viernes, junio 17, 2011

ESTACIÓN CORBETT


InvenTren.




Minotauro al sol*



¿Será entonces la ausencia
mi patria verdadera?

¿Será la arena inmóvil
el único paisaje?

El laberinto no es como contaban
las antiguas leyendas.

Es sólo una extensión interminable,
un cielo gris sin puertas;
sólo tiempo y distancia,
entrevisiones
de algo que nunca está,
esperanzas truncadas
y un viento frío. Ecos
de nombres ya olvidados.

Cierto: No hay muros, pero
la libertad es también un espejismo.



*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
http://sergioborao2011.blogspot.com/
https://www.facebook.com/Sergio.Borao.Llop






Estación Corbett





Vals Lejos de Ti*

[vals compuesto por Juventino Rosas (hace algunos años)]



Siempre había querido demostrar que la Tierra era redonda, pero alguien ya se le había adelantado en la idea, y ya lo habían hecho. Había querido demostrar, entonces, que era el Sol quien se encontraba en el centro del sistema planetario, y que al rededor de él orbitaban los planetas, y que no era la Tierra el centro del Universo, pero algún tiempo atrás alguien más ya había tenido la misma idea, y ya era cosa sabida.


Después se le ocurrió que el Universo pudiera estar en expansión, creando nuevo espacio-tiempo y haciendo que la luz que lo recorre se estirara tendiendo a verse roja, y que si lograba probar esto, propondría que si el Universo se expande, era porque en algún momento estuvo todo junto, y después explotó dando origen a todo... Pero notó que esta su idea ya la habían tenido tiempo atrás otras personas, y decidió dejar de lado las teorías astronómicas y probar con las matemáticas. Tuvo la idea de intentar demostrar que los números naturales, siendo infinitos, podían estar inmersos dentro de los números enteros que también son infinitos, y que además, estando los naturales dentro de los enteros, podía encontrarse una función que demostrara que a pesar de esto, existían tantos números naturales como números enteros hay; pero le bastó con leer un par de libros para darse cuenta de que esto también era ya sabido.


Un día mientras paseaba, le vino a la mente la idea de que las especies biológicas podían heredar características por medio de variaciones en el material genético, y no así por el simple uso o desuso de alguna de sus partes del cuerpo, y decidió nombrar a estas unidades de herencia como genes, y demostrar que si una jirafa estira mucho su cuello para alcanzar comida, esto no afecta de modo alguno los genes, y no hereda el cuello largo a sus hijos; pero cuando terminó de escribir su teoría, alguien le hizo notar que hacía tiempo otras personas más ya la había definido, y ahora no causaba mayor novedad.


Triste de que todas sus buenas ideas ya habían sido probadas o enunciadas antes, se olvidó de las ciencias. Comenzó a idear el modo para que las personas pudieran volar, pero notó que ya había aviones, pintó cuadros y compuso poemas, pero cada obra de arte que realizaba con exquisita destreza, alguien más le mostraba su gran parecido con alguna otra notable obra de arte, realizada mucho antes que las suyas... Llegó a imaginar edificios en forma de tetraedros, y se asombró al mirar un día un libro con una fotografía que mostraba construcciones tan maravillosas como las que había imaginado, y que se leía en el título: “Pirámides de Teotihuacan”.


Sintió que había nacido en un tiempo en el que ya todo estaba hecho, dicho o visto; lo que le produjo una gran frustración. Ideó la manera de desquitarse con la humanidad entera, y desarrolló todo un sistema económico, donde la gente pobre fuera la gran mayoría y que, una vez naciendo pobre, siempre lo fueran al igual que sus hijos e hijas. Se dedicó a idear su sistema económico que pudiera incluso generar naciones pobres, siempre a expensas de otras que libremente podrían hacer guerras y mandar a la gente pobre de sus países a matar gente en los países pobres. Su plan consideraba tal venganza, que incluso ideo la manera de que la gente pobre, trabajando para la clase acomodada, fuera pobre todo el tiempo y sus patrones cada vez más ricos... Cuando su plan estaba listo, alguien que leyó su escrito le dijo que los capitalistas ya se le habían adelantado.


Finalmente, y con la firme idea de que las grandes cosas ya estaban todas hechas (algunas de ellas denigrantemente hechas), decidió dar vida a una modesta idea: construir una estación de tren.


Imaginó la estructura de ladrillos, y construyó el boceto en miniatura. Decidió que la construiría en un lugar pequeño, para evitar que alguien le ganara la idea, e imaginaba a la gente yendo y viniendo de todas partes del mundo. Decidió construir su sueño en el partido 9 de Julio, provincia de Buenos Aires, y de inmediato abandonó la idea de llamar a su estación "9 de julio", pues lo consideró demasiado obvio. En su lugar, y habiendo leído que hacía tiempo vivió un estanciero de apellido Corbett, decidió nombrar así su estación; pero cuando viajó al pueblito para mirar su idea más de cerca, notó que hasta para eso ya se le habían adelantado hace algún tiempo, y la Estación Corbett ya existía, y ya hasta se encontraba cerrada... Se alejó con un sentimiento de frustración, pero con la idea naciente de que quizá la estación cerrada, podía usarse para fundar un Radio Club...


