viernes, febrero 22, 2008

REBELDES, SOÑADORES Y FUGITIVOS...


REBELDES, SOÑADORES Y FUGITIVOS...







POEMAS DE Petra NAGENKÖGEL


QUÉ SOMOS NOSOTROS PARA LOS LUGARES*



1
Por la ventana una vista
hacia dos lados y en
línea directa un
arbusto de lilas una
floración en la zona

Aquí y allá nosotros
armados en distancia
y retrasado pesar
como cruzamos la frontera
en paso alternado y
acompasamos el espacio entre
dos roces
en el corte entre el
sí y el no

El ojo se me apura anticipadamente
a través de la ciudad en el
ángulo oblicuo de tu mano
cuando ella roza un monumento en la
floración de la zona y
aquí y allá una pared


2
Qué somos nosotros para los lugares
en los cuales no hemos amado

qué nos queda aquí
y que queda allá de nosotros
excepto la coloración de dos
idiomas encorvados
en avances sin tono
de la palabra sí
y de la palabra no

Quizás también nos queda aún
en línea directa
encorvarnos en nosotros mismos

en la sombra de
nuestro propio cuerpo retorcernos
hasta la piel





CAMINO DE HORMIGAS



Aquí. Los cosechados campos, agotados
antes del verano. Como se
tiran en la muerte con su
florecimiento. Aquí. El descenso del tiempo
en los muros de las casas, detrás
afiebrados colores de la lejanía. Y
jirones de idioma sin uso.
Aquí estamos echados. Decentados,
tensados entre las esquinas
del cielo. Descontamos de las horas
la muerte y contamos el tiempo
adentro en nosotros. Sin la palabra para los
últimos asuntos. Aquí tu cuerpo, un
aroma rojo. Lanzado además mi
otro ser, para este momento, donde
él no es mí contrario.

Tocamos los bordes desde
los caminos, buscamos una medida.
En otra parte el suelo cede,
llevándonos consigo. Llevados partimos,
las exhuberantes manos en
el sexo, intemporales como animales.




*Petra NAGENKÖGEL
Salzburgo- AUSTRIA
Traducción: Walkala


Petra Nagenkögel nació en 1968 en Linz. Estudió germanística, historia y filosofia en Salzburgo. 1993-1999 trabajó en política de desarrollo. Desde 1996 dirige una asociación literaria en la Casa de la Literatura de Salzburgo junto a diversas actividades de mediación literaria. Ha obtenido diversos premios y becas, ha publicado en revistas y antologías y realizado lecturas para la radio. Libros publicados: „Dahinter der Osten. Novela.“, Editorial Residenz, Salzburgo 2002. „Pablo Picasso: Frauen / Petra Nagenkögel: Anagramme; Gedichte“, (editado por Museum der Moderne Salzburg) Bibliothek der Provinz, Weitra 2005.
E-mail: pnagenkoegel@gmx.at







La tierra incomparable*


(fragmento)

*de Antonio Dal Masetto



VEINTIDOS.



