sábado, agosto 30, 2008

DEL CORAZÓN DE LA CEBOLLA...



*Ilustración de Ray Respall Rojas. tgrafica@cubarte.cult.cu
(indicar "PARA RAY" en el asunto del correo)



Sultán*



- Papá, papá, ¡Sultán me ha hablado!
- Muy bien hijo, ahora déjame acabar de ver el partido.

El niño entra en la cocina corriendo muy excitado y le dice a su madre:

- Mamá, ¡Sultán me ha dicho que le gusta mucho el nuevo pienso!
- Muy bien hijo, ahora vete a jugar que estoy preparando la cena.

El niño se va cabizbajo y se sienta en la alfombra entreteniéndose con un soldado al que se le cae la lanza. Sultán tumbado a su lado no le pierde de vista. Desde donde está escucha a los padres comentar que están preocupados por su comportamiento. Dicen que inventa cosas, la última de ellas que el perro habla.

- Tenemos que dar a Sultán y así solucionamos el problema.

El niño sale al porche con lágrimas en los ojos y se encuentra con la vecina que al verlo de esta manera le pregunta que le ocurre.

- Estoy muy triste porque me voy a quedar solo. Mis papás van a dar al único que habla conmigo.



*de Joan Mateu. joan@cimat.es






DEL CORAZÓN DE LA CEBOLLA...






Poema infantil*



Contame un cuento que tenga bosque
duendes y hadas dijiste.
Te conduje por senderos de abedules y ñires
en medio de cipreses de agujas perfumadas y secas
los duendes aparecieron bajo los hongos de Llao Llao
serrucharon radales para entibiar la tarde
y el hada se llamaba Micaela, como vos.
Un hada de manos gordas que peina pehuenes
y teje bufandas con barba de ciprés,
un hada con varita de milagros soleados
que habita un castillo en tierras muy lejanas
cruzando el puente levadizo de tus ojos.



*de Diana Poblet. soydian@yahoo.com.ar
http://remontandosoles.blogspot.com







Doña Merenguito*



Vestía siempre sayas amplias y blusas de óvalos, no la recordaban con otro atuendo. Los niños imaginaban sus escaparates como poblados de ecos, donde cada saya y cada blusa de lunares tendría su igual, repetido hasta el infinito.
Tuvo dos hijas, cuando eran niñas les cosía y bordaba preciosos vestidos, a modo de tener ocupadas sus manos inquietas. En las tardes se sentaba con ellas en las piernas, en su sillón de amplios brazos y se dedicaba a tejerles trenzas en forma de carrileras, atando trenza con trenza, de modo que cada una encontrara su perfecto orden.
Pero las hijas crecieron y fueron a construir sus propios hogares. En el pueblo de Quita y Pon es muy fácil hacer un hogar. Solo hay que buscar un espacio vacío, en un lugar lindo y sombreado en las márgenes del río y comenzar a colocar piedras. Porque con piedras se hacen las casitas de Quita y Pon. Luego, si alguien quiere mudarse a otro pueblo, o hacerse una casa nueva, solo tiene que quitar las piedras, dejando el espacio disponible para cualquier otro.
Doña Merenguito quedó sola. Su esposo era carpintero y venía apenas en las Navidades, para marcharse luego de la celebración de Fin de Año, ya que en Quita y Pon no había necesidad de muebles de madera; con tantas piedras disponibles se podían hacer camas, mesas y asientos. El único mueble de madera del pueblo era el sillón de Doña Merenguito.

Al quedar sin niñas a quienes peinar y hacer vestiditos, ella no supo qué hacer con sus manos, tan habilidosas y siempre intranquilas.


Una tarde, sus gallinas pusieron más huevos de los que podía comer en una semana. Se sentó en el sillón con una fuente llena de claras de huevo y comenzó a batirlas.
El merengue comenzó a crecer como una torre, poniéndose cada vez más lindo y consistente. Ella formó pequeñas montañitas terminadas en espirales y las puso a dorar en su horno de piedras.

