viernes, junio 24, 2011

CONTRA LAS PAREDES DEL TIEMPO Y DEL ESPACIO...



-Ilustración: Homenaje a Buster keaton. de Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu



Humo*


Escuchó la fuga de un eco en su memoria. Supo entonces que todo lo ocurrido después no merecía la pena. No fueron más que puñetazos al aire, bocanadas de humo sin cigarrillo, reflejos de un eclipse.

¿Quién iba a recordar ahora si las libélulas emigraron en noviembre o de qué fuentes manó la sangre de los parias? ¿Con qué ojos mirar hacia el ocaso sin evocar la precisa sentencia del olvido? ¿A quién iba a importarle si el norte es el oeste o si el este termina por devorarse a sí mismo como un intemporal Ourobouros? (El sur no, el sur es siempre el mismo resplandor crucificado)

Y esa persistente voz preguntando una y otra vez cuándo terminó exactamente la película; esa voz queriendo averiguar (¡cómo si eso fuese a cambiar algo!) cuánto tiempo llevaba presionando inútilmente los botones del telemando y recibiendo por única respuesta una pantalla negra que grita "Nevermore!"



*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com










DE PESQUERÍA*


Me habían llamado a la dirección para darme una reprimenda por conversar en clases. Era un mal menor, aun así me intimidaba la figura gruesa y severa del director, a quien a escondidas llamábamos “Pititi”.

Ese día, no obstante, no sentía el peso del castigo. A mi lado, en el sofá de los condenados, estaba Mini, una niña enorme – a pesar del apodo -, eterna huésped de la dirección, famosa por sus travesuras, alguien que una “niñita buena” como yo admiraba en silencio.

El director se demoraba con otro indisciplinado... de su oficina venían chillidos que se me antojaban aullidos de hombre lobo. Mini me miró:

- ¿Vamos a jugar? – me dijo.

- ¿A qué? - algo se traía entre manos, nunca hacía nada derecho.

Con la barbilla señaló la mesa frente a nosotros, adornada con una pecera llena de pececitos dorados.

- Nos vamos de pesquería.

Comencé con cierto temor, espiando cualquier sonido anunciador de pasos. Los peces, babosos y saltarines, insistían en escapar de mis dedos. Poco a poco, me fui entusiasmando con el desenfado de mi compañera y comenzamos a sacar pececitos, que íbamos colocando en el suelo, en dos filas, la de ella y la mía, para ver quién había hecho una mejor pesca. Podía sentir el viento salado azotando mi rostro, mientras los dedos se me ampollaban de tanto sostener la caña…


- ¿Qué está pasando aquí?


La voz de Pititi me regresó a tierra. A mi lado vi a Mini luciendo la más encantadora de sus sonrisas. “Nada”... le dijo con vocecita angelical. La mirada acusadora se posó en mí, ocupada en esconder con los pies el fruto de nuestra aventura. Por una vez en la vida supe mentir:

- Nada...

- ¡Muy bien! Las perdono de lo que hayan hecho porque me tengo que ir con urgencia – se atusó el pelo grasiento -, pero como vuelvan a caer en este sofá... ¡el castigo será doble!

Se marchó tirando la puerta y dejándonos a solas. Nos miramos y reímos. Antes de salir, logré convencer a mi compañera de pesquería de devolver los peces a su sitio. Increíblemente, sobrevivieron.




*De Marié Rojas Tamayo.
La Habana. Cuba
-Del libro “De príncipes y princesas”, editorial El Far, Mallorca.









Mariana y la bestia*


Mariana encontró en la bestia, el amor, o más bien, el equivalente del amor en los animales, una serie de sentimientos que también aparecen en la especie humana. Ella pensó que después de todo no resultaría tan mala idea dejarse llevar pos sus más primitivos instintos, y sumida a los colmillos de la fiera, no fuera su amor otra cosa que la orgásmica aventura de sentirse natural, instintiva, libre, abandonada a los placeres del reino animal. Entonces se abrió paso entre la noche y se dejo poseer.
Cuando la guardia del zoológico acorraló al animal y lo sedo para poder devolverlo a su jaula, sus garras todavía guardaban el rojo carmesí de la sangre fresca, y el perfume de Mariana se abrasaba al pelaje de la bestia como la visible marca de esa amante lujuriosa, que todo lo entrega. Incluso la vida.




*De Alfredo Castelli. castelli700@hotmail.com










Entrevista a Rolando Revagliatti*




*Por Carlos Alberto Parodiz Márquez. parodizlaunion@gmail.com



Publicada en el Suplemento “Espectáculos y Cultura” del diario “La Unión” de Lomas de Zamora, provincia de Buenos Aires, la Argentina, el 19.6.2011.











