viernes, junio 10, 2011

UNA LETRA CHICA QUE TODOS PUEDEN LEER Y SIMULAR A LA VEZ QUE NO EXISTE....



*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu



Entonces los trenes*



*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar


Cuando los tiempos eran perfectos existieron los trenes.
La estación tenía las tejas rojas, la galería techada sobre el piso de lajas oscuras y yendo hacia el sector de las cargas un ancho camino de granza roja que crujía bajos los pesados botines que usaban los empleados del Ferrocarril.
La construcción era copiada de las facturas inglesas, es decir: aireadas, altas y seguras en todo sentido.
Los ingleses -como los alemanes- llevan el confort en las casas que levantan en cualquier lugar del planeta, según comenta mi hermano, y es fácil constatar. Gran parte de la vida social del pueblo pasaba por allí. Cuántos noviazgos de entonces comenzaron en los momentos febriles en que la ansiedad
y el estrépito no dejaban tiempo a la razón y abría un sendero ancho a los sueños.
Los minutos previos a la llegada del tren convertían ese minúsculo reducto en una metáfora que representaba la efusión de la vida, que simplemente daba vueltas, en un carrousel de sueños, angustia y deseo, pero sobre todo en la carcaza de una presunta alegría.
En los minutos previos al arribo del tren todo era conmoción y movimiento.
El que siempre llegaba primero era Pepe Faravelli, el cartero. Montado en una pesada bicicleta italiana, de anchas llantas que ruidosamente interrumpían sobre la granza delatora, cruzada en banderola, una gran cartera de cuero crudo para transportar la correspondencia, su uniforme del correo argentino de entonces -azul oscuro en invierno (de lana) y color crema (caqui se le decía) y de lino en verano- silbando sus tangos, eran una marca perfecta, previsible y esperada antes de la llegada del tren. Porque
en la oficina de correo tenían un telégrafo que avisaba la hora exacta de llegada. Y no pocas veces el tren se retrasaba motivo por el cual veíamos ese inmenso reloj bajo la galería como un adorno. La hora exacta de llegada la daba Pepe, el cartero, ya que dos minutos antes, sin desmontar de su bicicleta, subía el veredón alto por una rampa que daba parte a la plazoleta y frenaba con un pie calzado en grandes zapatones de suela de goma.
Había que asomarse entonces al borde del andén y espiar, apostando cuando veíamos el humo y calcular dónde se encontraba. Si venía de Rosario: el "Puente de la vía" y si lo hacía de Río Cuarto, ya en "La Portada", era perfectamente visible. Antes no, porque lo tapaba la hondonada que hacía el cañadón del campo de los Luppi.
Los que éramos mirones habituales nos saludábamos con una seña imperceptible, casi como una secta de iniciados. Saludar efusivamente a alguien, incluso iniciar una conversación con él, era signo de que el otro venía a esperar un pasajero, tal vez un ignoto pariente.
Las caras más habituales las tengo en la memoria, otros rostros se me escapan y otros, sencillamente los he olvidado.
Pero todos, quien más quien menos, bromeábamos con Juan Cúcaro, empleado del Ferrocarril Bartolomé Mitre, como se bautizó al ex Central Argentino, luego de la nacionalización en gobierno del primer peronismo. Cúcaro -por lo que recuerdo- vivía allí mismo en un pequeño cuartucho cuya ventana daba a las vías y era el encargado de las cargas. Cúcaro solía repetir "el trabajo dignifica", y yo nunca supe si lo decía en serio o en broma, dado el tono de ironía que siempre ponía en su voz.
En esos pocos minutos en que el tren se detenía en la antigua estación de entonces, la nerviosa vida bullía, se concentraba alrededor de ese edificio estrictamente inglés en el corazón de la llanura que también llamaban "pampa gringa". Esos pocos momentos donde el pueblo se despertaba como un saurio
dormido: vendedores de helados, fleteros diversos, jóvenes en busca de caras flamantes para soñar esa noche, curiosos de toda laya, y en fin, toda esa densa inquietud que sacudía la modorra en que esa población aletargada y fijada al duro trabajo bullía por breves minutos.
En todos los pueblos de llanura la gente iba a las estaciones a ver pasar los trenes. Sin embargo los que siempre viajaban coincidían en que en este pueblo de mi infancia la gente concurría ansiosa en gran cantidad para ver llegar y partir los trenes sin que se supieran los motivos reales de tal afición.
Indagué a muchos mayores sobre esta inclinación ferroviaria de mis copoblanos y obtuve diversas argumentaciones, hasta una que no desecho, pero tampoco tomo demasiado en serio.
Según esta fuente, que me reservo, todo habría comenzado en los años 20 del siglo pasado con la instalación de dos prostíbulos, popularmente conocidos como "El Queco grande" y "El Queco chico", y que estaba en un rincón del pueblo, apenas separado por una calle polvorienta por donde nadie pasaba,
salvo claro está, los ocasionales clientes, o algún peón de estancia que enfilaba su oscuro hacia su lugar de trabajo.
Cada dos o tres meses venían prostitutas nuevas (que un eufemismo piadoso llamaba "pupilas" y nunca supe por qué) que reemplazaban a las que estaban.
Entonces toda la población femenina se volcaba a la estación donde las esperaba un "coche de alquiler", como se llamaba a los pocos taxis que había. Allí la "madama", o encargada del establecimiento las retiraba y sin dejarla hablar con nadie, directamente las trasladaba al prostíbulo.
Tal la exótica versión que alguna vez me dio una persona mayor para justificar esa tradición de "ir al tren", como se decía vulgarmente a ese paseo a la estación del ferrocarril en mi pueblo de entonces. Tal teoría nunca fue por mí compartida, pero me parece leal comentarla.
De todos modos, a mí esta costumbre me sirvió para sostener uno de mis primeros sueños y que fue partir hacia otros lugares, conocer nuevas caras, estudiar, y pulsar el nervioso existir de otras realidades.
Y también motivó un pequeño sueño hoy casi olvidado: el rostro bello e impasible de aquella niña que tenía un lunar en la mejilla y que todos los lunes me sonreía desde una ventanilla furtiva, para luego perderse en la llanura infinita sin que yo supiera su nombre o cruzara con ella una palabra siquiera y que hoy es como el símbolo de la fugacidad de la vida.











