sábado, junio 18, 2011

HERIDAS QUE NUNCA SE CAUTERIZAN...



*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu




El olor de las flores*



Cerré la puerta suavemente
como otras tantas veces
y me alejé en silencio.

Siempre viví cerrando puertas
o viéndolas cerrarse tras de mí:

Puertas entrecerrándose implacables
como una barricada ante mis ojos.

He aprendido que cada despedida
es el eco de un canto cancelado.
Que una mirada al borde del andén,
el gesto de una mano que se pierde
o un avión despegando
son heridas que nunca cauterizan.

Es necesario entonces
cerrar las puertas con tristeza
y alejarse despacio hacia poniente
en busca de otros soles, de otras Ítacas
de otros ríos y aldeas
allende el horizonte de los días.

Mas no es fácil caminar cuando se sabe
que el olor de las flores no regresa.



*De Sergio Borao Llop. sergiobllop@yahoo.es
http://sergioborao2011.blogspot.com/
https://www.facebook.com/Sergio.Borao.Llop












La vida*



Es el mar como la vida,

o es la vida toda, un mar.

Desde que nace puja,

grita, duele, sangra.

Rugiente o calmo,

en graciosas espumas plateadas,

montando a pelo caballos mojados,

rompiendo a puño piedras ya gastadas,

lamiendo playas en sensuales movimientos.

Recogiendo a lo largo de sus milenios

escarabajos sucios, podridos huesos,

transparentes flores azules.

Llegando a puerto, ya cansado,

entregando a la tumba sus despojos

y subiendo en fino rocío

hasta más allá de las nubes,

acompañando pájaros,

abandonando solo por instante a la vida,

que volverá siempre, como el mar, por los siglos.




*De Elsa Hufschmid elsahuf@yahoo.com.ar






EL DESPROMOVIDO*





*DE ELSA OSORIO. eov@elsaosorio.com



Cuando subió al tren en la estación de Luján, aquel tipo ya estaba allí. No lo eligió para recorrer juntos el trayecto hasta Once, fue el azar de cada domingo por la noche, cuando los últimos trenes llegan casi llenos desde Mercedes y resulta imposible encontrar un asiento solitario. Marcos había atravesado los pasos de un ceremonial que otros muchos pasajeros repetirían sin suerte: recorrió el pasillo central del vagón con el cuello estirado y los ojos muy abiertos buscando un asiento doble sin ocupantes.

No deja de ser desalentador que cientos de personas obligadas y dispuestas a viajar juntas se esfuercen por subrayar el interés en viajar solas, piensa ahora, refugiado en el balcón de su casa. No quiere que su insomnio despierte a Maite. Ella no sabe nada, Marcos ha decidido no contarle lo que le sucedió en el tren, como si fuera él ahora quien debe guardar el secreto, quien debe ocultarse.

Al llegar a la mitad del pasillo, Marcos se detuvo y paseó una mirada distraída con la que pretendía atrapar la persona más anodina, la menos llamativa, con quien compartiría la próxima hora y media de su vida. Aunque tampoco puede desprenderse de la responsabilidad de haberse sentado a su lado, y no al lado de cualquier otro, de alguna manera lo eligió entre todos los pasajeros del tren, reconoce mientras enciende un cigarrillo. Fue su cara neutra, esa expresión ausente en sus ojos, ni muy alto, ni muy bajo, ni muy joven, ni muy viejo, sin señas particulares visibles, como diría algún formulario. Y si Marcos no quería hablar con nadie, ¿por qué, cuando pasaron por Lezica, le respondió a su primera pregunta?

-¿Qué pone en el cartel? No lo he podido leer.

Podría haber hecho un simple hum, o alzarse de hombros como si no conociera la respuesta y perder su vista en la revista, pero no.

-Lezica y Torrezuri.

-Vale, gracias.

Sintió curiosidad cuando escuchó esas palabras: pone, vale, el leve ceceo. ¿No lo habrá invitado él, sin querer, a llenar de palabras esa hora y pico que faltaba? Tampoco podría decir que el hombre había insistido en hablar. Las frases se fueron encadenando naturalmente. Ahora, mientras camina impaciente por el balcón de su casa, se propone recordar frase a frase, hasta las más intrascendentes, para saber cómo llegaron a que Marcos le dijera su nombre y apellido, porque fue entonces que todo tomó ese disparatado curso. Fue él quien hizo la segunda pregunta.

-No sos argentino -lo tuteó-. ¿Gallego?