C.P.:¿Cuál es tu historia personal, Rolando, por lo menos la que quieras contar?







R.R.: Elijo, Carlos, según mi ánimo actual, este recorte: Soy el único hijo de mi padre y mi madre. Mi padre fallece a sus 60 años, cuando yo tenía 21. Y mi madre soporta, desde hace varios, en pésimas condiciones de salud, el sinsentido de la mera perduración. Mientras, yo perduro estaqueado por la mortificación extrema a la que me somete su longevidad.









C.P.: ¿Géneros frecuentados?









R.R.: Dramaturgia, exclusivamente en los años setenta; narrativa, casi toda ella en los años ochenta; poesía, con intermitencias, desde la adolescencia.









C.P.: ¿Obra publicada? ¿Y en qué soportes?







R.R.: En soporte gráfico he publicado un volumen que reúne mi dramaturgia, “Las piezas de un teatro”, dos con cuentos, relatos, microrrelatos: “Historietas del amor”, “Muestra en prosa”, y quince poemarios. Además, “El Revagliastés”, una pequeña antología poética personal, y “Revagliatti – Antología Poética” con selección y prólogo de Eduardo Dalter. Todos cuentan con ediciones electrónicas, disponibles gratuitamente en PDF y en libro Flash, no sólo en mi sitio de autor, http://www.revagliatti.net, sino que también en Bibliotecas Virtuales, blogs, etc.









C.P.: ¿Qué significa para vos la poesía, la literatura o aquello que, en el camino de la expresión, te haya conmovido más?







R.R.: Los desgarramientos han sido lo que más me han ido conmoviendo. Y los procesos de restauración, las iniciativas reformuladoras, a veces reformadoras o de horizontes revolucionarios. La dinámica entre aquello que cae, se diluye o degrada y el aura generatriz.









C.P.: ¿Las colaboraciones en medios y la creación de algunos, merecen alguna reflexión?







R.R.: He privilegiado la difusión de mi quehacer literario, tanto como he desestimado el tipo de esmero que requiere ofrecer libros inéditos en convocatorias de toda laya. Me complace llegar a lectores exigentes a través de medios acreditados y también a eventuales lectores de sencillas publicaciones periódicas. Como editor, lo he sido concienzudo y de humildes colecciones de pliegos: tales “Olivari” y Huasi”, en homenaje a esos notables innovadores de la poesía argentina que han sido Nicolás Olivari y Julio Huasi.









C.P.: ¿Sos cuidadoso en el tratamiento y difusión de tu obra?







R.R.: Lo soy (creo para mí). Y coherente.







C.P.: En la literatura, ¿mentores, referentes o valoraciones de alguno de ellos?









R.R.: Mentores, no. Escritores que leí con entusiasmo en mi primera juventud: David Viñas, Adolfo Bioy Casares, Oliverio Girondo, Nicolás Guillén, Ernesto Sábato, Marqués de Sade, Harold Pinter, Simone de Bouvear, Alfred Jarry, Raúl González Tuñón, Florencio Sánchez, Alfonsina Storni, Honorato de Balzac.









C.P.: ¿Hay un tema no abordado sobre el que quisieras hacer mención?









R.R.: Sí, y podría ser conveniente información para algunas de la personas que recorran esta entrevista, Carlos: mi condición de productor de, hasta ahora, 185 videos absolutamente editados, diseñados por diversos colaboradores (es decir, no socializados “en bruto”, como vienen). Ellos están disponibles en su totalidad en http://www.youtube.com/user/rolandorevagliatti. En mi Sitio hay un buen número de ellos.









Tres preguntas al margen:

¿Qué es el viento?







R.R.: Fascinante, si estoy a resguardo. Yo soy “hincha” de la brisa.









¿Cuando sale el sol el día saluda?







R.R.: Sobre todo a mí que, como afirmo en el título de un poema, “Yo sí que tengo algo grosso con la noche”.








Yo sí que tengo algo grosso con la noche




La noche me encima

me compele

la noche me vigila



¿Qué atribuyo a esa vigilancia?

¿Y qué vulnera?

¿Consigue vulnerar por un reclamo ínsito?

¿Dónde se formaliza el reclamo?

¿Es firmado e impartido por quién?

¿Hay un sello?



Está sellada

mi vigilancia

del vigilante.








¿Quién es Dios?





R.R.: ¿Un insoslayable? (a esta altura de un campeonato que se prosigue como de indetenible “clausura”).