NADIE SABE…*


Al caer la hoja
en su última ventura hacia la abierta tierra,
el latido intransferible de su pena, nadie sabe…

De la noche
su lenta curvatura labradora
cuidando la simiente del poeta.
Del cristal de la gota
el último sonido que no pudo cumplirse
ahogado en la garganta ávida del líquen;
De la flor en el vaso
su añoranza del tallo, su angustia de ciclo acabado
bajo la luz veladora de olvido ante el retrato,
nadie, nadie sabe…

De esta palabra mía
que muerde los silencios y trepada en retina
se me va en mirada y lejanías.
Del camino sin tránsito visible
que orillando el insomnio sigue
un curso de eternidad perdida…
De todo lo que guardo retenido
porque darlo es abrir la herida
en último gesto arrojando las llaves,
nadie, nadie sabe…


*De Miryam Seia miryamseia@cablenet.com.ar








La Vampira*


Procedente de los Cárpatos, Alexandra, la única hija de la quinceava generación de los Von Plumkier, la reconocida familia de vampiros, ha sido noticia en las principales televisiones del mundo. Los periódicos locales ya habían informado de su extraño comportamiento hace un par de meses, pero en estos sesenta días se ha comentado el hecho, hasta adquirir el carácter de noticia internacional.

La heredera de una de las más grandes fortunas de Transilvania está en boca de todos por la última de sus excentricidades: golpearse contra los espejos. Fue fotografiada en un restaurante de Brasov en el que rompió cuatro enormes espejos embistiéndolos con la frente. Al cabo de un par de días, durante su estancia en los montes Apuseni, lugar de vacaciones y solaz de Rumania, acabó con todos los del hotel y en lo que va de este mes, ha roto los espejos de todos los lugares en que ha estado golpeándolos con la cabeza.

Debido a su gran fortuna y a que los daños causados son indemnizados generosamente no se han producido denuncias pero el clamor popular ha llevado a la heredera a una entrevista televisiva con difusión mundial para explicar porque una vampira de tan alta alcurnia ha dejado de morder para dedicarse a destruir espejos golpeándolos con la frente.

Sin embargo y para desencanto de los curiosos, el morbo va a seguir creciendo ya que A. Von Plumkier, no se presentará a la entrevista y mantendrá en secreto su pretensión de pasar al otro lado del espejo para recuperar su imagen.