El hombre sonrió:

-No, no soy gallego, soy argentino, pero vivo en España, hace muchos, muchos años, tantos que ya ni conozco las estaciones de tren. ¡Tantas cosas han cambiado en estos años! -y entonces hubo un frenazo, como si lamentara haberse expresado demasiado, y como para cerrar agregó-: Bueno, es lógico, yo no hacía habitualmente este trayecto cuando vivía en Argentina.

En ese punto, cuando supo que el hombre, aunque afable, tampoco era de esos que le gusta andar contando su vida por ahí, parco como él mismo, Marcos pudo haberse callado, tan tranquilo y la vida como siempre. Aplasta el cigarrillo contra la baldosa con el pie, como si en esa fosforescencia roja estuviera lo que el hombre le contó.

Tampoco Marcos es de los que van haciendo negocios en los trenes, o en donde sea. Algo le cayó bien del tipo, debe reconocerlo, aunque no había nada demasiado especial en lo que hablaban, lugares comunes: el estado de los trenes en la Argentina, los de alta velocidad en Europa, los cambios que encontraba en la ciudad. A la altura de Moreno, cuando hicieron el trasbordo, el hombre le caía francamente bien, casi un cómplice. A propósito de la carne, Marcos le contó que había visto a unos turistas sacando fotos a la carne argentina en un restorán de Puerto Madero.

-¿Estuviste en Puerto Madero? -le preguntó.

Un escueto sí fue su respuesta, era prudente, pero Marcos adivinó en su expresión tensa, contenida, un leve disgusto, un cierto rechazo, el mismo que él siente por ese símbolo de los años noventa, por más bello y pintoresco que sea. Eso ya creó una alianza y Marcos entonces se olvidó de que lo que estaba buscando era alguien con quien no hablar, que no existiera, que lo dejara a él con sus pensamientos.

Tal vez por ese capricho hospitalario de los argentinos con los extranjeros -el otro era un extranjero aunque argentino-, o aún peor: para mostrarle al otro que tiene la precisa, esa porteñada, lo cierto es que Marcos le recomendó una parrilla donde hacían la carne como en ningún lado, barata y con una atención excelente. Decí que vas de parte mía, él, el piola, el amigo del dueño, Marcos Waissman.

Entonces el hombre abrió los ojos y le dijo muy lentamente, con una voz que parecía venir de muy lejos, del más absoluto asombro.

-¿Vos? ¿Vos sos Marcos Waissman? ¿En serio sos Marcos Waissman?

Lo primero que pensó Marcos es que el tipo se había confundido, porque él tampoco es nadie conocido, nadie de la revista Caras, ni de la política, ni de la farándula, ni del arte, nadie como para que un tipo que vive afuera hace años sepa quién es.

Y recuerda ahora esa sensación absurda que lo invadió, ese querer ser, aunque sea por un rato, el Marcos Waissman que el tipo creía, el que le emocionaba tanto encontrar.

-¿Marcos Waissman ? –insistió-. ¿De agosto del 47?

Pero ¿qué estaba pasando? ¿Por qué ese hombre sabía la fecha de su nacimiento? Y era auténtica emoción lo que mostraba, piensa ahora mientras enciende otro cigarrillo, pero cómo iba a imaginar Marcos a qué se debía.

-Pensé en buscarte hace tiempo -la voz turbada, conmovida-. Hace años que lo imagino, pero no lo hice, y de hecho, tampoco creo que te hubiera buscado ahora, en este viaje.

-¿A mí me buscabas? –le preguntó, y en voz más baja-, ¿y por qué?

Se arrepintió de inmediato, Marcos no quería saber. Había acertado la fecha de casualidad. Era un loco, o un homosexual que quería levantárselo con ese verso, y él, sin darse cuenta, le había dado calce. Debería haberse sumergido en la revista. Sin embargo, no pudo sustraerse a la mirada húmeda y agradecida fija en él, un absoluto desconocido tan queriéndolo, así, de golpe y porque sí. El hombre tardó un tiempo en responderle. No debió ser fácil confesárselo, admite ahora, mientras se sirve un whisky en el living.

-Porque yo fui vos durante años -le reveló al fin, casi feliz.

Entonces Marcos abrió la revista, tratando de desentenderse, pero no pudo impedir que esa voz grave y susurrante se lo contara, haciendo caso omiso de la página abierta que Marcos nunca leyó.



