper el piolín, desgarrar el papel y
develar el enigma. Adentro no había gran cosa: un zapato viejo, un frasco
vacío, un cepillo sin pelos. Quizá algunos objetos inútiles más. (Ahí están,
desnudos, abandonados sobre la vereda, recibiendo la mezquina bendición del
farol de la esquina.)
Y así, en una
calle cualquiera, en un par de minutos, contra una pared de ladrillos, sucumbió
el humilde mito provinciano y el hombre del paquete se quedó sin su paquete y
quizá sin su alma.
Después,
empujando la bicicleta, regresó a su porción de techo, ahora convertido en el
señor nadie, o simplemente en Eusebio o Pandolfi o Schab, definitivamente
despojado de su única riqueza, esa pequeña cuota de misterio conservada y
alimentada durante años, y que le había permitido transitar tal
vez con un poco
menos de pena por la pálida vida de los hombres, y tener un pálido nombre
propio entre los pálidos nombres de los hombres.
Mensaje
exiliado*
Detrás de mi
aparente mansedumbre
suele
encontrarse el águila
si mutilan mis
vuelos....
Puede estar la
loba que cuida
el territorio
como a su patria ingénita,
porque siento
en mí a cuantos sufren
y canto,
respirando anhelos.
Canto... más
allá de mis penas.
Me ensancho
para decir que
soy paloma
buscando cielos
paridores
de otras
constelaciones
donde podamos
entender
los mensajes
exiliados.
Donde extender
las alas
a golpe de
impulso, de latido y faena.
Ser imagen y
voz en la distancia.
NO a la bala:
esa queja de acero
atravesando los
sueños.
Universo...
boca abierta con hambre de sombras
creo que van
hacia allí las palabras.
Todas las
palabras. Apenas hay eco.
No hay
devolución sobre tierra y bajo cielo.
Uno dice lo que
sabe
lo que puede
lo que piensa
a veces
nacemos para
eso...
largos
silencios se suceden.
Me miro
-anodina- recortada contra la sombra
y me pregunto
si alguna vez
podrán sanar el
dolor de las guerras
ESAS palabras
cuando lleguen.
Bien sé que no.
Revelaciones*
Revelaciones
que no están en los candados
que condenan
puertas hacia el cielo
ni en las
encrucijadas de la nieve.
(Acaso en el
sopor de las guillotinas oxidadas,
en el silencio
avergonzado del patíbulo)
Nombres en
penumbra golpean la memoria.
Palabras
prendidas al dorso de una brisa
que nadie pudo
poner en letra impresa.
Sangres
incendiadas, sueños desgarrados.
Amaneceres
grises hijos del insomnio,
albas bastardas
preñadas de tristeza
por el suicidio
de los pájaros azules
y el destierro
de los últimos castores.
Allende el
recuerdo, gritos.
Pero hoy
las orillas del mar
están calladas
*
Somos una forma
de vida obstinándose en persistir como aquellos virus de antaño que escapaban a
todas las formas posibles de la extinción.
Tengo la
memoria del nogal que me albergó años y años desde la semilla que mi madre
alada enterró en este bosque que no es un bosque como ustedes entienden, sino
una zona protegida de creación de nuevas formas de vida. Soy y seré golondrina,
después de desprenderme de la corteza de ese ser que será un recuerdo de madera
y leña al tiempo de mi partida. Vivo en los aires. En la mitad del ciclo anual
haremos nido en algún refugio de la ciudad de Bonita. Volveré a comienzos de la
primavera del sur con mi pareja.
Gestaremos
huevos semillas de la especie. Confiaremos en la fuerza de la vida. Aún en
aquella surgida por medios artificiales. Como una última y desesperada utopía.
No hay en el esbozo de nuestra historia nada que pueda parecérseles a una
verdad reconocida de vuestra época.
Sólo cuento con
el testimonio intangible de mi propia existencia y el recuerdo de un lejano
origen literario. Cuando una abuela de más de 80 años leyó la frase que nos
gestó: "Dicen que a los hijos hay que darles raíces y alas. Raíces para
que sepan de donde vienen y alas para que las desplieguen y vuelen a su propia
vida en el momento justo"
Del legado de
ese sueño existimos.
"maga de
palabras" *
y el reloj
se detiene en
tus manos
como pena sin
párpados
*De alba
estrella Gutiérrez. alba.estrella@gmail.com
***
INVENTREN
Próximas estaciones literarias:
SALADILLO NORTE
-Por Ferrocarril Provincial-
SAN SEBASTIÁN
-Por Ferrocarril Midland-
-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
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