lunes, octubre 20, 2008

ES SÓLO POLVO DE ESTRELLAS...



*ILUSTRACIÓN de Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com


ORACIÓN AL TIEMPO*



Corre, Hora, sin prisa,
Deja al tiempo dilatarse.


Detén las notas del reloj de arena,
Travesiea a congelar las olas.


Permíteme no partir,
No envejecer.


Regala minutos a mis poemas,
A los juegos con mi niña.


Haz de todo eco un concierto sublime,
De las sombras, mi luz.


Que nazcan pétalos de la soledad
De las piedras.


Y donde hay temores
Siembres sueños.


Intercede por mí ante los Eternos,
Porque se agota mi estancia y aún no he concluido.


Un siglo que me regales,
Es sólo polvo de estrellas.



*de Marié Rojas. tgrafica@cubarte.cult.cu
(indicar "PARA MARIÉ" en el asunto del correo)






ES SÓLO POLVO DE ESTRELLAS...




*


No vestirá mi verdad...
es que no quiero
someterla al oculto espacio del silencio
dejenla que orgullosa exhiba el rostro
su alma transparente y sus congojas
su alegría de ser
su impudicia
dejen a mi verdad fresca, lozana
que no tiene pudor de telas blancas
sólo aspira a ser ella, piel y canto
ser palabra veraz en las miradas
dejen a mi verdad asi, sin nada
no quiere ella estar almidonada
perderá su esencia de señora
guardará su secreto si la ocultan
dejen a mi verdad, asi... sin nada!



*De Ana Lía Gattás. analia_gattasz@speedy.com.ar










Gramática parda*



En un principio era el verbo, pero más adelante fue el predicado que acabó en adjetivo buscando la conjunción.

Al final fue más una hipérbole que un silogismo, a pesar de parecerse a una sinonimia. Eso si, no fue copulativa.



*de Joan Mateu. joan@cimat.es






A la hora oficial*


Además de gran cuentista y escritor, Miguel Briante fue un cronista excepcional que hizo escuela, particularmente cuando le tocó trabajar con temas y atmósferas ligados a las geografías del interior profundo. Este texto, desopilante, es un abordaje más que oportuno sobre los absurdos que puede disparar el gesto aparentemente sencillo de alterar las agujas de un reloj o el menos simple de partir un mapa.


*Miguel Briante
20.10.2008


El pueblo es uno solo, pero lo parte en dos una calle y tiene dos nombres: Frontera y San Francisco. La calle es la división entre las provincias de Córdoba y Santa Fe, una raya más imaginaria que real, una ficción desmentida por la geo­grafía pareja, que repite las mismas sombras en los mismos crepúsculos, y el mismo silencio, en las siestas. Los chicos cruzan tranquilos, de un lugar a otro, de un pueblo a otro -es un decir- sin saber que cruzan hilachas de una historia que se pierde hasta la controversia: sólo los minuciosos archivos podrían decir -si alguien los revisa- qué fue primero, si la frontera o el santo, la calle o el capricho de un agrimensor.
Así lo cuenta don Manuel, antiguo peón de campo, hom­breador de bolsas, albañil, jornalero. "Si alguna vez hubo riva­lidad -cuenta, como con los dedos- ya nadie se acuerda. Es raro, pero estamos acostumbrados. Estamos acostumbrados a explicar lo de los dos pueblos, para afuera, pero acá, adentro, la calle no existe". Estaba, existía. Porque de pronto, hace unos dos meses, algo vino a recordar que la calle parte en dos al pueblo que es un solo pueblo. "La hora -dice don Ma­nuel-, la hora oficial".

