jueves, noviembre 05, 2009
EN LA SINGULARIDAD DEL OTRO...
*ILUSTRACIÓN DE RAY RESPALL ROJAS (CUBA)
SUCEDE SIEMPRE EN MARZO
A Julio Pino Miyar
Conozco a un bardo conejo
Que ama a las estrellas
Desde el hueco lóbrego
De su madriguera.
Quiere ser astrólogo,
Astrónomo,
Astronauta...
El pobre no sabe que ellas
No saben regir destinos,
Leer pasados,
Dictaminar futuros...
Son apenas bolas de gas
Ardiendo indiferentes,
Lejanas,
Tan muertas
Cual lágrimas viejas.
Jamás escuchó hablar de Newton,
Ignora las leyes de Kepler,
Las ecuaciones de Maxwell
Y la física cuántica.
Sólo sabe interrogar al cielo
Esperando respuestas.
Pobre liebre poeta:
No sabe que el Universo sólo existe
Porque él lo sueña
Desde el hueco oscuro
De su madriguera.
*de Marié Rojas Tamayo.
-2004-
EN LA SINGULARIDAD DEL OTRO...
no dicha*
y si alguna vez
una palabra no dicha
nunca dicha
que no sea dicha
hallara el intersticio entre silencio y milagro
del segundo antes de decirlo
de la hora precedente al impulso
del siglo antecesor de la desgracia
del infinito ancestral de todos los tiempos humanos
que andamos errando?
*de Lucía Cinquepalmi luciaguionbajo@gmail.com
Apuesta*
El guardabarrera toca su silbato con insistencia. La primera en detenerse antes de cruzar la vía es una monja anciana de vestimenta gris. Una joven que venia apurada casi se choca contra la monja. Y luego se detiene un hombre que caminaba encandilado por la belleza de la joven.
-No vale la pena arriesgarse. -dice la Monja prudentemente.
-Encima es de carga -dice la joven.
-A que son 30 vagones... -irrumpe el hombre.
-Son como 40. -Dice la joven con su belleza inefable.
Bueno, el que gana da un beso en la mejilla. -Propone el hombre.
Un beso soplado al aire. -Contesta ella sonrojandose.
-Trato hecho. -Dice el hombre.
Yo los cuento. -Ofrece la monja y encuentra inmediata aprobación de la joven y el hombre.
La locomotora diesel de color celeste gastado cruza delante de ellos tirando vagones cargados de piedra partida. El hombre hace su conteo en silencio. La monja que tiene un tonito a española los cuenta en voz alta.
El hombre se da cuenta que va a perder la apuesta. Que en realidad le gustaria perder esa apuesta ingenua.
-Son 38, gano la señorita dice la monja.
La joven se gira, hace trompita con sus labios y sopla el beso.
El hombre apresa ese beso en el aire con la mano derecha y se lo lleva a sus labios.
La monja sonrie satisfecha y comienza a cruzar las vías.
La joven dice "chau" y se va ondulando sus caderas.
Ese hombre se queda un momento o una eternidad viendo como ella se pierde después de algunos metros, al doblar la esquina.
*de Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
Gestos*
*Jorge Sigal
02.11.2009
-¿Cómo es un día de su vida?
-Bueno, me levanto a las cinco y media. Antes de las seis y media estoy fichando en la empresa. Trabajo hasta la una y media. Almuerzo en casa (a veces lo hago en el sindicato), duermo una pequeña siesta de dos horas, y desde las cinco de la tarde estoy en el sindicato, trabajando con los compañeros, con la gente que viene. Atiendo también en la CGT. En fin, terminamos siempre a la una o dos de la mañana, dormimos muy poco.
-¿Por qué casi todas las respuestas las da en plural?
-Porque todo lo que digo no es exclusivo ni personal: se trata de algo compartido por todos los compañeros. Por otra parte, yo no represento a una persona, sino la posición colectiva de todos mis compañeros.
Repaso una y mil veces estos párrafos que registra la crónica de la época.
Son respuestas de tal simpleza que ahora suenan pueriles.
