sábado, junio 21, 2014

EL ECO DE UN CANTO CANCELADO...






*Obra de Claudia Marting.
Rosario. Argentina.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Encuentros inesperados *
 
 
 
*De Alejandro Badillo. badillo.alejandro@gmail.com
 
 
 
El aire es frío y te acompaña mientras las puertas abren sus hojas de alta tecnología. El ronroneo eléctrico de las escaleras te lleva a la terraza, donde puedes observar el cielo contenido, a la ciudad que no entiende de tristezas, de mañanas huérfanas de sol, llenas de bostezos. Entras al baño para verte en el espejo, tu rostro aburrido te asusta y acercas las manos al despachador de papel, como si la sola proximidad fuera suficiente para comprender el complejo mecanismo que deja en libertad las toallas. Sales del baño justo cuando la luz se convierte en una escala de grises; la observas detenerse en las tazas de café, en los ojos de la mujer que contempla las rebajas de una boutique. Deambulas por el piso reluciente. Entras a la tienda de mascotas y te solidarizas con los descoloridos canarios, con las tortugas amontonadas en una piedra, con los peces que inventan nuevas formas de nadar en su cárcel perpetua. Sales de la tienda con pensamientos tristes y eso te lleva a sentarte en una banca, a tratar de imaginar los pensamientos de la chica que reparte propaganda. Su sonrisa perfectamente ensayada hace que te levantes de tu asiento. Pasas junto a un mapa, pero prefieres seguir tus instintos y caminas sin rumbo entre anuncios luminosos, entre gente de vidas planeadas y boletos de estacionamiento. Encuentras un poco de consuelo cuando llegas a la fuente; algunas monedas están en el fondo, y piensas en los deseos que formuló la gente al aventarlas. Buscas en los bolsillos y sacas una pequeña moneda plateada, la pasas entre los dedos mientras dejas que alguna vana esperanza llegue a tu mente. Al no presentarse ninguna, la colocas en tu uña como una piedra lista para ser impulsada por una catapulta. Inicias la cuenta regresiva. Cuando el momento cumbre se acerca, sabes con exactitud lo que vas a pedir. El pulgar se acciona como un resorte y la moneda gana altura, gira sobre su eje varias veces hasta que se zambulle entre las burbujas que custodian el chorro de agua. Después de flotar unos instantes, tu deseo convertido en moneda desciende entre vaivenes. La travesía no termina al hacer contacto con el fondo, porque una vez ahí, es impulsada por las corrientes surgidas de las entrañas de la fuente. Después de superar las intersecciones de los mosaicos, se detiene junto a otra moneda similar en tamaño aunque de color dorado. Sonríes porque tu deseo se está cumpliendo. En ese momento la mujer de la moneda dorada, que había lanzado sus pensamientos al agua minutos antes que tú, sabe que algo está pasando, que debe regresar inmediatamente al centro comercial. Vas por un café de máquina, le pones mucha azúcar y regresas a tu lugar junto a la fuente. Mientras esperas la conclusión del deseo, la mañana congrega más nubes, se disfraza de tarde. Un empleado del centro comercial pasa frente a ti, lo llamas, te mira extrañado cuando mencionas algo sobre los encuentros inesperados.
 
 
 
 
 
 
 
 
EL ECO DE UN CANTO CANCELADO…
 
 
 
 
 
 
 
 
 
HORMIGAS*
 
 
Dedicado a mi amigo Eduardo Francisco Coiro y su Revista.
 
 
Esa mujer ha sido paridora de hormigas en la sangre.
No mira hacia atrás. No, no esta vez.
Entre epitafios guarda perfiles de dársena añorada....
Salvo las lunas de sus pechos.
Es un gemido de campanas en el páramo. Un polvo de abedules.
-No. Niña no la mires. Que no piense que pronuncias su nombre-
Déjala que mire al mundo de reojo. Detrás de sus ojos yace el miedo.
Para que volver a paisajes malheridos.
Sus manos son de una marioneta. De un payaso triste.
Ella. Ella misma ha cortado el dedo. Una y otra vez. Y vuelve. Crece.
Crece y le apunta exactamente el punto vital de sus soles.
Suele ser un fusil. Un vidrio roto. Un falo enhiesto.
 
Yo he visto caminar al hombre por su cuerpo.
A veces viene en rojo. En zafiro. En aullido de amapolas.
Y la camina. Anda y desanda. En oblicuo. En vertical. En gotas.
El puñal apunta su pubis y explota entre el verdor de sus cabellos.
-Déjala, niña. Déjala que cante. Una nana de menta azucarada-
Deja que crea que hay un niño en sus brazos.
Después de todo, corazón mío.
Ella lleva un hombre de fuego y hormigas en su sangre
 
 
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
 
*
 
 
El quiebre
caótico,
mudo,
los restos
virutas
de un cuerpo triturado.
 