"Un día nos despertamos y acá eran las siete de la mañana y allá eran las ocho, ¿ve?" No, no se ve. ¿Acá, allá? "Acá -dice don Manuel, con resignada tristeza-, en Córdoba, eran las siete, ¿ve?". No dice Frontera, no dice San Francisco. De golpe, la hora oficial los partió en dos. "Porque pensándo­lo
bien, yo nací allá, en Santa Fe, y ahora todo se me parte en dos, por una calle. Hora de acá y hora de allá dicen ahora, preguntan, y uno ya no sabe bien dónde esta, quién es", debe querer decir don Manuel. Toma, lento, su ginebra y el Pardo Gómez lo mira, lo chucea. "Vos estás viejo, Manuel. No en­tendés los tiempos, el progreso. Ahora estamos con los norte­americanos, tenemos hora del Este y hora del Oeste. Somos bien modernos, somos", y celebra alzando su vaso de vino. "Sí -dice don Manuel, y mira por la ventana de la fonda hacia la calle-, pero, ¿por qué, ahora, desde hace nada más que dos meses, el Este empieza ahí nomás?"
Desde la otra mesa, un señor de traje y corbata -gasta­dos, la corbata, el traje, los zapatos-, mientras le echa un poco de caña Legui al pocillo de café, alza apenas la voz y sintetiza, de cara más a este cronista que a los parroquianos:
"Es el proceso de libanización que vive el país, yo siempre digo. Para mí que es una acción carapintada, digo yo". Lo mi­ran. "Estamos hablando de la hora", dice el Pardo. "No de política", dice don Manuel. Desde atrás del mostrador, Arispe -el dueño de la fonda- mira la hora en el viejo reloj de pared y dice: "No sé, pero otra vez el panadero vino antes de que abriera y se fue. Y el carnicero me despertó una hora antes". "Eso le pasa -dice el Pardo, que vive del otro lado de la calle, al fondo- por ser de este lado.
Ustedes, los del Oes­te, están una hora atrasados." "No, eso les pasa a ustedes, por hacerse los adelantados. El Cholo Flores, que se había retira­do, está por abrir de nuevo la panadería, que está de este lado. Y mañana le empiezo a comprar la carne a Loizaga, aunque hayamos estado tantos años sin saludarnos."
A la tercera vez de meter la caña Legui en el pocillo -al tercer pocillo-, don Braulio, el periodista del lugar (¿de qué lado, de qué lugar?) repite que es la libanización, y que es una acción carapintada, para dividir y reinar, y que están atacando algo fundamental para el país, el cimiento del porvenir, la en­señanza. "Las escuelas, mire -dice, declama-, están despa­tarradas. Los chicos de acá que van a las escuelas de allá llegan una hora mas tarde y los de allá que vienen a las de acá lle­gan una hora más
temprano." Don Manuel lo interrumpe:
"No, don Braulio -le dice, como quien le habla a un borra­cho-, es al revés.
Los de allá que vienen a la escuela de acá llegan una hora más tarde y los de acá que van a la escuela de allá llegan una hora más temprano". El Pardo y Arispe inten­tan desenredar la madeja, perfeccionada por el alcohol, pero sin serenidad. También el cronista se pierde y apenas alcanza a escuchar que el Pardo le dice a don Manuel, o al otro, a don Braulio, no sabe: "Pero usted -como si lo obligara a definirse en uno de los dos bandos-, ¿de qué lado está?". Atropellado, el periodista local intenta explicarle al forastero ciertas cosas, esa zanja en el tiempo que nadie entiende, y alcanza a enume­rar fatalidades, a prometer desgracias: ya no hay paz, en las siestas, porque las madres de un lado y del otro no coinciden en la hora de encerrar a los chicos, los novios se desen­cuentran, un hombre vino y encontró a su mujer con otro y ahora está preso porque los amantes no habían cambiado la hora en sus relojes, el cura confunde más todo porque trata de conciliar a los dos bandos haciendo que el reloj toque todas las medias horas.
"Y después está el de fin de año -dice el Pardo-, acá nadie sabe a qué hora lo vamos a festejar, a qué hora se saluda, a qué hora se tiran los cuetes, a qué hora se brinda." Don Ma­nuel levanta la ginebra: "Eso es lo único bueno -dice-, dos veces, todo dos veces. Las cañitas dos veces, la sirena de los bomberos dos veces. Y sobre todo los brindis, dos veces", dice y se manda otro trago.
Abrumado por el enigma que no alcanza a dilucidar, per­dido y sin saber en qué hora vive, el cronista decide caminar por la mitad de la calle que separa a San Francisco de Frontera. Camina justo por el medio, como quien va por un alambre, haciendo equilibrio, mirando el piso y abriendo los brazos.
Por el mismo alambre, por el justo medio, en sentido contra­rio, avanza un muchacho. Tiene un reloj en cada muñeca. El sol está en plomada con la calle, en la hora sin sombra.

