lunes, junio 23, 2014

QUE EL AMANECER ES TAN SÓLO UNA UTOPÍA...





*Obra de Claudia Marting.
Rosario. Argentina.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
VISITANTE NOCTURNA *
 
 
 
A punto de deshacerse tu pena en mis cabellos.
Los cubro con sombreros de líquenes y astas de caribú.
¿Me piensas amor mío? Ay, como rompen las olas en mis malecones.
Lo miro con ojos de espejismo. Inmutables....
Mi secreto se esconde en la armadura de mis pechos.
 
Aprendí a mentir en aquel enero. Sobrevivir. Resistir.
La semilla no fue devorada por pájaros.
Luego tu carne. Esa misma, fue inmolada.
No era esa la tierra prometida. La vida es un búho trasnochado.
Una parodia absurda. Una carrera de galgos.
Y de pronto el apuro. Cortar el cordel con los dientes.
En la tierra. Debajo de los miedos. Coágulos de sangre y un berrido.
Pequeña e inocente. Visitante del alba. Ojos de lince.
 
Fue la primera vez. De allí no he tenido vergüenza de mentir.
¿Que ganaré con la norma de tacuara?
-El paraíso es un árbol con flores venenosas-
Y me decías mía, y mordía tu boca. Aun no soy domesticable.
¡Eres Mía! Y me sentía pobre y desnuda en otros brazos.
Una voz con aromas de cipreses. Un gato negro.
Soy la loca exclusiva de tus celos. De las pinceladas de tus manos.
Y me vistes. Me cubres. En ramas. En cementerios verdes.
En el deslizar de una víbora de arena roja.
 
Y me desnudo en las breves ranuras de las piedras del río.
Mis pezones sacrílegos de luto.
Hay un ojo triangular en mi nuca, Lo siento.
Polifemo mira con mi boca. Escucha con mis ojos. Un grillo, en sus oídos.
Solo mis manos felinas se salvan y sostienen la silla y el defalco..
Mujer. Visitante nocturna. El paraíso es un árbol con flores venenosas.
 
 
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
 
QUE EL AMANECER ES TAN SÓLO UNA UTOPÍA…
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Lo tremendo*
 
 
 
a veces
 
lo tremendo
 
es la mano
 
que raspa el límite del respiro
 
lo pequeño del desgarro
 
la habitación en desuso
 
el tiempo que dio fin
 
al idilio de la ternura y el sexo
 
el cuerpo inmaculado de deseos retornando al hábitat del vacío.
 
 
 
a veces
 
lo tremendo
 
es desvestirnos la ropa de guerra
 
archivar armas
 
humear la cocina de aroma a pasteles
 
y leche caliente
 
el amor y el olvido
 
a veces
 
es lo tremendo.
 
 
 
la tragedia de lo irremediable es
 
arrancarnos la supervivencia
 
ajustar los relojes a favor de la muerte
 
encender un cigarrillo y dejar que el día
 
sea dominio de los otros
 
 
 
tal vez
 
nuestra única defensa
 
sea hurgar con el dedo el camino de lo desconocido
 
abrir los ojos,
 
hasta quedarnos ciegos
 
de tanta verdad.
 
 
 
*De Lila Biscia.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Piedra, tijera, papel*
 
 
El lenguaje es una piel
Roland Barthes
 
 
 
Delante de un mar desconocido
 
una mujer con la memoria herida
 
sangra lo que no recuerda.
 
 
 
Ella frágil, entre las hojas
 
verdes y las blancas donde pone
 
su cuerpo para inscribir palabras o
 
huellas o espera que aparezca
 
por el hocico húmedo de la lengua
 
eso de lo que no se sabe;
 
una piedra
 
la tijera que desgarra
 
y las gotas
 
que desde el borde del
 
himén forzado
 
en la cabeza
 
hacen tatuajes
 
en el papel ...
 
 
 
*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
*
 
 
Pensaba
 
en hilos rojos
 
 
algo entretejía
 
 
la piel
 
 
y las palabras
 
 
 
*De Alejandra Alma. almaalma3h@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
LA VARSOVIA*
 
 
 
*Obra de teatro de Patricia Suárez. cazadoraoculta@gmail.com
 
 
 
 
 
El agua, el fuego y las mujeres nunca dicen basta.
Proverbio polaco y suizo
 
 
 
Mignón
Rachela
 
 
 
1
 
Borda de un barco. Las dos mujeres miran el paisaje; visten con cierta elegancia; llevan sombrillas. Rachela sufre del mal del mar.
 
Mignón: Es así: usted junta aire dentro de la boca y no lo suelta, no lo suelta hasta que pasa la arcada. ¿Comprende?
 
Rachela asiente.
 
Mignón: Era bonito El Havre. ¿Le gustó?
 
Rachela asiente.
 
Mignón: Muy colorido. ¿Le gustaron las castañas asadas que compró Schlomo?
 
Rachela: Sí.
 
Mignón: ¿Las había probado antes?
 
Rachela (habla con dificultad): Padre solía traérnoslas cuando viajaba a Varsovia…
 
Mignón: ¿Padre? ¿Su padre?
 
Rachela asiente.
 
Rachela: Hay un perfume en el camarote, a lo mejor si lo huelo se me pase el malestar.
 
Mignón: Cuando diga “perfume”, Rachela, diga siempre “perfume francés” que queda mejor… ¿Cómo fue que pudo su padre ir a Varsovia alguna vez?
 
Rachela: Fue.
 
Mignón: Nunca lo hubiera imaginado.
 
Rachela: No siempre fuimos pobres.
 
Mignón: Ah, ¿no?
 
Rachela: No.
 
Mignón: ¿Pero ya hace mucho tiempo de cuando estaban en mejor situación?
 
Rachela tiene un acceso de arcadas. Mignón la contiene.
 
Mignón: Probemos otra cosa. Aspire profundo y suelte el aire.
 
Rachela lo hace.
 
Mignón: así, así, bien hecho.
 
Rachela sigue aspirando profundo.
 
Mignón: ¿Se siente mejor ahora?
 
Rachela: Sí. Fue la melancolía.
 
Mignón: ¡No mire el mar, Rachela! ¡No siga la ola, no ve que…! ¡Si será terca, caramba!
 
Rachela recomienza con las arcadas.
 
Rachela (lloriqueando): Es melancólia.
 
Mignón: Sería bueno comer castañas en este momento. ¿Le quedaron algunas castañas o…? ¿De melancólia dijo?
 
Rachela: Sí.
 
Mignón: Diga melancolía, Rachela. Se dice melancolía. ¿Melancolía de qué? ¿De El Havre o de cuando usted estaba en mejor posición?
 
