domingo, enero 09, 2011

QUEBRAR LA NOCHE EN LOS ESPEJOS...




*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu





La Escuela de la Montañaº*

ºAmado Nervo



Si los milagros existen,
El pasto es uno de ellos.


Corroborarlo es cosa fácil,
Como se verá...


Todo el pasto
Tiene la misma alegría
De tocar la tierra con sus raíces,
De acariciarla
Hasta metérsele entre los huesos
(si los tuviese, claro está).


Todo el pasto
Nace de la misma manera:
Una manera algo extraña,
Desconocida.
Apenas y se sabe
Que el pasto ha nacido
Porque la Luna le trae regalos.


El pasto,
Cuyo único defecto es ser analfabeto,
No ha leído la reforma agraria,
Y los letreros de propiedad privada
Con los que lo adornan,
No han podido ser descifrados
Aún por él.


Si se le pregunta cualquier cosa,
El pasto dirá:
Grata noche
En que me encuentro con tu sonrisa...


Y guardará silencio el resto del día.


Todo el pasto
Canta las mismas canciones,
Y se mece del mismo modo
Cuando hay viento.


Cualquiera puede acercarse al pasto
Y sentarse en él.


Cualquiera puede acostarse en el pasto
Y sentir cómo sus hojas
Se mueven de contento.


El paraíso no está en el cielo,
Está sobre la tierra fértil,
Cuando la Luna sonríe...


Entonces el milagro ocurre;
Y nada es más armonioso y dulce
Que el pasto abrazándolo todo,
Porque para el pasto todo es grato.


Así, son pronunciadas
Las primeras palabras
De un pasto que ha nacido,
Y canta con voz tenue:
Grata noche
En que mi piel echó raíces...


Y hará cosquillas a la tierra,
Con el mismo gusto
Con el que no leerá más en los letreros
"Propiedad Privada"


Porque todo el pasto
Bien sabe que
La propiedad privada no existe
Para las nueve décimas partes
De los miembros de la sociedad actual
(otra de sus virtudes).


*de hugo ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com









Día de reyes*




He aprendido a llorar sin lágrimas
Para que nadie me nombre o me consuele.
A reír entre las sombras, invisible,
Como un bosque de gatos de Cheshire.

El estatismo conduce al cajón de los juguetes.
Colombina, Arlequín, Pierrot enamorado de la luna,
Recogiendo mis alas, dormiré cien años,
Soñaré un baúl con aroma a ofrendas y esponsales.

La casa vieja reina en el trono del olvido,
El árbol exhibe cicatrices, refugio de vahos licenciosos,
Hogueras de otras vidas y otros credos,
Amparo de cisco, de vajillas, de ilusiones, nubes rotas...

Imágenes de la nostalgia navegan río abajo,
Las dejo ir, no son ya mías, pertenecen a las aguas.
Viajan al reino de Pesadiellu, de Lilit, del Asmodeo…
Mensajeras de los dioses trazan bucles.

Cierro los ojos, ¿por qué mandas, Padre, tus señales
Si no podemos dibujar nuestro destino?
Un duende pregunta cómo pude olvidar mi condición de ángel.
La respuesta es sencilla: No lo hice.




*De Marié Rojas.









EXISTIR EN TRANSPARENCIA*



Dedicado a MARIÉ ROYAS TAMAYO



Leyó varias veces las palabras escritas remarcadas con el signo que interrogaban en desafío.
"¿Cómo se puede estar solo en compañía?"
La pregunta había estado en su interior por años y nunca había obtenido respuesta, ni siquiera algún indicio que le permitiera aclarar esa sensación por momentos triste, por momentos cargada de angustia que experimentaba estando rodeada de quienes parecian ignorarla sin decirle por qué.
Pasado el momento intentaba convencerse que era un delirio de su mente, pero la recurrencia de hechos y sensaciones que se repetían como calcadas la sumian de nuevo en sus dudas.
¿Era ella que no se animaba a mostrarse y se excluía convirtiéndose en parte del mobiliario?
¿Era ella que daba al otro la idea que pretendía un trato especial?
Las palabras leídas la volvían a su auto cuestionamiento y retornaba a las mismas dudas, pero sólo pedía que alguien le hiciera sentir que existía, que era un ser pensante, que tenía una historia que podía y deseaba comparatir.
Terminó convencida que su deseo sólo lograba convertirla en alguien cada vez más transparente, que estaba, si, pero nada más que eso.





