sábado, enero 15, 2011

EDICIÓN ENERO 2011.



*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu






Vuelo secreto*



Caminaré despacio.


Leves serán mis pisadas.

Sorprenderé tu hombro con mi mano

y tus ojos se hundirán en los míos

Desaparecerá el mundo,

nos elevaremos mecidos por vientos azules

que irán cambiando de fuerza y color

hasta llegar a ser huracán rojo y violento.

Suave, volverá a ser brisa,

abandonara nuestros cuerpos,

desmayados, rendidos.


Me esfumaré

y nuestro vuelo

será un secreto


*De Elsa Hufschmid. elsahuf@yahoo.com.ar







MI REFUGIO*


Acúname, Soledad,

mi refugio es tu regazo

donde me animo a soñar

locuras inalcansables,

donde libero ataduras

impuestas por el afuera.

Acúname, Soledad,

libera todas mis células,

impúlsame a la frontera

donde nada me detenga,

que atraviese el horizonte

y destruya este anclaje

a un mundo en que existo

como sombra transparente

a la que sólo se acercan

a beber cuando la sed

les tritura las entrañas.


*Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar






El Martillo de las Brujas*


Éramos tantos que podíamos tejer la mañana
con los dedos.
Pero se hizo la oscuridad y nos inventaron un Dios sin cuernos.
No más sortilegios con la vara de sauce.
Tan solo la cocina que se oculta dentro de sí misma.
- los Misterios se convierten en cucharas y calderos -

Renombraron a la Gran Madre,
nos borraron de los libros,
tan solo estar con los labios apretados,
con los dientes amarrados por la ira,
invocando en silencio a la Luna y sus misterios.

Bajo los árboles, lejos del camino,
la abuela reza sus conjuros,
ocultos en su larga trenza.
y llora...

Mi hermana ya no está conmigo.
Era demasiado bella – dijeron.
Y era verdad...
hacía crecer Arces donde Cipreses,
y movía la llama de las velas con su sombra.

Sabía cantarle a la Diosa con todos Sus nombres...

Era demasiado bella – dijeron.
Tanto que les deslumbró con una sola llama.

Aún llevo su voz dentro.

Éramos muchos y nos apagaron,
lentamente,
como se arranca una brizna de hierba que sale al sol...

Pero la Abuela sabía el Gran Secreto.
Y nos ató, con su larga trenza, a la Rueda...



*de Yordán Rey Oliva
La Habana, Cuba






EL DÍA QUE MURIÓ LA MAGIA*



La segadora de musgo marchó callada,
Cabizbaja, mustia, deshojando olvidos.

Las nubes ennegrecieron a su paso,
El bosque quedó solo sin sus ritos.

Anduvo tras la huella de su escarcha,
Sin pensar, sin sueños, sin motivos.

Pobre criatura, tan sola, tan lejana,
Tan llena de ensalmos, de prodigios.

Desanduvo los caminos de la suerte,
Renegó de todos sus hechizos.

Se hizo una con el arce huraño,
Enterró en sus raíces el abismo.

Dejó junto al tronco su descanso,
Sus lágrimas, su hoz, su tiempo detenido.

Dejó pasar las horas, reanudó su marcha,
No volvió la vista atrás, más bien no quiso.


Por no mirar, no vio el árbol seco,
Que a su paso, tornose florecido.


*De Marié Rojas Tamayo.
La Habana. Cuba.






ANGEL CIEGO*


Mi espalda, esa desconocida
que necesita dos espejos para ser
expectante, acecha...

Desde su geografía misteriosa
como un barco encallado
en lo oscuro,
responde a mis gestos
que la piensan.

Abandonado mascarón de proa
la presiento
con un largo y herido silencio.

Siempre atenta y sigilosa
como un ángel ciego.



*de Miryam Seia miryamseia@cablenet.com.ar





Voy a comprar cigarrillos; ya vuelvo*



*Por Guillermo Camacho. info@auroraboreal.dk


Lina supo que su madre no pasaría de aquella noche. La acompañó en silencio mientras los recuerdos de toda una vida se precipitaban abruptamente por su memoria. Se avergonzó de aquellos años cuando todavía era una niña y las compañeras del colegio organizaban colectas para comprarle el uniforme, los libros y los materiales exigidos por la escuela. Esa náusea inmunda le volvió de repente. Como tantas otras veces en su vida. Similar al malestar de aquella tarde en la que su padre murió. Ya entonces Lina, a pesar de ser una chiquilla que todavía jugaba con muñecas, entendió que algo grave e irreversible había sucedido. La infancia sólo fue esa continua angustia. En aquellos años difíciles Petra su madre tuvo mil oficios diversos. Todos siempre mal remunerados. La idea de La Mensa de Doña Petra surgió muchos años después, cuando Lina empezaba la secundaria. Fueron años de desasosiego.