Rachela (llorando): De mi padre.
 
Mignón: Basta, basta. Le van a volver las arcadas.
 
 
Pausa.
 
 
Mignón: ¿Le quedaron castañas o se las comió todas, glotona?
 
Rachela: Me quedaron. Las guardé en el camarote, entre la ropa blanca...
 
Mignón: Ay, Rachela. ¡Entre la ropa blanca! ¡Mire si la ensucia! ¡Con lo que pagó Schlomo por su ropa!
 
Rachela: ¿Le salió muy caro, verdad?
Mignón: Eso creo.
 
Rachela: Yo le dije que no gastara tanto, que a mí con…
 
Mignón: Es su novio, ¿no?
 
Rachela: Sí.
 
Mignón: ¿Qué esperaba? El dice que la ama…
 
Rachela: Sí, eso dice.
 
Mignón: ¿Qué? ¿No lo cree?
 
Rachela: Claro que lo creo. ¿No nos vamos a casar acaso?
 
Mignón asiente.
 
Rachela: Apenas bajemos en Buenos Aires nos vamos a casar.
 
Mignón: Usted precisaba un ajuar, Rachela.
 
Rachela: Lo sé; no me estoy quejando. Es que… no sé.
 
Mignón: Su enagua estaba muy usada ya. El me pidió mi opinión y yo le dije sinceramente: “Schlomo, esa muchacha necesita ropa interior de seda cruda o de
batista, y un vestido si no de terciopelo, al menos…
 
Rachela (interrumpiendo): Ese será mi vestido de boda.
 
Mignón: …de crespón de China, y algunos pares de medias, de seda a ser posible…”
 
Rachela: El ha sido muy generoso conmigo.
 
Mignón: Me alegro de que se dé cuenta.
 
Rachela: ¿Sabe lo que pienso, señorita Mignón? Que Schlomo… (Se interrumpe).
 
Usted no se llama Mignón, ¿verdad?
 
Mignón (sobresaltada): ¿Cómo dice?
 
Rachela: Que su nombre verdadero no es Mignón.
 
Mignón: No.
 
Rachela: ¿Y cuál es?
 
Mignón: Hace tanto que no lo uso… Se imagina. Desde que estoy en la Argentina que no se lo escucho pronunciar a nadie.
 
Rachela: ¿Nadie? ¿Ni a su hermano?
 
Mignón: Schlomo me llama… No, no, a nadie.
 
Rachela: ¿Cuál es?
 
Mignón: ¿Mi nombre? Ah, ¡es que no me gusta!
 
Rachela: Dígamelo.
 
Mignón: No, mejor no.
 
Rachela: Le prometo que no voy a llamarla así
 
Mignón: Ester.
 
Rachela: Ester.
 
Mignón: Yésterle, me decía mi madre.
 
Rachela: Yésterle, ¿por qué no le gusta?
 
Mignón: Es que hace ya tantos años… Tantos años. Diga mi nombre en voz alta otra vez, por favor.
 
Rachela: ¿Cómo?
 
Mignón: Da gusto escuchar como lo pronuncia usted.
 
Rachela: Yésterle.
 
Mignón: Una vez más, por favor.
 
Rachela: Yésterle.
 
Pausa larga.
 
Mignón: Sería bueno comernos ahora el resto de las castañas ¿no le parece?…
 
Rachela: Voy a buscarlas.
 
Mignón: No, no se moleste, Rachela, era un decir…
 
Rachela: Voy. Así nos las comemos.
 
Rachela sale corriendo.
 
Mignón (a Rachela): ¡No corra, que se va a marear otra vez! (para sí misma) Si será terca…
 
 
 
2
 
 
Tiradas en la reposera de cubierta. Rachela se apantalla con un abanico, Mignón hojea una revista de modas.
 
Mignón: Cuando llegue me haré hacer un vestido así.
 
Rachela: A ver. Ah. Bonito.
 
Mignón: Sí. Son los que tiene la señorita Agnés.
 
Rachela: ¿La que le prestó la revista?
 
Mignón: Sí: la hija del Barón.
 
Rachela: ¿La chica que viste…
 
Mignón: No diga “chica”, Rachela, diga “señorita”.
 
Rachela: ¿La señorita que… viste de azul claro y lleva un peinado alto como un pastel de casamiento?
 
Mignón: Exactamente.
 
Rachela (señalando la revista): Ah. ¿Pero cómo hará usted para pagarse un vestido así?
 
Mignón: No sé.
 
Rachela: Su hermano tiene un buen pasar, a lo mejor él...
 
Mignón (sigue con la revista): Si no me haré uno como éste. En París se usa mucho la gasa.
 
Rachela (inclinándose sobre la revista): Bonito también.
 
Mignón: Sí.
 
Rachela: Un poco escotado, pero usted es una muchacha soltera, todavía puede usarlo…
 
Mignón: Quiero parecer una estrella del cinematógrafo.
 
 
Larga pausa.
 
Mignón: ¿Usted fue al cinematógrafo alguna vez?
 
Rachela: No. ¿Es bonito?
 
Mignón: Mucho. En Buenos Aires no le va a faltar oportunidad.
 
Rachela: ¿Le gusta el cinematógrafo a su hermano?
 
Mignón: ¿A Schlomo? No sé, pregúntele usted, ¿no es su novio?
 
Rachela: ¿Pero no van nunca juntos?
 
Mignón: A él no le gusta llevarme a ninguna parte. Antes de viajar fui a ver Expreso Shangai al Empire, con Marlene Dietrich. ¿Sabe quién es Marlene
Dietrich?
 
Rachela: No.
 
Mignón: Una actriz alemana.
 
Rachela: Ah.
 
Mignón: Sí. Antes iba al cinematógrafo con una amiga, Bronia. Pero ahora no tengo quién me acompañe.
 
Rachela: ¿Es polaca su amiga?
 
Mignón: Sí.
 
Rachela: ¿Y cómo la conoció?
 
Mignón (dubitativa): En un barco, como a usted. Cuando yo iba a la Argentina.
 
Rachela: Ah. Se levantó fresco.
 
Mignón: Fuimos amigas un tiempo; después nos enemistamos.
 
Rachela: Oh. ¿Por qué?
 
Mignón: Por Schlomo.
 
Rachela (sobresaltada): ¿Por Schlomo?
 
Mignón: Ella… lo pretendía.
 
 
Pausa.
 
 
Mignón: Ella lo conoció en Polonia y se enamoró de él. Entonces lo siguió a Argentina. Pero… pero él no la quería, ¿comprende? Ella no era la clase de mujer
que él necesitaba a su lado. Para… para formar su hogar.
 
