*Obra de Claudia
Marting.
Rosario.
Argentina.
RUTINA DE LA
MAGIA.*
Me quedo aquí,
de pie,
rebelde y
ciega.
Enarbolo
estandartes desgarrados,
calzo corazas,
guanteletes
hoscos
y escribo
(con hilachas
de mi sangre)
grafittis
insolentes en los muros.
Obstinada,
febril, contestataria,
insisto en
elevar cada recuerdo
sobre la almena
inmóvil que el cansancio
ha erigido,
cual ásperas
vigilias,
en mitad de
destierros absolutos.
Restauro la
rutina del asombro
con hebras de
memoria,
a pura sangre,
muerdo cada
reproche,
cada espera,
cada harapo de
piedra naufragando
en la escollera
azul de los crepúsculos.
Elaboro brebajes
tenebrosos
en los calderos
hondos del sigilo
y me bebo
de un trago
los presagios
y arrastro mi
avidez por los misterios
y renuncio a
los códigos absurdos
porque no
necesito simulacros
ni me conmueven
las hipocresías
ni me aferro
con uñas quebrantadas
al dogma de un
amor decapitado
que sólo puede
fecundar mendrugos.
Yo persisto,
tenaz y
solitaria,
en mitigar las
furias extendidas,
en desarmar los
puños del silencio,
en suavizar
insomnes cicatrices,
en proteger los
cálices desnudos...
y clavo
dentelladas a la sombra
cuando se
atreve a deshacer andamios.
Es que aún nos
queda mucho por construir:
ladrillo por
ladrillo,
metro a metro,
por la talla
solemne del tributo
y hay que
luchar,
sin pausa,
aunque el
agobio
quiebre la
vertical del regocijo,
aunque la vida
a veces
duela tanto
como una tarde
desmayando hogueras
sobre el
desorden
criminal
del mundo.
*De NORMA
SEGADES - MANIAS
VUELVE A ERIGIR LA CASA Y BORDEMOS LA HISTORIA…
Lengua Viva*
Lo llevan hacia
atrás, a la oscuridad. Su España hace el camino con él. La mirada
erguida cruza al futuro, se queda con los suyos, no desvía los ojos. Se
encuentra con el niño, nace un recuerdo y una lengua. La lengua que
se hablará por dentro en el silencio que desatan las espadas y las cruces.
La lengua insumisa que le enseñó el maestro, la lengua de la
poesía que busca lo indecible, lo que necesita ser hablado, un dolor, una
mancha de dolor, una mancha de dolor que se agranda. El dolor de lo humano. El
dolor de ver a esos tantos que miran, los que nunca ven nada, los que dejan a
los otros hacer y aúllan en el idioma de los
poderosos.
La lengua de
las mariposas une a un niño y a un viejo en la tristeza de lo perdido que
volverá, porque la mirada del maestro no se baja, los insultos no la
opacan. Todo él es esa mirada y esa lengua, un puente. Como si infinitas
mariposas, incluso las grises, las negras, todos los matices
de las mariposas vinieran, volvieran, estallaran, desataran,
fundaran, mestizaran la Lengua.
*De Cristina
Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
EL BESO
DE LA MUJER ARAÑA*
Al introducir
mi lengua
sentí sus
dientes de perro mordiéndome el corazón.
Quise hacerla
de lados
pero su brutal
mirada
se apoderó de
mis dos pies
reduciéndome a
un montón de huesos
dentro de un
cuerpo atormentado
por los
demonios de la vejez.
Me rendí
a ser devorado
por sus palabras
ella cautivada
por el asombro
rehusó comerme.
Sin saber cómo
mis ojos se
llenaron de nubes tan azules
como las plumas
de aves oníricas
que adornaban
su cabellera
de mujer
peluda.
El libro de las
mutaciones*
Poesía
La
reciente publicación de las obras completas de Olga Orozco habilita un repaso
por su inacabable obra y los intersticios de una vida dedicada a la poesía. La
búsqueda de Dios, los muertos amados, la multiplicidad del yo y una resistencia
a la finitud se adivinan en tantos de sus versos.