Han pasado treinta y tantos años. Muchos para una vida, demasiado pocos para la historia. Busco más, me sumerjo en esa voz, en esas imágenes. ¿Qué nos enamoraba en aquellos tiempos recientes? ¿Un programa de gobierno? ¿Un plan de lucha sindical? ¿La toma del poder? ¿Las tesis de abril, el Qué hacer, la
Pequeña Biblioteca Marxista-Leninista? ¿La rosa y el fusil? ¿La posibilidad de ser ministros, diputados, legisladores? ¿O los gestos simples, cargados de autenticidad, que irradiaban algunos de los ídolos de entonces?
Vuelvo a la lectura del archivo.
-¿Es difícil lograr la coherencia entre lo que uno piensa y lo que uno hace?
-Es difícil, más aún porque nosotros pretendemos una moral que no sea la típica de esta sociedad y nos encontramos con esa tabla de valores que pretende colocar a toda la población bajo su imperativo. Ahora, es difícil pero no imposible. Llevar a la práctica las ideas de uno requiere esfuerzos, pero mucha gente lo hace.
Quizá no todos tuviéramos el mismo sueño. Es posible que cada cual construyera una película diferente. Sin embargo, la pasión no tenía, para la mayoría de los jóvenes de los setenta, el perfil de la codicia, de la ambición, del reparto de porciones de poder. Por supuesto, como en toda pasión amorosa, aquélla tenía sus propias patologías: había amantes de la prepotencia, resentidos, desarrapados de sentimientos. Pero, en general, quienes se incorporaban a la militancia querían construir otra realidad.
Buscaban nuevos paradigmas y se resistían a convertir la podredumbre en podredumbre propia. Por eso, las respuestas de aquel gigantón al que muchos sentían como el paradigma de dirigente sindical hoy suenan tan ingenuas.
Agustín Tosco murió, mientras lo perseguían la policía y la Triple A, el 5 de noviembre de 1975, hace treinta y cuatro años. Tenía todo lo que hay que tener para aspirar a leyenda, hasta la pinta y la estatura que exigen las bellas artes. Era también un hombre culto, es cierto. Pero no era su dominio
de la dialéctica, de la teoría política o su manejo de la doctrina lo que más admiraban sus seguidores, sino aquella vocación por parecerse a lo que postulaba. Mezclado con elevadas cuotas de mesianismo, el pensamiento de izquierda tenía por aquellos años ciertas pretensiones, y la coherencia era una de ellas. Resultaba inconcebible, por ejemplo, que un dirigente de ese espacio viviera de los subsidios públicos o acumulara riquezas mal habidas.
Gracias a una pirueta del destino, tuve la oportunidad de alojar por unas horas a Tosco, durante su penosa agonía clandestina, en el pequeño departamento de la avenida Rivadavia al 2300 que habitaba mi familia. A la hora de la siesta, cuando sus compañeros del Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba se habían retirado, mortificado por las jaquecas que preanunciaban su final, El Gringo tomó prestada mi cama. Recostado, cerrando y abriendo los ojos cada vez que la cefalea lo reclamaba, me sugirió que no lo dejara solo. Quería mantenerse despierto, conversar.
Recuerdo detalles insólitos de aquel encuentro: el cubrecama azul, la silla tapizada de blanco en la que me senté, los esfuerzos de Tosco para acomodar su enorme cuerpo en ese pequeño espacio, los libros sobre la mesa plegable.
Pero no puedo recordar una sola frase pronunciada por ese hombre al que toda la izquierda de la época deseaba consultar. Ni consejos, ni recomendaciones, ninguna reflexión que pudiera alimentar el mito. Todo lo que atesora mi memoria son gestos, actitudes. Como si ninguna palabra hubiera podido
superar la potencia de esa imagen. La reconstrucción de aquella cita improvisada me remite siempre al mismo lugar: a una charla amena con un tipo que hacía un gran esfuerzo por parecerse a sus representados. Nada más, nada menos. Gestos de coherencia.
*Fuente: http://criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=33291
*
a JORGE ALORSA
Querido gordo te fuiste sin avisar,
precozmente/
dejándonos al garete navegando,
por el rioba/
entre los yuyos y la vía...
...qué será de nosotros!,
de la loca algarabía.