*de Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar







INCERTEZA*


"...necesitar amar hasta la manta que te cubre solo para que el amor sea mas fuerte
que estos sentimientos de dolor, odio y rencor que nos atormentan..."
ISABEL DE LA ROSA





Es la hora incierta del lamento del ave.
El amor también es incerteza.



Esa mujer que desciende en tristeza.
¿Quién es?
Mujer, amante solitaria, madre.
Es su obsesión.
Deletrear en las nubes.
La forma de su nombre y de su boca.
Rastrear en el desierto
Las huellas de su voz y de sus manos.



Páramo. Salitrales desiertos.
Yerma tierra.
Solo hay vida en su vientre.
Vida en su odio amor.



Su deseo va más allá de sus ojos
El ausente eterno late,
Late en su cuenco de espera.
Quizás él no regrese, pero volverá..
En el niño... o la niña.


*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar










SUCESOS DE CALLEJÓN*


A Yordán Rey, por el primer encuentro en el Callejón del Chorro


A partir de las nueve de la mañana, podía vérsele sentado en una esquina de la Plaza de la Catedral, con Mariguana portando chaleco, sombrero y corbata de lacito, en la pose tan aprendida que ya pensábamos que dormiría así de ordenárselo su dueño. Llegaba con su andar de beodo, la cabeza medio metro por delante del cuerpo, candidato a ser atropellado por lo que le pasara por delante, protegido por las fuerzas del destino, que lo tenía vivo desde hacía más de cuarenta años a base de alcohol y una comida diaria que a veces cambiaba por un trago. Jamás faltaba a su cita, con la puntualidad de un trabajador estatal.

Su sencillo negocio era, al mismo tiempo, una prueba del ingenio criollo para sobrevivir a toda costa con el esfuerzo mínimo. Había comenzado de pura casualidad, cuando un turista lo vio, tan trompa como siempre, con el viejo sombrero calado hasta las cejas, sentado en la acerita del Callejón del Chorro, en la puerta del solar donde tenía su cuarto y le observó darle una calada del cigarro al perro.

- - Pero... ¡si el perro fuma! - exclamó sorprendido, con aire de descubridor.
- - Le dicen Mariguana, porque se pega a cualquier cosa - respondió Matica sin emoción, mirando a trasluz la botella y comprobando una vez más que estaba vacía.
- - ¿Me permite tirarle una foto? - preguntó mientras extendía su tarjeta - Señor...
- - José Miguel Matas Saldívar, Matica para los amigos - respondió con resignación, guardándose la tarjeta al tiempo que le colocaba su sombrero al perro, para que no lo asustara el sofisticado artefacto que extraía con cuidado el otro, de un bolso que unos raterillos iban calculando hurtar al primer descuido.

El expedicionario encendió un cigarrillo y lo colocó en la boca del perro, se apoyó en una rodilla y disparó el obturador mientras Mariguana daba una inspirada chupada al pitillo que le miraba Matica con envidia, esperando a que se fuera el intruso para poder compartirlo, como venían haciendo desde que se conocieron en una borrachera dormida en la Avenida del Puerto, enroscados bajo un banco que los resguardaba a tramos horizontales del sol de la tarde.

- ¡Magnífico! - concluyó mientras llevaba la cámara de regreso al bolso, que nunca dejó de mantener aferrado bajo el brazo, para decepción de los ladronzuelos.

