viernes, noviembre 09, 2007
EDICIÓN NOVIEMBRE.
INVENTIVASocial
Edición NOVIEMBRE 2007
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ESTOY BUSCANDO ...*
Estoy buscando una manera de decir
un modo una forma un gesto
una lluvia un torreón una muralla
una sonrisa una mordida una luna.
Planetas saurios peregrinos milenarios
veladas desencuentros llamados.
Estoy buscando
en tus ojos en tu piel en tus senos
en tus desnudos pies en tu andar
en tu paso fugaz en tu quedarte
en tu mirar en tu boca.
Estoy buscando en mí
más allá de los temores anclados
más allá de la sospechosa alegría
más allá de este dolor aquí que me desangra
más allá del insomnio y los vientos nocturnos del sur
más allá de las jornadas aluvionales.
Estoy buscando una manera
un modo una forma un gesto
estoy buscando señora la palabra amor.
*de Oscar A. Agú. cachoagu(arroba)yahoo.com.ar
Aún Sigues Haciendo Latir mi Corazón*
Entre sangre y arena
El cálido bullicio de la tierra
Se confunde con uno que otro gusano.
Y si digo que lo hice no es que aún lo haga,
Pero lo intento;
Pues sigue confundiéndose aún con el viento.
En otros tiempos pensaba en ti,
Dios sabe que lo hice.
Mientras tanto,
Este descanso
Me sigue entreteniendo
Entre uno que otro gusano.
Y decía que solo era uno que otro
Por no decir que eran más;
Aunque es entre ellos que corría mi carne
Y se iba a pequeñas mordidas
Como de miradas que hacía en otro tiempo de ti.
Aún cuando parece haberme llegado
El momento de ya no sentirte,
Todo esto se confunde entre arena
De olores mojados.
Si así lo digo no sé por qué lo haga,
Pues siempre me dijeron
Que los muertos no dicen cosa alguna
Después de darle a uno
Explícitamente
La instrucción de descansar en paz.
Solo que el que extraña,
Aún extraña cuando ya se ha ido.
Y es que muerte así sentida,
Ni es tanta muerte en realidad.
*de hugo ivan cruz rosas quetzal(arroba)ciencias.unam.mx
quetzal.hi(arroba)gmail.com
ALBERTO PEREYRA*
Alberto era un niño en campo de mandarinas, niño entre niños de risas veloces y cabellos duros de polvo y río de llanura. Palangana y agua calentada en las ollas que limpiaban los cuerpitos morenos en fila, tan parecidos todos, los siete hermanos y la princesita, la niñita de trenzas el corazón de papá la muñequita de ojos oscuros.
Alberto era uno entre los “nosotros”, uno en el montón que iba a la escuela, uno entre los que ordeñaban las vacas en la madrugada de escarcha. Uno de los Pereyra era Alberto, el tercero. Y así se llamaba él mismo, el tercero de los Pereyra, y no hacía falta más para situarse en el mundo en esas épocas, cuando proporcionarse una genealogía y una justificación era decir “soy el tercero de los Pereyra”, y agregar si venía al caso “y vivo allá a tres kilómetros al oeste de la forrajería”, dedito apuntando a la casa llena de camas, la casa de la cocina generosa y el jardín de mamá y los árboles de cítricos que atraían las comadrejas.
Alberto fue el niño entre los niños, el hermanito confundido en el montón, el tercero. Uno de los que saltaban del armario para asustarla a la Susana, uno de los que le robaban a papá un cigarrillo negro para fumarlo allá en el montecito con asco y algún amigo. Uno de los que se alisaba el pelo para ir al baile los sábados, primero demasiado chiquito, después demasiado tímido. Pero siempre uno de los que iban, uno de los que hacían, uno más de la bandada de los Pereyra que celaba a la Susana con su vestido de falda peligrosa y tanto pretendiente en alpargatas.
El problema vino cuando Alberto no fue más un niño entre los niños, cuando los hermanos se fueron emparejando y fueron dejando la casa en yunta, fueron trayendo hijos que repetían los pelos chuzos y las sonrisas de antes, y hasta la Susana se fue a la ciudad a estudiar.
El tercero de los Pereyra fue deviniendo en el hijo de los Pereyra. El único que seguía allí en la casa, haciendo lo que podía con los animales y el campo, demasiado para uno solo ahora que el padre ya empezaba a mostrar el paso de los años en la espalda encorvada.
Vino la soledad y las maledicencias. De a poco lo fue persiguiendo la murmuración de la gente del pueblo, y una vez escuchó de lejos “el puto”. Era demasiado limpio, era demasiado amable, se supo que se planchaba las camisas, y alguno alguna vez había visto o había creído ver que miraba a algún muchacho en la despensa.
Alberto se ocupaba de sus padres. Los otros fueron haciendo su vida y haciendo hijos. El hombre triste les preparaba un asado cuando venían a la casa. Nadie le preguntaba nada para no incomodar, y él casi no hablaba. Para los Pereyra ahora ya no era el tercero, ahora era el tío. Solterón, agregaban a veces como si hiciera falta agregar algo.
No tuvo amor en ese tiempo largo. Sufrió en una época por un peón del otro campo, pero desde lejos y con la certeza de que sólo le estaba permitido hablarle del tiempo o la parición de las vacas. Hizo todo lo que la desesperación le impuso, buscar pretextos para acercarse, pasar como al descuido; todo lo que la necesidad le impuso hasta que la burla le congeló el alma. “Che, acá el Pereyra te busca”, risotadas. El calor y el color que le subieron a la cara lo dejaron para siempre del otro lado del alambrado.
Alguna vez fue a la ciudad e incurrió en besos culpables, se sentía sucio, feo, torpe, extraño, ignorante. Quería que lo advirtieran pero se moría de miedo de que lo mirasen con desdén. Algún encuentro le dejó tema para pensar en su cama solitaria en el campo. Y para llorar, sobre todo, y para anhelar, más que nada.
Primero murió el padre, una noche de agosto en que hacía tanto frío que la costura de los pantalones, congelada, desollaba los muslos. Unos años después, la madre.
Entonces se volvieron a juntar todos los hermanos y había que vender para repartir.
