miércoles, julio 14, 2010

SI LOS SUEÑOS MUEREN LA VIDA ES UN PÁJARO DE ALAS ROTAS...




*Ilustración: Ray Respall. La Habana. Cuba.



SUEÑOS*



Aférrate a tus sueños
Porque si los sueños mueren
La vida es un pájaro de alas rotas
Que no puede volar.
Aférrate a tus sueños
Porque cuando los sueños se van
La vida es un campo estéril
Congelado por la nieve.



*de Langston Hughes
(1902-1967)





LLAMANDO A LAS MINORÍAS SILENCIOSAS*



Hey

Vengan
Salgan

Dondequiera que estén

Necesitamos tener un encuentro
en torno de este árbol

Que no ha sido
plantado
todavía.


*de June Jordan
(1936-2002)

-Poemas enviados por Eduardo Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar
-Fuente: Antología de poetas del Harlem con selección de Eduardo Dalter.










No podía dormir*



Hacía mucho tiempo que no escribía... las palabras ingeniosas se las llevaron a un terreno desconocido. Los sinónimos estaban de huelga. Las metáforas se fueron de su interior, el repiqueteo de las rimas se hundieron en la neblina del otoño. El silencio de su imaginación se hizo presente, hormigueaba por su cabeza.
Le faltaba la dicha de las oraciones y enunciados. Creo que hasta había olvidado soñar.
Se sentía insegura, tiesa. Todo lo que se le ocurría le parecía banal, ordinario. Intentaba escribir una frase acogedora, como si buscara encontrar una melodía fecunda y grata. Pero no podía, su sensibilidad se había caído por un torrente de duda y de conformismo.
No era ella la que estaba frente a la pantalla, eran los fantasmas de su pasado los que la habitaban. Ellos con su capa de gris, le susurraban al oído que ya no podría seguir. La atormentaban amonestando sus pensamientos, sus sensaciones. Querían comprimirla en un nido de medianoche, como una
niñita temerosa que no podía gritar ante esas figuras horrorosas.
Pero, en un momento de furia, exorcizó a esas apariciones con una nota de su personalidad. Sacudió varias veces su cabeza, revoleó su pelo lacio para descomprimir tanto malestar y se orientó a relatar:

En esta noche de de madrugada, escucho un saxo de jazz, la neblina vibra y envuelve las copas de los árboles. La calle queda amplia y hay pocos caminantes nocturnos. Es tan hermosa la ciudad cuando muchos duermen. La siento solamente mía. Las casas, los edificios están peinados de un cálido sudor. Voy por la avenida libre, orgullosa, de ver el paisaje urbano sin smog, ni ruidos. Las castañuelas de las hojas magnetizan el aire. Respiro una fuente de energía, mientras muchos están descansando. No saben lo que se pierden. La ciudad y yo. La rambla y mi ser, las plazas respiran del movimiento y las flores se desperezan. No hay bocinas, ni gritos, solo el suave recorrido del agua sobre las alcantarillas. El cielo está más cercano, lo miro, lo deseo. Está suspirando entre un puñado de estrellas. Las luces de las veredas se van juntando en una hilera continua. El futuro llega manso y tierno.


*de Azul. azulaki@hotmail.com







OBSERVACIONES FILOSOFICAS SOBRE LA PALABRA Y OTRAS COSAS

Ideas para celebrar el mundo*



El libro de Neldo Candelero es el segundo de una trilogía que integra la colección de ensayos Fundamentos. Aunque induce a prejuicios, es necesario leerlo con atención porque el autor es uno de ésos raros que al escribir hacen o deshacen.



