jueves, mayo 10, 2012

¿SIGUES SIENDO EL HOMBRE QUE ESCRIBE?




*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu





DÍA DE PESCA*



         - Vamos a pescar sirenas – dijo ella.

         Salieron llevando lo imprescindible: lápices y cuadernos para anotar sueños o para escribir poemas a dúo... el resto, lo proveía el camino. El mar estaba rizado, golpes de viento llevaban y traían olas, trozos de madera negra, algas, extrañas gemas, restos de naufragios...

         - ¿Has logrado ver alguna? – dijo ella tras dos horas de silencio.
         - Tal vez se estén escondiendo detrás de la espuma.
         - Vamos hasta la roca.

         Cuando se retiraba la marea, se podía seguir un sendero de piedras altas hasta una roca sobresaliente, trono forjado solo para dos.

         - Hay que mirar en las zonas más oscuras – dijo él, siguiendo con la mirada las sombras en movimiento bajo las aguas -, suelen esconderse allí para confundirse con el fondo.
         - ¿Sabías que las sirenas no son bellas? Parecerían repugnantes al que teme a las criaturas de las profundidades.
         - Ojos saltones, fosforescentes, branquias en el cuello, justo debajo de las orejas demasiado prominentes para ser humanas...
         - Color verde oscuro con manchas grisáceas. A veces cambian a voluntad a tonos azulados.
         - Dedos unidos por membranas, como las aves acuáticas o las ranas.
         - Cola cubierta de escamas… torso, brazos y rostro viscosos...
         - No tienen cabellos, la confusión surge de su costumbre de adornarse la cabeza con caracoles y racimos de algas.
         - Dientes filosos, lo que se confunde con sonrisa es solo una advertencia.
         - Su lenguaje recuerda al de otros mamíferos marinos, pero es más musical y de mayor alcance.
         - El contacto con su piel puede ser doloroso, como sucede con las anémonas y medusas...
         - Pero depende de su estado de ánimo, si están de buen humor dan apenas una pequeña y agradable descarga de electricidad.
         - Las hembras en celo despiden un fuerte olor a almizcle...

         Guardan silencio nuevamente, la vista perdida en la inmensidad azul que se va oscureciendo. El sol comienza su camino hacia los abismos. Una nube enorme, con tantas posibles formas como espectadores, pasa sobre ellos.

         - Mira, la barca de los elfos se está marchando – dice ella haciendo un apunte rápido en su cuaderno, intentando dibujar la caprichosa forma.
         - En ella voy yo, en una de mis vidas paralelas, donde estás tú a mi lado con un catalejo, contemplando estos “nosotros”, en este pequeño planeta… Y, ¿qué habrá pasado con las sirenas?
         - No estoy segura... creo que no les gustó la descripción que hicimos de ellas y se marcharon. Nadie está conforme con la imagen que refleja en el espejo de otros. O no les agradó nuestro silencio…

         La nube continúa su marcha más allá del universo abarcable. Dentro de poco no se podrá desandar el camino de las piedras, ha llegado la hora. El camino de regreso es alegre y fresco, como la brisa. Van tomados de la mano.



*De Marié Rojas.
-La Habana. Cuba




¿SIGUES SIENDO EL HOMBRE QUE ESCRIBE?





El vagón*

                  
Y estoy aquí, frente al remozado vagón-comedor de un añorado tren.
 Las roídas maderas de su escalinata, el pasamanos de hierro que vibra bajo mi mano.
Fantasmas de huellas digitales de infinitas manos. Desconocidos inmigrantes llegados a estas inconmensurables pampas a sembrar semillas, hijos, huesos.
Me siento en uno de los bancos, cierro los ojos y los oídos a los infames motores del boulevard próximo y los espíritus centenarios invaden el lugar.
Puedo oír el acompasado trac-trac de las ruedas sobre los durmientes de quebracho. Percibo el agua de colonia de las mujeres, encorsetadas en largos vestidos, me llega el picante humo de tabaco negro. Los quedo murmullos del duro alemán, los exaltados diálogos italianos.
El apocado peón criollo, mirándose pensativo las alpargatas.
Me saca del ensueño la llegada de clientes del vagón-bar. Vuelvo a la realidad del coqueto lugar. Han respetado todos lo detalles del antiguo vagón, sus doradas farolas con pantallas de cristal opaco, la sobriedad de sus maderas y los vidrios fijos de las ventanas adornadas con cortinas de voile blanco, apagan los ruidos de este siglo y se extraña los lejanos aires perfumados de lino y ortigas que éste mismo vagón acumulaba en sus viajes por los campos santafecinos.



