martes, enero 11, 2011
LA CASA PERDIDA VIVE EN ALGUNA PARTE...
*Ilustración: Ray Respall Rojas.
LA HORA*
Arturo sintió llegada su hora final. Nunca sabemos cómo será, ni cuándo, ni qué se siente… sin embargo, cuando arriba el momento lo reconocemos. La única explicación plausible es que lo hemos vivido antes, muchas veces, y su huella permanece en nuestras memorias kármicas.
Pero Arturo no se resignaba a partir – pocos lo hacemos -, no porque tuviera asuntos pendientes, ni porque alguien lo esperara en algún rincón del universo, sino por exceso de amor a la vida.
Con toda la intensidad de que era capaz, dirigió su mente al Creador, pidiéndole un tiempo extra… el que fuese.
Sintiendo que no era escuchado, cerró los ojos y exhaló un suspiro.
La paloma, asustada por lo que vio al abrirlos, anduvo torpemente hasta el balcón y se lanzó, extendiendo los brazos, en lo que pensó que sería un vuelo.
Arturo, sin poder creerlo aún, abrió las alas. Ensayó una corta carrera y despegó desde el tejado, con la pericia de una vida de vuelos. Gracias a su nueva visión, pudo reconocer en el pavimento, con apariencia de muñequito roto, al que hace unos segundos era su cuerpo.
*De Marié Rojas Tamayo.
-La Habana. Cuba.
El viento de medianoche*
En la casa azul hay una ventana, también azul, pero siempre está cerrada.
Tras esa ventana vive el Violinista. Pasa sus horas de vivir, contando las que le faltan aún para que se haga de noche y la casa azul se tiña de sepia.
Porque solo la noche tiene la oportunidad de revelarle su talento. Es entonces cuando toma el arco y lo posa suavemente sobre su violín negro.
El viento de medianoche, el más temible por su desamparo y sus nostalgias, trata de hacerse sentir, pero la ventana no le deja asomar ni siquiera una brisa. Ella protege a su Violinista de ser interrumpido en su goce, pero aún las ventanas más celosas no pueden contra la voz, así que deja pasar sus susurros. El viento, agradecido, comienza a cantar.
Pero el Violinista no sabe de voces, y menos del canto del viento en su ventana azul. Y no porque sea débil ante el peligro de ciertos recuerdos antiguos: el violinista tiene cierta sabiduría aprehendida, la de quien tan solo escucha el cantar de un ave si posa suavemente la yema de los dedos sobre el tronco del árbol donde anida. Puede así sentir los latidos del trinar, el pálpito de la canción en la garganta del ave, adormilarse con el milagro de una caja de música tan perfecta.
Por eso aprieta contra sí la madera negra del violín, para beber sus ecos, es su única manera de escucharse.
El violinista siente como su violín canta justo al compás de las doce vibraciones del viejo reloj. Es su minuto de felicidad eterna. Toma entonces su violín y le acuna dulcemente como a un hijo. Comienza a acariciarle con su arco.
Y cada mañana, en los cristales de la ventana azul, amanece un rocío triste que ni aún el sol puede secar. Son las lágrimas de amor del viento que cada medianoche le canta al Violinista sordo y a su violín sin cuerdas.
*De Yordán Rey Oliva
La Habana, Cuba
El gran poeta Walt Whitman de visita en el Río de la Plata.*
Walt Whitman
Hojas de hierba
Canto de mí mismo
Fragmentos
*Versiones, selección y prólogo de Daniel R. Fernández Coronado. danifernandezcoronado@gmail.com
Buenos Aires, 2010
Prólogo
(extracto)
Si tuviera que referir una fecha y un lugar de aproximación a los poemas de Walt Withman, diría que fue durante la oscura segunda mitad de la década del setenta, en un viejo café del barrio de Palermo, en Buenos Aires…
Se trataba de la versión de León Felipe del “Canto de mí mismo” en una edición barata de Editorial Losada.[1]
….la primera lectura de Whitman, puedo decir que me estremeció; desbordaba vitalidad en su potente mensaje de libertad y justicia. Releí esa traducción innumerables veces y decidí hacer mi propia composición para divulgarla entre amigos y compañeros.