*De hugo ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com






REGRESO*



El hombre de los ojos insomnes, duerme.
Duerme mecido, en rituales de viejas caracolas.
Tambien duerme el deseo.
Lo despierta la noche y el penetrante olor a vida.
Los espejos. Los retratos vivientes. La estremecida piel.
Ha perdido su pasos, su insolencia.
Ah, si pudiera volver, recordar, regresar.
Pero es de noche y teme. Noche de terciopelo.
Acechan los pájaros del miedo.
Teme. Teme abrir los cerrojos.
Las ventanas pircadas. Las clausuradas puertas.
Teme y desea. El escozor se arrastra como felino en celo.
Es agosto y los almendros brotan.
También germina el fuego.
Se encienden las cenizas.
Las azules grutas tantas veces besadas.
El ritual del puñal que cincela y canta.
Y teme, y desea y excomulga las antiguas muertes.
Y regresa.
Regresa, sabiendo que un viaje es solo eso: un regreso.


*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar












Un hombre y su obra*







*Por Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com







De pronto me había inventado un oficio, es probable que mi ocurrencia fuese algo común. Pero preferí imaginarme fundando una praxis, la antropología de las subjetividades ó dicho de otro modo de la persona y su obra. La vida, o un encuentro casual con su prima Sofía, me permitió acceder al fantástico mundo del arquitecto Jerome Ricardo Klepka.

Sofía es la hija Slawek Klepka, el inventor al que conocí durante una internación de mi padre.

Fue un encuentro casual en el tren, ella que subió en Aldo Bonzi y se sentó justo enfrente mío.

Tardamos unos momentos, la circunstancia había sido dolorosa y pasaron muchos años.

Ella, antes de bajar en Libertad, dejó la idea: "Quiero que escribas de mi primo Jerome y su obra".

A los pocos días fui a visitarla, tomé un te rojo con miel y pase mucho tiempo observando el museo casero que Sofía tiene sobre las invenciones de su padre Slawek.

Ella no me dijo demasiado de su primo, era el hijo de su tío tan polaco como su padre. Había estudiado arquitectura pero su pasión era el arte y la escultura. Había preparado una caja con planos, dibujos de esculturas y cuadernos donde anotaba frases o explicaba el significado de sus obras.

-No dejes de ir a Corbett, es su gran obra. Sugirió cuando ya estaba en la puerta a punto de irme.







Mientras viajaba en el tren hasta Corbett me daba cuenta que el arquitecto Klepka tenia curiosidad por culturas lejanas. Decidió colocar 109 esculturas u obras de arte en el predio reciclado de la estación y aledaños. "Como los 109 trofeos que debía cazar un Maharajá" había anotaciones en un cuaderno que ligaban esta ocurrencia con lecturas de Salgari.

Pero esta es una cacería de recuerdos propios a los que debo darles una materialidad. -escribió.



La estación de Corbett es realmente impresionante. Habría que tener conocimientos de arquitectura para poder describirla bien, pero no tiene nada que ver con la sencillez de las otras estaciones del ferrocarril. La única vía del Midland se abre en cuatro a unos cien metros antes de ingresar a la estación.

La sorpresa es mayor cuando uno pone el pie en el andén. La cartelera indica que la estación anterior es Ramnagar y que la estación de origen de la línea es "Old Delhi Railway Station".

La ventanilla donde se compran los pasajes indica que las tarifas están en Rupias y que esa es la moneda en la que deben abonarse.





El hotel se llama "Edward James Corbett Resort" y queda a metros de la estación. Es un hotel de tres estrellas con baño privado y cuesta 1050 Rupias por noche. Agradecí que tuvieran la gentileza de cambiar mis pesos por Rupias y pedí una habitación por una noche, casi seguro de que con un día completo podría recorrer el parque natural y las obras de arte que Jerome había dejado allí plantadas para que sean vistas e interpretadas por los visitantes.





Ni bien entré pude escuchar del conserje una historia que habla de la personalidad del arquitecto. Durante la obra del reciclado del hotel, el hombre había tenido una fuerte discusión con el contratista que colocaba el parquet. La discusión había llegado al punto de la furia y los hombres iban a arreglar sus diferencias a trompadas. Hasta que el parquetista lo insulto en ruso y Klepka le contesto con otro insulto similar también en idioma ruso. -Sofía me había contado que Jerome había aprendido ruso porque su padre lo hablaba como segundo idioma; ya en su adolescencia había decidido estudiarlo bien para leer a grandes escritores como Gorki en su idioma madre.-

La cosa es que el conocimiento común de un idioma y de cultura eslava los hermanó. El contratista y el arquitecto comenzaron a cantar juntos canciones tradicionales. Para festejar el descubrimiento, Jerome fue hasta su auto, trajo una botella de Grappa Chizzotti y brindaron con los obreros presentes en la obra.