*de Joan Mateu joan@cimat.es







La ceremonia del adiós*



*Por Juan Forn



Hubo que avisarle a mi madre que acababa de morir la única hermana que le quedaba viva, y no era asunto fácil. Mi madre está muy viejita, sigue lúcida pero ha quedado casi ciega a causa de un glaucoma. Un asunto hereditario: su hermana estaba en la misma, y ya postrada en cama permanentemente a causa de otras dolencias, así que las visitas que se hacían en los últimos tiempos eran casi todas telefónicas.
Eso no redujo el nivel de comunicación entre ellas, que se caracterizó siempre por una beligerancia apenas visible debajo del cariño animal que se tenían. Mi madre y su hermana no podían ser más diferentes, pero hacían como que eran iguales. Sus diálogos consistían básicamente en esperar que la otra parara a tomar aire para poder meter baza en la conversación, y mientras tanto acompañar el monólogo con una batería de gestos faciales, que parecían reservar sólo para esas ocasiones. Pero algo empezó a cambiar cuando fueron quedando ciegas las dos. Mi madre aprendió a escuchar a su hermana cuando ya no podía verla. Hasta ella misma se daba cuenta, y espero de corazón que la cosa haya sido mutua. La hermana de mi madre era un par de años mayor que ella, se casó muy joven (como correspondía), con un buen partido (como correspondía) y tuvo una parva de hijos y de personal de servicio a su alrededor desde entonces (como correspondía). Mi madre prefirió trabajar y rechazar pretendientes mientras tanto, en una época en que estaba mal visto que una chica casadera trabajara, y mucho peor visto que siguiera rechazando pretendientes al llegar soltera a los treinta. Pero mi madre quería casarse por amor. Trabajar, mantenerse sola, fue la manera instintiva a la que apeló para legitimar ese derecho.
Recién a los treinta y cuatro supo que mi padre era el hombre de su vida (y que ella era la mujer de su vida para él: una cosa le resultó tan obvia como la otra, y así se lo hizo saber inequívocamente a él). Pero no por casarse dejó de trabajar: nos tuvo a mi hermana y a mí trabajando, y siguió trabajando cuando nos fuimos de casa, cuando enviudó e incluso cuando le llegó la edad de jubilarse. Yo la he admirado siempre por eso. Pero para su hermana, y me temo que también para ella misma, había algo inquietante, profundamente equivocado, en esas dos decisiones (y, por extensión, en las demás decisiones que tomaba en su vida). Ese fue el tema subterráneo de cada conversación entre ambas durante sesenta años: que mi madre no supiera ser como su hermana; que no pudiera.
La opinión general (y convenientemente disimulada) de la familia ha sido básicamente ésa, siempre. En todas las familias hay una letra chica que todos pueden leer y simular a la vez que no existe. Hay, sin embargo, una faceta por la que mi madre es especialmente valorada en su clan: por ser un auténtico bastión en los velorios, en la ceremonia del adiós. No es una llorona, no lo ha sido nunca. Es que por algún extraño designio, intensificado desde la muerte de mi padre, hace casi treinta años, tiene el don de decir o transmitir lo verdaderamente indispensable en esas circunstancias. En cualquier otra circunstancia de la vida es la cautiva de las emociones, la víctima de sus emociones, pero en esos trances sale de ella algo que sólo en esos momentos -y ese algo es, según me han dicho muchas personas a lo largo de los años, balsámico-.
Uno piensa estupideces cuando teme por el otro. Yo pensé que mi madre estaría en terreno seguro mientras durara el velorio: lo que me importaba era después. Desde que llegué de Gesell paso cada tarde con ella en la residencia. El primer día me pidió que le leyera las necrológicas que salieron en el diario, asintiendo y murmurando el sobrenombre con que se conoce en la familia a cada pariente que expresaba sus condolencias. El segundo día me dijo: "No quiero que nos emocionemos", un eufemismo nuevo en su vocabulario, emocionarse como sinónimo de quebrarse, ella que ha vivido emocionada toda su vida y nunca, pero nunca se quebró, al menos en mi presencia. El tercer día, dijo, para mi sorpresa, que no quería hablar del velorio (ella que me ha contado por teléfono velorios enteros, interminables, a lo largo de los años). Sólo dijo que no vio a nadie, un poco porque ya no ve nada, pero esencialmente porque se pasó la noche sentada al lado de la cama donde velaban a su hermana.
Incluso los hijos de la difunta entendieron lo que estaba pasando aquella noche. Por primera vez en treinta años, mi madre no era la que daba consuelo: era el deudo principal. Y no había nadie como ella para acompañarla, para decirle las cosas que sólo ella sabe decir en esas circunstancias. Ayer me pidió que cuando pudiese le rescatara de casa de su hermana un álbum de fotos de su infancia que quedó allá. Dice que quiere mostrárselas a sus nietos. El álbum está desde tiempo inmemorial en casa de la hermana de mi madre. Y, como dije, mi madre ya no ve nada. Pero uno le describe la foto y ella sabe enseguida quiénes son los que están y qué hacían en ese momento y en dónde estaban. Desde que perdió la vista, mi
madre ya no mira a los ojos al que le habla: se pone sin darse cuenta levemente de costado, para escuchar lo que antes veía en uno. Así nos cuenta cada foto que le describimos. El álbum queda en sus manos, ella pasa distraída los dedos por el borde de la foto mientras habla, con la mirada perdida. Se habla a sí misma, aunque siempre hay uno de nosotros a su lado.
Así pasan las tardes. Va a ser una larga, y muy íntima ceremonia del adiós, y ella está encontrando por fin las palabras balsámicas que alguien tiene que pronunciar en esas circunstancias para que empiece a ocurrir lo que debe ocurrir.


