martes, diciembre 21, 2010

Y SI NADIE LO NOTA...



*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu





TONOS DE VERDE*



Para mi hermano Freddy


Cierta vez, una amiga venida de Europa, mirando el paisaje que admiraba desde mi balcón, dijo: "Lo más sorprendente son los tonos de verde. Es increíble cuántas tonalidades se dan en este clima". Yo nunca he viajado para poder comprobar las diferencias tonales entre el acá y el allá, pero no dejó de sorprenderme su observación, pues para mí era tan normal la visión de las copas de aquellos disímiles géneros vegetales, que estuve a punto de perderme la maravilla que encerraban. La vida es así, el deslumbramiento depende de los ojos del que mira.

Cuando Aida logró, tras meses visitando posibles viviendas, encontrar el refugio ideal para sus lienzos, no cabía en sí de gozo. Había sumado sus ahorros vendiendo cuadros de catedrales y Cristos de la Habana, al apartamento que le dejó su madre al morir, pequeño, pero muy bien situado en el centro de la ciudad, a la casita en las afueras de la tía Berenice, para obtener, finalmente, su soñada casona de impecable arquitectura colonial, gracias, entre otras cosas, a las prisas de un matrimonio que se acababa de separar y andaban desesperados por reinstalarse lo más lejos posible uno del otro.

La casa, un poco abandonada - bastante, si no la hubiera visto con sus ojos de artista - era una mansión de dos plantas, con patio de frutales y jardín delantero. Un enorme garaje, a falta de auto propio, le serviría para instalar su estudio, donde al fin disfrutaría de la tranquilidad para emprender su obra, no aquella que había estado obligada a hacer por requerimientos de un mercado poco amante del verdadero arte, en busca de un souvenir apurado que colgar en sus paredes como prueba de su visita a la isla.

Fue la tía Berenice, la que con el sentido práctico de siempre, dijo al segundo día: "El calentador de agua no funciona", al tercero: "Las losas de la cocina están levantadas, en las rajaduras se meten los ratones", al cuarto: "La columna de la sala tiene grietas", al quinto: "El techo del comedor tiene filtraciones, parece que el baño que le queda encima tiene alguna tubería reventada", y al sexto: "Creo que necesitamos reparaciones generales"...

A la semana estaban buscando un albañil, un plomero y un maestro de obras.
Les apareció todo en uno. Un señor de piel oscura, delgado y alto como caña de bambú, que caminaba semi inclinado para no tropezar con los marcos de las puertas. Dijo ser especialista en la materia, resultó que no cobraba un presupuesto muy elevado y se encargaba de traer los materiales - cuyo origen y legalidad, por discreción, decidieron no averiguar -.

Quedaron en que empezaría cuando lo tuviera todo listo.

Pocos días después, se detenía un camión frente al bello portal de columnas barrocas llenas de enredaderas. Las escaleras de mármol vieron como sobre ellas se dibujaba un surquillo de restos de arena, recebo y cemento, materiales destinados a resanar los efectos del tiempo y el abandono.

Le siguieron cajas con azulejos, color rosa para el baño de la tía, púrpura para cumplir el sueño de Aida de tener un baño semejante al que vio en casa de los amigos diplomáticos que le compraron el último lote de óleos con vistas capitalinas, verdes con cenefa para la cocina... Tras ellas llegaron más cajas con tuberías, codos, llaves y otros artilugios que servirían para que el agua, detenida en el piso bajo desde hacía veinticuatro horas, subiera de nuevo a las duchas y sanitarios. Cuando terminaron de bajar la última caja y colocarla en el amplio recibidor, Aida aplaudió.

A la mañana siguiente, con un enorme maletín bajo el brazo, llegaba el maestro de obras. "¿Sus herramientas?", preguntó Berenice, tal vez deseosa de iniciar una conversación y sentirse más a tono con la intromisión de un desconocido en su vida, ya de por sí cambiada cuando decidió apoyar a la sobrina - ausente porque era el día que tenía asignado en la Asociación para comprar pinturas -, en su deseo de mejorar de vivienda. Hasta el momento no había pasado de ser una amable solterona, querida por todos en su rinconcito alejado del bullicio. Este salto al "mundo de afuera y la vida en común", la tenía un poco desajustada.

- No, señora, es que no puedo trabajar si no me inspiro con la música.