-Como Ud. mismo podrá observar, el parquet de pinotea ha quedado impecable. -Remató el conserje.







Me di cuenta durante un buen rato antes de lograr dormir en una cama desconocida que la idea de escribir sobre un hombre y su obra no es tarea sencilla -al menos con Klepka- . Una segunda idea que había tenido durante el viaje en tren estaba en cuestión, ¿Podría escribir sobre lo visto en Corbett un artículo en Wikipedia? No quería -como muchas otras veces- plantearme objetivos demasiados alejados, tenía certeza sobre las limitaciones de mi escritura. Sin respuesta, lo mejor fue dormirme y esperar que el día siguiente aclarara con su luz las cosas.





Desayune mirando al verde del parque un cielo amplio y celeste hasta el horizonte. El día se mostraba como una promesa esplendida. Como muchas otras veces sentía incomodidad con la soledad. Casi siempre mi trabajo me llevaba a llegar y permanecer solo en diferentes hoteles, la soledad me convertía en un observador o en un cazador de imágenes más precisamente. Me llamó la atención la remera que usaba un hombre con la pelada artificial en su cabeza. Tenía menos de cuarenta años, y el aspecto de un cuerpo trabajado en horas y horas de gimnasio. Parecía estar en una gira de negocios con socios o clientes. La remera decía: "Y si la mujer del prójimo me desea a mí".



No quise distraerme más. Llevaba en un bolso un par de cuadernos donde Jerome Klepka describía el origen de las obras que iba a ver ni bien me animara a salir al afuera del hotel.





En el pequeño parque lindero al que miran los ventanales del comedor esta el monumento a Edward J. Corbett. Es una escultura de hierro negro donde una figura con cuerpo humano y cabeza de Tigre. Arriba de la cabeza, esa figura lleva el sombrero clásico que hemos visto en las películas llevar a los cazadores. Esa figura lucha con una enorme víbora que se enrosca por su cuerpo desde su pie izquierdo. La serpiente termina en una cabeza humana -como las que pintaban en el renacimiento con una cabellera bien densa- esa cabeza humanizado mantenía colmillos y lengua de serpiente.

La estatua tiene el subtítulo de "Metamorfosis".



En el cuaderno dice -textual- : "Metamorfosis". Fue con la infección del colmillo izquierdo. Tenía la mitad del rostro con aspecto felino. Sentía que la fiebre era una enorme serpiente que se enroscaba. Deliraba. Lo más lógico es que la serpiente tuviera en su rostro el aspecto de la serpiente a la que llamamos, afiebrados de autoengaño, "ser humano".





La estatua tiene en su base enorme de cemento la inscripción de autoría: JEROME RICARDO KLEPKA. ESTATUARIO. ARQUITECTO. CLONADOR PAISAJISTA.



Alejándose de la estación y el hotel -a menos de un Km.- hacia el norte esta la entrada al Parque Natural, situado en las tierras de la antigua estancia de los Corbett. Allí quedaron al aire libre las obras de arte de Klepka. La entrada al parque cuesta 250 rupias, el equivalente aproximado a 5 Euros.

La primera obra que pude observar se titula: "El rollo del tiempo".



Escribe: "Después de la salud, el tiempo es lo más valioso que posee una persona. (...) Pensé en las manos de mi padre, en los objetos que había dejado abandonados en el galpón de la casa. Había dos lavarropas oxidados, una heladera Siam. Los alambres que sostenían la antigua parra habían quedado formando un rollo, una nebulosa galaxia que ya no podría volver a extenderse. Fue mi hijo quien lo bautizó como rollo del tiempo"



Unos metros más adelante pude observar que una de las vías del ferrocarril ingresa en la antigua estancia y lleva al tren hasta un apeadero sencillo situado en el costado soleado del casco.



Me gusto mucho la obra dedicada a Kurt Vonnegut. "Insectos atrapados en ámbar" Son piedras traslucidas apiladas como un muro adentro hay cuerpos de insectos con cabeza humana. Arriba del muro desfila un soldado con un uniforme alemán de la segunda guerra.



Jerome anotó: están mi padre y mi tío en la guerra, nunca saldrán del todo. En el oído les quedara el zumbido de los proyectiles que reventaban el tímpano. Al leer esto, había podido volver a ver por un instante los ojos vivaces de mi padre cuando recordaba la noche iluminada por los proyectiles en la batalla de Montecassino.



Cuando retorné del parque estaba bastante cansado y era de noche, había comido algo en un pequeño restaurante ubicado en el casco de la antigua estancia. Recordé que el último tren hacia Old Delhi ya había partido. Decidí quedarme otra noche en el hotel y partir en la mañana luego del desayuno. Volví a la habitación, me bañe con una ducha que no logre regular bien, asi que con el agua casi fría afloje el cansancio y me dispuse a dormir. La cercanía al campo convertía al hotel en un espacio de resonancia de lo lejano y lo inmediato a la vez. En la habitación contigua una pareja había comenzado a hacer el amor. Se escuchaba como la mujer jadeaba. Dije: este Jerome, ha sido un gran artista, pero como puede ser que haya construido estas paredes con paneles de yeso que no aíslan nada.

