lunes, junio 29, 2009

EL LABERINTO DE LA RAÍZ...



-ILUSTRACIÓN DE FREYJA. freyja_walkyrien@hotmail.com


HARAPOS DE ABANDONO*



Petrificado en el exilio de la noche,
el gnomo de membranas hambrientas
y heridas coaguladas por el látigo del sol,
suplica silencioso y a la intemperie por su huérfana inocencia.

Golpeado sobre la lozana piel naciente
desgarra sus sueños sobre el fango.

Querubín a la espera del retorno, desnuca a la justicia
tras el peso de una lágrima,
gestada desde las entrañas de su orfandad.

Vestido con harapos de abandono,
busca encontrar la esquina de su infancia,
atravesando angustias con sabor a prepotencia
que anule cicatrices, marchite lo imposible y destiña ausencias.

Metamorfosis de verbos, vigilan el “pienso” carcomido,
fantasma encadenado al sordo murmullo de los días,
que dañan crucifijos pintados de esperanza
entre las tenazas abiertas y dolosas de un germinado desafío.

Con resignados pasos,
cruza la frontera del destino al ritmo de los ciclos de la luna.

Atento a sus treguas sin color, rescata las siglas de los sueños
que suspendidas quedaron en el buzón del tiempo.
En búsqueda de Dios,
un par de sonrosadas mejillas sombrea la vida,
en reclamo justo por el dorso edénico de su inocencia.



*De Mary Acosta poemasdemary@hotmail.com





EL LABERINTO DE LA RAÍZ...





Fatalidad de los Espejos de la Lluvia*



*de Sergio Borao Llop. sergiobllop@yahoo.es
http://www.aragonesasi.com/sergio
http://sbllop.blogia.com
http://es.groups.yahoo.com/group/Camino-Al-Andar/



Afanosamente llovía sobre los innumerables paraguas que poblaban las avenidas y se abrían hacia el cielo gris, como un gesto desafiante. El rítmico redoble de la lluvia trabajaba con paciencia las aceras, las copas oscilantes de los árboles, el colapsado tráfico, las solitarias chimeneas que habitan los tejados, los verdes setos que flanquean la glorieta. Caía de costado contra los ventanales de los pisos altos, tras los cuales podían verse, espaciadamente, rostros confortados al sentirse inmunes al caprichoso trajín de la naturaleza. Envolviendo la ciudad en un húmedo abrazo ineludible, llovía aquella tarde en que descubrí a Irene.
(Sí, porque más que un encuentro, fue un descubrimiento, un abrir los ojos a una luz desconocida, casi un deslumbramiento. Fue como si la multitud apresurada de pronto no existiera, como si en toda la plaza no hubiera nadie más, nada más que ella y las baldosas blanquinegras, brillantes a causa del agua que corría vertiginosa sobre ellas, buscando los desagües; ella abandonadamente sola, pequeña, majestuosa, improbable, caminando sin prisa y sin paraguas bajo la furiosa calma del agua que caía.)
Llevaba el pelo mojado; gruesas gotas de agua resbalaban por su rostro, hermoso y acaso algo triste, uniéndose después en la caída al torbellino de las otras gotas y estallando con ellas al contacto del suelo, frío e inflexible, formando una misteriosa melodía que se propagaba por el aire fresco del atardecer urbano.
(Su pelo corto y empapado, sus ojos asombradamente abiertos y mirándome. A mí, que tampoco llevaba paraguas; a mí, con el pelo lánguidamente pegado a las sienes y a las orejas; a mí, que al igual que ella, caminaba con calma dejándome llevar por la irreprimible nostalgia de las tardes lluviosas; a mí que la miraba con idéntico asombro.)
En una tarde tan oscura, tan llena de nubes, un paraguas parece la más elemental de las precauciones. Pudo ser, entonces, un alarde de indiferencia o de temeraria arrogancia lo que nos unió bajo los porches de unos grandes almacenes. Nos miramos sin poder, sin querer evitar la risa, sin esforzarnos en sofocar la carcajada que nos provocó la visión de nuestro propio aspecto de perritos mojados y vagabundos.
(Pero era otra cosa, algo más trascendente, más sutil; era un devorar de ojos, un tratar de disimular la propia turbación, un disfrazar con risas aquello que, indescifrable aún, ya nos estaba incendiando por dentro)