Silvana regresó a Trani y combinaron una salida hacia las montañas.
Pasó a buscarla con el coche, cruzaron el puente sobre el río San Giovanni y subieron despacio por un camino asfaltado, dando vueltas entre casas rodeadas de jardines cuyos portones se abrían con comandos a dis­tancia. De tanto en tanto, del camino principal nacían des­víos que llevaban a algunos de aquellos pueblitos que se veían desde abajo. Adheridos a los
carteles indicadores, con el mismo tipo de letra, de manera que se integraban al conjunto, Agata vio por primera vez las inscripciones de las que había hablado Toni: República del Norte. Descubrió también un letrero que decía Antoliva y pensó fugazmente en la temporada pasada ahí, en una casa llamada el Nido de los Niños, cuando su padre había sido movilizado en la Primera Guerra Mundial. A medida que subían, la calma era mayor, no se veía gente, aunque cada tanto aparecían algunos coches. Entonces era el mismo rabioso roncar de motores, la misma fiebre y la misma velocidad que Agata había percibido todo el tiempo y en todas partes. Caras graves detrás de los parabrisas, como si huyeran o estuvieran siempre llegando tarde. Vio pasar una mujer aferrada al volante, el acelerador a fondo, los ojos fijos y la boca abierta en un interminable bostezo.
-¿Dónde van siempre tan apurados? -preguntó.
-A esta hora seguramente a almorzar -contestó Sil­vana-. ¿Sabía que los italianos sufren de mal de auto?
-¿Qué es eso?
-Se descomponen, se marean, vomitan, igual que en los aviones y en los barcos. Toman los mismos medicamentos.
Durante un trecho tuvieron el sol de frente y luego en la espalda y nuevamente de frente. Al doblar una vez más, de­trás de las ramas apareció el lago. Se detuvieron y bajaron del coche para mirarlo. Al fondo, entre las montañas que se esfumaban, sólo se distinguía una gran claridad que po­día haber sido cielo o agua. Más cerca, frente a ellas, la su­perficie hormigueaba de luz. En el centro, transparente, una vela inmóvil. A la derecha estaba Trani. Vieron, en la ladera, un cementerio lleno de flores
que parecía un jardín. Algunas columnas de humo blanco se elevaban serenas en el mediodía sin viento. Descubrieron una casa, construida en el declive violento, oculta entre árboles y arbustos, ahí nomás, bajo sus pies. Un hilo de agua caía entre las rocas y se reflejaba en los vidrios de las ventanas.
Una motocicleta entró en la curva a gran velocidad, se puso casi horizontal, volvió a enderezarse y se perdió.
-Ahí va otro suicida -dijo Silvana. Siguieron subiendo y ya no había casas. De vez en cuando, nuevamente el lago. Vieron una lápida al costado del camino.
-Paremos un momento -pidió Ágata.
Bajaron y leyeron: "Al partisano garibaldino Ravoni Pie­ro, de quince años, caído el 8 de mayo de 1945, como tierna flor arrancada en el despuntar de un nuevo amanecer". Ha­bía, un recipiente con margaritas recién cortadas.
Más adelante Agata volvió a pedir que pararan. Esta vez la lápida estaba fijada a la roca, con una foto ovalada color sepia, bajo vidrio, enmarcada en bronce. También ahí ha­bía flores frescas. Agata las señaló y comentó:
-Algunos siguen teniendo memoria. Me acuerdo cuan­do mataron a Romeo. Era famoso. Era un jefe.
-¿Lo conoció?
-No. Pero conocí a otros. Un día fusilaron a cuarenta y dos hombres, por el lado de Fondotoce. Sé que construye­ron un monumento. Quisiera ir a verlo.
-La llevo cuando quiera.
Todavía tropezaron con un grupito de diez o doce casas, apiñadas, antiguas, piedras y vigas de madera ennegreci­das. Un letrero descolorido decía: Bar Stella Alpina. Esta­cionaron, entraron en un local vacío y se sentaron junto al ventanal. Del otro lado del camino había unas parras con uva madura, unas hileras de maíz, una franja de terreno arado, otra de pasto verde y en el medio un ciruelo solita­rio, ya con pocas hojas en las ramas. Las hojas, bajo la bri­sa suave, resistiendo todavía, ondeaban como banderitas y, al vibrar, sus colores cambiaban. Agata miraba todo, cada detalle era un reencuentro. Le hubiese gustado encontrar las palabras para compartirlo con Silvana. Cuando salie­ron le pidió que dejaran el auto y siguieran a pie. Quería caminar en aquella quietud.
Después de la primera curva se encontraron con un ta­bernáculo azul y se acercaron para mirar a través de la re­ja. Había una virgen pintada sobre la pared del fondo y dos santas en las laterales. Se notaba que habían sido restaura­das no hacía mucho.
-¿Le conté que Vito pinta? -preguntó Silvana.
Agata dijo que no.
-También escribe. Publica en el diario de la zona y en algunas revistas.
-¿Qué escribe?
-Historias sobre la gente.
Dejaron atrás el tabernáculo y pasaron por una casa ais­lada, con un cartel de madera sobre la puerta, escrito a mano: Bettini Aristide Floricultor. Volvieron a detenerse cuando vieron a un hombre hundiendo un pico en la tier­ra, en un claro en la pendiente. Llevaba pantalones oscuros y un buzo rojo. Estaba de espaldas y golpeaba con furia. "¿Qué puede hacer ahí?", se preguntó Agata, "¿Qué puede buscar? ¿Qué puede cavar?". Aquel hombre la turbó. Le transmitía una sensación de absurdo, la idea de una tarea imposible. Era demasiado pequeño y lo que lo rodeaba de­masiado grande. Era como una hormiga emprendiéndola contra la montaña. Aquella figura, agitándose sola allá arriba, perdida en la vastedad, la hacía sentirse identifica­da. Sentía que se parecían. También ella, desde que había llegado, a su manera, lo que había hecho era golpear y gol­pear sobre una cosa grande y sin fisuras. Y había insistido, como seguía insistiendo ahora, como con seguridad lo ha­ría en los días siguientes.
Durante un tramo el camino se deslizaba horizontal, después comenzaron a subir de nuevo. A partir de ahí, al­rededor sólo había bosque y todo era color oro. Debían es­tar muy arriba, pero habían perdido referencia de la altu­ra, porque la espesura de la vegetación les impedía ver. A la izquierda bajaba una ladera cubierta de helechos secos que parecían arder cuando les daba la luz del sol filtrada entre las ramas. A la derecha, una pared de roca en cuyas hendi­duras crecían árboles y arbustos y colgaban grandes raíces. Había rizos de castañas en el suelo. Una ardilla trepó por un tronco y se perdió. Agata se detuvo y giró en redondo. Elevaba los ojos y por encima de ella no había más que ra­mas doradas y detrás el cielo. Comenzó a sentir que esa fiesta de color albergaba una promesa. A su lado, Silvana la observaba en silencio.
