domingo, agosto 17, 2008

A LA PARTIDA SIN NAVES Y SIN ARCA...





*Ilustración de Ray Respall Rojas.
Página web: http://rayrespall.mch.com

La punta de las lágrimas*



Tristeza irreversible de diluvios sin arca
te pareces al niño que me resiste adentro
te veo desesperada tras el robo de los espejos
cuando ya no quedan alegrías a fotografiar
sólo oscuras túnicas de silencio
que nadie toca por miedo al contagio
se prevé el café solo, enfriándose sin palabras.
Tristeza enorme junté anoche
por descuido
aullando bajo la puerta
la tomé en brazos y
en vano la acuné para que no llorase
irrumpió desconsolada patinando por mi cara
me estrelló los ojos contra vidrios
supliqué que regresasen los soles
camuflados de lunas rotas
como si bastasen
para despeñarla.
Tristeza huérfana de risa
que me incita a la desesperanza
a la partida sin naves y sin arca
fortificando en mi naufragio
sólo diluvios.



*de Diana Poblet. soydian@yahoo.com.ar






A LA PARTIDA SIN NAVES Y SIN ARCA...






CATORCE VECES*



Me amaba tanto que casi de inmediato me pidió en matrimonio y me compró para que yo fuera feliz una casa soleada, de grandes ventanales al río, con jardín, televisor y microondas y puso sobre la chimenea un retrato suyo para que no le olvidara cuando estuviera ausente.
Éramos felices si no fuera que los ventanales daban al río y yo perdía demasiado tiempo mirándolo.
No era celoso porque tenía seguridad de mi amor pero el río comenzó a molestarle y quitando todas las flores del jardín, que yo había cultivado con esmero, plantó un bonito cerco de Ligustrina rodeando la casa.
Al principio y a pesar de mis flores, tanto no me molestó porque yo lo mismo podía ver el agua correr.
Año tras año el cerco creció quitándome la luz y las ventanas pero él decía, que para entretenerme, tenía el televisor.
Y ahora soy feliz aunque pocos me creen cuando digo que mi esposo, en un descuido, cayó catorce veces de espalda sobre el cuchillo con que cortaba la carne para cocinar en el microondas.




*de Ana Broglio. anabroglio2@yahoo.com.ar






Abracadabra*


Empeñado en conseguir el crimen perfecto, estudió magia durante años hasta que consiguió hacerla desaparecer.


