viernes, mayo 04, 2012

YA NO VIVO EN MI ÉPOCA SINO EN MI MUNDO...


-Dibujo: "Cantos de sirenas"
de Ray Respall Rojas.



AMOR DE SIRENA*



Mi amado hoy es de estrellas,
Es de esferas, sol, incienso,
Riscos, campanarios, alas…
Mi galante marinero.

Como efluvio de mareas,
Como seda son sus dedos;
Es un nido de alcatraces
El lecho en el que me tiendo.

Abro, por mirarle, el cofre
Donde oculto nuestro espejo;
Versos, caracolas, perlas,
Arpegios de ese mar nuestro.

Huracanes me lo acechan…
Arco iris lo hacen lejos,
Cielo triste de gaviotas,
Plumón de ave, primer vuelo.

De nube, ocasos, violines,
De rosas en el desierto,
De sutiles llamaradas
Es el puente que le cerco.

Mi amor, el de otras vidas,
Taumaturgo, aventurero,
Perdió, al cruzarlo, el mapa
De la isla en que lo sueño.



*De Marié Rojas.
La Habana. Cuba




YA NO VIVO EN MI ÉPOCA SINO EN MI MUNDO...





PILAR*

           

*De Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar


Ahora resulta que Angelito Balquinta no era de Racing sino de Boca Juniors, según asegura Roberto Escudero, su antiguo vecino y como es muy memorioso habrá que creerle. Será así entonces.
¿Pero cómo, yo tardé sesenta años en saberlo? Y mientras esto sucedía, digo la vida, adónde estaba esta información escondida que no supe encontrarle el camino, ni la forma y vino así, de pronto como una revelación que como tal, siempre suele ser inesperada.
El placer que me produjo haber paseado con mi nieta Pilar (su manita breve en mi mano inmensa)  por el patio arbolado de mi casa paterna, ha sido inmensurable. De pronto soltó mi mano y entró por la puerta de la cocina y desde allí fue curioseando todas las habitaciones.
Cuando salimos a la calle le mostré los tres potrillos de Mariano Salvucci quienes al vernos saltaron bajo el sol cálido del mediodía como por un inmenso vidrio transparente. Están allí, en el terreno grande, que fue de don Irineo Rojas y tal vez de Cayetano Gallardo, allí en el mismo lugar otrora repleto de hinojales donde se escondía a jugar Ricardito Spina, hijo de aquel peluquero bonachón a quien llamaba “El pobre”.
Cuando volvimos a entrar bajo las sombras propicias de los dos primeros fresnos, Pilar quiso sentarse en la base de una vieja bomba de mano que alguna vez puso mi padre. Está oxidada, en desuso, pero sirve aún para que una enredadera silvestre se ocupe de vestirla tal vez para que no pase las noches tan tristes y desoladas.
 Pilar corrió también sobre el pasto recién cortado por la diligencia de mi hermano, ingresó al pequeño y desvencijado galponcito donde mi padre guardaba sus herramientas y yo ocupo con la leña que me corta Mario Compañy. Y cuando salió de allí tenía entre sus bracitos un inmenso perro de paño que perteneció a mi sobrino. Salimos a la vereda y  le mostré los perros, Ratín, de los Carriedo y Gentilicio, de mi hermano y su familia.
Luego le mostré el lugar donde había jugado a las bolitas con los otros chicos, debajo de la sombra del viejo paraíso que no está. Debajo de esa sombra propicia y protectora, nos encontrábamos una tarde jugando. Habíamos trazado un círculo en la vereda de tierra, habíamos puesto cinco bolitas cada uno distribuidas raleadamente para no ofrecer blanco fácil al bolón que arrasaría las piezas. Cuando nos alejamos veinte pasos para echar suerte quien arrimaba primero, y el que lo hacía más cerca de ese gran círculo tendría la primera opción para ir dejando bolitas fuera del círculo y quedarse con ellas.
Ramón López, o el gordo López, como  prefieran, era mucho más grande que nosotros y por lo tanto nunca lo dejábamos jugar, y estaba apoyado en el tronco añoso del gran árbol. Cuando nos descuidamos, se agachó, ágilmente manoteó todas las bolitas y salió a la carrera hacia su casa. Entre la sorpresa y el estupor y la reacción previsible empezaron a volar los cascotazos que apenas dieron débilmente en su espalda grosera.
Aunque de verdad, estas bolitas eran de cemento, muy toscas, es más, no sé si se fabrican hoy, y estaban pintadas: rojas, verdes, azules, amarillas, tal vez violetas; se vendían muy baratas en el almacén del Cholo Belluschi, quien las exhibía en un gran frasco de vidrio y por sólo diez centavos de entonces se podían llenar los bolsillos. Diferente eran las “lecheritas” como las llamábamos a unas blancas; para no hablar de las “nubes”, esas  hermosísimas que parecían tener una gasa dentro del vidrio transparente, y no la usábamos para jugar por temor a que un bochazo con esos grandes bolones de cemento o de acero las transformaran en tristes “cachuzas”, como se les decía a las que le faltaba un pedazo. Se usaban las “lecheras”, como valor de cambio. Si una de éstas valía diez bolitas ordinarias  las “nubecitas”, podían valer el doble o el triple. Según el valor del mercado de los niños de entonces, suponiendo que algo así existiera.
Es probable que todo esto lo haya pensado mientras iba mostrándole todos estos lugares a Pilar, y que fue una bendición del destino que me permite de algún modo azaroso enhebrar su brevísima infancia con la mía tan, pero tan lejana que ella no puede llegar siquiera a percibir todavía.
Y mientras volvía hacia los caballitos de Salvucci en el terreno de enfrente para que los viera 
–azorada- retozar, miré hacia el cielo muy azul, que cortejaban bandadas de pájaros en formación marcial y apenas desordenaba esa garza perdida, mientras pisábamos el oro bruñido de las hojas del fresno más viejo.