-¿Seguimos? -dijo Agata.
-¿No está cansada?
-Veamos qué hay detrás de aquella curva.
Después de cada curva aparecía otra. El camino se ce­rraba siempre, pero también, todo el tiempo, abría una nueva posibilidad. A Agata esta expectativa la estimulaba igual que una aventura. Se impacientaba como un chico. Encontró un palo, lo usó de bastón y sintió que estaba res­catando un viejo ritual. Se desviaba hacia los sitios donde se habían amontonado las hojas secas, las pisaba y arras­traba los pies para oírlas crujir. También eso le causaba placer. Le parecía que nunca más iba a sentir cansancio.
Quizá el camino no tuviera fin y, si una se dejaba llevar, si no se le acababa la curiosidad, podría seguir y seguir quién sabe hasta dónde. Aquello no era solamente caminar. Aga­ta sentía que en el esfuerzo, en la persistencia, había una forma de respuesta. Que cada metro ganado era un acerca­miento a lo que deseaba encontrar. Que poco a poco co­menzaba a restablecerse una armonía entre ella y el mun­do que la rodeaba. Y que debía insistir, seguir, hasta que en algún recodo del camino algo viniese finalmente a su en­cuentro.
Cuando advertía que Silvana estaba por proponerle de­tenerse y volver, se anticipaba y repetía:
-Veamos qué hay detrás de aquella otra curva.
Y a medida que avanzaban aumentaba en ella la sensa­ción de euforia y poderío, como si marchase sobre un te­rreno conquistado. Empujaba un pie delante del otro con determinación, le satisfacía percibir la fuerza que había en sus viejos huesos y en su sangre. Llegó un momento en que fue como si nunca hubiese partido y se olvidó de que exis­tía un lugar esperándola, lejos, una casa y una familia en otra parte. Estaba perdida en esos bosques y no había na­da ahí que le hablara de urgencias, que le exigiera nuevas preguntas. No había preguntas. El aire que respiraba era el de antes. Desde el silencio, desde la luz, una voz le hablaba el idioma de entonces. Tal vez hubiese cosas que podían ser recuperadas. Aquellas que no habían sido tocadas por los hombres.
Silvana avanzaba a su lado, sin hablar. Sólo una vez preguntó:
-¿Qué busca?
Pero lo dijo como quien no espera respuesta, como si se hablara a sí misma o al aire.
Hacia la derecha, no muy lejos, inesperado, apareció un vallecito. Se abría entre las montañas como una mano sos­teniendo un puñado de casas que parecían de juguete. Un camino de tierra bajaba hacia las casas.
-Vamos por ahí -dijo Agata.
-¿De dónde saca tanta energía? -preguntó Silvana.
El sol estaba sobre el cerro que dominaba el pueblo. Sil­vana levantó el brazo y lo señaló. A medida que bajaban, la distancia entre el sol y la cumbre se iba achicando. Se de­tuvieron y el sol también se detuvo.
Siguieron avanzando y el sol tocó la punta del cerro. En unos metros más se fue ocultando y terminó por desaparecer. Entonces frente a ellas, alrededor, no hubo más que sombra. Silvana, abrien­do los brazos, como en un juego, dijo:
-Nosotras hicimos el atardecer.
Hubo un reflejo de sonrisa en su cara, pero los labios no se movieron.
Agata pensó que nunca la había visto sonreír.
No llegaron hasta el pueblo. Se sentaron sobre un tron­co y miraron las casas desde lejos. También ahí estaban ro­deadas de hojas caídas. Agata tomó una y la hizo girar en­tre los dedos. Era una hoja grande, roja y amarilla, con cinco puntas y nervaduras fuertes. La levantó a la altura de los ojos y la mantuvo ahí. Advirtió que Silvana la observa­ba y pensó que ella no podía saber que ese gesto estaba reeditando otro, antiguo, de su niñez, una tarde de domin­go que su madrina Elsa le había contado la desgraciada historia de su familia. La imagen de Elsa mirando a través de una hoja seca acababa de acudir muy clara a su memo­ria y repetir aquel gesto era una forma de acercarla todavía más. Le habló a Silvana de los días en que, sentadas bajo el nogal, al fondo del terreno, Elsa la había iniciado en la lec­tura de los primeros libros.
-Me gustaba tanto -dijo Agata sonriendo.
-¿Qué leían? -preguntó Silvana.
Agata hizo memoria y recuperó algunos títulos: Los mi­serables, Los tres mosqueteros, Crimen y castigo, El conde de Montecristo, La guerra y la paz, Nuestra Señora de París.
-Seguro que los conoces.
Silvana dijo que sí, pero que no había tenido la suerte de que se los leyeran bajo un nogal.
Se estaba bien ahí, en aquel vallecito, con el grupo de casas frente a ellas. Daban ganas de hablar y recordar. Ahora, con la hoja entre los dedos, todo volvía y le parecía que esas cosas hubiesen ocurrido ayer. Agata dijo que aquellos fueron buenos años. Antes de eso la vida había si­do complicada, después fue complicada, pero hubo un tiempo, cuando su padre y su madrina Elsa se casaron, en que ella había sido feliz. Esa era justamente la época en que aprovechaban los domingos de sol para ir a sentarse sobre el pasto. Elsa leía y ella cerraba los ojos y viajaba.
-Como yo ahora -dijo Silvana. Agata la miró sin entender.
-Usted cuenta y yo viajo.
-Me gustaba aprender de aquellos libros, no de los que nos daban en la escuela.
-Caminando en su compañía yo también estoy apren­diendo.
-¿Aprendiendo qué?
-A conocer estos lugares.
Silvana dijo que nunca había tenido oportunidad de mi­rarlos así, a través de los ojos de otra persona. Eran sitios por los que había pasado siempre, cosas que conocía desde que había nacido, y ahora era como si los viera por prime­ra vez.
-¿Se entiende?-preguntó.
-Sí -dijo Agata.
Entendía. También se sentía halagada. Y satisfecha. Es­taban ahí, sentadas sobre un tronco, en medio de aquel oro, después de haber caminado, subiendo y bajando, superando una curva tras otra. Y caminar las había llevado a alguna parte. Nada especial: aquella quietud, la hoja seca en la mano, las palabras de Silvana. Pero Agata sentía que su día se había llenado de sentido.
En la iglesia del pueblo comenzaron a tocar las cam­panas. El vallecito con sus casas, quieto, sin gente a la vista, era como un yunque bajo los tañidos. Después, cuando las campanas callaron, el silencio fue mayor que antes. Silvana sugirió que deberían marcharse para que no las sorprendiera la noche caminando. Agata se levan­tó, tomó su bastón y emprendieron la subida hacia el ca­mino principal.