La vida de un hombre puede estar dibujada en cada uno sus detalles y, de pronto, un suceso inesperado le imprime un vuelco. Eso fue lo que sucedió cuando, antes de partir, el visitante dejó un billete de cinco dólares en la mano de Matica, cuyo lema para no trabajar era: "Si te aprieta el cinturón, te comes el cinturón", dejándolo tan pasmado que no atinó ni a dar la bendición, como hacía con la hija cuando le traía el almuerzo.

Fue a celebrar con una botella de Chispa de Tren, ese ron clandestino, destilado en apestosos alambiques, hecho para matar las penas, el hígado y la conciencia a una velocidad pasmosa. Dado su poco exigente gusto en materia etílica y a que, de vez en vez, los vecinos le daban un vasito de lo que estuvieran bebiendo, tuvo para una semana... Pero cuando se vio de nuevo sin el preciado líquido, una genial idea iluminó la parte lúcida de su mente.

Al día siguiente se instaló en lo que sería su puesto fijo, con un sombrero para él y otro para Mariguana, caja de cigarros en mano y un cartel que decía:

"Retrate al perro fumador por sólo un dólar"

El éxito fue inmediato, nadie diría que un perro diera para tanto. Fue mejorando el tocado, agregando el chalequito, el lazo, entrenando al sato para que se mantuviera erguido... Sacaba para la bebida y conocía a gente de todas partes; aves de paso que le regalaban cigarros, llaveros, bolígrafos... él se mantenía en su puesto hasta ver caer la tarde, cuando la falta de iluminación le indicaba la llegada del final de su jornada.

Era tan poco molesto que los trabajadores del Museo de Arte Colonial lo fueron integrando a su vetusta arquitectura. Cierta vez, un policía recién asignado a la zona se lo fue a llevar "por bisnero" (que tiene tratos ilícitos con ciudadanos extranjeros), pero le vino arriba la avalancha de revendedores de tabaco, de artistas del Callejón, de camareros del restaurante cercano, de muchachas vestidas con batones de diosas africanas, poseedoras de permiso legal para dejarse retratar por los turistas, de peinadoras de trencitas, de integrantes del grupo musical “Los Mambisitos” – que pasan ya de los setenta años - y si no se va rápido, le sale hasta el obispo, que ese día oficiaba misa en la Catedral... A partir de ese momento, nadie perturbó su paz, hasta las cámaras de vigilancia esquivaban la mirada y lo dejaban intocado, compartiendo cigarros, ganancias, almuerzo, visiones y tragos con su fiel compañero.

La identidad del iniciador de tan magna empresa fue develada una mañana de domingo, cuando la hija vino a hacerle la limpieza mensual, consistente en sacar las botellas vacías y llevarlas a vender. Entre el grupo de periódicos viejos guardados por el padre para colocar encima de las aguas menores del chucho, encontró un sobre certificado de buen tamaño, aún cerrado, con sellos de Inglaterra. Matica no supo explicar como había llegado a sus manos, probablemente lo habían metido por debajo de la puerta, o se lo entregaron en uno de esos momentos en que no reconocía ni su imagen en un espejo.

Contenía una revista de lujoso empaque. Al lado de un reportaje sobre el Dalai Lama, de imágenes de monjes haciendo un mandala, entre otras maravillas de la villa de San Cristóbal de La Habana, estaba la foto de Mariguana, con el primer sombrero, echando humo por los costados del hocico, con un Malboro entre los oscuros labios. Al fondo, con cara de sorna, sonreía Matica.

Ese día hubo fiesta en el Callejón del Chorro, Matica y su perro tomaron hasta perderse el final de la celebración, trajeron a un trovador, uno de los pintores del Taller de Gráfica se ofreció a hacer una litografía de los dos personajes, "parte ya del entorno citadino", un poeta, más conocido como vendedor de pizzas a domicilio ante la imposibilidad de publicar, le improvisó una oda llena de emociones... Para cerrar, sacaron los cajones y formaron una rumba que duró hasta que las estrellas comenzaron a palidecer, anunciando un nuevo día.