*de Joan joan@cimat.es







POBRECITOS*


Hay una forma de discriminación que consiste en presentar a ese otro como un ser digno de lástima. Disfrazada de buenas intenciones, la conmiseración por el siempre mendigo, siempre indigente, siempre tan otro, es un sentimiento finalmente no de hermandad sino de soberbia.
A la presentación del negro o del aborigen como un animal exótico y peligroso, siguieron los personajes perrunos y mantecosos del sirviente fiel y del bueno tan bueno que ni siquiera reconocemos como humano.
Supongo que es mejor cuando el muchacho se dedica a salvar a los indios que cuando les descarga el contenido de su fusil con música de fondo. Pero el protagonista sigue siendo el muchacho, que nunca es de la etnia o cultura en desgracia. Y si algo tiene el pueblo sojuzgado que lo haga digno de ser protegido son los valores del muchacho. Y deben ser salvados, siempre. Las historias de resistencia como la de Lautaro no sirven. Que se traten de salvar solos es intolerable.
Por ejemplo, cuando se hacen documentales de los aborígenes, se insiste en una pancultura extraña de ecologistas pre-ecología. Porque la ecología es un valor del momento, y se lo atribuimos engañosamente para que queden bien para las cámaras. Todas las culturas primitivas estaban en contacto con la tierra, y sus dioses estaban relacionados al mundo natural. En todos los continentes. Pero presentan a los pueblos originarios americanos como miembros de Green Peace. Su respeto por la tierra era otra cosa, lo reducimos a lo que nosotros, ahora y desde nuestra propia cultura, entendemos. Hay que hallar una razón para no despreciarlos, tienen que ser mejores que nosotros poéticamente para merecer un lugar en la tierra, que finalmente es nuestra y en la cual, pobrecitos, les dejamos un pequeño espacio con sus hermosas y absurdas ideas del universo. Pobrecitos, tan ingenuos. Inofensivos. Casi como niños.
Mostramos que en las misiones jesuíticas fabricaban instrumentos musicales e interpretaban música de cámara europea como si eso fuese un halago. Eran tan inteligentes que hasta se parecían a nosotros. Ese es el mensaje implícito.
Pero los negros, los aborígenes, los sometidos valían y valen por sí mismos. Y tenían y tienen bondades y espantosas crueldades. Igual que nosotros. No hace falta que semejen ángeles para merecer la existencia y el respeto. Ni es necesario que propiciemos la lástima y la compasión.
Mayas y aztecas realizaron obras de ingeniería que convocan turistas estremecidos. Pero claro, los constructores deben de haber sido extraterrestres. No esta gente oscura, pobre, ignorante.
Y el indio bueno es un sirviente fiel. Y un negro inteligente es el que tiene rasgos de blanco.
El diferente, cuanto menos diferente mejor. Y, si es definitivamente diferente, entonces, es un pobrecito.
Los que defienden a los aborígenes hacen documentales donde uno llora a lágrima viva. La sensación que perdura es la de pobrecitos. Y tratamos de demostrar que son buenos de toda bondad, y a las crueldades que cometieron las tapamos lo mejor posible. Que no se vean las torturas entre tribus, los rituales sangrientos, la esclavitud pre-colonización.
Pero los seres humanos somos como somos, bastante animalitos todos nosotros, mamíferos bípedos con palos y piedras todavía muy cerca de la mano. No se si vale la pena que estemos en el planeta. Algunas maravillas nos redimen, muchos infiernos construidos con esmero nos hacen merecedores del anatema. Pero a todos.
Con la lástima y la mentira no vamos a ninguna parte. Ni demonios, ni, me temo, ángeles. Ángeles tampoco. La trampa de presentar al diferente como mejor en algún plano provoca la desilusión cuando esa fachada muestra grietas. Y la vuelta atrás. Si no son perfectos, entonces no merecen ni lástima ni respeto ni existencia siquiera.
Seres humanos, simples y complicadamente humanos todos, sin “ellos” ni “nosotros” de por medio. Con el mismo derecho a la vida y a vivirla a nuestra manera, aunque cada tanto mostremos la hilacha.
A ver si alguna vez además de llorar, como sociedad creamos las condiciones para que los aborígenes vivan dignamente. Y que a nadie, nunca más, se le ocurra proferir un “pobrecito”.