*de La tierra incomparable, © Editorial Planeta (1994), © Antonio Dal Masetto.









Viernes, 22 de Febrero de 2008
Emilio Rodrigué*





Por Eduardo Pavlovsky *




Querido Emilio, te fuiste imperceptiblemente. Así eras vos, devenir minoritario imperceptible. Sin hacer ruido a tus 84 años. En tu Bahía de los sueños y de tus libros -con Hernán y con Fernando ya estábamos por jubilarnos del oficio de prologuistas de tus libros-. Eras infiel por naturaleza con las mujeres, pero fiel a los hombres y amigos. Cuando vivimos juntos en La Casona (1971-72) escribí El Sr. Galíndez y vos Heroína. La filmación de esa película fue para mí una experiencia inolvidable.
Increíble. Año imborrable de nuestro proyecto estético-ideológicos. Siempre me impresionó que el hippismo que invadía nuestro departamento de Cabildo nunca fuera una molestia para vos. Todos te tenían un gran respeto y admiración. Mirta tenía una especial predilección por vos.
Fuiste un poco el Maradona del psicoanálisis. Tus mayores críticos fueron en el fondo tus grandes admiradores. Admiradores de tu talento increíble y de tu libertad existencial. Personalmente siempre fuiste un estímulo intelectual importantísimo. Me dijiste que de Armando, Hernán, Fernando y yo, vos eras el menos burgués de los cinco. Provenías de la rancia oligarquía terrateniente y después te casaste con una negra brasileña.
Mirta me decía el placer que era salir con vos a comer y volver fumados tambaleando por Amenábar a La Casona. Cuando escribo esto siento el raro aroma de esa época, mezcla de libertad y de política. ¿Acaso nos equivocamos? Jamás lo diría. Tus transgresiones fueron como el gol con la mano de Maradona. Inatacables.
Escribís admirablemente bien tus novelas y tus libros de psicoanálisis.
Siempre decías que eras psicoanalista escribiendo novelas, haciendo el amor o escribiendo esos dos magníficos tomos sobre la vida de Freud con que asombraste al mundo psi.
Y si faltara algo para sentirte cerca, juntos nos fuimos de la APA con Plataforma y tanta gente querida.
Hinchas fanáticos de Independiente los dos. ¡Cómo hablabas de Bocha!
Después de La Casona fuimos a vivir juntos a Oro y Libertador, más aburguesados. Un día en calzoncillos me encontré con una paciente mía que era tu nueva novia. ¿Qué hace doctor por aquí?, me preguntó. El domingo a la noche cocinabas para que juntos con amigos y amigas viéramos el partido de
la noche por TV. Pero todos teníamos prohibido haber visto el partido que se jugaba por la tarde, y si sabíamos el resultado teníamos que callarlo. Así eras vos.
Vivimos juntos con David Cooper en La Casona, vos intentabas analizarlo pero siempre terminábamos internándolo.
Tu amor epistemofílico hizo que realizaras como cien laboratorios como integrante por todo el mundo. Siempre querías saber algo más de todo.
Preguntabas mucho, siempre preguntabas mucho. Inventaste con todos tus conocimientos el método del shampoo que era una experiencia terapéutica donde vos concurrías a la casa del paciente para realizarla durante 4 o 5 horas.
Lo último que me dijiste fue que estabas escribiendo sobre La Casona y Plataforma. Sos imposible de encasillar, porque siempre traspasabas los límites del sujeto. Siempre eras puro devenir. Puro devenir incapturable.
Con tu vejez devenías cada vez más joven, más intrépido. Yo te quiero mucho Emilio. Te debo mucho, porque estar a tu lado siempre era vivir la experiencia de lo insólito, de lo intempestivo, de lo inesperado. De la experiencia vital. Gracias hermano mayor por todo lo recibido. Los Emilio
Rodrigué nacen cada 200 años como Maradona. Igual.