Justo cuando la tía iba a decir que ella amaba la ópera y los clásicos, que tenía una buena colección y que tal vez se los podía mostrar cuando terminara su jornada, el señor Junco - así le llamaremos, pues no podía ser otro su apellido con tal apariencia - extrajo una reproductora de casetes del bolso, marchó a grandes trancos tambaleantes hacia la cocina, la enchufó a la corriente y apretó una tecla. El sonido emitido fue suficiente para acallar a la anciana, que se retiró a su cuarto con el pretexto de tomar una aspirina, frase solo escuchada por sus pobres oídos, pues ya el maestro cantaba a toda voz mientras preparaba su mezcla.

Cuando llegó Aida cargada de tintas y lienzos en blanco, la sorprendió una música ensordecedora y un albañil ceniciento de puro embarre que le espetó: "Por algún motivo la mezcla no cuaja". Corrió a ver a la tía y la encontró casi llorando, con una bolsa de hielo en la cabeza. De algún modo logró convencerla de que, si ese era el único modo de que el hombre se inspirara a trabajar, más valía dejarlo, pues ya se le había dado la mitad del dinero por adelantado, “además, tía, dónde conseguimos otro antes de que se eche a perder el cemento, al menos él es una persona honrada, porque en toda la mañana no se ha movido de la cocina, las huellas andarían delatándolo por la casa".

- No te preocupes, mi hijita - le respondió Berenice entre sollozos - yo me acostumbro. Si Dios quiere esto acaba pronto.

Se equivocaba.

Primero fue la mezcla que no tomaba consistencia, luego las lozas no se fijaban al piso; más tarde las tuberías, cuidadosamente armadas en compleja maraña, comenzaban a caer en el momento preciso en que recomenzaba a correr por ellas el agua; el tomacorriente de la cocina explotaba y el concierto de Paulito FG, La Charanga Habanera, NG la Banda y Bamboleo no tenía para cuando acabar – en el momento de la explosión, la reproductora se encontraba trabajando con baterías -.

Cuando las puertas comenzaron a cerrarse y a abrirse solas, los objetos a caer de las mesas a pesar de las ventanas cerradas y la gravilla a derramarse de los sacos cerrados, la tía y la sobrina comenzaron a prestar atención a los comentarios del albañil-plomero acerca de que no era su falta de pericia, ni la calidad de la materia prima la causante de tanto desatino: La casa tenía un fantasma.

- Yo tengo un padrino muy bueno - dijo el señor Junco sacándose del bolsillo un montón de collares de cuentas multicolores -. No piensen que escondo la religión, es para que no se me manchen, pero siempre van conmigo.

Berenice trató de balbucear algo ininteligible acerca de la iglesia única del señor, el paganismo, los falsos ídolos y la herejía, mientras Aida sonreía desde el escepticismo inculcado en las clases de comunismo científico. Un Buda de porcelana se derrumbó aparatosamente de su repisa sobre el cubo de mezcla, aunque no corría la más mínima brisa; la puerta de uno de los cuartos superiores se cerró y las tuberías vueltas a colocar en correcta armazón comenzaron a zafarse, casi al compás de las tumbadoras de los Papines, que atronaban desde el cuarto contiguo.

- Decía - carraspeó el maestro de obras -, que si quieren lo llamo. Para asesoría...

Dos cabezas asintieron al unísono.

No más romper el sol, ya estaba llegando el señor Junco con su Padrino, que resultó ser un joven rubio, de ojos claros, con muy poca o ninguna sangre africana en sus venas - en estos lados del mundo nunca se sabe qué ocultan los genes -. El Padrino comenzó por preguntar si no habrían sido los ratones, luego sugirió registrar la casa por si había algún gatito, ratón o pájaro que hubiera quedado atrapado desde el día en que se cerraron las ventanas para evitar que el aire tumbaba los objetos. Un cenicero voló en perfecta trayectoria para estrellarse contra su sombrero, que acaba de colgar en un gancho de la puerta.

- En fin, empecemos - masculló - solo quería estar seguro.

Pidió el teléfono y llamó a una amiga espiritista. Se necesitaba alguien que identificara la identidad del causante de tanto destrozo, él solamente administraba la cura.

La médium, una muchachita de apenas dieciocho años, con un vestidito hecho con medio metro de tela estampada, llegó al mediodía y fue recibida en el portal por una andanada de arena lavada, que se elevó de uno de los sacos en señal de protesta.

- Es un muerto oscuro - fue la frase con que hizo entrada.