Recuerdo tus recitales,
eran misas compartidas,
con pingüino y novi-tinto,
a mitad de la velada,
ese grito que estallaba,
y se hacía atronador:
"La Guardia Hereje...
la puta que lo parió"...
En el el templo más famoso de La Plata,
ese canto espntáneo que surgió,
y el "presbítero" allá arriba sonreía...
y otro trago se sirvió.
Brindó por todos los gordos,
por los chuecos, por las feas,
y de nadie se olvidó...
...santos, trolas, fariseos,
fue la noche aquella del golazo ganador
cuando quedó chico el Coliseo...
...Te fuiste...¡Qué lo tiró!!!
*de Hugo Lero. cuentohugo49@yahoo.com.ar
SOBRE LAS PERSONAS EN SITUACION DE CALLE
"Perdóneme, me voy con ella"*
El caso de Lucho, el hombre en situación de calle que se negó a recibir ayuda del Estado, suscitó preguntas como las que se plantean en esta nota:
"¿Tiene o tendrá el Estado un proyecto mejor para Lucho que su estadía en un parador nocturno?"; "¿Para qué y para quién trabajan los profesionales de la salud en el área social?".
Por Patricia Malanca *
-Perdóneme, me voy con ella- Lucho, ruborizándose, se levantó del asiento del móvil que estaba por llevarlo a un hogar para gente en situación de calle y volvió con ella, con la mujer que, unos momentos antes, desde abajo del auto, lo había llamado traidor, le había dicho que se bajara, traidor, hijo de puta, le había dicho la mujer mientras hacía temblar a puñetazos los vidrios de la combi.
Recuerdo con alguna melancolía esta escena que viví en uno de mis primeros años de trabajo con la gente que duerme en la calle, en la vereda del Mercado del Plata, frente al Obelisco. También recuerdo una sensación de frustración. Yo había logrado convencer a Lucho de subirse al móvil. Después de meses de ir a visitarlo casi lo había logrado. Lo tenía sentado a mi lado, en la combi. Casi, y se me escapó de las manos.
Muchas veces evoqué esa escena como si hubiera en ella algo perdido, que no había encontrado cauce al pensamiento, a lo que allí se jugaba. Insistía en retornar el significante "traidor", vociferado por la mujer de Lucho.
Evidentemente, ella expresaba en ese grito su sentimiento de que él traicionaba lo único que les quedaba, esa pequeña organización de masas que como pareja formaban ante las inclemencias de la vida.
En esa escena de calle, yo estaba encarnando al Estado. Creo que, para los que trabajamos en este tipo de problemáticas, nos es necesario interpelarnos, cada vez, a qué proyecto de Estado está uno cediéndole el cuerpo y haciendo encarnadura. ¿Tiene, tenía o tendrá el Estado al que representamos un proyecto mejor para Lucho que su estadía en un parador nocturno? Me pregunté a menudo si, como profesional de la salud desempeñándome en un área social que trabajaba en las calles, estaba convencida de lo que hacía. Me pregunté qué me convocaba allí y para quién estaba haciendo lo que hacía. Lucho, a lo largo de los años, me enseñó que con su negativa, al bajarse del móvil social, fue mucho más valiente que si hubiera cedido al canto de sirenas que mis argumentos oficiales podían enunciar.
Según un censo oficial, desde 2001 a la fecha, la Villa 31 ha duplicado su población. Lo mismo se desprende de los censos de personas que duermen en la calle. El doble de personas desde 2001 en las villas, el doble durmiendo en las calles en los últimos años. La calle y el espacio público continúan
mostrando la fisonomía o la radiografía del síntoma de las instituciones y de la rotura de pactos en el entramado de la red social y, como contrapartida, el sinnúmero de organismos oficiales que se tejen y destejen para intentar contener el desborde que parece no acallarse nunca desde los márgenes, como los gritos de la mujer de Lucho. Se crean estructuras y superestructuras en oficinas gubernamentales, pero, por las dimensiones de los agujeros que se intenta cubrir, nunca se alcanza la cantidad de personal que se requiere para trabajar con la gente que duerme en las calles.