* Psicoanalista, autor y director teatral. (Emilio Rodrigué, uno de los fundadores del pensamiento psicoanalítico en la Argentina, murió ayer en San Salvador de Bahía, Brasil.)



*Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-99360-2008-02-22.html










Fiel a sí misma*


Militante socialista desde los 15 pero sólo consecuente con sus ideas -lo que le valió más de una disidencia-, Beba Carmen Balvé colaboró con la resistencia peronista, analizó la marginalidad antes de que se impusiera como categoría y tuvo tiempo de aprender a pilotear aviones, lanzarse en paracaídas y manejar armas. Su voz sigue levantando polvaredas a su alrededor mientras ella sonríe plácida: "Estoy acostumbrada, por donde paso se arma escándalo".


*Por Roxana Sandá


Dicen de ella quienes la conocen que es fuego. Sólida como una roca.
Imposible discutirle sin salir herida. Mujer de lengua filosa y pensamiento capaz de estallar en ideas que conmueven o pulverizan. Mejor cultivar su alianza. No teme ni a la sombra de quienes la persiguieron durante años. Ya es mayor, sí, pero no se detiene; su carrera fue demasiado vertiginosa como para que de golpe paralice su ímpetu.
La mujer, llamada Beba Carmen Balvé en la Rosario de 1935, por un padre nativo de Normandía que apelaba al respeto absoluto de su hija tanto como al frío de una 38 calzada en la cintura, fue cuadro del socialismo y colaboradora de la Resistencia peronista. Pasó por todas las cárceles de Buenos Aires; ocultó casi con pasión religiosa a Joe Baxter y al sable corvo de San Martín. Es aviadora, paracaidista, socióloga, militante del desprejuicio y fundadora del Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales
(Cicso), de donde surgió el imprescindible Lucha de calles. Lucha de clases, editado por La Rosa Blindada en 1973.
Sus principios no le permitirían mentirse sosiego. "Llegué a este mundo para armar quilombo y darme cuenta también de que estamos llenos de contradicciones, aunque a los errores prefiero llamarlos problemas tácticos", explica con una sonrisa amplia sobre su cutis envidiable, apenas opacado por el humo blanco de los incontables Parisiennes que fuma cada día.
Ella sabe hacerle honores a la reputación. Su última conferencia, Inteligencia y contrainteligencia, volcada durante una cena de la Agrupación Oesterheld, provocó la ira de Eduardo Anguita y una maraña de trompis partidarios que siguen dando cuenta de la ríspida amplitud del peronismo.
"Nunca me quedo callada. Hablé de las elecciones nacionales como un caos organizado, y algunos se pusieron nerviosos. Igual, estoy acostumbrada. Por donde paso, siempre se desata el escándalo."
De niña, Beba (no es apodo, sino nombre propio tras un juicio iniciado por su padre al Estado, que ganó con el apoyo del Partido Demócrata Progresista y hasta la intervención de Lisandro de la Torre) se debatió, como sor Juana, entre el amor divino y el amor humano. "Aunque a los cinco años quedó claro
que mi inclinación no sería tan divina. Era un contrasentido creer en lo que no se entiende. Mi madre había muerto y mi padre me inscribió pupila en el colegio del Sagrado Corazón, de Rosario, donde no dejaban ir a orinar de noche porque decían que en la terraza había un tipo agazapado que nos iba a
castigar. Y en invierno, a las que inevitablemente se hacían encima, las monjas las obligaban a lavar sus sábanas a las seis de la mañana, con temperaturas bajo cero. No toleré esa situación, así que decidí investigar."
La osadía terminó develando que la sombra de la terraza era una estructura de ventilación y que las vejigas de las niñas no tenían por qué sufrir más punzadas de dolor. La pequeña Beba fue la primera alumna expulsada de la institución. "Mi padre no dijo palabra, salvo que mi nuevo destino sería el
colegio Madre Cabrini, que dependía del Vaticano y que en uno de sus salones colgaba el cuadro gigantesco de un Benito Mussolini de rostro dulce. Imaginá mi confusión, entre un padre que colaboraba desde la Argentina con los aliados franceses y vomitaba furia contra el fascismo, y mi saludo diario de
cada día al presidente de Italia. Una locura en la que me vi envuelta hasta que el cura me eligió para ser cuadro laico, porque era muy estudiosa. Leí la fe, empecé a hacer muchas preguntas y él decidió que yo no servía para eso, lo cual era una obviedad."
Así de conflictiva fue su afiliación al Partido Socialista de Rosario a los 15 años. Su tarea era la organización de picnics de la juventud, "porque era la única actividad que nos delegaba el partido a los más chicos", mientras portuarios y ferroviarios comunistas, socialistas y anarquistas mixturaban a voz en cuello las melodías de los himnos Quinto Regimiento y Bandiera Rossa.