-Yo militaba en Montoneros, pero tuve diferencias importantes con la línea que imponía la conducción, y lo dije. La organización me «despromovió». ¿Cómo explicarte? Ni adentro ni afuera. Yo no fui el único despromovido. El oficial responsable decía en una reunión: «Lo adecuado es que el compañero sea despromovido para que procese sus disidencias en la base, y no impida el correcto funcionamiento», y ya, la sentencia. Era duro ser despromovido: tus amigos -todos militantes a esa altura- desconfiaban de ti, eras el blanco fácil de cualquiera al que le caías mal por no importa qué motivo, no tenías más responsabilidades. Y María, mi mujer, era un cuadro importante. Nos separamos y yo le dejé la casa que alquilaba, sabiendo que allí se seguirían haciendo trabajos de prensa. Dejarles la casa era lo correcto. Y también una puerta abierta, un permiso a mi libertad, una buena manera de estar sin estar, y resolver mis contradicciones. Yo me sentía parte de la Orga, aunque no estuviera de acuerdo con la lucha armada.

»No podía ni imaginar lo que iba a suceder unos meses después. Y no fue por ellos que lo supe, lo leí en el periódico: en mi casa, en la casa alquilada a mi nombre, habían encontrado el cadáver de un hombre muy conocido. De María y de los otros compañeros ni palabra, el único con nombre y apellido era yo. Y entre hacer volantes y secuestrar y matar a un tipo importante hay una pequeña diferencia.

»Yo estaba en una pensión de Jujuy con Mirta, mi nueva compañera, cuando me sorprendió la noticia. Nuestro plan era seguir hacia el norte: Bolivia, Perú, y más, una Latinoamérica idealizada por nuestra juventud, que nos recibiría con los brazos abiertos para vivirla a fondo, y nos ofrecería trabajos temporarios para seguir recorriéndola. Pero qué frontera íbamos a pasar si, según el periódico, yo me “había dado a la fuga” y estaban persiguiéndome.

»¿Y ahora qué vamos a hacer?, me preguntó Mirta, mientras preparaba su bolso, con la intención de rajarse.

»De un teléfono público llamé a alguien de la Orga, tampoco a ellos les convenía que me detuvieran. Me ofrecieron seguridad, estaría escondido hasta que pudieran sacarme del país.

»Siete meses estuve encerrado, Mirta me vino a ver un par de veces, y en una de esas visitas... zas, pero eso te lo cuento después. Al fin me trajeron tu pasaporte, mi foto, tu nombre, tu fecha de nacimiento, tu número de documento. Repetí varias veces los datos para hacerme a la idea.

»Mirta viajó con su propio pasaporte, ella no estaba fichada, y Lucila en su panza. Lucila Waissman, como la anotamos en México.

-¿Qué? -los ojos de Marcos desencajados-. ¿Tuviste una hija y la reconociste con mi pasaporte?

-Sí, tuvimos una hija, preciosa, tiene veintiséis años y vive en un barco, en Inglaterra. Y con tu pasaporte también me casé con Mirta.

-¿Pero cómo es posible? -Marcos no podía recuperarse del asombro-. ¡Entonces soy bígamo! Es increíble, aquel tipo, el que me convenció de que le entregara mi pasaporte y denunciara su pérdida unos meses después, me dijo que era para salvarle la vida a alguien, jamás pensé que lo iban a usar para casarse, para tener hijos. ¿Te das cuenta de los kilombos que pude tener si mi mujer se enteraba que tenía una hija en México, que allí estaba casado con otra?

-Yo también tuve problemas. ¿Qué crees? Tengo seis años menos que tú. ¿Ves esta calva? No es nueva, con el afán que puse en parecer mayor, en tener tu edad y no la mía, a los veinticuatro se me empezó a caer el pelo, a los treinta tenía esta... ¿cómo se decía?... esta bocha, esta bola de billar que ves ahora. Y con lo de tu apellido, ¡vaya historias que viví!

»Una vez en México, te vas a reír, había una chavala, una mexicana, en la facultad, que me miraba con ganas, o eso me pareció. Me invitó a cenar a su casa. Hasta perfume me puse. Cuando entré y vi la mesa puesta, las velas, no lo dudé: esa noche me la tiraba. Ella me anunció unos platos que había preparado, los nombraba como paladeándolos, y yo ni idea de qué me hablaba, pero antes, me dijo, tenía una sorpresa para mí, imagina lo que pensé. Pero no. Esther sacó libros, papeles, y me preguntó si mis padres eran de tal o de tal pueblo de Alemania. Ella también era judía. Y una experta. Me pareció imposible improvisar, ya bastante era inventarme una biografía con seis años más, le dije que mi familia no hablaba nunca de su pasado, que lo habían dejado atrás, seguramente porque no quería que nosotros, sus hijos, sufriéramos lo que ellos cuando emigraron a la Argentina. A propósito, Marcos, ¿fue tu padre o tu abuelo? ¿Huyeron de los progroms a fines del XIX, con la guerra o cuándo? Me lo han preguntado infinitas veces.