-Buenas tardes -le dice el muchacho, mientras el cronis­ta mira su reloj y piensa hacia qué lado se tiene que desviar.

*Publicado en la recopilación Al mar y otros cuentos (Sudamericana, 2003)



-Fuente: Crítica digital
http://criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=13980






*



Hay palabras que cantan y cuentan
cuando se posan en mis alas manos
cuando la tinta dibuja una libertad liberada
cuando hablo desde el paisaje
y nuestros pájaros.



Ellos vuelan su vuelo y las llevan
las traen
las someten a juicio
las entregan
cada palabra de viento hace el aroma
cada ala de aroma hace viento



En mis dedos cabalga la inquietud
del hablarte
subo al cielo de tu risa
vuelo tus entrañas mansamente
como vuelan mis pestañas y mi frente
como canta el viento al nacernos
como el canto
como el viento...



*De Ana Lía Gattás. analia_gattasz@speedy.com.ar







REENCUENTRO*


Sentada sobre el pasto, observaba sus niños y esposo que con actitud contemplativa esperaban que algún pez incauto se enganchara en el anzuelo.
Miró la laguna y la uniformidad gris le devolvió su propia imagen anterior, arrojó una piedra y círculos concéntricos dieron luz y movimiento al paisaje, tal como sucedió en su estanque interior cuando sus aguas estaban quietas... y estancadas.
Todo sucedió una maldita - o pensándolo mejor, bendita – tarde de un septiembre azul hacía ya 5 años.
Había tenido que viajar a la “capi” por un trámite de salud, urgente y con la libertad que da el no conocer ni ser conocido, sentada en un banco de la plaza Congreso descalzó sus pies que disfrutaron de la frescura del piso. Había caminado todo el día y estaba cansada, confusa, tensa.
Se dedicó a mirar las personas que pasaban y la familiaridad con que las palomas recorrían el lugar.
Todo allí parecía anónimo y sometido. La gente apurada miraba sin ver o preguntaba sin escuchar la respuesta.
Miró el semáforo que en ese momento cambiaba de rojo a verde, le pareció un aviso pero no supo captarlo; se dijo recitando a Lorca:
-“Verde que te quiero verde”...
Verdosos también los reflejos en las alas de las palomas que habían renunciado a su libertad en pos del bienestar que da tener el buche lleno.
En su mano, un papel que leía sin leer, pues ya se lo conocía de memoria... ambas mamas... tejido displásico... células atípicas...El semáforo encendió su luz roja.
El semáforo cambió de nuevo y miró conmovida cómo un montón de pibes se arremolinaron para limpiar los vidrios de los autos
- “Verde vida, verde muerte”
Setiembre coloreaba de vida y de esplendor el paisaje humano y vegetal
- “¡Bah!””Mañana será otro día”
- Se dijo, tal como la heroína de “Lo que el viento se llevó”:
Dobló el papel en cuadrados, luego en forma triangular hizo un barquito con el y lo arrojó al estanque.
Como la savia de septiembre apretaba –y el hueco de ozono también- protegida en la anomia y en el esplendor de sus 27 años, se sacó la blusa y quedó con una camiseta musculosa, que paradójicamente resaltaba sus pechos florecientes. Y fue una más en la ciudad de Buenos Aires, ciudad que le despertaba sentimientos contradictorios dado que cuando viajaba de su pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires a otra provincia, acarreaba indefectiblemente, el mote de “porteña” y con él la fama de vivos y cancheros de los mismos. Por otro lado, se encontraba allí con su padre, “porteño de pura cepa”, como se definía él, más siempre agregaba:
- “Pero acriollado a este pueblo”.
También recuerda episodios dolorosos de su juventud, la ilusión con que viajó la gente de su pueblo y lo que sucedió en Ezeiza.
Nunca pudo entenderlo. Desde allí se alejó de la militancia y aunque reconocía que había personas serias la palabra “político” se volvió para ella mala palabra, No obstante ha continuado con sus actividades comunitarias especialmente desde la escuela donde trabaja.