*De Elsa Hufschmid. elsifumi@yahoo.com.ar






EL HOMBRE QUE CALLA*


Dijo “no, gracias”. Dos palabras, pensó, está bien, perfecto, simple y fácil. Sensación de tranquilidad, todo encaja, las esferas se desplazan sin escollos por una superficie pulida. Epifanía.
Hace ya demasiado tiempo que cuida sus frases, cuenta mecánicamente las palabras, tacha las que se pueden obviar, siente la satisfacción del avaro que economiza un céntimo.
Es un hombre que calla. El silencio ha venido quedándose a su alrededor como una neblina de esas que al mirar por la ventanilla del autobús se levanta de los bañados, y son jirones y luego un humo transparente y finalmente desaparece el paisaje y sólo los altos follajes sobreviven a la irrealidad.
No es un silencio definitivo, alguna que otra vez una palabra necesaria se le desprende y muere apenas pronunciada. Escuetas frases concedidas a la cortesía, una respuesta, una pregunta o un pedido con el número imprescindible de voces. Ejercicios de contención, sus sentencias son como las palabras cruzadas del periódico: cuadraditos, casilleros más blanco y negro que pintura impresionista temblorosa de pinceladas y manchas.
Este hombre cuando habla sigue callando y no sabe, él mismo, que cuando habla calla.
Ahora sonríe al portero y la sonrisa reemplaza al “buenas tardes”, cabecea al compañero de trabajo y se ha ahorrado un saludo, afirma con un gesto y descuenta un “si”.
Por alguna razón hay datos que se afirman como pilares y se tornan encadenantes. Ciertas supersticiones generan ritos que nos acompañan en lo cotidiano. Habrá quien se avenga a la pueril pulserita roja contra la envidia, quien se persigne cuando transite frente a una iglesia, quien tire sal por sobre el hombro izquierdo cuando involuntariamente tumbe el salero.
En algún momento se le unieron informaciones desparejas. De pequeño leyó o escuchó que los animales tienen el latido de su corazón ajustado de acuerdo a la longitud de su vida, las especies longevas tienen un ritmo cardíaco más moroso, las efímeras redoblan pulsaciones dilapidando impulso vital. Así el pequeño corazón del colibrí es un tamborcillo enloquecido, mientras que los corazones de las lentas tortugas laten con la parsimonia adecuada a su longevidad. Habría entonces para cada uno un número prefijado de sístoles y diástoles, y cada carrera o susto acerca al individuo a su muerte. Pensó en algunas excepciones, se preguntó si esto dado por verdadero en líneas generales será, precisamente, una generalización al gusto de las divulgaciones de nota de relleno en el periódico, o de las páginas de noticias insólitas.
Como todo aquello que nos conmueve, quedó en él sin necesidad de prueba o confirmación. El hecho de dudar de la veracidad del dato lo hizo más cercano a lo mágico y verdadero en cuanto a ser un artículo de fe.
Reflexionó sobre el número exacto de inspiraciones y exhalaciones a lo largo de una vida, en la precisa cifra de parpadeos, en el número de pasos posibles, en toda esta finitud de acciones, esta contabilidad incógnita y sin embargo precisa y finita.
Aquel niño se sentará un determinado número de veces antes de morir. No sabe él el número, no lo sabe su madre, pero es indiscutible que el número existe. Debiese estar ocioso el Dios que llevase las cuentas de todos los mortales, que cuántas veces ha dormido éste y que cuántos pasos le quedan a aquél, pero supone que no es imprescindible contar las hojas que quedan en el árbol para que caiga la última, y del mismo modo determinados actos se gastan. Entonces es bueno y necesario hacer economías y ser cauto al ir entregando las monedas para retrasar la bancarrota inevitable.
Tantas veces me habré calzado, tantas me cortaré el cabello, tantas veces producirá la médula un glóbulo rojo, uno más.
Matemática secreta, oculta, roja, de sangre y órganos, de acciones húmedas, acaso reprobables.
Pensó en los óvulos que nacen con la niña y poco a poco se liberan a su destino de procreación. Todos ya allí desde la beba sonriente en su cochecito. Los futuros hijos, uno por uno los óvulos, muchos, pero ciertamente no infinitos, y uno de ellos, el último.
No practicó el sobresalto, se alejó de parques de diversiones y deportes para no malgastar el número exacto de latidos que se le destinan. Y no fue nunca un hombre que temiera a la muerte, sino que sintió hacia los días futuros cierta clase de extraña avaricia.
Luego, y también por una de esas razones que se pierden en lo borroso, sintió que para él había un número exacto y prefijado de palabras que podría utilizar. Y las palabras entonces –se dijo- no será que las palabras también están contadas en el racimo que nos pertenece. No será que cada palabra achica el período de gracia, no será que al gastar los verbos, los sustantivos, no será que con la palabra de menos nos acercamos a la muerte.
La muerte como bolsillo vacío, como hueco.