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-169826-2011-06-10.html






“9.389.096 AUTOMOTORES CIRCULAN EN ARGENTINA…”




*Por Alfredo Armando Aguirre. choloar47@rocketmail.com


En la consideración de la problemática argentina y sus eventuales paliativos o soluciones, que venimos comunicando desde mediados de 1977 (y que puede consultarse en el vínculo: http://choloar.tripod.com/trabajos.htm)a modo de propuesta síntesis, sostenemos que aspiramos a una Argentina, casi sin automotores, casi sin electrodomésticos y casi sin plásticos.
No se trata de algo propugnado caprichosamente, sino porque tenemos la percepción, que la calidad de vida de los argentinos no se ha elevado sino que se hace crecientemente vulnerable por los comportamientos ligados a la producción y consumo de automotores, electrodomésticos y de plásticos.
El caso de la producción y empleo de automotores, es una cuestión de largo arrastre, que comienza a desplegarse a partir de la sanción de la Ley de Vialidad en 1932(cuya reglamentación incluyó el Plan Bidecenal de Caminos 1934-1954) y el plan de transportes (conocido como “Plan Larkin), encargado por la Administración Frondizi y entregado a la misma en el verano austral de 1962, poco antes del derrocamiento de esa administración. Congruente con ambas medidas, fue el Decreto de Promoción de la industria automotriz que el mencionado mandatario suscribió en 1959.
En nuestras recurrente comunicaciones, y tomando como referencia una “Guía Azul de las Comunicaciones Sudamericanas”, de 1925,que está a consulta en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, sostenemos que con las debidas actualizaciones tecnológicas, el esquema que se había erigido hasta esa época, generaría una matriz de transportes sustentable acorde a las potencialidades del país.
Lo concreto es que los contenidos del Plan Larkin (implícitos en el Plan bicedenal de caminos 1934-1954) fueron aplicados casi sin solución de continuidad, a pesar de los avatares institucionales, y ello comportó una desarticulación del sistema de transportes basado en un sistema ferrotranviario que se complementaba con la navegación de cabotaje marítimo fluvial.
Tomando como hitos la Conferencia Mundial de Medio Ambiente de 1972 y la crisis de los países productores de petróleo de 1973,nos hemos sumado a la corriente de opinión que tiene más adeptos fuera del país que internamente, que señala los inconvenientes que ha causado lo que se conoce como complejo automotor-camino pavimentado.
Esos inconvenientes de múltiples efectos, se hacen más flagrantes, con la inminencia de lo que se conoce como el “peak oil”, que implica la crisis definitiva del sistema productivo basado en la disposición abundante de hidrocarburos y a precios razonables.
En la Argentina el patrón implícito en la Ley de Vialidad de 1932 y el plan Larkin de 1962, se ha impuesto entre los formuladores e implementadores de políticas públicas, más allá de los avatares políticos institucionales y de las variantes ideológicas.
En ocasión de una de las cimeras que realiza anualmente el agrupamiento conocido como G- 8, se señalaba que en el mundo estaban circulando hace alrededor de dos años atrás, seiscientos millones de automotores, con su consiguiente gasto de combustibles fósiles, emanaciones de dióxido de carbono y secuelas de accidentes.
Respecto al costo de los accidentes, por la misma fecha la entidad que agrupa a los aseguradores, ha sostenido que el costo de los accidentes automovilísticos de la argentina, insume una magnitud del 1, 75 % de Producto Bruto Interno nacional.
Con el paquete de nociones que hemos resumido precedentemente y que reflejan nuestras posiciones, nos enteramos del artículo publicado por el Portal INFOBAE el 31 de mayo último, que se puede consultar en el vínculo:
http://www.infobae.com/notas/584861-El-parque-automotriz-se-multiplico-por-cuatro-en-dos-decadas.html
Cabe comentar que dicho artículo que reproducido por diversos medios periodísticos escritos y digitales del país.
En el mismo se consigna que según la Asociación de Fábricas Argentinas de Componentes, el año pasado había en circulación (en la Argentina) 9.389.096 unidades, entre autos, camiones y buses, lo que representa una suba del 327% respecto de 1990.
El resto del artículo, como el contenido de algunos editoriales generados por el mismo, en algunos medios de comunicación, insinúan que el guarismo es algo positivo y que dicho guarismo era un indicador de que debía ampliarse la red de caminos, tal como postula algún proyecto que se viene promocionando desde hace tiempo.
Pocos días antes de publicarse esta noticia y desde la plataforma desde donde observamos este aspecto del acontecer argentino que consideramos digno de críticas y de propuestas de reversión, contemplábamos dos escenarios, de la misma problemática.
El primer escenario era la Terminal de Ómnibus de Retiro.
El segundo escenario era el tráfico de la ruta Nacional 14 a la altura de la ciudad de Chajarí, donde se está construyendo aceleradamente, la autovía, tendiente a bajar la siniestralidad de esa ruta, en función de la alta densidad de tráfico que circula por la misma.