                                                               




CUANDO ÉRAMOS CREYENTES*

  
*De Monica Russomanno russomannomonica@hotmail.com


  No confío en los vendedores. Sospecho con ojos oblicuos de las muchachitas simpáticas que me aseguran que el cuero va a ceder, ni lo dude, apenas lo use un poco se estira. Desconfío del dependiente de la fiambrería que alaba lo excelso de un jamón cocido paralelepípedo perfecto (¿de un cerdo de cartón piedra? ¿de un cerdo pintado por Picasso en etapa cubista? ¿de cerdo?, me pregunto al fin y acortando la interrogación). No les creo para nada a los vendedores de automóviles que aseguran cuotas y financiaciones como oportunidades únicas e imperiosas.
     No le creo al gasista que me dice que el problema en el calefactor es el pipertrico de la gisbátula, ni le creo al médico que duda poniendo el dedo sobre el vademécum como sobre la tablilla adivinatoria de algún hechicero de arcilla y paja.
     Todos son recienvenidos, pasajeros que circunstancialmente ocupan este lugar esperando a que quien se baje en una estación próxima deje un asiento libre. Son los no profesionales, los que esperan ser descubiertos por algún evento televisivo, conseguir algún puestito en el estado, zafar; esto es mover rodillas y cintura, desprenderse del yugo y pastar apaciblemente al sol.
      Con reverencia escuchábamos al plomero cuando hablaba de soldaduras, codos y conexiones, con fe de beatos seguíamos las recomendaciones que salmodiaba el señor del bazar para cuidar la batidora eléctrica; recitábamos las instrucciones para la conservación de la paellera que nos había dado un herrero y cumplíamos la novena dictada por el paragüero para desanudar varillas y mantener intacto el velo impermeable.
     Ahora de inmediato nos damos a la sospecha.
     Escuchamos con cara de que sí pero pensamos mejor busco otro presupuesto, otra opinión, pero entonces cómo sé quién tiene razón, si seguro el próximo que consulte me va a decir otra cosa. Y la cara sigue tratando de ser impávida, pero qué desasosiego, y mucho fastidio encabalgado, y allá al fondo la resignación y la derrota.
     Creíamos, por aquellas épocas, que la gente sabía lo que estaba diciendo, creíamos que la gente se dedicaba a su oficio y mantenía visibles las banderas de su orgullo profesional. No sé si sabrían o no, no sé si el porcentaje de ineptos e ignorantes es mayor o menor por estos días, pero la sensación de sospecha, la sensación de que nos están diciendo mentiras convenientes es desconsoladora. Y esa horrible sensación de que ni tan siquiera nos mienten sólo por provecho sino por desidia, desinterés, ineptitud.
     Y leer algo en internet que algún ser ignoto puso allí porque se le dio la gana, y escuchar a algún político sosteniendo con énfasis e impunidad exactamente lo opuesto a lo que sostuvo cuándo, la semana pasada tal vez, quizás ayer a la siesta. Y que nos hagan promesas de felicidad desde la televisión, y no creerle a los productos para el cabello con esos extraños ingredientes activos como los polvos para lavar la ropa, y no creer en fin que haya algo seguro y sólido, y hasta estar contentos de que el tembladeral socave cimientos y permita que las torres inclinadas se den por término en los suelos.
     Pero esta sensación de no creer, pero esta enfermedad de la sospecha. Con ojos rasgados medimos las efusiones de los dependientes, calibramos el tono de los operarios, repetimos las fórmulas de atrás para adelante a ver si en el mensaje está la voz del diablo.
     Y qué pena que los niños del parvulario no le crean a la maestra, que las voces de los profesores se topen con muros de sospecha altos como fortalezas inexpugnables. Cuánta tristeza tanto sesgo, tanta desconfianza.
     No digo tanto como en un dios, pero sería bueno poder creer en nosotros mínimamente. Al menos en dos o tres personas, al menos por un rato.

