miércoles, enero 19, 2011

ESTACIÓN HERRERA VEGAS



InvenTren.



SOLO UN CAFÉ…*


A Silvio


Todo era vasto, pero al mismo tiempo era íntimo y, de alguna manera, secreto.
El Sur
Jorge Luis Borges



La vio acercarse, con el mismo sombrerito que usó en la televisión…

Se hallaba a punto de partir a provincias a una gira promocional de su más reciente disco, encendió el televisor para no sentir tanto silencio – o para acallar los gritos de sus pensamientos – y vio que estaban pasando una entrevista a enfermos terminales. Una idea un poco cruel, pensó, sin darle demasiada importancia.

De pronto escuchó su nombre. El entrevistador le preguntaba de nuevo a una de las pacientes – vaya ensañamiento – si ese era su último deseo.

- Sí - respondió una mujer con un sombrerito de terciopelo verde oscuro, apenas para intentar cubrir la calvicie a la que la condenaba su enfermedad -, de niña y adolescente fue mi ídolo, mi primer y gran amor, compraba sus discos, iba a sus conciertos, perseguía sus entrevistas, me sé sus canciones, sus poemas... Jamás pude siquiera tenerlo cerca… Ahora que estoy tan próxima a partir, desearía poder tomarme un café con él.
- ¿Y que le dedique una canción, tal vez? – insistió el periodista.
- Solo un café – dijo ella, mirando fijamente a la cámara.

Le pareció que los ojos de la mujer, de un azul casi transparente, se clavaban en los suyos. Aquello lo impresionó. ¿Sería una señal? Su religiosidad personal, conformada por lo que había ido eligiendo de varios credos, era muy profunda.

Si, a pesar de nunca ver televisión, de estar apenas prestando oídos, una mujer a punto de morir decía su nombre, y vivía en una ciudad donde harían una corta estancia… Era un llamado.

Logró localizarla a través del hospital donde se realizó la entrevista. Ella, muy emocionada, le dijo que no vivía en la ciudad, sino en un pueblo cercano, pero podía tomar un tren y coincidir con su apretado horario, una hora antes de partir. Para ayudar al encuentro, fue él quien propuso que fuera en el café de la terminal, un sitio agradable. No era primera vez que hacían esta parada, ahí vivía la madre de uno de sus músicos. El resto hacía cualquier cosa, hasta que se reunían en el punto acordado.

Se levantó, saludó con una inclinación de cabeza que ella respondió del mismo modo. La ayudó a sentarse y esperaron, sonriendo en silencio, que viniera la camarera para ordenar, él un café expreso, ella un capuchino.

Tenía la nariz levantada y las mejillas tersas, muy pálidas. En contraste, las pecas que salpicaban su rostro eran casi rojas. “Parece una niña que se resistió a crecer, tiene rostro de bebé”, pensó y se le heló la sangre al recordar que estaba frente a una persona a la que le quedaban, con suerte, unos meses de vida. Su antiguo miedo a la muerte estaba sentado frente a él.

Ella adivinó sus pensamientos.

- Conozco esa mirada, no te preocupes, no es tan terrible como parece... Todos venimos al mundo con fecha de vencimiento, la diferencia es que yo conozco la mía.

No sabía qué responder, mas, al verla echar a reír, aflojó la tensión y rió también. Había tenido sus temores, a última hora casi se retracta del encuentro. Las fans lo ponían nervioso, esperaban de él algo más de lo que era, como si tuviera que hablar todo el tiempo en el idioma de sus canciones, tener salidas geniales ante cada frase, tararear lo que ellas le pidieran. Hubo una que le reprochó su estatura… y hasta su edad, comentándole que “en la portada de los discos se veía más joven y más alto”.

- No espero nada trascendental de este momento – sonrió ella, leyendo su mente de nuevo -, debes estar hastiado de todo tipo de acosos, preguntas fuera de sitio, indiscreciones y comportamientos extremos. Mi deseo era éste, compartir un café contigo, nada más.

La hora discurrió tan rápidamente que quien los contemplara hubiera dicho que eran dos amigos que se reencuentran luego de una larga pausa y tienen mucho que contarse. Rieron, comentaron sucesos del pasado, eventos que conmovieron a muchos, otros casi olvidados… No tuvo que mirar el reloj, ella lo hizo por él.

- Llevo medida del tiempo, sé que estás en una breve parada. Mi agradecimiento no tiene límites y sé que te pondrá nervioso escuchar todo lo que ha significado para mí este encuentro. Solo quería, antes de despedirnos, hacerte un regalo, algo especial que solo yo puedo darte…

De nuevo sus nervios se dispararon: Lo dicho, con los fans todo es de esperar. Pero ella no parecía tener impulsos de besarlo, ni de dispararle con un arma oculta, pedirle su reloj, ni siquiera un autógrafo en algún sitio extraño de su geografía. En vez de esto sacó una agenda y un bolígrafo.

- Como sabes, estoy a las puertas de un viaje sin retorno – lo miró, sabiendo que acaparaba su atención -. Cuántos no habrás perdido, cuántos adioses inesperados, cuántas largas despedidas, cuántos “hasta pronto” que se transforman de golpe en “hasta siempre”.

Guardaron silencio por unos segundos.

- Siempre que esto sucede, pensamos que algo esencial faltó, más allá de la ausencia. Rezamos por una hora, por un minuto, así sea por saber que nos escuchan – continuó ella, extendiéndole ambos objetos -. Elije una de estas personas, la que darías cualquier cosa por ver una vez más. Escribe lo que quedó por decir. Te prometo que, si la otra vida existe, la buscaré y se lo diré, así me tome el resto de la eternidad.
- ¿Y es necesario ponerlo por escrito? – le dijo, con los ojos húmedos, llenos de remembranzas y agradecimiento.
- Sí, para poder aprendérmelo de memoria en el tiempo que me queda y transmitirlo, con tus palabras exactas, a ese alguien que amaste tanto y el destino te llevó antes de que pudieras decírselo.

Comenzó a escribir, entendiendo que el mensaje captado aquel día frente al televisor había sido para él, pero no del modo en que lo entendió.