*Por Beatriz Vignoli


"Dijo estas cosas, no estas palabras": el verso de Borges viene a la mente ante este libro, formato salterio, cuya tapa es verde claro con finas rayas negras, como los ojos abiertos de un gato en la luz diurna. Así observan, más bien acechan sus temas estas Observaciones filosóficas sobre la palabra
y otras cosas (2010, Rosario, Ciudad Gótica, 232 páginas) de Neldo Candelero (Cruz Alta, 1965). Licenciado en Filosofía, radicado en Casilda (provincia de Santa Fe), Candelero es docente de Estética en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Rosario. Obra inicial de la nueva colección de ensayo Fundamentos, este libro es el segundo de una trilogía de su autor.
El primero, Observaciones filosóficas sobre lo biológico (Ciudad Gótica, 2008), se inspiraba en el etólogo austríaco Konrad Lorenz y en Felipe, el perro del autor. Si los ensayos más impresionistas y literarios, menos académicos de aquel primer volumen se centraban en la intimidad de la vida doméstica (celebrada con la alegría de quien ya no esperaba la felicidad), la parte, por así decirlo, "blanda" del segundo está, al igual que la parte "dura", dirigida a sus alumnos o basada en sus propias clases. Esta zona más estructurada del nuevo libro es un ensayo en el que Candelero fundamenta un modo de pensar el lenguaje donde la representación es sólo una de sus funciones; las otras son expresar (como en la oración) y apelar (como en el grito). En estas dos instancias no representativas, el lenguaje es "táctil"
e inseparable de su coyuntura existencial: "el grito contacta". Hay en juego un concepto de lo espiritual que evoca los primeros trabajos sobre filosofía del lenguaje de Walter Benjamin ("Del lenguaje en general y del lenguaje de los hombres en particular"). Ya desde el prólogo, Candelero advierte "que no
todo lo extra científico es 'pseudociencia', que no todo lo que aparece irracional va contra la razón, que no es que lo obscuro sea nada, que simplemente es otra cosa".
El particular método de pensamiento de Candelero, un método fenomenológico de búsqueda de la verdad, opera sobre lo inmediato, lo próximo, lo cercano, eludiendo las abstracciones que podrían falsearla. Es de esperar entonces que si su tomo sobre lo biológico transcurría su discurrir en la casa y el del lenguaje en la cátedra, el libro por venir, Observaciones filosóficas sobre lo religioso, se sitúe en el ámbito (¿templo, dojo, gimnasio?) donde el autor practica hata yoga, disciplina que le habilita una vía "corporal" de superación del dualismo cartesiano, ese sistema moderno occidental de ideas según el cual el hombre es un extraño en su propio cuerpo. ("Voy hacia lo que menos conocí", escribía Viel Temperley en Hospital Británico; "voy hacia mi cuerpo").
Al igual que las páginas más inspiradas de la anterior, Observaciones filosóficas sobre la palabra y otras cosas es la obra de un escritor que sale a buscar la verdad con la intención de poder decir algo sobre ella, y se encuentra con la belleza, sobre la que nadie pudo nunca decir nada, excepto los poetas y (es el caso de Candelero) los filósofos cuando hablan como poetas. Esta gnoseología que felizmente "fracasa" en los términos de una cosmovisión occidental y moderna, triunfa como una estética, que a su vez es una ética del detenerse. Es un libro para detenerse a leerlo y su lectura deparará inmensas satisfacciones, si bien al comienzo no es nada fácil. La escritura está trabada por los guiones y paréntesis que caracterizan a las traducciones al castellano de las obras de Martin Heidegger y otros posracionalistas. Entre ésta y otras influencias explicitadas, la del biólogo y epistemólogo chileno Humberto Maturana y su discípulo Francisco Varela parecen haber sido decisivas. Súmense las
referencias a la fe cristiana, a la meditación, a los dibujos animados, al perro del autor (musa constante), a las Torres Gemelas, o a esa honestísima psicoanalista no freudiana ni lacaniana que es Alice Miller (fallecida en abril de este año), y el lector razonable y bienpensante saldrá corriendo a buscar la ristra de ajos o la escopeta de dos caños: hojear este libro induce a prejuicios.
Dicho así parece una obviedad, pero hay que leerlo para comprender de qué se trata. Su estilo es fragmentario y acá el fragmento es tanteo tentativo, no es parte de un sistema. Candelero es uno de esos raros autores que, al escribir, hacen o deshacen: acarician o derriban, bendicen o subvierten ideas en lo real de lo que estas ideas han producido, en cómo encarnaron en el cuerpo. Su escritura (como la de Artaud, como la de Deleuze) es táctil.
Entrega su sentido con lentitud, de manera "tardía". Tiene instantes maravillosamente humildes y momentos de tono profesoral: serenos los primeros, molestos hasta lo irritante los segundos. El libro exige un lector a la espera, atento, capaz de "atender para entender", como la madre al niño; leerlo es raspar, es insistir, es casi orar. Pero una vez que el sentido resplandece, el asombro ilumina la conciencia en forma de estallido, luz de Bengala o lo más parecido que la filosofía haya podido dar hasta ahora a un poema del siglo veintiuno o una canción del Flaco Spinetta.
Algunos pasajes sobre animales son especialmente felices: "Los gansos nacen sabiendo rezar". "El perro no tiene mundo, pero tiene al otro". "La vaca hace yoga. Ve pasar el tren sin atenerse. El tren no la entretiene". Hay que leer a Candelero, autor ni joven ni viejo, autodenominado "tardío".
Detenidamente y con paciencia. Leerlo hace bien. Leerlo es hacer bien, es hacer sin hacer. Pensamiento posmodernista desde la otredad, desde el cuerpo; lúcida crítica al subjetivismo antropocéntrico moderno, o más bien el relato de su superación a manos de las condiciones materiales de producción de la posmodernidad, no les toca a los ensayos de este libro tirar abajo nada, porque ya avisó en el prólogo su autor que no es el profeta de nada: "apenas soy el que anduvo por allí".
Y vale la pena seguirle los pasos. Porque lo que brotará de estas andanzas será un pensamiento cuyo fin no sea distanciarse del mundo, sino celebrarlo para habitarlo.