Me propuse en lo fundamental acercar sus palabras aún más a nuestra propia lengua y cultura, evitando los excesivos hispanismos que nos distanciaban de su espíritu y nos impedían “escucharlo” en plenitud, tal como supongo el viejo Walt hubiera querido: tan sólo “….encontrar en la lengua a la que se traduce una actitud que pueda despertar en dicha lengua un eco del original”.[2]
Con ese objetivo y centrado en el “Canto de mí mismo” inicié el trabajo consultando varias traducciones.
Más de veinte años después de esa edición casera, en un pequeño pueblo al norte de la provincia de Buenos Aires, una fría noche de invierno, alguien toma de su biblioteca unos papeles amarillentos y se sienta a leer bajo un farol junto a la salamandra encendida.
Con semanas de diferencia, un hombre alto y desgarbado calienta hielo para proveerse de agua en un apartado campo en la zona del Cuyo argentino, prepara té, se acerca al fogón y sentado junto a una destartalada mesa de madera relee las páginas del mismo texto.
En diversos barrios de la ciudad de Buenos Aires, en distintos momentos, se repite la escena.
Me han comentado que algo similar ocurrió en el Distrito Federal de México.
…Lo que leen es Whitman. Lo que leen es la selección y adaptación del “Canto de mí mismo” hecha por mí en 1982. La voz y el mensaje del poeta han resistido la incierta calidad de mi tarea y el paso de los años. Siento que el propósito ha tenido algún sentido.
Así, con la satisfacción de no haber trabajado en vano y conmovido por esas noticias, me dediqué otra vez a releer, revisar y reescribir esa extraordinaria poesía, pensando en mejorar el primer escrito e intentar una mayor difusión.
Para esta nueva etapa ya había conseguido otras traducciones, entre las cuales se destacaba una edición bilingüe versionada por Jorge Luis Borges. Además mi inglés había avanzado y me sentía más capacitado, con nuevas herramientas y energía.
Sin embargo, si Alexander era demasiado literal; si Vasseur resultaba a veces confuso -como enredado en los laberintos de las lenguas-; si León Felipe sonaba hermoso pero con demasiada autonomía del original; si Borges no podía eludir ciertos hispanismos ajenos por estas latitudes y a la vez caía por momentos, en una excesiva literalidad, la conclusión se imponía: debía emprender mi propio camino.
Whitman merecía más dedicación, acercarlo lo más posible a nuestro lenguaje, a pesar de la frustración inicial de “reconocer que la traducción no es sino un procedimiento transitorio y provisional para interpretar lo que tiene de singular cada lengua”. [3]
El trabajo fue arduo, es probable que mayor de lo debido al no ser traductor. Sólo soy un enamorado de la literatura y desde un principio me sedujo la poesía whitmaniana.
Y… ¿qué decir del gran Walt? : poeta fundamental, cantor de la libertad y la democracia, de la fraternidad y la igualdad: me ha acompañado por años… y siento en lo personal una deuda con él. Quizá no la salden estos versos, pero al menos hay una intención y un comienzo.
……
Finalmente, quisiera rescatar y compartir las reflexiones de dos maestros que han traducido al escritor norteamericano: una, de Borges, quien concluye el prólogo a su versión de “Hojas de Hierba”, relatando una anécdota en la cual recuerda su asistencia al teatro para ver una representación de Macbeth y que a pesar de los actores, la transcripción y la escenografía (a los cuales juzgaba mediocres) salió de la sala contagiado de pasión trágica; entonces recapacitó: “Shakespeare se había abierto camino; Withman también lo hará”.
Espero que lo mismo suceda en este caso.
La otra reflexión es de León Felipe, quien afirma al final de su prólogo al Canto que “los grandes poetas no tienen biografía, tienen Destino, Y el Destino no se narra… se canta… Escuchad.”
Eso es todo lo que me propongo.