Después, como un violento ataque de vergüenza, sobrevino el silencio. Fue el momento de las miradas esquivas, de los gestos delatores del naciente nerviosismo. Con impotente resignación, observamos la multitud embozada que surcaba con impaciencia las aceras en dirección a sus casas, a
sus trabajos, a sus diversiones. Nuestra espera nos brindó el deleite de la contemplación de esas escenas que suceden todos los días y a las que, por desgracia, somos casi siempre ajenos: La tarde que declinaba, las calles vaciándose, las farolas llenándose de luz y alumbrando la imperturbable cortina de agua que no cesaba, las puertas de los almacenes cerrándose, la noche llegando con todas sus promesas y todas sus decepciones y todas aquellas ventanas iluminadas allá arriba. Y aquí, tan sólo nuestras sombras,
conscientes de la inutilidad de la espera (porque se adivinaba en el cielo cargado de nubarrones la inutilidad de tan larga espera) y a pesar de todo (pero sabíamos el motivo, íntimamente lo sabíamos, como se sabe de repente que alguien, al otro lado del mundo o del tiempo, está llorando)
prolongando nuestra estancia allí, como si algo impalpable y certero nos retuviese bajo la protección de los ensombrecidos porches. En un momento impreciso, nuestras bocas se abrieron simultáneamente sin llegar a emitir sonido alguno, y fue otra vez la risa, el tibio temblor de sentirse,
por un instante, reflejo de otros actos. Después, inesperadamente, nos besamos.
(no la besé, no me besó; fue un acercamiento mutuo, una llamada paralela que juntó nuestras bocas, y nuestros destinos, frente al sonido monótono de la lluvia golpeando inquebrantable el asfalto por el que, a esa hora, no circulaba nadie)
Un beso largo, cálido, desesperado; un hundirnos en mares inesperados y abismos confortables; un despertar, acaso. Sentí, como un desgarramiento, su lengua abandonando mi boca, sus labios separándose de los míos, sus ojos que me miraban con gratitud, con infinito cariño, con incurable tristeza.
Cuando quise hablar, su mano se posó suavemente sobre mi boca. Luego, sólo pude contemplarla mientras se alejaba bajo la lluvia sin un adiós.

En días sucesivos, busqué con ansia su adorada figura entre las multitudes.
Frecuenté monstruosos hipermercados, tranquilos parques, bulliciosos bares nocturnos, calles insoportablemente transitadas y calles vacías. En vano fatigué librerías, hoteles. Sin mayor fortuna, inspeccioné tiendas de paraguas, perfumes o flores. A veces, creí adivinarla al fondo de atestados
corredores o en algún restaurante, tras las vidrieras.
Otras tardes lluviosas, tuve la dicha de compartir con ella improvisados refugios, cálidos besos, interminables silencios de ojos atrapados sin salida. Luego, solíamos caminar bajo la lluvia sin preocuparnos de evitar los gruesos chorros de agua que se precipitaban desde arriba, desde los desagües de los tejados, y se deshacían en violentas embestidas contra el empedrado gris de las aceras. Ibamos dejando atrás las calles sin nadie, las tiendas cerradas, los bares repletos de gentes que
charlaban y reían bulliciosamente prolongando al máximo el retorno, el temido regreso a sus casas, a los cotidianos problemas domésticos, a la incomparable sensación del hogar-dulce-hogar.
La costumbre nos hacía caminar sin rumbo, acaso dando vueltas a una plaza, o deslizándonos por callejas mal iluminadas que desembocaban en avenidas infernales, que cruzábamos con rapidez en busca del sosiego de las otras calles, menos concurridas, más acordes con nuestro propio deambular
enmudecido. No podría decirse quién elegía los itinerarios. Era como si el azar nos guiase a su antojo, para separarnos inequívocamente en una esquina, al borde de un semáforo parpadeante o en la puerta de alguna discoteca de moda.
Fue una de aquellas tardes cuando, no sin asombro, me fue deparado el placer de escuchar la añorada melodía de su voz. Frente a una pequeña puerta acristalada, clavó sus negros ojos en los míos y, con mucha dulzura, con innegable pasión y tal vez algo de miedo, dijo:
- Aquí es donde vivo. Me gustaría que subieras.
(¿Habré de confesar que ese tan deseado sonido consiguió turbarme?
¿Me atreveré a declarar que despertó en mi alma fuegos que jamás ardieron antes de ese instante y esa voz? ¿Diré, finalmente, que un maremoto de música inundó mi mundo, sordo e indiferente hasta entonces?)
Y naturalmente, subí. Me maravilló el alegre apartamento de aquella muchacha frágil que tanto me enternecía, y cuya presencia tanto lograba pacificar mi atormentado espíritu. Incoherente, anacrónicamente, osé pronunciar palabras, intentando elogiar la decoración, mostrar mi fascinación nacida de aquellos colores, de aquellos cuadros, de aquel silencio cargado de melodías anunciadas. Pero fue su mano la que tomó mis manos; fueron sus labios los que apagaron, elocuentes, las vacías frases que
comenzaban a formarse en mi boca herética, y volvieron a sumirme en las profundidades de un cielo húmedo y dulce.
Sin embargo, nuestras ropas y nuestros cuerpos estaban mojados y nos hacían sentir las punzadas del frío.
(frío de soledad, frío de círculo de tiza alrededor, frío de atardeceres sin nadie y sin esperanza de nadie)