                                                                                


*


Mi yo
No es solo mío
es tan grande y tan perfecto
mi yo
concierne a mis afectos
alli es donde es amplio
y opulento
entran en él tantas personas
que son multitud
alli descansan en distintos compartimientos
mis amores
los que son reconocidos
y los que guardo en secreto.-


*De Azul. azulaki@hotmail.com





El futuro silencioso*



*Por Juan Forn


El nene de Simon Reynolds descubre, en un viaje en colectivo, que en los colectivos de Nueva York hay una gaveta con mapas gratis de los distintos barrios de la ciudad. Se trae uno de cada viaje que hace, y le pide al padre ir en colectivo a cualquier parte. Cuando no encuentra uno de los que le faltan, no se lleva ningún mapa. En uno de esos viajes, al ver la cara de decepción de su hijo, Reynolds le propone ir hasta la terminal y traérselos todos. Reynolds, para definirlo mal, es un periodista de rock inglés, pero ya hablaremos de eso. Alcance con decir por ahora que Reynolds es lo que es porque un día de muy chico empezó a devorar música y no paró nunca más. Esa es su segunda piel. Por eso, su primera reacción es proponerle al hijo ir a la terminal y traerse todos los mapas. Pero el hijo le contesta que no quiere ir a la terminal; lo que quiere es ir juntando los mapas de a uno.
Reynolds tiene entonces una epifanía. Piensa que su hijo es hijo de tigre. Recuerda sus primeros tiempos en la música, cuando juntaba moneda a moneda durante la semana para poder comprarse un disco cada viernes y se le hacía tripas el corazón si lo que escuchaba, al llegar corriendo a su casa, no le gustaba, pero seguía escuchándolo febrilmente hasta encontrar algo que justificara la compra. Reynolds recuerda cuando todo era espera, la llegada de un disco, la ocasional aparición en la tele de alguno de sus ídolos (y si uno se lo perdía, no lo veía más, porque nunca se repetía, y casi nunca ponían en la tele a sus ídolos). Reynolds recuerda aquella espera y entiende que ése fue el combustible acumulado que lo detonó después a una vida de escucha ávida, cada vez más multifacética y enfermita, hasta saber quién toca en cada disco, en qué momento preciso ocurrió cada avance del rock y cómo se multiplicó en mil esquirlas.
Reynolds tiene algo que a mí me encanta: no cree que está escribiendo sólo de música cuando escribe, y abre el espectro en muchas direcciones, todas inteligentísimas, pero a mí lo que me pierden son sus exabruptos confesionales. Reynolds dice, por ejemplo, que ha invertido todos sus esfuerzos, desde la adolescencia, para paliar el estigma de nacimiento de su generación: haber llegado tarde a los ’60 y al punk. Reynolds es el gran crítico musical del momento, de Londres se fue a vivir a Nueva York, le publican todo lo que escribe y le piden más, pero algo lo está perturbando últimamente: la curiosa y cada vez más evidente lentitud con que avanza la primera década del siglo. De hecho ya ha terminado y Reynolds descubre que nada de lo que sonó en los 2000 no sonaba ya en los ’90.
El hijo podría tranquilizarlo: “No pasa nada, sos mi papá igual, sólo te estás viniendo viejo”, para no decirle que hay un momento en que uno va dejando de vivir en su época y empezando a vivir en su mundo. A algunos les pasa a los cincuenta, a otros a los cuarenta, a otros les empezó a pasar a los treinta o incluso antes (y así quedaron: demasiado poco tiempo en su época para alcanzar a construirse un buen mundo donde irse a vivir después). Reynolds ronda los cincuenta. Pero como está tan acostumbrado a su inteligencia, a procesar fructíferamente la demencial data que acumula día a día, año a año, suma la frase de su hijo al total de lo que tiene en las mil