En aquellas jornadas, "el partido nos decía a los jóvenes que debíamos estar junto a los obreros, pero con el tiempo observamos que los obreros estaban en otro lado, y ese lugar era el peronismo. Había algo, entonces, que estaba fallando".
"Cierto día, mi padre desapareció", cuenta Beba sobre siete meses de ausencia de los que nunca pudo hablarse "porque él lo prohibió terminante". El episodio derivó en un contacto con Luis Armando Roche, amigo de la familia y delegado clandestino de la Dirección de Propaganda del Estado durante 1945, que realizó en el sur de Santa Fe un minucioso trabajo de base para generar adhesiones a Perón, entonces en la Secretaría de Trabajo y Previsión. "Luego de aquella desaparición misteriosa, creo que mi padre temió por mí y me presentó a Roche. Yo escuchaba sus charlas y por él conocí a gente del peronismo y de la Resistencia. Así que terminé siendo socialista pero amiga de los peronistas. Jamás gorila."
Que haya elegido 1954 para hacer un curso de piloto de aviación y paracaidismo es casi una ironía.
-¡Pero no sé por qué se me ocurrió! Bah, sí: siempre me gustaron los aviones y las motos. Era fierrera por naturaleza, de estos fierros y de los otros (risas). En esa época no había aviación civil y prácticamente tuve que hacer el servicio militar. Mi instructor era de la aviación naval; me sacó buena.
Claro, al año siguiente intentó convocarme para volar los aviones Catalina (los que sobrevolaron la Plaza de Mayo en el golpe del '55) y evitar el ascenso de la gente en Rosario. Por supuesto, yo no iba a hacer el trabajo de botonear a las masas. Encima, muchos de los que tomaron el curso de piloto eran delegados del Sindicato Unidos Petroleros del Estado (SUPE), de la refinería petrolera de San Lorenzo (hoy en manos de Petrobras). Todos peronistas y amigos.
¿Qué ocurrió en Rosario el 16 de septiembre de 1955?
-Apenas iniciado el golpe contra el gobierno constitucional, los resistentes de Rosario soportaron el embate durante siete días. El general León Bengoa, comandante del III Cuerpo de Ejército con sede en Paraná, sitió la ciudad con armamento y tanques Sherman provocando una guerra civil. Sin alimentos
ni armas, las fuerzas leales a Perón, el Regimiento Militar II de Infantería de Rosario, los trabajadores del cordón industrial y el pueblo pelearon contra los sectores civiles enemigos y las Fuerzas Armadas. El enfrentamiento se cobró 500 muertos entre niños, mujeres y hombres, además de cientos de heridos. Vi fusilar a diez pibes; vi cuando desde los tanques ametrallaban a jóvenes que se tiraban al lago del Parque Independencia.
Había toque de queda y por las noches sonaban las balas de los francotiradores. Los militares entraban a las radios mientras se emitían los programas: todo el pueblo escuchaba apersonarse al capitán de fragata tal o cual y luego el rugido de la ametralladora. Mataban a todos en el marco de esa insurrección. Ahí me curé de espanto.
¿Y cómo resolvió su militancia en este contexto?
-Permanecía en el partido pero discutiendo con los socialistas. Cuando llegó la orden de intervenir los sindicatos no la acatamos, por tanto nuestra relación con los peronistas era muy particular, no por su condición ideológica sino por obreros. Hice contacto con el ala sindical cuando la Resistencia estaba en Empalme Graznero y Arroyito, que era la zona más fuerte, y Villa Manuelita, y colaboré en una serie de acciones. ¡Casi terminé siendo una doble agente!
La relación con el PS se erosionó hasta hacerse trizas, en 1961, con la ruptura de la Dirección Nacional de la Juventud con Alfredo Palacios y Alicia Moreau. "Para nosotros eran fósiles. Además, Palacios se oponía a la acción cubana ¡y habíamos trabajado con la Revolución Cubana! Si el propio directorio revolucionario era recibido por el partido en Buenos Aires cuando tenía que esconderse de Fulgencio Batista. Estábamos con ellos desde antes de la revolución. Entonces hicimos la revista Che y sacamos un documento sobre el proyecto de liberación nacional y social y la lucha armada, con eje en el peronismo. Fuimos los primeros que planteamos esta cuestión."
En el universo de los sesenta, Beba Balvé cultivó relaciones políticas con Salvador Allende, Raúl Sendic, las FAP, John Cooke, Alicia Eguren, el abogado Ricardo Rojo -autor de Mi amigo el Che- y Facundo Larguía, "rosista, amigo de Perón y aristócrata de la más rancia estirpe patricia y ganadera".
Comenzaba a trabajar como investigadora en el Instituto Di Tella, donde integró el equipo dirigido por Alan Touraine y Eric Hobsbawm, para relevar el desarrollo industrial en América latina, y junto a Fernando Enrique Cardozo, del Cepal, en el Proyecto Marginalidad, un polémico estudio de campo financiado por la Fundación Ford. "Se nos acusó de marxistas y también de colaboradores de la CIA, porque sosteníamos que la marginalidad no existía como categoría, y que debía hablarse de ejército industrial de reserva. Pero me encargué de decirles a muchos que yo había estado en todas las luchas y que a sus huevos no los había visto en ningún lado. No nos jodieron más."
