lunes, noviembre 02, 2009

AL SUELO CENIZAS DE OTROS FRÍOS...




*Ilustración de Ray Respall Rojas. (Cuba)


invierno*



me vestí de invierno esta mañana
fui mudándome
en la espuma de las nubes
que barrían de prisa mi memoria


tomé un par de recuerdos y de grises
y envolví con aliento un todavía


le dije dos secretos
al suelo de ceniza de otros fríos
desperecé una duda
crujiéndome los miedos
y bostecé en la helada
derritiendo los pasos mal andados


quise trazar sin tiempo
otro mapa del sueño
y emigré con el viento
envuelta en el invierno para siempre


*de Lucía Cinquepalmi luciaguionbajo@gmail.com








AL SUELO DE CENIZAS DE OTROS FRÍOS...





VARIACIONES SOBRE VARAS Y VARITAS*



(I) Cinco preguntas y una certeza


¿A quién golpea esta vara?
¿A cuántas varas de distancia su pánico de
su niñez?, ¿su miedo de su lágrima?
¿Son preguntas o respuestas lo que prodigan
las varitas mágicas? ¿Acaso se compran o
se venden?
Una certeza: no todas las varas
son mágicas.


(II)

La mujer despierta cansada
despierta cueva
cueva despierta la mujer
cueva habitada de oscuras criaturas
noche de cueva despierta la mujer
cueva cerrada sin ábrete sésamo
sin varitas mágicas.


(III)

Perfumarás tu ropa interior
con una vara de nardo
¿de qué poema la cortaste?
Algo perdurará salvaje hondo
reminiscencia de jardín
o de mujer
después de todo.



*de Verónica M. Capellino. veroaleph@hotmail.com






Espera*


El hombre esta -nuevamente- conmovido. Mientras ve a su hija que espera y espera.

Quizá lo viene haciendo desde muy pequeña, pero él lo ha descubierto recién en esta tarde destemplada.


Mientras ve a su hija que espera y espera.
Que en algún momento su madre termine de llegar a su lado.


*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com








PUNTOS DE VISTA*



- ¿Crees en los ángeles?
- ¿A qué viene esa pregunta? No me digas que estás ganando tiempo...
- No, es que ayer le dije a mi psiquiatra que tenía un ángel metido en el cuarto, aconsejándome que me tirara por la ventana.
- ¿Y...?
- Nada, ni siquiera me subió la dosis de antidepresivos o me cambió los ansiolíticos, se limitó a decirme que yo era demasiado gordo para caber por esa ventana, que lo tuviera en cuenta la próxima vez que me pasara la idea por la mente. Creo que no estaba de buen humor, tal vez la esposa se andaba revolcando con un enfermero en la sala de al lado y él lo sabía, ¿a quién se le ocurre casarse con la secretaria? Pero no respondes a mi pregunta, ¿crees en los ángeles?
- ¿Y tú?
- Sí. Obviamente, no en el angelito de la guarda que enseñan en el catecismo, no al modo cristiano del intermediario entre Dios y los hombres, ni en los nueve coros de serafines, querubines, tronos, dominaciones, potestades, virtudes... ya sabes. Más bien como poderes cósmicos, algo entre la divinidad suprema y el ser humano, pero no con función de mensajeros o guardianes de nada. Y sigues sin contestar, luego el que estoy haciendo tiempo soy yo.
- No es fácil, son muchas teorías, y demasiado complicadas, primero tendría que pensar en el origen de la palabra, viene del griego aggelos, mensajero, así que me opongo a ti si me voy por esa vía, aunque también me gusta el truco cristiano de usar a los ángeles como medio para degradar a las religiones politeístas, reduciendo a los dioses menores a meros hijos de Dios, sus súbditos, o cortesanos.
- Basta, no teorices más, esa no es una opinión, la respuesta es sí o no, ya tienes la mía, ahora pido la tuya.
- El mundo no se reduce a sí o no, creer y no creer son categorías que se funden, son sólo puntos de vista...
- ¿Soy tu amigo?
- Sí.
- ¿Te gusta el póquer?
- Sí
- ¿Crees en los ángeles?
- No. Es definitivo.
- Así se habla - y exponiendo las cartas -. A ver si me superas este Full House.
- Escalera de color, he vuelto a ganar.
- Oye, es todo lo que me queda de la pensión, dame un crédito hasta el domingo, para terminar el mes con cierto decoro.
- Si no quieres perder, no juegues. ¿Has oído hablar de la nueva masajista que se instaló en el Barrio Chino? Tu dinero me paga un tratamiento completo.