Dejó gotear su dolor en el papel que iba cubriendo de renglones, sin saber si se hallaba en una estación de trenes, frente a una mujer aún joven y bella a pesar de los estragos de la enfermedad, o si se hallaban ambos en una estación de tránsito de un género distinto, y frente a él tenía un ángel que adivinaba sus deseos, sus memorias, sus temores y hasta lo que había pretendido sepultar en los rincones más hondos del olvido.



*De Marié Rojas Tamayo.
La Habana. Cuba.






La reinvención*



*Por Urbano Powell. urbanopowell@yahoo.com.ar




El hombre camina por su barrio con su mochila de frustraciones antiguas.
Al dar vuelta la esquina reconoce a un compañero de la -ahora lejana- escuela secundaria. No lo ha visto en décadas.
Alejandro esta tirado en el piso debajo de un antiguo camión que parece haber sido fabricado durante la segunda guerra mundial.
"Lo compre por unos pocos pesos". -Explica. "Lo estoy reparando para que sea casa rodante. Voy a recorrer la argentina con el".
El hombre mira a su amigo con una expresión intraducible. El camión es una ruina con su chasis sostenido por troncos de madera.
El amigo debe haber percibido una mirada escepticismo, o esa piedad que se tiene ante un delirio impracticable.
-"Si no tenés sueños, estas muerto". Dijo con un sentido justificatorio.
Al hombre la frase le pareció un flechazo en el pecho de su propia existencia.
Cambiaron de tema. Que sabían de los compañeros de entonces.
¿Sabes algo de Huber? -Preguntó el hombre-
Con Huber eran un trío inseparable en el primer año del industrial.
-Se fue a trabajar a un pueblo de campo en un centro de investigación. Le cambio la vida. Acá no tenia nada y a los 50 años nadie te da un trabajo estable. Hay que trabajar 12 horas arriba de un remis completo el hombre el cuadro de situación.
Antes de despedirse el hombre pide las direcciones de correo de Huber, y la de Alejandro el portador de ese sueño de acercar distancias que ha intuido como inalcanzable.


El hombre siguió su camino acunado en angustias. Son años de sentirse fracasado y por más que haga enormes esfuerzos mentales no logra ver la mitad del vaso lleno. Solo gotas. Y se evaporan.

Esa misma noche le escribió a Huber.
Le contó su situación. Una vida horrible. El trabajo un espanto. Ni hablar de la soledad.
Huber le contesto rápido. Leyó su correo en la mañana siguiente.

-"Negrito, que alegría me das, salvo de Alejandro hace años que no se nada de los compañeros de la escuela.
-"Lamento que no estés del lado de los integrados al modelo. Esta sociedad casi no da segundas oportunidades a nuestra edad. He tenido un golpe de suerte después de años de golpear puertas.
Esta noche, cuando vuelva a casa te cuento la historia de como llegue aquí."

El hombre responde: Dale, contame. Quiero saber una buena entre tantas calamidades que escucho en el día.



Al amanecer, cuando el calor insoportable apenas ha aflojado durante la noche, el hombre lee la carta Huber. Es una historia larga y no parece sencilla.

Había tenido un año peor que malo. Le extirparon un testículo, cuando salió de esa se quebró una pierna.
Su hija lo dibujaba: "Es papá en su burbuja" y lo representaba: La angustia lo aislaba cada vez más. Imposible ver futuro. El futuro era el día siguiente o la semana a lo sumo.
Un día recibió un llamado de un primo que vive en el campo, justo en el límite de los partidos de Yrigoyen y Bolívar.
"Se viene el ferrocarril de nuevo y va a haber trabajo en cada pueblo. Hasta posibilidad de radicar industrias y empleados"
Huber hizo un bolsito y se fue a ver a su primo. Fue por un par de días y volvió a la semana con otra cara.
Ese título que le dieron a leer era más que prometedor: "La reinvención del ferrocarril. Un proyecto comunitario de articulación social"
El tren volvía, pero cada pueblo debía formular proyectos que se respalden en el tren y den sustentabilidad a largo plazo.
Ahí tomo contacto con la gente de Herrera Vegas, 150 habitantes que tuvieron el criterio de no aceptar cualquier cosa.
Tomaron el asunto del proyecto para refundar su pueblo con el ferrocarril en serio. Armaron un concurso de ideas internacional y lograron el respaldo de la UNESCO.
En asambleas descartaron alternativas: ni planes de vivienda sin trabajo para quien llegue a vivir, ni la instalación de una cárcel -el Estado vive buscando lugares para ampliar su capacidad de encerrar en celdas-.
Tampoco industrias que contaminen más aún el agua.
Fue unánime. El proyecto ganador fue la radicación de un centro de investigación avanzada, al que se bautizo como "Alfonso Luis Herrera" en homenaje a un destacado científico mexicano. Un segundo proyecto también fue aprobado: un polo de microempresas que fabriquen alimentos.

Huber consiguió empleo en el centro de investigación como administrativo, a la espera de que lo asignen a un proyecto de investigación específico. Se levantaba bien temprano, caminaba hasta la estación Libertad y se subía al tren hasta Herrera Vegas. Trabajaba 8 horas y tenia casi 6 de viaje entre ida y vuelta.
Cuando lo designaron como empleado contable en el proyecto NOGXA. Huber se animo a llevar a su familia a vivir a Herrera Vegas. "Ahora los chicos pueden jugar en la calle" (....) "dejas la bicicleta o la motito o lo que sea en la puerta de calle y nadie toca nada". (....) "No se si es el paraíso pero se le parece bastante..."

Así como el proceso que lo llevo a conseguir trabajo estable e irse a vivir a ese pequeño pueblo revoluciono su existencia. Huber habla maravillas del proyecto donde trabaja. Aunque el no entiende demasiado de lo que hace ese equipo de científicos, sostiene que el fin es noble, que van a terminar de dar vuelta el modo de pensar la relación entre mente y cuerpo.