Ahí estaba Petra con su cara bondadosa agonizando en ese lecho de hospital. Lina le sentía la respiración débil. A pesar de que tenía los ojos cerrados y simulaba un sueño catártico, se sabía claramente que se debatía con la muerte en un duelo final y definitivo. El cáncer de garganta, a pesar de haberlo tenido silencioso y olvidado por treinta años, la había consumido en las últimas semanas de manera desastrosa. Finalmente le estaba arrebatando la vida. Petra ya no oponía resistencia. Lina la observó una vez más. La encontró bella y en armonía. Lista para marcharse de este mundo como quien abandona palabras colgadas de un cable de luz, como pájaros. Cada arruga de su rostro revelaba que había sido una tudesca con brío que no se había dejado vencer fácilmente en la vida. Lina la descubrió tranquila y en paz consigo misma. Lista. Preparada para la última cita. Seguramente porque sabía que Lina al fin había hallado un marido. Heiko, aquel chico suevo que volaba como aeromozo de la Lufthansa en la época en que esta compañía todavía llegaba a Bogotá.

En aquellos años dorados, muchos alemanes se daban cita en La Mensa de Doña Petra acompañados de una cerveza Bavaria y aquel gulasch que inmortalizó a Petra en la ciudad. Seguramente así ellos se sentían más cercanos al hogar. Tal vez no tanto por el gulasch de Doña Petra, más bien por la mesa larga donde los clientes tudescos de toda la vida y los de paso se sentaban a compartir una cena. Las tripulaciones de Lufthansa de aquel entonces no eran la excepción. En su corta escala en la tan afamada Atenas Suramericana, se alojaban en un hotel vecino al restaurante de Petra. En Bogotá normalmente la tripulación cambiaba y una nueva y descansada continuaba el viaje rumbo a Santiago de Chile. En una de aquellas escalas técnicas terminaron enamorándose Heiko y Lina. En realidad fue Lina la que se enamoró de Heiko, un detective de seguridad de la compañía aérea que viajaba camuflado de aeromozo.
Lina recordaba la infancia como un malestar. Esa náusea de sentirse sola, insegura y desprotegida. Tal vez por eso Petra abrió La Mensa de Doña Petra, en un ataque visionario y como única alternativa cuando el marido alemán se le murió en Bogotá, esa ciudad extraña a la cual habían sido enviados a instalar unas máquinas para una imprenta de renombre. Originalmente iban a quedarse dos años pero en el camino nació Lina. La tipografía le ofreció al marido un empleo permanente porque él era un genio de las técnicas de reproducir libros por medio de presiones mecánicas. Todo marchaba viento en popa y así transcurrieron desapercibidos los primeros cinco años. Lina empezó a padecer aquel malestar que se siente en el estómago cuando se quiere vomitar la tarde en que murió su padre, y su madre decidió que se quedaba en Colombia contra viento y marea. Sus razones habrá tenido.

Y ahí estaba Petra indefensa en esa cama. Le pareció notarle una sonrisa que la tranquilizó y le provocó levantarse y estrecharla entre sus brazos, pero reposaba tan plácidamente que no se atrevió a hacerlo. Lina también se quedó dormida al lado de su madre y soñó con años mejores. Lina graduada de bachiller, ayudando en el restaurante de su madre y estudiando una profesión. Petra había comprado un apartamento cómodo. Lina tuvo su primer auto. Petra incluso la matriculó en una escuela de equitación. En la mensa los clientes especulaban que Petra, a punta de vender el célebre gulash, estaba millonaria. Y en cierta medida era cierto. La Mensa de Doña Petra llevaba más de cuarenta años funcionando sin haber cerrado un solo día en todo ese lapso. Gozaba de una clientela fija y otra volátil que había oído hablar del local especialmente en las ciudades hanseáticas más extrañas y remotas. La gran mayoría de alemanes turistas en Colombia había pasado y pasaba por el gulasch de Petra acompañado de la famosa cerveza Bavaria helada de la fábrica de un famoso comerciante e industrial de la época. La Mensa de Doña Petra había sido elevada, entre los turistas y los locales, al rango de institución: uno de aquellos prerrequisitos necesarios y obligados para poder jactarse y dar crédito de que efectivamente se conocía Bogotá; como ir al Museo del Oro o visitar el cerro de Monserrate con su catedral y beber chocolate hirviente con queso derretido, se decía entre teutones y locales que había que comer en La Mensa de Doña Petra.