Una ducha tibia, relajante; un ponche caliente, unas suaves caricias, un desatar las antiguas ligaduras que nos aprisionaban al suelo cotidiano de quienes vagan sin rumbo por las inclementes calles de la vida, y supe que me quedaría allí, que no regresaría más a la insufrible humedad de mi triste habitación. Todos los fantasmas del pasado, toda la incomprensión, todas las heridas, quedaban definitivamente atrás. Ahora,
Irene me abría las puertas de un nuevo sendero, tan diferente que hasta los más íntimos recuerdos habían de ser desterrados sin posibilidad alguna de regreso.
Asistí, casi con incredulidad, al nacimiento de nuestra propia primavera, hecha de miradas cargadas de promesas, de caricias llenas de ternura, plenas de suavidad y de cariño, de música. Todo era mágico: el delicado gesto de desvestirnos con la timidez del primer encuentro, el arduo descubrimiento de nuestros cuerpos, como un juego, la incomparable languidez del primer beso al abrigo de las sábanas, el pulso acelerándose lenta e inexorablemente, el fuego desatado devorando labios, mejillas, hombros,
incandescentes curvas, maravillosos recodos de carne palpitante, las manos recorriendo con avidez y algo de torpeza incontrolable cada centímetro de piel, convirtiendo en hogueras nocturnas nuestros cuerpos; cuerpos que se buscaban sin descanso entre mares de sudor y ternura, cuerpos que se
estrellaban y rendían, cuerpos que se arracimaban sobre el blanco cuadrilátero sin conceder la mínima tregua, cuerpos sedientos y entregados cuya sed no pudo ser saciada.
(Y entonces lo supe; lo supe en la incomparable perfección de sus besos, en el cálido contacto de sus labios, en el dulcísimo aroma de su cuerpo tibio y frágil, en el sabor excitante de su piel enardecida, en la cadencia melancólica de la música que llenaba el ámbito de la acogedora habitación; lo supe en el empapelado azul de las paredes, en el pausado repiqueteo de la lluvia sobre el alféizar de la ventana, en el llanto desconsolado que resonaba blandamente en el piso superior. Con infinito pesar, lo supe, y ella también debió intuirlo porque, de repente, nos miramos y en nuestros ojos brillaban lágrimas gemelas, irreales afluentes de un amor condenado por los dioses. Entonces nos abrazamos con fuerza. Un llanto violento, convulsivo, azotó nuestros cuerpos hasta que el cansancio se nos apoderó de la consciencia y nos condujo hacia las vastas regiones del sueño, dejándonos en la más completa indefensión frente al alba futura)
Después, los días se precipitaron en veloz carrusel. Cada instante compartido lograba unirnos un poco más, al tiempo que nos iba separando del resto del mundo. Cada noche, nuestros cuerpos se buscaban con frenesí sin conseguir hallarse, como si perteneciésemos a dimensiones diferentes, como
si estuviésemos tratando de amarnos a través de un cristal odioso e indestructible, lo mismo que si una invisible barrera alejase brusca e irremediablemente nuestros cuerpos ávidos de pasión, hambrientos de placer, deseosos de dar y de recibir ese amor que crecía desproporcionado en nuestro interior y que, a pesar de todo, no llegaba nunca a consumarse de forma definitiva.
Pero todos estos desencuentros, en contra de lo esperado, nos acercaban más y más, nos forjaban diferentes a esas otras personas que pueden sonreír con satisfacción tras el vertiginoso instante del orgasmo que les arrebata, nos otorgaban un doloroso e indeseado privilegio que lograba unirnos de una forma brutal que descartaba de antemano la idea de una separación que, acaso, hubiese resultado aún más insoportable.
(Pero todas aquellas flamígeras miradas de amor
todas las palabras susurradas
todas las caricias recibidas
las descontroladas lenguas deslizándose por la tibieza de las pieles y
entrelazándose, repentinamente vivas, en nuestras bocas lujuriosas
la temerosa ejecución de otros juegos eróticos de innecesaria
enumeración y doloroso recuerdo