Debajo de la piel
vos
temblando.
 
 
*De Vanesa Álvarez. vanesui@hotmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
El olor de las flores*
 
 
 
Cerré la puerta suavemente
como otras tantas veces
y me alejé en silencio.
 
Siempre viví cerrando puertas
o viéndolas cerrarse tras de mí:
 
Puertas entrecerrándose implacables
como una barricada ante mis ojos.
 
He aprendido que cada despedida
es el eco de un canto cancelado.
Que una mirada al borde del andén,
el gesto de una mano que se pierde
o un avión despegando
son heridas que nunca cauterizan.
 
Es necesario entonces
cerrar las puertas con tristeza
y alejarse despacio hacia poniente
en busca de otros soles, de otras Ítacas
de otros ríos y aldeas
allende el horizonte de los días.
 
Mas no es fácil caminar cuando se sabe
que el olor de las flores no regresa.
 
 
 
*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
 
-De Destierro
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
MAÑANA, EL HOY MEJORARÁ*
 
 
 
Como a tantas generaciones, se nos cayeron las palabras de las manos y quedaron irremediablemente maculadas.
Ya no hubo forma de recomponer el héroe quebrado en fragmentos, de repintar la deslucida felicidad, de recuperar la honestidad así sin sentirse un tonto, esa palabra honestidad que rodó debajo de una pila de papeles sucios y cáscaras de naranja.
No hemos tenido desde entonces más que recuerdos de bellos conceptos que fueron hecho y vida en el pasado, pero son hoy, para nosotros, nostalgia y recuerdo. Nada es lo que fue, las frutas se nos pudren en los árboles.
Cuántas veces he leído “somos enanos en hombros de gigantes”, gigantes los antepasados, gigantes aquellos hombres y mujeres de proporciones épicas, gloriosos en un ayer iluminado como un cielo que tiene la llama viva del atardecer glorioso y a la vez es ocaso de tiernos, intimistas dorados.
Cuántas veces, al través de los libros y las épocas, hemos escrito la decepción de ver a una juventud sumida en la desintegración y la desidia, mientras que nos enorgullecemos de las indudables virtudes de nuestros abuelos. Nuestros abuelos trabajaron de sol a sol, se esforzaron, sacaron adelante a sus hijos, construyeron y sembraron, no como estos jóvenes que tienen todo servido pero son débiles, inconstantes, desagradecidos.
Pero quien añora un pasado feliz e impoluto añora lo que visto de lejos, engaña. El río Paraná en un día de sol y desde el puente, es celeste, brillante, reluciente de reflejos cristalinos. Espeja el cielo. Desde la orilla, sin embargo, es marrón como todo río que transita pesado y meandroso por la llanura. Y el río es siempre el mismo río, pero no obtenemos la misma impresión desde distintos observatorios.
Así, no vemos en nuestros días más que la corrupción y el desorden, mientras que suponemos que hubo un pasado, alguna vez, en el que las cosas eran justas y razonables. El río espeja el cielo, hacemos que el reflejo de ese pasado nos muestre lo que deseamos, lo que necesitamos ver.
Recuerdo un extenso panegírico de la primera mitad del siglo veinte, de la vida simple, los fuertes valores, la seguridad de los niños jugando en la calle, de la luz en los hogares que no expulsaban a sus viejos ni se desintegraban en divorcios, la comida saludable en cocinas llenas de frascos de vidrio, los juguetes de trapo, la blanca mesa enharinada para amasar, los patios con malvones, la solidez de las maderas macizas en los muebles hechos para durar varias generaciones. En fin, que uno acuerda y se solaza en una visión de la vida como fue y como debería ser. Por debajo, sin embargo, de tanta maravilla, por debajo del reflejo del cielo, del celeste prestado por el cielo, esto es, por la pátina que pone la evocación sobre los hechos concretos, podríamos referirnos a esa primera mitad del siglo con dos guerras mundiales, hornos crematorios, las mujeres sometidas, los pobres analfabetos, los judíos y negros denigrados, despreciados los inmigrantes, miles de niños trabajando en los campos y las fábricas, comunidades aborígenes pereciendo, padres de familia tiranos y violentos con su esposa y su prole. Todo estuvo allí, también, junto a las navidades con cintas y las alegres comparsas.
El pasado fue, el presente es, el futuro será, y la gente sigue cometiendo abominaciones y actos de una majestad redentora. Siempre estamos al final de los tiempos, siempre estamos en la disolución de la sociedad, en el trastocamiento generalizado de las costumbres. Porque el mundo muta y se recompone como las fantásticas composiciones aleatorias de los caleidoscopios, y nosotros, subidos al filo del hoy, queremos que la máquina deje de girar, que la escena se fije en un único instante que corresponde a la brevedad de nuestras pobres vidas.
Y somos tan héroes, tan cobardes, tan traidores, tan generosos y tan humanos como siempre, enanos sobre enanos o gigantes sobre gigantes, qué más da, depende de quién mire y desde cuál atalaya.
 