En las noches Petra solía sentarse en la mesa larga con sus clientes mientras fumaba como una chimenea, siempre, toda la vida, uno tras otro hasta que se ganó el cáncer de garganta que le puso la voz ronca durante treinta años y finalmente le estaba arrebatando la vida en esa última escena por el sueño eterno. La definitiva, la decisiva, la postrera. Nunca aprendió a hablar bien el español, pero no lo necesitaba. Sus cocineras, las mismas durante toda una vida, no sólo le aprendieron los secretos de su gulasch sino que llegaron a quererla y a entenderla como si fuera su propia madre. Petra se hacía querer por todos. Siempre había un Schnaps de más para los clientes. A todos los trataba como a hijos.

Le hablaban de negocios, le consultaban aventuras y odiseas. Le confesaban amores secretos y líos de faldas. Le manifestaban credos políticos. Hasta de revoluciones y armas llegaron a comentarle. Y a todos escuchaba. Por igual. También observó a Lina y la consoló durante aquellos años difíciles en que ningún chico se le acercó. Lina, desde las colectas de la escuela primaria, estuvo vetada por sus compañeros. Pringada de algún tabú que le cerraba puertas. Jamás se le conoció novio en la secundaria. La invitaban a las fiestas y la dejaban sentada toda la noche. Lina era bonita, pero algo había en ella que producía esa repugnancia, que la había acompañado desde la infancia desde la muerte de su padre.
Heiko apareció como un regalo de los dioses. Seguramente no bajado del cielo, pero sí como una aparición milagrosa cuando Petra pensaba que Lina pasaría el resto de su vida sola y triste. Desde hacía seis años Lina y Heiko estaban casados. Se habían trasladado a Alemania. Venían regularmente a Colombia a visitar a Petra, que a pesar de sus setenta y cinco años se oponía a cerrar su Mensa.

“La Mensa de Doña Petra se cierra el día que Petra se muera”, le dijo a Lina la noche de su boda con Heiko. Les regaló una mansión en Holzhausen, uno de los barrios lujosos de Frankfurt. Y sagradamente todos los meses desde el día del enlace, les hizo llegar un giro de dinero lo suficientemente abultado para mantener sin apuros la bella residencia de Frankfurt y un ritmo de vida que les permitía lujos extraordinarios. Lina y Heiko tuvieron un hijo y casualmente el día en el cual el nieto cumplió cinco años de edad, una de las cocineras de La Mensa de Doña Petra telefoneó a Lina a Alemania para decirle que Petra había sido hospitalizada de emergencia a raíz de ese dolor de garganta. Aquel malestar que arrastraba en silencio y sin jamás referirse a él desde hacia más de treinta años y que decía era el nudo que se le había formado en la garganta cuando su marido había muerto.

¡Eso me pasa por no llorar las penas! - decía a veces.

Pero la verdad era que Petra había perdido la voz completamente durante los últimos años de su vida. A punta de gestos y cambios de la expresión de los ojos manejaba el negocio y su vida como si nada hubiera ocurrido. Bastaba una mirada para aprobar los guisos de las ollas en la cocina. Una sonrisa para fiar a un cliente o que no se le moviera un músculo de la cara para censurar un comentario de mal gusto.

Con la primera operación a las cuerdas vocales vinieron un par de años difíciles donde Lina y Petra tuvieron que resolver asuntos prácticos y poner papeles en orden. Petra traspasó su apartamento de Bogotá a Lina. También el restaurante, y confesó a Lina las cuentas millonarias que poseía en Alemania, donde estuvo ahorrando las ganancias de La Mensa de Doña Petra durante más de cuarenta años. Todo pasaba a nombre de Lina.