"Negrito, no se lo digas a nadie pero esta gente esta experimentando con una máquina que puede grabar todo lo que la mente de un sujeto almacena durante su vida. (....) todo, absolutamente todo: imágenes, frases propias y de la gente querida. Lo políticamente correcto y lo traumático fijado en la memoria. (...) Además y esto es lo mas decisivo: puede registrar el efecto de emociones y recuerdos pasados sobre el cuerpo en el aquí y ahora..."

Una vez hablo fuera del horario laboral con el director de NOGXA.
Huber se despreocupo por hablar un lenguaje de códigos y conceptos. Simplemente pregunto: Che, Javi, ¿como se te ocurrió todo esto?
Gracias a Carl Kolchak, por el capítulo del hombre obligado a dormir en un laboratorio. Ese hombre que en sus sueños materializa al hombre musgo, el "Peremalfait", un cuco mítico de su infancia que mata a quienes quieran despertar a su creador.
Era un niño y ese capítulo me impresiono y dejo su huella en el tiempo. Desde ahí, para decirlo mal y breve me obstine por hacer visible, materializar de alguna forma los recuerdos y la actividad cerebral del ser humano.

¿Viste, negrito? Que asombrosas suelen ser las cosas...

-Te felicito hermano, le contestó el hombre. Era hora que te tocara un trabajo decente.

(...) No lo voy a pensar ni un día más. Voy a visitarte a Herrera Vegas. Buscare un trabajo. No importa en que oficio. Sino estar allí y vivir en un pueblo que se recrea. Que brinda la ilusión de reinventar la vida de quien pise su suelo.

Allá va el hombre a sacar su pasaje para viajar desde Merlo Gómez, la estación más cercana a su casa. En el camino ve un cartel de publicidad que dice: "Es hora de ser quién queres ser"

No es mala idea, -piensa el hombre-, quizás fuese tarde para ser el que hubiera querido ser a los 25 años. Pero el intento bien va a valer para demostrarse a si mismo que no esta derrotado.







La crisis del chocolate*


*Por Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com

Y hugo ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com



¿Por qué íbamos a preveer errores, si avanzábamos sobre teorías sólidas?... La crisis del chocolate se extendía a nivel mundial. Parecía que las plantas de cacao se hubiesen puesto en huelga hasta que las especies transgénicas, introducidas a cada país con tratados de libre comercio, renunciaran a sus patentes en el mercado.



Eran esos tiempos futuros, o arcaicos (nadie lo sabe bien), en que el chocolate era valorado más que el oro u el cobre en estos días. El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional se vieron obligados a intervenir para rescatar al país de lo que los expertos ya llamaban "La Crisis del Chocolate", elaborando un oportuno plan, como en casos similares suelen ser elaborados.



Las ya tradicionales opciones fueron consideradas: instaurar una dictadura militar, despidos masivos, privatizaciones, permitir que una potencia invada al país para rescatarlo, incrementar la deuda externa... Incluso la opción de dejar al mercado nacional sin protección del Estado, para que por un milagro del mercado mundial se estabilizara el país y lo sacara de esta terrible crisis; algo así como cuando los extraterrestres secuestran a las personas (principalmente mujeres, aunque luego suele haber equivocaciones), y usando técnicas de inseminación artificial les dejan preñadas, solo que en este caso: usando dinero y países para los experimentos.



La crisis avanzaba rápidamente, y el plan debía ser definido; pero la experiencia histórica frenaba cada opción al recordar que ninguna de ellas, ni todas implementadas al mismo tiempo, resolvían crisis alguna y sólo protegía los intereses de los grandes capitalistas. Fue entonces que la respuesta que se buscaba, aquella que aportaría la evidencia rotunda de lo acertado de las doctrinas neoliberales, apareció para salvar al país: se adoptarían todas las opciones tradicionales, pero además, y ésta fue la gran respuesta, se construiría una fábrica de chocolate.



Y así fue: la construcción se inició un par de horas después de consumado el golpe militar. La localidad elegida fue el pueblito de Herrera Vegas, junto a la vieja estación abandonada del ferrocarril. Su construcción traería desarrollo y empleos a la localidad, además de chocolate a la nación.



Lo que causó la primera sorpresa fue el gran letrero a la entrada de la fábrica, que anunciaba el nombre: "Alfonso Luis Herrera"; que hacía recordar esos tiempos de la revolución mexicana de 1910, donde el tercer mundo había intentado definir una ciencia que se distinguiera del resto por haberse originado en un país llamado "subdesarrollado", y por haber intentado unificar la experiencia y expectativas del pueblo con las explicaciones naturales del Universo:



FÁBRICA DE CHOCOLATE "ALFONSO LUIS HERRERA"

Auspiciada por el Banco Mundial.

Herrera Vegas, Buenos Aires. República Argentina.



"El patriotismo tiene una base química, pues nuestras cenizas irán a formar parte de nuestros descendientes; estamos formados con detritus de nuestros antecesores y otros seres y minerales de nuestra patria. Después de una guerra, las sales de los muertos, por medio de los vegetales, el trigo, el pan, etc., nutrirán los futuros pobladores de la región en que se dieron las batallas, lo que significa una reconciliación química profunda de las razas combatientes" (Alfonso L. Herrera)



Al poco tiempo, las cosas marchaban como era de esperarse: la crisis poco o nada se había resuelto, las medidas adoptadas sólo habían logrado dar estabilidad a los grandes capitalistas, los pobres trabajaban más y comían menos, y la deuda externa se había incrementado en algunos millones de dólares. Todos llegaban a la estación Herrera Vegas con la curiosidad de saber qué se hacía en la fábrica, pero quienes lograban entrar salían siendo personas completamente distintas, aún cuando seguían siendo los mismos (algo por demás extraño de explicar).



Los rumores comenzaron a causar desconfianza, pues nadie había visto por la región algún chocolate de los producidos por la fábrica, y regularmente eran observados cargamentos que llegaban al ferrocarril, transportando equipos de laboratorio, secuenciadores de genes, sustancias químicas y demás cosas que pasarían inadvertidas, si a donde eran llevadas no fuera una fábrica de chocolate.