Los revendedores se fueron retirando a descansar unas horas antes de recomenzar su dura jornada, le siguieron los artistas plásticos, el trovador y el poeta, a quien tuvo que llevárselo uno de los pintores que vivía en un cuartico encima de El Patio, pues de puro bebido no recordaba su dirección. Se fueron también las diosas africanas, con los vestidos ajados de tanto baile con las piernas afuera, única manera de gozar el ritmo arrancado a la fuerza de cajas y latas vacías. Finalmente, la hija del homenajeado se encargó de arrastrarlo hasta el camastro, ayudada por el policía, con quien comenzaba a entenderse... La entrada del solar se cerró de un sonoro portazo.

A las nueve de la mañana Matica no estaba en su puesto oficial. Todos comprendieron que la excitación lo había obligado a tomar la sabia decisión de dormir un rato más, pero a la altura del mediodía empezaron a sentir su ausencia. Cuando la hija pudo hacer su escapada diaria con la cajita de cartón en la mano y no lo vio sentado en la entrada del Museo, preguntó por él con alarma. No fue necesaria la respuesta, todos corrieron a tumbar a golpes el cuarto, aún cerrado... Sus setenta y seis años mal cuidados, no habían podido soportar tanta emoción.

El cuarto estaba vacío. Ni el hombre, ni el perro, ni la revista.

Se organizó al momento una partida. Se repartieron las calles, callejones, avenidas y plazas de la vieja ciudad para encontrar al monumento nacional extraviado en el amanecer de su gloria.

La búsqueda fue infructuosa, a pesar de que el policía sumó a varios colegas. No se pudo hacer un reporte oficial, pues apenas habían transcurrido diez horas desde la última vez que lo vieron. Habían de esperar al menos cuarenta y ocho para que las preocupaciones de la hija fueran escuchadas. Todos callaban una turbia sospecha: al escuchar de su edad y hábitos, se le daría simplemente por ahogado en las aceitosas aguas de la bahía. Era lo que se estaba temiendo desde hacía más de veinte años.

- Yo sé lo que se traen en mente, por eso mejor no denuncio nada, total, si nadie lo va a extrañar - rompió en sollozos la única persona que lo amó.

La confortaron como pudieron, le rogaron esperar... Pero no dos, sino tres días transcurrieron sin noticias de su paradero. Al anochecer del tercero, Leonor, la dueña del restaurante clandestino donde trabajaba la hija del desaparecido, iniciada en los misterios de la Santería, propuso reunirse en el patio del solar y hacer una rueda espiritual. Tal vez con fe, manos unidas, una ofrenda de aguardiente, miel y tabaco, tendrían suerte de localizar a su espíritu.

- Las búsquedas del otro lado funcionan mejor que las del lado de acá - sentenció mientras atraía a la doliente al ruedo para que sostuviera una póstuma entrevista con el padre.

Terminados los rezos propiciatorios, despojados con ramillos de hierba buena y albahaca los presentes, entre los que se incluyeron varios amigos, vecinos y el poeta, que no se perdía la ocasión de degustar el aguardiente ni por el miedo que tenía a los encuentros con la otra orilla; se encendieron tres velas: una para el Ánima Sola que vaga por los caminos de ambos mundos; una para el ángel de la guarda del difunto y otra para Eleguá, dios del destino. Se colocó el aguardiente entre los siete vasos con agua, representativos de las Siete Potencias; se ofrendó miel a Oshún, diosa de la sensualidad, encarnada ahora en la más bella de las mulatas; ardió un tabaco de la mejor calidad, aporte de los revendedores, esparciendo su aroma por el Callejón.

Y comenzaron a invocar a José Miguel Matas Saldívar; reclamo que empezó en tono murmurador y fue elevándose hasta convertirse en un claro llamado, capaz de estremecer hasta los cimientos las paredes semiderruidas del viejo caserón colonial.

- Ya, está bueno, ni que fuera sordo.