pantallas prendidas en su cerebro y elabora toda una teoría, que bautiza “Retromanía”, y que viene a ser el saqueo del pasado en busca de novedades. Dice Reynolds que las mujeres jóvenes de hoy a quienes les importa la ropa llaman a su ropero el archivo: eligen por década su vestuario (vintage o copias actuales retro). Y dice que los músicos hacen igual: eligen su sonido, lo arman como quien abre el ropero, y dice “guitarra Hendrix con base drum’n’bass etíope, caños y cuerdas balcánicos y encima una voz de francesita jadeando”. Dice Reynolds una cosa muy divertida: que antes los buenos periodistas de rock sabían más que los músicos de rock (yo fui testigo del día en que Fresán sentó a Calamaro a escuchar a Dylan en una época en que nadie escuchaba a Dylan: mediados de los ’80); y ahora, en cambio, los músicos saben de discos como buenos periodistas, como estudiosos. Y que esa música hecha por voraces coleccionistas de discos, escuchas enfermos de toda música que alguna vez buscó cambiarlo todo, es el opuesto exacto de la música de la que se nutren: ensambla perfecto, pero no cambia a nadie. Por eso la década sigue quieta, aunque los dígitos cambien.
“Recuerdo la adrenalina del futuro”, dice Reynolds: una sensación pura y dura, la sensación de que estabas oyendo el sonido de mañana, de que estabas ahí cuando el presente se movía. El que lo pone en pasado soy yo; Reynolds la describe en tiempo presente, porque no puede ser infiel a esa electricidad, él quiere seguir siendo moderno hasta el fin, por eso agrega: “Todavía creo que el futuro está ahí afuera”. Como diciendo: no hagan mucho caso a los exabruptos confesionales en un libro que es una máquina de cruzar data y sacar conclusiones. Pero yo no podía evitar oír ese agónico clamor generacional mientras leía: hubo un tiempo en que el presente se movía. Ya dije que Reynolds lo supo de oídas: en los ’60 no estaba; en el punk tampoco. Pero vivió toda su vida con la adrenalina del futuro en la cabeza. Le puso letra a esa canción. Hubo un tiempo en que periodistas a quienes el rock les había abierto la cabeza les abrían a su vez la cabeza a esos músicos que veneraban, y la música que salía de ahí abría más cabezas todavía, y el presente se movía. Y de pronto, a fines de 2010, en un micro neoyorquino, juntando mapas gratis con su hijo, sintió: qué lenta viene esta última década, por qué será.
Me traje de Buenos Aires el libro de Reynolds en mi último viaje, además de traerme a mi madre a vivir conmigo; quizá viene de ahí esta conciencia un poco exacerbada de los ciclos de la vida. Quizá venga también de algo que en ese mismo viaje me mostró mi amigo Ciro, algo que está escribiendo. Ciro tiene veinte años. “El 5 de marzo murió mi abuela. La última de los siete hermanos Etchegaray nacidos a principios del novecientos. Con ella se fue para mí la historia del siglo XX y la posibilidad de hablar con alguien que había ido a un concierto de Gardel, alguien que escuchó a Evita por la radio, alguien que nació cuando aún no había terminado la Primera Guerra Mundial y se refería a la Segunda como si hubiese ocurrido la semana pasada. Quise explicarle a un amigo lo que significaba para mí la ancha vida de mi abuela y le dije eso, le dije que ella estaba viva mientras se escribían buena parte de los libros que más nos marcaron. Cuando Joyce publicó el Ulises, Maruca tenía seis años. Y hasta que no tuvo treinta y dos no existía en el mundo el Adán Buenosayres de Marechal, que fue publicado en 1948”, y así sigue, maravillosamente. A diferencia de Reynolds, yo hace tiempo que ya no vivo en mi época sino en mi mundo, pero también creo en el futuro. Cuando leo cosas así, escritas por alguien de veinte, creo en el futuro.