Cuando salieron, descubrió que, aunque sólo les había echado azúcar blanca, algunos merengues eran rosados, otros azules, otros verdes... los había dorados, marrones, algunos en preciosos tonos malva.
Como de todos modos no podía comerse tanto merengue ella solita, llamó a los niños del pueblo y comenzó a regalárselos. Eran los merengues más ricos que habían probado en su vida, crujientes por fuera y espumosos por dentro, como comerse la cola de un cometa.
A partir de ese día recogía los huevos de sus gallinas, que cada vez ponían más, y hacía merengues para obsequiar. Lo mejor era el misterio de los colores. Aunque casi siempre la bandeja emergía plena de tonalidades, a veces salían todos en tonos de rosa, decidía ella entonces hacer una fiesta a las niñas, otras eran azules y había fiesta para los varones. Cuando eran verdes, la comelata era sentados en el pasto; si venían amarillos, eran comidos a la luz del sol; si dorado oscuro, al atardecer; si salían rojos, ella los colgaba con hilitos de los árboles para que los pequeños los encontraran al salir de la escuela.
Fue por eso que le pusieron Doña Merenguito, de eso hace ya bastante tiempo, tanto que nadie recuerda su nombre anterior. Ni siquiera sus hijas cuando la visitan.
Pero un día, el carpintero se retiró y regresó a la casa. Hasta el momento no había parado mientes en las ocupaciones de la esposa. Como solo venía por días festivos, pensaba que tanto afán era un antojo para hacer obsequios por Navidades o Año Nuevo, mas al ver que ella se dedicaba día a día a recolectar huevos, batir claras y hornear, para luego regalar aquellas maravillosas golosinas, se le ocurrió lo que llamó “una genial idea”.
A la mañana siguiente estaba con una caja en las manos, listo para guardar los merengues apenas salieran del horno. Los colocó con mucho cuidado y salió a venderlos.
Los niños se extrañaron mucho, ¿para qué querría el dinero Doña Merenguito? Ninguno de ellos había comprado nunca nada, ni sabía cómo se hacía...
Pero como los merengues eran tan ricos y ya se habían acostumbrado a deleitarse con su sabor, pidieron a sus padres una moneda. Esto originó un pequeño problema, pues en Quita y Pon no había tiendas, ni siquiera de víveres, ya que la naturaleza les obsequiaba lo que necesitaban. Por tanto, si alguna vez tuvieron dinero, no sabían dónde lo habían guardado.
Los padres, con tal de ver felices a sus hijos, intentaron recordar. Aquellos que lo lograron, le dieron monedas a sus hijos y a los amigos de sus hijos para que fueran a comprar los merengues.
Al otro día, feliz como una margarita, estaba el esposo de Doña Merenguito con una caja mayor aún en la mano, pregonando por el pueblo.
Corrieron a él los niños, moneda en mano, para escoger aquellos de su color preferido, y ¡cual fue su sorpresa, cuando al abrir la caja, descubrieron que todos eran blancos!
- ¡Esos no son los merengues de Doña Merenguito! – dijo una niña de cabellos rojos que parecía la jefa de la pandilla - ¡Los de ella tienen muchos colores, uno por cada uno de nosotros! ¡El mío es de color cobre! ¡No quiero esos dulces, ni regalados!
Y se marchó con cara de disgusto. Uno por uno fueron acercándose los niños y, al comprobar que no estaba su merengue favorito esperándolo en la caja, se alejaban llamando falsificador al vendedor frustrado, quien viró para el hogar donde lo esperaba Doña Merenguito, con su saya amplia y su blusa de óvalos, batiendo una pequeña fuente de merengue.

- ¿Por qué no me dijiste lo de los colorantes?
- Nunca hubo colorantes – respondió ella -, desde el primer día cada merengue eligió su color...

Y le contó, mientras colocaba cinco torrecitas terminadas en espiral en una bandeja y la depositaba en el horno, de las fiestas del pasto, de la puesta de sol, de los merengues colgando como frutos maduros.
Mientras él negaba con la cabeza y le decía que tenía que estar escondiendo un secreto, ella aguardaba el tiempo de cocción, que como sabemos, es muy corto.