Si se observa el espacio público, parece un furioso campo de batalla entre la máquina y el hombre. Las calles han sido ganadas por maquinarias, que dejan peinada la vereda de la esquina. Las cintas de peligro, el recambio constante de pavimento, los fratachos aumentan, como si el solo efecto de la máquina pudiera generar la supresión de los homeless que, una vez retirados los fratachos, dormirán sobre prolijas aceras peinadas. Escuché hace poco a una persona de la calle que le decía a otra en una ranchada: "¡Correte que te van a pavimentar!". La maquinaria del Estado local funciona dedicando sus
esfuerzos al "vecino", ese interlocutor edulcorado en nombre de quien se realiza la mostración del bien público.
Para convertir personas en vecinos, primero hay que reintegrarlas al vecindario. Para ello, debería haber vecindario, y para que haya vecindario, antes que nada, tiene que haber viviendas y trabajo. Parece un razonamiento muy lineal, pero no por eso menos cierto.
El reciente documental Parador Retiro, dirigido por Jorge Colás, observa la realidad cotidiana de la vida en una institución para hombres de la calle: ahonda, sin tomar partido, en el conflicto institucional. Valga la correlación de proximidades y cercanías para mencionar que, geográficamente, el Parador Retiro con sus 150 moradores masculinos diarios se ubica a la salida y en los márgenes de la Villa 31 del barrio de Retiro. Vecinas al Parador, habitan ocho mil familias en un gran vecindario, cuyos hogares
están referenciados en la madre que ejerce el lugar de jefa de familia.
Podría decirse que, en sus márgenes, la villa es acosada por la impotencia del deseo de 150 hombres desangelados, no acoplados a hogares ni a mujeres ni a niños ni a familias. Es curioso que en la villa se imponga el matriarcado, a veces degradado a fratría, mientras en las periferias hay un 80 por ciento de hombres adultos, solos, acechantes, viviendo en una numerosa y agresiva comunidad, excluidos de esos hogares, y del sistema.
Instituciones como el parador pueden funcionar como canales aliviadores, simbólicos e imaginarios, anudando a ese real que acecha que es el vivir en la calle, pero también pueden coagular la realidad, suspendiéndola en un infinito "mientras tanto". Si los paradores no existieran, no habría otro lugar que la calle donde parar, donde detenerse y resignificar los efectos sobre las subjetividades de la caída de los márgenes. El problema institucional estalla cuando no hay palabra que mediatice ese habitar un
parador y, fundamentalmente, cuando no hay un propósito general que enlace, engarce y contenga el acontecer diario de esa institución en un proyecto de integración social. Es en ese caso, la institución misma se constituye en un resto.
Hace doce años, cuando empezamos a trabajar en la temática de la gente sin hogar y recién se inauguraban las primeras instituciones como propuesta de refugio, la antinomia del Estado, en el enunciado de su propuesta parecía ser: o la inserción al sistema o las instituciones. En la actualidad, en la propuesta social subyace una amenaza velada, que rebaja la oferta institucional: o el parador nocturno o la calle.
A mediados de los '90 encontrábamos a las personas en la vía pública como restos del sistema del que habían sido excluidas. Actualmente, los que, a lo largo de estos años, hicieron por lo menos un pasaje por el sistema de hogares y paradores sociales y vislumbraron un laberinto institucional sin salida, retornaron a la calle sin remedio, como restos de un resto.
En la pobreza, lo único que produce valor es el cuerpo. En el caso de la gente que duerme en la calle, no sólo ese cuerpo, al no producir, escapa al discurso de la producción capitalista, sino que escapa también al discurso del subsistema social de la indigencia. Es residuo de un residuo. En el caso del indigente, a diferencia del cartonero, ya ni siquiera hay identidad con la basura. La basura está por sobre ellos, la basura ha cobrado un valor de mercado que ellos mismos no pueden ofrecer.
Al final me pregunto quién está en los márgenes de quién, y cómo tramitan estos pases y pasajes aquellas personas que, como en mi quehacer con Lucho, continúan sucediéndose en el trabajo artesanal del día a día, ese traer y llevar gentes con grados de vulnerabilidad social extrema, desde y hacia los márgenes de la ciudad. ¿A quién se trae, a quién se lleva, qué se tracciona y a qué se traiciona? El filósofo francés Jacques Derrida, en la última entrevista que concedió en su vida, dijo: "Por fiel que uno quiera ser,
nunca deja de traicionar la singularidad del otro a quien se dirige".