Desde el campo empezó a ganar espacio el sonido de un tren acercándose. Es el tren que va a Moradabad y retornara mañana para llevarme a Old Delhi. Por momentos el sonido del tren se mezclaba con los jadeos de la pareja de la habitación lindera. Cuando llego a la estación se escucharon los sonidos del vapor de la locomotora. Ese ruido inconfundible de las vaporeras. ¿Será una North British o una Vulcan Iron Works? El tren partió, su sonido se alejaba mientras el de la pareja que hacía el amor sin agotarse se mantenía constante.



En cualquier lugar, una locomotora atraviesa la noche. Otra mujer, se enciende, hecha vapor, jadea. Hay viajes que crean la vida y otros que la llevan de un sitio a otro.

Antes de entrar en el sueño arrullado por los sonidos del amor. Se impone la necesidad de que alguna enseñanza sea útil para mi vida. Pensé, en lo apropiado que era el título de una de las obras de Jerome Ricardo Klepka: "Lo erótico es la vida".












¿REENCUENTRO Y DESPEDIDA?*



(2° parte) El deseo no pide permiso



“Me debés un café”, le aseguró él, aquella mañana otoñal frente a la antigua estación ferroviaria, envuelto por un abrazo del que no quería desprenderse, para luego zambullirse en una pretendida ilusión de olvido que nunca llegó a concretarse. Las imágenes de aquel breve encuentro con ella danzaban continuamente delante de sus ojos. Cada situación de pareja que escuchaba en boca de terceros, o cada detalle que lo asaltaba en forma de canción oída al pasar, eran referidos exclusivamente a ella, como si cualquier extraño le estuviese adivinando el pensamiento al comentarle experiencias ajenas. Ella regresaba a su vida después de permanecer varios años sepultada, como un angustioso espectro casi imposible de eliminar, aterrándolo de madrugada con una extraña mezcla de placer y dolor, generándole el deseo de volver a bailar juntos -como durante aquellos veranos compartidos-, asomando por la mañana en alguna oculta fotografía dentro de la infinita maraña de carpetas de su computadora. Sólo que esta no-muerta, sin necesidad de alimentarse de su sangre, le iba chupando gradualmente su fidelidad conyugal. Situación que ella misma, lejos de sentirse satisfecha, la padecía…
Ella vivía conmocionada, maldiciendo el día en que se le ocurrió citarlo para tomar un café, sólo por el mero hecho de volver a verse después de tanto tiempo. Aunque nada había sido del todo inocente: sabía que el encuentro no le resultaría un hecho cotidiano y sin consecuencias. Sólo que nunca supuso que sus expectativas iniciales fuesen desbordadas de aquella manera. El estaba igual, como si los años no hubiesen hecho mella alguna en su esencia, como si continuase siendo el mismo adolescente que la deslumbrara hablando de lo que fuera, a veces sin que ella pudiese seguirlo, pero fascinada frente a tanta inteligencia. Y frente a él, contemplándolo sin percatarse del paso del tiempo, se sentía a su vez una adolescente, dispuesta a salir corriendo de la estructura familiar que la rodeaba desde hace años, para sumergirse en situaciones descabelladas, fuera de toda lógica racional, incluso peligrosas…
Durante los siguientes días, él había conseguido garabatear algunas frases inconexas, queriendo darle forma creativa a sus sentimientos, al menos para sepultarlos dentro de un escrito, cualquiera fuese la forma que éste adoptase. Quiso escribir poemas, letras de canciones, algún cuento, hasta esbozó una novela –interrumpido a cada rato por las chispeantes visitas de su hijita de casi tres años en el estudio-, pero las palabras se le fugaban de las manos sobre el teclado, causándole un fastidio que acrecentaba con mayor potencia sus deseos eróticos. El cuerpo no lo dejaba pensar. Y la razón venía perdiendo la batalla de manera vergonzosa.
Ella aguardaba cada mañana a que su marido se llevase a los chicos al colegio y se fuese a trabajar, para hacer a un lado sus tediosas tareas domésticas, revolver entre sus forradas cajas de zapatos, y así reencontrar aquellas que contenían sus más preciados bienes, sobrevivientes de innumerables mudanzas, contenedoras de sus entrañables recuerdos del pasado. Allí estaban, víctimas inocentes del paso del tiempo y el manoseo de su dueña, las interminables cartas que él le escribiese hacía más de quince años, incluso hasta casi veinte, con una tinta ya ilegible, algunas hasta pegadas con cinta para que dejen de seguir rompiéndose en los dobleces, testimoniando palabras que con el paso