- Nunca hubo tintes, era magia... magia simple, como la de hacer casas con piedras de río, o las gallinas poniendo tantos huevos – sacó la bandeja y la colocó a la sombra para que se refrescara –. Cuando terminé de hacer los que me encargaste, vino Francisquita y me pidió que le hiciera unos merenguitos de regalo a sus hijas, pues no lograba recordar donde había guardado las monedas. ¿No lo ves?
El esposo, carpintero retirado y vendedor de merengues malogrado, se quedó boquiabierto, contemplando como cada merenguito había adquirido preciosos colores. ¡Y él podía jurar que nunca se añadió ningún colorante!
- Quiero tratar de entender eso que llamas magia simple – dijo a su esposa, sentándose frente a ella en un asiento hecho con piedras lisas.
- Francisquita tiene cinco hijas, por eso hice cinco merengues. Cada merengue escogió a su dueña, pues fue hecho con amor, que es la más sencilla de las magias, también la más poderosa.
Fue señalando los merengues que iba colocando en una cajita adornada con cintas de papel.
- La mayor de las hijas se llama Rosalinda, por eso éste, un poco más grande, salió de color rosa. Le sigue Marina, que tiene aquí el suyo en tonos de azul, con las cresticas blancas como las olas. Vienen luego las gemelas Ámbar y Jade, que tendrán estos de igual forma y tamaño, uno dorado y otro verde. Y la más pequeña, Violeta, se deleitará con un merenguito del mismo color de su nombre.
Vio él que aquellos dulces habían sido concebidos para ser obsequiados, no para ser vendidos. Del mismo modo que en Quita y Pon el río regalaba agua y piedras, las enredaderas flores, las gallinas huevos y plumas para edredones y almohadas, los árboles frutos y sombra, su esposa tenía la misión de hacer felices a los niños con sus creaciones multicolores.

¡Cuán a tiempo estuvo! De haber seguido intentando venderlos, al día siguiente la espuma no habría subido igual, ni hubiera tomado la misma consistencia, y al otro, los merengues ya no hubieran sido dulces, sino agrios o amargos. En cambio, ahora entendía la magia de hacer un regalo.
Cuentan que al salir el sol, estaba el esposo de Doña Merenguito recogiendo huevos y más huevos, como si las gallinas hubieran adivinado la fiesta que se preparaba.
Hubo que hornear varias tandas. Los merengues salían a cuadritos, a rayas, con serpentinas, rombos, estrellitas o chispas, porque era la fiesta de todos y no podían ponerse de acuerdo en qué color llevar. Al final quedó un huevo enorme, no de gallina, sino de pata, y el esposo de Doña Merenguito quiso aprender a hacer merengue con su clara.
Le salió un merengue rechoncho con óvalos multicolores. Todos comprendieron que era su regalo para Doña Merenguito, que se sintió feliz como nunca porque por primera vez era obsequiada con un dulce.
Y dicen que la celebración duró hasta el amanecer, que todos comieron hasta hartarse y bailaron hasta sentir mareos.
Esto me lo contó un caracol de río que me trajeron ayer, él es el único que sabe donde queda el pueblo de Quita y Pon, aquel donde las casas cambian de lugar según el antojo de sus habitantes y el dinero importa tan poco que nadie recuerda donde lo ha guardado. Allí una pareja de ancianos regala cada día merengues de colores.

Le he pedido que en las vacaciones me lleve a visitarlo.





*de Marié RojasTamayo tgrafica@cubarte.cult.cu
(indicar "PARA MARIÉ" en el asunto del correo)







*



Corazón abierto

Entre la magia y la inexperiencia

Hago relieves

En el pupitre

De corazones de amor

En el silencio

Y el no me descubran

Ensayo corazones

Fragantes. Palpitantes

Zambullidos en el pudor

Ellos agitan el amor

El inicio de la adolescencia

Saturados de futuro

Con paladar a frutas

De encuentros en el mínimo

Recreo de la escuela

El miedo y la incertidumbre

Bordea el inicio a la proximidad

Parecería un pecado, una aventura

Con el otro género.





*



Juanma mi querido hijo:

En la transparencia de tu piel

Aun ingenua e insatisfecha

Observo cada día tu bulliciosa juventud

Tus pies tan largos

Con zapatillas con los cordones sin atar

Necesitan circular por numerosas calles

Tus bigotes, tu barba y tu pelo desordenado

Quieren destruir las rutinas sin ideales

En tus noches de gritos entre amigos

Las carcajadas hacen eco en los umbrales

De mi alegría y mi somnolencia

Escucho tus palabras con reverencia

Descubren la aventura sin fronteras

Admiro tu crecimiento y honestidad.



*De Azul. azulaki@hotmail.com







El zapallo y la escritura se parecen en la manera de germinar,

de brotar y de crecer*





*Por Iris Rivera. irisr@uolsinectis.com.ar


Texto de la ponencia presentada por la autora en el Foro “Pido gancho. Textos, voces e imágenes”, realizado dentro del marco de las Jornadas de Formación e Intercambio “Mediadores a la vista”, durante la 18ª Feria del Libro Infantil y Juvenil (Buenos Aires, 26 de julio de 2007).