*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com








EL HECHIZO DE LA VELA ROJA*



Regresaba satisfecho de su segunda lección de magia, después de ver marcharse al resto de los alumnos, quedó a solas con la vieja bruja y le pidió un hechizo amoroso.
La arpía, por darse importancia, le decía que "aún no era el momento para algo tan fuerte como un conjuro de atracción", obvio... ¡si cobraba un ojo de la cara por cada clase! Pero a tanta insistencia, le dictó la fórmula:
"En noche de luna llena, has de tomar una vela roja, en ella escribirás el nombre de la mujer. Tras encender un incienso de opio, que embriaga los sentidos, y derramar unas gotas de aceite de sándalo, que hace los sueños realidad, prenderás la llama, repitiendo el siguiente llamado:
Por el poder que me otorga la vela roja que he bautizado como (dices el nombre de la dama), dueña de mis deseos, acude sumisa desde donde quiera que te encuentres, (nombre de la dama de nuevo), ¡ven a mí, rendida! Porque no podrás en lecho reposar, en suelo andar, sosiego hallar, agua beber o aire respirar, hasta que no sacies mis ansias".
- Antes de que la vela se apague, la mujer estará a tu lado, dispuesta a entregarse. Sólo cuídate bien de a quién llames - le dijo antes de cerrar la puerta, con esa sonrisa hipócrita que usaba para aparentar
simpatía -, lo dicen los dioses, cuidémonos de nuestros deseos, que pueden hacerse realidad.
¡Claro que se cuidaría! No faltaba más. Ninguna desconocida, por aquello de las enfermedades; ni pensar en llamar a la madre de sus hijos, lo que menos deseaba era tenerla rendida como paloma, cuando la había echado como a gallina. Mucho menos a su primera esposa, que ahora era una bola de grasa y celulitis... Debería pensar bien. La vecina de al lado no, por mucho que la deseara, el marido era policía y siempre tienen informantes; aquella rubia con quien casi se casa, tampoco, la había visto y ahora tenía
manchitas en la piel y patas de gallina; la secretaria que tanto le gustaba, le había mostrado el otro día una cicatriz de apendicitis...
Por el camino comprobó que reinaba la luna llena, cubriendo con su cara redonda buena parte de los cielos disponibles entre los árboles de la avenida. La tienda de la alemana estaba abierta, ¡una alemana vendiendo productos orientales! Compró la vela, el aceite y los inciensos, se quedó apenas con el dinero del pasaje, pero todo valía por una noche de placer.
Llegó a su cuarto y, cortaplumas en mano, comenzó un cuidadoso proceso de selección mental, no iba a malgastar su hechizo.
Escribió al fin el nombre de Lorena, su primera novia, aquella morenita como junco, piel de seda, cabellos de ángel, sonrisa de Gioconda, manos de artesana - trabajaba la madera, pero también su cuerpo, con gran pericia -... por aquello de que el primer amor nunca se olvida. No supo más de ella, aunque escuchó que sus padres se habían mudado tras la ruptura... razón de más para elegirla, le gustaban los retos; a ver desde cuán lejos venía.
Completó el ritual y pronunció el conjuro. Cinco segundos después tocaban a su puerta. "¡Nada más me faltaba la visita de un sapo en pleno hechizo!", pensó mientras hacía girar la llave.
Estaba preparado para todo, menos para "aquello".
- ¿Y tú, quién eres? - preguntó con una mueca.
- Enrique, ¿no me reconoces?
Corrió a refugiarse en el cuarto, la vela le sonrió con la misma expresión de la vieja bruja... ¿acaso la muy condenada lo sabría?
- Mi Enrique - dijo esa cosa llamada Lorena, aproximándosele lentamente -, tenemos tanto que hablar... Cuando dijiste que no me amabas, intenté suicidarme - le mostró las cicatrices en las muñecas -, pero me
rescataron, ahí comenzó mi infortunio. Mis padres, para cubrir la vergüenza, me llevaron a otra provincia. Allí me lancé desde el balcón, con tan mala suerte que sobreviví, perdiendo solo los dientes - le mostró la boca en una sonrisa de hidra -; como seguía sin amor a la vida, me eché encima una botella de kerosén y me di candela - se abrió la bata y le mostró una piel con más pliegues que la cordillera de los Andes -. Nada de esto funcionaba... Como sabes, era muy buena trabajando la madera... me construí
una guillotina perfecta, ¡esta vez no hubo error!
Se zafó la cabeza sin dientes, cubierta de cicatrices y con el cráneo ornado apenas con diez cabellos retorcidos como alambres.
- ¡Sin ti no valía la pena seguir adelante!
Enrique sentía que el corazón se le paralizaba, que la respiración le abandonaba, que las manos ni siquiera le ayudaban a sostener la sábana con que había intentado cubrirse el rostro; pero los ojos, en cambio, bien abiertos, veían como el esperpento se le acercaba, remedando movimientos sensuales.
- Ahora estamos juntos, mi amor, al fin comprendiste que lo nuestro es eterno... Estoy aquí, sumisa, rendida, respondiendo a tu llamado, dispuesta a saciar tus ansias, tuya para siempre.




*Marié Rojas Tamayo tgrafica@cubarte.cult.cu
(indicar "PARA MARIÉ" en el asunto del correo)
-Publicado en el monográfico dedicado a Lovecraft, Revista Minatura, España.








Tema del traidor y del héroe*




*Jorge Luis Borges
Ficciones -1944



Sho the Platonic Year
Whirls out new right and wrong,
Whirls in the old instead;
All men are dancers and their tread
Goes to the barbarous clangour of a gong
W.B. Yeats: The Tower.