Alberto tenía cuarenta años, su ropa cabía en un bolsito junto con las fotos y el peine. Susana le ofreció quedarse en su casa por un tiempo, pero en la habitación de los chicos mucho lugar no hay, un tiempito nomás y me los mirás mientras nosotros trabajamos. Podés usar tu parte de la herencia para hacerte una piecita en el fondo, también. Niñera gratis, empleado, cocinero. Tío solterón. El tercero de los Pereyra, alguien sin definición ni puesto propio, una extensión estéril de la familia. Alguien que se utiliza y sirve y después se presta a otro o se deja en un rincón para que se vaya apagando.
Y casi cae Alberto. Casi dice que si y vuelve a vivir de prestado. A punto estuvo, y la sorpresa fue cuando iba a decir si y dijo no. Él mismo se aturdió de pura sorpresa y puro miedo y mucha ilusión que le saltó desde el estómago y le llegó a los ojos alelados. Duro del miedo dijo que no y se fue con el bolso y la raya al costado, prolija, y el saco de botones grandes, y los zapatos de pasear por el pueblo.
La billetera en el bolsillo trasero del pantalón, una revista, las caras de los padres en un álbum de cuero. Unos dibujos de los sobrinos con el agujero de haber estado pinchados en el ropero.
Se tomó el tren y se fue a la ciudad, pero a la grande. A la de veras, a esa ciudad de rascacielos y tiendas y teatros, la ciudad de la noche iluminada donde uno no es ni el tercero de los Pereyra ni el tío solterón. La ciudad donde uno no es nadie, puede ser todo, donde la sombra no es fiel.
Se podría pensar que no podría contra la vorágine, las multitudes, el inabarcable trabajo de buscar medio de vida y habitación. Pero él había podido abandonar la casa, el pueblo, y ahora que estaba solo tenía el temible abismo y la maravillosa libertad. Nada que perder.
Hizo lo que sabía hacer, se hizo cuidador de ancianos. Las manos morenas de venas en relieve lavaron brazos lechosos y pusieron cucharas en bocas desdentadas. Comenzó, de a poco, a ser feliz.
Y lo conoció a Mario. Enfermero.
Al principio no creyó que fuera cierto que uno de veras pudiese amar y ser amado. No a los cuarenta y uno, no sin experiencia, no con los pelos canosos y el hablar lento de campesino.
Él, que era el tío solterón, el tercero de los Pereyra, ahora es Alberto. Y Alberto y Mario son esos que cada noche se abrazan un instante que dura entre dos segundos y una década, maravillados por ellos mismos, escandalosamente acostumbrados a la placidez del amor.
Ahora Alberto Pereyra es Alberto.
*de Mónica Russomanno. russomannomonica(arroba)hotmail.com
SITUACIÓN...*
Nos dejaron afuera
De tocar tierra...
Quieren que nos quedemos
Sólo mirando...
Y hablando de los otros
Como si fueran
Pasto para los ocios,
Asunto ajeno,
Al lado...
Nos achicaron y
Nos empobrecieron...
Quieren que lo aceptemos
Como destino...
Pero ya fracasaron,
Porque
No quiero...
Y sé que Vos tampoco...
Y me sonrío....
*de Horacio C. Rossi. terrazio(arroba)ciudad.com.ar
LA CAPILLITA SOLITARIA*
La antigua ruta once, el camino real para nosotros, era ancha, arenosa, polvorienta, y desde nuestro pueblo hacia el norte, habitualmente desolada, casi desierta; haciendo lucir desolado todo lo que lo circundaba. Los arbustos, enredaderas, y pastos de los costados; se veían sucios, cubiertos por el polvo que se levantaba del camino, más por los vientos, que por el escaso tránsito de aquellos tiempos. Muy pocas casas se animaban a asentarse a su vera, sólo algún “boliche” o paraje, muy lejano uno de otro. Las casas de los colonos eran espaciadas, y se presentaban bastante alejadas de la ruta.
En la mitad del siglo veinte éramos niños, y solíamos acompañar a mi padre, en sus cortos viajes, con el traqueteante y pequeño transporte de fletes varios. Solíamos visitar colonos, llevando moderadas cargas de mercaderías, o de insumos, trayendo parte de sus cosechas, especialmente hortalizas y otros productos, que se comercializaban bien en el pueblo.
A un par de kilómetros de las últimas casas, donde un abandonado camino vecinal formaba la esquina de un pequeño lote de campo, yermo y de breves pastos amarillentos, alejado de todo vestigio de vida: se levantaba solitaria una pequeña capillita ornamental, que se erguía, no más alta que una persona, sobre una delgada columnata retorcida, de aspecto neo gótico, símil mármol, y consagrada seguramente a una deidad religiosa, alguna virgen. Nadie sabía qué conmemoraba, ni en honor a quién se había erigido, y sobre todo por qué precisamente allí, alejada de todo.
El tema es que verla siempre tan sola, causaba una sensación incómoda, revestida con algo de inexplicable temor, y nuestra imaginación infantil, nos proponía absurdas relaciones con alguna leyenda, de hechos o personas que desconocíamos; máxime que más de una vez hemos visto, a algún acompañante circunstancial de la zona, persignarse respetuosamente cada vez que pasábamos por el lugar.
Nunca pasé indiferente, ni lo hubiera hecho sin advertirlo; siempre ese resquemor, ese recelo. Y no sólo yo, en casa se contaban cosas curiosas que habían ocurrido, a quienes de noche pasaban por allí, y no guardaron tal vez el debido respeto; aunque no es que lo creyeran del todo, siempre aparecían esos temas en charlas de sobremesa, como algo gracioso, folklórico.
Recuerdo que una noche nublada y muy obscura, nuestro pequeño camión quedó sin nafta, y se detuvo, precisamente enfrente; aunque no podíamos verla, sabíamos nuestra posición, porque ubicábamos las primeras y espaciadas luces del pueblo. No podría decir que me daba miedo, estaba al lado de mi hermano mayor, que si bien todavía era un niño, era una compañía enorme para mí, y además estaba papá, que fue quién se bajó y midió con una pequeña regla, cuanta nafta tendría el tanque. Pero varias veces me descubrí escudriñando en la negrura, a ver si veía la silueta de la capillita, y a veces miraba fijamente. por si alguna cosa extraña se moviera cerca…
Un jinete se acercaba al trote.
Lo escuchábamos desde una buena distancia. Papá le habló cuando estuvo junto a nosotros, aunque ni remotamente lo conociera. Le dio un billete y una damajuana de vidrio, pidiéndole que le consiguiera algo de nafta en un almacén, que estaba sobre la ruta, hacia el norte. El jinete apareció tras un largo rato, con la damajuana a medio llenar, suficiente para llegar a casa. Generoso y honesto el criollo. Luego no sé bien qué pasó. Papá le pasó un billete de poco valor como propina, agradeciéndole “la gauchada”; pero el hombre se indignó, se enojó, y lo expresó a toda voz, y era que consideró escaso el pago por el servicio.