 
*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
*
 
 
La celebración de la noche de Sant Joan - dice Espinás - es una fiesta que, según parece tiene su origen en unas civilizaciones muy anteriores a la nuestra.
El sentido de la fiesta era alegrarse por la llegada del verano, de la plenitud solar, porque el día más largo del año antes era el 24 de junio, y no el 21, como ahora. Pero los entendidos afirman que en la conmemoración coincidían una diversidad de creencias y rituales muy diversos y no relacionados únicamente con la luz y con el fuego.
En cualquier caso, la noche y el día de Sant Joan era un momento del año en el que muchos componentes de la naturaleza eran tocados por la magia. Las aguas, por ejemplo. Y las plantas. De la capacidad mágica de las plantas se habla poco actualmente y la magia no tiene nada que ver con las propiedades, curativas de unos determinados vegetales ni con su valoración dietética.
En una canción, "Une jolie fleur", Brassens hace hablar a un enamorado, que, en una de las estrofas finales, dice:
 
"Pero llegó el día que ella se fue
dejándome en el alma un daño funesto
y todas las hierbas de Sant Joan
no me han podido curar de esta peste..."
 
Las hierbas para el dolor de barriga y otras dolencias físicas siguen siendo solicitadas, pero sospecho que nadie va ya a recoger hierbas contra el mal de amor. Afortunadamente, las antiguas creencias sobre la magia de las plantas no se han perdido del todo.
Hace unos años, de viaje por el País Vasco, llegué a Solaurren, un vecindario de cuatro o cinco casas rurales, y cené y dormí en la de Frances Gorostiza, una divertida mujer vasca que había nacida en California, hija de un emigrado.
Cenábamos en el porche, la noche era silenciosa y oscura en aquel rincón de valle. Vi que habían colgado en la pared un curioso manojo vegetal: una rama de fresno, dos ajos y unas flores ya secas. La señora me lo explicó: "Este ramo tan singular se cuelga en las casas por Sant Joan, para que mantenga alejadas a las brujas y dé prosperidad. Cuando Sant Joan vuelve, se pone uno nuevo".
¿Cree todavía Frances en la magia de las plantas? Lo que es seguro es que cree en su papel de transmisora de una cultura hecha de gestos que vienen de muy lejos.
Los que esta noche coman un poco de coca o enciendan una bengala, no estaría mal que pensaran que, a su manera, se conectan con unos rituales tan antiguos como la humanidad.
 
 
*De Joan Mateu. joan@cimat.es
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
¿Resistirá? *
 
 
 
Lo conoció en la playa, era un hombre suave e intenso, tuvieron un hijo, trabajaron, leyeron, escribieron, escucharon  música, vieron  cine. Nunca se cansaron, el niño los dejaba dormir, soñar,  todo era limpio de fluidos.
 
Hasta aquel día en el que se desconectaron las máquinas.
Las máquinas que eran el mundo, el hombre, el niño, los viajes, la música
 
Ese día, sola, tuvo que abrir las ventanas, antes recibían todo por el agujero que luego soldaban, para evitar, robos, contagios, dolores.
 
Ese día,  rodajas de sol suculentas la parten.
 
Como un golpe, la vida.
 
 
*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Don Joaquín*
 
Parado a un costado del mostrador de la librería lo veo a Don Joaquín, según dicen va por los 95 años.
Tan pintoresco el hombre con su sombrero negro alpino.
Juega en su patio de la memoria.
Recita publicidades de su época:
- "5 de pan, 5 de vino y 20 de queso El Peregrino."
- "Casa Muñoz, donde un peso vale dos".
 - "Sastrerías Braudo, la casa de los dos pantalones".
 - "Casa La Mota... Donde se viste Carlota".
 
Cuando ve entrar a una mujer linda se emociona y canta:
 
“Donde veo una pollera
No me fijo en el color;
Las viuditas, las casadas o solteras,
Para mí son todas peras
En el árbol del amor…”
 
Luego vuelve a quedarse quieto como una estatua, y al rato se va dando la mano a los presentes con su saludo: "lo felicito por conocerme".
 
 
 
 
 
 
Sombras*
 
 
 
¿No veis, de vez en cuando, alguna sombra que cruza?
 