Un coro de alaridos acompañó la entrada de Matica, seguido por Mariguana, que fue directo para el Cohiba de lujo, tomándolo con el hocico por el lado correcto y dando una intensa aspirada, mientras su dueño estiraba la mano para agarrar el vaso de aguardiente, inconfundible entre los de agua por su típico aroma empalagoso y picante.

- Señores, déjense de tanto grito - acalló a los presentes el policía, participante de la escena desde un rincón, pues aún no era bien visto en el solar -. Yo de espiritismo no sé nada, pero ningún muerto se le cuela así al alcohol.

Para terminar de convencerlos, Matica dejó al perro lamer el fondo del recipiente, mientras con una bocanada de deleite, compartía el habano.

- Ah, de regreso... - expresó con un suspiro de satisfacción, extrañamente sobrio -. Los hombrecitos serían muy hospitalarios, pero de fuma y bebestibles no ofertaban nada.

Horas después, tras haber recibido el apretón de manos de los presentes, de casi fallecer ahogado entre los brazos de la hija, de beberse su cuarto trago y de alimentar a Mariguana, que insistía en colocarse en su postura vertical para que le dieran un cigarrillo, Matica se sintió con ánimos de contar su historia:

- Estaba durmiendo la mona, cuando una luz me dio en plena cara, despertándome de un salto. Tenía delante de mí a dos hombrecitos azules, con cabezotas en forma de huevo y ojos saltones. Uno de ellos portaba una linterna. El otro tenía en la mano mi revista y me señalaba. Mariguana salió de debajo de la cama y comenzó a gruñirles, pero eso pareció convencerles de que éramos los que buscaban, porque el de la linterna apretó un control remoto y nos vino a recoger un tubo, por el cual ascendimos al interior de la nave.

Paró para solicitar que le llenaran el vaso, parecía más seco que los mares de la luna. Normalmente se hubieran reído, lo hubieran tildado mentiroso, pero ni los tres días de misteriosa ausencia alcanzaban para explicar el único hecho que los tenía atados al suelo, a los escalones, a las sillas para formar el ruedo espiritual: Por primera vez desde que la soledad se cernió sobre su destino, Matica no estaba ebrio...

- Me tuvieron tres días haciéndome entrevistas; hablaban bastante bien el español, mejor que muchos de los turistas con quienes me topo en el trabajo. Fueron muy amables, hasta nos bañaron a mí y a Mariguana - un murmullo de aprobación se regó en el patio -. Me contaron que estaban haciendo una especie de zoológico con habitantes famosos de los planetas explorados. Habían visto la foto de nosotros en la revista y nos habían seleccionado. Se supone que fuera un honor pero me tenían loco con lo de la vida sana. Nada de aguardiente, ni siquiera un vinito dulce para después de las comidas, de cigarros ni hablar, al pobre perro me lo tenían con temblores por la falta de nicotina.
- ¿Y qué haces aquí, Matica? ¿Por qué no te fuiste con ellos? - preguntó alguien.
- Imagínense, la idea de vivir lo que me queda con verduras y agua no me gustaba nada, por eso cuando me dijeron que mi cuerpo estaba muy intoxicado por el alcohol y el tabaco, que el perro andaba por el estilo y por tanto temían que no duráramos mucho, les exageré la cosa: les puse mi hígado al borde de la explosión, los pulmones de Mariguana hechos un desastre. Los convencí que no era el ejemplar ideal para su zoológico. La inversión no valía la pena.
- ¿Y se fueron así como así, no más? - interrogó la hija.
- No, se fijaron en la página de al lado y se fueron a buscar a uno de los lamas, pero antes me dejaron en la Avenida del Puerto, lo más cerca que podían llegar a esa hora. No tienen idea de cómo se pone el tráfico estelar. Les dejé la revista de regalo, era lo menos que podía hacer.

Al otro día estaba Matica en su lugar, tan borracho como siempre, con su perro engalanado con lacito nuevo, obsequio de uno de los rumberos que andan en zancos por La Habana Vieja, a punto ahora de retirarse porque había conquistado el amor de una voluminosa danesa de carnes albinas, con quien partía a descubrir la nieve. A su lado, con retoques de pintura fresca, su cartel anunciador de la octava maravilla del mundo moderno.