Lo observado en la Terminal de ómnibus nos remite a la cuestión del transporte de pasajeros de media y larga distancia.
Por estos días una empresa promociona su setentaicinco aniversario. Ese aniversario, marca el inicio de la sustitución de los trenes de pasajeros por los ómnibus de larga distancia. En ese entonces había una incipiente oposición de tipo ideológico contra las empresas ferroviarias. Además el combustible era de bajo costo. Por un lado se impidió a las empresas ferroviarias complementarse con el automotor. Esto coincidía con el depotenciamiento de Inglaterra y el posicionamiento de loa Estados Unidos como potencia mundial, con la industria automotriz como suerte de “nave insignia”.
Ello conllevó el proceso conocido como “motorización”, que fue atenuado en Europa, pero exacerbado en países como la Argentina. Todavía se pagan las consecuencias de esa “motorización”.
Pero volviendo a nuestra observación, del intenso movimiento de la terminal, pensábamos en “el peak oil”, lo que implicaba un escenario de crisis para todo ese sector. Y recodábamos nuestra larga predica para “que los ómnibus se suban a la vía”, El decir que el transporte automotor (en ese caso el de pasajeros de larga distancia), capitalice al sector que descapitalizó.
Más allá de las ineludibles componentes ideológicas de esta propuesta; y teniendo en cuenta el esquema institucional vigente para los ferrocarriles. En ese contexto es viable implementar un esquema similar al existente en el transporte aéreo, donde los aeropuertos son concesionados por el Estado, el tráfico es de supervisión estatal, así como la habilitación, y aeronaves privadas pueden transportar carga y pasajeros.
En el caso del transporte de pasajeros (y esto es aplicable también al transporte de carga), el Estado podría reservarse además la Tracción y las empresas de autotransportes transportarían en los vagones de su propiedad, posibilitándose los enlaces tren- ómnibus, que en el pasado se les prohibió a las empresas ferroviarias.
Cuando comenzamos a formular estas propuestas tiempo atrás, nos encontramos con enconados objetores. Muchos habrán comprobado la racionalidad y la previsión de lo que sosteníamos y seguimos sosteniendo. Y ello basado en el siguiente canon técnico: Un caballo de Fuerza (H.P), arrastra 150 kilogramos en el camino pavimentado, 450 kilogramos, y... cuatro mil kilos en el agua.
Este guarismo nos “transporta” al otro escenario: La ruta Nacional 14.
Esa ruta corre paralela al río Uruguay. En la época que la fiebre de construcción de caminos pavimentados, puentes gigantes y túnel subfluvial, se minimiz el empleo de las vías fluviales (y del litoral marítimo).En el caso de los ríos se desarticulo el sistema de tráfico fluvial y transversal existentes. La carga se “fugó” a los camiones, no obstante las claras ventajas económicas del transporte por agua.
En el caso del tráfico internacional a Brasil, la carga que iba por barcos de ultramar va en gran parte por camión. En el caso de la ruta 14, con la exclusa de navegación que se construyó pero no se habilito en la represa de Salto Grande, gran parte del trafico que satura esa ruta y que ha justificado su conversión en autovía de manos separadas, así como el uso de la vía ferroviaria y su enlace en Paso de los Libres, el tráfico automotor estaría sensiblemente reducido. Debe tenerse en cuenta que en el caso del transporte ferroviario en la región litoral esta concesionado y operado por una empresa trasnacional con sede en Brasil.
No quisiéramos continuar repitiendo conceptos que forman parte de nuestro ya dilatado discurso.
Nos consta que existen fuertes intereses creados alrededor de esos más de nueve millones de automotores que circulan en el país. Pero precisamente por esos intereses creados, es que nos permitimos formular propuestas de reconversión productiva y laboral. Abrevamos en fuente de información provenientes de más allá de las fronteras argentinas, lo cual es facilitado por la disponibilidad de las “Tecnologías de la información y comunicación “disponibles. Todas ellas nos permiten conjeturar fundamentadamente, el final abrupto de una matriz de transportes que pivotea sobre el automotor y el camino pavimentado.
Para atenuar situaciones traumáticas, debemos enfatizar en conceptos como la reconversión productiva y laboral. Para que ni las empresas ni los trabajadores reciban el impacto de situaciones de colapso energético. El mecanismo es fácil de enunciar pero admitimos difíciles de implementar por el plexo de afectos e intereses creados. La magnitud que desencadena las presentes reflexiones es indicadora de la existencia de ese plexo.
Pero entendemos que los estudiosos tenemos una función social que cumplir, aun a riesgo de ser considerados como aquel personaje de Ibsen en su obra “El enemigo del pueblo”.
Hace muchas décadas un casi desconocido Aarón Brillante, advirtió sobre lo que acontecería con los ferrocarriles. Más recientemente Rosana Kleimer en su “ La tiranía del automóvil", haciendo una exegesis sobre la novela “Crash” de 1985, nos entrego una versión local acerca de las raíces profundas que sustentan guarismos como el que aquí comentamos con sentido de una crítica intensa, pero a la vez suscitadora de respuestas esperanzadoras.