Para reponer fuerzas, pues les esperaba un trabajo duro, comieron arroz a la milanesa, cocinado por el Padrino, que resultó ser un experto en cocina internacional. La comida fue servida festivamente en el patio, a la sombra de unas palmas muy simpáticas y seguras - la mata de mangos y la de aguacates fueron desechadas por razones obvias -. Mientras comía a cuatro carrillos, la pitonisa contó que había descubierto sus poderes desde la primera infancia, cuando se dio cuenta que llevaba horas jugando con el espíritu de unos hermanitos gemelos, y no con dos niños vivitos y coleantes. Una vez terminado el almuerzo, que Aida elogió casi excesivamente, pusieron manos a la obra.

Se creó el ambiente propicio, en un cuarto que se despojó previamente de adornos y cuadros, para evitar lanzamientos. Fueron encendidas dos velas y colocado entre ellas un vaso de agua; la muchachita se retiró al baño y reapareció transfigurada, con un pañuelo de óvalos anudado en la cabeza y una mantilla sobre los hombros. "Así es como viene la gitanita", les explicó mientras encendía un tabaco. Poco después, con los ojos en blanco, entremezclando español y caló, comenzó a describirles al agresor: Era un hombre de mediana edad, trigueño, alto, de bigote poblado y complexión robusta.

- Es tu papá, Aidita - saltó Berenice, pero fue mandada a callar con una seña.
- Lleva una camisa de flores y un pantalón color marrón, calza mocasines... - siguió la otra desde su trance.
- ¡Tía, ni loco mi padre su hubiera vestido con una camisa de flores! - protestó Aida - Lo suyo eran trajes de color entero, camisas claras y zapatos de cordón.
- Pero entonces, ¿quién es? - preguntó el Padrino, aprovechando que se había roto la norma de no interrumpir a la vidente.
- Dice - dijo ésta tras una convulsión que obligó a persignarse a Berenice -, que es el arquitecto que construyó esta casa. No quiere que le sigan perturbando. ¡Que se vayan los intrusos! - y con una última contracción, que envidiaría cualquier bailarín de danza moderna, cayó al suelo.

Una vez recuperada, fue despedida entre frases de agradecimiento, tras abonársele un billete de veinte pesos, que tomó diciendo que ella no cobraba por su trabajo, pero necesitaba dinero para ponerle flores a la gitanita. De regreso a la sala, el Padrino se colocó la gorra de oficiante, el maestro de obras sus collares y, entre comentarios acerca de la urgencia de hacer la obra purificadora, pues ya el espíritu estaba sobre aviso y podía tomar medidas extremas, comenzaron a extraer una serie de ingredientes de una bolsa. Para cualquier iniciado serían elementos obvios, pero para la pobre Berenice fueron el motivo para ir a buscar su rosario.

- Necesito una botella - dijo el Padrino.
- ¿Una botella? - palideció la tía mientras pasaba las cuentas de una mano a otra.
- No se preocupe, señora, una botella vacía, cualquiera con tal de que tenga tapa: es para atrapar al muerto, para embotellarlo, si le gusta más así.
- ¿Usted dice, embotellar, como en los cuentos árabes del genio encerrado? - sonrió Aida.
- Pues aunque no lo crea, esas historias tienen mucho de verdad - aseveró el señor Junco, con tal expresión que a Aida se le congeló la sonrisa.
- Es que... - se hurgó nerviosamente la anciana una oreja con un hisopo, descubriendo que perdía audición cuando se lo introducía - con el lío de la mudanza botamos los trastos viejos, no tenemos botellas vacías de ningún tipo. No me atrevo a pedírsela a los vecinos, porque la fama de bruja no me la quita nadie, yo soy recién llegada, imagínese.

Por uno de esos enigmas del destino, todos los ojos se dirigieron a un botellón de cristal soplado, que misteriosamente había sobrevivido a los lanzamientos. Su hermosa tapa esférica brillaba a la luz, lanzando destellos verdosos.

- ¡Ah, no! - protestó ella sin necesidad de que se hiciera algún comentario - ¿La botella que mi abuela trajo de Italia? ¡No! Si tiene que ser así, que se quede el muerto suelto por la casa, porque a mí no me botan el único recuerdo que me queda de ella.

Por toda respuesta, Aida la tomó suavemente del brazo y la llevó al comedor, desde allí comenzaron a llegar dos voces cada vez más altas, una defendiendo el derecho a conservar su amada reliquia, otra recordando los percances de los últimos días, los materiales echados a perder, la cuenta de gastos que se elevaba, los adornos rotos, la obstinación de tenerse que bañar con un cubo en el reducido baño de servicio, la tranquilidad perdida, " y recuerda que hasta que no se terminen los arreglos no se acaba la música a todo volumen"...