Había retornado la calma al solar después de la rumba de bienvenida, de las masitas de puerco fritas, de la caja de cerveza, de la botella de ron añejo, aportes de los vecinos, del vino donado por los camareros de El Patio, del aguardiente que trajeron las diosas africanas, de las botellas de chispa de tren que sacó el destilador, pidiendo que le devolvieran el envase una vez apurado su contenido - el cual, si nos atenemos a lo escuchado, salvó a Matica de aparecer como especie de exhibición en un zoológico de otra galaxia - y de la pizza gigante traída por el poeta, a quien ya le estaban instalando un catre desarmable para que no tuviera que pernoctar en el suelo cuando había fiesta.

Pero si bien se celebró con alegría su regreso, nadie había vuelto a mencionar los tres días de su ausencia... No se comentaba su extraña historia en ese microuniverso que constituye un solar dentro del macromundo cubano, donde todo suceso tiene repercusiones por pequeño que sea. Y es que tal vez, por imposible que pueda parecer, comenzaban a creerle.

Solo una nave espacial, más allá de la atmósfera terrestre, pilotada por hombrecitos azules amantes de la vida sana, podía mantener a Matica tres días lejos de la bebida.




*De Marié Rojas Tamayo.

-Del libro “Tonos de verde”, ed. Drac, Mallorca 2004









*



A Marié, desde Diciembre…



Si me dijeran “pide un deseo”…
Silvio Rodríguez



Si una tarde de Diciembre en que la lluvia me obligue a desandar
por calles antiguas como teatros,
llenas de trastos, charcas y otros personajes,
calles de insomnio tan distintas a las de mi Habana, donde la lluvia
no cae como aquí, llovizna ingenua,
si no que se despeña en cantos de sirena o de barcos
que pastan en la Bahía.

Si en esa, mi tarde de falsa lluvia, encontrase yo el pozo de los deseos,
y no tuviera monedas,
ni inciensos, ni otra ofrenda que entregarle
(salvo alas de mariposas, o polvo de mis botas)
Le entregaría al pozo todo lo que he de ser;
tan solo por un deseo, un deseo pequeñito
pero con la magia de la que vienen envueltas las pequeñas cosas,
(esas que son capaces de llenar un universo)
Le pediría al pozo tu sonrisa, por un día…

¡Tan solo veinticuatro horas de ser feliz!
Con ella no he de extrañar mi futuro,
Con ella lo que fui no pesa, apenas un cierto escozor de cosa cumplida,
De agua pasada bajo el puente de robles.
Porque tu sonrisa es la clave de la Creación, y de todo deseo.
Y el pozo lo sabe...




*De Yordán Rey Oliva
La Habana, Cuba








HE APRENDIDO DE TU PARTIDA*



He aprendido a sonreírle a los fantasmas
que delinearon las vacías primaveras,
a la simpleza de los rostros que prodigaron la calidez resignada
de los almanaques trascendidos en desamparos.

He aprendido que es la hora,
donde se nos ha hecho tarde en los crisoles de la paciencia,
pero que hay un idioma encendido entre los pájaros
que no supo advertirle al inconsciente.

Cargaron la esencia, esquivaron el lenguaje del abecedario,
extinguieron los lazos de mi voz.

Para ahogar los días,
me sentenciaron el sol del despertar.

He aprendido a escuchar la somnolienta pasantía de las edades,
he escrito versos que oprimieron mi garganta,
he desenmascarado con ingenuidad el ademán dilapidado de las horas,
el llamado del mundo al que no puedo responder.

Me queda brillar en el desvelo, porque me han mutado la luz,
me han apurado el vuelo,
me han despojado los poemas,
la llama irisada de la esperanza.