(Buenos Aires, 9 de junio de 2011)







Casablanca*



*De Osvaldo Soriano.


Imagínenme así: un metro setenta y cinco, más bien flaco, bigote ancho como el que llevaba mi abuelo a principios de siglo. Ha vuelto a ponerse de moda. Pelo abundante y descuidado, patillas cortas. Llevo sombrero tumbado a media frente. Tengo carácter uraño y alma de calefón. Me lo dijo una chica que crucé en Marsella el día en que escapamos de la gran guerra, allá por el año treinta y ocho. Ahora ya lo saben: me derriten las palabras amables y las mujeres que fingen timidez.
Me llamo Gustavo Peregrino Fernández, pero la profesión me privó del primer nombre y me regaló otro, doctoral y vulgar: Míster. Míster Peregrino Fernández, entonces. Llevo muchachos a correr por los potreros de algún olvidado rincón de la patria. Trato de que se porten bien y dejen en la cancha lo mejor que tienen. Que no corran como poseídos detrás de la pelota. Voy de acá para allá por la parte fea del mundo. Soy un ganador incomprendido, corro por la sombra, tomo trenes y colectivos bajo la tormenta.
Estoy en un rincón de la Patagonia en el año 58. Llevo una semana estornudando contra el viento, cagando arena y orinando agua bendita. En las horas en que no trabajo voy a matear con el cura, que es un primor de tipo, una ficha que Dios perdió a la ruleta. Les decía que vengo de lejos. Siempre es así. En el año 36 fui a predicar mi fútbol a Europa, hasta que empezó la guerra y la chica aquella me dijo eso de que tengo alma de calefón.
Del 39 al 44 estuve en Casablanca, en el bar de Rick.
Cuando no estábamos muy borrachos íbamos a jugar a la pelota cerca de ese aeropuerto que ustedes conocen. Después no sé qué pasó, a dónde se fueron Rick y su amigo Renault, el gendarme francés. Yo me quedé dirigiendo en un club de Tánger. Eran tan malos los jugadores que tenía que ponerlos a todos en el área chica para escaparle al descenso. Me acuerdo que el centrojás era un petiso con joroba, bastante corto de vista. Había que ponerlo porque el padre manejaba el mercado negro y proveía tabaco, papel higiénico y hojas de afeitar. Al centrofóbal tampoco lo podía sacar porque decían que era su amigo o su amante, nunca pude confirmarlo.
Me pagaban bastante para lo que era el mundo en ese entonces. Tenía un Studebaker modelo 34, cuatro trajes y a veces una mujer expulsada de algún harén suburbano. No sé, nunca me gustó preguntar. No voy a ocultar que estuve preso. Las cosas eran confusas y no se sabía con certeza lo que estaba bien y lo que estaba mal. Ni siquiera sé si fui yo quién disparó el revólver. Hacía calor, el ruido era infernal y el eslovaco puteaba y puteaba, decía que yo le debía plata y que me estaba metiendo en su negocio. De pronto cayó redondo con un agujero en la cabeza. ¿Tiré yo? ¿Tiró otro? Todos andábamos armados en la ciudad y en los bares liquidaban media docena de tipos por día. Sólo que este era un peso pesado y estuve a la sombra casi un año, hasta que el club reunió la plata para los jueces.
No sé si esto tiene alguna importancia. Ahora que estoy postrado en una casa para viejos, aburrido y esperando el fin, se me dio por escribir las cosas de las que me acuerdo y que pueden servirle a los jóvenes. Un escritor de la Argentina que pasó a verme hace unos meses me contó que los jóvenes no quieren saber nada con el ejemplo de los mayores, que olvidara la moralina y los consejos. Si es así, narraré latrocinios y vendetas, vejaciones y tormentos. Tengo 85 años y he visto bastante.
Sé que los militares pasaron una generación de idealistas a degüello. Después mandaron a otros a una guerra perdida. Los que sobrevivieron todavía no han superado el terror y se lo han transmitido a los hijos. Parece que sólo los tranquiliza llevar una tarjeta de crédito. Igual, yo no escribo para que me lean. Utilizo las lenguas que me vienen a la cabeza según el humor con que empiezo el día. Viví en tantos lugares diferentes que cada idioma está atado a un afecto, a un suceso. Escribiré en turco, en inglés y en castellano sin traicionar ni reprimir los sentimientos. En alemán hablaré de aquella chica de Berlín, en polaco del campo al que me llevaron por tratar con judíos, en inglés de mis incursiones australianas.