*Por Paula
Jimenez
“No te
pronunciaré jamás verbo sagrado”, anticipó en uno de sus versos cuando corrían
los años ’90. Y tenía razón. Como al resto de los humanos, también a ella el
verbo sagrado le fue esquivo y en su lugar fueron apareciendo todos los otros,
los mundanos, los ambiguos y preciosos verbos que tocados por su pluma
alcanzaron el esplendor. Con aquel verso, Olga Orozco no prometía ni adivinaba
nada, más bien, declaraba su límite, levantaba bandera de rendición frente al
misterio y arrancaba el poema “Con esta boca”, en este mundo que le da nombre a
su último libro. Cuando fue publicado ya había cumplido 74 años y entregado al
mundo la novena de títulos que hoy integran su obra completa, recientemente
editada por Adriana Hidalgo, junto con sus últimos poemas y una serie corta de
ensayos.
Su recorrido poético
empezó en 1946, con Desde lejos, y terminó el año de su muerte, 1999, un número
que encierra tres veces el de la espiritualidad, 9, y da por sumatoria 28, la
cantidad de años que tarda Saturno en dar su vuelta completa alrededor del sol.
Datos de obituario y especulaciones del zodíaco con los que Olga Orozco –que
era astróloga y tarotista, que buscó a Dios en sus versos, que habló en sueños
con sus muertos queridos y que se resistió a morir– no llegó a escribir un
poema póstumo ni a dibujar un mandala del cielo de aquella noche final, la del
15 de agosto. A partir de entonces, sus rostros, esos diversos rostros de los
que ella habló en su poesía, cobraron al fin la apariencia única de los que ya
no están. En “Andante en tres tiempos”, poema perteneciente a La noche a la
deriva, de 1983, Olga se habla a sí misma una vez más: “Sin rasgos, sin
consistencia, sin asas ni molduras,/ así era tu porvenir visto desde las
instantáneas rendijas del pasado./ Sin embargo detrás hay un taller que fragua
sin cesar tu muestrario de máscaras”. Y las máscaras, esas con que el autor se
muestra y oculta y que no atinan jamás a ser una y definitiva porque son
también las que el tiempo va labrando y modificando en la piel a cada instante,
son tópicos recurrentes en la obra de Orozco, quien dijo alguna vez que “la
búsqueda de las posibilidades del yo” fue, desde la escritura de los primeros
versos, una de sus más firmes obsesiones. ¿Pero de qué posibilidades hablaba?
¿Poéticas, intelectuales, metafísicas? De todas. “Acaso mi destino sea como el
del sello irreversible que dejan las nostalgias:/ la huella no colmada,/ el
destino de ser por algo que no soy”, escribió en “Esbozos frente al modelo”, de
La noche a la deriva. Este poema, tan impactante como la mayoría, comienza magistralmente
evocando palabras livianas, inasibles, opuestas a la idea compacta e inmutable
que el modelo suscita: “Quizá como las nubes, / tal vez como el reflejo que se
desliza siempre por la arena”. Pero el poema sigue y da entonces un giro hacia
la densidad: “Busco a tientas en mi bloque de sombras la escultura,/ la
coincidencia exacta con la imagen que me impone el modelo”. Si nos atenemos a
su legado poético, uno de los más descomunales de nuestra literatura, podríamos
decir que si algo consiguió hacer Orozco fue apartarse de la hibridez del
modelo y fundar una poética propia cuyo perfeccionismo formal y musical y la
profundidad de sentido le permitieron ocupar el lugar de un altísimo ideal para
las generaciones más jóvenes. Su obra fue ambiciosa en su afán de abstracción y
precisión simultáneas, en su solidez estructural, en la abundancia de los
versos tantas veces compuestos de más de 20 sílabas, reunidos en construcciones
poéticas que quitan el aliento al lector que pretenda –y siempre lo pretende,
porque su musicalidad resulta irresistible– leer alguno de ellos en voz alta.