Y es que dentro de ésta, colocado inmediatamente en la entrada, se encontraba un espejo que tenía la curiosa propiedad de invertir la simetría de las moléculas en todo aquello que se reflejara en él. Este espejo era utilizado con el fin de invertir la simetría quiral en los seres vivos, pues una propiedad de todos ellos es que los elementos moleculares que los constituyen, en cuanto a los aminoácidos que forman parte de las proteínas y los azúcares que componen el material genético (ADN y ARN), se orientan a un lado en particular: los aminoácidos en los sistemas biológicos son izquierdos (levógiros), y los azúcares son derechos (dextrógiros). Bien, el espejo invertía esta simetría (esta quiralidad), en todo ser vivo que se reflejaba en él.



A poco de andar, nos dimos cuenta con Astrid que el proyecto real no iba a ser aceptado ni entendido. Aún en ese mismo Centro de Investigación Avanzada, donde se desarrollaban ideas muy audaces.



¿Cómo podíamos aceptar ser auditados por los organismos que financiaran las obras y el equipamiento? Tuvimos que fabricar chocolate -el oro de la época- para poder sostener la investigación básica.



¿Como explicar que el proyecto contaba con la colaboración de una civilización extraterrena? ¿O que nuestras creaciones genéticas estaban poblando el planeta incubadora Gl 581 C?



Nosotros trabajábamos en la inversión y/o modificación genética de la vida. No imaginábamos que nuestros procedimientos alteraran la ideología de los sujetos. El marco teórico nos llevaba a suponer que la ideología de los sujetos es más dura e inmutable que su genética.



Así pensábamos hasta poco tiempo atrás, cuando en el marco de la visita de un economista, jefe del Banco Mundial, ocurrió un acontecimiento imprevisto: Mientras el hombre recorría la línea de producción de monedas de chocolate -las cuales pueden ser consumidas o utilizadas como medio de pago hasta la fecha de vencimiento, pues vale aclarar que en nuestra época, el dinero es comestible y tiene fecha de vencimiento en su utilización- fue entonces cuando notamos que el espejo inversor había quedado descubierto por una esquina, y sin poder evitarlo, el economista se reflejó en él. Cruzamos miradas de pánico pero no ocurrió nada, todo siguió aparentemente igual.



Al final de la visita, Astrid acompañó al hombre hasta la estación. Para el horario de llegada del tren faltaban unos 20 minutos. Al rato de llegar, el hombre se disculpó un momento para ir al baño de la estación. Caminó hasta el muro lateral -pintado impecablemente de color arena- y allí, a la vista de muchos pasajeros que aguardaban el tren al igual que él. Extrajo de sus ropas un aerosol de pintura. ¿Lo había robado de nuestra fábrica, en la sección donde rotulan la producción embalada en cajones?



Astrid saco fotos con la cámara de su teléfono celular mientras pintaba el muro, y otras al graffiti finalizado:



"La burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, al poeta, al hombre de ciencia, los ha convertido en sus servidores asalariados"

-Marx y Engels-



"El capitalismo es una mafia"



"Lea El Capital y El Manifiesto Comunista".



Ya ha pasado algún tiempo y todavía no tenemos una explicación confiable a este suceso.