Había pensado en un manual que traslade las enseñanzas del fútbol a la vida de todos los días, pero no sé si podrá ser. En algunos países mojigatos la gente vive colgada del travesaño; en los pretenciosos se adelantan tanto que terminan apuñalados de contragolpe. En fin, mis teorías no serán atendidas; tal vez tenga razón el escritor aquel, pero tengo mucha edad y no puedo remediarlo. Empiezo, entonces, con los años en el bar de Rick. Ustedes habrán visto mil veces la película: Tócala otra vez, Sam, Bésame como si fuera la última vez, dice Ilda, la enamorada. Pamplinas. Rick no quería a nadie, era un individualista al que se le habían muerto las ilusiones. Tócala otra vez, Sam. quién hubiera dicho en aquellos tiempos que Sam iba a tener una posteridad. Murió en el año 47 o 48, me contaron. El bar cerró y andaba tirado, con dolores de cintura y reumatismo en las manos de tanto darle al piano. Había remontado en barco hasta Burdeos. Se metió en un cine barato donde daban una de las primeras de Robert Mitchum. Lo oyó decir: "El amor es como el azar, cuanto más lejos vayas más posibilidad tienes de ganar", y ahí nomás se murió. Tal vez era la época: estaba plagada de existencialistas, vividores y socialistas románticos. A Sam le habrá pasado lo mismo que a mí: sólo el socialismo te ofrecía futuro. Muchas veces había que morir para que los otros siguieran viendo más allá de la nariz, como el Che antes de ser un montón de huesos ofrecido a los turistas. Pero bueno, caer estaba en los cálculos. Se moría menos por accidentes de tránsito y más por un futuro imperfecto.
En mi vida he visto distintas épocas de varios países. Los he visto encanallados, valientes, resignados, corruptos, cobardes. Vi la aterrorizada Alemania de Hitler ensañarse con judíos y comunistas. ¿De qué les sirvió tener a Heidegger? los hombres decentes se expatriaron: los hermanos Mann, Freud, Peter Weiss, tantos más. Vi miserias de las que no me atrevo a hablar todavía.
No me va a ser fácil hilvanar con el fútbol. yo fui uno de los primeros que vio la inutilidad de mantener wines estáticos haciendo firuletes por la raya, pero nunca pensé que al desaparecer los wines desaparecería un modo de vida. Tambien afuera de la cancha. Habíamos acabado con la belleza para asegurar la rentabilidad de los equipos. Mandamos a esos endiablados chiquitos a correr de acá para allá, a sacrificarse, a colaborar con los que no sabían cómo se chanflea una pelota. El otro día vi a un tipo de cuatro millones de dólares, sin arquero por delante, tirarla afuera. No la embocó en un arco de once metros de ancho ni siquiera con esos zapatos de ahora, que vienen preparados con alerones y muescas de modo que hasta un enyesado pueda hacer un gol olímpico.
Allá por el cincuenta y ocho, en Tánger, mi centrodelantero era burro pero feliz porque sentía que tenía una misión y la cumplía. No iba a buscar la pelota, pero si se la daban a quince metros de la valla los arqueros sudaban. Dur, violent, au coin enchanté, me decía. Fuerte y bajo, al rincón de las ánimas, me atrevo a traducir. Tiempo después, así como Sam murió en una butaca de cine viendo y oyendo a Mitchum, mi delantero llamado Agustin se rompió la cabeza contra un poste al ir a buscar de palomita un centro mal colocado.
No quiero irme también yo sin antes declarar que soy uno de los responsables de la desaparición de los wines. Me gustaría evocar, además, a los backs centrales de aquellos tiempos. Uno era asesino y el otro caballero; pero eso lo dejo para otro día. Estoy cansado, tengo más edad de la que he confesado y la enfermera se acerca para llevarme a cenar. Acá en París nos acostamos muy temprano y ahora que se acerca el invierno lo único que puedo hacer es mirar viejas películas, leer viejos libros y evocar viejos partidos. No tengan piedad de mí: la memoria, si voraz y violenta, es una materia exquisita.


