lunes, julio 14, 2014

UNA CADENA EFÍMERA DE MANOS Y PALABRAS...

 
* Tapa de Festín Efímero de Cristina Villanueva.
(Instituto Lucchelli Bonadeo, Buenos Aires, 2014, 96 páginas)
 
 
 
 
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Como advierte el excelente prólogo de Héctor Freire, en este poemario “…los placeres del lenguaje y los sabores de recetas a inventar, entran en contacto.” Debe señalarse que estas recetas son muy ocurrentes.
El libro se compone en su mayor parte de pequeños poemas en prosa. En uno de ellos (“Placeres textuales”) la autora manifiesta: “Pequeños textos, una forma de festejar la vida, cuando aceptamos con dolor que es, en el mejor de los casos, una fiesta efímera.” Se trata imágenes íntimas combinadas con citas relacionadas con el sabor de las comidas.
La boca y los labios son los receptáculos del deseo y de la expresión amorosa (“El alimento, la palabra, el beso, donando a la boca su sentido.”) Pero en la profundidad de estos poemas anida una vehemente y bella celebración de la palabra, que “se mece en el espacio donde alguna boca la rescata”. Cristina Villanueva invita al lector a enamorarse de la literatura (“Es sólo un beso en la nuca de la página”), a gozar intensamente la vida y la belleza natural.
En esa línea, hallar la sabiduría sería algo simple: consistiría en entregar el cuerpo al ser amado y así indagar el sentido del cosmos y poder disfrutar en la Tierra tanto del Paraíso Perdido como de la idealizada Arcadia.
Las imágenes y símiles de los poemas desbordan una sensualidad pletórica y remiten con frecuencia a los encantos de Oriente. Asimismo, la lluvia adquiere protagonismo, como si fuera un ser que de vez en cuando es capaz de compartir sus encantos y sueños con los humanos.
Curiosamente la conjunción de comida y literatura promueve la evocación y la nostalgia: “El queso con ciruelas y pasas (…) es un consuelo a lo perdido que alza tantos recuerdos, aún la memoria de lo que nunca fue.” Se define la tarta de queso centroeuropea como un receptáculo de la literatura y el lenguaje, se compara el sabor del café a “una forma de tomar la noche por asalto” y parece que la tortilla a la española da paso a secretos y tristezas.
Festín efímero desborda un optimismo vital a ultranza y propone que el lector haga de su título un objetivo cotidiano.
 
 
 
*Germán Cáceres.
-Cristina Villanueva es, además, cuentista y narradora oral; con anterioridad publicó Cuentos para convidar (2002), Lengua Suelta (2007) y Relaciones Textuales (2009).
 
 
 
 
 
 
 
UNA CADENA EFÍMERA DE MANOS Y PALABRAS…
 
 
 
 
 
 
 
 
Poesía
 
Y hasta el poema es una flor hecha de hambre,
pero es además la única y efectiva sospecha
de que aunque el hambre no deja nunca de ser hambre
es a veces hambre que alimenta.
Roberto Juarroz
 
 
 
 
 
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El deseo de la palabra,
 
tiembla, se  desnuda
 
hasta abrirse en el cuerpo
 
como una red de ecos.
 
 
 
 
 
 
Boca a Boca
 
 
El deseo  busca refugio en los laberintos del placer. El hambre que alimenta el deseo es una apuesta. Asociaciones,  variaciones, vaivenes, el dios de la vida creando combinaciones.
Luces para arrinconar lo gris, lo que se estanca.
 
 
 
 
 
El placer de la palabra
 
 
La palabra disfruta en el borde de los labios, se deshace en la boca, extraña, extrañada como esa breva de la infancia  a la que nunca  vi, en el árbol al que nunca subí,  ni tuve en  mi  recuerdo. La  historia la  acercaba mi madre. Cuando la contenía en la mano y la memoria, un jugo salía  de los hilos rojos del centro de la fruta que cubría de un  color mojado la  garganta túnel donde se unen, sabores y sonidos.
 