Recogió los arrugados billetes, se agazapó en el borde de la ventana, extendió sus alas y se lanzó al vacío, haciendo una increíble pirueta antes de elevarse sobre los rascacielos.




*de Marié Rojas Tamayo.

Este cuento fue Premio del “Certamen de Microrelatos Hiperbreves” Igriega Movimiento Cultural, España, Aparece Publicado en la antología “Los Vicios Solitarios”, en la revista “Paralelo Sur” y en el libro “Tonos De Verde”.








Los limpiadores de Estrellas*



*de Julio Cortázar.



Bibliografía: Esto nació de pasar frente a una ferretería y ver una caja de cartón conteniendo algún objeto misterioso con la siguiente leyenda: STAR WASHERS.


Se formó una Sociedad con el nombre de LOS LIMPIADORES DE ESTRELLAS. Era suficiente llamar al teléfono 50-4765 para que de inmediato salieran las brigadas de limpieza, provistas de todos los implementos necesarios y muñidas de órdenes efectivas que se apresuraban a llevar a la práctica; tal
era, al menos, el lenguaje que empleaba la propaganda de la Sociedad. En esta forma, bien pronto las estrellas del cielo readquirieron el brillo que el tiempo, los estudios históricos y el humo de los aviones habían empañado.
Fue posible iniciar una más legítima clasificación de magnitudes, aunque se comprobó con sorpresa y alegría que todas las estrellas, después de sometidas al proceso de limpieza, pertenecían a las tres primeras. Lo que se había tomado antes por insignificancia -¿quién se preocupa de una estrella al parecer situada a cientos de años-luz?- resultó ser fuego constreñido, a la espera de recobrar su legítima fosforecencia*. Por cierto, la tarea no era fácil. En los primeros tiempos, sobre todo, el teléfono 50-4765 llamaba continuamente y los directores de la empresa no sabían cómo multiplicar las
brigadas y trazarles itinerarios complicados que, partiendo de la Alfa de determinada constelación, llegasen hasta la Kapa en el mismo turno de trabajo, a fin de que un número considerable de estrellas asociadas quedaran simultáneamente limpias. Cuando por la noche una constelación refulgía de
manera novedosa, el teléfono era asediado por miríadas estelares incapaces de contener su envidia, dispuestas a todo con tal de equipararse a las ya atendidas por la Sociedad. Fue necesario acudir a subterfugios diversos, tales como recubrir las estrellas ya lavadas con películas diáfanas que sólo
al cabo de un tiempo se disolvían revelando su brillo deslumbrador; o bien aprovechar la época de densas nubes, cuando los astros perdían contacto con la Tierra y les resultaba imposible llamar a la Sociedad en demanda de limpieza. El directorio compró toda idea ingeniosa destinada a mejorar el
servicios y abolir envidias entre constelaciones y nebulosas. Estas últimas, que sólo podían acogerse a las ventajas de un cepillado enérgico y un baño de vapor que les quitara las concreciones de la materia, rotaban con melancolía, celosas de las estrellas llegadas ya a su forma esbelta. El directorio de la Sociedad las conformó sin embargo con unos prospectos elegantemente impresos donde se especificaba: "El cepillado de las nebulosas permite a éstas ofrecer a los ojos del universo la gracia constante de una
línea en perpetua mutación, tal como la anhelan poetas y pintores. Toda cosa ya definida equivale al renunciamiento de las otras múltiples formas en que se complace la voluntad divina". A su vez las estrellas no pudieron evitar la congoja que este prospecto les producía, y fue necesario que la Sociedad
ofreciera compensatoriamente un abono secular en el que varias limpiezas resultaban gratuitas. Los estudios astronómicos sufrieron tal crisis que las precarias y provisorias bases de la ciencia precipitaron su estrepitosa bancarrota. Inmensas bibliotecas fueron arrojadas al fuego, y por un tiempo los hombres pudieron dormir en paz sin pensar en la falta de combustible, alarmante ya en aquella época terrestre. Los nombres de Copérnico, Martín Gil, Galileo, Gaviola y James Jeans fueron borrados de panteones y academias; en su lugar se perfilaron con letras capitales e imperecederas