Mi hermano y yo nos decepcionamos, ya que en principio entendimos que era un gesto generoso, y no aceptaría pago alguno por el auxilio; pero no, el hombre entendió que era una changa, y le habían pagado poco…
Todo esto sumado hizo que nuestra avería requiriera bastante tiempo en el lugar, que para mí era apremiante. Me avergonzaba sentir el miedo o resquemor que estaba sintiendo, y por momentos tenía un cosquilleo y escalofríos, hasta que volvía a serenarme viendo que ya nos íbamos y dejábamos atrás aquel oscuro y desolado sitio. Alejándonos, y sintiéndome algo más seguro me animé a voltearme y mirar casi hipnotizado hacia atrás, esperando ver, vaya a saber qué misteriosa aparición.
Tengo en mi memoria ese percance, y aquella noche tan cerrada; donde tuve omnipresente la inquietante cercanía de la misteriosa capillita…
Y esto del halo singular y casi exótico, que emanaba el pequeño santuario, estaba bastante difundido, y amalgamado a una profunda cultura religiosa, que a su vez, de un modo curioso, se ligaba también a un abanico de supersticiones y temores. Era evidente, al menos entre nuestros conocidos y parientes; aunque nadie habría querido reconocerlo, y sólo surgía si se involucraban, como pasó con un primo mayor nuestro, que estaba viviendo temporalmente con nosotros…
Era todavía soltero, así que estaba en la etapa de conocer posibles candidatas casaderas.
Acostumbraban en la zona rural de aquel entonces, acceder a encuentros de muchachos y muchachas, en las fiestas familiares, o en los bailes de colonia, fiestas religiosas o cívicas, y tantos eventos domingueros o casuales. Pero sobre todo de un modo muy recurrido en la zona: las visitas domiciliarias; donde solos, o en compañía de un amigo, o a veces dos, el pretendiente llegaba un sábado por la noche, “a tomar mate”… directamente y sin invitación alguna, a una casa elegida, donde hubiera chicas casaderas;
El juego era ir “tanteando”, a ver cómo eran “recibidos”; y no excluía que también visitaran otras casas, a veces esa misma noche, hurgando en un itinerario de selección, que concluía sólo cuando se formalizaba un compromiso, Esto podía ser una búsqueda de meses o de años, tornándose en algunos casos crónica, y como todo, ir devaluándose con el tiempo, siendo recibidos lógicamente, cada vez con menos expectativas.
No sólo los sábados, también las vísperas de fiestas, donde la otra parte también esperaba con impaciencia, qué podría depararle aquellos encuentros; que por otra parte no siempre eran tan fortuitos, a veces, ya tenían previamente alguna mirada complaciente, como un guiño, o un convite concertado.
Mi primo pertenecía a éstos últimos, visitantes “tomadores de mates”…
Un jueves por la noche, víspera del sagrado viernes santo, en que no podía realizarse ninguna actividad que no fuera de recogimiento, o adoración a Dios y a Cristo crucificado. Mamá no hubiera querido, que ninguno de nosotros saliera de casa esa noche.
-Mirá que tenés que estar de vuelta antes de las doce. No te entretengas. Acordate que pasada la medianoche ya va a ser Viernes Santo…-
-Si tía, quédese tranquila.- dijo mi primo, guiñándonos un ojo a sus espaldas, cancheramente…
Y con esa promesa, mi primo subió a su bicicleta, y partió a su visita romántica, a una legua al norte. Cuando decidió volver vio que ya eran más de las doce; y aunque nada tomaba en serio, se sintió profundamente sólo al volver por la ruta, en una noche alumbrada fantasmagóricamente por la luna llena.
A la mañana siguiente, tartamudeaba, todavía desencajado al contar, lo que él juraba que le había pasado:
Precisamente al llegar a la capillita, vio de reojo como de la misma salía un pequeño perro negro, mostrando una ferocidad rabiosa, y ladrándole furiosamente, arremetía decidido a morderle la pierna. Trató de pedalear más fuerte, pero el camino arenoso le frenaba las ruedas, y el perro lo atacaba más y más fieramente. Comenzó a defenderse arrojándole patadas, pero cada vez que le acertaba una, el perro crecía, y se hacía cada vez más grande y más aguerrido; y en un momento se había convertido en un perrazo enorme que no le daba tregua…
Se acordó entonces de rezar desesperadamente, mientras se concentraba en pedalear, y poco a poco se fue distanciando; del descomunal y fiero animal en que se había convertido, salvándose según él, por muy poco de sus filosos colmillos…
Todos trataron de hacerlo entender, que el perro habrá sido nada más que un perro, y que el miedo hizo el resto…
Pero a él nadie le hizo cambiar nunca, lo que aseguraba haber vivido.
Y muchos de nosotros entonces, sin querer, sentimos un escalofrío….
Y yo, lo vuelvo a sentir cada vez que me acuerdo.