del tiempo ella conoce ya casi de memoria, pero que cada vez que las lee, le parece volver a escucharlo. Esa es su letra, son sus palabras en forma de carta o de canción, como si aquellas ajadas hojas de papel lo mantuviesen vivo durante todo este tiempo, acompañándola desde el pasado a pesar de sus numerosos cambios de domicilio y de pareja. Tal vez, alguna de estas solitarias mañanas en que releyó estas cartas, se le haya ocurrido la peregrina idea de reencontrarlo más allá del recuerdo, beneficiada por la tecnología virtual cuando una tarde la sorprendió desde la pantalla de su computadora un correo electrónico firmado por él. Idea que pareció ir cobrando forma con el paso de los días, o de los meses, y que de pronto plasmó a través del chat, propuesta que él aceptara de manera gustosa pero incauta.
“Así estoy yo… así estoy yo sin ti”, le canta Joaquín Sabina en sus auriculares. Pero se resiste, detesta caer en la melancolía, cambia pronto de canción. Escucha a Madonna en su última gira mundial, arengando al público argentino –aunque semejante potencia produzca en él quizá un efecto contrario, que lejos de sedarlo, lo excite aún más-, y aunque el poderoso ritmo bailable lo distraiga por un rato, las imágenes de ella regresan cada vez más letales. Evoca sin quererlo esos ojos, aquella mirada que lo contempla indefensa, conocedora del efecto devastador que la presencia de él causa en sus emociones. Y toda su estructura de razonamiento cae derribada, porque ha vivido equivocado desde que la conoció: ella ha permanecido enamorada de él desde el momento mismo en que leyera su primer escrito, donde tímidamente le confesaba gustar de ella, y él no ha sabido percibirlo. Todos los desencuentros posteriores fueron producto de su propia inexperiencia y del temor de ella; o de ambos, a qué negarlo. El nunca antes había estado con una mujer, ella nunca antes había recibido una declaración de amor propia de cuento de hadas. Y así estuvieron siempre, a medio camino entre la excitación y su consumación, avivando el deseo mutuo pero de algún modo resistiéndose a concretarlo, a pesar de las insistencias de él o de la angustia de ella. Así vivieron, extrañándose, recordándose, buscándose, para luego desconocerse al encontrarse, impotentes de acercarse definitivamente, temerosos de romper un hechizo forjado a dúo sin saberlo.
Hasta que la tensión se les desbordó incontenible, envileciendo sus sueños húmedos, para descubrirse necesitándose más allá de cualquier limitación. Y fue él quien la llamó una mañana, tembloroso ante el abismo, para decirle que el deseo no pide permiso. Que deseaba con el alma hacerle el amor. Que no aceptaría una negativa por respuesta. Que arriesgaba la posibilidad de seguir viéndolo en el futuro. Que necesitaba desterrar este fantasma para siempre, y poder seguir así con su propia vida. Aunque ninguno de los dos supiera qué pudiera suceder después…
Miles de fantasías se le agolparon a ella en el corazón, mitad conscientes, mitad inconfesables. Dudó mucho en darle una respuesta, sin poder pensar, mareada frente a tantas posibilidades. ¿Por qué decidió complicarse la vida al citarlo en aquel bar? Si tenía un mundo ordenado y rutinario en el que nada la sorprendía, predecible en su propia fijeza… Ahora dudaba de todo. ¿Y si ceder a la tentación con él se convertía en una extraña especie de adicción, de la cual no pudiera sustraerse una vez que la probase, y por cuya abstinencia debiera padecer en soledad el mayor de sus sufrimientos amorosos? El miedo a perder lo conseguido en todos esos años –un marido, sus dos hijos, un hogar familiar- la estremecía sin piedad, y a la vez, un secreto deseo de rejuvenecimiento palpitaba en sus entrañas, haciéndole cosquillas en los pies, impulsándola a vivir la última deuda pendiente de su adolescencia; quizá, su última gran aventura.
Así que una mañana, con la cara de él devorándose desde el recuerdo todo su campo visual, sin pensar demasiado en nada, ni siquiera en el increíble coraje que estaba necesitando para levantar el teléfono y marcar su número, decidió terminar con tanta incertidumbre, atravesando con su propio deseo aquella tupida jungla de sus dudas. Y dejando a un lado la imagen de él como amigo entrañable de su familia de origen, compinche en la adolescencia de sus hermanos, a la presencia de su marido y de sus queridos hijos, incluso hasta su rol de ama de casa, queriendo simplemente sentirse VIVA, se lanzó hacia el abismo…