-Mi padre es un sobreviviente de un campo de concentración, la familia de mi madre, rusa, vino antes de la guerra.

-Yo, desde aquella noche en México, hice a tu abuelo ya en la Argentina, me daba no sé qué meterme con la guerra, aunque era más fácil, está el cine, la literatura. Pero si me encontraba con otra como Esther... Me soltó un discurso insoportable –aunque sensato- sobre el error de mis padres en ocultar sus raíces, y me tuvo horas, días, explicándome. Al fin se enrolló con Fishbein, otro argentino, judío pero de verdad. Eso es algo que tuve que aprender, atribuir los méritos de mi inteligencia, de mi constancia, de mis sesudas elucubraciones, a mis raíces judías. Pero en España, no sólo no me sirvió para nada, sino que perdí una chica con la que salía y que me gustaba mucho. «Lo lamento, Marcos, mis padres son muy católicos y me han prohibido que salga contigo», me dijo. Y eran vascos, como yo.

-¿También en España viviste con mi nombre?

-Sí, muchos años. Tantos que, al final, ya ni sabía quién era. Para regularizar la situación tenía que venir a la Argentina, blanquear, encontrarme con un pasado doloroso, todo muy duro. Pero lo hice, por Lucila. Hace cinco años que tiene mi apellido. Ondart. Perdón, no me he presentado, Juan José Ondart, mucho gusto, Marcos Waissman, estoy verdaderamente encantado de conocerte, y muy pero muy agradecido. Si puedo hacer algo por vos, no dudes en pedírmelo.







Fue una idea fugaz, que no alcanzó a tomar consistencia en el tren, apenas una frase: sí, lo mismo que yo hice por vos, pero Marcos sólo le pidió que le contara más, necesitaba saber qué había estado haciendo su nombre tantos años en otras ciudades, en otros continentes. ¿Cómo él no se enteró nunca? Porque el otro Marcos Waissman no hizo nada raro, ningún desfalco, ningún asesinato -una risa simpática- no, te dejé bien afuera, quedate tranquilo, escribí artículos con un cierto éxito, eres bastante conocido en el medio publicitario, y en cine, una autoridad. ¿Te gusta el cine?, le preguntó.

Marcos se alzó de hombros, un poco achicado por la palabra autoridad, él va al cine, no mucho, porque discute horas con Maite que nunca entiende lo mismo que él de las películas. Le gustaría leer los artículos -y mostrárselos a Maite- pensó insólitamente. ¿Estarán en internet?, le preguntó. Juan José no sabía, probablemente, pero tenía fotocopias, ¿se las enviaba?

-¿Y la vida amorosa? -preguntó, aún repicando ese temor que había sentido de que el tipo fuera gay, que Marcos Waissman en Europa, en México, fuera gay. No podría decir por qué, pero no le gustaba la idea.

Dos mujeres formales, la primera, la que lo metió en el lío no la cuenta, Mirta y una alemana. De Mirta se separó, con la otra no hubo papeles, tampoco hijos. ¿Amantes? Ondart sonrió misteriosamente.

-¿Cuántas? ¿Muchas?

No puso ningún reparo en responder, una manera de reconocerle algún derecho, después de años de usurpar su nombre, su vida misma.

-Nunca las conté, lo normal, unas veinticinco, treinta, quizás alguna más... A ver si me acuerdo de alguna remarcable... Sí, una francesa que hacía películas porno pero de calidad, guapísima; una ecuatoriana militante y muy sensual, qué mujer maravillosa, a ella casi le cuento la verdad, pero me contuve, años de disciplina; la mujer del director de la agencia, una burguesa interesante; una directora de cine a quien le va bastante bien ahora; una... rara mezcla de ternura, erotismo, lucidez, pero una bruja que... No, qué estoy diciendo, ésa no, porque ya era Juan José. Tienes suerte -le dijo con acento gallego-, eran mejores las de Marcos que las de Juan José.

Y esta vez Marcos, orgulloso, lo acompañó en la risa. ¿Y dónde había vivido con su nombre? En México, en el DF, luego en Madrid, unos meses en Londres, en París, largos meses en Hannover, con su mujer alemana, en Praga, cuando fue por lo de los artículos y se quedó más de un año, pero cómo me olvidé: Tina, fantástica, lástima que no haya querido venirse conmigo a Madrid.