*de Celso H. Agretti. celsoagr(arroba)arnet. com.ar
Avellaneda, Provincia de Santa Fe
PERFUMADA NOCHE*
( A mi tía Haydée, para que nunca se muera )
La vida de un hombre es un miserable borrador, un puñadito de tristezas que cabe en unas cuantas líneas. Pero a veces, así como hay años enteros de una larga y espesa oscuridad, un minuto de la vida de ese hombre es una luz deslumbrante. El señor Pelice tuvo ese minuto y esa luz. Pocos lo recuerdan en este pueblo. Algunos, los más concisos, piensan que murió realmente de vejeces. La muerte es según, como la vida. Es otra vida, justo, otra forma de consistir, no un per saecula definitivo, nada absoluto, ninguna cosa extravagante porque también es de ser, aunque en artículo mortis. De modo que el señor Pelice sigue siendo todavía. La muerte, ya que viene al caso, es suceso chiquito, desdibujo, entreluces. Este pueblo no fue así desde el comienzo, como uno imagina. En su momento fue pueblo niño. Antes no estaba el molino de Rodríguez ni la fábrica de fideos de Basile era como es ahora con un alto letrero encendido en la punta, sino de madera bien seca y engrasada, es decir, lista para encenderse en cualquier momento como finalmente sucedió bien solemne y entonces, después, sobre las cenizas vino esta otra, de fuerte cemento y letrero penachudo, ni estaba siquiera esta estatua de San Martín que cabalga sereno entre las copas de los árboles, ni el blanco palacio de la Municipalidad tan gobernante, ni aun la avenida Alsina de cemento liso embanderada de letreros a los costados. Esto es, hay otro pueblo por debajo de éste, y otro y otro más con tapialitos amarillos de sol y callecitas de tierra. Y por una de esas callecitas ahí viene el señor Pelice con sus botines de becerro, su traje de gabardina negra y su panamá copudo, a los pasitos, muy de cuerpo presente. Viene. Y ése fue el minuto y la luz del señor Pelice. Porque no va que ve por primera vez a la señorita Haydée Lombardi en la puerta de su casa, en la calle Saavedra, al lado de la confitería "Renacimiento", que está en la esquina de Pueyrredón y Saavedra, aquella opulenta casa con un tejado a la Mansard con espiga, tragaluces, cresta, veleta, buharda y chimenea, que se ennegrecía al atardecer y boyaba como un barco en el alto cielo y ella allí, en la puerta, para siempre desde ahora, blanca y frágil y perfumada, figurín, Haydée Lombardi, para sueño y música. Al señor Pelice le hizo un ruido el corazón y la amó desde ese mismo momento. Jamás cruzaron palabra pero él desde entonces se quitaba puntualmente el panamá frente a aquella puerta a las seis de la tarde en invierno y a las ocho en verano, y ella inclinaba apenas la cabeza y casi sonreía. Para el señor Pelice fue el momento más brillante de su vida lo cual es bastante textual porque, como se sabe, el señor Pelice era el cohetero más reputado de la zona. ¿Quién no recuerda, eso sí, las cascadas, abanicos, glorias y soles fijos que hacía estallar para la fiesta de San Donato, por ejemplo, aparte de las consonantes bombas de estruendo que reventaba en procesiones y remates y que se oían hasta Irala o Cucha-Cucha, según soplase el viento, y era el propio mundo que saltaba en pedazos? Aquel año del encuentro engendró para la fiesta de San Isidro Labrador, de este pueblo protector, sus famosas piezas pírricas de formidable combustión. Las piezas pírricas mediante fuegos fijos, esto es, que hacen su efecto sin dar vueltas, según se conocían hasta entonces, eran fáciles de prender mediante el simple recurso de mechas de comunicación. El maestro Pelice, en cambio, que era un verdadero artista creativo, prosiguiendo y mejorando los fogosos estudios del maestro Ruggieri, perfeccionó in extenso los fuegos pírricos alternando piezas fijas con piezas giratorias, lo cual es de suma perfección si se tiene en cuenta que el movimiento de rotación se opone per se a que se establezca la comunicación entre las piezas. El sutil rebusque se basaba en una fuerte broca colocada horizontalmente sobre un sólido poste de madera y que servía de eje a todas las piezas, de las más simples a las más complicadas, combinando en ajustada competencia de ingenio soles fijos, estrellas, glorias, patas de ganso, aspas de molino y las maravillosas espuelas de fuego de su exclusiva invención. Inspirado por la alada figura de la señorita Haydée, el señor Pelice llegó incluso a fabricar aquella atronadora pieza en espiral, compuesta de fuegos giratorios y de una hilera de lanzas que sube circularmente y forman, cuando la pieza gira, una espiral de fuego, de enorme pasmo y majestuoso incendio, que disparó para la noche del 9 de julio de 1935. Esa misma noche, en la casita que habitaba en las afueras del pueblo sobre el camino de tierra a las Aguas Corrientes, después de encender cuantas velas y lámparas tenía y distribuirlas por toda la casa y aun en el jardín, el señor Pelice se estableció frente a su escritorio de persiana y tras suspirar largamente mientras se rascaba la cabeza con una lapicera de pluma de pavo escribió con su hermosa letra bastarda de curvas rotundas y el sesgo conexivo de 30º, como se prescribe, la misma con la que copiaba las fórmulas del maestro julio Rossignon, autor del Nuevo Manual del Cohetero y Polvorista editado por la librería de la Vda. de Ch. Bouret, su primera carta a la señorita Haydée, inspirada libremente en el Corresponsal del Amor, Estilo Moderno de Cartas Emotivas y Pasionales. Como, según las apariencias, sobrepasaba en varios años a la señorita le pareció atinente utilizar como modelo la carta de un viudo pidiendo relaciones a una soltera, aunque él, con propiedad, no fuese viudo de mujer sino más bien viudo de costumbre.
Releyó un par de veces la carta a la luz de la lámpara de aceite de tubo alto y luz espesa, que era su preferida y que cuando se adormecía lo despertaba con breves y susurrantes chisporroteos de la mecha, como si chamuyara. La plegó con cuidado, la besó ladeando sus bigotes de manubrio y la metió en un sobre perfumado. A esta carta nocturna siguieron otras muchas, puntualmente una por semana, pero el señor Pelice no llegó a despachar ninguna. Prefería rellenar con ellas las bombas de estruendo, que ahora sonaban un poco más apagadas o huecas, aunque sólo él lo notase, y desparramarlas en mil pedacitos sobre los techos del pueblo. Algunos de esos pedacitos cayeron en el patio de canteros elevados de la casa de la señorita Haydée Lombardi, aunque lamentablemente el día de la carrera de las Doce a Bragado, cuando disparó una bomba para la largada, un papel chamuscadoque decía "Mi adorada Haydée" cayó con tan mala leche que fue a dar en el patio de la señora Haydée Bonsignore y más precisamente casi a los pies del señor Bonsignore, que tenía la sangre caliente, y se armó una podrida de calendario.
El señor Pelice seguía transcurriendo exacto, puntual todas las tardes por frente a la casa de la calle Saavedra y allí estaba siempre la señorita de visu, cada día más blanca y leve, casi transparente.