Economía.
Sin percatarse demasiado, fue escardando sus frases hasta convertirlas en esqueléticas ramitas invernales. Cada adjetivo era un derroche, alguna vez comparó las descripciones a fumar un cigarrillo que fuera tapando los bronquios y envenenando lentamente los pulmones para provocar el colapso último.
Pero no es algo que meditase todos los días, y si le preguntáramos el por qué de su laconismo lo juzgaría producto de su carácter o de la mera costumbre. Antes, mucho antes de los psicólogos y las terapias ya sabíamos que cada acto es resultado de factores lejanos y sumergidos en el olvido. Ni tan siquiera es necesario creer en algo para ajustarse a sus reglas, seguramente reconocería lo absurdo del razonamiento si se detuviese en ello, pero ya habituado a la caligrafía japonesa de su vida, encuentra natural que para describir un temporal basten cinco líneas en un árbol y un cabello enloquecido.
Pensar la frase perfecta, la más breve. Abreviar, cortar, suprimir. Alejarse del precipicio final a través del ahorro.
Este escaso intercambio verbal se refleja en una notable sequedad en el trato, en poca transmisión de sus sentimientos y, finalmente, en sentir cada vez menos. Nada para decir, nada para compartir si cada palabra tiene un precio que pagará indefectiblemente.
Las palabras dichas son monedas que se alejan de la bolsa, las palabras pensadas se van recortando también, y la pizarra superpoblada de la niñez, llena de dibujos con tizas de todos los colores se le ha ido tornando pantalla de ordenador, campo blanco y letra destacada.
Tamaño ejercicio de estilo lo ha dejado en soledad. Tiene una esposa que lo tolera, dos hijos que lo soportan, compañeros que no notan su ausencia. A su lado florecen las narraciones y los graffitis, las conversaciones se entrecruzan y millones de informaciones innecesarias se derraman y gotean. La gente charla de lo importante y lo intrascendente, mienten, exageran, repiten.
Este hombre que calla es un palote negro, un redondo silencio en la sinfonía turbia de vientos y cuerdas enloquecidas.
“No, gracias” ha dicho. Perfecto, simple y fácil.
Llegará el día en que tanto ahorro encuentre la necesidad de ser dilapidado. Se suicidará sin pastillas ni soga de nudo corredizo. Será por despilfarro. De buenas a primeras comenzará a hablar y pasará del balbuceo al canto, del canto a los pensamientos inconexos, a las estrofas inabarcables y a la superposición de colores. Se le brotarán recuerdos y tirará adverbios a las fuentes, no reparará en gastos y a sus nietos les repetirá el mismo cuento hasta que las páginas manoseadas se manchen de masita de chocolate y crema de leche.
Pero este hombre todavía calla. Le resta un poco de tiempo, aún, para la liberación.



*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com





*


El agua blanda.
                  es una
calle perdida,
             sin pensamientos.

una canción
                        sin luz
 y sin esquina.