Cuando Lina se despertó aquella mañana, Petra ya había dejado este mundo, pero en la habitación se podía sentir aún su energía maravillosa que circulaba sin tensión alguna por el cuarto. Lina no sintió tristeza. La había visto morir feliz, a pesar de los dolores de garganta. Además Lina confirmó que había tenido la suerte de tener una madre maravillosa que jamás descansó hasta verla dichosa. Le heredaba una fortuna que jamás imaginaron y que realmente no importaba a esas alturas de la vida. Lina ya había empezado a descubrir que a medida que se envejece se necesitan cada vez menos cosas materiales. La náusea también comenzaba a desaparecer. ¡Qué alivio!

Lina enterró a Petra con una ceremonia simple a la cual sólo permitió que asistieran sus cocineras de toda la vida y algunos, muy pocos, clientes. Por supuesto sin flores como es la costumbre. Se leyeron unos poemas de un tal José Gorostiza, “Muerte sin fin” a la puerta del mausoleo en el Cementerio Central. Petra siempre habitó en el centro de la ciudad. Ahí debían reposar sus restos. Luego Lina regresó a Alemania en paz. Comunicó a Heiko que por favor no se fuera a impresionar cuando pidiera el saldo en el banco. Petra les había dejado una fortuna en dinero.

- Ya lo sabía - le dijo Heiko desganado.
Durante las siguientes semanas, Lina descubrió que la náusea angustiosa de toda una vida había comenzado a desaparecer. Apenas se asomaba como un espejismo que le costaba recordar como verídico. Supo que no era debido al dinero. Llegó a aquella conclusión, elemental, porque finalmente se descubrió feliz. Tenían un hijo sano y hermoso que entraba a su séptimo año de vida; estaba enamorada de su Heiko, todos gozaban de excelente salud y su madre le había enseñado y demostrado que la felicidad era realmente el poder disfrutar de las cosas simples de la vida.

Una mañana de un sábado cualquiera, como acostumbraba Heiko tantas otras veces, le escuchó decir:

Lina, voy a comprar cigarrillos, ya vuelvo.

De eso han pasado diecisiete años. Heiko jamás volvió. Se desvaneció como si nunca hubiera existido. Ni una huella, ni un rastro. Nada. Lina sólo captó que la había abandonado, no cuando se cansó de buscarlo durante cinco interminables días con sus insoportables noches por hospitales y estaciones de policía por todo Hesse, como una demente, sino cuando descubrió que Heiko había vaciado todas las cuentas bancarias. Todo. Hasta el último céntimo. Íntegramente legal como le explicaron en el banco:

- ¡Señora, sus cuentas bancarias son mancomunadas! ¡Vea, compruebe usted misma, aquí está su firma en este documento en el cual autoriza a su marido sobre todas sus cuentas. Mire usted, además acá están registradas, y hasta selladas por notarios colombianos y autenticadas por el consulado alemán en Bogotá, el poder plenipotenciario que usted le dio a su marido, el señor Heiko Schellart sobre todas sus propiedades y escrituras! Un timo perfecto.

¡Afortunadamente le dejó el hijo!

Desde entonces la náusea ha estado presente. Va y viene por ratos. Ese malestar de estómago que la ha perseguido toda la vida como la frase simple y llana de Heiko:

Lina, voy a comprar cigarrillos, ya vuelvo.



-Se reproduce con autorización del autor-
*Fuente: AURORA BOREAL Nº 7. Mayo 2010.





Maceta pintada*




Filigrana blanca : una niña o muñeca o pintura habla, no sé si consigo entenderla. Desde su maceta, en el blanco banco que juega a los vacíos con el aire, las hojas le salen como pensamientos, dice algo acerca de la vida y la belleza . Me gusta que esté en casa como una búsqueda quieta. Le saqué una foto por temor a que un día se rompa. No la podría recuperar, muerto el que la pintó y el que la ideó, ella y yo frágiles, todavía creamos climas. O es ella la que viene del mundo de los sueños y yo sólo me abrazo a la íntima calidez de su barro ¿Por qué ahora que estoy sola temo por esta sobreviviente de una casa con niños y perros, le saco la foto, le escribo?.
A lo mejor porque ahora, recién ahora, creo que debe ser verdad ese asunto de la muerte.
Es que entre ladridos, gritos, llantos y risas solamente se vive, no se piensa en la vida ni en la muerte..