Rachela (turbada): Ah, ¿no? ¿Es hogareño él? ¿Usted no tiene algo de frío ya?
 
Mignón: ¿Usted dice si Schlomo es hogareño? ¡Es un calavera!
 
Rachela: A mí no me lo pareció, señorita Mignón.
 
Mignón: Usted porque recién lo conoce.
 
Rachela: No me asuste. ¿Cree entonces que soy yo, la clase de mujer que él necesita?
 
Mignón no contesta.
 
Rachela: ¿Lo cree o no?
 
Mignón: Tal vez.
 
Rachela: El prometió a mi padre casarse conmigo en cuanto lleguemos a Argentina. Si él no cumpliera su promesa, yo me tiraré al río.
 
Mignón: No exagere. Además, ¿no es el amor lo que verdaderamente importa?
 
Rachela: No.
 
Mignón (sorprendida): ¿No?
 
Rachela: Estoy cada vez más lejos de mi casa. Espero que Schlomo sea mi casa para mí.
 
Mignón: No diga casa, Rachela. Diga hogar. Me tiene a mí, si se asusta de la distancia.
 
Rachela: Vamos a llevar la casa entre las dos, usted y yo. El hogar.
 
Mignón asiente.
 
Rachela (tomándola de la mano): Seremos amigas siempre. Yo no la voy a despreciar como su amiga Bronia. Aunque Schlomo se distancie de usted o de mí,
seremos amigas. Hasta iremos al cinematógrafo juntas, ya verá. A mi pueblo a veces iba una compañía de teatro ídisch… o unos saltimbanquis o volatineros… y
yo iba a verlos siempre con mis hermanas. Voy a extrañarlas.
 
 
Pausa.
 
 
Rachela: Dormíamos las cuatro juntas. A la mañana había un revoltijo tal de sábanas y mantas, que mi hermana Edit, la mayor –la que es un poquito tonta-
gritaba: “¡No nos movamos! ¡No sea que una se levante subida a los pies que son de otra!”
 
Rachela ríe.
 
Rachela: Y mi hermana la menor, que era muy menuda siempre respondía: “Caminar en los pies de Edit sería para mí mi felicidad”.
 
Mignón: Su hermana Edit se quedará soltera.
 
Rachela (sobresaltada): ¿Por qué lo dice?
 
Mignón: ¿Quién puede querer de esposa a una mujer tonta?
 
Rachela: No…
 
Mignón: Y su hermana la menor, ¿cómo era que se llamaba?
 
Rachela: Yenta.
 
Mignón: Yenta, eso es. Ella también se quedará soltera.
 
Rachela: ¿Por qué?
 
Mignón: ¿No es la que es enana?
 
Rachela: ¡No! Es un poco bajita… ella no se alimentó bien cuando…
 
Mignón: Usted tuvo suerte, Rachela, de que la encontrara Schlomo.
 
Rachela: No lo sé, yo…
 
Mignón: ¿¡No lo sabe!? Tendría que darle gracias a Dios de encontrar un hombre como él. Buen mozo y adinerado. ¿Quién cree que podría haber puesto sus ojos
sobre usted y su familia, si no? Miserables como estaban, sus hermanas llenas de llagas y suciedad… No me haga acordar, se me pone la piel de gallina.
 
Larguísima pausa.
 
Rachela (triste): Mi madre le sabía decir a mi hermana Yenta que se había quedado pequeña por dormir con potingues y hebillas clavadas en el cabello. Lo
mismo que los enanos, le decía, que dejan de crecer porque duermen con el gorro puesto…
 
Mignón (con su revista): Si al menos su hermana se consiguiera unos zapatos de tacón… Más no podrá ser: habrá que aserrar los tacos de los zapatos este año:
fíjese… Ya no se usan altos en París, por cierto, y no he visto que la señorita Agnés calce estas botitas que…
 
Rachela: ¿La baronesita?
 
Mignón: Diga “la señorita baronesa”, Rachela, no “la baronesita”. Sí, ella no calza tampoco zapatos de tacón.
 
Rachela: Mi hermana Yenta se enojaba con mi madre y le decía que si era tanto así de deforme como mi madre la acusaba, ella se buscaría un enano por esposo.
 
Mignón la mira horrorizada.
 
Rachela: Sí. Y mi madre le contestaba que lo principal no era la estatura en un hombre, si no el que una mujer siempre debe tener a su lado un hombre que la
represente.
 
Mignón: Bueno, usted eso lo ha conseguido, Rachela.
 
Rachela: Sí.
 
Mignón: Claro que su madre en su desesperación es capaz de entregarlas a ustedes a cualquier monstruo… ¡Un enano! Por Dios, qué idea. ¿Se imagina usted
con un enano? ¡Un hombrecito con quien usted debería agacharse cada vez que él hable para ponerle su oreja, no vaya a ser que su esposo se lo pase a los gritos!
 
Rachela: ¿Cómo se dice cuando el esposo es chiquito, señorita?
 
Mignón: No lo sé… ¿Esposito?
 
Rachela: ¡Esposito!
 
Mignón ríe. Rachela ríe. Están tentadas de risa.
 
Rachela: Es muy triste. No deberíamos, es muy triste.
 
Mignón: No, no.
 
Rachela: ¿No siente frío?
 
Mignón: Un poco. Es el viento.
 
Rachela: ¿Hace frío en la Argentina?
 
Mignón: Adonde usted va, no.
 
Rachela: ¿Cómo…?
 
Mignón: Donde vivimos nosotros no hace frío muy intenso. No nieva nunca, por ejemplo.
 
Rachela: ¿Nunca?
 
Mignón: No.
 
Rachela: Qué lástima.
 
Mignón: Allá en pleno invierno con un mantón de lana se está bien…
 
Rachela: ¿Y los hombres qué usan?
 
Mignón: ¿Qué usan?
 
Rachela: ¿Schlomo tiene algún caftán…?
 
Mignón: ¿Un…? No, no… Les basta con una chaqueta gruesa… No hace falta ir todo encapotado…
 
Rachela: Por eso Schlomo no me compró ropa de invierno.
 
Mignón: Claro.
 
Rachela: En Argentina no hace frío jamás, entonces.
 
Mignón: A veces hace frío. Pero usted no a estar nunca expuesta al frío, Rachela.
 
Schlomo la va a tener siempre en el hogar, ¿comprende?
 
Rachela: ¿Cómo?
 
Mignón: El no va a permitir que usted se pesque una pulmonía.
 