Al parecer este último argumento fue más que convincente, porque regresaron a la sala, donde ya los esperaba el Padrino con la botella en la mano:

- Para evitar que el difunto nos la rompa
- Mi tía dice que presta la botella, con tal que después se la dejen donde estaba.
- Allá usted, señora, si se quiere quedar con el genio embotellado, como dice su sobrina... - se encogió de hombros el señor Junco con una sonrisa siniestra.

Lo que sucedió a partir de ese momento, es un secreto vedado a los profanos, sólo diré que la ceremonia fue todo un éxito. Ya está la mezcla fraguando y las tuberías esperan el momento en que el agua corra por ellas. El Padrino le da recetas de comida coreana a Aida, al tiempo que ésta le invita a ver sus pinturas "una noche, con calma, mi obra no es fácil, soy una pintora conceptual". La tía Berenice se abanica en su sillón, con dos taponcitos de algodón en los oídos, dando gracias al Señor por haberla ayudado a encontrar de formas misteriosas el modo de mitigar los sonidos...

Y yo, desde la botella - en mala hora la respeté; tengo debilidad por el vidrio soplado, máxime si es antiguo -, pienso que si no me hubiera dado por molestarlos, no estaría en esta ridícula situación. Cuando las vi llegar me cayeron tan bien, la pintora con sus meditaciones entre inciensos, la tía con sus conciertos de Bach, que pensé que íbamos a ser felices.

Fue la llegada del señor Junco con su polifonía ensordecedora la que me dio por echar a perder los materiales primero y romper las estructuras después - no sabré yo de esos menesteres -; al ver que no se iba, me fui enfureciendo, creo que hasta se me fue la mano con algunos adornos de la viejita, pero es que la música tan alta me exaspera...

Si hubiera tenido paciencia, ya estaríamos libres de él. Quién me iba a decir que el muy condenado era un iniciado en la Santería.

Entre tanto, es evidente que la pintora se ha enamorado del Padrino. Éste le está diciendo que le encanta el rock - a mí que las tumbadoras me daban migraña -. Ella, con tal de complacerlo, le dice que no puede vivir sin Pink Floyd, Queen, Black Sabath y sabe Dios cuántos grupos cuyos nombres no comprendo, pues su inglés no es muy bueno. Él le sonríe embobecido y la tía, gracias a sus algodoncitos, ignora la conspiración que se está fraguando a nuestras espaldas.

Por eso decía lo de los tonos de verde, aunque aquello parecía no tener que ver con el resto de la historia...

Ahora el único tono con el que veo el mundo es el del cristal de la botella.




*De Marié Rojas Tamayo.
-Del libro “Tonos de verde”, ed. Drac, Mallorca 2004 (reedición 2005)
-Adaptado para la televisión cubana, espacio “El cuento”, finalista del Festival de cine, radio y TV.









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*De ELSA HUFSCHMID. elsahuf@yahoo.com.ar






Ya falta poco


"Existo como soy, y con eso me basta,
y si nadie lo nota
me doy por satisfecho, y aunque todos o uno
lo noten, también me doy por satisfecho."
Walt Witman.




Solo días te faltan, algún minuto,
de algún 31, de algún diciembre,
parirás, remanido segundo milenio.
¿qué sangrante monstruo saldrá
de tu vientre?
Tu alarido desgarrador se multiplicará
en la intimidad del arenal,
en cada ínfimo átomo de aire.
Temblará la tierra de Sarajevo
recién fertilizada con huesos y sangre.
¿Parará un segundo la hambruna universal?
Los poderosos ¿buscaran en su interior,
con la secreta esperanza
de hallar una víscera útil?
O simplemente entraremos al 2001
con toda esta magra y sucia realidad.
Con esta profunda y guardada expectativa
de cambiar algo.
Algo, aunque sea muy pequeño, mínimo.
Le exijo a la vida me permita
participar de algunos de estos cambios.
Le ordeno a mi corazón salir indemne
de este parto cercano.

.................................................

Hace diez años que el milenio parió,
Que parió guerras, muertes, sangre, hambruna.
Mi corazón indemne, pero más viejo, todavía espera.
Los poderosos siguen escondidos, enviciados.
Los pueblos arrastran su dolor, y esperan.
¿Hasta cuando?





2009



La muerte inaugura el nuevo año.
Aquí los pájaros acunan mis oídos.
El tic-tac del reloj marca el silencio.
Amanece el primer día.
Debajo de mis pies la tierra se estremece,
del otro lado del mundo los misiles
vomitan sangre inocente.
La guerra no para su trajín de horror.