*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com





CUENTOS DE LA REALIDAD



Valentín está contento...*



*Por Carlos Alberto Parodíz Márquez. parodizlaunion@gmail.com



Un Rutini Sauternes, el vino dulce de elegancia y singularidad, requiere una copa especial y otra decisión conceptual: atacar con cuidada estrategia un helado de canela que preparó la tía Cota.
Estábamos en la sala luminosa que da al parque de la casa de Georgina. Ella, ensimismada, caminaba por él, tomada del brazo de Yon. Su continente grave no impedía disfrutar las líneas bellas, suaves de serena expresión que siempre cautiva a propios y extraños. 
Es de una elegancia natural que suelen disponer no muchas mujeres. Se desliza y el garbo, ademanes y gestos, son propios de alguien con refinada condición, que no se estudia, ni se adquiere; etérea le señalan algunos inquietos por descifrar el origen de lo incomprensible. 
Yon, su hermano, algunas cuestiones conserva, que le dan un aire de linaje misterioso. La majestad impone más allá de los protagonistas y estos dos portaban el atributo.
Esta observación propicia me tenía clavado contra un espejo oval de tamaño natural, que reflejaba la escena bucólica de esa tarde de sol, que febrero regalaba generoso.
Desde la mullida zona roja del sillón, donde me hallaba repantigado,  intuía la autoridad de sentirme trasladado en el tiempo, a un escenario dieciochesco.
Los altos muros de la casa temperlina sumaban a la sensación desde dentro, de estar en un castillo. Hasta los cardenales desfilaban con gracia y orden, apareciendo y desapareciendo de los setos vivos y laureles rojos que emergían de la zona arenosa.
Ese domingo (¿siempre en domingo?), la melancolía era una yegua desbocada que piafaba por orientar reclamos.
En el viaje, el Alfa gris me permitió repasar mejores paisajes, como el recuento de pecas en la espalda de la mujer dorada, repasada con esmero por la esponja verde, en una ducha compartida, difusos por el vapor, en un baño de estreno, durante otra noche tumultuosa.
Era grato y suficiente para ese día y esa ruta, luego del San Valentín que tuvo en vilo a mucha gente ansiosa de decir cosas, algo que permite sospechar que encubre bien aquello que no se hace, ser gentil, por ejemplo.
Nosotros regresábamos, parecíamos guerreros en busca de reposo, luego de estar con Fiona.
Ese 14 de febrero y no otro, se había ido Daniel. Ambos conformaron un matrimonio con más años de infortunio y donde el respirador artificial se llevó el remoto amor.
Las enfermedades terminales confrontan con la decadencia y esa frontera es difícil de cruzar y seguir enteros.
Fiona pudo, porque su vida cruza la de Sebastián, en una playa de otoño y dar con el dínamo y la energía; ese amor nuevo los puso en la umbría zona donde los amantes construyen otra realidad; una necesidad fatalista.
Eligieron y erigieron un lugar en el pueblo blanco que descubrieran por cuestiones azarosas y esa casa de madera semi oculta en el bosquecillo, abrigó las cuatro estaciones del amor.
Episódico, en cuanto a los encuentros, inalterable como un hilo de luz, durante la cuenta regresiva que a ritmo decreciente, imponía ese mismo respirador, el precio fue duro para ellos. Fue duro para nosotros, sobre todo para Yon, amigo de los tres en orden de aparición. 
Fiona, quien supo darle amparo diplomático durante una escaramuza europea donde las lealtades habían perdido una batalla, dejando el agrio olor a pólvora con sangre, contorsión y asfalto, como escenografía de otro desencuentro, con eso selló el vínculo.
La palabra del vasco siempre protegió a Fiona, incluso en algún aeropuerto “liberado”, donde suele confundirse la razón de la fuerza con la fuerza de la razón.
El tiempo moroso que la vida delimita, hizo que Yon entregara a Daniel en aquel hospital capaz de resolver toda complejidad, uniendo gestiones propias de un puente solidario.
Estar cuando hay que estar, era parte de su código. Estar cuando se debe estar, otra pieza de las tablas donde rigen los mandamientos personales y sagrados. Un códice, pensé.
Hasta allí, donde la sombra y el silencio abrigan de la tempestad, fue posible llevar a Daniel. El resto sería la densa espera de la vacilación. Quizá desde un ajeno cansancio, desde las zonas de las preguntas, Daniel se retiró y el camino se bifurcaba.
Durante ese tiempo entre tiempos, Yon supo acompañar las vacilaciones de Fiona, mujer ideal a la hora de idealizar mujeres. Le pesaba su propia dualidad, pese a que sabía cuanto era Sebastián y su amor, para Fiona. 
Ser la bisagra de tres historias siempre, mientras duró, lo tuvo incómodo. Sólo por eso fue que me pidió, un tiempo antes, que contara esa historia con forma de cartas.
- Me asomé a las estrellas porque te extraño -, fue el saludo de Sebastián; ya luego del luto natural que ella consagró al silencio y la soledad, la primavera de los sentidos les había devuelto la esperanza de amarse al sol.
Fiona y Sebastián marcharían para re escribir su carta de amor en la arena.