las otras palabras, atroces e inútiles...)
NADA.
Lo mismo que el saldo definitivo de una caja registradora estropeada. Pero nos retenía la esclavitud a ese amor que se nos escapaba por los ojos y en cada gesto de nuestras manos, que se desbordaba en nuestra sangre (que alguna vez vergonzosamente derramamos) y que nunca acababa de definirse, de
concretarse en algo real, en algo que pudiésemos llamar nuestro, en algo que poder recordar años después, cuando sólo la soledad y el tedio viniesen a ocupar los infinitos atardeceres de encierro en habitaciones frías, silenciosas, insoportablemente luminosas y sin nadie.
(Curioso que fuese a llamarse Irene. Y qué bonito nombre, pero ¡qué cruel! Porque Ire y después ne. IRE, como un ofrecimiento, como una caída voluntaria y vertiginosa en el tan deseado torbellino de pasión, en el mágico caleidoscopio de manos, labios y sonrisas uniéndose en extrañas figuras y desatándose contra la tristeza de los atardeceres otoñales...
Y después NE, como una negación, como una falaz contradicción, un inexplicable rechazo que consiguió herirnos con una intensidad jamás presentida. Curioso también que yo (¡a pesar de todo!) nunca me hubiese parado a pensarlo, a examinarlo en esta forma dolorosa, acorde, en cierto modo, con la realidad, con nuestra propia y cruda realidad de amantes sin esperanza y sin posible consuelo)
Una noche lluviosa, abominable, nos separamos para siempre.
Tal vez fue la vida (porque encontramos en otros lugares, con otras gentes, aquello que no habíamos podido hallar en nuestro desmesurado y fallido amour fou) quien nos arrancó (como se arrancan los pétalos de las flores, como se podan los árboles, como se mata) de los únicos brazos
capaces de proporcionarnos un pequeño destello de felicidad, esos mismos brazos en los que no nos fue permitido encontrar el placer. Sí, fue la vida quien nos empujó por caminos distintos e irreconciliables; por caminos que se fueron distanciando más y más a medida que en nuestros corazones crecía
intolerable la nostalgia, y también la certeza implacable de que nada merecería la pena en medio de esa soledad multiplicada de las multitudes refugiadas en el ruido.
Hoy sé que acaso fue posible otro desenlace, pero entonces éramos demasiado jóvenes, demasiado impacientes. Ahora que el tiempo ha pasado y la insatisfacción se ha asentado definitivamente en mi carne, tan sólo me resta la vaga esperanza de que alguna tarde lluviosa, una de esas tardes lluviosas
que aprovecho para salir a pasear sin paraguas por las calles de la ciudad, ella se pare frente a mí y me estreche entre sus brazos empapados, me bese con sus labios húmedos y me conduzca de nuevo a su casa (si es que aún existe, si alguna vez existió) donde ambas nos debatiremos una vez más bajo la blancura imperfecta de las sábanas, en busca de ese momento increíble que sabemos no ha de llegar, y nos fundiremos en un solidario abrazo de impotencia, de saladas y ardientes lágrimas, de amargo sabor a derrota prevista de antemano, hasta que el sueño venga de nuevo a liberarnos, a traernos de vuelta de ese mundo pretendidamente real en el que cada una de nosotras es un reflejo difuminado de la otra (hasta en el nombre, ¡cruel coincidencia! hasta en el nombre) y en el que no podemos, en el que nunca
podríamos ser plenamente felices.
Tan sólo la esperanza, las preguntas sin respuesta, el obstinado recuerdo del único amor; y acaso una sorda rabia que ya casi ni siento, un despiadado rencor hacia los dioses de la lluvia inconsistente, que me condujeron hasta Irene para arrebatármela luego como un siniestro juego, como una burla sádica. Pero ya está anocheciendo y mi marido no tardará en llegar. Como cada tarde, debo secar estas lágrimas, estas saladas lágrimas que cualquier día van a ahogarme, y preparar la cena; una sopa caliente, unas tortillas, un soportar abrazos, caricias y besos no deseados, una fatigada entrega, el sueño llegando poco a poco...