Beba, como cualquier chica de su generación, había tolerado que le enseñaran modales apropiados para cuando tuviera edad de casarse. Algo que ella se juró que jamás cumpliría. Ni esposa ni madre, no era para ella. Cumplió su juramento durante años, ensayando parejas con compañeros de izquierda, "pero
era inútil. Discutíamos de política y al tipo lo perdía, porque ganaba yo.
Además, siempre viví sola, nunca se me ocurrió decir buen día. A la mañana me levantaba, hacía mi café y leía el diario. Punto". Hasta la tarde de 1967, en el lobby de un hotel de Córdoba, plena Guerra de los Seis Días.
"Revisaba papeles de la investigación de Touraine sentada en un sillón, con un vaso de whisky en la mano. Levanté la vista y frente a mí alguien sostenía un diario con los titulares sobre la guerra; los resultados habían sido desastrosos para el pueblo palestino. Me indigné, empecé a gritar y le arranqué el diario. El hombre observaba espantado la pelea que mantenía conmigo misma. Resultó ser empresario, representante de una firma norteamericana que fabricaba cosas para la Nasa, campeón de velero y de
golf. No teníamos nada que ver. Preguntó qué pasaba y me indigné más. '¿Cómo qué pasó? ¡Perdieron la guerra los palestinos!'. El colmo fue cuando me dijo '¿Qué guerra?' Así conocí a Miguel, y sé que fui la aventura de su vida. Desde entonces nos encontramos varias veces, hasta que un día le suelto 'Nosotros no podemos seguir, porque somos enemigos'(risas). '¿Qué cosa?', me preguntó horrorizado. 'No puedo decirle mucho más, pero sus relaciones no tienen nada que ver con las mías.' Terminamos viviendo juntos, pero era una locura. Yo estaba todo el día afuera, a veces volvía a las cuatro de la mañana, otras no aparecía. Estaba harto, y aun así llegó a proponerme matrimonio. Mi respuesta siempre fue un ataque de nervios, agarrar el auto y dormir afuera, pero al otro día terminaba volviendo para darle de comer a
mis dos perros."
El calendario de 1970 la encontró en Puerto Península, siguiendo un programa de colonización de la Facultad de Agronomía de la Universidad de La Plata, junto a un equipo multidisciplinario que se instaló en esa región de bosque virgen hasta 1974. Durante cuatro años, Beba trató con yararás, corales,
avispas, aguas contaminadas, falta de hielo para su whisky, un jefe del destacamento policial que era de la Side y otro a cargo de esa delegación de la subprefectura castigado, "porque había estado en el Cordobazo y no reprimió. Todo era desopilante".
En medio de esas travesías se desarrolló el Cicso, que desde 1966 y hasta la fecha "se dedica al estudio de las relaciones de clase y grupos socioeconómicos". Son imprescindibles las publicaciones Acerca de los movimientos sociales y la lucha de clases, Movimiento social y enfrentamiento social: el Santiagueñazo, Lucha de calles. Lucha de clases.
Insurrección popular e insurrección proletaria, y El '69. Huelga política de masas (Rosariazo, Cordobazo, Rosariazo). Nunca se dejó de articular investigaciones y cursos, aun con la dictadura sobre los talones y los exilios accidentados de su directora, "a México, Estados Unidos, Francia, Canadá. Pero volvía, no soportaba estar fuera de mi país. Por eso me banqué a los milicos que cada dos por tres se metían en el Centro, a servicios como Alfredo Astiz, que un día se inscribió con nombre falso en un curso pagado con cheque sin fondos, y a mujeres canas tan groseras que en vez de pedirme los programas de estudios me solicitaban los prontuarios". Fue una época de dolor.
-No sé si ese período o el preludio de lo que fue la ruptura con la generación del setenta. Porque en los sesenta habíamos articulado un frente social en la alianza de clases, a través de una política de unidad con el movimiento obrero en la lucha, en un proceso de liberación nacional y popular. Pero en los setenta se montó la oleada impresionante de una pequeña burguesía ilustrada, y ya no podías contrariar eso. No quiere decir que no haya sido solidaria y hasta compartido ciertas cosas con grupos que se estaban armando, como los Montoneros; en definitiva formaban parte de la izquierda. Pero creo que se trató de una generación que rompió raíces con lo anterior y con la historia del país. El problema de Montoneros es que se olvidaron de que Perón era un general de la Nación, y ése era un dato fundamental. Pero, ¿sabés qué?, toda esta historia de desastres y puntos suspensivos también me enseñó algo: nunca nadie podrá arrancar al peronismo de este país, porque su esencia se transmite por familias. No solamente
porque de él comieron, estudiaron y trabajaron, sino porque por él lucharon.