Aquí, en este salón de vueltas y espejos, yo contemplaba la caminata de los hermanos; Georgina  apoyada casi en el brazo de Yon, sonreía ¿le estaría confiando esta historia? No supe, pude o quise interrogar. Mi master sobre la propiedad de los silencios estaba logrado, no así el de la esclavitud de las palabras, hasta ahora.
Cuando regresaron, casi anunciadores del rocío imperceptible a derramar, parecían satisfechos; habrían saldado, seguramente, algunas cuentas y espacios prolongados. Yon no venía tan seguido como hubiera deseado -yo mucho más-.
Mientras ella deslizaba su intención de abocarse a los preparativos de una comida difusa  - antes de partir -, se detuvo a mi lado y casi con la fijeza interrogativa de Cecilia y sus ojos grises cuando desmenuza ciertos cuentos, Georgina, desde la intensidad azul de su mirada, casi como dejando caer las palabras que rodaron perezosas, aunque su significado no opacara la dulce gravedad del tono, dejó sitio a una indefinible, casi insondable bruma al rozarme...

 ¿Sigues siendo el hombre que escribe? -, bajé la mirada, avergonzado – ese -  mirando a Yon – vive – vos – me dijo - mirás la vida y como él la vive – No sé si el vasco escuchó.

Una leve sonrisa vagaba en su cara. Como no tenía recursos pensé que la oración es una disposición latente  y me hubiera servido... si la tuviera disponible...


-Febrero de 2005






"Los hijos de los días"*



*Por María Angelica. masterpittau@hotmail.com


Ayer (9 de mayo de 2012) fue un día muy especial pues he podido ver y escuchar a Eduardo Galeano. Invitación de Casa Amércia en Catalunya con la presencia de su director general Don Antoni Travería y la presentación del Rector de la UB Don Dídac Ramírez.
El nuevo libro de Eduardo Galeano "Los hijos de los días" publicado por Siglo XXI, fue Re- Escrito once veces "de cabo a rabo", este "libro libre" según sus palabras, ofrece pequeños relatos por cada día del año y según aclara "no pasan de una página". Lo estructuró siguiendo el calendario romano de 365 días y el 29 de febrero fue el que más le costó armar.
A través de su voz tan apacible y susurrante disfrutamos de muchos relatos tan auténticos a pesar del tiempo. En el libro va construyendo historias que atraviesan las fronteras, el espacio y el tiempo. Ovación del público cuando entró, aplausos tras cada historia, lleno completo, personas sentadas y hasta de pie que superaron la capacidad espacial del Paranimf.
En un lugar tan impresionante por su arquitectura y su belleza decorativa, el Paranimf de la Universidad de Barcelona fue el marco ideal para compartir esta presencia y disfrutar escuchando la lectura de algunas páginas de "Los hijos de los días".




*

Mayo 9

Nació para encontrarlo

... Howard Carter nació en la mañana de hoy de 1874, y medio siglo después supo para qué había llegado al mundo.
Esa revelación ocurrió cuando encontró la tumba de Tutankamón.
Carter la descubrió de puro porfiado, al cabo de años de mucho trajinar peleando contra el desaliento y los malos augurios de los expertos egiptólogos.
El día del gran hallazgo, se sentó al pie de ese faraón de vida fugáz, ese muchacho rodeado de mil maravillas, y pasó horas y horas en silencio.
Y regresó muchas veces.
En una de esas veces, vio lo que antes no había visto: había unas semillas caídas en el suelo.
Las semillas llevaban tres mil doscientos años esperando la mano que las plantara.