Silvio Ambrogi: "la poesía y el significado"*



*Por Julio Pino Miyar. isla_59_1999@yahoo.com
27/6/009
http://juliopinomiyar.blogspot.com



Enviado por correo postal desde algún lugar de los Estados Unidos, tengo sobre mi escritorio un modesto volumen del poeta nicaragüense Silvio Ambrogi, el cual constituye el breve opúsculo de su poesía: La saga del jazmín.
Hay algo en los títulos, con los que Ambrogi adorna sus creaciones, que termina sorprendiéndome, sutil e imperativamente, por ser como inusuales catálogos de lúdica, variada y prolífica invención. Títulos como Thánatos alucinada, El laberinto de la raíz, y, El arquero invisible. acompañan al poeta en su particular existencia, configurando capítulos de ensoñada verbofanía. Es decir, como ese impreciso lugar donde la palabra busca descender de su recinto amurallado -la fortaleza hierática del signo- para seducir a los comensales reunidos gracias a los mundanos placeres de la música y la forma.
Al afirmar lo anterior, ¿estoy definiendo esta poesía como algo estrictamente formal? ¿Qué es forma en realidad? Si nos atenemos a Aristóteles, es aquello que hace que las cosas sean y por eso es la
condición más esencial de la naturaleza. ¿Habitan esencias en Silvio Ambrogi?
Respondería a esa pregunta dando un largo rodeo: una de las últimas veces que he visto al poeta se encontraba seducido por lo que él llamaba el mundo mítico de Urantia -una curiosa noción extraída de la literatura esotérica, la astrología e incluso los naipes del tarot. Urantia es una saga sideral, relativa a la metempsicosis, donde a las almas predestinadas les son revelados, por vía ascensional, los más íntimos secretos del universo. En ese viaje cósmico el alma escogida realiza la decantación suprema del sentido y el significado de su verdad. O sea, al alma le es dado aprehender una esencia que, incorporándose a su propio destino, se traduce bajo la noción de forma, porque forma es aquello "que hace que una cosa sea lo que es".
Para el pensador medieval no sólo el alma era perceptible, al ser captada a la luz de las ideas, sino porque aparecía ante nuestra inteligencia como el fruto formal más preciado de la intuición sensible. Esa intuición es la precondición indispensable para la existencia de la realidad, según lo entiende el alma del artista que es el reflejo individual de la verdad y el significado del mundo.
Sin embargo, uno de los más graves problemas que presenta el pensamiento contemporáneo, es el de no comprender a cabalidad las relaciones intrínsecas existentes entre la percepción sensible y la apercepción intelectual; relaciones que se unifican bajo la forma pura de una intuición que concibe la unidad formal de la idea y el mundo. La poesía habla así desde el corazón de la intuición y en su expresión se revela el sentido que entrega configuración al mundo. Porque sólo a la poesía le es dado acercarse a los misterios que rondan desde adentro a la creación, modernamente doblada -torcida- entre el sentido y su expresión; la realidad y su concepto; aquello que decimos y cómo lo decimos. De este modo la noción de forma, en cuanto tal, ha resultado desvinculada de significado. Y, ateniéndonos a estos presupuestos abstractos, originalmente estrechamente entrelazados, pudiera decirse que Ambrogi es esencialmente un poeta de la expresión, no del significado. Sin embargo, nos dice el poeta envuelto en
las sutilezas de la significación:
"(.) un eclipsado lamento va pasándonos
tras el croar de ranas diminutas
no convidadas al festivo vergel, que abre sus pasos
de brevedad entretejida de múltiples seres
que van poblando los ramajes entremecidos".
¿Cuál es aquí el significado? O, ¿cómo aislar aquí el significado de la expresión? ¿Son las ranas -"como brevedad entretejida de múltiples seres"- las que pueblan los ramajes? ¿Son ellas las que croan al modo de un "eclipsado lamento"? ¿Cuál es la causa de ese lamento? ¿No haber sido convidadas al "festivo vergel"? ¿Se remonta quizás, ese vergel, a la memoria de la especie degradada que busca remontar su experiencia hacia un tiempo perdido y fabuloso que ahora anuncia su nostalgia -su reprimida vocación de naturaleza- en el canto vocinglero de las ranas sobre el ramaje entremecido?
¿No es acaso la naturaleza misma la que canta y al poeta revela, como secreta intuición, el inquieto periplo por el que debe transitar con paciencia, aprehendiendo aquello que, desde milenios, su alma sabía?
No obstante, no parece ser el canto nostálgico a la naturaleza perdida -virginal e intacta y dispuesta según la ley semítica- lo que alienta el contenido de estos poemas. Por el contrario, creo ver en el poeta
una obscura intención de abrir las puertas del paraíso a todo cuanto originalmente fuera degradado, -¿el vergel original debería así flanquear sus murallas a los catálogos más vastos del deseo? O, ¿lo que nos propone Ambrogi, a la manera de los poetas místicos, es hacer retornar el mundo a su añorado vergel? O a la inversa, ¿subvertir el mundo gracias a los placeres sin límites que se esconden en su vergel íntimo? O sea, ¿se dispone esta poesía a anunciar el fin de la prohibición mosaica en aras del gozoso disfrute? Lo que sí parece ser cierto, es que las palabras, con que el poeta nicaragüense construye sus poemas, simbolizan, en sus particulares sonoridades y caprichosas morfologías, los frutos más exquisitos para ser probados, u ofrecidos por él, bajo las frondas hechizadas de un paraíso