Es interesante pensar la escritura literaria como una de las maneras por las que los cuentos y la poesía llegan a los chicos.
Para mostrar qué tiene de singular la escritura literaria, pensé en traer a este encuentro algunas experiencias de mi trabajo en los talleres que coordino. Elegí dos situaciones de taller con adultos para compartir hoy.
Va la primera:
“¿Cómo sé si un texto es malo o bueno?”, pregunta Cintia.
Devuelvo la pregunta al grupo: “¿Cómo sé si un texto es bueno o malo?”
Cintia misma arriesga una respuesta: “Cuando un texto me parece malo es porque siento que voy rápido por la superficie. El que es bueno, en cambio, se ahonda, se va para adentro. Es como que la palabra que está escrita deja de importar porque se va, se va, se va para adentro”, explicaba.
Fue muy importante que Cintia tuviera esa pregunta y que la formulara aunque no tengamos ni nos apuremos por tener una respuesta todavía.
Cuando uno tiene una pregunta, no es que le falta algo, sino que tiene algo. La punta del ovillo de cualquier respuesta es una pregunta. Uno no pregunta cualquier cosa. Lo que pregunta tiene que ver con algún indicio de respuesta que ya está teniendo.
Entonces echo a rodar entre nosotros, hoy acá, la pregunta de Cintia: ¿Cómo sé si un texto es malo o bueno?


**

Y voy a la segunda situación:
Mary, integrante de otro taller, cuenta que levantó una baldosa del patio de su casa con la intención de tener tierra para plantar allí una parra. La parra nunca prosperó, pero un día quiso hacer puré de calabaza, entonces apartó las semillas -para que no quedaran en el puré- y las tiró en esa tierra de la baldosa levantada. Al tiempito empezó a crecer una planta. Era un lugar con poca luz, debajo de una escalera. Mary ayudó a la planta a enredarse en la baranda. Un día se fue de vacaciones y, a la vuelta, encontró que la planta había dado un zapallo enorme. Empezó a buscar entre las hojas y encontró más. En total, esa planta le dio 118 kilos de zapallo.
Lo curioso fue que las semillas eran de zapallo calabaza… pero salieron zapallos de Angola, de los que se usan para dulce. No faltó en el barrio quien empezara a hablar del “zapallo milagroso”. Hasta llegó gente de otros barrios a “comprar” un frasco
del dulce interminable que Mary ya no sabía a quién más regalar.
Ana, otra integrante del taller que por suerte es bióloga, explicó que, cerca de la casa de Mary, tuvo que haber otra planta de distinta variedad de zapallo, y el viento o los insectos produjeron una polinización cruzada entre Cucurbita pepo (zapallo de Angola) y Cucurbita moschata (zapallo calabaza).
El primer comentario que surgió en el grupo fue: “parece un cuento de García Márquez“. Y lo parecía. Pero Mary prometió documentar con fotos sus dichos. Y en el encuentro siguiente puso las fotos sobre la mesa. El dulce “milagroso”, no lo puso… porque ya no le quedaba ningún frasco.

**

La conversación en el grupo derivó en comparar lo frondoso y lo mutante de aquella planta de zapallo con la escritura literaria. Nos dimos cuenta de que ambos -el zapallo y la escritura- se parecen en la manera de germinar, de brotar y de crecer. Uno (el que escribe) levanta una baldosa de su patio interior para plantar una parra, pero resulta que la parra no prospera. La baldosa levantada está debajo de una escalera, en un sitio con poca luz. Uno plantó parra, pero la parra no brota. Es lamentable, pero qué se le va a hacer. Entonces uno se distrae del asunto, se pone por ejemplo a pisar puré. Pero la baldosa quedó levantada. Y la tierra quedó expuesta a que ahí caiga de todo, hasta lo que uno deshecha. Me olvidé de la baldosa, me olvidé de la parra. En una de esas veo que empieza a brotar zapallo, y bueno, paciencia… o a lo mejor está bien, tendré zapallo. Me entusiasmo, lo riego, le ayudo a enredarse en la baranda de mi escalera. Y la vida continúa de tal manera que un día hasta me voy de vacaciones. Pero la planta sigue creciendo ahí. Y a mi regreso, yo que había querido parra, tengo… superproducción de zapallo. Ajá. Entonces me imagino pisando 118 kilos de puré… pero, no… resulta que tampoco. Porque los zapallos son de los de dulce.
¿Cómo pasó esto? ¿Cómo pasó? Mi tierra se negó dos veces a dar lo que yo esperaba. Primero no dio parra, después me cambió la variedad de zapallo. ¿Cómo pudo pasar? ¿Cómo funciona este poder de decisión que tienen los canteros de uno? ¿Qué vientos y qué insectos vuelan? ¿Cómo suceden semejantes polinizaciones cruzadas?
Uno se queda perplejo con esto. Para sorpresa ya tiene bastante, pero resulta que
la cosa no terminaba ahí. Ni mucho menos. Porque el producto de semejante proceso imprevisible, desemboca en otro quizá más azaroso, más asombroso todavía. Desemboca en quien degusta el dulce de zapallo. En un lector. Y un lector es alguien que también tiene patio, baldosa levantada, vientos inmanejables, insectos sin gobierno y polinizaciones de lo más cruzadas.