Mientras tanto, el aumento del padecimiento mental de los que son sin techo se expone a los gritos y atraviesa los vidrios, no ya de micros u ómnibus sociales, sino de las ventanas que decoran las paredes de aquellos vecinos poco edulcorados que azarosamente somos con techo, y de aquellos que, impávidos, nos quedamos sentados en ese móvil social del que Lucho, por lo menos, se bajó.
*Psicóloga.
-Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-134690-2009-11-05.html
EL JAZMÍN Y EL BANDONEÓN DEL CHOLO*
El origen del nombre según se le ocurrió al Cholo Belluschi , según me ha confesado, porque en la antigua casa que fue de don Clemente Gerlo y que hoy está habitada por don Luis Cardiedo y su familia, hace mucho tiempo, antes de don Clemente, vivió un italiano, Giovanni Tomasso Benedicto, quien tenía el raro berretín de los claveles y los sembraba a discreción, el caso es que apenas aparecía octubre, estallaban y el perfume se respiraba varias cuadras a la redonda.
Cuando yo nací, don Benedicto ya no estaba, pero el barrio llevaba ya el nombre de El Jazmín, bien alto en esos tiempos de orgullos pequeños, pero queridos y hondos, como un delicado recuerdo o la memoria de una mujer muy amada en otro tiempo.
Cuando yo empecé a arrimarme a “la esquina del Cholo” como la llamábamos al cruce de las calles Juan de Garay y Nicolás Avellaneda, la de mi casa, en ese tiempo una cortada que terminaba en lo de don Juan Peralta, era pura profusión de gramillas, era refugio de algunos perros vagabundos, eran dos zanjones que desaguaban en las lluvias hacia el campo, y era sobre todo un reinventar juegos todos los días y una de picados, usando cuatro árboles que habían sido plantados enfrentados, casi en simetría, por don Clemente y don Ángel Pichichelo. Allí aprovechábamos para darle a la pelota de trapo, descuido o regalo de las tías, que no siempre a voluntad nos cedían sus medias para armarlas, minucia, pobreza, lejanía en el tiempo, rescoldo que defiendo ante la inclemencia de los hombres, el paso despiadado del tiempo, llevándose el pelo, los amigos, los sueños.
El Jazmín como todo barrio que se preciara en ese tiempo tenía un equipo de Baby fútbol y aunque yo nunca jugué para él, en verdad, y me hubiera gustado, a qué negarlo, vestir esa camiseta rojiblanca, me tengo que quedar sin resentimiento, al principio era el más chico, y luego había verdaderos cracs en el barrio, así que me tuve que conformar con vestir los colores de El Palenque y jugar contra mi barrio.
De todos modos mi corazoncito de hincha estaba allí y festejaba los campeonatos como el que más. Eran siempre los campeones invictos, si hasta una vez sobornaron a un arquero (que no era del barrio, aclaro) pero ganamos igual. De eso no quedan documentos, sólo la anécdota que me recuerda El Cholo, pero sí quedan una foto de 1954, donde atajaba Adelqui Mansilla, al que llamaban “el marlero” porque era la ocupación de su padre, es decir la venta de los mismos que era el combustible de los pobres de entonces.
La foto que tengo ante mis ojos es de 1954 más o menos. Era un día soleado que veníamos de la cancha de Huracán, entre los más chicos que estamos en la foto, en ese momento, pronto a perpetuar la imagen fuimos invitados:
Justito Pezzino, Toto y Pili Miguez, Chorchi López, Tago Sánchez y yo.
En la foto están los jugadores: el nombrado Mansilla, Santos, Pezzoni – a quien llamaban, no sé por qué: “Locamía”- el Nino Míguez, Roberto Ellena –el Flaco Lenita-, Chocho Faravelli, Lorenzo Miranda y Roberto Escudero.
La foto que tengo ante mis ojos está con muchos adultos, la hinchada del barrio:
El Negro Gúbero, Bichín Gabarra, don Lencina, el cartero Pepe Faravelli, el Pampa brog, Ninín Joan, Pilo Ortega, “Boca de Bronce López”, mi padre, el Pelado Migues, Agustín Pesci y Fermín Castillo con una botella de “Amargo Obrero” en alto.