He aprendido a luchar,
a creer en el insomnio visceral de resistir,
a no tupir los ojos de lágrimas,
a que seamos vínculos de alianza entre los cuerpos.

He aprendido el perfil de mi sombra,
pero no me quedaron cielos que puedan exiliarme.

Quizás, he aprendido tu partida con otra desazón,
en esta despedida a los umbrales del miedo.

En este papel abandonado al viento,
-si lo descubres-,
te dejo el sol que me hurtaron
para que te envuelva
y exista una inocente primavera;
aunque sea necesario,
quebrar la noche en los espejos.



*De LEÓN KOMOROVSKI. lenako16@hotmail.com



-LEÓN KOMOROVSKI (Coronda, Santa Fe) 25 AÑOS- Profesor de Audioperceptiva y de Piano. Egresado del Bachiller Universitario en Ciencias Jurídicas y Sociales (UNL), estudiante de la carrera de Abogacía. Docente de Educación Artística Nivel Medio. Actualmente es Responsable del Área de Cultura de la Municipalidad de Coronda. Coordinó Talleres Literarios. Autor del Libro: "En el Insomnio de las Estatuas" Premio Edición. Co-autor del libro de poemas "Puntos de Partida". Conductor y guionista del Programa Radial que se emite por FM COSTA BLANCA 104.3 de Coronda: "Con el mismo idioma", Declarado de Interés Cultural Municipal, Provincial y Nacional. Ha sido JURADO en Certámenes Literarios y Olimpiadas de Poesía. Es Socio Honorario de la Sociedad Argentina de Letras, Artes y Ciencias. Ha obtenido alrededor de 95 PREMIOS en su quehacer Literario, entre los cuales se cuentan varios de carácter internacional.