Rachela: Pero no voy a estar todo el día encerrada…
 
Mignón: No…
 
Rachela: ¿Usted se pasa el día encerrada, señorita Mignón?
 
Mignón: El negocio me exige salir muchas veces. Y además, yo no tengo un novio a quien darle celos.
 
Rachela: ¿En Argentina tampoco?
 
Mignón: No…
 
Rachela: ¿Por qué? Con la figura que usted tiene… Seguro que en este barco encuentra un novio enseguida, ya va a ver. Yo la voy a ayudar.
 
Mignón: No, no.
 
Rachela: ¿Qué? ¿Ya perdió las esperanzas?
 
Silencio.
 
Rachela: ¿Cuántos años tiene, señorita Mignón?
 
Mignón: Veintisiete.
 
Rachela: Séame franca.
 
Mignón: Veintisiete.
 
Rachela: Yo le voy a buscar un pretendiente.
 
Mignón: No se moleste. Por favor. Schlomo me mataría.
 
Rachela: ¿Por qué? El es su hermano, tan celoso no debe ser. Además yo lo voy a convencer.
 
Mignón: No, Rachela, por favor.
 
Rachela: ¡Con lo bonito que es estar enamorada!
 
Mignón: Sí, pero…
 
Rachela: ¿Usted ha estado enamorada alguna vez?
 
Mignón: Rachela, basta. No quiero que usted…
 
Rachela: Aaah. ¡La señorita Mignón tuvo un amor y lo guarda en secreto!
 
Mignón: Basta.
 
Rachela: ¿Lo tuvo o lo tiene?
 
Mignón: Basta. No sea chiquilina.
 
Rachela (alegre): ¡Lo tiene! ¡Lo tiene! ¿Quién es? ¿Es argentino? ¿Quién…?
 
Mignón se levanta de la reposera con torpeza y sale.
 
Rachela la mira irse.
 
Rachela: Con lo torcido que camina, la pobre…
 
 
 
 
3.
 
 
Borda del barco. Cruce del Ecuador. Detrás se oye los sonidos de un baile que termina. Hay confeti y guirnaldas de papel por todas partes. Ellas están vestidas
de fiesta. Mignón está incómoda, un poco descompuesta por el calor. Rachela está feliz.
 
Rachela: No entiendo por qué no bailó con el muchacho que le presenté.
 
Mignón: No me gusta bailar, le dije.
 
Rachela: Pero con su hermano bailó.
 
Mignón: Eso es distinto.
 
Rachela: ¿En qué es distinto?
 
Mignón: Porque bailamos para mostrarle a usted, para que usted aprenda. En la Argentina se baila mucho el tango.
 
Rachela: ¿Y no podía siquiera bailar una sola pieza con el joven que le presenté…? El se moría por bailar con usted.
 
Mignón (desdeñosa): Parecía un niño bien. Aunque…
 
Rachela: ¿Para qué se puso ese vestido si solamente quería bailar con su hermano?
 
Mignón: Yo no tengo la culpa de tener una linda figura.
 
Pausa.
 
Rachela: Igual él deseaba bailar con usted. No le hubiera hecho mal a ninguno de los dos, creo yo.
 
Mignón: Quizás él ya sabe bailar tango.
 
Rachela: ¿Y cómo puede ser?
 
Mignón: Me parece haberlo visto en Buenos Aires.
 
Rachela: Ah, ¿si?
 
Mignón: Peletero del ramo.
 
Rachela: ¿Con negocio o importador?
 
Mignón: No estoy segura. Quizá Schlomo sepa. Pregúntele a él.
 
Rachela: Oh, no, no.
 
Mignón: ¿Le tiene miedo a Schlomo?
 
Rachela: Tiene el carácter un poco fuerte. No me gusta importunarlo.
 
Mignón: No es bueno provocar los celos de un hombre, cuando no hay motivo.
 
Rachela asiente.
 
Mignón: Además, ya verá que él no le dará motivos a usted tampoco. Es un hombre muy tranquilo. Verá que está siempre de buen humor, y casi no viaja.
Desde que yo tengo memoria, este viaje lo ha hecho nada más que tres veces en su vida, sin contar la vez que se vino de Polonia.
 
Rachela: ¿Usted vino después?
 
Mignón: ¿Cómo? Ah. Sí.
 
Rachela: El me había dicho que llegaron juntos a Argentina.
 
Mignón: Es un decir. El viajaba a buscarme a Polonia, con Bronia.
 
Rachela: ¡Con la otra! Ay, señorita, dígame la verdad: ¿no era ése un viaje de bodas? ¿Está casado ya Schlomo?
 
Mignón (riendo): ¡No!
 
Rachela: ¿Es bígamo?
 
Mignón: ¡No! Era Bronia la que lo seguía a todas partes: él no estaba interesado en ella. Pero le daba pena decirle que no la quería.
 
Rachela: ¿Qué edad tiene ella?
 
Mignón: ¿Bronia?
 
Rachela: Sí.
 
Mignón: ¿Ahora? Cuando yo la conocí tenía cerca de treinta años; hará de eso cuatro o cinco años.
 
Rachela: ¿Cree que Schlomo la quiere todavía a esta Bronia? Dígame la verdad, señorita.
 
Mignón: Ya le dije que no. Nunca la quiso.
 
Rachela: ¿Y ella que hace ahora? ¿Dónde está? ¿Usted sabe?
 
Mignón: No… sí… Hace tiempo que no la veo ya. Debe vivir en Rosario. La última vez que la vi estaba muy gorda. Pero me dijeron después unos señores que la
conocen que había vuelto a tener una figura agradable. Comió huevos de tenia: eso la puso en forma.
 
Rachela: Oh, qué asco. Y Schlomo: ¿no ama ahora a otra mujer? Otra cualquiera de la que a lo mejor usted no sabe con pelos y señales, pero que sospecha.
 
Pausa.
 
Mignón: De Bronia nunca estuvo enamorado, ya le dije. ¿Además cómo me daría cuenta de si está él enamorado o no de otra mujer en secreto?
 
Rachela: Una mujer se da cuenta de esas cosas.
 
Mignón (intrigada): ¿Cómo?
 
Rachela: Cuando estamos cerca, él siempre trata de tocarme, de rozarme aunque sea. Y cuando hay una oportunidad, cuando me toma del brazo o de la
mano, él me aprieta hasta hacerme daño, como si dudara de que yo fuera una persona de carne y hueso… Como si yo fuera agua que se pudiera escurrir…
 
Mignón: Schlomo es muy brusco para tratar a una dama.
 