los de aquellos que fundaran la Sociedad. La Poesía sufrió también un quebranto perceptible; himnos al sol, ahora en descrédito, fueron burlonamente desterrados de las antologías; poemas donde se mencionaba a Betelgeuse, Casiopea y Alfa del Centauro, cayeron en estruendoso olvido. Una literatura capital, la de la Luna, pasó a la nada como barrida por escobas gigantescas; ¿quién recordó desde entonces a Laforgue, Jules Verne, Hokusai, Lugones y Beethoven? El Hombre de la Luna puso su haz en el suelo y se sentó a llorar sobre el Mar de los Humores, largamente. Por desdicha las consecuencias de tamaña transformación sideral no habían sido previstas en el seno de la Sociedad. (¿O lo habían sido y, arrastrado su directorio por el afán de lucro, fingió ignorar el terrible porvenir que aguardaba al
universo?) El plan de trabajo encarado por la empresa se dividía en tres etapas que fueron sucesivamente llevadas a efecto. Ante todo, atender los pedidos espontáneos mediante el teléfono 50-4765. Segundo, enardecer las coqueterías en base a una efectiva propaganda. Tercero, limpiar de buen o mal grado aquellas estrellas indiferentes o modestas. Esto último, acogido por un clamor en el que alternaban las protestas con las voces de aliento, fue realizado en forma implacable por la Sociedad, ansiosa de que ninguna estrella quedara sin los beneficios de la organización. Durante un tiempo
determinado se enviaron las brigadas junto con tropas de asalto y máquinas de sitio hacia aquellas zonas hostiles del cielo. Una tras otra, las constelaciones recobraron su brillo; el teléfono de la Sociedad se cubrió de silencio pero las brigadas, movidas por un impulso ciego, proseguían su labor incesante. Hasta que solo quedó una estrella por limpiar. Antes de emitir la orden final, el directorio d la Sociedad subió en pleno a las terrazas del rascacielos -denominación justísima- y contempló su obra con orgullo. Todos los hombres de la Tierra comulgaban en se instante solemne.
Ciertamente, jamás se había visto un cielo semejante. Cada estrella era un sol de indescriptible luminosidad. Ya no se hacían preguntas como en los viejos tiempos: "¿Te parece que es anaranjada, rojiza o amarilla?" Ahora los colores se manifestaban en toda su pureza, las estrellas dobles alternaban sus rayos en matices únicos, y tanto la Luna como el Sol aparecían confundidos en la muchedumbre de estrellas, invisibles, derrotados, deshechos por la triunfal tarea de los limpiadores. Y sólo quedaba un astro por limpiar. Era Nausicaa, una estrella que muy pocos sabios conocían, perdida allá en su falsa vigésima magnitud. cuando la brigada cumpliera su labor, el cielo estaría absolutamente limpio. La Sociedad habría triunfado.
La Sociedad descendería a los recintos del tiempo, segura de la inmoralidad.
La orden fue emitida. Desde sus telescopios, los directores y los pueblos contemplaban con emoción la estrella casi invisible. Un instante, y también ella se agregaría al concierto luminoso de sus compañeras. Y el cielo sería perfecto, para siempre... Un clamoreo horrible, como el de vidrios raspando un ojo, se enderezó de golpe el el aire abriéndose en una especie de tremendo Igdrasil inesperado. El directorio de la Sociedad yacía por el suelo, apretándose los párpados con las manos crispadas, y en todo el mundo
rodaban las gentes contra la tierra, abriéndose camino hacia los sótanos, hacia la tiniebla, cegándose entre ellos con uñas y con espadas para no ver, para no ver, para no ver... La tarea había concluido, la estrella estaba limpia. Pero su luz, incorporándose a la luz de las restantes estrellas acogidas a los beneficios de la Sociedad, sobrepasaba ya las posibilidades de la sombra. La noche quedó instantáneamente abolida. Todo fue blanco, el espacio blanco, el vacío blanco, los cielos como un lecho que muestra las sábanas, y no hubo más que una blancura total, suma de todas las estrellas limpias... Antes de morir, uno de los directores de la Sociedad alcanzó a separar un poco los dedos y mirar por entre ellos: vio el cielo enteramente blanco y las estrellas, todas las estrellas, formando puntos negros. Estaban las constelaciones y las nebulosas: las constelaciones puntos negros; y las nebulosas, nubes de tormenta. Y después el cielo, enteramente blanco. 1942