- Incluido en "Piratas, Fantasmas y dinosaurios" Editorial Norma. Edición de 1996.





Correo:



Cultural: España en llama, no es solo un trago*

CULTURAL. ARGOS: MAYO 23 DE 2011.


*Miguel Crispín Sotomayor. arcomar@cubarte.cult.cu


Muchas veces la carencia de algo resulta beneficiosa, y hasta pueden sentirse venturosos quienes sufren la carestía, claro, no es el caso de los cientos de millones que carecen de alimento, vestuario, enseñanza y salud, pero sí lo es cuando se trata de petróleo o algún mineral valioso.

¿Qué estaría sucediendo ahora si España y otros países europeos tuvieran petróleo, y cientos de miles de sus ciudadanos estuvieran manifestándose contra sus gobernantes, partidos políticos y exigiendo: "¡Revolución Social Ya!?

No le quepa dudas, que "el cowboy universal "y sus peones de la OTAN ya hubieran reunido al Consejo de Seguridad de la ONU y conseguido aprobar el bombardeo y ocupación de Madrid, de toda España y de otras capitales donde se han estado manifestando los "revoltosos". Es decir: "una acción
humanitaria más".

Pero, reitero, no tienen petróleo y por demás, España está gobernada por "demócratas". Gobernada rotativamente por el Partido Socialista Obrero Español (que no es socialista ni obrero) y el Partido Popular (que nada tiene de popular) y solo se diferencian del Demócrata y el Republicano en el idioma. Toda una democracia, y por demás un reinado.

¿Qué estaría sucediendo si esas manifestaciones, aunque fueran de tres personas, ocurrieran en Cuba?

Se armaría una fiesta en el imperio y la Unión Europea le brindaría todo su apoyo y todo el aparato propagandístico y de guerra entraría en disposición combativa para hacer de Cuba una tierra arrasada.

¡Ah! Entonces, Maurice Vicent, el corresponsal de la contrarrevolución en Cuba, digo, de El País, enviaría y se publicaría en primera plana un artículo con el titular: "La disidencia cubana pone en jaque al régimen castrista".

No estoy delirando, ni difamando, eso es lo que hace ese corresponsal habitualmente y más recientemente, cuando escribió, sin verificar, sólo con las mentiras de los "laureados mercenarios": Muere un disidente cubano después de recibir una paliza de la policía . Y la propia familia del
fallecido se ocupó de desmentir.

Los de Cuba son "disidentes" ¿Cómo llamará este señor, a los que protestan en España y no reciben salario de una potencia extranjera?

Basta con leer, lo que hasta ahora ha estado reportando desde Cuba, para saber quién es y a quién responde este reportero. Tan mentiroso como sus fuentes. Pudiera ser demandado o expulsado por reiterada difamación y muchos esperamos que algún día se agote la paciencia y lo expulsen del país, por
sus mentiras, por no demostrar sus informaciones, por ofender a los cubanos.
Todavía estamos esperando que se retracte de su noticia sobre "el disidente muerto por una paliza de la policía" y muchas mentiras más.

Indudablemente, ya debe estar en la relación de candidatos para recibir el premio "Ortega-Gasset" o cualquier otro, con el que le paguen en metálico por su labor en las campañas anticubanas.

No calle, señor Vicent, escriba de lo que está ocurriendo en toda España y que por desgracia para usted, no ha ocurrido ni ocurrirá en Cuba.




*Miguel Crispín Sotomayor. Cuba. Reside en La Habana. Graduado de Ingeniero Agrónomo Pecuario en la Universidad de La Habana. Ha escrito los poemarios: "En la Distancia" (África 1978-80), "Fantasmas de Quijote" (2006) y "En la redondez del tiempo" (2008-09). . También ha escrito cuentos, testimonios y artículos. Colabora habitualmente con las revistas literarias digitales
"Inventiva Social", "Poemas en Añil", "Misioletras", "La Buhardilla", "Territorio de Encuentros", "Con Voz Propia", "La Máquina de escribir", "La Iguana", "Mapuche". "Revista Poeta", "Novedades de la Cultura", "Fragua Universal" y otras, editadas desde Argentina, así como "Letralia" (Venezuela); "Termita Caribe" (Colombia); "Comunidad Poética (Chile); "Letras Uruguay"; "Artesanía Literaria" (Israel), "Isla Negra" (Italia); "Palabra diversas", "Rincón de Poesía" y otras de España. Además, colabora con las publicaciones "Apia Virtual" y "Machetearte" de México. Poemas suyos
han sido publicados en "La Jiribilla" de Cuba y en otras revistas y blogs de poetas de Argentina, Brasil, México, Perú, Colombia, Venezuela, España y EE.UU. Sus poemas han sido y son leídos ocasionalmente en programas radiales de tres emisoras argentinas, una de Perú, una de EE.UU. Y otra de Francia. El 1ro. de enero del 2009 fue también publicado en Galicia su poemario "Fantasmas de Quijote" por la editorial Taller del Poeta (www.eltallerdelpoeta.com). El 20 de febrero del 2010 salió publicado por la Editorial Alebrijes, Argentina, su poemario "En la redondez del tiempo" (http://redondezdeltiempo.blogspot.com) Es Miembro de la Red Mundial de Escritores en Español (REMES), de Poetas del Mundo y de la Sociedad Mundial de Poetas. Poeta Fundador del Primer Museo de la Poesía Manuscrita, San Luís, Argentina. Director del Movimiento Cultural del Proyecto de Contra
información ArgosIs-Internacional en la Red
(http://espanol.groups.yahoo.com/group/ArgosIs-MovCultural).





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