La señorita Haydée Lombardi murió de tabardillo el 8 de mayo de 1946. El señor Pelice redactó esa noche la única carta que en todos esos años remitió por correo. "Mi estimada señorita: en momentos tan especiales deseo expresarle a usted mi invariable afecto y la seguridad de mi perdurable compañia en esa otra vida de tránsito que ha iniciado usted y que me impongo yo en este mismo momento. Su leal servidor P." El señor Pelice echó la carta al día siguiente y no volvió a salir de la casa por el resto de sus días. Solamente lo hacía cada 8 de mes, por la tardecita, para depositar un sobre perfumado en el nicho de la señorita que luego se llevaba el viento o algún curioso o bien lo chamuscaba y descoloría el tiempo. Coincidió que para entonces los festejos de estruendo fueron cayendo en desuso y se convocaba a remate por edicto judicial. Al tiempo, los vecinos lo dieron por muerto o simplemente lo olvidaron. Ya estaba el asfalto, se habían construido varios molinos, el Expreso Rojas llegaba hasta Buenos Aires y sobre el pueblo de tapiales amarillos había surgido otro pueblo. La casa de la calle Saavedra se convirtió en un local de compra y venta de propiedades.
A todo esto el señor Pelice envejecía suavemente detrás del último tapial como un fuego que se apaga con lentitud. Al caer la noche encendía todas las velas y las lámparas y daba de comer a unos pececitos de colores que criaba en un acuario y que eran su única y silenciosa compañía. Tenía una colisa labiosa, dos ángeles que parecían dos pajaritos rígidos, un betta splendens, un labeo bicolor, un telescopio renegrido de ojos saltones que semejaba un gato, una ninfa, un cometa y dos besadores chatos y blancos que colgaban del agua como dos papelitos. La luz del atardecer penetraba por la puerta-ventana que daba al jardín y revestía el cuarto de una claridad dorada que encendía pálidamente la pecera. Los pececitos flotaban en el agua dorada como suaves pájaros de lento vuelo, desplazándose majestuosamente entre las ramitas de elodea o de helecho japonés. El señor Pelice inclinaba su cabeza encanecida sobre los vidrios y sus pensamientos se desplazaban tan lentos y suaves como aquellos pececitos ánimas. Detrás del tapial amarillo que con las sombras se cubría de caracoles, el señor Pelice se hinchaba y arrugaba un poco más cada año. Ahora podía salir y pasar entre los vecinos sin ser reconocido. El pueblo seguía progresivo, casi capital. Altas luces de mercurio alumbraban las calles avenidas, el asfalto había llegado hasta la calle Magallanes, en las afueras, había dos semáforos en el centro que saltaban bonitamente del verde al rojo y a la viceversa y de los que don Pelice no entendió muy bien su significancia, aunque imaginó que eran tramoyas de estación. La iglesia de San Isidro, tan altiva, tan de lejos visible apuntando al cielo entre los árboles sobre los buenos campos, había sido vaciada por dentro, ya no consistía aquel brillante altar con columnas al pan de oro y la santa imagen, muy carnal de su contexto, de Santa María bendita, todo color y vestes y brillos y ojos de vidrio y el niño desnudo, barrigoncito, sino que ahora era una especie de agudo galpón blanqueado, con una mesada en alto. Quedan de los otros tiempos, y por allí la reconoció, los grandes ventanales con vidrios a franjas blancas y violáceas que según la disposición del sol azulaban a cierta hora el aire, las gentes, las imágenes de bulto, en cuya luz vio una mañana sobreandar, flotante, a la señorita Haydée con un tul que le velaba el rostro y de cuyos entrepaños florecían ambas manos como de cera. Nada de eso prevalecía ya. El mismo no era el Pelice de entonces pues nadie se volvió a reconocerlo cuando avanzó por el medio de la nave con el panamá en la mano haciendo crujir los resecos botines de becerro. De regreso pasó por la calle Saavedra y hundidaentre dos vidrieras que resplandecían descubrió trabajosamente la negra silueta de la casa con un afrentoso letrero sobre la puerta. Haciendo visera con la mano, sus ojos repasaron el imbatible tejado a la Mansard que se recortaba contra el resplandor de las luces de mercurio. Esa noche escribió una larga carta a la señorita Haydée dándole cuenta de los adelantos habidos y de las altas y frías luces que hubiesen quitado brillo aun a las cascadas de cuatro brazos, de once metros de alto con 20, 16, 12 y 8 cartuchos detonantes respectivamente más otros 4 en el extremo superior del palo que construyó para el sesquicentenario y que fue su más colosal de facto.
Ahora es noviembre. En la profunda noche perfumada al señor Pelice, ya decididamente viejo y por lo tanto insomne, le cuesta una barbaridad conciliar el sueño. Casi no duerme. Se aquieta sobre el catre y hacia el amanecer se adormece un poco. En esas largas horas divaga por el jardín con la lámpara de aceite en la mano o se echa en una mecedora e impulsada por el aire dulzón que despide el ligustro humedecido por el rocío, su cabeza se vuela como un globo o una pajarita de papel que planea sobre el viejo pueblo con los tapialitos amarillos y las calles de tierra y tanta cosa que se desapareció u ocultó, no visible a prima facie, que eso es la muerte, olvido, oscuridades, suma y suma, tiempo y tiempo, distancia inmóvil.
En la madrugada acercó la lámpara a la pecera y comprobó ya sin dolor que el pez telescopio, ese lento pajarito renegrido que lo observaba con sus grandes ojos saltones a través del cristal y con el que casi había llegado a entenderse, de un mundo a otro, pez-hombre, pez-pez, flotaba inerte en uno de los rincones. Al principio, cuando instaló la pecera, eran doce movedizos pececitos pero, iletrado en aguas, el exceso de comida o alteraciones en la temperatura o defectos en la aireación y filtración redujeron el lote rápidamente. La primera muerte fue una catástrofe. El señor Pelice extrajo el cuerpecito finado, una vez que comprobó en forma absoluta que no se movía ni aun empujándolo con un dedo, con la redecilla de tul y lo depositó sobre una hoja de hortensia en el medio del escritorio y lo veló algunas horas con la lámpara de aceite. Con una cuchara cavó un hoyo al pie de una magnolia foscata y enterró allí al pececito. No se había aún recuperado de aquella sensible pérdida cuando murió un macropodus opercularis que comenzó boqueando en la superficie y luego se acurrucó en un rincón con el vientre hinchado. Lo sepultó al pie del ciruelo de jardín de aladas hojas marrones. Así fueron muriendo uno tras otro y el viejo enterrándolos al pie de esta planta, aquella. Al telescopio lo plantó junto a su arbolito más querido, un jazmin japonés de flores carnosas que reventaban justamente para fines de noviembre y se removían en la noche como avecitas blancas bombeando intensas ondas perfumadas que traspasaban la oscuridad hasta el catre o la mecedora del señor Pelice, que ya prácticamente no duerme. A ratos lee, a ratos escribe pero sobre todo piensa. Eso es la vejez seguramente, una desvelada memoria. Por lo general reconstruye el pueblo desde su infancia mezclando o, mejor dicho, combinando los tiempos, las personas. Desfilan contra un mismo tapial o por la penumbra amarilla del cuarto el padre Doglia, previniéndolo en cocoliche sobre las tentaciones de este mundo mientras se pone y se quita el bonete francés, nervioso con la presencia del demonio a quien imagina una especie de comisario de la provincia con el uniforme colorado, el viejo Ponce, que habla solo, Bimbo Marsiletti que agita los brazos frente a una banda invisible, Oreste Provenzano que levanta una ristra de billetes de lotería o los tanos Minervino, Visiconti y Ciminelli que pasan tocando la gaita en fila india igual que en la procesión de la Virgen del Carmen.