Como delegados del equipo están Juan Pesci y el Cholo Belluschi, su hijo Carlitos de mascota, con apenas un año, sentado sobre la pelota de fútbol y sostenido por el Chocho Faravelli.
El extraordinario momento y el entusiasmo que producía el desarrollo del campeonato y la “perfomance” del equipo como se decía en ese tiempo, era la vida humilde del barriio, estaba en las conversaciones de la mesa, en el anexo “despacho de bebidas” que tenía el almacén de ramos generales del Cholo, todo aquello tan puro e inocente que la miseria de estos tiempos se tragó para siempre.
Roberto Escudero, un memorioso imbatible, me cuenta que el Cholo le dio el dinero para las camisetas y le dejó a su elección los colores. En el único lugar que vendían, el famoso y en ese tiempo poderoso negocio de don José Bessone, quedaban algunas entre las que al fin se decidió: compró seis camisetas de Estudiantes de la Plata, una amarilla para el arquero, como era en ese tiempo feliz. Los arqueros usaban “la amarilla”, cuando la ropa, y la moda y el mercado de las empresas no había podrido todo todavía. Hablo de un tiempo en que los sueños eran los sueños, los ídolos eran los ídolos y todo estaba en regla, y no eran este revoltijo de miserias, de violencia, de injusticia.
A veces se me hace cuento que todo aquel tiempo fue posible, cuando el Cholo ante nuestra insistencia, sacaba el bandoneón en las noches de verano y sentado en un banquito fraseaba sus tangos bajo las estrellas que amparaban ese pequeño pueblo de la pampa santafesina, mientras se iban arrimando los vecinos y no era raro que circulara una botella de vino entre los mayores. Esa noche nos iríamos a dormir más soñadores que otras veces, jurándonos al día siguiente ser más buenos, no robarle las frutas a don Clemente, no hacer renegar a nuestras madres cuando nos llamaran para hacer un mandado, todo aquello que uno valora cuando ya no tiene sentido y la vida nos arrea hacia la soledad cada vez más poblada de recuerdos sin aquellos afectos primeros y cuando ya no hay nada que hacer ni cómo recuperarlos.
De cualquier modo, ese tiempo ya no está es sólo deformado en nuestro más caro recuerdo, ahora los chicos prefieren el “ciber”, los jueguitos electrónicos que en nuestra imaginación de por sí frondosa no aparecía –no podía aparecer- y le dan poca importancia al fútbol, no andan buscando medias viejas en casa de las tías para hacer pelotas de trapo. Aquella pelota de trapo que saldría de la cartera en los recreos para servir en un partido de hacha y tiza, donde unos humildes chicos de guardapolvo remendado no trepidarían en clavarla en el ángulo imaginario que formaban un par de sauces simétricos y soñar con esa gloria inasible tan inasible como el amor de la mujer que se fue o aquellas viejas noches cuando en el Barrio El Jazmín escuchábamos el bandoneón del Cholo elevándose hacia el cielo perfecto. Como eran nuestras vidas entonces, aunque no lo supiéramos.
*de Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
Frases hechas*
“Nadie es más humano que yo”
“Soy tan humano como cualquiera”
“Porque nada de lo humano me es ajeno”
En fin
que tienen en mí cabida también
compatibles
todas las enfermedades y aberraciones
y potenciales estupideces intrínsecas
y constitucionales
de la humanidad
y aun las que categorizamos olímpicamente de inhumanas
los humanos.
*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
*
Queridas amigas, apreciados amigos:
Este domingo 8 de noviembre de 2009 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música de los compositores argentinos Daniel Judkoski und Mariano Javier Dugatkin. Las poesías que leeremos pertenecen a Pedro Reino (Ecuador) y la música de fondo será de Surazo (Andes). ¡Les deseamos una feliz audición!
ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!! (Recomendamos usar http://24timezones.com/ para conocer las diferencias horarias).
REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!
Freundliche Grüße / Cordial saludo!
YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
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Schießstattstr. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
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