Rachela: A lo mejor. O me busca con la mirada… Estemos donde estemos, él me busca con la mirada: quiere que yo lo mire, y cada vez que lo miro, él tiene sus
ojos posados en mí. No me pierde pisada. A veces, cuando estoy en la borda, me doy cuenta que él contempla mi sombra. ¡Mi sombra! ¿Se da cuenta? ¡Contempla
mi sombra con la misma insistencia con que nosotras contemplamos el mar!
 
 
Mignón: El oceáno, Rachela.
 
Rachela: El oceáno.
 
Mignón: ¿Así que usted por estas cosas presume de saber si un hombre está enamorado o no? ¿No es un poco chiquilina en este sentido?
 
Rachela: Quizá. Pero piense, señorita, ¿ha visto alguna vez a Schlomo tocar a una mujer como me toca a mí cuando estamos en público? ¿Tocaba así a Bronia?
¿Toca así a alguna otra mujer?
 
Pausa.
 
Rachela: El otro día me dijo: “¡Ojalá mi corazón estuviera adentro de su cuerpo!” ¿Qué hombre que no esté enamorado puede decir algo así? Ninguna
Bronia ha escuchado lo que yo…
 
Mignón: A mí una vez me dijeron algo parecido…
 
Rachela: ¿Ah, si? Pero ya ve que no era amor verdadero…
 
Mignón: ¿Por qué lo dice?
 
Rachela: ¿Acaso está este hombre junto a usted? ¿Quién, que la ame, la dejaría cruzar el… oceáno, como usted dice? Estaría con usted, señorita, o está con otra.
 
Pausa.
 
 
Rachela: Conocí un hombre de mi pueblo que nunca había viajado más allá de Curlandia. Jamás. Viajó de una mujer a otra, durante su vida entera; lo cual
viene a ser lo mismo. Conseguía que el rabino lo casara vez tras vez sin repudiar nunca a la esposa anterior; mi padre llegó a contarle seis esposas que
desconocían la existencia una de otra. Esto era una hazaña: era un hombre anciano para ir de mujer en mujer, pero le gustaban los secretos. Nuevos
paisajes, nuevas aduanas. La acumulación de recuerdos. Este hombre de mi pueblo sabía decir que una vida larga no depende de los años, un hombre sin
recuerdos puede llegar a los cien años y sentir que su vida ha sido muy corta…
 
Pausa incómoda.
 
Rachela: Yo me he preguntado cómo se sentirían estas mujeres cuando se enteraron una de la existencia de la otra. Se sentirían unas infelices. ¿No cree
usted?
 
Mignón: No lo sé.
 
Rachela: Imagine. Si usted tuviera un novio o un marido, al que ama con pasión, y de pronto usted cae en la cuenta de que él tiene una amante, ¿cómo se sentiría
usted?
 
Mignón: No lo sé. Puede haber mil motivos para que este novio, como dice usted,…
 
Rachela: Sí, sí. Mil motivos puede haber. Pero no es eso lo que le pregunto, si no, ¿cómo se sentiría usted? ¿Cómo cree usted que se sintió esta Bronia?
 
Mignón (tajante): No lo sé.
 
 
Larga pausa.
 
Rachela: Usted se lució bailando el tango.
 
Mignón: Schlomo baila muy bien.
 
Rachela: ¿Le costó aprender a usted?
 
Mignón: Al principio, pero es cuestión de dejarse llevar. El me lo enseñó todo.
 
Rachela: ¿Su hermano?
 
Mignón (incómoda): Sí. (Divertida): También me aprieta cuando bailamos, y de eso yo no deduzco que él…
 
Rachela: Ay, señorita. Eso sería una monstruosidad: ¡usted es su hermana! Además, mientras él bailaba con usted, me estaba mirando a mí.
 
 
Pausa dolorosa.
 
Rachela: Lo de las quebradas me parece muy difícil. No sé si yo podré aprenderlo alguna vez.
 
Mignón: Claro que sí, ya verá.
 
Rachela: ¿Y Schlomo cómo aprendió?
 
Mignón: No sé… con los muchachos, en el… en los cafetines. Después me enseñó a mí.
 
Rachela: Él la quiere mucho a usted.
 
Mignón, incómoda, asiente.
 
Rachela: ¿Sabe que es notable el cariño que se tienen ustedes dos? Me pregunto si llegará a quererme a mí como la quiere a usted…
 
Pausa.
 
Rachela: Igualmente, son dos cariños distintos…
 
Pausa.
 
Rachela: Pero usted no puede estar buscándole la quinta pata al gato a cada pretendiente que le aparece ni desdeñarlo por Schlomo, ¿se da cuenta?… Usted
es una arisca. Y (se vuelve al interior y saludo con la mano): Adiós, adiós, hasta mañana. (A Mignón): Eran simpáticos los Guimard.
 
Mignón asiente.
 
Rachela: ¿No le gustó el joven que le presenté porque no era judío?
 
Mignón (sin comprender): ¿Qué?
 
Rachela: Que si lo que usted busca es un muchacho judío.
 
Mignón: No diga “judío”, Rachela; diga “hebreo”.
 
Rachela: Hebreo. Si lo que usted quiere es un muchacho hebreo.
 
Mignón: ¿Yo? ¿Para qué?
 
Rachela: Para usted.
 
Mignón: No comprendo.
 
Rachela: Para casarse.
 
Mignón: Ah.
 
Rachela: ¿Pero lo busca judío o no?
 
Mignón: Hebreo.
 
Rachela: Hebreo. ¿Lo busca hebreo o no?
 
Mignón: No sé… No lo he pensado.
 
Rachela: A lo mejor el joven que le presenté era judío… hebreo. André Ambrosin; no lo parecía, es cierto, pero usted vio que los franceses están tan mezclados…
 
Mignón: Casi con seguridad le digo que ese muchacho no es hebreo. Tiene… tiene una agencia en París, ¿sabía usted?
 
Rachela: ¿Una agencia?
 
Mignón: Como nosotros.
 
Rachela: Un negocito.
 
Mignón: Algo así.
 
Rachela: …de armiños.
 
Pausa.
 
Mignón: Yo en su lugar no lo dejaría hacerme la corte. Eso podría enfurecer a Schlomo.
 
Rachela: No, no, yo no…
 
Mignón: Le hace la corte, Rachela.
 
Rachela: No…
 
Mignón: Seguramente quiere que usted termine este viaje con él y no con nosotros… ¿Viaja a la Argentina también su amigo?
 
Rachela: ¿Mi amigo? (ríe) No, a Montevideo.
 
Mignón: ¿Montevideo?
 