 
 
 
 
A pedir de boca
 
 
Los labios, coágulos de color, tarde roja, coronita de fuego por la que entran, salen, o se quedan en la memoria del cuerpo, los besos, los bocados, las palabras.
 
 
 
 
 
Quiero ser tu bocado
 
 
Algo se abre antes que la boca, como si dijera "quiero ser tu bocado". No lo dice ella ni él; sí una tercera persona imprecisa. Pintura que finge sangre, un algo como el alma en colores, rubor. Nadar, se empuja contra la nada, se crea.
 
Ella se pinta, aviva la mucosa. Saca del lápiz casi acabado, con la uña, ese resto suave, ese brillo, ese pasto rosa fuerte. Lo mira en el dedo, lo desliza, imagina su boca sin espejo. Ella es el lienzo, su propio pintor.
 
Él busca, desarma la trama, saborea, se mete en el señuelo del color, la desnuda del artificio, la boca sin palabras, ofrecida, indefensa.
 
 
 
 
*Textos de Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
-De su libro Festín Efímero.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
ESLABÓN DE LUJO*
 
 
 
un niño ayuda a su padre a tender la ropa
 
juntos hacen una cadena efímera de manos y palabras
 
el niño pregunta y el padre cuelga las dudas
 
las aprisiona con los broches para que no se vuelen
 
para que sea más fácil luego plancharlas
 
pero el niño se queda solo en el patio eleva la cara
 
contra el sol así las gotas de las respuestas
 
golpean una a una en su cabeza esa piedra llena de poros
 
olvido y caricias húmedas de cien por ciento algodón
 
como si una fina lluvia en mangas de camisa
 
viniera a revelarle un deseo que ya conocía
 
y la piedra bajo un efecto de erosión inusitada
 
se abre para siempre
 
 
 
*De Hernán Schillagi. herschillagi@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
NÁUFRAGA*
 
 
 
Un sonido. Un sonido lejano que se acerca. Lejano, intermitente y áspero, se aproxima veloz. No tiene identidad, ni dimensión, ni procedencia. Es un graznido. Y con la revelación, el gusto dulce del agua, que no quita la sed, pero ahoga. Volvió a quedarse dormida. Abre los ojos junto a la convulsión de los brazos, que abandonan el vuelo calmo sobre la superficie del agua, y se sumergen en un movimiento involuntario, como buscando asirse a cualquier cosa. Los ojos tan abiertos como permite la anatomía le muestran el pájaro, que sigue graznando como si quisiera mantenerla despierta. Ya no cuenta de a sesenta para tener noción del tiempo que lleva en el agua. Los retazos del bote se han alejado tanto que el verde le asalta todos los horizontes. También ha dejado de gritar. Ahora sólo llora con espasmos, de a ratos, cuando tiene accesos de conciencia, cuando sabe con certeza que va a morir. Entre llanto y llanto, la quietud es violenta. La nada es irrefutable.
 
El chaleco la sume en una posición errática; tiene los brazos suspendidos hasta los codos, la cabeza deprimida entre los hombros. El resto del cuerpo, ofrendado a esas fauces que parecen de alquitrán, poco a poco se adormece en el frío, se hace imperceptible y liviano y ajeno.
 
A la orilla, quizás, llegue un hombre a nado rogando ayuda con un hilo de voz. Pero aquí, ella permanece presa de los círculos que se propagan en el rostro del agua, de la oración desesperada. Por momentos, cree sentir los dedos de los pies, cree moverlos, se concentra en ellos con la voluntad frágil, hasta que un pez se roba todos los sonidos, todos los hechos posibles en ese aturdimiento líquido. Salta desde la espesura con una simpleza indignante, con una libertad que la devuelve a un llanto de niño, con mocos y todo.
 
Siente el frío devorársela desde abajo. Quizás hay un instante en que cree sentir las rodillas. Parecen dientes. Una cosquilla estúpida, como eléctrica. Después otra vez, nada. Allí, sola, agua, nada.
 