Y una última cuestión: permítanme imaginar un prólogo de Walt a mi escrito.
Me gustaría pensar que le agradaría introducir aquí su Canto con otros breves versos suyos que, en un todo, suscribo.
Ahora sí. Escuchen con atención.
Daniel R. Fernández Coronado. Buenos Aires, 2010
*
“He aquí mis más frágiles hojas,
que son, sin embargo, las más duraderas;
a su sombra oculto mis pensamientos,
no las muestro yo,
pero ellas me muestran a mí más que todos
mis otros poemas.
Ni máquina de ahorrar trabajo,
ni descubrimiento he hecho,
ni podré dejar una rica herencia
para fundar un hospital o una biblioteca,
ni recuerdos de una hazaña heroica…
ni reputación literaria
ni reputación de talento,
ni libro para el estante;
sólo dejo unas cuantas canciones
vibrando en el aire
para los compañeros y para los amantes.”
Walt Whitman
Cálamo[4]
Canto de mí mismo
Me celebro y me canto,
y como me celebro y me canto
te celebro y te canto,
porque lo que yo tengo, vos lo tenés
y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.
Vago e invito a vagar a mi alma,
vago y me acuesto tranquilo sobre la tierra
a mirar como crece la hierba del verano.
*
Algunos besos suaves, algunos abrazos,
el juego de luces y de sombras,
las ramas que se agitan entre los árboles,
el placer de estar solo
o en la agitación de las calles de la ciudad
o por los campos o en las laderas de las montañas,
la sensación de salud,
la plenitud del mediodía,
mi canto al levantarme
y saludar al sol.
¿Creías que mil hectáreas eran muchas?
¿creías que la tierra era mucha?
¿te costó tanto aprender a leer?
¿te sentiste orgulloso de comprender el sentido de los poemas?
Quedate conmigo un día y una noche
y te mostraré el origen de todos los poemas.
Serás dueño de todo lo bueno
de la tierra y el sol,
ya no recibirás las cosas
de segunda o tercera mano,
ni mirarás por los ojos de los muertos,
ni te alimentarás con los espectros de los libros.
Tampoco mirarás a través de mis ojos
ni aceptarás lo que yo te diga.
Escucharás lo que te llega de todos lados
y dejarás que se filtre por tu propio ser.
*
Con estrépito de música vengo,
con mis cornetas y mis tambores,
mis marchas no suenan sólo para los victoriosos
sino para los vencidos y los muertos también.
Esta es la mesa puesta para todos,
esta es la carne para saciar el hambre.
Es para el malvado
lo mismo que para el justo,
he invitado a todos,
no permitiré que ninguna persona
sea desairada o excluida,
la mantenida, el parásito, el ladrón, están invitados,
el esclavo de labios gruesos está invitado,
el enfermo venéreo está invitado,
no se harán diferencias entre ellos y los otros.
*
La enredadera que pasa por mi ventana
me satisface mucho más que toda la metafísica de los libros.
Todas las verdades esperan en todas las cosas,
no se apresuran ni se demoran,
no necesitan el fórceps del cirujano,
para mí lo insignificante es tan grande como cualquier cosa.
¿Qué puede ser mayor o menor que un roce?
La lógica y los sermones nunca me convencieron,
más profundamente penetra en mi alma la humedad de la noche.
*
Creo que una hoja de hierba no es menos
que el camino de las estrellas,
y que la hormiga es igualmente perfecta,
y el grano de arena y el huevo del zorzal,
y que la rana es una obra maestra de las más altas,
y que la zarzamora podría adornar los salones del cielo,
y que la menor articulación de mis manos
puede humillar a todas las máquinas,
y que la vaca comiendo con la cabeza baja
supera a todas las estatuas,
y un ratón es milagro suficiente
para asombrar a millones de incrédulos.
*
Vos también me hacés preguntas y yo te escucho,
y te digo que no puedo contestarte,
que vos mismo debés encontrar la respuesta.