Buenos Aires, abril 2011.










LOS HIJOS DE LOS HIJOS*


"Otra vez esta casa vacía que es mi cuerpo, adonde no has de volver"
BLANCA VARELA (Perú)



No debiera darse vida a la fuerza Sin preguntar, sin elegir.
No debiera darse vida a la fuerza. No debiera.
La gente se aparea.
Por elección. Por obligación.
A la fuerza. Por desesperación.
Pero no se le pregunta a la tierra fecundada.
Y a veces, la tierra queda dolorida.
Lastimada. Golpeada. Quebrantada. Herida.
Y no quiere ser clavel del aire. Ni muérdago.
Y sin embargo se le promete: tallo, flor y frutos.
No raíces.
Y le cortan el cordón umbilical, y la expulsan

No debiera darse gametos a la fuerza.
No debiera.
Herencia Mendeliana: XX o XI
Y se encuentran con teatro del Absurdo.
Teatro alternativo. Sainetes.
Mujeres con vestimentas y antifaces negros.
Adioses sin partidas. Lágrimas de rocío que no cesan.
No hay guía turística para la carretera de la angustia.
Y volver a sembrar, casi por inercia.
Y no decirle al hijo donde atiende Dios
¿Dios atiende en la ESMA, en Auschwitz o en Vietnam?
¿En un hospicio? ¿Un psiquiátrico? ¿Una cárcel?


No debiera darse muerte a la fuerza.
No debiera. No debiera.