-Los hijos de los días
Eduardo Galeano






La de la bohardilla*


Entre yo y yo  la extraña, la que no se coaguló en eso que me nombra. Entre yo y yo las ruinas de la certeza. Entre yo y yo, miro por la ventana de mi casa de la infancia una calle tranquila. Las señoras buenas con cara de malas. Las malas sonríen desde la enredadera por la que se suben a los  sueños. Unos hombres hermosos llegados de la guerra lejana, de un país que ya no existe. La barrera de la lengua o alguna  otra pone en  la escena algo de lo prohibido. Cerca, una fábrica de chocolate, no  una niña que come chocolates, el  lugar donde nacen los chocolates. Esa cierta desmesura que guarda lo contenido. La calle, las veredas limpiadas con la fuerza de un verdugo que decapita al  erotismo. Hay vecinas que hablan de las otras, con la escoba y la lengua como armas.
Entre yo y yo, veo en la ventana una de mi. La imagen  se desgana, se deshace, aparece la protagonista de un cuento que todavía no leí,  que me arrastra al Danubio.
Una en Pest la otra en Buda
Una en la vereda, la otra  mira desde su alta buhardilla-cárcel
En la calle hay vida, vendedores, romances, juegos.
Por suerte la ventana se inclina a la vida, sin cables. Ningún botón podrá oscurecer la grieta en la cabeza ventana. Los golpes dejan sangre, pelos, abren fisuras en el muro. Por los libros se escapa la escritura. La grieta  se abre, en la herida de lo establecido,  un brillo resplandece.
Entre yo y yo, la palabra


*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com








El muso*


El tío era muy macho. Sensible si, pero sobre todo macho. Hasta tal punto defendía su masculinidad que en su vertiente de poeta buscaba la inspiración en un "muso". Esa obcecación le llevo a escribir poemas horribles, mal rimados y sin contenido, seguramente porque no encontraba la fuente de inspiración adecuada.

Ningún editor quería correr el riesgo de poner un libro suyo en el mercado y un amigo que se vio obligado a hacerlo se arrepintió toda su vida porque de los 3000 ejemplares de la tirada todavía tiene 2968 en su almacén.

Reconoció, al fin, que estaba errado admitiendo que únicamente en brazos de su musa podría escribir poemas originales y con sentimiento. Se dio cuenta, tras el éxito de su tercer libro, que la inspiración era como la vida; a él le gustaban las mujeres y había estado todos aquellos años manteniendo una
relación homosexual. Decidió olvidar definitivamente al muso. ¡Ya estaba bien de mariconadas!. Menos mal que sus amigos no se habían dado cuenta.



*De Joan Mateu. joan@cimat.es





Correo:

Estimado Eduardo:

LA PALABREJA de Joan Mateu, como siempre me provoca admiración y una sonrisa que no puedo ni quiero frenar, me sale del alma.
Admiro al autor por su creatividad y solvencia, con una diversisad temática que habla de su proverbial fecundidad literaria.
Admiro su humor agudo y su desenfado,  como mostrar que ya está de vuelta...
Saludos, y un abrazo.



*Celso. H. Agretti. celsoagr@trcnet.com.ar
PD. El libro "La raíz del BAMBÚ" estos días sale de imprenta.



*


Inventren Próximas estaciones:

ORTIZ DE ROSAS.
-Por Ferrocarril Midland-

SANTIAGO GARBARINI.
-Por Ferrocarril Provincial-


-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
http://inventren.blogspot.com/


-Editor Responsable del Inventren: Urbano Powell. urbanopowell@yahoo.com.ar
 http://urbamanias.blogspot.com/


Al salir de la Estación de empalme Ingeniero de Madrid, el Inventren sigue un doble recorrido por vías del ferrocarril Midland con destino a Puente Alsina, y por vías del ferrocarril provincial con destino a La Plata.


-las estaciones por venir en el ferrocarril Midland:


ARAUJO. BAUDRIX.  EMITA.  INDACOCHEA.  LA RICA.

SAN SEBASTIÁN.  J.J. ALMEYRA.  INGENIERO WILLIAMS.

GONZÁLEZ RISOS.  PARADA KM 79.  ENRIQUE FYNN.

PLOMER.   KM. 55.   ELÍAS ROMERO.

KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.

LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.

ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.

MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI. 

KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.

 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.  

PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.



-las estaciones por venir en el ferrocarril  Provincial:


BLAS DURAÑONA.   LUCAS MONTEVERDE.   EMILIANO REYNOSO.

SALADILLO NORTE.   GOBERNADOR ORTIZ DE ROSAS.

JOSE RAMÓN SOJO.  ÁLVAREZ DE TOLEDO.    POLVAREDAS.

JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.

FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.

ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.

ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.

D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.

  ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.

ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.


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