Y Marcos, una sola ciudad, Buenos Aires, de Lomas de Zamora al centro, ya de novio con Maite, uno que otro viajecito a Mar del Plata, a Mar de Ajó, Bariloche para los veinte años de casados, avión y autobús, todo un derroche. Le sobran los dedos de la mano para contar las amantes, cuando tuvo esa aventura con la contadora se moría de miedo de que Maite o su jefe se enteraran. Mientras tanto, este tipo, que quién sabe si no fue él quien mató al otro, por qué tiene que creerle, paseándose por todo el mundo, con mujeres espectaculares, diosas, y ganando seguramente mucha más guita que él. Y encima seis años menor.

Sin embargo, cuando le contó la primera parte de su historia, a Marcos hasta le dio pena, pobre tipo, sin comerla ni beberla, tener que exiliarse en una ciudad desconocida, sin un mango y con la nena que acababa de nacer, teniendo que fingir que era mayor y judío, y con la mujer que le pasaba factura por haberse ido con él, hay que ver las minas, siempre reclamando. Él no la obligó, Mirta fue porque quería, y embarazada encima en esa situación. Aunque valiente la piba, Maite no se animó nunca y no se movió de Buenos Aires.

Marcos, ya en el tercer whisky, mira a Maite dormida, y se pregunta por qué se ha quedado toda la vida con ella. La quiere, sí, no como cuando se fueron a vivir al centro, tantas esperanzas, pero tampoco le tiene bronca como en esos años en los que ella, siempre cansada, reventada, protestando, cómo vamos a tener chicos si no tenemos un mango. ¿Cuántas tienen menos y tuvieron hijos? Cuando Marcos se puso por su cuenta y se pudieron mudar a otro departamento y comprarse el auto, ya se habían olvidado de los hijos, ellos son así, solos, siempre tíos, y ahora resulta que una chica que vive en Inglaterra, en un barco, es, fue, durante años su hija, en los papeles.

Con el cuarto whisky, Marcos se convence de que debió haber renunciado al banco mucho antes, que tendría que haberse animado con aquella chica, que debió separarse cuando Maite se negó a tener hijos, que no debió aceptar ese socio. Pero él siempre inmóvil, como si algo lo retuviera en esa siempre misma vida, sin saber por qué. Ahora lo entiende, es porque Juan José Ondart se la usurpó.

El otro la pasó mal, cierto, no es para envidiarlo, pero vivió de todo, no es para compadecerlo tampoco, bien le hubiera gustado a Marcos estar en todas esas ciudades, y escribir en revistas y diarios y tener tantas mujeres. Y quién sabe cuánto más, porque apenas conoce lo que tuvo tiempo de preguntarle en el tren.

Ahora trata de recordar a ese compañero de colegio que le pidió su pasaporte para salvar a un amigo. Fue un encuentro casual, Marcos le tenía cariño pero ya no compartían nada en aquel entonces. Hablaron mucho en ese bar. No recuerda cómo logró convencerlo, sí que se lo ocultó siempre a Maite, sabía que ella no estaría de acuerdo. A él, en cambio, le produjo una secreta alegría que no se agotó -debe reconocer- el día que denunció en la policía el robo de su pasaporte. No, le duró años. Cuando se enteró por los diarios, durante el Juicio a las Juntas, de lo que no quiso ver, de lo que apenas lo rozó por azar, se felicitó. Era más algo suyo, un tímido orgullo, que la historia que le contó su antiguo amigo a quien no volvió a ver. Cómo imaginarse que la vida lo iba a enfrentar un día a su otro yo.

El quinto whisky, mañana no va a trabajar, hablará con Ondart. Si necesita algo, que cuente con él, le dijo. Bien, quiere sus papeles, su documento, su identidad, quiere irse del país, de su siempre misma vida. Ahora le toca a Marcos.





Tan simpático que parecía Juan José en el tren, tan no dudes en pedírmelo, y a la hora de los papeles, nunca mejor dicho, el tipo que no y que no. Que cómo podía ocurrírsele algo así, no estamos en dictadura, y Marcos no ha robado, ni estafado a nadie, según le ha dicho a Juan José, no tiene razón alguna para huir. Sí que la tiene, está harto, de todo.

Juan José le está muy agradecido, pero le parece de una frivolidad extrema -que lo disculpe pero no puede decirlo de otra manera- querer ser él, sólo porque está cansado de su vida. Que se vaya, que se lo diga a su mujer, a su socio, que lo deje todo. Pero querer que le pase lo mismo que a Juan José en 1975... no sabe lo que dice. Lejos ese gesto duro, esa voz crispada, del agradable que se emocionó nada más conocer el nombre de Marcos: ¿Tienes idea de lo que significa no vivir con tu propio nombre, estar disimulando, escondiendo, forzando, resbalando el día entero a una zona de peligro?