* * *


La misma estación ferroviaria de hace un tiempo atrás, otra soleada mañana de otoño. El llega primero, con una ansiedad inusitada. Hasta hace pocos minutos, viajaba tarareando canciones de Sabina, metiéndose en clima, entusiasmado. Pero ni bien desciende del vagón, un creciente temblor le ataca las tripas, le contractura la espalda, le seca la boca. Ella no llegó. ¿Vendrá? ¿O se arrepentirá a último momento? Le tiemblan las manos. Camina a lo largo de la plataforma, sale despacio de la estación, crujen las hojas secas bajo sus pies, contempla el bar de enfrente con renovada añoranza. Evoca sus ojos, sus manos, su risa… Respira hondo. Siente que si piensa sólo un poco más en lo que está a punto de hacer, dará media vuelta y huirá corriendo de allí, el corazón devastado por la culpa y estrujado en un puño. Tiene que recordarla como la última vez, inundarse de su recuerdo, ahogarse en su mirada… ¿Vendrá?
Sin que lo perciba, otro tren acaba de llegar a sus espaldas. Y apenas da un paso, resuelto a esperarla dentro del bar y salir ni bien la vea, o quizá buscando excusas para cruzar la calle y zambullirse en el primer colectivo que lo saque de allí, cuando unos dedos lo llaman por detrás. Al volverse está ella, con una media sonrisa que intenta disimular el enorme susto que le oprime la garganta, aunque con su habitual transparencia en la mirada. Se abrazan de nuevo, sintiendo que aquel contacto de la última vez tampoco ha desaparecido. No se dicen nada. Entonces él le busca la boca, y ella le devuelve el beso más que complacida, deshaciéndose en sus brazos, experimentando una corriente eléctrica a lo largo de su cuerpo que la despabila del tedio cotidiano hasta los huesos.
Caminan tomados de la mano, hablando poco, temblando mucho. Según él, hay un hotel cerca, aunque nunca lo haya frecuentado. Ella se deja llevar; no podría hacerse cargo de nada. Pocas cuadras más adelante lo encuentran, tapado por unos enormes maceteros con ligustros que le dan una ilusoria imagen de privacidad. Al ingresar, la sensación de angustia crece entre los dos. Esto no lo han vivido nunca juntos. ¿Cómo será? ¿Qué actitud tomará el otro en una situación como ésta? ¿Aflorará en el momento más íntimo del encuentro algo desconocido, que los espante, o será la escena soñada que han imaginado durante años? La pregunta atraviesa sus mentes al unísono, aunque ninguno se anime a decirla en voz alta, o a querer pensar demasiado.
El paga en la caja -“Ya no hay vuelta atrás”, piensa-, toma la llave con una mano, a ella con la otra, y ascienden al primer piso por un pasillo estrecho y una escalera oscura. Desde que se vieran hace unos minutos, pareciera que no pudieran despegarse el uno del otro a menos que sea absolutamente necesario. Pero caminan hacia la puerta de la habitación como autómatas, sin saber muy bien qué están haciendo ahí.
Al entrar, ven una habitación simple, con una cama de dos plazas dominando la escena, algunas luces de colores, y espejos por todos lados. Nada de excentricidades. El revisa los botones, gradúa la iluminación, y consigue bajar el volumen de una horrible música instrumental que apenas continúa escuchándose. Se quita la campera y la contempla a su lado. Ella permanece de pie, mirando en derredor como si fuese su primera vez. Palpitan con extrañeza, ¿incómodos? El se quita el pulóver y la toma de un brazo con suavidad. Recién entonces ella lo vuelve a mirar a los ojos, y el puente invisible que ha existido entre ambos desde que se conocieran se tiende nuevamente en su total intensidad. La sonrisa aflora en sus rostros, las miradas se iluminan, y una risa cómplice y nerviosa crece entre los dos, impulsándolos al abrazo.
Besos y caricias llegan con naturalidad, con muchísima ternura. Consiguen sentarse al borde de la cama, mientras ella se va quitando su propio abrigo y él busca en la campera hasta encontrar el MP3 en un bolsillo y encenderlo. La embriagante música del saxo de John Coltrane, con Johnny Hartman entonando “My one and only love”, los envuelve y transporta hacia otro lugar, quizá desconocido, donde ellos sean otros de los que son, reinventándose al estar juntos.
Muy lentamente la ropa va cayendo junto con sus miedos, los besos crecen en intensidad, la pasión se instala y despliega sin brusquedades. El la recorre, cubriéndola de besos, estremeciéndola al acariciarle una piel tan suave con la yema de sus dedos, oliendo el perfume de su cabello al hundir su cara en él, contemplando esta belleza que sólo ha madurado con la edad. Ella lo toca para saber que él está allí, que no se extinguirá en la vorágine de sus sueños, que esta situación está ocurriendo realmente, aunque buena parte de su mente se lo niegue, y a él también. Las contracturas y temblores parecen haberse fugado muy lejos, relajándolos como nunca antes, con el vago recuerdo de aquella noche en la clínica mientras él estaba internado, previo a sus operaciones, o en la cocina de su casa, una tórrida madrugada de febrero. Besos que saben mejor que aquellos, potenciados por el tiempo y la experiencia.
Finalmente se desnudan por completo, y sus imágenes rebotan sobre todos los espejos, multiplicando su deseo hasta el infinito. Ella lo recuesta sobre el colchón y se le trepa encima, sin dejar de besarlo, respirando agitada, mientras él teme no llegar a ponerse el preservativo, al acariciarle las nalgas y ser transportado por este vertiginoso huracán de sensaciones hacia las profundidades de su ser, allí donde el pensamiento ya no tiene cabida, deshaciéndose del beso para acariciarle un pezón con los dientes… Y se siguen tocando, gustando, chupando, fregando, mordisqueando, como si nada de lo que hicieran les alcanzase, con una extraña mezcla de dulzura y de pasión.