En la orilla, quizás, el hombre consiga un bote, desande el río en su auxilio. Pero aquí, ella se aliviana con el correr del tiempo. Ya olvidó sus piernas, la vigilia es una lucha. El pájaro que la mantenía despierta ha volado, dejando un ruido de plumas. Desde su silencio la llora como un abandono más. Otro, además del de su cuerpo. Ahora las cosquillas le arañan los glúteos, como hormigas laboriosas, o peor, como una picana húmeda; le provocan un temblor odioso, que le hace apretar los dientes.
 
El sol se cae de un tumbo, y quizás, el hombre venga en camino cortando el río sin pausa. Pero acá, ella siente trece agujas en las manos. Siente una palidez que le baja desde el cielo. Con un esfuerzo, con un suspiro, mueve los dedos para espantar los peces. Encoje los brazos para tomarse el vientre que ha desaparecido. Si estuviera fuera del agua, su cuerpo no sería más que un cúmulo de viento. Aquí, es agua y peces, y un sueño que le gana, y un gusto a sangre que sube desde los dientes y las aletas. Aquí, llora por última vez tocándose el estómago, que es patinoso y de escamas, y le tiembla bajo las palmas, y nada en todas las direcciones, y come.
 
Aquí, llora por última vez escuchando el motor de un bote en el que, quizás, venga un hombre a rescatarla. Llora haciéndose peces y agua, y rendida al sueño. Y el motor se detiene a su lado y una mano la toma de los cabellos, y levanta una cabeza, unos brazos muertos, un chaleco, y un montón de peces vivísimos, desesperados, que sólo sueltan la carne cuando empiezan a ahogarse fuera del agua.
 
 
 
*De Pamela S. Terlizzi Prina. pameprina@hotmail.com
-De “Doce Dientes”, Editorial Textos Intrusos, 2013
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
RECUÉRDAME COMO ERA*
 
 
 
Recuérdame como era antes, amor.
Antes del barro compartido.
Como era, lo que ya no soy.
Como era lo que sigo siendo.
La que acercaba su voz de hierba a tu silencio.
Pigmalión no ha encontrado a Galatea.
La estatuilla, yace fragmentada. Ya no está.
Tampoco está el hombre de los ojos tristes.
El amor ha pasado como pasa la infancia.
El viento, los naufragios, el temblor de los astros.
Ha callado el crepitar sonoro del brocal de greda.
Me han llamado, otras voces, otros viajes.
Me he entregado y he sido prisionera.
Errante, amante, prisionera.
He elegido, la voz que no me llama.
Se me ha dado lo que se me ha quitado.
Más, lo que se me ha quitado es lo que se me ha dado.
Tierra se me ha quitado. Tierra se me ha dado.
Y aquí me tienes, de vuelta, amor.
Fatigado corazón de tierra, aún palpitante.
 
 
 
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
SIETE NOTAS DE INVIERNO*
 
Poemas
 
 
 
 
Hasta tu cama
entran,
 
tensos, de esquina,
por tu piel,
 
y por allí
te andan,
 
quiebran
tus cerrojos;
 
los hechos,
las manos, las voces.
 
 
 
*
 
 
Como a cada beso lo borra
el viento que sopla y sopla,
 
ella pocea y pocea la arena,
pareciera, con más fuerza;
 
es el viento húmedo, poceado,
que escribe, escribe, escribe.
 
 
 
*
 
Dejá que entre la luz,
dejala que entre,
 
que se acomode,
que abra su valija;
 
no vayás a echarla;
dale de comer;
 
dejá que ande por la casa.
 
 
*
 
 
Amor marcado
de estos años.
 
A pesar de todo
vuela, vuelve.
 
Tibio es él;
a prueba es él.
 
Memorioso, dúctil
y carnívoro.
 
El da la hora
de esta hora.
 
 
 
*
 
 
Pasás ladeada, vida;
depende el barrio.
 
O acariciando con un ala,
o dando fuerte con el pico.
 