*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar









¿Nadie va a decir amén?*




*Por Juan Forn


Dicen que ya hace un año que murió Barry Hannah. Yo no me lo creo. Anoche lo vi aullando en mis sueños: estaba en las gradas de Wimbledon, con una camisa hawaiana abierta hasta el ombligo, disparando al aire el pistolón de su bisabuelo, que fue coronel del ejército confederado. Celebraba el agónico triunfo de Andy Murray, el triunfo del buen tenis. Los ingleses a su alrededor sabían que era un sueño, pero ellos también son de celebrar todo triunfo del buen tenis, así que lo dejaban hacer y lo miraban sonriendo, como si aquel pistolón ensordecedor no hiciera ruido.
Barry Hannah venía de los pagos de Faulkner, del corazón del Deep South norteamericano, ese lugar al que miran siempre los escritores yankies cuando necesitan recordar que toda prosa puede (y debe) tener poesía, pero que lo lírico no tiene por qué ser sinónimo de blandura y amaneramiento, sino más bien de electricidad y furia y alegría de vivir. Barry Hannah escribía tal como corcovea un cable de alto voltaje en la tormenta. Tenía una entonación bíblica y un lenguaje voluptuoso y profano. Una misoginia mortífera y estallidos epifánicos de devoción por lo femenino –y por lo fallido del género humano en general–. Barry Hannah era un poeta y un bufón y un de-sesperado, un tipo que agarró el género cuento y lo dio vuelta como un guante en cada uno de los libros que publicó desde 1972, aunque algunos de esos libros fuesen novelas, porque Barry Hannah entendía la novela como cuento: su rango de máximo esplendor, la zona donde brillaba, iba desde las tres hasta las cien páginas (aunque alguna vez se haya extendido más lejos).
Barry Hannah nació en Clinton, Mississippi, en 1942. Dejó un reguero de botellas vacías, flechas incendiarias y ecos de disparos en medio de la noche, autos y motos y lanchas malvendidas o destrozadas y una leyenda sobre su exhibicionista manejo de la raqueta de tenis y del saxo tenor por todo el mapa universitario estadounidense, como estudiante primero y como docente después. Imaginen este itinerario: de Mississippi a Vermont y vuelta a Alabama, pasando por Iowa, Montana, California, Texas y Nueva York. En California trabajó casi un año en un guión con Altman (un gran guión para una de esas grandes películas corales de Altman, que nunca se filmó y terminó convertido por Hannah en un cuento de sesenta páginas que parece una película coral de tres horas). En Nueva York su compañero de andanzas metafísicas era William Burroughs (Hannah contó aquellas dantescas jornadas en el más largo de todos sus cuentos, la nouvelle The Tennis Handsome, donde además de drogas y abismos habla de tenis, de sexo, de amor, de Vietnam y de las cargas suicidas de la caballería sureña, todos sus temas favoritos).
Veinte años anduvo Barry Hannah rodando en llamas por Estados Unidos hasta que desembocó nuevamente en Mississippi, donde algunos lo recibieron como al hijo pródigo y otros como a un demonio devuelto al remitente desde donde había sido expelido. Para entonces llevaba publicados nueve libros (Geronimo Rex, Nightwatchmen, Airships, Captain Maximus, Ray, The Tennis Handsome, Hey Jack!, Boomerang y Never Die). En Mississippi dejó el alcohol y siguió escribiendo (Bats Out Of Hell, High Lonesome, Yonder Stands Your Orphan, Sick Soldier At Your Door). En sus últimos quince años de vida logró incluso convertirse en buena persona sin dejar de escribir como escribía (un milagro doblemente infrecuente: que un hijo de puta se vuelva buena gente y que conserve intacta su beatífica perfidia narrativa). Se sobrepuso a la muerte de un hijo, a un cáncer, a una feroz quimioterapia y al tedio que produce la vida a los alcohólicos recuperados; y así se fue convirtiendo sin proponérselo en uno de esos venerables veteranos del pánico que al Sur norteamericano tanto le gusta idolatrar: aquellos que sobreviven milagrosamente al susurro en sus oídos de todos sus demonios, sin olvidar en ese camino el incendiario idioma de sus pesadillas. Es cierto que los sureños son idólatras profesionales, pero es igual de cierto que la verdadera literatura exige el politeísmo para existir cabalmente.
Por culpa de esos desgraciados azares de la vida editorial, sólo uno de los libros de Barry Hannah está traducido al castellano (Como almas que lleva el diablo). No era, quizás, el más adecuado para darlo a conocer en nuestro idioma: debieron suprimir once de los veintitrés relatos de la edición original, por intraducibles. Porque ése es el maldito dilema con Barry Hannah: por dónde empezar a traducirlo, dónde se pierde menos su expresividad, más que cuál es su mejor libro. Pero no era de eso que quería hablar. Lo que quería decir es que, en mis noches de fiebre, a veces recibo la visita de Barry Hannah. Y llevo esta semana un par de días en cama después de años sin enfermarme, así que no me sorprendió haberlo visto anoche en las gradas de Wimbledon. Cuando se quedó sin balas en su vieja pistola, vi que le ofrecía un trago de su botella de Jack Daniels a la viejita sentada a su lado, mientras le decía, no sé si refiriéndose a Andy Murray o hablando del viejo John McEnroe, o recordando quizás al hombre que fue él mismo mientras estuvo vivo: “Aplaudo su valor pero maldigo sus modales”. La viejita en el sueño era yo. El plan era ver el partido de Del Potro, pero la lluvia nos había derivado a todos al court central, la única cancha con techo en Wimbledon, así que ahí estábamos en dulce montón mientras la fiebre teñía el cielo de Wimbledon de fucsia, y ya nadie miraba el césped ni el cielo sino hacia las gradas, donde Barry había empezado a hablarnos como un predicador o como un condenado a muerte o como un hombre solo en una terminal de ómnibus desierta o como el viento que sopla por las noches en las plantaciones de ganja en Jamaica. Barry Hannah hablaba de una mujer, o de todas. Barry Hannah decía, y nosotros escuchábamos: “Le gustaba husmear la belleza y la gracia, pero sin tocar, como los fantasmas. Se aferraba a la sanidad con insana desesperación. Yo venía de malgastar la mitad de mi vida inoculando poesía en mujeres no aptas para la poesía. Yo, que nunca amé salvo demasiado. Yo, que golpeé contra las paredes del tiempo y del espacio las horas suficientes, así que no tengo que mentir. Pero había algo en ella que hablaba de exactamente las cosas: de exactamente las cosas. Daba esperanza. Daba sudor helado. Era cruda como el amor. Cruda como el amor”. Y entonces tronaba en el cielo de Wimbledon, los relámpagos rajaban el cielo, la voz del umpire conseguía hacerse oír por el micrófono, preguntando: “¿Nadie va a decir amén?”, y cada uno de nosotros abría los ojos en su mundo, la claridad lechosa del amanecer colándose por las persianas, las sábanas empapadas de transpiración, el sabor metálico de la fiebre en la boca mientras nuestros labios murmuraban: “Amén, amén, amén”.


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-170708-2011-06-24.html






Inestables*



-¡Basta de amantes!-
explotó, retemblada
La Misma Chica Buena de Siempre
ayer

Y adujo hoy:
-Decí
que no sé
qué hacer
con vos
en mí

que si no...






Es después de todo*



Es después de todo lo mucho
que no ha pasado entre ellos

que incrustan con rabia y desconfianza
tristes besos en tosco
pero reblandecido pan de jabón.



*Poemas de Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar




*


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