Bajo el notorio influjo de Chesterton (discurridor y exornador de elegantes misterios) y del consejero áulico Leibniz (que inventó la armonía preestablecida), he imaginado este argumento, que escribiré tal vez y que ya de algún modo me justifica, en las tardes inútiles. Faltan pormenores, rectificaciones, ajustes; hay zonas de la historia que no me fueron reveladas aún; hoy, 3 de enero de 1944, la vislumbro así.
La acción transcurre en un país oprimido y tenaz: Polonia, Irlanda, La república de Venecia, algún estado sudamericano o balcánico... Ha transcurrido, mejor dicho, pues aunque el narrador es contemporáneo, la historia referida por él ocurrió al promediar o al empezar el siglo XIX. Digamos (para comodidad narrativa) Irlanda; digamos 1824. El narrador se llama Ryan; es bisnieto del joven, del heroico, del bello, del asesinado Fergus Kilpatrick, cuyo sepulcro fue misteriosamente violado, cuyo nombre ilustra los versos de Browning y de Hugo, cuya estatua preside un cerro gris entre ciénagas rojas.
Kilpatrick fue un conspirador, un secreto y glorioso capitán de conspiradores; a semejanza de Moises que, desde la tierra de Moab, divisó y no pudo pisar la tierra prometida, Kilpatrick pereció en la víspera de la rebelión victoriosa que había premeditado y soñado. Se aproxima la fecha del primer centenario de su muerte; las circunstancias del crimen son enigmáticas; Ryan, dedicado a la redacción de una biografía del héroe, descubre que el enigma rebasa lo puramente policial. Kilpatrick fue asesinado en un teatro; la policía británica no dio jamás con el matador; los historiadores declaran que ese fracaso no empaña su buen crédito, ya que tal vez lo hizo matar la misma policía. Otras facetas del enigma inquietan a Ryan. Son de carácter cíclico: parecen repetir o combinar hechos de remotas regiones, de remotas edades. Así, nadie ignora que los esbirros que examinaron el cadáver del héroe, hallaron una carta cerrada que le advertían el riesgo de concurrir al teatro, esa noche; también Julio César, al encaminarse al lugar donde lo aguardaban los puñales de sus amigos, recibió un memorial que no llegó a leer, en que iba declarada la traición, con los nombres de los traidores. La mujer de César, Calpurnia, vio en sueños abatir una torre que le había decretado el Senado; falsos y anónimos rumores, la víspera de la muerte de Kilpatrick, publicaron en todo el país el incendio de la torre circular de Kilgarvan, hecho que pudo parecer un presagio, pues aquél había nacido en Kilvargan. Esos paralelismos (y otros) de la historia de César y de la historia de un conspirador irlandés inducen a Ryan a suponer una secreta forma del tiempo, un dibujo de líneas que se repiten. Piensa en la historia decimal que ideó Condorcet; en las morfologías que propusieron Hegel, Spengler y Vico; en los hombres de Hesíodo, que degeneran desde el oro hasta el hierro. Piensa en la transmigración de las almas, doctrina que da horror a las letras célticas y que el propio César atribuyó a los druidas británicos; piensa que antes de ser Fergus Kilpatrick, Fergus Kilpatrick fue Julio César. DE esos laberintos circulares lo salva una curiosa comprobación, una comprobación que luego lo abisma en otros laberintos más inextricables y heterogéneos: ciertas palabras de un mendigo que conversó con Fergus Kilpatrick en día de su muerte, fueron prefiguradas por Shakespeare, en la tragedia de Macbeth. Que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible... Ryan indaga que en 1814, James Alexander Nolan, el más antiguo de los compañeros del héroe, había traducido al gaélico los principales dramas de Shakespeare; entre ellos, Julio César. También descubre en los archivos un artículo manuscrito de Nolan sobre los Festpiele de Suiza: vastas y errantes representaciones teatrales, que requieren miles de actores y que reiteran hechos históricos en las mismas ciudades y montañas donde ocurrieron. Otro documento inédito le revela que, pocos días antes del fin, Kilpatrick, presidiendo el último cónclave, había firmado la sentencia de muerte de un traidor, cuyo nombre ha sido borrado. Esta sentencia no coincide con los piadosos hábitos de Kilpatrick. Ryan investiga el asunto (esa investigación es uno de los hiatos del argumento) y logra descifrar el enigma.