En YouTube pueden verse imágenes de Olga Orozco recitando: por ejemplo, “Para
Emilio en su cielo”, tiene puestos unos enormes anteojos que enmarcan una
mirada intensa y penetrante, a la medida de sus versos. Ella es la misma Olga
–y no lo es– cuyo rostro despejado y más joven grafica la tapa de su libro. Y
es la misma –aunque es otra– que además de poeta, cartomántica y traductora
estelar, ejerció el periodismo no sólo para sobrevivir, sino para desplegar
también allí un nuevo muestrario de máscaras. Porque en la revista Claudia,
donde Orozco escribió por varios años, fue también muchos otros: Valeria
Guzmán, Valentine Charpentier, Sergio Medina, Martín Yanez y varios más (este
material fue reunido por Ediciones en Danza bajo el nombre Yo, Claudia). Aunque
distinta una voz de la otra, todas parten de la misma matriz o más bien son
mutaciones de un mismo registro lírico que persiste también en los textos
periodísticos. El juego de la mutabilidad sobre la permanencia de aquello que
es, a su vez, patrón invariable, fue uno de esos temas que no abandonaron su
poesía ni mucho menos su visión del mundo. “No me hables solamente de un
panteón o de algún tribunal embalsamado,/ siempre en suspenso y hasta el fin
del mundo./ Porque también allí cada dibujo cambia con el último trazo,/ cada
color se funde con el tinte de la nueva estación o la que viene,/ cada calco
envejece, se resquebraja y pierde su motivo en el polvo;/ pero el muro en que
guardas estampadas las manos de la infancia/ es ese mismo muro que proyecta
unas manos finales sobre los muros de tu porvenir./ ¿Y acaso ayer no asoma
algunas veces como marzo en septiembre y canta en la enramada?”, dice en
“Andante en tres tiempos”, título que sugiere de por sí la simultaneidad de
planos temporales que conviven en el presente del poema a través de la memoria,
de la proyección al futuro y probablemente también de otras dimensiones
existenciales no asequibles a la conciencia. Para Los juegos peligrosos,
publicado en 1962, Olga eligió un epígrafe del RIG-VEDA, un antiguo texto de la
India escrito originalmente en sánscrito, que dice: “Lo eterno es uno, pero
tiene muchos nombres”. Un año antes, el Fondo Nacional de las Artes le había
otorgado una beca de investigación para estudiar en varios países europeos “Lo
oculto y lo sagrado en la poesía moderna”. Las inquietudes metafísicas se
habían amalgamado definitivamente con sus poemas, encarnado en esos versos que
parecen caer de los bordes materiales de la palabra y la imagen y arribar a
zonas donde sólo las brujas, los chamanes y los druidas pueden entrar. “Esta es
la barranca del hambre hecha con piel de lobo y vaho del invierno./ Cuando
entras, los disfraces acaban de llegar./ Elige el que convenga a tu gran
aventura,/ el que mejor te encubra entre las cuatro tablas de tu ley./ Sólo te
falta el arma con que al matar te mates./ Yo elegí los delirios, las magias y
el amor”, dice en “Feria del hombre”, de Los juegos... En este libro palabras
como sueño, cartomancia, destino, rueda o talismán, son tópicos sobre los que
se asienta fuertemente la atmósfera esotérica que tiñe sus páginas. “Cuando
llegues al otro lado de ti misma”, abisma Orozco en “Sol en Piscis”, uno de los
poemas de esta serie.
Olga nació en Toay,
provincia de La Pampa, el 17 de marzo de 1920 y como corresponde fue signada
por Neptuno, regente de Piscis, el signo que vibra con la energía de la muerte,
el silencio, Dios, la música. Y, ¡oh, casualidad!, fue también con esos temas
con los que Orozco construyó su particular universo poético. Pero estos temas,
lejos de haber sido desarrollados de un modo frío o conceptual, en sus versos
funcionaron como perspectivas o modos de leer sus experiencias amorosas, la
fugacidad de la vida material y las pérdidas afectivas que marcaron sus días.
En toda su obra, pero aún más en sus últimos poemas y en los que integran “Con
esta boca, en este mundo”, se percibe el peso de una melancolía cada vez más
grave que se va entremezclando con su visión trascendente de la existencia. En
ellos, los muertos queridos y los felices tiempos diluidos en las arenas de la
eternidad, vuelven, por el mágico embrujo del amor y la poesía, a cobrar vida
con la fuerza del recuerdo. Si ya en “Si me puedes mirar”, de Los juegos... Olga
había escrito aquel comienzo inolvidable y estremecedor: “Madre: es tu
desesperada criatura quien te llama”, es también en una de sus composiciones
finales, el poema con el que termina “Con esta boca...”, donde el ruego se
repite con igual desesperación: “Madre, madre”, dice, “vuelve a erigir la casa
y bordemos la historia./ Vuelve a contar mi vida”. Este pedido encierra una
certeza: es en el vínculo primero con la madre donde se configura la trama que
se irá desplegando a lo largo del tiempo. “Vuelve”, dice, “a contar mi vida”.