*En noviembre de 1942, el doctor Fernando H. Dawson (del Observatorio astronómico de la Universidad de La Plata) anunció clamorosamente haber descubierto una "nova" ubicada a 8 h. 9,5 de ascensión recta y 35º 12´ de declinación austral, "siendo la estrella más brillante en la región entre Sirio, Canopus y el horizonte". (La Prensa, 10 de noviembre, pág. 10.)

¡Angélicas criaturas! La verdad es que se trataba del primer ensayo -naturalmente secreto- de la Sociedad.


De "La otra orilla", 1942. © Alfaguara. Cortázar, Cuentos completos 1

*FUENTE: http://www.juliocortazar.com.ar/cuentos/estrella.htm







Diario del '82 - Mañana a las nueve*




*Por Sonia Catela. soniacatela@yahoo.com.ar



El policía rodaba puro hombrote musculoso, bicicletita más adivinada que corpórea.
Chari saltó desde el césped que cortaba, reconectó el enchufe que se había aflojado y volvió al paso, clinch, todo me toca a mí, clinch, adiós Magdalena, qué tal los preparativos para la cena, siempre trabajo ¿no? ¿y si me pica una araña? clinch claro, a Luisa le pagan peluquería y modista, y una encima de aportar, de podar yuyos, de exponerse a las viudas negras, coloradas o albinas, mejor lo llamo a... hijo, hijo, vení te necesito.
Hijo se asomó y desapareció sin ser descubierto por la SIDE materna.
Chari dejó en vertical la cortadora y accionó a "no" el interruptor. Las manos ásperas, me salen callosidades, qué asco. Ganarse el pan con el sudor de las neuronas. Salvo Luisa. Salvo Paloma. ¿Tendré pimentón? A que la chica se olvidó de comprar. "Hijo, Héctor", reclamó, empapé la remera, sudor,
agachar el lomo, la cabeza.
El policía arrimó su bicicletita al cordón rajado y la apoyó muy cuidadosamente sin mirar otra cosa que el pie de metal. Se quitó dos broches para colgar ropa de las botamangas del pantalón. Controló el impecable lustre de los botines negros.
"Buenas tardes. ¿Lo busca a mi esposo?". El policía morocho, bigotes hirsutos, rostro rubicundo alcohol y calor descorrió el telón. "No. A usted la buscaba". Sacó un papel.
¿A ella? Trató de alzar el estómago y ponerlo en su lugar.
Siempre la asustaban con el vigilante: el vigilante te va a llevar si te portás mal. Conjuraba el peligro con la fórmula mágica: vigilante culo picante. Pero se asustaba lo mismo.
"¿A mí?" (Dios mío, qué pasó, si yo no hice nada, lo juro. ¿Hice algo? Se han denunciado más casos de tumbas NN en cementerios bonaerenses. Más.)
"Usted es doña..." (el policía desplegó el papel y lo estiró torpemente sobre la áspera corteza del olmo. El dedo bajó, la señora de Candall pasa y me mira ¿qué mira? me tocó, tenía que tocarme alguna vez. A todos mis conocidos). "¿Doña María Adela Irizar?", acribilló con mucha pausa y excelente puntería el agente.
"Sí, soy yo, ése es mi apellido de soltera, déjeme ver" (soy yo). Sacada del montón, individualizada, cabeza fuera de la ola. ¿Por qué se ve tanto la cabeza que sale de una ola? Me tocó. Basta que a Lila no. Ojalá.