recién descubierto.
Nos dice nuevamente el poeta:
"(.) se agita tu cabellera coronada de insectos
a la noche aquella: sin astros, preñadas de lluvias heladas,
arrastra tu cuerpo por las verdes ramas del rosal maduro
tu sangre pujante se confunde con las rosas rojas
que bordan tu piel de durazno reseco".
¿Qué es lo que Ambrogi desea para su amante? -porque estamos (es necesario prevenir al lector) frente a un canto homosexual: una "cabellera coronada de insectos", una "lluvia helada" que le arrastre sobre las ramas del "rosal maduro" y donde su sangre se confunda con "las rosas rojas" y su piel sea como la del "durazno reseco". ¿Es éste el jardín verborante donde se escenifica el triunfo de la naturaleza pletórica? ¿La revancha del tiempo sobre la eternidad? ¿de la naturaleza sobre la idea? y, ¿de la sexualidad sobre las obscuras tablas del Decálogo?
Según el poeta cubano José Lezama Lima, un santo tuvo en una ocasión una visión del infierno, pero lo encontró vacío. ¿Es posible un universo sin culpa, sin prohibiciones donde, por tanto, las transgresiones carezcan de significado? Sin embargo, en el universo poemático de Ambrogi, la prohibición es necesaria porque sin ella no podría tener sentido ni lugar la transgresión; el mefítico goce de la insurrección. Para Ambrogi, como para Lezama, la concupiscencia, para ser perfecta, debe construirse con la sustancia misma de la prohibición.
El poeta nos pinta un paisaje, a ratos bucólico, donde el árbol, la fruta, la hierba, la lluvia, los insectos. participan al unísono de una cósmica rebelión, pues han sido implicados como parte del catálogo natural de su prohibido deseo. ¿Habita un contenido irracional en los textos de Ambrogi?
El vergel del poeta no es el jardín volteriano -dieciochesco- donde la razón se encontraba jerarquizada y se agotaba en constantes figuraciones geométricas, es, por el contrario, la representación festiva -el vergel barroco, copioso, exuberante- de la fábula invertida de la Creación. Lo que nos fue prohibido en ese jardín fue el placer, y, es eso lo que el alma no quiere perdonarle a Dios. Regresar al jardín de los ejercicios prohibidos promete el retorno tenaz de la subversión. Los insectos que pueblan la cabellera de su amado hablan con elocuencia de la enorme fuerza lúdica de ese deseo, aunque inscrito dentro de los límites que fija el placer que es a la vez, el límite natural de cuánto y por qué se desea: habitar por siempre el insólito jardín, el selecto paraninfo de la prohibición.
Pero, acerquémonos un poco más al texto, La saga del jazmín provocativamente ilustrado por Omar d' León: un dibujo realizado a plumilla prefigura los poemas, el cual, en el borde inferior, posee la siguiente leyenda: "El poeta Silvio Ambrogi recibe de su Ángel la revelación Lírica, al fondo Cronos guía al poeta desnudo hacia la Posteridad".
La herencia grecolatina ronda la poesía de Jinotepe, pequeño pueblo nicaragüense cargado de tradiciones y situado en la fresca meseta de Carazo, del cual nuestro poeta es oriundo. En esta apacible y humilde región de Mesoamérica el legado clásico se contextualiza entre una noción arielina -docta, hipercivilizada- de cultura y otra calibanesca -autóctona, popular. Ambrogi es un poeta arielino que aboga por una Nicaragua ilustrada, la cual posee una específica historicidad que no sólo vibra en el verso plateresco de Rubén Darío, en la vocación civil de Salomón de la Selva y en las postulaciones metafísicas de Alfonso Cortes, sino además, en las magníficas confluencias con la gran poesía occidental y la mejor tradición de la poesía continental: Lezama Lima, Isidoro Ducasse. "tú, pequeño
Isidoro, regresas a solas con tu capa roja." Le saluda el poeta en un tuteo que se vuelve esencial.
Ambrogi es un poeta en el que se perciben claras resonancias grecolatinas; no quisiera negarle al lector el disfrute de estos breves versos virgilianos:
"(.) leve pecho de Artemisa: platina platos
pétalos puñales
plañe la sombra
hasta el octavo día de los cumplimientos."
¿Por qué plañe la sombra? ¿Acaso tiembla el leve pecho de Artemisa? ¿Se cumplirá el destino del poeta, y la poesía, hacia el octavo día? La poesía de Ambrogi es un texto en busca de su mejor significado y un largo viaje hacia esa región de la intimidad donde eros -al decir de Darío- es la religión definitiva. Entre tanto, la idea de la posteridad, si es que ésta realmente existe, tiene que ver mucho más con la noción infranqueable de la eternidad que con un veredicto puramente humano.
Pero, ¿cuál es la órbita histórica - cultural de Ambrogi? ¿Su poética nace de una visión eminentemente pagana del mundo? O, ¿acaso como esos poetas latinoamericanos que han ido a beber de las fuentes primordiales del saber, ha llegado a la intuida certeza de que el gran péndulo de la civilización