*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar






Amaneceres*



*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar

A mi padre, en memoria


En algunos amaneceres de entonces, que eran a cielo abierto, y muy alto allá donde mi gozo abismaba los pájaros, fuimos posiblemente los últimos felices en este planeta girador, sin sentido.
Cuando escribo que los amaneceres eran altos, muy altos, estoy diciendo que esa altura derrotaba el rocío y el que caía en los pastos lo pisarían caballos tan briosos que atravesaban el alba con sus cascos brillantes que mi abuelo cortaba a formón y martillo y le daba un toque fino con una lima de acero.
El mismo acero que Agustín Pessi usaba para sus hermosos cuchillos a los que agregaba un mango de hueso claro con vetas bellísimas de surcos oscuros.
¿Dónde había aprendido este hombre el arte de embellecer esos cuchillos que no hubieran existido sin su mediación entre paciente y mimosa?
Fue el proveedor de mi padre de todos los cuchillos que vio pasar mi infancia. Cuando mi padre les mostraba orgulloso a las escasas visitas que pasaban por casa, decía:
Me lo hizo el "Ñato" Pessi: un maestro y agregaba en un tono que nunca supe si era veraz o una de las pocas ironías que se permitía: Opino que un asado cortado con cuchillos sin filo no tiene el mismo gusto que el que se corta con un buen cuchillo. El, si le daban a elegir cuchillos, prefería la marca Arbolito o los que llevaban la firma alemana Solingen.
Mi padre podía hablar en ese tiempo largo rato sobre la solvencia de un buen cuchillo, de su filo y su peso "que debe ser justo", porque un cuchillo liviano no sirve y uno demasiado pesado, tampoco, decía en tono sentencioso.
Y cuando uno le inquiría sobre el método a seguir, sonreía apenas y decía que era una de las formas de saber ser "baqueano" -es decir, experto en esas cosas que no se aprenden en la escuela y que no había un método, solo experiencia acumulada pero con inteligencia. Tenía una sola virtud mi padre en ese tiempo, y era la de dar un pronóstico de lluvia. Rara vez se equivocaba, y luego de la lluvia cuando comenzaban las discusiones por los milímetros caídos y nadie se ponía de acuerdo, todos decían "Hay que esperar a don Santos". Mi padre tenía un termómetro que el mismo había fabricado y que había puesto sobre un poste de ñandubay al final de la quinta.
Cuando a primera hora de la mañana (si la lluvia había sido de noche) se iba a tomar una ginebra al boliche de Giovanelli y se le preguntaba, él, tal vez un poco teatralmente, tal vez inhibido del papel importante que le concedían sus copoblanos, tomaba un primer sorbo de tan espirituosa bebida,
carraspeaba un poco y daba su versión, que siempre era infalible.
Cayeron 37 milímetros y se zanjaba toda discusión anterior. Antes que llegara todos lo estaban esperando porque cuando no se ponían de acuerdo (a veces la diferencia eran de 2 milímetros o menos) y se enardecían los ánimos, nunca faltaba el prudente que levantaba la voz y decía:
Hay que esperar a don Santos.
Mi viejo tenía un par de otras virtudes hoy muy raras: no mentía nunca, aunque eso le costara un dolor de cabeza. No vi en mi vida en un ser tan falto de tacto. No hubiera servido para la diplomacia. La otra era no dejar nunca de pagar una deuda aunque no comiera por ello.
La honestidad es el único capital que tengo, decía.
Conmigo nunca habló de cosas de la vida que mí me hubieran servido. Era hosco, seco, concluyente y autoritario. Pero predicaba con el ejemplo.
Curiosamente, o mejor dicho, no sin asombro escucho a mi amigo Miguel Compañy confesar que él buscaba en su adolescencia el consejo de mi padre. Y él, mi amigo me dice que confiaba como en un oráculo en don Santos Isaías.
Porque me dice, "cuando tu viejo no sabía darme respuesta me lo decía de frente".
Tigre, yo de eso no sé nada.
No dejo de reflexionar lo raro que fue este hombre, digo, mi padre, porque con sus hijos era hosco, hablaba lo mínimo y nunca de cosas que de verdad me interesaran, y sin embargo era para mis amigos algo así como un consultor a libro abierto.
Yo comencé a escribir sobre los amaneceres de entonces si creen que me desvíe para contar algo sobre mi padre, se equivocan ese relato sobre la vida de mi padre es una deuda, y él, Santos Luis Isaías como gustaba decir, era ducho en amaneceres. Y él podía contar todos los matices que veía en esos amaneceres altos, cuando enfrenaba el "nochero" y lo montaba para traer del potrero los ocho caballos para el aradito de entonces, que irían atados para arrastrar esos dos o tres discos para roturar la tierra, en ese arado que aprendió a manejar muy rápido, con diez años apenas, ese arado que seguía una nube blanca de gaviotas y algunos teros gritadores. Las rejas al dar vuelta la tierra dejaban al descubierto los bichos del subsuelo: lombrices, isocas gordas y blancas que eran el manjar de toda ave que anduviera en el aire.
Toda esta belleza que la siembra directa sepultó para siempre.
Hablo de un tiempo en que con sólo llegar a los tamariscos de don Juan Peralta uno podía ver de qué laguna levantaban vuelo esa bandada de garzas.