Desde que se marchó la señorita Haydée ha tomado por costumbre colgar un farol de viento en medio del jardín. El viento lo agita y remueve las densas sombras que cambian pesadamente de lugar. Su luz anaranjada semeja la lechosa claridad de la pecera. Y en esa luz submarina ve brotar en la punta de una ramita al macropodus opercularis o a labeo bicolor o al scatophagus argus o a los puntius arulius que murieron a dúo. Se agitan como flores o pajaritos o caireles, casi transparentes, muy navegantes. Esta noche de noviembre florecerá sin duda el telescopio, pez pajarito de negros velos, en la cresta del jazmín japonés.
El 8 de diciembre, día de la Inmaculada, el señor Pelice escuchó desde el catre el volteo de las campanas que convocaban a la misa solemne de primera comunión con la lámpara de aceite todavía encendida a un lado, sobre la silla. Pensó en la virgen de cemento que erigieron las Hijas de María en el atrio de la iglesia y que viera la última vez con el rostro y las manos de color carne y las hileras de chicos con brazaletes y túnicas que atravesaban la plaza y estarían ingresando en este mismo momento por la puerta puntiaguda a través de la cual se alcanzaba a ver el altar colmado de luces. Pero su hinchado cuerpo no obedeció al impulso. Tenía los brazos adormecidos y las piernas envaradas. Recién a la tardecita, arrastrándose por el piso, pudo dar de comer a los pececitos. Angelita Alori, que venía dos veces por semana a asear la casa, lo encontró al día siguiente tumbado en el piso de ladrillos y lo acomodó en el catre para finales. Como por otro item padecía el mal de orina, Angelita le preparó un cocido a base de raíz de rábano con una mata de perejil y un puñado de hojas de berro, endulzando el conjunto con azúcar de cande. Se abreva una copa para extraer la orina y los humores que vienen de acompañamiento, aconsejándose un Pater para refuerzo. El señor Pelice mejoró de la orina pero total que era casi lo mismo pues no podía transportarse para expulsarla, debiendo ayudar al efecto la Angelita con la vista vuelta hacia otra parte. El 8 de enero puntual, el señor Pelice emprendió su tránsito con el traje de gabardina, el sombrero panamá y los botines de becerro a la hora justa en que los pececitos se brotaban en las ramas. Según la Angelita, que depuso para constancia, hizo una buena muerte, al natural, y fue enterrado de oficio, sin luto ni comparsa, en la mera tierra.
Ahora bien, y a propósito del señor Pelice que pasó, pregunto: ¿cuál es, cuál el verdadero pueblo de la ciudad de Chacabuco, cuál rige? Este de ahora encumbrado en adelantos o aquel otro de los tapialcitos amarillos y las calles de tierra, cuando el camión de riego asentaba el polvo al atardecer y todo era más viejo y simple pero más dulce, y bastaba con estirar el cogote para ver al fondo de la calle las primeras quintas y que por la calle Saavedra en este momento se acerca gravemente el señor Pelice, se detiene frente a la casa de los Lombardi, ya medio en sombras, se quita el panamá y saluda a la señorita Haydée que dice por primera vez con su voz de pajarito:
-¿Habrá calor este año, no cree usted?
-El sol está fuerte para noviembre -responde per oblicua el señor Pelice.
-¡Hermoso atardecer!
-Sopla algo de viento, por suerte.
-¿Hacia dónde va usted tan incontinenti?
-Al prado -improvisa temerario el señor Pelice.
-Muy buena idea. ¡Me gustaría mucho ir hasta ahí! -canturrea la señorita.
El señor Pelice le ofrece el brazo y la señorita Haydée con una risita se aparta de la puerta y enlaza el brazo del maestro cohetero. Las dos figuras se alejan entre tapiales amarillos y penachos de sombras rumbo al Prado Español mientras sobre el pueblo desciende la perfumada noche.
*de Haroldo Conti.
-LA BALADA DEL ALAMO CAROLINA -tomoI- Biblioteca Página/12 nº20.
Remolino*
Después de dieciséis horas de vuelo, dos trenes, un transbordador, el viajero regresa al pueblo donde nació y del que se fue siendo chico. Se instala en un hotel que en un tiempo fue un convento y de inmediato sale a recorrer. Camina lo que queda de ese día, camina al día siguiente. Pasa por la que había sido su casa, por la escuela, por la cancha de fútbol, por el cementerio. Cruza los puentes sobre los dos ríos que bordean el pueblo, busca sin encontrarla la represa donde iba a nadar. Demasiadas cosas cambiaron, modificadas por la intervención de los hombres o por las traiciones de la memoria. Y aun aquellas que se conservan tal como las había fijado el recuerdo ya no le pertenecen. El viajero camina sin parar, desilusionado y extranjero. En algún momento se pregunta si todavía estará cierto patio empedrado, detrás de una pequeña iglesia, bajando hacia el lago. Ahí se reunía a jugar con los amigos después de la escuela. De ese patio, vaya a saber por qué, conservó la imagen de un ángulo formado por las paredes de dos casas, donde el viento se arremolinaba y arrastraba hojas secas, briznas de pasto, papeles. Recuerda en especial -otra curiosa selección de la memoria- los envoltorios de caramelos. En la mañana del tercer día se mete en una callecita en sombra que viborea entre construcciones antiguas, pasa bajo una arcada y ahí está, frente a él, el patio. Acá no advierte grandes cambios. Sólo le parece que las paredes estan más negras y que las puertas y las ventanas alrededor variaron de tamaño. Avanza unos pasos cautelosos y entonces lo ve. En el rincón perdura el remolino. El viento arrastra hojas secas y papeles igual que antes. Después de haber deambulado por el pueblo sin encontrar nada que le permitiera identificarse, nada para abrazar, nada para poder decir "esto es mío, esto soy yo", el viajero acaba de oír una voz familiar llamarlo por su nombre. Cierra los ojos para escucharla mejor, para que no se le pierda. Se abandona. Entonces piensa que desde el momento de su partida, la voz estuvo ahí, viva en el remolino, invocándolo, reiterando día tras día el conjuro para el regreso. Piensa que la voz perduró alimentada por un elemento tan inasible como el viento, se mantuvo gracias a la persistencia y a una forma de fidelidad del viento. Y el reclamo sin duda llegaba hasta él, en su ciudad del otro lado del océano, porque ésa, la del patio empedrado, era una de las imágenes que volvían a la hora de recordar. Al viajero le gusta creer eso. Y permanece parado de cara al rincón, viendo desfilar su vida. Su vida transcurrida en otras partes del mundo, sometida a leyes de otros vientos. Aunque ahora le parece saber que, anduviera por donde anduviere, siempre estuvo mirándose en ese espejo, atento a la voz del remolino inicial, intentando mantener vivas también él, en las pérdidas y en las turbulencias de sus años, tantas diminutas cosas desechadas.