La muerte se pasea inmutable por los bosques,
las verdes llanuras se opacan,
las ciudades se derrumban,
los niños no ríen, los hombres no viven,
las madres desangran,
los poderosos se eclipsan.


Los jóvenes soldados piden perdón
y matan.
Mañana serán ellos los muertos.
Se encontraran con su Dios
preguntando ¿Por qué?
¿Por qué?






Abandono



El duende de los poemas
se fue.
Abandonó mi espíritu
huyeron las metáforas
sin aviso.
No encuentro el motivo del canto,
ni me conmueve el dolor,
ni el color.
Se agranda el gris vacío,
no se escucha mi grito,
mi decir.
qué de los árboles en flor
qué del anciano solitario
qué del amor.
Baladíes y tontos fraseos
acuden atropellados, inútiles,
lastimosos.
Sólo me queda esperar
inquieta, melancólica,
iracunda.
Volverá cuando me extrañe,
lo recibiré radiante
plena.

Y cantara mi lápiz
retozará mi corazón.
Hoy...
Mañana...






Angustias



Cansados de pobrezas
mis ojos luchan por mirar.
Extendidas y tibias
mis manos buscan amor.
La piel se eriza, palpita, se hiela,
el corazón repica, se aquieta.
De pronto la sangre corre loca,
ruge, se calienta.
La mente me insurrecta,
me traiciona,
me convence.
La vida me muestra sus dolores,
sus bellezas,
sus magníficos ritos
en cada milímetro del sol.
A veces me asfixia
para después llenar mis pulmones
de aire fresco y aromado.
El universo sigue sus giros
retumbando en mis oídos.
Trato de ser feliz,
A veces lo consigo.
Otras, el llanto lava mis intenciones.







Certeza



Un desafío a mis dudas,
amarte...
necesitarte...
Un desafío a mi corazón.
Reto a mis incertidumbres.
El raro desasosiego de los anocheceres,
mi espalda desnuda de tus abrazos,
desprotegida...
desangrada.
Un desafío a mis convicciones.
La soledad es buena compañía.
Sin amor se vive igual.
Palabras...
Palabras.
Falta la tibieza de una mirada,
las manos trasmitiendo calor
una palabra justa que llene un vacío
tu presencia, allí, al alcance de mis ojos.
El sutil, invisible, hilo que nos sujeta.
La distancia que trasparenta emociones,
sensaciones y pensamientos.
Y esas dudas se desvanecen
se van apagando una a una.
Incitan...
apuran...
exigen el regreso.






Decisión



Estoy al borde del precipicio de tus ojos

siento que balanceo el cuerpo.

Mis pies descalzos sufren las púas de las piedras,

mis manos sangran, apretadas, tensas.

Hay en mi pecho un golpeteo de tambor rojo.

Baña mi boca un sabor a flores, a vida, a miel.

Y me duele mirarte

y no quiero.

Pero el huracán me empuja.

Y me dejo caer blandamente.





Milagro


Quiero mirar la tierra embarazada,

que crezcan sus ubres generosas

y entregue sus frutos ya maduros

en su parto anual y prodigioso.

Quiero ser parte del milagro

de las vides y sus racimos,

del sol repitiendo trigo.





Sin apuro


Allí donde se frota el frío

Allí llegó, con agujeros en las manos.

Vacías de amor y todo intento.

También hasta allí llegué yo,

portadora de calor

broche de amor tapador de tajos.

Allí llegué y allí quedé.

Sin apuro.

Esperando.





Trono para el pan



El apabullante azul del cielo
quedó atrás.
El viento sur traía, a horcajadas
los distintos grises
de las nubes cargadas de agua.

La tierra sedienta y dura
esperaba.
En su vientre, las semillas
negaban su brote.

El rugido de un trueno
anunció la lluvia.
Se abrieron las compuertas
y el bendito torrente
llegó por fin.

Los surcos absorben golosos.
Ya vendrán los días de partos verdes.
Y llegará el amarillear de granos.
Y el mantel, será trono para el pan.





Bahía Bombihnas


Como hilachas de blancas manos
sobre un inmenso teclado,
las olas avanzan sobre la arena.
Un mudo allegro vivace de Schubert
se diluye lentamente en la orilla.


Pero ya vuelven.
sigue el concierto
y seguirá por siglos.


Algunas veces las manos hilachas
golpearan con bríos el teclado
otras en suaves y somnolientas
notas, se dejaran mecer entre caracolas.