Una paloma demando su atención y desmigando una galletita se la ofreció. Al instante se acercaron varias más.
Soltó su eterna colita y su cabello oscuro fue desparramado por el viento del este. Una voz, a su lado, preguntando la hora la sacó de su estado casi cataléptico.
Había observado que la gente andaba apurada y pendiente del reloj aunque presentía que no tenían nada que hacer. Pero lo que le llamó la atención es que ella no tenía reloj y cuando uno pregunta la hora supuestamente lo hace a alguien que porta el odioso adminículo que marca el tiempo... o el destiempo.
Se dio cuenta que un rato antes lo había mirado sin verlo, ahora lo miró con un dejo de curiosidad. Era un hombre mayor, cincuenta largos muy mal conservados o sesenta y pico muy bien llevados. Observó con disimulo su negra cabellera que sospechosamente no portaba cana alguna. Su ropa tenía el sello inconfundible de su clase social.
El Rolex en su mano derecha denunciaba una dudosa procedencia ya que no condecía con su aspecto general… ¡El Rolex!... y allí cambió la calidad de ambas miradas. Ella supo que él sabía que ella sabía, no era la hora lo que él quería.
Lo observó ahora con más detenimiento, nariz prominente, bolsas “tipo Alfonsín” debajo de los ojos pequeños y una línea clara sobre sus labios hablaba de un bigote recién rasurado. Cuando como al descuido sus ojos se posaron sobre el zapato ortopédico, un parpadeo nervioso desnudó la aprehensiva expectativa del hombre.
Detuvo involuntariamente su mirada en los zapatos y, contrariamente a lo que él podía haber pensado, lo que le llamó la atención fue el intenso brillo de los mismos.
Esbozó un gesto dubitativo, aunque tibio.
Tenía una revista en su mano que involuntariamente había quedado abierta en una página en donde se mostraba una pareja bailando el tango. El hombre miro la revista y a la mujer que no le había contestado la pregunta.
Ella no dio muestras de desagrado, al contrario, le pareció.
- “¿Te gusta el tango?”-
Preguntó él con una sonrisa de alivio; había pasado la prueba.
Lo miró directamente a los ojos, sin pudor.
- “¡Me encanta!” -
Y se dejó invadir por una sensación casi olvidada: la del tango.
Recordó cuando ganó el concurso de baile en el barrio, fue en ese momento que la enamoró perdidamente. Nada la conmocionaba tanto. Con el abrazo viril la música ingresaba a su cuerpo a raudales proporcionándole una espléndida sensación de vida. Nada, pero nada ¿eh?, le proporcionaba tanto placer: ni el mejor vino, ni la mejor obra de arte, ni siquiera el mejor sexo. Era como si formaran una unidad. Cuerpo y música formaban un tango. Síntesis perfecta de sexo, cerebro y movimiento.
Ahora miró al hombre con avidez. Él era agua y ella desierto. El era páramo ella oasis
Cuando comenzaron a caminar se apretó al hombre que se estremeció. Parecía estar sorprendido y no entender lo que ella dijo parafraseando al general San Martín.
- “Vamos paisano mío a vencer los maturrangos que nos acechan”.
Fueron a una confitería casi en penumbras t allí se dio cuenta que no había comido nada en todo el día, pidieron pizza y se repitieron los deliciosos barrilitos de cerveza.
El hombre miraba con ternura como la mujer devoraba la pizza con avidez.
De allí fueron directamente a la tanguería, el hombre parecía conocido porque lo trataban con familiaridad.
Allí pidieron otra cerveza.
La figura iluminada del Morocho del Abasto les hizo un guiño cómplice.
Cuando sonaron las primeras notas de “Sur” las sintió en el vientre. Sintió esa vieja excitación extraña.
Dentro de la pista de baile del local se dejó llevar, él era Al Pacino, ella era inmortal, eterna y tenía un vestido rojo.
No se dijeron ni una palabra, sus cuerpos se acoplaron en la danza sensual, ella sentía como sus pechos se apretaban al cuerpo del hombre y las piernas hacían un perfecto ensamble.
Percibió agitación en la respiración pero pensó que no era por el baile dado que demostró ser un bailarín muy hábil.
En el saco del hombre percibió olor a moho, no le importo y apoyo la cabeza en su hombro
El la invitó a terminar la noche en su departamento y no esperó respuesta, la tomó de la mano y caminaron unas cuadras, prostitutas y travestis, ofrecían su cuerpo.
Un borracho dormía en el umbral de una puerta, parecía muy joven, a su lado una caja de cartón, abollada
Un niño pequeño pregonaba los primeros diarios de la mañana.
Los colores de la mañana lentamente se iban definiendo, lo mismo que los olores, los sonidos
Cuando llegaron al departamento de Retiro confirmó su hipótesis acerca del Rolex.
En el 9º piso de un edificio, un departamento pequeño con manchas de humedad con olor a moho y cigarrillo. Manchas amarillentas en el techo en las paredes y en el techo.
Allí tampoco hablaron. Ella era Eloísa. Él Abelardo
Al otro día salió sigilosamente y cerró despacio la puerta de la habitación. Miró con ternura al hombre cuyos ronquidos se confundían con el sonido de los trenes.
Afuera brillaba el sol.