LIMITE DE MI PENA*


"¿Por qué a mi las tareas imposibles: hilar la arena,
dibujar el rostro del viento, conocer el espanto...?"
ELENA CARICATI PENNELLA



Dime corazón esquivo, límite de mi pena.
¿Porque se me ha legado este mandato?
¿Esta necesidad, este instinto de hembra?
¿Por qué obligarme a esta condena absurda?
¿Porque el ventrílocuo calla cuando germina el grito?
¿Por qué la casa parte cuando llega el huésped?

Esta es la ecuación que me ha tocado:
Las manos en el fuego, los ojos en el agua,
Los pies en el barro.

¿Por qué la lengua me respira en derrota de lluvia?
¿Para que los pechos si no tengo pájaros?
¿Para que la luz si no tengo oídos?
¿Para que la música si no tengo ojos?
¿Para que las ramas si no tengo niños?

¿Has convocado al Candelabro de los siete brazos?
¿Le has pedido la lumbre?
Un indicio.
¿Un porqué de este vivir sin rumbo, esta distancia?
No siento tu respuesta. Si, tú resuello
En mi plexo. En mis salvajes azucenas.
En mi estómago que estalla cual granada.
En mis rabiosas vísceras.

Se que sabes de desamores y de ofensas.
De auditorios vacíos. De somníferos.
De bocas secas y de manos ciegas.
De caimanes de piedra. De aguiluchos.
De patrias tristes. De mujeres ajadas.
Se que sabes aun lo que no sabes.

Aun no he pagado a Caronte.
No he puesto la moneda bajo la lengua de los muertos.
No me he reconciliado con Narciso.
Menos aun con los ojos de los santos.
¿Quién te obliga a silenciar tu voz?
¿Acaso duermes? ¿Meditas? ¿Agonizas?
¿Mueres? ¿Sueñas?

¿Por qué, digo, porqué, se me han dado las respuestas,
Cuando han partido las preguntas?




*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar








Un actor se prepara*


(a nemírovich-dánchenko y stanislavski)



una mueca en mi cara
un latido dentro de mi corazón
un globo amarillo debajo de mi cielo

una balsa encima de mi río
un puño encima de mi cabeza
un jazmín dentro de mi puño

un dólar dentro del festival en mi homenaje
un escarabajo en mi biblioteca

un recuerdo en mi recuerdo de sus piernas
un tic nervioso alrededor de mi resentimiento
una antigualla ocupando el centro de mi sobaquera
un inaceptable tecnicismo al pie de mi zapatilla

una simpatía a la vuelta de mi esquina
un corchito agradecido flotando dentro de mi botella de moscato
una cálida ráfaga desde el noreste de mi planisferio

un actor se prepara con sus dentros y fueras de sí
un actor se prepara con sus encimas y sus debajos
un actor se dispone a emperifollamientos entrañables
a la vuelta, desde y alrededor
y desnudeces súbitas ocupando centros y al pie

un actor se precipita sobre las gemas
un actor se sume en un soliloquio
un actor copa sus réplicas y pausas
un actor riega sus memorias y acecha sus áreas cercadas
un actor se afiata en la contemplación

un actor se prepara en la antesala del espejo
y otro en la penumbra
y otro en la inmutabilidad de su calavera



*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar





ARMADO DE UN DOLOR CASI PERFECTO.*


Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡yo no sé!
César Vallejo.