El policía dobló el papel, buscó en un bolsillo sabido la birome, estiró de nuevo la hoja, dibujó con lentitud una cruz al lado de su nombre y apellido.
"Va a presentarse mañana a las nueve, en la Comisaría".
"Pero mañana es domingo, señor".
"Sí, claro". Guardó la birome en el bolsillo sabido y el papel en el que le corrrespondía. Luego rebuscó un peine negro y lo empuñó con calma.
"¿Es por algún asunto del auto? ¿Rocé a otro coche? No me di cuenta.
(Explicate, caracho. Hablá. ¿Así comenzaron las historias de desaparecidos? No, cada vez tienen un principio diferente. El suspenso en el principio. Cómico. Tan cómico. Comiquísimo.)
"No sé por qué es, señora. Hay mucha otra gente citada". Se sacó la gorra.
La apretó entre las dos piernas cuidando de no ajar la visera y se repasó la cabeza con el peine. El pelo negro brillaba brillante brilloso brillantina glostora, familia de palabras.
"¿Hay mucha gente? ¿Quién? ¿Quiénes?"
Él sopló los pelos enganchados en el peine, repasó los dientes de éste con toda su atención, las cosas hay que hacerlas bien o no hacerlas, lo guardó, acomodó el kepi ladeándolo hábilmente, se lo calzó, "no me acuerdo, señora".
"Están anotados en ese papel que tiene usted ¿no es cierto?"
"Tengo que avisarles, señora. Uno por uno. Con esta temperatura".
"¿Puedo ver los nombres?"
"Comprenda: ¿cómo quiere que me acuerde? A mí me dieron una lista de veinte, ninguno en la misma cuadra. A Gaitán nada más quince, señora ¿por qué?"
Chari sumó veinte más quince. "¿Me deja ver los nombres?"
"Eso es injusto ¿no? A mí, veinte; a él quince, un sábado con este calor".
"Puedo leer, por favor, esa lista", "Tampoco es para que me grite", "Perdone, no quise...", "¿Y si me arruga la citación?", "No le voy a hacer nada al papel", "Todos se ponen nerviosos, bueno, tome, vea. No, mejor no" y sustrae la hoja, Chari alcanza a ver el nombre de una monja del hospital mientras se desenvuelve el imperturbable arrepentimiento del policía, que, calmoso, dobla por las mismas marcas la hoja y vuelve a colocarla en el bolsillo de siempre. Chari recaba: "es mi enemigo", si tiene que llevársela
a ella, la llevará, y si tiene que apuntarle, apuntará. Un hombre tan inofensivo. "¿Y si me caigo?", mejor se apoya con su mareo en el olmo. "¿Es para tanto, che?" protesta Héctor, su marido, apareciendo y dirigiéndose a la cortadora: "¿Al fin, vas a terminar de cortar los yuyos o no?". Chari menea un pálido no. "Ves. Lo único que te interesa es armar escándalo y después, tan tranquila". El marido pone en marcha el estrépito del aparato, cubre el mundo con el motor que tala, aplasta, baja, pisotea yuyos y se
aleja mientras ella, mañana a las nueve, en la comisaría, presentarse puntualmente, alzando antes ansiolíticos, metiéndoselos en el bolsillo trasero del vaquero, píldoras para la presión, partiendo, ella ¿volverá?


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-20905-2009-11-02.html




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