*Fuente: Rosario-12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/12-24431-2010-07-14.html







MUJERES & PLACERES*



*Por Reynaldo García Blanco
centrosoler@cultstgo.cult.cu


Al poeta argentino Oliverio Girondo le gustaban las mujeres que volaban. Lo dijo en un poema muy singular: Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el
amor más que volando. En lo que respecta a mí, ahora que entramos en el tema, me gustan las damas que cantan cuando se duchan o van por la calle entonando boleros, con la posibilidad real de provocar un accidente. Me gustan las que meditan y cocinan con un sentimiento tántrico y piensan, como los tibetanos, que en la vida hay tres placeres: el estornudo, el orgasmo y la muerte.
Una estudiante francesa le preguntó al Cronopio mayor Julio Cortázar: ¿Qué es lo que más le gusta de mí? Y el autor de Rayuela le contestó: Lo que me gusta de tu cuerpo es el sexo. Lo que me gusta de tu sexo es la boca. Lo que me gusta de tu boca es la lengua. Lo que me gusta de tu lengua es la palabra.
Me deleitan las mujeres que se maquillan hasta el infinito a punto de perder trenes y aviones. Las que te llaman en francés y no soportan el inglés.
¿Cómo sería aquella Sulamita que el rey Salomón comparara con yegua de los carros de Faraón? ¿Cómo sería su cuerpo?: Los contornos de tus muslos son como joyas, obra de mano de excelente maestro. Tu ombligo como una taza redonda que no le falta bebida. Tu vientre como montón de trigo cercado de
lirios. Tus dos pechos, como gemelos de gacela. ¡Ah, esos ardores! Como una consigna política la revolución de tus pechos.
Me gustan las hembras que tienen una herida en el vientre, un caracol terrestre al lado del espejo, un lunar en la nalga izquierda.
Me gustan las que no dicen malas palabras al no ser que se golpeen el codo o la rodilla y entonces se acuerdan de Teresa de Calcuta.
Prefiero las que les gusta una puesta de sol y que se han leído la Biblia, el Kamasutra y Adiós a las armas, de Hemingway.
Jorge Luis Borges amó a una mujer imposible. Le ofreció su soledad, su oscuridad, el hambre de su corazón. Trató de sobornarla con la incertidumbre, con el peligro, con la derrota. Y se quedó ciego para siempre.
Tengo especial predilección por las que hacen Pajaritas de papel y les tienen miedo a los gusanos y hasta los gatos se enamoran de ellas. Las que creen en el karma, la reencarnación y los chacras.
Y bueno, la capacidad de volar debe estar presente como en la María Luisa del poema de Oliverio Girondo. Y todo ello se complementa con esa trinidad, divisa de los monjes tibetanos, que en la vida hay tres placeres: el estornudo, el orgasmo y la muerte.







Vamos hacia el infierno*


Publicada en 1929 y con el martirio de su autor a cuestas, la novela breve Kanikosen se ha convertido en un exitoso fetiche en el Japón y ahora, en 2010, en diversos países de Europa, España incluida, donde acaba de aparecer. Asesinado por la policía en 1933, Takiji Kobayashi había narrado el infierno chico y concentrado de un pesquero japonés en viaje a la península de Kamchatka. ¿Resurgir de la literatura proletaria? ¿Identificación de los jóvenes, víctimas de las sucesivas crisis económicas, con el destino de esos lejanos jóvenes sometidos a bordo? Lo cierto es que este relato de unos seres que van a la deriva hacia el infierno superó ampliamente el género de las aventuras marítimas.