occidental -que oscila entre lo pagano y lo cristiano- se unifica hacia un centro de mayores esperanzas, y que el mismo proceso histórico que separa a Atenas -la civilización helénica- de Roma -católica e imperial- es el que las une?
¿Qué es, entonces, lo que le pide el poeta al mundo como una manera de resarcirse del enorme pasado cultural que sobre él pesa? Le pide que sea verdadero; es decir, que posea una forma y que esa forma sea hija de una expresión que albergue un significado. La poesía, la forma y el significado componen así el credo del artista, su trinidad devocional. La verdad del poeta descansa, por tanto, en la intuición en el secreto orden del mundo, en su significado y en su mejor expresión.
Veamos lo que, sin dejar de ser un texto erótico, se convierte para Ambrogi en un llamado a la complicidad cultural, al amor fiel que nace de su fijeza:
"No morderá la dura frialdad de la distancia
el visitado rumor de tu imagen
dulce tenacidad en la memoria
que ha guardado tu sonrisa (.)"
Hay algo que siempre nos une en la tela más invisible. ¿Qué es en realidad esa imagen que nos visita como un rumor, aunque invocada por la "dulce tenacidad" de la memoria? ¿El pasado rehecho por las manos de la poesía? ¿La memoria de Grecia transfigurada en su imagen?:
"Si el cántaro está roto, se ha derramado el canto.
Ceremonias de lunas en las bordadas nubes
rebasan los senderos del santuario de mármol (.)"
Grecia, tal como lo expresa Ambrogi, es un cántaro roto que ha derramado su canto en vías de encontrar en el tiempo otra forma posible, mensurable. La Modernidad representa un período de la humanidad que agoniza por su propia configuración histórica y en el que la noción del significado no debería de ser, en modo alguno, ajena a esa forma oportuna que la propia época quisiera deducir de sí. Nuestra Modernidad se debate así entre una expresión que no acaba de constituir la plenitud de su forma y un significado que parece volverse ajeno a su propia expresión. De ahí la enorme importancia del papel que pudieran desempeñar los poetas, quienes, mediante la intuición sensible, llegaran a avizorar, en el horizonte universal de la cultura, otra forma posible, deseable, y que vendría a contener el canto -una vez roto el cántaro milenario- en el que habita no sólo el alma extraviada de Grecia, sino aquellos antiguos significados que hablan de nuestras libertades y que, concebidos a partir de una poética del mundo, nos trasladasen al ágora pública; a los menesteres cívicos - ciudadanos.
Como formulación de inevitable optimismo el poeta, y la poesía, en tiempos de la Modernidad parecen destinados a asistir a una progresiva helenización de la vida y la cultura. El artista se encuentra llamado a convertirse en copartícipe y gestor de un nuevo espacio civil en el que la socialización del poder y la economía implique además, la socialización del arte; o sea, la reinscripción del artista, como sujeto autónomo y actuante, en el entramado social que en un momento determinado de la historia le diera nacimiento. La redefinición sociocultural de la sexualidad se encuentra, de este modo, inserta en uno de los núcleos neurálgicos de la Modernidad política, en su inevitable proyecto democrático, el cual sólo sería posible sobre la base de la restauración en el individuo de la soberanía de su conciencia y de un pacto social que le garantice con plenitud la capacidad de elegir.
Silvio Ambrogi nos ha dejado en La saga del jazmín esclarecido testimonio de su sexualidad homoerotica. El develamiento explícito de su intimidad se traduce así en circunstancia civil. Una sexualidad la cual, mediante su propia enunciación, pugna no sólo por ampliar los marcos jurídicos de su aceptación social, puesto que es la propia intimidad la que exige su reconocimiento; la otredad esencial en que esa sexualidad se manifiesta; el lado soterrado, indiviso, -su sentido y racionalidad- que compone su
subjetividad y la dimensión moral en que esa develación se produce.
La sexualidad en sus formas más variadas, como toda actividad eminentemente humana, debería fundamentarse en una nueva escala de valores que condicione, no sólo la conducta de los individuos, sino, además, la forma en que esa sexualidad se manifiesta en la intimidad del pensamiento. Cuando en
ocasiones nos entregamos a contemplar el tumultuoso y entrelazado devenir de la historia y la cultura, podemos pensar en cosas tan dispares, o ajenas, como el asesinato de un poeta, o en la curiosa elección que hiciera Zeus, metamorfoseado en un águila, del joven Ganimedes, leyenda que devino en uno de los más controvertidos paradigmas del amor griego. Muchos años después del asesinato de Federico García Lorca uno de sus asesinos puso de manifiesto uno de los motivos contextuales del crimen: humillar su
sexualidad y socavar, con eso, la dignidad de su poesía. Tenemos también la opción de releer en silencio a Herman Hesse y recordar lo que él escribiera de los poetas, que ellos eran portadores "del más lejano y legítimo anhelo del hombre": un mundo y una sensibilidad correctamente humanizados.