EL CAMAROTE OCUPADO*


-Quinta parte-



Abrumada por la sorpresa, mientras escuchaba el chasquido de un picaporte cerrándose en seco, Claudia cayó al suelo del camarote en una densa semipenumbra que apenas le permitía registrar difusas siluetas. Tardó un par de segundos -caída de bruces, con ambas manos sosteniendo en alto sus hombros- en advertir que, además de la escasa visibilidad del lugar, la situación se complicaba al haber perdido sus gruesos lentes, que quizás habían saltado de su rostro en la caída, rebotando sobre la goma del suelo y extraviándose en algún remoto rincón de la habitación, abandonándola en el peor de sus temores: la ceguera –circunstancial o no, la imposibilidad de ver la ponía en extremo susceptible-.
-¿Qué pasa? -, exclamó, con voz trémula pero imperante. -¿Qué quiere conmigo?
Nadie le respondió, pero experimentó una ráfaga de aire helado sobre el rostro, más algunas gotas, posiblemente de agua, provenientes de algún punto delante suyo. Y luego, un par de manos, silenciosas y reptantes, que comenzaron a levantarle con decisión la cintura del pulóver hasta el pecho.
-¡No! -, protestó ella, girando y sentándose sobre la cola, con respiración agitada. -¿Qué pasa?… ¿Quién es?… -, interrogó a la oscuridad.
Silencio. Sólo el silbido del viento, ahora a sus espaldas. Y una forma, inquietante, avasallante, delante suyo.
-No… -, murmuró, presa del temor. –No me haga nada… Por favor…
La borrosa silueta avanzó muy lentamente hacia ella, como si emergiera entre las densas nubes de un sueño. Claudia sintió que el temor inicial se transformaba velozmente en una sensación terrorífica, imposible de eludir. “Es el fantasma del camarote”, pensó una parte de su mente, dominada por la emoción. Aunque la otra mitad, aún manteniendo la fría cordura, le recomendó: “No te sugestiones más con cuentos de hadas”.
Pero el miedo pudo más, inmovilizándola, sin poder evitar quedar a merced de lo innombrable.
Una respiración se agitó delante de su rostro, mientras unas manos volvían a levantarle el pulóver, acariciándole los pechos con un roce sutil pero en extremo sensual. Claudia levantó uno de sus brazos, intentando zafarse.
-¡No! -, exclamó, quizá con escasa convicción. Y desató la tormenta.
Una feroz descarga de besos arreció sobre su rostro, buscando con ansia sus labios, chupándolos, lamiendo su rostro con una lengua voraz. El impulso le impidió pensar, al tiempo que un cuerpo la empujaba hacia atrás, derramándose sobre ella, rodeándole las piernas. Claudia intentó defenderse, aunque sin éxito; sólo consiguió acariciar retazos de otra piel, tersa y suave, probablemente perteneciente a la pasajera del camarote. La agradable sensación la distendió por espacio de un segundo, agradecida de no estar palpando una superficie fría y viscosa, o como quiera que fuesen las texturas fantasmales o de ultratumba. Pero al segundo siguiente, una ráfaga de aire helado se coló por entre ambos cuerpos, estremeciéndola en la oscuridad.
-Por favor… Basta… Esto no me gusta… -, balbuceaba ella, incapaz de detener el salvaje impulso amatorio que se abatía sobre su cuerpo.
La piel le era femeninamente familiar. Sin embargo, la intensidad seductora de aquella ¿persona? se le antojaba muy masculina, lo que convertía a su partenaire en un ser en extremo ambiguo, en algo demasiado… histérico. La situación le resultó tan perturbadora como fascinante.
Ávidas manos reptaban por debajo de su pulóver, aferrándose con ansia sobre sus pechos, mientras un muslo se contraía sobre su entrepierna, provocándole un cosquilleo inquietantemente sugestivo. Y esa boca, que no dejaba de besarla, mediante un embate pasional desconocido hasta entonces, le hizo rememorar sus pasadas experiencias amorosas. Ninguno de sus antiguos noviecitos, menos aún su actual pareja –que bastante desabrido había resultado en la intimidad-, le habían ofrecido un placer semejante, con tal fortaleza, con tamaña entrega. Al parecer, su partenaire no tenía nada que perder…
Y ella, parecía que tampoco.
Lorena ya no podía pensar, ni sabía exactamente dónde estaba ni quién era esta mujer que había encontrado. ¿Ella la había hecho pasar? ¿Por qué todo estaba tan oscuro? No lo recordaba. Sólo conseguía tener presente un intenso placer anal y vaginal ofrendado por alguien desconocidamente viril que había hecho maravillas sobre su cuerpo, transformando todo cuanto ella conociera al respecto, convirtiéndola en una especie de peligrosa larva amatoria, un ser lascivo y poderoso en plena mutación hacia una instancia sexual superior. Algo que la dominaba por completo, llevándola a tocar, acariciar, besar y chupar a esta mujercita tan dulce y tierna, que parecía recién salida del nidito de mamá, y yacía inerme debajo suyo, pero que quizás comenzara dentro de poco a participar en forma activa en el juego, hábilmente inducida por una pasajera tan fogosa como impredecible…
Entonces, segura de los pasos a seguir, alzó la cadera que oprimía a la jovencita contra el suelo de goma y desplazó velozmente una de sus manos hacia la cintura, por debajo de una sus propias piernas, buscando el cinturón del pantalón de Claudia, luchando contra la hebilla, luego desabotonando y bajando con cierto esfuerzo la bragueta, para finalmente desplazar la yema de sus dedos sobre la tenue bombachita de volados que lucía la muchacha, quien comenzó a gemir –quizá contra su voluntad- al ser estimulada allí debajo, con tanta suavidad como firmeza.
-Bien que te gusta, putita… -, masculló Lorena entre dientes.
Aunque la voz que brotó de sus labios le sonó por completo ajena a la suya. Como si perteneciese a alguna otra persona.
Y esa voz fuese –increíble pero cierto- muy masculina…