Rachela: Sí.
 
Mignón: Entonces tendremos oportunidad de verlo durante un tiempo más. ¿Le dijo ya Schlomo que cuando lleguemos a Montevideo pasaremos allí unos días…?
 
Rachela: Sí. Me dijo.
 
Mignón: En mi Montevideo, esta clase de negocio que hace su amigo es bastante más deshonesto. ¿O pensó usted que él podría ser mejor marido que Schlomo?
 
Rachela: ¡No!
 
Mignón: Ya una vez quiso conquistar una muchacha que yo conocí… hace unos años… y ella acabó mal, ¿sabe?
 
Rachela: Mal.
 
Mignón: En el arroyo, que se dice. El la puso a trabajar para él y luego, cuando se cansó, la abandonó a su suerte…
 
Rachela: ¿Y ella…?
 
Mignón: Hizo la vida por su propia cuenta y… (Mira hacia el interior; a Rachela): La llaman: su amigo.
 
Rachela (a Mignón): Es un momento, perdone…
 
Rachela sale.
 
Mignón tamborilea los dedos, canturrea disgustada.
 
Entra Rachela. Se acomoda junto a Mignón.
 
Mignón: ¿Qué le dijo?
 
Rachela: Que quiere verla.
 
Mignón: ¿A mí?
 
Rachela: Claro, ya se lo dije: está enamorado de usted.
 
Mignón: Ese no es pájaro de enamorarse, Rachela, y no me pareció que su amigo estuviera…
 
Rachela: Es muy tímido.
 
Mignón: No lo parece.
 
Rachela (incómoda): Hablamos de las pieles. El se dedica al visón. ¿Qué animal me dijo que exporta su hermano?
 
Mignón: Zorra patagónica.
 
Rachela: ¿Zorra?
 
Mignón: Sí.
 
Rachela: ¿Y qué compró en Varsovia?
 
Mignón: Martas.
 
Rachela: Pobrecitas. Tan pequeñitas y tantas se necesitan para confeccionar un tapadito… ¿cuántas lleva un siete octavos?
 
Mignón: No lo sé.
 
Rachela: ¿Quince? ¿Veinte? Pobrecitas.
 
Mignón: No diga pobrecitas, Rachela. Están en el mundo para ser usadas. ¿Acaso no es el hombre el rey de los animales? Si no las aprovecha el hombre, ¿quién las
va a aprovechar?
 
Rachela: Me dan pena, nada más.
 
Mignón: No tenga pena. La pena envicia a las personas. En la Argentina tendrá que aprender a ser fuerte.
 
Rachela: ¿Usted dice por el clima? ¿No me dijo que no nevaba nunca?
 
Mignón: No, Rachela. No lo digo por la nieve.
 
Rachela: ¿Las mujeres usan tapados de piel en Argentina?
 
Mignón: Mucho. Las que son muy ricas, tienen una cámara frigorífica en su propia casa, para guardarlas en verano y que no se les apolillen.
 
Rachela: ¿Son muy caras?
 
Mignón: En la tienda La Favorita, una estola de piel de Loutre con colas de Kilinsky cuesta casi diecisiete pesos.
 
Rachela: ¿Cuánto es diciesiete pesos?
 
Mignón: Doscientos rublos.
 
Rachela: ¡¡Doscientos rublos!! El negocio de las pieles debe dar mucho dinero.
 
Mignón: Así es. Así es.
 
Rachela: Voy a aprender el oficio; voy a trabajar junto a Schlomo. Seremos ricos, señorita.
 
Mignón: No creo que él la vaya a necesitar, Rachela. La peletería la podemos llevar muy bien entre él y yo solos. ¿Me comprende? El la quiere a usted para que
esté en su hogar.
 
 
Rachela: Yo… yo…
 
 
Apagón.
 
 
 
4.
 
Han pasado por Brasil. Penumbra. Cerca de ellas están los botes salvavidas.
 
Tensión.
 
Rachela (llorosa y con arcadas): La vi besándose con Schlomo.
 
Pausa.
 
Rachela: El no es su hermano.
 
Mignón: No. Respire profundo como le dije.
 
Rachela respira.
 
Mignón: Es el jurel. Pescaron jureles: ese olor da asco.
 
Rachela: Me imaginaba que no era su hermano. (Pausa). ¿Por qué lo hace?
 
Mignón: Por dinero.
 
Rachela se acerca a un balde y vomita dentro.
 
Mignón: Tenga cuidado. No se manche el vestido, Rachela. Malditos jureles que lo pudren todo. ¿Quiere que traiga el agua de colonia?
 
Rachela: ¡El perfume francés!
 
Mignón: Voy a buscarlo.
 
Rachela: No. No, ya me pasa.
 
Mignón: Hasta el aire pudrieron.
 
Rachela inspira, se repone.
 
Rachela (limpiándose con un pañuelito): ¿Qué hace por dinero?
 
Mignón: Venir. Venir a buscarla a usted. Usted vale tres mil pesos. ¿Tiene fiebre, Rachela? (le pone la mano sobre la frente). ¿No se habrá agarrado tifus? El Brasil
es un país asqueroso. ¿O… cuántas bananas comió cuando bajamos en Río de Janeiro?
 
 
Rachela: Nueve.
 
Mignón: Debe ser indigestión, entonces. Las peló, ¿no?
 
Rachela: A las dos primeras no las pelé. No sabía. Después me dijo Schlomo que se les sacaba la cáscara…
 
Mignón: Estaban verdes. Yo comí dos nada más. En Argentina está lleno de bananas.
 
Rachela: Estoy asqueada de todo.
 
Mignón: ¿Por qué? ¿Sabe cuánto es tres mil pesos argentinos? Treinta y cinco mil rublos.
 
 
Rachela: Treinta y cinco mil rublos. No me refería a eso. El calor. Hace que todo me de asco. ¿Estamos en el trópico, todavía?
 
Mignón: Sí.
 
Rachela: Quizá estoy gruesa.
 
Mignón (automáticamente): No diga “gruesa”, diga “esperando familia”.
(Sobresaltada, cae en la cuenta): ¿Qué?
 
Pausa.
 
Mignón: Su madre dijo a Schlomo que usted era virgen.
 
Rachela: Lo era.
 
Mignón: Usted vale los tres mil pesos porque es virgen precisamente.
 
Rachela: Yo valgo treinta y cinco mil rublos porque Schlomo se enamoró de mí. Luego, ya ha visto cómo es un hombre enamorado.
 
Mignón: Qué dice. (Se ahoga): Estos malditos jureles: apestan. Qué dice, Rachela.
 