El último de los poemas incluidos en su Poesía completa también versa sobre un
retorno a partir del cual el tiempo se abrirá en dos. Se llama “Vuelve con la
lluvia” y en él Olga Orozco se dirige a sus hermanas muertas para anunciarles
que el reencuentro está cerca, dice: “Hermanas de ráfaga y temblor, hermanas
mías,/ las escucho cantar desde las espesuras de mi noche desierta./ Sé que
vuelven ahora para contradecir mi soledad, / para cumplir el pacto que firmó
nuestra sangre hasta después del mundo,/ hasta que completemos nuestra
canción”.
Capítulo de la
novela "YENGA" *
-segunda parte-
1. Dios
El día que
enterramos a Mamá me quedé sin Dios. Se cayó de mi cuerpo como un líquido, debe
haber quedado en algún lugar del cementerio formando un charco gelatinoso del
que los pájaros habrán bebido, saciando sedes prehistóricas, hincando el pico
extraordinario. Dios allí, seco, como una cáscara de naranja al sol. La capilla
ardiente era circular, algunas coronas de flores cortaban el monótono color de
las paredes, dejaban en el aire pelotitas invisibles de perfume que insistían
con su jardín de dulzuras en el paladar de la tristeza.
El ataúd de
Mamá estaba en el centro, fogata fría que nos congregaba, allí se materializaba
todo el temor surgido en la temprana infancia: el cuerpo inerte de Mamá. Ahora
era finalmente verdad, debe ser escrito, MAMÁ ESTÁ MUERTA, ya no hay nada que
temer, porque el temor a que Mamá muera murió con la muerte de Mamá. Soy libre.
Sos libre Araceli. Sos libre Raúl.
Ahora podemos
tocar los caminos. El eslabón más fuerte de la cadena se ha roto, el círculo de
vida que nos imantaba se ha desmoronado, los extremos pueden deshacerse en
astillas y una mano invisible vendrá a cerrarnos la sangre como se clausura un
párpado gigantesco y rojo. Soy libre. Un hombre libre carece de Dios. La libertad
se manifiesta en el hombre cuando no teme frente a las decisiones, mejor dicho
cuando no tiene frente a sí decisiones que tomar.
Cuando se deben
tomar decisiones es porque los caminos se bifurcan y el hombre queda en el
medio de la encrucijada vacilando entre el sendero izquierdo o el derecho, hay
una decisión que tomar, porque hay una duda que resolver. La libertad no
implica una decisión porque no implica duda alguna.
La libertad del
hombre sin Dios, sin centro, sin un eje metafísico implica solo un sendero bajo
sus pies, nunca hay encrucijadas, porque no hay incertidumbre, porque no hay
decisiones: solo hay senderos. El pie no decide, la pierna anda. Dios se me
cayó de las manos como una figurita, como un sticker, como un papel donde
llevaba anotado qué debía comprar en el almacén. Mamá, al morir, mató a Dios.
Tictacs II *
1.
Esta hora deja
una tumba
debajo de mis
pies.
Y por encima de
las manos,
los látigos del
reloj
no cesan de
encender heridas
a la pulcritud
de mis lámparas
2.
Vengo a tres
tiempos
y el balcón del
sueño
parece estar
clausurado.
Mi botiquin no
es lo que era,
ya los frascos
me arrojan
pesadillas.
3.
Sucede entonces
el barrido con
los codos
de este mantel,
donde la última
hora
es apenas las
migajas de un pan
del que no
aprendí a comer.
4.
Hay algo más
inhóspito
que encerrar el
tiempo
dentro de una
caja,
ponerle relojes
a las muñecas
es otra forma
de mutilar
la infancia del
viento.
5.
Daba tanta
corona a la rutina
que armó su
jaula
con doce
números como barrotes
y eternamente
repetitivos.
* * *
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