*

-¡Claudia! ¿Estás bien? -, volvió a llamar Ernesto, azotando la puerta del camarote. Pero una vez más, le contestó el silencio.
-¿Vio eso? -, insistió Heriberto Fort, poseído por un nuevo acceso evangélico. -¡Es el Maligno, recaudando más y más víctimas para saciar su inagotable sed de Mal!!! ¡Déjeme cumplir con mi ilustre misión!!!
-¡Cállese! -, le ordenó Ernesto, mientras aferraba el picaporte. Lo giró decidido, pero nada. Trabado nuevamente. Entonces resolvió, sin mirar a nadie, con la vista fija sobre la puerta y una seguridad que no había experimentado antes: -Hay que tirar la puerta abajo.
El filoso semblante de Heriberto pareció insuflarse con llamas ígneas.
-¡Sí!!! -, exclamó. -¡Arrasemos con las huestes demoníacas que nos acosan en toda hora y lugar! ¡Démosle fiera lucha al Maligno! ¡Que sus malsanas poseídas ardan sin piedad en la hoguera, aullando un perdón que nunca llegará, en medio de brillantes explosiones de azufre infernal!!!
-¿Cómo??? -, se exaltó Ernesto. -¿Qué piensa hacer, pichón de inquisidor??? ¿Prenderle fuego a esas dos mujeres? Quemar a la psicóloga le gustaría, ¿no? -. Y de pronto comprendió, a medida que continuaba hablando, cuáles eran los ocultos motivos que atesoraba el contemporáneo sucesor de Torquemada. –Eliminaría a la competencia, y eso lo haría sentir seguro de su propia fe, ¿no es así?
-No, mi amigo… Ud. no entiende… -, balbuceó Heriberto, con los ojos muy abiertos, mutando con violencia de la exaltación religiosa más virulenta al más atemorizado estupor.
-Ni se le ocurra pensar que yo pueda ser amigo suyo -, le retrucó el barman. –La verdad, creí que buscando un sacerdote podríamos ayudar a esta mujer, pero veo que me equivoqué. En el seminario los deben seguir instruyendo con esas locas ideas de consumir en el fuego a los infieles, sin aceptar ninguna clase de perdón.
-¡Claro que aguardamos el perdón! -, se defendió el seminarista. –Pero no el perdón humano, sino el divino. Y nadie sería tan soberbio como para otorgar un don tal, arrogándose el privilegio único del Altísimo.
-¿Eso es lo que busca, padre? ¿El perdón de esta pasajera perturbada, y el rescate de una estudiante que acudió generosa ante un pedido del personal ferroviario, sin saber cuál podría ser el resultado?
-Yo sólo quiero ayudar a mis semejantes a través de la transmisión de la fe… -, balbuceó Heriberto.
-Me da asco, padre. Hace apenas una hora creí que un sacerdote sí sabría qué hacer en una situación como ésta, actuando de manera eficaz, y no como podría hacerlo un pobre ignorante como yo. Pero Ud. está tan en pelotas como nosotros. O mejor dicho… -, y el estilo en que las ideas afloraron dentro de su mente lo satisfizo enormemente, ganado seguridad. Como si a partir de ese instante hablase consigo mismo, pensando en voz alta: -…en pelotas le gustaría estar a Ud., ¿no? Y despertar al Maligno que vive dentro suyo.
-¡Pero qué dice!!! -, vociferó el seminarista, alzando un brazo delante de su rostro en señal defensiva, aunque Ernesto no se movió de su lugar.
-Encender el fuego de la hoguera, y que esas dos mujeres queden bien calentitas, ardientes, fogosas, tocándose entre ellas, mientras Ud. empieza a tocarse por ahí, debajo de la sotana, y las chicas se van sacando la ropa…
-¡Cállese, impuro!!! -, chilló Heriberto.
-Y quedan en bolas, fregándose una contra la otra, gimiendo como animales en celo, transpirando sexo, mientras Ud. se hace una bruta paja, porque el ganso le ha crecido de una manera increíble, y está durísimo, padre. Durísimo…
-¡Basta, basta!!!
-Pero no le dura mucho, claro. Porque todo lo que tenga que ver con lo sexual le despierta un cagazo bárbaro. Se siente un pecador irredimible, el delincuente más hijo de puta que pueda haber conocido el Seminario donde estudia. Y para eso necesita azotarse, para expiar la Culpa. ¿O me equivoco?
-¡Hereje!!! – aulló Heriberto, alzando la cruz de plata delante de sus ojos, a punto de aplastarla contra la frente de Ernesto, como si se hallase delante del propio Maligno y tuviese que freírlo en su propio caldo de azufre sulfuroso.
Ernesto, con una mirada colérica, que asustaría hasta al más valiente, apartó el brazo en alto del seminarista mediante un violento manotazo, aunque la cruz de plata siguió aferrada a la mano de Fort.
-Váyase -, le ordenó entre dientes. –Lárguese de una vez antes de que me enoje en serio y lo cague a trompadas, por cagón y por inepto.
Heriberto Fort, seminarista, padecía de accesos místicos pero no era ningún gil. Así que escondió la cruz de plata y el frasquito de agua bendita en uno de los enormes bolsillos de la sotana y comenzó a retroceder, sin darle la espalda, temeroso de que lo atacara a traición.
-Algún día se arrepentirá de sus palabras -, sentenció.
-¡Chaaauuu!!! -, exclamó Ernesto, y Heriberto apuró el paso, desapareciendo por el pasillo hacia su asiento en la clase Turista.
El barman respiró hondo, intentando controlar la ansiedad, su pulso acelerado, la presión por las nubes. Entonces volvió a fijar la mirada sobre la puerta del camarote Nº 6, y sin pensarlo siquiera, arremetió contra ella, golpeando con su hombro derecho. Nada. Se alejó, tomó carrera y se lanzó otra vez. Nada. Pateó una, dos, tres veces, descargando la suela completa de su zapato. La madera temblaba bajo los impactos, estremeciéndose en los goznes. Hasta que volvió a intentar un empujón, retrocedió en el reducido pasillo y se lanzó contra la antigua puerta de principios de siglo.
Se escuchó un crujido de madera, junto al chasquido de la cerradura al romperse, y Ernesto se vio proyectado hacia la más densa oscuridad.
“Sophrosyne” hizo sonar nuevamente el agudo pitido de su sirena. La tormenta había pasado, pero el viento helado que se había levantado luego de la lluvia era tan helado como el aliento de un resucitado en la tumba…



-Continuará-


*de Aldima. licaldima@yahoo.com.ar
-Capítulos anteriores en http://inventren.blogspot.com/







El Universo es de Trigo*



Somos un viaje continuo,
Orbitando entre los límites
De la calle pavimentada
Y la terracería.


En algunos casos tenemos la fortuna
De escuchar a alguien más
Que viaja en el mismo camión que nosotros,
Y somos capaces de romper
El duro armamento que el aire
Construye a su alrededor;
Pero llega tan rápido al lugar planeado
Que baja en la siguiente esquina.


Seguimos en el camión
Hasta que el costo de transporte
Iguale al valor,
En moneditas de acero,
Que hemos pagado.


Si subimos,
Por descuido o voluntad,
En un camión equivocado,
Terminamos en un lugar también equivocado
Y preguntando cómo regresar.


Viajamos entre guajolotes y frutas,
De pie o sentados,
Esperando que el camión nos lleve a algún lado
O, por lo menos,
Que choque contra otro camión
Para no sentirnos tan solos.


Somos un viaje continuo,
Y una espera,
Que a veces termina en calles pavimentadas
Y otras tantas en medio de los caminos rurales.



*de hugo ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com







No solo de pan...*



"No sólo de pan vive el hombre..también come carne", ironizaba Julián Bustos mientras el último ternero culminaba de trepar al último vagón jaula de "FÉNIX". El cargamento debía llegar esa misma noche a Valentin Alsina, ya que desde allí partirían con rumbo urgente, aunque desconocido para Bustos. Más allá de donde finalizara su misión, el destino del ganado en pie sólo era determinado por los responsables del frigorífico "Santa Anita", quienes aguardaban con ansia aquel lote de vacunos desde hacía ya tres infinitos días.
Los terneros se agitaban inquietos a bordo de los tres vagones jaula, pero con el correr del tiempo Bustos ya se había acostumbrado a ese detalle. Con lo que no se podía familiarizar era con expresiones taciturnas y distantes como las que esa tarde presentaba el maquinista titular de
"FÉNIX", un Leandro Benítez apagado y acaso rencoroso. Bustos había oído como al pasar que Benítez la "venía piloteando" bastante mal desde hacía un par de meses, cuando comenzaron a investigarlo por un crimen que parecía no haber cometido, vinculado con su trabajo.. pero que nunca se aclaró del todo.
Sus compañeros habían ido apartándose de su lado, y Bustos sentía hasta cierta piedad por el pobre tipo. Sin embargo, ello no impedía que su talante sombrío le inspirara cierto temor, que crecía a medida que compartían las horas transcurridas durante los transportes.
Eran pasadas las siete cuando la formación reanudó la marcha hacia Valentin Alsina, luego de una breve parada en Estación Herrera Vegas. La tarde tenía un neto corte primaveral. Y Bustos disfrutaba en silencio del paisaje, mientras cebaba unos regios mates, que Benítez aceptaba sin despegar los ojos de la vía, ni acotar palabra alguna.