deber cívico*



hoy voté.
entré al aula oscura
y me vi sentado frente a la maestra.
el manual Estrada
los lápices de colores, la goma dos banderas,
nos contaba de las invasiones inglesas
del pueblo defendiéndose con aceite hirviendo.
después me fui a casa
herví el aceite
y me hice unas buenas papas fritas.-



*de aldo luis novelli aldonovelli@yahoo.com

Un furibundo abrazo patagónico.-
/desde los bordes de la matria.
http://www.agonistas-del-fin-del-mundo.blogspot.com








Salida del Inventren...


Invito a los amigos y lectores a enviar poemas, colaboraciones, mensajes de saludo - aliento para la salida del Tren literario prevista para el 1 de julio (32 años después del último tren) desde la estación Carhue.


Inventren 2009, el recorrido:


CARHUÉ.

J. V. CILLEY.

ROLITO.

SATURNO.

SAN FERMÍN.

CASBAS.

EDUARDO CASEY.

ANDANT.

CORONEL M. FREYRE.

ENRIQUE LAVALLE.

CORACEROS.

HENDERSON.

MARÍA LUCILA.

HERRERA VEGA.

HORTENSIA.

ORDOQUI.

CORBETT.

SANTOS UNZUÉ.

MOREA.

ORTIZ DE ROSAS.

ARAUJO.

BAUDRIX.

EMITA.

INDACOCHEA.

LA RICA.

SAN SEBASTIÁN.

J.J. ALMEYRA.

INGENIERO WILLIAMS.

GONZÁLEZ RISOS.

PARADA KM 79.

ENRIQUE FYNN.

PLOMER.

KM. 55.

ELÍAS ROMERO.

KM. 38.

MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.

LIBERTAD.

MERLO GÓMEZ.

RAFAEL CASTILLO.

ISIDRO CASANOVA.

JUSTO VILLEGAS.

JOSÉ INGENIEROS.

MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.

ALDO BONZI.

KM 12.

LA SALADA.

INGENIERO BUDGE.

VILLA FIORITO.

VILLA CARAZA.

VILLA DIAMANTE.

PUENTE ALSINA.

INTERCAMBIO MIDLAND.



*

Queridas amigas, apreciados amigos:


Este domingo 28 de junio de 2009 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del compositor argentino Gabriel Senanes. Las poesías que leeremos pertenecen a Marga López Díaz (Colombia) y la música de fondo será de Surazo (Andes).
¡Les deseamos una feliz audición!


ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!! (Recomendamos usar
http://24timezones.com/ para conocer las diferencias horarias).



REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!

Freundliche Grüße / Cordial saludo!


YAGE, Verein für lat. Kunst,Wissenschaft und Kultur
www.euroyage.org
Schießstatt Str. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel: ++43 662 825067





*


Exposición de
Walkala
(Luis Alfredo Duarte-Herrera)
en Oberndorf bei Salzburg

"Walkala, la fuerza de la imagen"

Invitación a la inauguración
El lunes 22 de Junio 2009, 19:30 horas

Lugar:
Librería "Buchgarten"
Römerweg 3
A-5110 Oberndorf bei Salzburg
Tel: +43 (0)6272 20632

Más informaciones en:
www.walkala.eu
www.galeria.walkala.eu

Duración de la exposición:
22 de Junio a 28 de agosto 2009
(Del 3 al 17 de agosto estará cerrada la librería por vacaciones)

Horarios:
Lu. - Vi. 8:00 a 12:00 y 14:00 a 18:00 horas
Sábados: 10:00 a 14:00 horas


Cordial invitación de:

YAGE, Verein für lat. Kunst,Wissenschaft und Kultur
www.euroyage.org
Schießstatt Str. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel: ++43 662 825067




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INVITACIÓN


El día 2 de Julio 2009, a las 18:30 horas, se realizará el concierto de premiación del 3. Concurso de Composición XICöATL „Ziehender Stern“, para piano.

Lugar: Museo Barroco
(Mirabellgarten, Salzburgo)

(Serán interpretadas las obras ganadoras y también las que merecieron una Mención de Honor.)

Obras:

„Muwieri“, para piano, de Laura Puras Braceras (España),

„Erosiones“, para piano y electrónica, de Jorge Sad (Argentina),

„Paisaje aéreo“, para piano y trío de cuerdas, de Víctor Ibarra Cárdenas (México),

„Fragmento para dominar el silencio“, para piano y trío de cuerdas, de Juan Pablo Carreño (Colombia),

„Una Visita nocturna a través de Ciudad de México: o cómo asustarse a morir“, para piano, de Andrew Glover (Inglaterra),

„Tumbao“, para piano y electrónica, de Miguel Farías Vásquez (Chile).

Más informaciones en: http://www.euroyage.org/es/xicoatl-87


Cordial invitación de:

YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur
www.euroyage.org
Schießstatt Str. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
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