**

Lo que yo voy pensando por ahora es que estos textos-zapallo, que son los que produce la literatura, no permanecen nunca iguales a sí mismos. Mutan. Apenas se los da por terminados ya ni siquiera son zapallo ni son pez, ya son textos-cebolla. Se ofrecen a sus lectores desde sus muchas capas. Cada lector llega a la capa que llega. Y un mismo lector, en una lectura futura, puede llegar a una envoltura más profunda de la cebolla. Porque el texto es cebolla y el lector también (el lector también tiene capas). El lector frente al texto es cebolla frente a cebolla. Y entonces, el texto-cebolla le muestra al lector-cebolla sus propias capas.
Cuando hablo de texto-cebolla es que estoy hablando de literatura. A la literatura se la reconoce, entre otras cosas, porque es cebolla… por oposición a otros textos de los que se podría decir que son papa. Y digo textos-papa peyorativamente. Textos-papa desde la cáscara hasta el corazón. Papa compacta. Pienso en las capas de la cebolla y veo que, cuando la cebolla brota, brota desde lo de más adentro.
Yo no podría explicar lo que esto significa. Y pido disculpas. Si lo pudiera explicar, lo explicaría. Pero no puedo explicarlo, por eso lo digo así. Los textos-papa brotan desde la cáscara; los textos-cebolla, desde el corazón. Lo digo así, lo sugiero, lo insinúo, lo dejo en la entrelínea porque no lo puedo explicar. Y esta manera de decir que no explica, pero que toca el corazón de la cebolla… ésta es la manera de la literatura.


Ilustración de Javier Sánchez para el libro Llaves, de Iris Rivera



*Iris Rivera irisr@uolsinectis.com.ar es docente y escritora. Coordina talleres de escritura para niños, adolescentes y adultos, y publica artículos en revistas infantiles, literarias y pedagógicas. Fue invitada por el Plan Nacional de Lectura para participar en varias provincias como conferencista y panelista. Es autora de varios libros: Aire de familia, La casa del árbol, Sacá la lengua, Hércules (más que un hombre, menos que un dios), Cuentos con tías/Vivir para contarlo, Cuentos populares de aquí y de allá, Los viejitos de la casa, Mitos y leyendas de la Argentina, entre otros. Por su libro Llaves fue distinguida con el premio Destacados de ALIJA 2006.

-Fuente: Revista de Literatura Infantil-Juvenil Imaginaria.


-Enviado para compartir por Verónica Capellino veroaleph@hotmail.com







La bruja piruja*



Era muy envidiosa de sus compañeras, era tan rencorosa que cuando veía que un hechizo no le salía bien, su cara se transformaba. Como pinocho le comenzaba a crecer la nariz, pero para abajo, como un garfio. Su mentón prominente comenzaba a temblar y se volvía paranoica y desconfiada. Comenzaba a perseguir a sus empleadas intentando encontrar algún error de sintaxis, un signo de puntuación, una coma, un margen mal encuadrado. Cualquier cosa era suficiente para rebotar los informes que había que enviar. Era tan malhumorada que sus blasfemias le venían en contra, pero perturbaba el ambiente de trabajo.
Dicen en los rumores de pasillo, que aunque no es del signo de Virgo, ella aún lo tiene como un sello. Y que aún no le vio la cara a Dios.
Uy que miedo!



*De Azul. azulaki@hotmail.com







La bruja Maruja*




Andaba en pantuflas
Tenía una antigua blusa
Y cuando se agachaba
Se le asomaba una rancia trusa
Toda manchada y Cachuza

Andaba en una calabaza y se peinaba
Con un plumero lleno de pelusas
Merodeaba en los recovecos
Continuamente con cara de mufa

Por eso nadie la quería.
Ni se le acercaba.



*De Azul. azulaki@hotmail.com








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