Lo hechos que se sucedieron a partir de la mitad del trayecto le evocaron a Leandro Benítez la siniestra repetición de una escena traumática, que lo obligó a renunciar a su puesto sin titubeos, y a Julián Bustos lo embargaron de un miedo y una indignación que -a pesar de haberlo intentado
infructuosamente- no se le borraron durante lo que le quedó de vida.

Lo primero que vieron, al doblar una curva, fue un par de vetustas y oxidadas camionetas Dodge que apenas si podían moverse, cruzadas sobre los rieles. Benítez movió la palanca con destreza, deteniendo a tiempo a "FÉNIX", haciendo chirriar los frenos con un estallido de chispas. La locomotora se quejó en un último estertor al detenerse, rozando apenas con su enorme parachoques uno de los abollados flancos de las camionetas.

-¿Pero quién mierda..? -, estalló Benítez, despertando de su letargo.

No consiguió terminar la frase. Una impensada horda de indigentes, entre quienes se hallaban varias decenas de infiltrados, evidentes punteros políticos que comandaban su errático y famélico accionar, surgió de la densa arboleda que se erigía sobre una de las cunetas y saltó hacia la formación
armada de filosos cuchillos, trepando hacia los vagones jaula en medio de un colosal griterío de guerra, algunos con increíble agilidad, otros con notorias dificultades en la locomoción, producto de una vida plena de privaciones y falta de atención médica. Rostros desencajados, pieles escamadas, bocas desdentadas, miradas alucinadas. Todos ellos parecían vampiros, aunque sin la menor cuota de palidez, ávidos de sangre..y de carne, a fin de llevarse codiciosos hacia la olla o la parrilla. El ganado olfateó el peligro en el ambiente y comenzó a mugir desesperado, pataleando contra los flancos de los vagones y haciendo vibrar la formación, que al ser abordada por la horda amenazó con volcarse y descarrilar, arrastrando a "FÉNIX" consigo.
Bustos se asomó a la ventanilla de la locomotora sin conseguir articular palabra, estupefacto, dejando caer el mate recién cebado al piso de la cabina de "FÉNIX", intimidado ante tamaña aparición espectral. Sabía que su misión era proteger el cargamento vacuno de cualquier contratiempo, pero jamás lo habían preparado para repeler un ataque como aquél, y menos aún había podido imaginar por su cuenta algo por el estilo. Así como nunca se había sentido tan impotente frente a una situación de peligro como en aquél momento. Benítez, por su cuenta, reaccionó de manera inversa; con el pavoroso recuerdo del frustrado asalto de la caja fuerte británica del siglo pasado delante de sus ojos, se desbordó de furia, no tanto frente a la injusticia de aquel acto -su responsabilidad lo limitaba exclusivamente a conducir la formación hasta destino-, como ante su propia frustración, y el funesto panorama que inconscientemente avecinaba para sí mismo.

-¡Loco!!! ¿Qué mierda se creen que están haciendo!!! -, chilló desde uno de los balcones laterales de "FÉNIX", dando un par de pasos hacia la multitud, que ni siquiera lo oyó.

-Quedate piola, chabón, que la cosa no es con vos -, le indicó a escasos cinco metros sobre la cuneta un tipo grueso, con una visera de la Municipalidad de La Matanza calzada hasta las cejas, mientras sopesaba un enorme palo entre sus manos, a manera de garrote.

-¡Pero me están cagando el laburo!!! -, protestó Benítez, deseoso de sacarse de encima con sólo chasquear sus dedos a toda aquella gentuza.

El tipo no le contestó, ni dejó de izar y dejar caer el garrote sobre su palma izquierda, mientras contemplaba parsimonioso el vibrante y efusivo accionar de la gente que habían trasladado hacia allí desde territorios no tan vecinos. La emboscada había sido todo un éxito. Quizá, todo respondiese a un brutal política asistencialista suscripta por el municipio -o por la provincia toda, quién sabe.-; sólo que esta vez no les regalaban empaquetada la carne para el guiso o el asado, sino que se la tenían que procurar de inmediato por sus propios medios.

Los chillidos de los animales, así como de los hombres y las mujeres que asestaban cuchilladas a diestra y siniestra, parecían similares.
La ferocidad de aquel ataque parecía denotar algo más que hambre; se asemejaba más a una venganza muda, cuyo destinatario principal ni siquiera era una persona o una corporación. El tren no hacía más que vibrar; varios terneros agonizantes trastabillaban y caían sobre el suelo irregular, cruzado por las vigas de acero de todo vagón jaula, generando temblores y estruendos que le ponían al maquinista y al encargado del frigorífico los nervios de punta. Luego de unos minutos, comprobaron que varias mujeres
ensangrentadas se alejaban de la escena munidas por toscos trozos de carne faenada, aún con el peludo cuero pegado sobre sus costados. La sangre vacuna se derramaba indolente sobre los enrejados flancos de los vagones jaula, cayendo sobre los cantos rodados de la vía con un sello ciertamente horroroso.

Entonces, cuando la masacre parecía haber alcanzado su punto de mayor fragor, con el primaveral aire de la tarde impregnado por el fétido olor de la muerte -coronado por el de la sangre, el miedo y la bosta-, una abominación mayor tuvo lugar ante los incrédulos ojos de Julián Bustos y Leandro Benítez.