Hasta que consigue entrar en ella, previa protección, y el lento vaivén de las caderas adquiere un ritmo compartido, una cadencia propia, evocándoles por un segundo aquella plasticidad y sincronía que descubrieran entre ambos al bailar, allá lejos en el tiempo, envueltos como ahora por la música. Como si cada movimiento de uno tuviera su reflejo en el otro, ya estén sentados frente a frente, o acostados uno encima del otro, o yaciendo de costado… Y aunque en el infatigable rodar de los cuerpos jadeantes ella apenas se dé cuenta de lo que piensa, sí se percata de que lo que alguna vez fantaseara como adicción al hecho de estar con él……pareciera recién haber comenzado…
Misteriosamente, es tal la conexión que han logrado desde que se iniciara la música en el MP3, que alcanzan juntos el orgasmo, atravesados por una descarga eléctrica que los estremece por entero al gemir al unísono. El se desploma entre espasmos sobre ella, agotado, intentando recuperar el aliento, embriagado por su perfume a mujer, sintiendo que el cuarto gira a su alrededor, multiplicada su imagen sobre el techo y las paredes, perdiendo la total noción del espacio. Ella lo abraza con una ternura desconocida, cálida y vigorosa a la vez, deseando en lo más profundo del alma que este instante se eternice, que lo recuerde cada vez que se sienta vacía y triste, que le sea imposible de olvidar. Y a medida que pasan los segundos, transformados en minutos, en medio de las cariñosas frases que se prodigan el uno al otro, una pregunta va cobrando forma entre ambos, ineludible, decisiva…
“¿Y a partir de ahora… qué hacemos?”
Ambos creen que cualquier cosa que digan, cualquier movimiento que realicen, sería capaz de desvanecer para siempre este maravilloso hechizo que los funde en una sola entidad. En este espacio que han creado entre los dos, todo parece tan simple, tan pujante, tan hermoso… ¿Para qué destruirlo pensando en lo que pueda ocurrir una vez que abandonen este cuarto? ¿Por qué atormentarse desde ahora con la idea de que van a extrañarse, necesitarse, enloquecerse al estar separados? ¿Y si eso no ocurriese? ¿Y si sólo fuera un lento fluir del sentimiento, que quizá les provoque el día de mañana un nuevo deseo por volver a verse?
Para ella, nada parece lento ni posible de moderar a futuro. Lo quiere, lo necesita, quizá hasta lo ame con locura. Es lo más mágico que le ha pasado en la vida. Es mucho más hermoso de lo que fantaseaba mientras releía de memoria aquellas viejas cartas. Es REAL, es un hombre que lejos de ser sólo palabras está VIVO… Y no sabe aún cómo entender esta arrolladora irrupción de la realidad comparada con la imagen ideal que en soledad se formase de él. Por su parte, él se siente como un adolescente que acaba de tener su primera relación, con la energía necesaria para seguir ni bien recupere el aliento, pero también con el devastador efecto sensorial que le causa la sorpresa de lo nuevo, concretizando una expectativa moldeada y pulida durante años. Sólo que hace rato que dejó de ser un adolescente, y lo que se le juega hoy es algo más que un momento sexual…
Entonces la razón, la maldita razón que le carcome el cerebro desde que tuvo conciencia para pensar, esa puta razón que nunca lo dejó vivir en paz, le dice “Ya está, boludo: levantate y rajá, que esto se terminó”. Y por otro lado, experimenta esa misma sensación de adicción que le brota a ella por cada uno de sus poros. Siente que le está por estallar la cabeza. ¿Cómo se puede vivir amando a dos mujeres a la vez? Y ella, temblando aún de felicidad, sin deshacer este tierno abrazo que quisiera no terminar nunca, quizá llega a la misma conclusión: el corazón dividido entre dos amores. La culpa… La maldita, torturante, repulsiva y puta culpa… ¿Cómo se hace para seguir viviendo después de esto?
Se miran a los ojos, profundamente. Se intuyen similares, tanto en el placer experimentado minutos antes, que ha superado cualquier imaginación, como en el terror que comienza a ganarles la jugada si no se tornan precavidos y reprimen lo que sienten cada vez con mayor intensidad.. Maldita adicción… Maldita atracción… Maldita calentura que no cesa… Ni aún habiéndola concretado…
El deseo nunca pide permiso… arrasa sin medir las consecuencias.
Se besan por enésima vez, y casi como en un juego infantil, dicen al mismo tiempo la frase que los suspende colgados de la ilusión, una vez más, para que esta función del Gran Circo del Amor no termine, para que las payasadas y acrobacias que les nacen de las entrañas sigan por tiempo indeterminado, para que los puñales del mago hagan centro en el corazón de ambos, para que continúen haciendo equilibrio sobre un cable por encima del abismo, para que los rombos y cascabeles de los coloridos disfraces les oculten el miedo, para que las fieras que albergan dentro de sus pechos no se domestiquen a fuerza de latigazos, para que la frescura de su juventud compartida no se muera nunca.
“¡El primero en levantarse de la cama, pierde!”
Y así permanecen, hipnotizados por una sonrisa que se torna sonora carcajada, que los impulsa a las cosquillas y al juego de manos, hasta que suene la campanilla del teléfono, y una voz impersonal les anuncie que “Su turno terminó”…