*de Amelia Arellano arellano.amelia@yahoo.com.ar









Argentino y terminal*




*Osvaldo Bazán
20.10.2008



La canoa, mínima, maltrecha, recorre el río con dos hombres que apenas se conocen. La proa de la pequeña embarcación lleva dibujada la mandíbula de un tiburón enojado. Pero está despintada, la mandíbula, no puede asustar a nadie. El río es el Salado, esa larga cicatriz húmeda de la pampa bonaerense que baja desde Santa Fe y se pierde en el mar. Esos dos hombres tienen cada uno una misión que anula a la del otro. Uno, Z., tiene que fotografiar unos monolitos que permanecen escondidos a la vera del río, cada tantos kilómetros. El otro, César, tiene que dinamitar esos mismos monolitos. Ambas misiones fueron resultado de una apuesta que ninguno de los dos realizó, una apuesta entre un fanfarrón y un pusilánime. Es curioso pero Z. y César no conocen ni al fanfarrón ni al pusilánime. Simplemente, van a cumplir con el trabajo absurdo que les encargaron.

Los dichosos monolitos son el único testimonio de una obra grandiosa que el Estado argentino encargó hace muchos, muchos años. Una obra que permitiría hacer navegable el Salado, para que las riquezas del interior pudieran llegar al puerto de manera rápida, segura y económica. Se hicieron todos los trabajos previos, los estudios de factibilidad, las consultas y los presupuestos. La Argentina del futuro contaría también con ese recurso. Pero la obra, claro, jamás se concretó.

Y ahora, Z. tiene que fotografiar los monolitos –a pedido del pusilánime, para confirmar que el plan existió– y César tiene que dinamitarlos –a pedido del fanfarrón, para eliminar cualquier referencia a la existencia del plan–.