En esta pequeña bahía, el mar,
invade los sentidos,
su continuo murmullo musical
aquieta la sangre, serena el corazón,
y la respiración marca el compás.





Lluvia


Trazos de relámpagos entre nubes negras
retumbar de truenos.
Montada en el viento llega la tormenta.


Presurosa busco refugio en la casa.
Aseguro puertas, cierro el ventanal.
Ya la lluvia golpea con fuerza
ruge el viento arisco como animal salvaje.


El agua desborda los declives.
La tierra toda se abandona a sus caprichos.
Gozosa baña los árboles, penetra hasta sus raíces,
sabiéndose bienvenida.


Detrás de los vidrios la miro, envidiando
su fuerza, su desparpajo, su libertad.
Sabiéndose indispensable, juega,
se abandona blandamente al abrazo
de los pastos secos, del verde sembrado.


Sus ruidosos diques se alejan.
Ella corta sus juegos y los sigue sumisa.
Viajan hacia el norte.
Allá la esperan.
Con ansias, con sed, con bendiciones.






Seguiremos remando



Todo se volvía gris esa tarde de lluvia.
Caprichosamente las nubes se descargaban.
No había viento para llevarlas al norte.
El aburrido ritmo que las gotas inventaban
languidecía el jardín.
Los colores se apagaban.


Agotadas, las nubes cerraron sus grifos
y lentamente nos abandonaron.
Un amago de viento movió las hojas,
las gotitas de agua que las orlaban
cayeron en la tierra empapada.
Tenues hilos del sol insistían en asomar.


Como en la vida, el ciclo se repetía.
Después de la tormenta, que nos estruja,
siempre aparece el rayito de luz.
Y volvemos a hundir los remos
para avanzar en éste mar impetuoso
que es vivir.






Tengo miedo


Se va adentrando lentamente
entre mi piel erizada
y mi carne castigada.
Duele, quema.
Miedo es el nombre. Miedo.


Que no me quieras,
que no me nombres,
que se escondan tus manos,
que se apaguen tus ojos,
que se hiele tu boca.


Y siento el miedo rastrero
envolverse en mis piernas.
Gelatinoso y caliente
invadir mi vientre
apretarme el pecho
ahogar mi grito.


Ya es tarde.


La sombra del miedo tapó el sol.






Solo para canosos



¿Te acordas los jironcitos de algodón?
Marchaban con el viento norte.
Son babas del diablo,
decía la abuela.
Colgaban en los altos pinos
inventando cabelleras.
Se escapaban
de toscas manos cosechadoras.
Dejaban sus blancas y mullidas cunas
y partían
a formar bandera con el celeste del cielo norteño.
Perseguían las estelas de vapor
de los trenes
y se topaban, de golpe, en las ciudades
con edificios que intentaban espiar dentro de las nubes.
Nuestras fantasías infantiles se colgaban de sus colas
intentando saber donde posaban.
En cual nido entibiaban pichones.
En la gruta de qué ogro se reunían
con las brujas voladoras.
¿No se habrán quedado a vivir enredados en nuestros cabellos?





Elsa Hufschmid

Mi nombre es Elsa Hufschmid.
Nací y vivo en Santa Fe- Capital, un 8 de diciembre del milenio pasado.
Escribo por que me gusta, es una forma de comunicarme.
Participé en las antologías: "Los juegos del Tems" editada por la U.N. L. Año 2000;
"30 Aniversario" de S.A.D.E. Santa Fe, año 2006; "Letras Argentinas de Hoy" año 2006;
"Sueños y Magia del Colorin Colorado" editada por La Cámara de Diputados de la Provincia de Santa Fe, año 2006; "Arenas de nueve cantos" editada por escritores santafesinos, año 2008.
Coordino, desde hace 7 años, el taller literario "La Madeja", dependiente de la Biblioteca Popular del Centro Español.


-Fuente: Cuadernos y Palabras nº 6

*Cuadernos y Palabras. -Colección LuzAzul- es una Edición Cooperativa de los Autores
-Coordina: Oscar A. Agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar







Había otra vez...*




*Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona



UNO Wikileaks no ha filtrado aún cables top-secret entre J. K. Rowling y Stephenie Meyer pactando noche de amor entre el mágico Harry Potter y la crepuscular Bella Swan. Pero -falta poco, falta menos- todo llegará.
Mientras tanto, los suplementos culturales de ABC, El País y La Vanguardia de la semana pasada dedicaron tapas y abundantes páginas al boom de la "literatura infantil y juvenil", al libro como nuevo objeto de deseo juguetón y al crossover de novelas y relatos de moda que vuelan por los aires y muerden el cuello de ese lector fronterizo entre el moco y el acné, entre el hábil manejo del florete y el escote revelador y el beso apasionado. "A leer que se acaba el mundo" parece ser el mandato. Y abundan
por todas partes las voces conmovidas ante el paisaje de pequeñuelos entrando a librerías para comprar libros en los que el lobo feroz ha dado paso al atlético hombre lobo y de grandulones en busca de algo que los aleje del mundanal ruido y los devuelva a aquel tiempo en el que todo era tan fácil y el único castigo posible era el de irse a la cama sin postre sabiendo que el postre -como el dinosaurio- seguiría estando allí a la mañana siguiente.


DOS Pero la lectura de los suplementos antes mencionados revela -por debajo de tanta epifanía- la felicidad desesperada de los muy golpeados por la crisis de editores y libreros que se aferran, ahora, al madero que salió de ese árbol con el que se fabrican tanto libros como árboles de Navidad. Y, sí, Papá Noel y los Reyes Magos no existen, pero los números no mienten: en el 2009 el consumo de ficciones para pequeños y no tanto creció un 11,9 por ciento en volumen y un 11,4 en valor. Ni más ni menos que casi el triple que el total del sector del libro con respecto al año anterior. El asunto no es estrictamente español. Es mundial. Y, otra vez, "¡Campanas al vuelo! ¡Los niños vuelven a leer! ¡Felices fiestas!" Una explicación menos lírica del fenómeno y, me temo, más ajustada a la realidad, tiene que ver con el hecho
de que el objeto/máquina libro lleva el estigma de ser lo primero que se sacrifica en el nombre del ahorro pero, también, sigue siendo más económicamente unplugged que una Wii a la hora de cumpleaños mortales y divinos. Y otro detalle a tener en cuenta -y por el que todos los implicados parecen pasar de puntillas- es el de, ok, se lee más pero... ¿se lee mejor?
O para ser más claro: ¿se leen los mejores libros o, apenas, los mejores productos? Desconozco el volumen de ejemplares que siguen facturando nombres como los de Heathcliff, Holden Caulfield, Huckleberry Finn, Ahab o Padre Brown. Quiero imaginar que es una cifra saludable que se mantiene vigorosa y estable más allá de las modas. Y que, cuando el viento de la Historia y de las historias arrastre lejos a chupasangres de pómulos marcados y a niños con pijama a rajas, todos ellos seguirán allí: perdidos en New York, naufragando en el Pacífico o flotando por el Mississippi, corriendo entre
nieblas eternas aullando "¡Catherine!" o levantándose la sotana para correr más rápido tras Flambeau.


TRES Después, enseguida, está el tema de por qué los jóvenes lectores de hoy prefieren hechizar en castillo o beber sangre antes que salir al camino y comerse el mundo. Y hubo un tiempo en que uno abría sus primeros libros (en realidad los abrían los padres para leerlos, para que los memorizáramos,
para que pudiésemos recitarlos palabra a palabra) y de allí brotaban princesas y brujas y dragones. Después, la fantasía de los cuentos de hadas quedaba atrás para ser suplantada por jóvenes a los que se les abría la puerta para que salieran a jugar al juego de la realidad: Heidi y Tom Sawyer, las Mujercitas y los Hombrecitos, el tesoro de Long John Silver y el Nautilus del Capitán Nemo, y acaso las primeras grandes novelas inquietantes con la que nos cruzábamos: la desenfrenada Cumbres borrascosas de Emily Brontë, El conde de Montecristo de Alejandro Dumas y la muy irónicamente titulada Grandes esperanzas de Charles Dickens, donde ya se nos advertía de los inflamables riesgos del amor y de los dolores del crecimiento y de la sed de venganza como fuerza existencial. Y -con las tormentas de la pubertad y de la adolescencia- se accedía a la duda y el sentirse irreal ante la realidad. La voz insatisfecha del ya invocado Holden Caulfield en El guardián entre el centeno siendo expulsado de su colegio, casi enseguida, irse a cuestionar a todo y a todos con la ayuda de Hamlet, El extranjero, El
lobo estepario, los escolares náufragos de El señor de las moscas y los viajeros insomnes de En el camino, el nuevo rico en caída Jay Gatsby o el aristócrata que se iba por las ramas en El barón rampante. Gente complicada, gente como uno, gente que no creía en monstruos pero sí en la monstruosidad acechando en las sombras de sus propias almas.
Pero no hace mucho algo muy extraño ocurrió y los jóvenes -acaso necesitados de huir de los compromisos y demandas del mundo exterior- decidieron cambiar los términos de la ecuación y optar por el sentirse muy reales y tanto más seguros dentro de un contexto absolutamente irreal.
Bienvenidos a Hogwarths o a Bon Temps o a Forks y, sí, por si no lo sabían: la juventud es una edad terrorífica.


