viernes, junio 28, 2013

DE AMOR Y NO DE ABISMO...

 
 
 
*Obra de Walkala. Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010).
-En Aurora Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam
 
 
 
 
 
MORIR DE AMOR Y NO DE ABISMO*
 
 
 
Y otra vez la luna y el espejo…
Me mira, me arrulla, me desea...
El sexo me acaricia la espalda.
Relámpagos. Cerezos. Mi amado.
Mi caballo negro que se aleja.
Cibeles o Rea o la Pacha…
Cubren la luna en morados crespones.
Los espectros andan en la calle.
Hijos contingentes de la fatalidad.
Por la calle hay frío, mucho frío.
Narciso se refleja en los charcos.
Una mujer flaca abre las piernas.
El hombre deambula por su carne.
Y se buscan, singulares, extraños.
Y se encuentran, se lamen, se nostalgian.
Se lloran. Gimen. Mueren de amor y soledad.
El hombre hunde su cara en los pechos colgantes.
Saben a uvas maduras, a preñez, a madre.
La mujer se entrega a la daga, por completo.
Sabe a madera de arrayanes. A pan. A leche.
Hay olor a moho, a pobreza, a rancio.
El hombre huele la desnudez de hembra.
Hay olor a tomillo y zarzamora.
Y mana la gruta y florece el páramo.
Es mejor morir de pobreza y no de angustia.
Y cabalgan, jadeantes, la utopía.
Y otra vez la luna y el espejo.
Principio de realidad, le llaman.
O vergüenza…temor… o cobardía.
Secretísimo dolor. Me languidece. Me postra.
Entrego mis monedas a Caronte.
Y mis ojos flotan en el lago.
Ángeles caídos danzan en mi vientre.
La muerte amamanta las babosas.
Un leproso me acaricia la boca.
Y los sátiros. Ah los sátiros.
Me tallan. Me reinscriben. Me cincelan.
Me muerden los pezones.
Me poseen, me seducen, me embrujan.
Morir de amor y no de abismo.
 
 
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
DE AMOR Y NO DE ABISMO…
 
 
 
 
 
 
LOS SUEÑOS INMOLADOS*
 
 
 
 
Entre torpes espasmos fronterizos,
una centuria ciega de fogatas
se exilia por los pómulos del pubis,
emboscando cadencias
en la húmeda raíz de los guijarros.
Entonces,
desde lejos,
desde el seco esqueleto de sus náuseas,
sobrevienen aullidos polvorientos,
gritos espiralados
y una conflagración agonizante
que desvalida espinas y jadeos,
que desnuca pezones de amapolas
con puños oxidados,
que insurrecciona efímeras mareas,
que conmueve racimos seminales
sobre harapos de orgasmo.
Después,
sólo las fauces,
sólo fauces azules mordiendo las espaldas,
y ráfagas de venas extinguidas
hilvanando pestillos soñolientos
con nieblas de tabaco.
Tal vez,
por un instante,
el amor fue una tregua en el vacío,
tal vez fueron posibles los relámpagos...
 
pero eran tan profundos sus silencios,
tan despiadado el filo de su sangre,
que apenas vislumbraron,
en quebrados azogues,
huellas de otras ausencias
naufragando en la orilla de los párpados.
 
 
 
*De NORMA SEGADES-MANIAS.
 
 
 
 
 
 
SIN CIELO*
 
 
 
Ángeles más cerca del infierno que del cielo, infierno en la terrible muerte, en el cuerpo tirado a la basura y en ser suplantada como víctima por el criminal que la asesinó. Un abogado famoso dispuesto a defenderlo por nada, manifestaciones a su favor y una cierta  DISIMULADA simpatía,  en algunos periodistas, para un crimen tan atroz. Por suerte la intencionada búsqueda de la desaparición del cuerpo fracasó y ella guardó en su dedo la acusación. En sus manos pequeñas de niña dulce. Así se espera que sean las mujeres y así se las educa. ¿Habría que capacitarlas en defensa personal, boxeo, artes marciales? O habría que luchar con más  energía para cambiar este sistema patriarcal en el que vivimos. Inventar un mundo donde se aliente la dulzura de hombres y mujeres, donde se les permita la sensibilidad, la afirmación, la solidaridad, el enojo y los placeres de la vida. Un mundo en el que  el mejor no sea el que más cabezas pisó. ¿Será posible ese espacio donde las mujeres sean libres, sin pensar si van a encontrar en las calles o en sus  casas, un hombre que  las pueda someter? Un mundo donde las mujeres tengan voz y no tome la palabra lo que guardó  una niña debajo de su uña para defenderse, porque ella ya está callada para siempre.
Tarda más de lo que pensábamos ese mundo donde ningún hombre piense que es natural adueñarse de una mujer.
 