*De ALDIMA. licaldima@yahoo.com.ar
Mayo de 2011







EL TREN FANTASMA*



Cuando era aún una niña, recuerdo a mi padre que trabajaba como ferroviario. El tren tenía un encanto especial, digo el tren pero en realidad me refiero a todos los trenes que recorrieron tantas soledades y poblaciones.
Cuando mi padre volvía de alguna de sus recorridas habituales, siempre tenía alguna anécdota para contarnos.
Mis hermanos y yo, aprendimos a amar todo lo referente a trenes, subyugados por lo que papá contaba y porque veíamos como se deslizaban tranquilamente sobre aquellos rieles interminables.
Entonces vivíamos en un pueblito cerca de Santa Fe, en una casita encantada , propiedad del ferrocarril, que le habían cedido cuando se casó, y luego llegaron los hijos y se formó un verdadero hogar.
Muchas veces, cuando había algún feriado, íbamos de viaje en algún vagón semi vacío, allí nos acomodábamos y veíamos por las ventanillas como el campo, los árboles, las nubes y hasta los hombres que a veces cruzaban de a pié, se deslizaban como sobre patines en el sentido contrario al que iba el tren. Otras veces, cuando pitaba, aspirábamos el vapor que salía de su inmensa nariz negra. El viaje era especial para adormilarse con el traqueteo cansino y el constante tran tran tran que sonaba junto con el mecimiento de la máquina y sus vagones vibradores.
El que viajó en tren a vapor, sabe de lo que digo. Más adelante aparecieron los coche a motor que eran menos ruidosos y más parejos en su andar.
Así pasaron los días, los meses y los años de mi infancia. Pero llegó el momento en que una mano negra hizo desaparecer de un manotazo toda esa riqueza montada sobre vías que ayudaba a tener un transporte seguro, sin peligros y hasta más económico.
Muchas familias quedaron a la deriva, sin trabajo, con la agonía de la muerte de algo tan nuestro.
Mi padre no podía entender lo que ocurría. De pronto se desmantelaron las estaciones de trenes, se sacaron los rieles que servían de vías, murieron muchos pueblitos como el nuestro.
Nos fuimos a vivir a la capital porque decían que era más fácil conseguir trabajo. Allí también el desmantelamiento de todos los ramales ferroviarios era evidente. Donde pasaban las vías se abrieron calles y a los gigantes negros que adornaban con su andar los campos y los caminos los arrumbaron a todos en un predio como para que terminen muriendo carcomidos por el herrumbre y la desolación. Sí, así era la manera más fácil de sacarse de encima algo tan antiguo, tan pasado de moda.
Junto con ellos, también aquietaron sus ansias los trabajadores. Más de uno no vivió mucho para contar la triste historia.
Mi padre se enfermó de tristeza, no sabía que hacer con su vida, se sentía inútil y totalmente desdichado. Él no veía nada más que sus amados trenes, toda su vida se había sumido en un profundo dolor .
Yo me había hecho cargo de él, pero mis hermanos siempre estaban presentes cuando los necesitaba. Por las noches, lo ayudaba a acostarse y siempre me decía: No olvides escuchar el sonido del tren, yo lo oigo pasar y desinflarse en vapores cuando llega a la estación. Hoy suben muchos pasajeros que van hacia el norte.
Todos los días veía cosas diferentes y me las contaba. Tantas historias se fueron grabando en mi mente.
Un día el Señor se lo llevó y desde entonces, por las noches, cuando salgo a la vereda, veo sobre los restos de algunas vías, la figura de un tren que marcha pitando y arrojando humo de su negra naríz. Primero me pareció una ilusión, pero después de tanto tiempo, me animé y lo comenté con algunos vecinos, y todos coincidieron y reconocieron que aquel tren que tanto amaba mi padre, se hacía presente en las noches claras de luna.
Todas las personas que ven el tren fantasma piensan que quizás mi padre es el maquinista y pasa pitando como para saludar a todos aquellos que lo conocieron y que aún hoy lo recuerdan con cariño. Nadie siente temor, al contrario, es una figura que se ama y respeta. Pienso que cuando las cosas se hacen con amor profundo, jamás desaparecen, quedan como bellos ejemplos para las generaciones que vienen.



*De Norma Costanzo. normacostanzo@vocampo.com.ar









Simbiosis*



Separadas
por mundos
se buscan
se tocan
En pánico
y arrastrándose
escuchan las señales
Para no destruirse
aislados eslabones
recomienzan.


*De Ana Romano. romano.ana2010@gmail.com






*


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