Claro que le contó esa anécdota de México jocosamente, mirado de lejos, hasta puede ser divertido. Podría contarle muchas otras que no lo harían reír: no poder volver cuando tu madre se está muriendo, regañar a tu hija de cuatro años porque dijo papá Juan, no, papá se llama Marcos, la niña llorando porque no entiende, escuchar una mujer enamorada llamándote con otro nombre, inventarte serio, un hombre seis años mayor, escribirte una historia que desconoces para no meter la pata otra vez, reservar todos tus recuerdos con candado porque cómo ibas a haber remado en Rowing, por favor.

Marcos pensó que Ondart tenía razón, pero él también a su modo, y ya no estaba borracho como anoche. Lo que Juan José le reveló de su vida con el nombre de Marcos, le mostraba todo lo que él no hizo, esos artículos escritos con su nombre, esas mujeres, esas ciudades, esos trabajos. ¡Una hija! Qué le costaba darle su documento, ponerle la foto de Marcos, y sobre todo prestarle ese pasado que Marcos ahora podría contar a quienes conociera. Le quedaba cuánto de vida, diez, quince años. ¿Cuánto tiempo usó Ondart su nombre? Años.

Juan José lo miraba serio, sin pronunciar palabra. Marcos supo que lo estaba escuchando, y negoció: Ni siquiera te pido el pasaporte, dame la cédula de identidad, el DNI, me voy a Brasil no más, y contame tu vida con mi nombre en Londres, en Madrid, en Praga.





Encontrarse con Sbartti después de tantos años y para pedirle un favor era una pesadilla para Juan José. Lo contactó por María, su primera ex mujer. Y ahí estaba, entrando en el café La Paz, canoso, rengo y con los brazos abiertos para estrecharlo. Los rencores fundidos en un abrazo. Tenía que pedirle un favor, Sbartti, no va a decirle por qué, lo mismo que alguien había hecho años atrás, pero al revés. Y no tendría otra que otorgárselo, que se las arreglara. Al fin fue Sbartti, Juan José se enteró años después, en Madrid, uno de los responsables del cadáver en su casa, la que le dejó a María.







-¿Vamos ao cinema, Joao José? -pregunta Berenice, acercándole una caipirinha.

-Cine no, ricura -responde Marcos, una sonrisa espléndida en su cara bronceada-. Demasiados años escribiendo sobre cine, ahora playa y amor. En Londres me harté de ver cine, pero allí llueve mucho. Aquí hay sol, playa. E você.





-Incluido en "CALLEJÓN CON SALIDA" de Elsa Osorio. http://www.elsaosorio.com/

Editorial Planeta. 1º edición Buenos Aires. 2009









Ese mundial era nuestro...*





*De Eduardo F. Coiro inventivasocial@hotmail.com





Bajó del tren en Villa Domínico. Caminó unas cuadras bordeando el parque.

Cruzó la avenida Mitre y enfiló para el bar, faltaban 10 minutos para la cita, pero él siempre llegaba temprano mientras terminaba de armar "el minuto". Aunque sabía que su rostro no espejaba el amor, pensó en decir que esperaba a la chica que había conocido el fin de semana anterior en el parque. Sí, casi enfrente. Entró. Ese lugar era más razonable para levantar quiniela clandestina que para esperar una señorita. Piso con la seguridad de la repetición, no era la primera vez que se reunía con compañeros del partido. Eligió una mesa individual, seguramente incomoda para la reunión prevista, pero desde ahí en el centro de ese lugar indefinible se controlaba con la visión la puerta, la avenida, las hojas de ese otoño amarillo casi siniestro. Ese lugar era imposible para un encuentro amoroso... Oteo el lugar, en una mesa grande hecha de tres individuales estaban 8 tipos.

Parecían oficinistas. Divertidos, relajados, daban por seguro el triunfo de la selección y de eso hablaban, muy argentinos. En el reloj eran las 18 horas. Las últimas lágrimas de luz se fugaban de la crueldad entre los autos interminables de la avenida.

La puerta era ese umbral de ansiedad. No sabía quiénes iban a venir a esa reunión además de Pocho, el responsable de la zona sur. Intuía, que en esa reunión clave, podrían asistir los cuadros más destacados del Partido. Bueno, al menos los que no estaban ya secuestrados.

Del frío apuro a fondo el café doble. En la radio el gordo Muñoz relataba. Nunca faltaba algún comentario afín al que "los argentinos somos derechos y humanos".