Cuerpos negados  desde las religiones, abusados, mostrados como carne en un negocio, gozados en la prostitución como una mercadería. Desafiados por estéticas casi imposibles de cumplir. Cuerpos que tienen que funcionar de acuerdo al deseo de otros. Religiones que consideran que las mujeres no pueden elegir tener un hijo o no de acuerdo a su deseo. Este asesino no expresa sólo su perversión individual, se inserta en  una matriz patriarcal de siglos en la sociedad. Pone en evidencia la violencia de los medios que ganan con el cuerpo de una niña muerta, con los avisos de la prostitución que se resisten a perder. Con la exposición de cuerpos femeninos como objetos.
 
El liberalismo salvaje que empezamos a desandar es un modelo violento donde las cualidades angelicales no son redituables.
Es verdad que hay importantes cambios en la situación de la mujer, pero eso justamente trae, muchas veces,  consecuencias de rabiosas respuestas.
 
Mientras un equipo de abogados famosos trata de encontrar las mejores posibilidades  para que el asesino  pague barato su crimen detestable,
Ángeles  ha pagado el precio más caro
 
 
*De Cristina Villanueva. Cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
Acaso Fénix*
 
 
 
En la mañana verde
plumoncito que asoma
sobre el alón desnudo
 
 
No sé si pueda el vuelo
 
 
Me basta este aletear
recién nacido
entre tanta ceniza
 
 
 
*De María Silvia Paschetta. mariasilviapaschetta@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Pegaso*
 
 
 
 
*Por Víctor Maini. victormaini_@hotmail.com
 
 
 