Los ángeles vengadores del sistema surgieron casi de la nada, sin que nadie reparase en su existencia, sobre la explanada opuesta a la arboleda. Cubiertos por el más cómplice de los silencios, habían llegado a bordo de sus patrulleros blancos y azules sin encender ninguna sirena o baliza, sabedores de su impunidad. Se habían apostado en hilera, protegidos detrás de sus vehículos, todos ellos enfundados en sus uniformes oficiales, sin pronunciar palabra, ejecutando órdenes tan precisas como los punteros que minutos antes comandaran el asalto. Como dos ejércitos enfrentados -uno de ellos probablemente financiado por el frigorífico "Santa Anita", encargado de hacer un seguimiento muy próximo al cargamento, ante los reiterados rumores de un ataque de cuatreros, según los rumores de pasillo que Bustos consiguió milagrosamente evocar en aquel instante-, aunque ambos bandos sostuvieran en alto la misma bandera de la pobreza.

Alguien gritó, de pie sobre el techo de uno de los camiones jaula, queriendo alertar a sus compañeros en el último segundo. Aunque pocos lo supieran, en la barrabrava de Boca Juniors y en su barrio de Rafael Castillo lo conocían como el Gordo Nacho, muchacho dispuesto como pocos para
el desorden y el beneficio sin esfuerzo alguno; extraña clase de gato salvaje que siempre caía de pie, cualquiera fuese la situación que le tocase enfrentar. Sólo unos pocos consiguieron escucharlo, demasiado tarde para reaccionar.

En aquel último instante, lo único que consiguieron distinguir el maquinista y el encargado del frigorífico, en medio del caos y la confusión generados por el griterío humano y animal -aunque ya casi no pudiesen diferenciarse entre sí-, fue el sostenido pero breve pitido de un silbato, iniciando las maniobras consistentes en repeler a los invasores. Sólo que, evocando por su ausencia a las oscuras y anchas bocas de los lanza-gases antimotines, las decenas de cañones de pistolas y escopetas que se
parapetaban detrás de los patrulleros, sumados a igual número de ojos fijos a través de sus miras sobre blancos móviles precisos, presagiaban mucho más que lo peor.

Las últimas luces de la tarde agonizaron en medio de un ensordecedor y sincopado estruendo de disparos, que vomitaron fuego y muerte a discreción sobre aquel malogrado convoy ferroviario. Cápsulas y cartuchos servidos volaron por doquier alrededor de las fuerzas del orden, impregnando el espacio de la cuneta de las vías por el acre aroma de la pólvora. Fue un fusilamiento casi a quemarropa, sin contemplaciones. Nadie preguntó ni se cuestionó nada; todos obedecieron en bloque, disparando y recargando sin pensar. Mientras sus víctimas, humanas y -por desgracia, en el fragor de la contienda- también animales, caían al suelo entre alaridos de sorpresa y de dolor, cubiertos de sangre de pies a cabeza, tajeados por las cuchilladas, agujerados por los balazos, con los brazos en alto en un inútil y postrero intento de rendición, derramando vísceras sobre cada camión jaula y los cantos rodados de las vías, implorando en vano como sus congéneres entre los desolados muros del matadero.

Bustos se arrojó al suelo de la cabina ni bien sonaron los primeros disparos, que derribaron al tipo del garrote y la visera casi de espaldas, sin que se diese cuenta que estaba muriendo, mientras Benítez se zambullía detrás del encargado del frigorífico desde el balconcito lateral de "FÉNIX".
Desesperados reptaron sobre sus vientres hasta alcanzar la puerta del otro lateral, abriéndola hacia la arboleda, donde parecían querer escapar los últimos asaltantes -entre ellos, un aterrado Gordo Nacho-, seguidos de cerca por el silbido de los proyectiles. Las balas arrancaban fragmentos de corteza de los árboles en busca de los recién fugados, mientras las fuerzas policiales avanzaban en bloque, abandonando la protección de los patrulleros sin dejar de apuntar hacia la ya abatida multitud, yendo a la caza de los escasos heridos y moribundos..y de todo aquel que pudiese oficiar como solitario pero peligroso testigo del hecho.

Varios cañones los apuntaron cuando ambos se arrojaban desde "FÉNIX" hacia la cuneta de la arboleda. Sólo una milagrosa orden del oficial a cargo consiguió salvarles el pellejo, al reconocer en el último segundo a Julián Bustos como uno de los empleados del frigorífico "Santa Anita". Algunos uniformados se adentraron entre los árboles disparando a ciegas, mientras la mayoría de los demás se encargaban de rematar a los caídos, y los pocos restantes se ocupaban de levantar a los empujones al
maquinista y al encargado, apoyarlos de cara contra el costado de la locomotora, y esposarlos, a pesar de las vacilantes y quejumbrosas quejas de Benítez, sin apartar de sus cabezas los humeantes cañones de las armas.

Bustos se apoyó de espaldas contra la locomotora, dejándose caer al suelo hasta quedar sentado sobre el canto rodado, y vomitó hacia un costado, orinándose al mismo tiempo en los pantalones. Benítez temblaba, manteniéndose apenas en pie, con la mirada perdida a fin de evitar contemplar el rostro del horror, y el semblante desolado frente a su incierto futuro. Más allá, los últimos terneros mugían en estridente agonía, erizándoles la piel. Y decenas de cadáveres teñían de rojo la pampa húmeda.

Los orificios de bala de distintos calibres permanecieran sobre el lateral de "FÉNIX" durante el resto de su campaña ferroviaria, como cruel y mudo testimonio de aquella tarde de masacre. Sus eventos jamás se dieron a conocer en los medios de prensa, y sólo un par de aterrorizados testigos recordaron por siempre, aunque incapaces de relatarlos ante auditorio alguno.

"No sólo de pan vive el hombre..también come carne", recordó -muchos meses después, con unas cuantas copas encima- haber pensado aquella misma tarde, como en un sueño, antes de emprender el viaje, el empleado Julián Bustos.
"Carne de res faenada", musitó con un inconfundible vaho etílico, sobre una anónima mesa del almacen de ramos generales "La Frontera", antiguo boliche de los que se apeaban en la Estación Herrera Vegas, dos o tres décadas antes; "carne que nos alimenta a todos, y que nos acostumbramos a comer desde bien chicos".

Aunque, claro, rara vez esa carne faenada con la que se alimenta una nación... termine siendo humana.



*de Aldima. licaldima@yahoo.com.ar





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