Un gusto amargo de tiempo difícil lo acompañaba de sol a sombra, él estaba "levantado" y casi todos sus compañeros también, viviendo en pensiones o casas del pueblo. Otros, abandonados a su suerte, vagaban por las calles. Temían volver a sus casas. Varios dirigentes del comité central fueron detenidos, y serian "desaparecidos" de la dictadura. Muchos pendían del delgado hilo de cuerpos resistiendo la tortura y el terror...

A las y media empezó a inquietarse, ni siquiera Pocho había llegado, -no pasa nada el transito está jodido a esta hora y con ese Citroen 2cv no se le puede pedir nada-

Volvió a conectarse con la mesa de oficinistas festivos, el clima de cargadas era total y grotesco: ni señora, ni hermana, ni madre estaban a salvo de esa horda primitiva. Un gordo grandote se paró haciendo cuernos con la mano derecha, diciendo "voy con tu mujer...”, otro fulano tomó un sifón y parándose amenazó con apagar ese escándalo. Asqueado, desprecio el show por un instante y volvió a fijar la mirada en la puerta. ¿Llegaban los "cumpas"?

Un chorro de soda en los ojos lo desubicó, ¿qué carajo les pasa? -gritó. Ya era tarde. Dos 9 Mm le apuntaban. Le aplastaron la nariz contra la mesa mientras lo esposaron. A los golpes lo llevaron hacia la esquina de Centenario Uruguayo. Una mano le apretaba el cuello desde la nuca y solo podía ver esas baldosas vainilla, - ¡zurdo de mierda....te dejaron solo! -Pudo ver la marca "Ford" en la camioneta, en la caja, hundido en un ángulo estaba Pocho, ojos vendados, la cabeza que quería tocar el pecho y no podía, las manos esposadas coronaban los parietales y se sostenían en la cumbre de las rodillas. Era una estatua congelada en horror... la queja parecía tardía, inútil, - me batiste...-Esa voz, de muerto en certezas, lo corto en filo - no seas boludo... el partido se terminó... Con la capucha, casi en asfixia, lo aplastaron en la cabina, sentía el peso de las botas en la espalda. Casi no hay palabra con Pocho, sólo una frase: -No dije todo, dejé tu parte....

El tiempo se había detenido. Era una ruta a velocidad constante. El aire que silva de los vehículos que cruzan. Cuando se presentía la llegada a destino. Antes de la despedida con Pocho, quedó una frase flotando, dicha con tono de orden: - ¡No te hagas mártir, ya no queda nada para defender! -



La recepción fue con patadas y una piña fuerte en el estómago, doblado, a vómitos, entro en la celda. No estaba solo, dos tipos respiraban con antigüedad en el lugar, -¿Te golpearon mucho pibe? - - Podría haber sido peor-. El silencio no tenía edad, y había que economizar palabra en esa incomodidad de escuchar consejos."Hace meses que estamos en este pozo, no dormís nunca de los gritos, y aun en sueños, los soñas como si estuvieras despierto... En tres o cuatro sesiones de parrilla vas a cantar lo mismo y además vas a mandar al frente a cualquiera para tener alivio entre picana y submarino. "Eran dos oficiales Montoneros, también vendidos por su jefe." Tratamos de evitar la tortura y colaborar, con suerte algún día volvés a ver la luz y la familia va a necesitar que quedes entero..." "¿Sos del PCML, no...? Los paras se burlaban, decían que estaban llegando los antifascistas, los amarillos de Mao... Bueno, con Uds., van a ser cordiales, no les tienen tanto odio, no les boletearon a nadie.... ¿Para que tenían los fierros? ". El no contestó, no quería oír más."Nosotros estamos jodidos, si nos hubiéramos largado con la guita de los Bunge estaríamos tranqui." Hablar no servía. La humedad y ese olor a moho penetraban hasta los pulmones, no daban ganas de respirar. Temblaban de frío, abrazaron los cuerpos para refugiar un poco de calor, en la brutal necesidad no había diferencias ideológicas, el desamparo los acurruco como cachorros. En el alba, lo sacaron sin palabras, solo manos en el cuerpo. Esa habitación, era calida después de la celda y parecía seca. Sentado, le descubrieron la mirada y los ojos no podían ver nada después de tanta pupila negra, negados a la luz, sus ojos no veían nada humano ahí, enfrente, del otro lado. Detrás de un viejo escritorio estatal, gris metalizado, estaba el "Ratón", un cuadro, un miembro de dirección del partido. El mismo elocuente y seguro camarada, un teórico, surgido de la docencia universitaria. Ahora, se lo veía mortal, con ojos gastados de tanta luz artificial. Desprolijo, la barba de días. Su bigote tipo militar proliferaba en el de Nietzsche. Sin vueltas, comenzó un interrogatorio.... "Las autoridades de este lugar me piden los datos que tenés sobre los militantes del partido y de otras orgas. Acá se sabe que hay militantes de base que dependen de vos..... Pocho no dijo todo lo que podía decir, así que ahora te toca descargarte a vos.....