*de Antonio Dal Masetto.
"El padre y otras historias". Editorial Sudamericana. Buenos Aires. 2002.
*
Queridas amigas, queridos amigos:
El domingo 11 de noviembre del 2007 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del compositor mexicano Salvador Torre. Las poesías que leeremos pertenecen a Cristina Pizarro (Argentina) y la música de fondo será de Bandolas de Venezuela. ¡Les deseamos una feliz audición!
ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!
REPETICIÓN: ¡La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!
Cordial saludo!
YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com
Schießstattstr. 44 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel. + Fax: 0043 662 825067
Correo:
1ras JORNADAS DE PEQUEÑAS LOCALIDADES SOBRE TERRITORIO, HISTORIA Y FERROCARRILES.
PATRICIOS
(Partido de 9 de Julio. Pcia. de Buenos Aires)
Fecha 23 y 24 de noviembre de 2007.
Fundamentos:
Las primeras jornadas de pequeñas localidades sobre territorio, historia y ferrocarriles; se enmarcan en un proceso de acciones que intentan misturar aspectos sociales endógenos, actores y referentes sociales, población y territorio. Las jornadas nacen de la discusión social local que plantea al desarrollo de las "pequeñas localidades" como motor de la acción colectiva a nivel local.
Las transformaciones de las pequeñas localidades (entendidas éstas como localidades no cabeceras de partido) se deben a factores múltiples y se entrecruzan con la historia del territorio, la coyuntura socioeconómica, el patrimonio retenido y perdido, y el proyecto local de un territorio; a la vez nuevo y articulado a un pasado muy denso y rico.
El ferrocarril es para muchas de estas pequeñas localidades un factor patrimonial que excede lo funcional y se implanta en lo simbólico desde diferentes aristas de enfoque (acción sindical, memoria, territorio, función, expresiones artísticas). En particular la estación de ferrocarril es un lugar de centralidad y de fuerte simbolismo tanto en el espacio físico y social de las localidades como en los lazos con el pasado y con el "exterior" de éstas.
Las jornadas apuntan a un objetivo renovado e integrador: popularizar el trabajo académico, al tiempo que se plantea academizar lo popular. Populares y académicas, estas jornadas intentan dar un salto en las barreras de los campos de conocimiento y de acción empírica. Se intenta dar un paso adelante
en la integración de ideas y proyectos, de sueños e hipótesis, de manifestaciones sociales y métodos científicos, de pasión y razón.
Las jornadas se insertan en un nuevo proceso de reterritorialización y reorganización en el interior bonaerense. Así, las Ley 13.251 de promoción de pequeñas localidades; la acción de la empresa ferroviaria bonaerense; el Programa Pueblos, el Plan Volver; Cambio Rural; Soberanía Alimentaria;
sindicatos, escuelas, juventudes locales, ONGs, asociaciones civiles, grupos de acción cultural, universidades y la población interesada; podrán intercalar opiniones y acciones. Oponerse, debatir y proponer. En definitiva, estas primeras jornadas representan un ensayo. El ensayo se resume en la posibilidad de interactuar institucionalmente de modo democrático, abriendo la libertad de actuación a los campos del conocimiento y de acción local, ensayando la inclusión y cooperación, en el marco de territorios que durante años fueron sesgados por políticas de exclusión social y territorial.
Antecedentes:
La iniciativa de estas jornadas surge en 2007 luego del X Congreso de los Pueblos de la Provincia de Buenos Aires realizado en Bahía Blanca. Entre los expositores nos encontramos con referentes sociales locales, académicos abocados a la investigación de problemas situados en pequeñas localidades y
actores de espacios sindicales y políticos interesados en la problemática del interior bonaerense oculto. Así, iniciamos las conversaciones con representantes Universidades, Municipios, Instituciones Educativas, Archivos, Museos, Sindicatos, Grupos Artísticos y ONGs. Como conclusión general, consideramos que resultaría interesante organizar unas jornadas que atiendan la discusión de las problemáticas de las pequeñas localidades, con sede en una pequeña localidad. De esta forma, Patricios, localidad de tradición ferroviaria ubicada en el partido de 9 de Julio, se presenta como ideal para el evento. Además de encontrarse en el centro geográfico y equidistante de la provincia; Patricios cuenta con experiencia en la organización de eventos tales como dos encuentros Nacionales de Teatro
Comunitario en 2004 y 2006; y AvecinArte 2005 y 2007.
Empecinados en generar un espacio de debate democrático, inclusivo y con alto grado de contenido, los organizadores confiamos en que el desarrollo de estas jornadas pueda abrir un espacio más para el desarrollo y ejecución de ideas que se plasmen en la mejora de la calidad de vida de nuestra población.
Organizan:
Grupo de Teatro Comunitario PATRICIOS UNIDO DE PIE - UNIENDO PUEBLO -
MUNICIPIO 9 DE JULIO - MUSEO 9 JULIO- COMUNIDAD DE PATRICIOS.