 
Rachela: No pudo contenerse.
 
Mignón: ¿Cómo? ¿Y usted se lo permitió?
 
Rachela: ¿No dice usted que él me compró por treinta y cinco mil rublos?
 
Pausa.
 
Rachela: Exactamente, ¿qué hace usted por dinero?
 
Mignón (con sorna): Tenemos una sociedad con Schlomo, ¿lo sabía?
 
Rachela: La peletería.
 
Mignón: Una sociedad que pone a trabajar a las mujeres.
 
Rachela: Una sociedad.
 
Mignón: No es un movimiento libertario feminista.
 
Rachela: No.
 
Mignón: Es… usted habrá oído hablar, Rachela.
 
Rachela: Una casa de mala vida.
 
Mignón: ¿Le da horror? Su madre misma se lo olía y la dejó venir.
 
Pausa
 
Mignón: La entregó.
 
Rachela: Eran treinta y cinco mil rublos. Siempre sale a relucir el dinero conversando con usted.
 
Mignón: Usted sabía.
 
Rachela: No.
 
Mignón: Usted se lo olía.
 
Rachela: Un poco, quizás.
 
Mignón: ¿Usted creía que Schlomo se había enamorado locamente por su cara bonita?
 
Rachela: El está enamorado de mí.
 
Mignón: Ah, por favor. El está trabajando.
 
Rachela: No.
 
Mignón: Yo soy su mujer.
 
 
Pausa.
 
Rachela: ¿Está casado con usted? ¿Tiene usted los papeles? Porque, que yo sepa, Schlomo no los tiene.
 
Mignón: No…
 
Rachela: Entonces usted no es su mujer.
 
Mignón: Usted piensa que todo son los papeles, Rachela. Para que se desayune: en cuanto a papeles, él está casado con Bronia. Viajaban a buscarme a mí, él y
ella, ¿se da cuenta? El barco se llamaba Reina Victoria. Note qué coincidencia: éste se llama Princesa Luisa. Yo era una muchachita ingenua como usted, él me
enamoró, yo venía confiada… y de pronto… ya ve, como cambia la suerte. Bronia se había puesto muy vieja. Estaba achacada.
 
Rachela: ¿Cuántos años tiene usted?
 
Mignón: Treinta y dos.
 
Rachela: Ah.
 
Mignón: Los cumplí el mes pasado.
 
Rachela (como para sí misma): ¿Habrá este olor a pescado rancio todo el tiempo en la Argentina?
 
Pausa.
 
Rachela: Usted va a cumplir treinta y seis años, el próximo agosto, Ester. Schlomo me lo dijo: usted ya no le sirve.
 
Mignón: ¡Ja! ¿Así le dijo? ¿Cómo le dijo en realidad? “Mi hermana está ya grande para estar todo el día en la peletería y necesita de su ayuda, querida Rachela”…
Es un truco.
 
Rachela: Schlomo me dijo: “los clientes la desprecian, porque su carne es macilenta y flácida y está muy entrada en carnes”.
 
Pausa. Desconcierto de Mignón.
 
Rachela: “Después de la medianoche ya está agotada. Amarilla y enclenque; huele mal”.
 
Mignón: Usted está mintiendo.
 
Rachela: “Tiene el grano malo: en cuanto los clientes lo sepan dejarán de frecuentarla. Las mujeres dejarán de obedecerla. Es un buitre viejo”.
 
Mignón: ¿Un buitre dijo? No pudo haber dicho “un buitre”.
 
Rachela: Ya vio que él es muy expresivo cuando habla.
 
Pausa. Horror de Mignón.
 
Rachela: Dijo, además: “La tengo conmigo porque una mujer no se desgracia como un caballo”.
 
Mignón se espanta.
 
Rachela: “La puse al lado mío para que me llevara las cuentas, y que ya no atendiera a la gente. Y hasta para eso es una inútil”.
Mignón: Él le miente, Rachela.
 
Rachela: Dijo más. Espere. Dijo: “Mignón se está reventando. Ella ni siquiera se da cuenta. Está toda podrida por dentro”. Me llamó “mi chiquita” mientras me lo
contaba… ¿Cómo dice qué él la llamaba a usted cuando estaban solos?
 
Mignón (duda, tiembla): Rubita.
 
Rachela: Dijo así: “Esta es una profesión difícil, mi chiquita, y a mí me puede el corazón”.
 
Mignón llora.
 
Rachela: ¿Se da cuenta? Me dijo que su mayor problema era que él tenía un gran corazón.
 
Pausa.
 
Rachela: Usted qué cree. ¿Qué está más cerca del corazón en un hombre, “rubita” o “mi chiquita”?
 
Mignón (llorando vivamente): ¿Por qué cree que él no la engaña? El va a traicionarla a usted también.
 
Rachela: No lo hará.
 
Mignón: Bronia… Bronia decía lo que usted, y ya ve.
 
Rachela: Bronia era una estúpida.
 
Mignón: …Y ella… ella tampoco fue la primera. Antes hubo otra… no… no recuerdo el nombre…
 
Rachela: ¿Pondría él a trabajar a una mujer preñada… -oh, no, ¿cómo era? “que espera familia”- para dentro de unos pocos meses…?
 
Mignón: ¿Meses?
 
Rachela: Cinco meses.
 
Mignón (desconsolada): ¿Hace cuatro meses que usted…?
 
Rachela: ¿No vio la faja que llevo? Usted siempre tan atenta a la moda y no vio…
 
Pausa.
 
Mignón: …creí que era una vestidura religiosa…
 
Rachela ríe.
 
Rachela: El se prendó de mí apenas me conoció. La casamentera le señaló a mi hermana Edit, la que es tonta. Precisamente porque es tonta. Pero él se enamoró
de mí. Yo era virgen; él puede dar fe. Era junio, era el verano. Él no contaba con que se enamoraría de mí.
 
Mignón (con arcadas): Dios mío.
 
Rachela: Usted se había quedado en París, comprando ropa. Venía en un tren.
Usted llegó en agosto. Festejamos su cumpleaños en mi casa. Le dijo a mi madre que usted cumplía veinticinco años. Le dijo que usted se llamaba Magdalena,
pero que la apodaban Mignón. ¡Por Dios! ¿Cree que la gente es tonta? ¿Qué clase de muchacha judía, hebrea, como usted dice, podría llamarse Magdalena? Es muy
traviesa, Ester. Su padre era rabino. Un hombre santo, sin duda. Dejó de mencionar su nombre cuando usted se marchó a la Argentina. Su padre es
conocido de mi padre. En la época en que viajaba a Varsovia, se veían. Usted está muerta para su padre, ¿lo sabía? El nunca revela que ha tenido una hija que
marchó a la Argentina para…
 
Mignón (sin poder contener el vómito, en pleno acceso de llanto): Estos malditos jureles…
 
Rachela: Dice su padre que usted está muerta. Su madre murió de pena hace poco tiempo. A sus hermanos los mataron unos soldados rusos, que andaban de
juerga. Los soldados rusos son de temer: odian a los jóvenes judíos.
Mignón se dobla en dos, para vomitar. Rachela le alcanza el balde en que ha vomitado ella.
 