*Por Guillermo Saccomanno


"Vamos hacia el infierno", dice uno de los pescadores a bordo del cangrejero Hakku Maru, un maltrecho, hediondo y siniestro buque factoría que zarpa desde Japón con destino a la siberiana península de Kamchatka, custodiados por un destructor. Después de esta primera frase hay que sostener un relato.
Pero a Takiji Kobayashi le sobran dotes y pasión (confluencia no siempre habitual) y consigue en menos de 150 páginas un relato de explotación y horror cuya tensión no afloja desde la primera línea. Entre otras razones, porque la promesa de ir hacia el infierno se cumple inexorablemente. ¿Qué barco es el Hakku Maru? "Uno de esos barcos lisiados con honor en la guerra ruso-japonesa, barcos hospitales o cargueros tirados como si fueran entrañas de pescado con una silueta fantasmagórica." Su tripulación también es fantasmagórica. Y las tragedias que debe atravesar espeluznan cuando se repara que esta novela tiene más base de crónica que de ficción.
La tensión que produce la lectura de Kanikosen exige que, al comentarla uno tiente alguna distancia, ser ligeramente crítico y, mediante una supuesta objetividad, argumentar por qué esta novela, no más larga que Humillados y ofendidos de Dostoievski, contundente como Hambre del noruego de Knut Hamsun, lo vuelve a uno, desde el comienzo, lector incondicional. Su potencia es tanta en su tiempo como hoy. Especialmente en Japón, donde se ha convertido en un auténtico fenómeno. Tiene una explicación obvia: los jóvenes nipones obligados a trabajar contratos temporales en situaciones concentracionarias con salarios bajos, temerosos de perder su empleo, en la crisis económica, se identifican con esta "ficción" impiadosa sobre los pesqueros del pasado. Sus lectores: 1.600.000 ejemplares. Es sabido: no es la cantidad de lectores que comprende un boom lo que garantiza la calidad de un relato. Excepcionalmente, en este caso, lo masivo y la calidad van juntas.
Allí donde el capitalismo hace crac, Kanikosen reactualiza su fuerza. Y, por qué no decirlo, ese vigor narrativo es también un mensaje. El impacto Kanikosen alcanzó recientemente, además de Estados Unidos y el Reino Unido, también la ahora debilitada España, donde termina de publicarse por vez primera. Entonces, todo esfuerzo de objetividad con Kanikosen es necio. Si un prodigio ostenta esta novela tan corta como desesperada es anular, desde el principio, la impasibilidad. Publicada originalmente en 1929, en 2008, en el aniversario de la muerte de su autor, se convirtió en un best seller imprevisible. 600.000 ejemplares publicados de la novela, 200.000 en su edición manga. Para tener en cuenta, sus dos adaptaciones cinematográficas: en 1953, por So Yamamura y en 2009 por Sabu, director de culto de las nuevas generaciones de cinéfilos.
Kanikosen refiere una historia siniestra y despellejada. El Hakku Maru contiene entre sus cuatrocientos tripulantes, pescadores veteranos y brutales en su mayoría, apestando a sake, muertos de hambre empujados a esta faena por la necesidad, y también numerosos estudiantes pobres y chicos inexpertos que irán padeciendo los rigores del terror y la vejación. Porque a bordo, extrañando una mujer, los chicos son el consuelo sexual de estos hombres animalizados que provienen del campo, de las minas, de las fábricas.
Están condenados a jornadas sin descanso. También, a todos sin excepción, los amenazan el castigo y la enfermedad. Violencia desquiciada, mentes aturdidas. La paliza y el encierro en un retrete en caso de desobediencia.
El beri beri como consecuencia del debilitamiento extremo. Por la noche el patrón, alumbrándose con una linterna, armado con un garrote, avanza entre las cuchetas, aparta las cabezas como calabazas. Nadie despierta así lo pateen. El patrón, se dan cuenta los sometidos, sabe de los límites de su resistencia. "Fíjate en La casa de los muertos de Dostoievski", le dice un estudiante a un compañero de desgracia. "Si lo piensas, ahora que conoces esto, no parece nada del otro mundo".