Sentate un momento,
acá tenés pan para comer y agua para tomar,
pero después que duermas y te cambies la ropa,
te beso, te digo adiós y abro la puerta para que salgas.
Demasiado tiempo soñaste sueños despreciables,
ahora te quito la venda de los ojos,
tenés que acostumbrarte al resplandor de la luz
y de cada momento de tu vida.
Demasiado tiempo chapoteaste con una tabla en la orilla,
ahora quiero que seas un nadador audaz,
que saltes al medio del mar,
reaparezcas, me hagas una seña, grites
y agites alegremente el pelo.
*
No digo estas cosas por unos pesos,
ni para hacer tiempo mientras espero el barco,
sos vos quien habla por mi boca,
yo soy tu lengua,
que en mí comienza a soltarse.
Juro que nunca volveré a mencionar el amor o la muerte
en un lugar cerrado,
juro que no me entregaré sino a la mujer o al hombre
que compartan conmigo el aire libre.
Si querés entenderme vení a las cumbres
o a la orilla del mar,
el insecto más cercano es una explicación,
y una gota de agua
o el movimiento de las olas, una clave;
el martillo, el remo, el serrucho apoyan mis palabras.
*
Y vos y yo, sin un centavo,
podemos comprar lo mejor de la tierra,
y la mirada de unos ojos o una arveja en su vaina
desconciertan la sabiduría de todos los tiempos…
*
[1] Todavía conservo el ejemplar que reza: Octava edición. 16-VII-1976. Año, por cierto, tristemente célebre para nuestro país.
[2] Benjamín, Walter. “La tarea del traductor” (1923). Angelus Novus. Barcelona. Edhasa, 1971.
[3] Benjamín, Walter. Op.cit.
[4] Adaptado de la traducción de Francisco Alexander.
*
Walt Withman/Hojas de hierba/Canto de mí mismo
_1a ed. Buenos Aires, 2010_
Huesos de jibia, 2010.
64 páginas, 14x21cm.
ISBN 978-987-1586-21-9
© Versiones, selección y prólogo
Daniel R. Fernández Coronado
© 2010. Huesos de jibia.
Libro en papel disponible en:
Librería Norte
Av. Las Heras 2225
La Barca
Scalabrini Ortiz 3048
De la Mancha
Corrientes 1888
Fedro
Carlos Calvo 578
BellinZona
Juan María Gutiérrez 3884 – Botánico
Lilith Libros
Av. Santa Fe 3753
Ciudad Autónoma de Buenos Aires
www.huesosdejibia.com.ar
Meditaciones matinales*
III
Cito de memoria.
- ¿Qué esta haciendo el Juan Vilche? ¿Durmiendo?
- No. Aprendiendo música.
Es un texto de Atahualpa Yupanqui en el que narra un diálogo de dos paisanos en ciertas serranías. Juan estaba tendido a la orilla del arroyo.
Lo leí hace ya un tiempo y vuelve a mí como agua mansa y cristalina que aclara el día. También un reportaje a Don Sixto Palavecino, ese violinista excepcional, que aprendió música imitando, cuando niño, con su violín de lata el canto de los pájaros en el monte santiagueño.
De una u otra manera es fundirse con los elementos. Es dejarse llevar por el sonido que emiten. Es hacerse, uno mismo, sonido. La música nace sola, sin forzar nada. Sin la exigencia de lo perentorio, de lo ya. Es estar ahí. Se dirá que es el subconsciente. Tal vez. Pero son despertares profundos, arcanos, de la conciencia de cada cual. Y se hacen arte.
IV
POESIA
Poesía. Toda definición, oscurece. Todo intento de aclarar conceptos es hacer un borrador más. En otras palabras: es querer retener el agua con las manos.
Gelman dice: “¡Ah, quién pudiera agarrarte de la cola!” Siempre se escurre. Siempre vuelve, más allá de lo expresado por Bécquer: “Poesía eres tú”.
Cuando ingreso en estas breves reflexiones se presenta lo ya dicho por los taoístas: “Todo lo que digas sobre el Tao no es el Tao”.