En las verdaderas salas de espera de la muerte, que comúnmente llamamos geriátricos, tuve que visitar a mi madre sumergida en una niebla cada vez más espesa durante cuatro años. Nadie está preparado para dicha experiencia, ser visitante en una sociedad cerrada en la que ninguno de sus habitantes desea quedarse. En un sitio donde es frecuente encontrar mujeres de noventa años llamar a su padre que está trabajando, pedir permiso para ir a buscar a su hija a la escuela o llamar a la modista que tarda en traerle el vestido de novia, bueno es buscar cabezas que coordinen mínimamente como quien busca pisar piedras sobre el río Aqueronte para no caer en el Tártaro. Don Alfredo era mi preferido, siempre empujando su silla de ruedas, nunca sentado en ella, chueco de tanto andar a caballo y no por estar operado de cadera, según sus propias declaraciones. En la mesa de mi madre, donde se tomaba mate en continuado, decían que estaba más loco que una cabra, pero era prudente saber que dichos comentarios no venían desde un cuerpo colegiado de la cordura precisamente y además estaban infestados de celos. Siempre me gustaron los caballos y nunca supe demasiado, el viejo me enseñó de razas, costumbres, cuidados y caracteres de los equinos con una precisión asombrosa. Siempre terminaba sus clases hablando de Pegaso, un tordillo rápido como el viento, con el cual se había cansado de ganar cuadreras. El se encargaba de florearlo medio frenado de la rienda izquierda, a la hora de la competencia, lo jineteaba su hermano cinco kilos más liviano quien lo soltaba hasta hacerlo volar. Una vez en Sancti Spíritu, cerca de Amenábar, su pueblo natal, llenaron dos sombreros con plata grande. Antes de irme siempre me decía algo sobre el clima, me adelantaba si iba a llover, o si iba a entrar una ola de frío. Lo increíble era que casi siempre acertaba con el pronóstico. El día que le pregunté si leía el diario o miraba mucho televisión para estar tan bien informado en el parte meteorológico, me dejó helado con la respuesta, "No, hablo directamente con Hermes, un mensajero alado que me trae información directamente de los dioses y de los cambios de clima". En el acto me di cuenta lo corto que se había quedado las materas en su diagnóstico. Sabía y creía más sobre los dioses griegos que de caballos. Me aseguró que no habían muerto, sino más bien se habían retirado del Olimpo para esperar agazapados en las constelaciones. Me miró fijo cuando me dijo: "El hombre es lo que se cree y si dejamos de creer en el rayo de Zeus o en el tridente de Poseidón, seguro que van a perder su fuerza, pero de allí a de decir que no existen hay un largo trecho, mi amigo".
De lo único de lo que se arrepentía en haber cambiado el campo por la ciudad era de la noche perdida, decía que los ciudadanos no sabían de cielos, más bien de cielorrasos. Que andaban encandilados como liebres en época de caza, por culpa de las luces de neón y el alumbrado público. Que desconocían de estrellas, de lunas, y lo peor de todo es que ya no les interesaba saberlo. La tarde que vinieron unos familiares desde Humbolt a visitarlo, me invitó a la reunión. Mariana, una bisnieta a la que no conocía, sacó de su mochila un dibujo, un garabato que puso sobre la mesa como regalo. "Qué lindo dibujo", dijo el bisabuelo, "¿Quién es?", preguntó. La nena con la transparencia que da la inocencia, tocando tres veces con su manito el papel, contestó: "Zeus, el dioz de los diozez, quien va a zer zinó?". Me levanté para dejarle la exclusividad del llanto al anciano, mientras me juraba ponerlo cara a cara con sus dioses. Fredy, el enfermero nochero del residencial, es oriundo de Loreto, plena selva amazónica. Las revistas que les llevé de regalo, junto con el pato para que lo hiciera guisado o el corazón de vaca para sus anticuchos, no fueron suficientes para quebrar su voluntad. Como buen peruano no aceptó el soborno y me dijo: "Deje de traerme obsequios, se lo voy a entregar al viejo, pero por convicción, aquí adentro la única sorpresa que existe es quien se va a morir primero y si le llega pasar algo me voy a sentir con culpa". Lo pasé a buscar a las dos de la mañana, no habló una palabra, sólo tenía una sonrisa dibujada en su rostro que no se la había visto antes. Tomé la ruta 33 y a la altura de Firmat, me desvié por un camino lateral de tierra y me detuve en pleno campo cerca de un monte de eucaliptos. Lo dejé sólo con su mundo de estrellas. Lo vi llorar, reírse, hablarles, dar vueltas en círculos, levantar las manos hacia el cielo como si fuera a levitar durante casi una hora. Al regresar sólo me dijo: "nunca se lo voy a terminar de pagar". Volvimos cantando Luna tucumana y Zamba de mi esperanza. Lo que nunca voy a saber es a quien se refirió en realidad, si a su parejero, al caballo alado o a la misma constelación, cuando sacó la cabeza peligrosamente por la ventanilla y con toda la sangre en el rostro y sus cabellos blancos como rayos, mirando hacia arriba gritó: "¡Pegaso!, ¡Pegaso!, Cuidámela a Marianita por favor, te lo pido por el amor de Zeus".
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
NUDOS*
 
 
 
 
Raro letargo amor, raro letargo.
Remotas lejanías desnudas, llaman desde la piel dormida.
Amordazan, anudan.
Loco acróbata loco, mi corazón,
Intenta desasir lo imposible.
 
 
Los nudos. Allí están. Acechantes. Alertas.
Rama de mimbre, cadena, cordón umbilical.
La piel oscura de mi padre
y la penumbra- intacta- de mi madre.
Lágrimas de piedra, bebe sediento el clavel del aire.
 
 
Raro letargo amor, raro letargo.
El agua al alcance de la mano,
El árbol genuflexo, con los brazos cruzados.
A su sombra, descansa, rendida, la muñeca de trapo.
Cabalga la distancia, en sus trenzas de humo
En sus piernitas flacas, gime, anudada
Una pena de nácar.
 
 
Raro letargo amor, raro letargo.
Nudos de nácar, nudos, desnudos.
 
 
 
*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
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