AQUEL PERONISMO DE JUGUETE*




Cuando yo era chico Perón era nuestro Rey Mago: el 6 de enero bastaba con ir al correo para que nos dieran un oso de felpa, una pelota o una muñeca para las chicas. Para mi padre eso era una vergüenza: hacer la cola delante de una ventanilla que decía "Perón cumple, Evita dignifica", era confesarse pobre y peronista. Y mi padre, que era empleado público y no tenía la tozudez de Bartleby el escribiente, odiaba a Perón y a su régimen como se aborrecen las peras en compota o ciertos pecados tardíos.
Estar en la fila agitaba el corazón: ¿quedaría todavía una pelota de fútbol cuando llegáramos a la ventanilla? ¿O tendríamos que contentarnos con un camión de lata, acaso con la miniatura del coche de Fangio? Mirábamos con envidia a los chicos que se iban con una caja de los soldaditos de plomo del general San Martín: ¿se llevaban eso porque ya no había otra cosa, o porque les gustaba jugar a la guerra? Yo rogaba por una pelota, de aquellas de tiento, que tenían cualquier forma menos redonda.
En aquella tarde de 1950 no pude tenerla. Creo que me dieron una lancha a alcohol que yo ponía a navegar en un hueco lleno de agua, abajo de un limonero. Tenía que hacer olas con las manos para que avanzara. La caldera funcionó sólo un par de veces pero todavía me queda la nostalgia de aquel chuf, chuf, chuf, que parecía un ruido de verdad, mientras yo soñaba con islas perdidas y amigos y novias de diecisiete años. Recuerdo que ésa era la edad que entonces tenían para mí las personas grandes.
Rara vez la lancha llegaba hasta la otra orilla. Tenía que robarle la caja de fósforos a mi madre para prender una y otra vez el alcohol y Juana y yo, que íbamos a bordo, enfrentábamos tiburones, alimañas y piratas emboscados en el Amazonas pero mi lancha peronista era como esos petardos de Año Nuevo que se quemaban sin explotar.
El general nos envolvía con su voz de mago lejano. Yo vivía a mil kilómetros de Buenos Aires y la radio de onda corta traía su tono ronco y un poco melancólico. Evita, en cambio, tenía un encanto de madre severa, con ese pelo rubio atado a la nuca que le disimulaba la belleza de los treinta años.
Mi padre desataba su santa cólera de contrera y mi madre cerraba puertas y ventanas para que los vecinos no escucharan. Tenía miedo de que perdiera el trabajo. sospecho que mi padre, como casi todos los funcionarios, se había rebajado a aceptar un carné del Partido para hacer carrera en Obras Sanitarias. Para llegar a jefe de distrito en un lugar perdido de la Patagonia, donde exhortaba al patriotismo a los obreros peronistas que instalaban la red de agua corriente.
Creo que todo, entonces, tenía un sentido fundador. Aquel "sobrestante" que era mi padre tenía un solo traje y dos o tres corbatas, aunque siempre andaba impecable. Su mayor ambición era tener un poco de queso para el postre. Cuando cumplió cuarenta años, en los tiempos de Perón, le dieron un crédito para que se hiciera una casa en San Luís. Luego, a la caída del general, la perdió, pero seguía siendo un antiperonista furioso.
Después del almuerzo pelaba una manzana, mientras oía las protestas de mi madre porque el sueldo no alcanzaba. De pronto golpeaba el puño sobre la mesa y gritaba: "¡No me voy a morir sin verlo caer!". Es un recuerdo muy intenso que tengo, uno de los más fuertes de mi infancia: mi padre pudo cumplir su sueño en los lluviosos días de setiembre de 1955, pero Perón se iba a vengar de sus enemigos y también de mi viejo que se murió en 1974, con el general de nuevo en el gobierno.
En el verano del 53, o del 54, se me ocurrió escribirle. Evita ya había muerto y yo había llevado el luto. No recuerdo bien: fueron unas pocas líneas y él debía recibir tantas cartas que enseguida me olvidé del asunto. Hasta que un día un camión del correo se detuvo frente a mi casa y de la caja bajaron un paquete enorme con una esquela breve: "Acá te mando las camisetas. Pórtense bien y acuérdense de Evita que nos guía desde el cielo". Y firmaba Perón, de puño y letra. En el paquete había diez camisetas blancas con cuello rojo y una amarilla para el arquero. La pelota era de tiento, flamante, como las que tenían los jugadores en las fotos de El Gráfico.
El general llegaba lejos, más allá de los ríos y los desiertos. Los chicos lo sentíamos poderoso y amigo. "En la Argentina de Evita y de Perón los únicos privilegiados son los niños", decían los carteles que colgaban en las paredes de la escuela. ¿Cómo imaginar, entonces, que eso era puro populismo demagógico?
Cuando Perón cayó, yo tenía doce años. A los trece empecé a trabajar como aprendiz en uno de esos lugares de Río Negro donde envuelven manzanas para la exportación. Choice se llamaban las que iban al extranjero; standard las que quedaban en el país. Yo les ponía el sello a los cajones. Ya no me ocupaba de Perón: su nombre y el de Evita estaban prohibidos. Los diarios llamaban "tirano prófugo" al general. En los barrios pobres las viejas levantaban la vista al cielo porque esperaban un famoso avión negro que lo traería de regreso.
Ese verano conocí mis primeros anarcos y rojos que discutían con los peronistas una huelga larga. En marzo abandonamos el trabajo. Cortamos la ruta, fuimos en caravana hasta la plaza y muchos gritaban "Viva Perón, carajo". Entonces cargaron los cosacos y recibí mi primera paliza política. Yo ya había cambiado a Perón por otra causa, pero los garrotazos los recibía por peronista. Por la lancha a alcohol que casi nunca anduvo. Por las camisetas de fútbol y la carta aquella que mi madre extravió para siempre cuando llegó la Libertadora.
No volví a creer en Perón, pero entiendo muy bien por qué otros necesitan hacerlo. aunque el país sea distinto, y la felicidad esté tan lejana como el recuerdo de mi infancia al pie del limonero, en el patio de mi casa.




*De Osvaldo Soriano,
"Cuentos de los años felices". Editorial Sudamericana. Buenos Aires. Edición de 1993.




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