Sin embargo seguimos intentado, seguimos buscando las palabras, raspándolas, ahuecándolas, amasándolas, nombrándolas, embarazándolas. Y escribimos una y otra vez. Y volvemos a hacerlo. Lo hacemos desde una forma, lo hacemos desde otra forma. Cada lugar, cada momento, cada cultura, cada humano, lo intenta o la desdeña. Pero todos sabemos que esta.
***
Sí sabemos que ella nos permite expresar ciertos estados, ya sean individuales o sociales, que no sólo quedan en lo enunciativo sino en la denuncia –entendiendo a esta como aquel espacio necesario de libertad- de la situación existencial del hombre en su conjunto.
El poeta no se reduce a su estado de ánimo inmediato, sino que esta hablando de algo que trasciende su individualidad y con lo que muchos se identifican. Estamos hablando de la percepción que se tiene del mundo, lo que éste sugiere, de lo que de él se puede decir y el modo en que se lo dice. Forma y lenguaje van de la mano.
***
El mundo y cada uno de nosotros, cambia. Es dinámico. Cuando quede estático, si alguna vez ocurriera u ocurriese, es la muerte.
Por eso debemos aprehender que las formas y el lenguaje también están en el mundo, que no son Ideas platónicas, sino aquello con lo que nos manifestamos. Son, ambas, creaciones humanas. Y los humanos nunca nos bañamos dos veces en el mismo río: ya sea por el río en sí o por cada uno de nosotros.
***
La poesía es de este mundo. Se anida en el corazón mismo del hombre. Desde él se dispara. Se sumerge en el barro. Está en los campanarios. Sube a las nubes. Se entierra en el estiércol. Emerge, saludable, desde cualquier esquina. Grita en las manifestaciones. Se acurruca en los tugurios. Se acoda en los umbrales. Se hamaca en los sueños.
Muerta mil veces por los burócratas de todo tipo, renace briosa desde algún lugar no sospechado. Y crece. Se hace topo, pájaro, caballo, niña, obrero, alquimista, pescador, mujer, talabartero, oficinista, vendedor, viajera, cocinera, mar…
Y no se puede atrapar.
*De CACHO AGÚ. oscarcachoagu@yahoo.com.ar
LA CASA ESTABA SIN SOL*
“La casa perdida vive en alguna parte.
Allí donde los seres queridos que murieron
nos están esperando”
RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN
Es difícil ganar el espacio
desde la fotografía.
Las banderas perdidas en las esquinas
emergen de frías habitaciones
repletas de gente.
Cuántas cosas debo contarte:
la casa estaba sin sol
y encontré el silencio,
quise hablarte.
Los encuentros en la ortografía de los cuerpos
formaban esa frase que el viento
hace tiempo me señalaba.
La línea se termina
y el inventario advierte.
Todo quedó en la cortesía del paisaje.
Pero otra vez la muerte
enciende los diccionarios de la biblioteca
y no hay espacios para las despedidas.
Ignoro todo:
el tránsito, los adjetivos, las pertenencias.
En la plaza se postergan los juegos
y la niñez es un paréntesis
donde no cabe la poesía.
Definitivamente ahora lo sé:
la lluvia y el invierno
se construyen con el mismo ardid.
*De LEÓN KOMOROVSKI. lenako16@hotmail.com
A quién*
¿cuento en verso un sueño que recuerdo?
¿sueño en prosa?:
panorámica desde camarines (con nadie, con espejos, con afiches, con
máscaras, con
[potes de pintura, con bigotes)
travelings en baños (única toma)
en proscenio en un frasco un feto de cinco meses
en primera fila un bebé
apenas convencida una nena contempla al feto entrecajas
un adolescente de hechura aniñada no respira en cabina de luces
una joven señora aprieta un cubilete en boletería
la canosa madre de la joven señora que aprieta un cubilete en boletería
espera en la puerta
[del teatro
a quién que llegará con retraso
*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo,com,ar
*
Inventren Próxima estación: HERRERA VEGAS.
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