Kilpatrick fue ultimado en un teatro, pero de teatro hizo también la entera ciudad, y los actores fueron legión, y el drama coronado por su muerte abarcó muchos días y muchas noches. He aquí lo acontecido:
El 2 de agosto de 1824 se reunieron los conspiradores. El país estaba maduro para la rebelión; algo, sin embargo, fallaba siempre: algún traidor había en el cónclave. Fergus Kilpatrick había encomendado a James Nolan el descubrimiento del traidor. Nolan ejecutó su tarea: anunció en pleno cónclave que el traidor era el mismo Kilpatrick. Demostró con pruebas irrefutables la verdad de la acusación; los conjurados condenaron a muerte a su presidente. Éste firmó su propia sentencia, pero imploró que su castigo no perjudicara a la patria.
Entonces Nolan concibió un extraño proyecto. Irlanda Idolatraba a Kilpatrick; la más tenue sospecha de su vileza hubiera comprometido la rebelión; Nolan propuso un plan que hizo de la ejecución del traidor un instrumento para la emancipación de la patria. Sugirió que el condenado muriera a manos de un asesino desconocido, en circunstancias deliberadamente dramáticas, que se grabaran en la imaginación popular y que apresuraran la rebelión. Kilpatrick juró colaborar en ese proyecto, que le daba ocasión de redimirse y que rubricaría su muerte.
Nolan, urgido por el tiempo, no supo íntegramente inventar las circunstancias de la múltiple ejecución; tuvo que plagiar a otro dramaturgo, al enemigo inglés William Shakespeare. Repitió escenas de Macbeth, de Julios César. La pública y secreta representación comprendió varios días. El condenado entró en Dublin, discutió, obró, rezó, reprobó, pronunció palabras patéticas, y cada uno de esos actos que reflejaría la gloria, había sido prefigurado por Nolan. Centenares de actores colaboraron con el protagonista; el rol de algunos fue complejo; el de otros, momentáneo. Las cosas que dijeron e hicieron perduran en los libros históricos, en la memoria apasionada de Irlanda. Kilpatrick, arrebatado por ese minucioso destino que lo redimía y que lo perdía, más de una vez enriqueció con actos y con palabras improvisadas el texto de su juez. Así fue desplegándose en el tiempo el populoso drama, hasta que el 6 de agosto de 1824, en un palco de funerarias cortinas que prefiguraba el de Lincoln, un balazo anhelado entró en el pecho del traidor y del héroe, que apenas pudo articular, entre dos efusiones de brusca sangre, algunas palabras previstas.
En la obra de Nolan, los pasajes imitados de Shakespeare son los menos dramáticos; Ryan sospecha que el autor los intercaló para que una persona, en el porvenir, diera con la verdad. Comprende que él también forma parte de la trama de Nolan... Al cabo de tenaces cavilaciones, resuelve silenciar el descubrimiento. Publica un libro dedicado a la gloria del héroe; también eso, tal vez, estaba previsto.



*Fuente: http://www.sololiteratura.com/bor/bortemadel.htm







SOLEDAD*


Esta soledad que no es mía
pretende enraizar mi espalda
pasajera del último tren
del olvido.

Salgo a mi encuentro,
respiro mis pasos
me visto de hojas frescas
y me acuesto
en la infinitud del paisaje.

Me baño de lluvia
escucho risa de grillos,
toco el aire con versos
y beso la hierba
que es vida.



*de Xenia Mora Rucabado. xeniamor_49@hotmail.com





*




3º Concurso de composición XICóATL: hasta el 30 de agosto!


Para recordarles que el 30 de agosto 2008 es la fecha límite para el envío de los trabajos al 3º Concurso de composición XICóATL "Estrella Errante". Les enviamos nuevamente las bases de participación. Más informaciones obtienen en la sección Aktuelles/Actualidades de nuestra página de internet www.euroyage.com


Cordial saludo,

YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur
www.euroyage.com
Schiessstattstr. 44/9 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel: ++43 662 825067



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