Ésta es sólo una historia de una gran cantidad de Historias extraordinarias, la megapelícula de Mariano Llinás, de más de cuatro horas de duración, que por estos días se está convirtiendo ineludiblemente en “lo que hay que ver”, con proyecciones los fines de semana en el 25 de Mayo de Villa Urquiza y en el Malba. Las entradas se reservan con anticipación y vuelan apenas se ponen a disposición del público.

Las imágenes de esos dos hombres en el chinchorro, obligados a compartir soledad y misiones mutuamente destructivas, son demoledoras.

No sé si será que aún tengo el chip de la revista Noticias, para la que trabajé durante años, donde hay un formato que indica buscar “la metáfora argentina” en cada acontecimiento más o menos relevante de la cultura o los medios nacionales. Pero César y Z., en el bote por el Salado, me sonaron a metáfora nacional. Dos tipos peleándose por el registro o la destrucción de no ya un pasado de gloria, sino de la promesa de una gloria inexistente. Dos tipos que en realidad ni saben por qué lo hacen, sólo cumplen una apuesta de gente poderosa que ni conocen. Dos tipos obligados a recorrer juntos la monotonía pampeana, lejos de todo, fijos en un pasado que no les importa y sin poder construir nada porque la palabra “futuro” no se pronuncia en ese botecito maltrecho.

Es todo tan absurdo, tan terminal, tan mínimo, tan argentino. Hay desconfianza y desidia, hay una violencia que no termina de terminar y hay el enorme cansancio de las promesas que no se cumplieron y nadie piensa hacer cumplir.

Enredados en ese pasado que no fue (eso es lo más increíble, estamos hablando de un pasado que, simplemente, no fue), lo cierto es que el Salado jamás será navegable, ni habrá transporte de mercaderías rápido, económico y seguro.

Pero al mismo tiempo, y he aquí la buena noticia, ese paisito, ese chinchorro a la deriva por un río de meandros tristes, tiene también la capacidad de generar esa riqueza simbólica que una película como esta le agrega a la situación. Digo que no todo estará tan perdido si aun entre tanta dinamita para nada, alguien se para y dice: “Contemos un cuento”. Eso es lo extraordinario en Historias extraordinarias. Nos recuerda que aun en el bote con mandíbulas desdibujadas hay una posibilidad de pensar hacia delante. Nos recuerda que algo tendremos que poder hacer con el desastre.



*Fuente: Crítica digital
http://criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=14008






*

Queridas amigas, apreciados amigos:


El domingo 19 de octubre del 2008 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del compositor español Agustín Castilla-Àvila. Las poesías que leeremos pertenecen a Marcelo Marcolín (Argentina) y la música de fondo será de Wayanay (Andes). ¡Les deseamos una feliz audición!


ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!


REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!

Cordial saludo!
YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com

Schießstattstr. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel. + Fax: 0043 662 825067






Convocatoria*



El trilingüe Magazín Cultural Latinoamericano XICóATL "Estrella Errante" (impreso y digital), que desde hace 17 años se edita en Salzburgo, Austria, convoca a ensayistas, narradores y poetas a colaborar con el trabajo de difusión cultural que llevamos a cabo.

Las colaboraciones deben tener una extensión máxima 4 páginas para ensayo y cuento. Para poesía se ruega enviar una selección de poemas de un máximo de 10 páginas. Los escritos deben acompañarse de un breve curriculum vitae (que contenga la dirección postal) y una foto digital del escritor a la dirección euroyage@utanet.at
Los textos seleccionados serán traducidos al alemán y publicados de manera digital e impresa.

Más informaciones sobre nuestra labor cultural sin ánimo de lucro en Europa encontrarán en nuestra página de internet www.euroyage.com
Cordial saludo,



*Dr. Luis Alfredo Duarte-Herrera
Director de YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com

Schiessstattstr. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel: ++43 662 825067


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