Comité Organizador
Fiorentino; Romina M.Diez Tetamanti, Juan M.Hayes, Mabel.Hayes, InésDomínguez, MiguelArosteguy, M. Alejandra. Cárdenas, C. Daniel Sutil, Jorge García, Mónica Carballeda, Alfredo Barberena, Mariano Moreno, Osvaldo González, MirtaVázquez, Pablo Ramírez, Ariel Emilia Rebottaro
Comité de Trabajo Académico y Social
Albaladejo, Christophe - INRA UNLP
García, Mónica - UNMDP
González, Mirta - UNMDP
Vázquez, Pablo, Museo Evita
Carballeda, Alfredo - UNLP
Barberena , Mariano - UNLP
Silva, Adrian - APDFA - UNT
Hayes, Inés - UNLP
Diez Tetamanti, Juan M. - UNMDP
Castro, Roberto - Museo 9 de Julio.
Hayes, Mabel - G. Teatro Patricios.
Arosteguy, Alejandra - G. Teatro Patricios
Fiorentino, Romina - UNMDP
Susana Ferraris - INTA
Damín, Nicolás - UBA
Emilia Rebottaro - G. Teatro Patricios
Ejes Temáticos
(Comisiones)
EJES TEMÁTICOS: COORDINADORES:
NARRATIVA Y MEMORIA FERROVIARIA Y PATRIMONIAL Romina Florentino (Arq.)
Nicolás Damín (Uba)
HISTORIA LOCAL Y REGIONAL Pablo Vázquez (Mus evita), Prof.Roberto Castro
(Mus Nueve de Julio)
TERRITORIO Y DESARROLLO LOCAL Tetamanti (Geo) Albaladejo (Geo)
PROYECTO SOCIAL POLÍTICAS E INTEGRACIÓN Barberena (Ts) Carballeda (Ts)
PROPUESTAS DE DESARROLLO Y PROPUESTAS INNOVADORAS D. Cárdenas (UP) Hayes
(PUP)
JUVENTUD RURAL Rebottaro (PUP)
TURISMO RURAL Sutil (UP)
Participantes
Podrán participar y exponer todos aquellos ciudadanos que se encuentren interesados en las problemáticas de las pequeñas localidades bonaerenes.
Actividades
Se programa una agenda con actividades que incluyen Ponencias, Simposios, Conferencias, Presentaciones de Teatro Comunitario, Salidas de Campo y Productos locales
1-Ponencias
Reunirán trabajos sobre temas vinculados al propósito de estas Jornadas dentro los ejes temáticos. Los trabajos deben ser inéditos y serán sometidos a evaluación por el Comité Académico y Social de las Jornadas. Las ponencias serán presentadas en forma oral. Se aceptarán presentaciones propuestas en formato de video - DVD - Power Point, etc.
*Se recomienda, para la presentación de trabajos, el empleo de un lenguaje sociabilizador. De este modo, se pretende abrir experiencias, investigaciones y estudios a una discusión democrática del conocimiento y la acción.
Especificaciones :
Los trabajos escritos no podrán exceder las 10 páginas de extensión, Hoja A4, Letra Arial 11, interlineado 1,5.- Todos los trabajos presentados independiente del formato, deberán acompañarse con un resumen de 300 palabras.
2- Comisiones
Las Comisiones agruparán una serie de ponencias sobre un tema en particular propuesto y coordinado por uno o dos coordinadores. Se programa realizar 8 comisiones.
3- Conferencias plenarias
Las conferencias plenarias estarán a cargo de referentes locales, actores sociales, investigadores, docentes, sindicalistas, funcionarios en la problemática de las pequeñas localidades y en las ciencias sociales.
CICLO DE CONFERENCIAS:
C. ALBALADEJO: sobre ruralidad y desarrollo local.
CARBALLEDA: sobre políticas sociales aplicadas en pequeñas localidades.
JUAN GHISIGLIERI: Historia oral en la PBA.
Osvaldo Bayer: sobre trabajo rural
VESCHI: sobre impacto de políticas ferroviarias en pequeñas localidades
ZUNGRI: sobre acciones concretas en pequeñas localidades experiencia de Bavio.
JUAN C. CENA: Reestructuraciones ferroviarias en la Argentina.
4- Presentaciones Teatrales.
Se presentarán dos obras de Teatro Comunitario. Las obras son resultantes de creaciones colectivas locales. La memoria colectiva social, sumado a un trabajo de organización de disparadores ejecutores locales, poseen en común el empleo del "arte como transformador social".
Obras a presentar:
"Nuestros Recuerdos" Grupo de Teatro Comunitario Patricios Unido de Pie. -Patricios-
"Romero y Juliera" Grupo de Teatro Comunitario "Los Cruzavías" -9 de Julio-
5- Salidas de Campo
Se contemplan salidas de campo locales. A Talleres de Estación Patricios; vivero ferrocarril provincial, museo ferroviario, etc.
Cronograma de presentación de resúmenes y ponencias completas
Resúmenes: hasta el 28 de septiembre de 2007
Trabajo completo: hasta el 19 octubre de 2007
Inscripción:
en conjunto con el envío de resúmenes, remitir la ficha de inscripción.
A: jornadaslocalidades@gmail.com
info@uniendopueblo.com.ar
Aranceles:
Disertantes que presenten trabajos: $10. (se abonará en la acreditación a las jornadas)
Asistentes: NO ARANCELADO.
ALOJAMIENTO:
· En la localidad de Patricios:
a) se cuenta con 45 plazas en el sistema Dormir y Desayunar en casa de familia (DyD). Costo de sistema DyD : $ 20 por persona. Para reservar comunicarse con: Mabel Moyano (02317) 49-9086.
b) Acampe: en sector Club Compañía. Costo: $ 5.- pesos p/p. Servicio de Baño, Quincho y Pileta de Natación.
c) En sectores múltiples. Necesidad de contar con bolsa de dormir y colchoneta. Costo: $ 5.-
· En la ciudad de 9 de Julio (ubicada a 20 kilómetros de Patricios),
a) se cuenta con 7 hoteles y capacidad para 550 personas. El costo del alojamiento es: Single: $36; Double: $63.
b) Se están tramitando otros sectores más económicos para pernoctar (escuelas y clubes)
MUY IMPORTANTE:
La Municipalidad de 9 de Julio, pondrá a disposición de las Jornadas un servicio de transporte gratuito entre 9 de Julio y Patricios.
COMO LLEGAR: Contactos e información
jornadaslocalidades@gmail.com
info@uniendopueblo.com.ar
Más información: www.uniendopueblo.com.ar
Tels: (011) 4957-3124. (011) 15-6866-6254. (0223) 15-528-5049. (02317) 423-935.
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