-¡Traidor hijo de puta! -

- Mirá..., le dijo el Ratón en resignación, acá no hay lugar para heroísmos, casi todos hablaron para demostrar sumisión y mostrarse quebrados, y al que no se quiebra, lo quiebran en la tortura.

¿Qué pasó con el "Gran Timonel"? entregó hasta la señora y los hijos. No hay nada en pie, y vos no te vas a inmolar por 5 o 6 boludos que ni siquiera los van a ir a buscar. Al Pato lo reventaron y cantó. Entre vomitar ahora y hacerlo reventado da igual. Estamos en sus manos. Pensalo, en un rato te interroga el encargado.

-El captor que aguardaba a su espalda lo tabicó y lo condujo a una nueva celda, esta era de aislamiento, la altura no permitía ponerse de pie, solo moverse de rodillas. Era una cucha donde no cabían un cuerpo y su alma. El hambre y el frío no dejaban dormir, los alaridos tampoco. En ese tiempo sin tiempo, toda su vida parecía correr en imágenes y representaciones veloces, daba vértigo y mareos. Nauseas. ¿Y los viejos...?. No sabían de él desde un mes atrás, cuando se había levantado, sintió como nunca que los quería, quería volver a verlos tomando mate bajo la parra, comiendo la picada con el vaso de vino tinto, respirando el aire fresco de la quinta y el aleteo en torcazas. Desde esa mazmorra infame recorrió postales de esa impensada militancia que lo llevo hasta ahí, fuera de la civilización y pronto, quizá, de la vida también. ¿Era la revolución lo más importante? Era difícil no hacer una revolución en encuentros de música y lectura, leyendo sobre la crisis inevitable del capitalismo entre mates y sonrisas.



La puerta se abrió en el ensueño, en pasos de temblor trato de recordar que compañeros conocía también Pocho, su vida dependía de esa coincidencia..... -En un flash aparecían rostros, intactos, confiados, indefensos, abandonados, perdidos, ¿Qué sería de ellos? ¿Cual sería el suyo? El encargado fue breve: Habla y rápido, sino te pasamos al asador, y los muchachos de la parrilla están apurados porque va a empezar el partido de la selección, no te hagas más el pelotudo...



Afuera, no tan lejos de ese chupadero, multitudes estallaban festejando el triunfo de Argentina sobre Holanda. Ese mundial, era nuestro.













DIARIO MOJADO*

-Década del 70-




*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar




"Aquel tiempo no lo hicimos nosotros,
él fue quien nos deshizo"
ÁNGEL GONZÁLES





Mi amiga aun no ha vuelto.
Quizás no vuelva ya.
Está aquí, entre nosotras.
Pero ésta no es aquella.
No es la que caminaba conmigo bajo la lluvia.
Barra de mate amargo. Facultad.
Humanidades no rima con humano



La que pintaba pesebres y árboles azules.
La que leía Sartre, el Che, Arlt
La que amaba la teta buena, hasta que conoció la mala.
La que llevaron porque estaba pintado paredes.
Leyendas limpias en dictámenes sucios.
La que recibía cartas y promesas de amor.
La que, creímos, pertenecía al país de los N N.
La que se apareció un día en el país de los "chicos malos"



Lloré. Lloré de miedo, de alegría, de amor.
¡No! Lloré de dolor.
Sin dientes, sonrisa mueca contorsión.
Sin amor. Mentira, cartas basuras. Roña. Homínido.
Universo coma. Registro en blanco.
Blanco guardapolvo. Blanca tiza. Blancos dientes.
Blanca nada.
Fábulas.
"Trece fábulas y media"
"Cuanto mas canalla es la doctrina mejor el discípulo"(*)
Blanco corcel/ matungo rengo. Padre de la Patria.
Mariano claro / muerte oscura Moreno.
Había una vez un continente de oro.



La m de mamá. La m de mentira.
La d de dedo. La d de dolor
La p de papá. La p de picana.
La o de oso. La o de olvido.
¿30 mil? ¿30 mil? (+) x (+)= (-), (-) x (-)= (+)



Me duele el robo, amiga. Aun me dueles.
No en el corazón,
En la panza me dueles.
En la panza, todos los días.
Todos los días, cuando leo el diario.
El diario de hoy, amiga, está mojado de memoria





(*)JUAN BENET.













*


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