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-193237-2012-05-04.html








QUE LAS CAMPANAS NO LLOREN POR TI*


Como de cielo revuelto
van cayendo las palabras.
Han de cruzar ese río
y llegarse con el viento
a millones de oídos 
de madres y padres nuevos:
PARAD LAS GUERRAS.

Como de cielos revueltos
van cayendo sobre el puente
las palabras. Por debajo
corre sangre. Las aguas
se arremolinan, traen el calor
de los muertos:
PAREN LAS GUERRAS

Que se acaben esas voces
y que se partan las piedras...
Que el calendario se rompa
y se adormezca la tierra.
Que esas campanas
no llamen nunca a tu puerta:
POR QUE SE ACABEN LAS GUERRAS


*De Marta Zabaleta, mzabaletagood@gmail.com
Essex, Reino Unido, 1 de mayo de 2012
http://martazabaleta.blogspot.co.uk/2012/05/poesia-por-la-paz-de-marta-zabaleta.html





*

Siempre me dijeron que el monoteísmo significaba un progreso para la humanidad, me resultó muy difícil entenderlo. Pienso (como un pequeño consuelo) que si hubieran existido muchos dioses, alguno hubiera posado su divina mirada sobre la Esma.    


*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com





Para leer en Aurora Boreal.

-Selección de poemas de Sebastián Fiorilli.
 http://www.auroraboreal.net/index.php?option=com_content&view=article&id=1160:sebastian-fiorilli&catid=82:poesia&Itemid=199




*


Inventren Próximas estaciones:

ORTIZ DE ROSAS.
-Por Ferrocarril Midland-

SANTIAGO GARBARINI.
-Por Ferrocarril Provincial-


-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
http://inventren.blogspot.com/


-Editor Responsable del Inventren: Urbano Powell. urbanopowell@yahoo.com.ar
 http://urbamanias.blogspot.com/


Al salir de la Estación de empalme Ingeniero de Madrid, el Inventren sigue un doble recorrido por vías del ferrocarril Midland con destino a Puente Alsina, y por vías del ferrocarril provincial con destino a La Plata.


-las estaciones por venir en el ferrocarril Midland:


ARAUJO. BAUDRIX.  EMITA.  INDACOCHEA.  LA RICA.

SAN SEBASTIÁN.  J.J. ALMEYRA.  INGENIERO WILLIAMS.

GONZÁLEZ RISOS.  PARADA KM 79.  ENRIQUE FYNN.

PLOMER.   KM. 55.   ELÍAS ROMERO.

KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.

LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.

ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.

MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI. 

KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.

 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.  

PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.



-las estaciones por venir en el ferrocarril  Provincial:


BLAS DURAÑONA.   LUCAS MONTEVERDE.   EMILIANO REYNOSO.

SALADILLO NORTE.   GOBERNADOR ORTIZ DE ROSAS.

JOSE RAMÓN SOJO.  ÁLVAREZ DE TOLEDO.    POLVAREDAS.

JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.

FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.

ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.

ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.

D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.

  ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.

ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.


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