No pasás derecha, vida;
vos planeás, planeás.
 
 
 
*
 
 
Hermosura que te busco;
electricidad que es hermosura;
 
hermosura de una mano
en otra mano; de un cuerpo
 
en otro cuerpo; de una letra
que con otras es palabra;
 
palabra que te busca, me busca.
La oscuridad no es cosa nuestra.
 
 
 
 
*
 
 
Por la calle fría
un hombre va
 
metido en sí
hasta la médula
 
como representando
poemas de Vallejo,
 
cruza la avenida, tose
y se pierde entre la gente.
 
 
 
*De Eduardo Dalter.  eduardodalter@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
La única luz de la sala*
 
 
 
*De Nechi Dorado. nechi.dorado@gmail.com
 
 
 
El rugido del viento hacía pensar que algún demonio errante intentaba ingresar en la habitación descascarada, donde solos, una mujer y un gato color óxido, compartían las horas de cada día y cada noche.
El lugar parecía encubrir un extraño misterio, de hecho y con suerte aunque no se supo cómo, desde adentro de una alacena con puertas de madera despintada que colgaba de una bisagra apenas sostenida de la punta por un clavo sobreviviente de una época que demostraba haber sido esplendorosa, aparecía algo capaz de saciar otro rugido: el de las tripas al chocar entre sí en el centro de las panzas del dúo devenido en espectro luego del derrumbe de la economía familiar.
Algún grupo de ángeles gastronómicos de una orden de caridad benéfica, oportunamente camuflada como para permanecer en la trinchera clandestina de la madera reseca, ponía al alcance de la mano de la mujer: paquetes de caldos vencidos, fideos exiliados de algún envoltorio tomado por gorgojos, o unos terrones de harina endurecida, salpicada de hongos, donde finas telarañas parecían custodiar lo que hasta tiempo atrás fuera el polvo delicado del almidón. Las tiritas frágiles, hamacas de los parásitos, parecían haber formado un alambrado de seguridad.
La mujer de historia venida a menos se sentía condenada a padecer el castigo de Tántalo*. Ella y su gato, mimetizados uno en el otro, presenciaban desde la penumbra el derrumbe de un pasado que alguna vez auguraba eternidad, gloria, triunfo.
 
“Vanitas vanitatum, et omnia vanitas: ‘vanidad de vanidades y todo vanidad’, solía ser la consigna finamente trabajada por la mujer frente a pilas de billetes acumulados a costa de lo que fuere, durante sus años de vida útil.
 
El viento potenció su rugido, aquello parecido a un demonio avanzaba hacia la imagen en estado de descomposición acelerado. El gato arqueó el lomo, afiló sus uñas y lanzando un maullido que apagó la única luz de la sala, se precipitó hacia la calle perdiéndose en el buche oscuro de la noche impresionante.
La mujer, haciendo uso de una varilla rescatada del piso escribió sobre la superficie de una mesa antigua cubierta de polvo: «Tempus fugit, sicut nubes, quasi naves, velut umbra». Él se escapa como las nubes, como las naves, como las sombras.
La frase obtuvo la fuerza de un rito de despedida, quedando la mujer tendida de panza sobre el piso opaco de la casona añosa.
 
Afuera calmó el viento mientras el demonio se alejaba silbando.
 
 
***
* Por despertar la ira de los dioses, el griego Tántalo fue castigado a vivir rodeado de árboles frutales y de un río de aguas cristalinas; sin embargo, cuando se acercaba para comer de los árboles o a beber del río, éstos se alejaban de él, obligándolo a padecer hambre y sed para toda la eternidad. Comparativamente se aplica para mencionar a esos que a pesar de tener todo al alcance de su mano no pueden acceder a eso.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
*
 
 
 
una palabra leve
 
que se atesore en los pies
 
un ensueño al mediodía
 
un solo acorde
 
que viaje
 
 
*De alejandra alma. almaalma3h@gmail.com
 
 
 
***
 
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