El sable bajo el sofá

"Tenía contacto con la Resistencia de Buenos Aires. La línea éramos Ricardo Rojo, el Bebe Cooke, Facundo Larguía y yo. Larguía era la oveja negra de la familia, amigo de Perón y del Che. En su estancia de Arroyo del Medio, al sur de Santa Fe, se izaba la bandera azul del rosismo y cada dos por tres
escondía a alguien. Un día me llama para decirme que había un problema en Buenos Aires y que debía viajar a la estancia. Cuando llego me explica que (el 12 de agosto de 1963) la Resistencia había secuestrado el sable corvo de San Martín, que ya no daba para mantenerlo allá porque estaban muy cercados y me pregunta si puedo hacerme cargo, a lo que respondo 'por supuesto'. Dos días después llega a la estancia un coche transportando eso que no debía nombrarse y lo escondemos en mi auto. Decido esperar hasta las dos de la mañana para salir del campo, porque a esa hora la caminera toma mate, y emprendo viaje para mi casa de Rosario. Al sable lo tuve un tiempo bajo el sofá del living, donde hacíamos las reuniones del socialismo. El único que advirtió la presencia de ese objeto extraño era mi perro, Tupac Amaru. Hasta que un día me llamaron para transmitirme la clave con que lo vendrían a
buscar. Se presentó un oficial de la aeronáutica de Córdoba, pasó la clave, le entregué el sable. Y yo me reí al otro día cuando todas las radios, los diarios, anunciaban se devolvió el sable corvo del general San Martín."


Buenas relaciones

"Un día me llaman los de esta mesa chica que conformábamos con Rojo, Cooke y Larguía, para comunicarme que en Buenos Aires había un problema insostenible: 'Los Tacuara asaltaron el Policlínico Bancario (el 29 de agosto de 1963) y se llevaron una valija con 100.000 dólares. Que uno de ellos, José Luis Nell, había caído, y que no aguantaban más a Joe Baxter porque estaban muy cercados por los servicios. Me preguntaron si podía sacarlo, les planteé el problema a los responsables políticos de mi partido y se resolvió esconderlo en la casa de fin de semana de un compañero, en la isla frente a Rosario. Durante la temporada que permaneció allí, Baxter cambió identidad y fisonomía. Se dedicaba a pescar y a tomar mate con un guardia de la subprefectura que jamás descubrió con quién hablaba.
Finalmente llegó el momento de trasladarlo, y como yo era muy amiga de los contrabandistas de Santa Fe que vendían armas a la Resistencia y a los gorilas, arreglé que lo cruzaran a Uruguay. Así que después de un viaje en colectivo con protección interna y externa desde Rosario hasta un sitio prefijado de la provincia, Baxter hizo contacto con los contrabandistas y lo sacaron en barco hasta la otra orilla bajo el nombre de Salvador Ballesteros. Creo que vivió algunos años en Montevideo, luego viajó a París
y de ahí a Vietnam, con los revolucionarios."





*Fuente: Página/12

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-3916-2008-02-22.html






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Queridas amigas, queridos amigos:


El domingo 24 de febrero del 2008 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del compositor chileno Javier Farías Caballero. Las poesías que leeremos pertenecen a Omar Darío Gallo Quintero (Colombia) y la música de fondo será de Bandolas de
Venezuela. ¡Les deseamos una feliz audición!


ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!


REPETICIÓN: ¡La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!
Cordial saludo!


YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com
Schießstattstr. 44 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel. + Fax: 0043 662 825067



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