CUATRO No se culpe a J. K. Rowling. Ella no fue más que una madre en apuros que, sin imaginarlo, desencadenó uno de los éxitos editoriales más impresionantes de los últimos tiempos. Con la creación de Harry Potter, Rowling fue celebrada como la responsable de que los jóvenes volvieran a leer, pero también condenada como la culpable de que los jóvenes leyeran sólo a Harry Potter o a algún derivado de su receta. Y ahí seguimos. Harry Potter sigue facturando (siguen llegando niños a su fiestita), la camarera sureña Sookie sigue apretando con su novio no-muerto en True Blood pero, básicamente, lo que interesa y lo que se desea es descubrir al próximo alumno estrella de esa academia brujeril o a los siguientes colmillos afilados que salvarán a ese editor que se jugó por aquel manuscrito al que todos rechazaron. Y la historia suele contarse con la misma sonrisa de la nueva súper-modelo que recuerda frente a las cámaras lo fea y larguirucha que era en su adolescencia (es decir, anteayer) y lo mucho que se burlaban de ella las despiadadas cheerleaders de su secundario en un pueblo llamado Bad Vives o algo así.


CINCO Lo que nos devuelve a lo del principio: al tesoro enterrado y al retrato en el altillo. Lo del crossover y todo eso. La piedra filosofal y el vellocino de oro del mundo editorial. El arca perdida que todos buscan. El espécimen apto para todo público y que, además, resista el paso de las generaciones en el tiempo y de la degeneración de lo in y lo out. Y el puente entre lo infantil y lo adulto será siempre un puente sobre aguas turbulentas y aquellos que no se quedaron a mitad de cruce o se cayeron al agua y se ahogaron se cuentan con los dedos de una mano. ¿Salinger otra vez?
¿Matar a un ruiseñor? ¿Tolkien? ¿Fahrenheit 451? Hay más, seguro. Pero no hay muchos más... De ahí que algunos más o menos listos hagan trampa por atajos en botes inflables (John Grisham acaba de lanzar una serie de thrillers legales con héroe adolescente) o busquen refugio en fulgores del pasado reflotando personajes clásicos en contexto moderno. Y no olvidar nunca el neo-gótico hormonal de autoras como Anne Rice y V. C. Andrews bastante antes de que todo esto fuera milagro y de que las alucinaciones de Bret Easton Ellis devinieran en las consumiciones de novelitas basadas en la serie Gossip Girl.
Y, de acuerdo, hay y -de solidificarse el síntoma- siempre habrá algo de conmovedor en la postal de padres e hijos leyendo y compartiendo y comentando el mismo libro. El problema -editores del mundo- es qué pasará si ese chico nunca llega a leer Madame Bovary porque su heroína se aburre. Y si ese adulto decide que Anna Karenina tiene demasiadas páginas y mucha realidad y opta por su recién aparecida versión robótica, Android Karenina -que, me dijo alguien a quien respeto o a quien respetaba- "no está
nada mal".
Las fórmulas mágicas, las recetas perfectas, suelen venir escritas con letra pequeña y cláusula que todo lo altera. No olvidarlo nunca: los guapos vampiros diurnos de la saga Crepúsculo vivirán, siempre, habitando una eterna adolescencia. Es decir: se la van a pasar yendo al colegio por los siglos de los siglos y leyendo los mismos libros, obligados por un profesor de literatura que alguna vez -en otro planeta, cuando era tan real y realísticamente joven- soñaba con escribir esa Gran Novela Americana para Grandes Lectores, sin importar su edad.


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-159034-2010-12-21.html




Se trata de*


O más irrisorio
o menos irrisorio
o tan irrisorio
como cualquier otro culto
este culto:


sólo se trata de
adorar.



*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar







Correo:


Walkala*


http://galeria.walkala.eu/v/bilder_fuer_komponisten/trio_expan_bruno_strobl.jpg.html

Anduve hurgando, recorriendo su mirada y a través de la misma, su pintura. Un regocijo de color, de locura por re inventar la vida, siempre -a pesar de todo-
Gracias por permitirnos conocerlo

*María barmaria@ciudad.com.ar




*


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