Rachela: Quédese tranquila, no la ve nadie.
 
Mignón (desesperada): ¡No le creo nada! ¡No le creo!
 
Rachela (con aire de suficiencia): Respire profundo.
 
Mignón: Cuando lleguemos a la Argentina, la voy a hacer matar.
 
Rachela: ¿A mí? Yo valgo treinta y cinco mil rublos, no lo olvide. Yo valgo lo que la finca que regalaron a la zarina en Moscú, su último cumpleaños. Había
turquesas empotradas en las paredes que dibujaban un cisne… Ya sabe cuánto le gustaban los cisnes a la familia real…
 
Mignón: Le juro que la voy a hacer matar.
 
Rachela: Usted, Ester, vale lo que el escarpín de la cocinera. Lana, esparadrapo y suciedad. ¿Cuánto es eso? ¿Veinte rublos? ¿Quince rublos? ¿Menos quizás? ¿Unos
copecs apenas? ¿Cuánto es cinco copecs en pesos argentinos?
 
Pausa, Mignón descompuesta.
 
Rachela: Además. Supongamos que logre matarme. ¿Qué cree que hará Schlomo? ¿Cree que se quedará a su lado? Un hombre no se enamora dos veces de la misma
mujer. Usted está muerta, Ester.
 
Pausa.
 
Rachela: ¿Sabe cuál fue su error? Partió demasiado pronto de la casa de su madre. A usted le faltó saber.
 
Mignón, muy descompuesta.
 
Rachela: Ya cálmese. Voy a buscar a Schlomo.
 
Mignón: Son los jureles, los malditos jureles que…
 
Rachela: Claro que son los jureles. O el aire de mar. Para usted, Ester, ¿qué iba a ser?
 
Rachela sale. Mignón se queda inclinada sobre el balde.
 
 
 
Apagón.
 
 
***
 
 
 
TEATRO EN BUENOS AIRES
 
 
Un crimen que persiste*
 
 
“La Varsovia”, de Patricia Suárez, con dirección de Marcela Robbio, se repone en la cartelera porteña
 
“La Varsovia”, de Patricia Suárez, con dirección de Marcela Robbio, enfoca el dramático caso de las mujeres judías engañadas y traídas desde Europa para la prostitución, y se repone en El Portón (Sánchez de Bustamante 1034), los jueves a las 22 .
Actúan Virginia Jáuregui, Vanina García y Juan González, con iluminación de Alfonsina Stivelman, escenografía y vestuario de Agustina Filippini y producción de Pilar Ortiz, sobre un tema que con variantes persiste en el siglo XXI.
“La historia no la escribe un hombre, su mirada tiñe el relato de sentimientos propios del mundo femenino”
Entre 1906 y 1930 operó en la Argentina una red internacional de trata llamada Zwi Migdal, que se especializaba en la prostitución forzada de mujeres de origen judío, y la obra relata en cuatro escenas el viaje que realizan en barco dos de ellas desde Polonia durante la década del 30.
Durante el trayecto, las dos mujeres hablan banalmente de lugares, moda, recuerdos, generando un universo femenino que encubre una rivalidad latente y una compasión teñida de desprecio, pero a medida que transcurre el tiempo un protagonista masculino cobra importancia, ya que será éste el que decida los destinos de estas mujeres.
Según la directora Robbio, “nos interesa muy especialmente la obra de Patricia Suárez ya que esta vez la historia no la escribe un hombre, su mirada tiñe el relato de sentimientos propios del mundo femenino. La autora logra conmovernos desde la cotidianeidad del relato, desde hechos casi banales hasta hundirnos en lo más oscuro de la vida sin dejar de lado el humor”.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Pájaro en una tormenta*
 
 
 
Ese día, ese primer día de la naciente primavera
la embriagadora música amaneció sobre los montes.
La risa azul que irradiaba el firmamento
reverdecía las laderas y ensalzaba
los contrastes verdirojos de los prados.
 
Ese día florecieron los años de destierro
reconstruyendo la antigua cúpula dorada
con columnas de esperanza y miradores
que se abrían sobre el valle de la dicha.
 
Así, ciego, con la daga de tu nombre entre mis labios,
creí haber escapado a las fauces del destino,
pero hoy las sombras cenicientas de twin peaks
nuevamente han descendido sobre mí
y no hay una hondonada sin fisuras
donde poder respirar un minuto de sosiego.
 
¿Qué despiadada venganza de los dioses
me condena al arbitrio de las nubes
inquietantes, plomizas, que me cubren?
 
¿Qué oscuro designio ha desencadenado
el furor del vendaval sobre mis alas rotas?
 
Dondequiera que el atardecer me lleve
la faz del firmamento está cerrada.
 
Un granizo triste azota las esquinas
de esta ciudad vencida, saqueada y moribunda
donde hasta los perros vagabundos se estremecen
cuando sus ojos caen en la oquedad del cielo
tapiado por un muro de silencio perpetuo.
 
No hay luna que brille en esta noche aciaga
y hasta el bosque resuena con un murmullo de amenaza
que confunde la vigilia de los búhos
y acalla las canciones de los árboles
como una divinidad incontestable.
 
Los ángeles blanden un estandarte de inclemencia
y el horror se va extendiendo en los zaguanes
como un torrente negro que va desdibujando
las huellas que dejaron nuestros pasos
en la alfombra de asfalto, en las baldosas
blanquinegras que adornan el recuerdo.
 
Todo es una sombra impenetrable,
todo un trueno aterrador que nunca cesa,
un relámpago atroz que incendia la cordura.
 
Y entre el caos volar, volar toda la noche,
toda la infinita noche atravesar los cielos
sabiendo que las tormentas nunca cesan
y que el amanecer es tan sólo una utopía
urdida con los frágiles cristales
del evasivo espejo que jamás se detiene.
 
 
 
*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
-De Destierro
 
 
 
 
***
 
INVENTREN
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SALADILLO NORTE
-Por Ferrocarril Provincial-
 
SAN SEBASTIÁN
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