Trato de que bajes la mirada,
de que pongas los pies sobre la tierra,
para hacerte más suave la caída
y te olvidas
de que el tiempo gira y gira
y sigues empeñado en descubrir nuevas estrellas.
Te invito a escoger las utopías,
a abrir de par en par las puertas y ventanas;
a disfrutar el sol, aun con eclipse
y sigues empeñado en lagrimear bajo la luna.
Trato de consolarte y no hay consuelo
que te lance de nuevo a los caminos.
Tú te empeñas, amigo,
en continuar paseando las veredas
armado de un dolor casi perfecto.

Sé que hay dolores tan fuertes en la vida,
que la fe se pierde así, así de golpe.



*De Miguel Crispín Sotomayor. arcomar@cubarte.cult.cu

-Tomado del poemario “En la redondez del tiempo” (2010)







HORÓSCOPO DE GREDA*

“...El gran frío del mundo, el poco amor que encuentro
me mueven a buscarte, mujer, en cierto bosque de latidos calientes...”
GABRIEL CELAYA



Llegó a la hora en que los amantes se cubren de polen y amapolas.
Venía con la sed a cuestas, la noche y sus ardientes soles.
Era el mensajero de antiguas, sacrosantas memorias.
Cruzó llanuras. Montes. Se detuvo en los ríos.
Evadió sutiles vigilancias, espectros, osamentas.
Yo lo escuché llegar: Detente corazón, escucha.
Traía su pasión de tierra, el fervor de su sangre y la simiente.
Entró calladamente, como un ladrón.
Todo un silencio. Un ardor. Un zumo de inocencia.
Recorrió con su pulso el mapa de mi especie de hembra.
Reconstruyó silencios, ecos, sabores y palomas.
Cabalgó despacio, tan despacio.
Lento, rápido, desenfrenadamente.
Al este, siempre mirando al este.
Bebimos del mismo grial, la sed, la sal y la misericordia.
Luego, se fue. Se fue como llegó.
Calladamente. Como un ladrón.

Llegarán desterrados días. Roca que oprime el pecho.
Miraremos al Este. Cerraremos los ojos.
Y podremos descifrar. Penetrar. Releer. Empaparnos.
Grafías escritas para siempre.
Grabadas en este, nuestro cuerpo: Infinito horóscopo de greda.



*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar







Lo suave y lo profundo*


El le hablaba de temas profundos y ella pensaba en el recorrido de esa mano que se agitaba explicando complejidades. ¿Cómo sería la travesia, asaltaría como un pirata la barca de su escote. ¿Encontraría tesoros, al menos dos botoncitos rojos de coral ?. Se imaginaba la caricia en la ventana, del bar, con gestos redondos como quién amasa pan. En el cristal la piel no se ve, se adivina, el cuerpo a medida que se desdibuja, florece, y queda la belleza abundante de los frutos vitales.
Ella mira como la devora en la vidriera, comensal o cocinero que le vuelca en el pecho salsas, hierbas. Mientras tanto él de verdad, desligado o no de la escena que ella borda en el tapiz - frontera entre el adentro y el afuera, temina su relato. Ella asiente, perdida entre la realidad y la ficción, mientras todo vuelve a ser normal. O no, y si a lo mejor lo normal era ese roce ya perdido que nunca sucedió, lo normal era ese generoso donarse de ella, en la imaginación, que da vida., era ese enredarse con los colores de la tarde.


*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar







SE ANUNCIA LA URGENCIA: *



Esta vez,
desde algún lugar,
aguardo los designios del invierno,
cuando el Domingo
llama a los silencios
y las tardes guardan
el frio de los gritos / en minúsculas.

Aunque sea de noche,
las puertas y las casas rojas
aquí están
por última vez en el rompecabezas.

Llamo a los asistentes de la ceremonia.
Quizás, el error fue no conocer ciertas palabras
para nombrar lo imposible.

La plaza a lo lejos, retrocede el paisaje,
veo deshabitar la casa,
el olor inviolable del recuerdo.
Acudo a la paciencia
de una vieja canción que regresa.

Tal vez alguien quiere negar
el significado de las flores,
observo las esquinas,
escucho los testigos que permanecerán
y que poco a poco
comienzan a callar;
siento arder los sonidos
en una orquesta desvastada.

La noche llega a su punto máximo de abrazo,
se anuncia la urgencia
del lúgubre neón
aunque ya no esté.

Después de todo: ¿Sabes?
nadie garantiza el mecanismo de los relojes.


*De LEÓN KOMOROVSKI. lenako16@hotmail.com





*


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