Sombras, sí: sombras que deambulan a nuestro alrededor; sombras sin nadie que acaso sólo tratan de atraer nuestra atención para evadirse siquiera un instante a su funesta condición de espectros dolientes, o esas otras, violadas por los dioses de la decepción, que intentan rozarnos en su ciego tránsito para arrastrarnos a ese mundo suyo de irrealidades, o de realidades intangibles que nunca seríamos capaces de comprender. Pero en todo caso, sombras que habitan entre nosotros sin desvelar su naturaleza, su nombre, su cifra; sombras que nos conocen y escuchan los latidos de nuestros corazones, que en las noches insomnes se acurrucan en los rincones; sombras que sólo toman cuerpo entre los pliegues del sueño o en los incomprensibles recovecos del tiempo... Sombras que acaso sólo estén mirándose en el espejo de nuestra inconsistencia, sombras como nosotros: fugaces sombras que apenas existimos...
 
 
 
*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
 
-De Prosas breves
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Ella, esa, aquella*
 
 
 
*De Nechi Dorado. nechi.dorado@gmail.com
 
 
La mujer sigue allí, en la misma esquina donde algún día incierto naufragaran sus años que con seguridad fueron más vegetados que vividos. Nadie la reconoce por su nombre o apellido, para todos ella es simplemente ella, esa, aquella, cuando no, la rotosa, la mugrienta, la vieja loca, según la percepción de quienes la observen. Sobre todo para los afortunados de la vida, esos que suelen sonreír de costadito en tanto van buscando deficiencias ajenas.
 
Es comparable a un despojo, sobreviviente herrumbrado de un tiempo tal vez vivido a tropezones, imposibilitada para salir de su botella añeja donde los años taponaron su existencia. Transcurren sus horas entre la monotonía que envuelve lo repetitivo, circundada por el chasquido agudo de frenadas bruscas y bocinazos propios de alienados habitantes de una jungla de cemento, que pasan a su lado ignorando la imagen que refleja tanto patetismo. Ella tararea el Bolero de Ravel mientras sus huesos se desparraman sobre un escalón de mármol con el que comparte decrepitud.
 
Algún alma piadosa, conmovida por lo armonioso de su voz, deja caer algunas monedas junto a los pies donde cohabitan callos y durezas como gemas engarzadas en los herrajes de sus dedos huesudos.
 
Palomas que anidan en gárgolas de cemento bajan a picotear las miguitas que se escapan de su boca desdentada. La mujer, por momentos dormita un sueño estéril, recurrente, como esperando alguna respuesta que nunca llegó.
 
Lejos del lugar, muy lejos, en una dimensión inexplorada donde la sinrazón convive armoniosamente con la mística, dan la bienvenida a nuevos santos recién ascendidos que treparon por peldaños de oro con incrustaciones de diamantes, extraídos de las entrañas de una tierra marginada que no parecería existir si no fuera por los mapas.
 
Siguiendo la teoría científica que afirma que el peso de las almas es muy inferior al de los cuerpos vivos y prosiguiendo con la lógica no metafísica que indica que en la bóveda celeste no hace falta riqueza, uno se pregunta por qué esa escalera apunta hacia arriba y no al contrario como para evitar la existencia de esa gente en situación de súplica constante.
 
Los nuevos bienaventurados, profesionales expertos en ejercicios de abstracción del mundo real donde han estado, habiendo sido ni más ni menos que eslabones de una cadena larguísima de responsabilidades no asumidas, por ahí, con suerte, en algún tiempo dirijan sus miradas hacia abajo. Ojala pudieran hacerlo antes de que termine el proceso de putrefacción de las almas insensibles que aglutinaron en su paso por la vida.
 
Pienso en ella, esa, aquella, la rotosa, la mugrienta, la vieja loca, mientras espero mi turno en la cola del banco. Siento como si estuviera padeciendo un brote alucinatorio. Comienzo a juntar palotes, círculos y semicírculos, tildes, puntos y comas, los acomodo, los pongo aquí, los saco, vuelvo a ponerlos allá, los rompo, los dibujo nuevamente, los tacho y los rehago hasta que al fin logro unirlos como piezas de un rompecabezas del absurdo. Si logro formar la masa como pretendo, irá a parar al horno donde se cuecen las palabras junto a las horas de los días desperdiciados.
 
Mientras tanto la mujer, como una cosa que dura en el núcleo de la selva cementada, seguirá esperando como siempre, nada.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
*
 
 
 
En tiempo de los sueños
 
la niña se despierta
 
y trepa por los labios
 
de la risa
 
 
en tanto una mujer
 
dormida en hilos
 
pende
 
del más absurdo.
 
 
*De Alejandra Alma. almaalma3h@gmail.com
 
 
 
 
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