El cangrejero enfrenta tormentas que pueden hundirlo. Mientras las olas barren su cubierta, si algún otro cangrejero naufraga cerca el Hakku Maru no le prestará ayuda. Algunos de estos explotados, al lanzarse en un bote al mar tormentoso, habrán de conocer en tierra el pueblo ruso y sabrán de la
Revolución. El motín está en ciernes. Como también lo está la represión de la armada. Hasta acá, todos los elementos de una novela proletaria jugada al extremo, que en momentos brevísimos condesciende con la bajada de línea mecánica, pero de inmediato se aparta del panfleto y se concentra en su obsesión: describir, sin tregua, la explotación como un descenso al infierno.
Puestos a buscarle filiaciones, influencias y también una genealogía, habría que situar Kanikosen en un arco que comprende al Víctor Hugo de Los trabajadores del mar y al Joseph Conrad de Tifón, pero más cerca, como hermano de sangre está London. Un dato: Kanikosen fue comparada con La jungla, novela de Upton Sinclair, que narra la explotación de los obreros de la carne. Desde una óptica cool de lectores sushi podría leerse Kanikosen como relato de aventuras marinas, pero quien se incline a su lectura con
esta intención pronto resultará chasqueado por una historia cuya turbulencia remitirá, como a los jóvenes japoneses de hoy, a una realidad concreta que los sobrepasa. Novela coral, no hay personajes que se sobreimpriman unos a otros. Apenas maniquea, en su crudeza legitima la polaridad en función de un planteo clasista que viene a cobrar vigencia en un tiempo donde el trabajo se vuelve otra vez tema literario. Sin duda, Kanikosen no es una lectura que se preste a la fruición de la pelusa en el ombligo. Lo que viene a plantear qué sentido tiene escribir y para qué sirve la literatura.
¿Vuelta de la novela proletaria?, cabe preguntarse. La respuesta está en la misma novela. Y en la vida de su autor. Hija de la necesidad, Kanikosen es la novela de un iracundo que supo narrar con frialdad una temática que se pensaba agotada. La sucinta biografía de Kobayashi informa que nació en Odate, Akita, en 1903 y creció en Otaru, Hokkaido. En su época de estudiante integró el comité de redacción de una revista y publicó sus primeros relatos. Después de graduarse en estudios de comercio fue empleado bancario.
Apretado por la estrechez económica, durante la recesión se afilió al proscripto Partido Comunista y se dedicó a compartir la militancia con la escritura. Al publicarse Kanikosen Kobayashi ganó una popularidad instantánea que llamó la atención de la policía. La novela pronto tuvo una adaptación teatral con el título Al norte de los 50 de latitud norte. El joven Kobayashi publicó después un ensayo, El terrateniente, que motivó su despido del banco. Vigilado por la policía, fue arrestado bajo la acusación
de financiar el PC. Fue dejado en libertad por un tiempo corto. Dos años después fue detenido nuevamente. Consiguió salir con una fianza. Pero en 1933 intervino clandestino en una reunión del PC y, alcahueteado por un espía, fue arrestado otra vez. Desnudo, expuesto al frío del invierno, fue apaleado. Cuando la policía lo entregó a un hospital a las 7.45 del día siguiente estaba muerto. Había fallecido de un ataque al corazón, declaró la policía. Los hospitales, por miedo, rehusaron hacer su autopsia. Una nota incluida por su editor estadounidense en su primera edición en lengua inglesa apenas meses después de su asesinato informa que "en su cuello había moretones causados por una cuerda afilada. En las muñecas, una de las cuales estaba rota, quedaban las marcas de las esposas. Toda la espalda abrasada y, desde las rodillas a las ingles, la carne estaba hinchada y púrpura a causa de las hemorragias internas. Aún después de matarlo, la policía no quedó satisfecha y arrestó a más de trescientas personas que intentaron velar su ataúd y devolvieron todas las coronas fúnebres, hasta la que envió la federación de escritores. Inmediatamente los camaradas organizaron un gran funeral de trabajadores y campesinos para honrarle. Eligieron el 15 de marzo, el quinto aniversario del primer gran arresto de comunistas, una historia que Takiji Kobayashi había glosado en uno de sus relatos. Ese día la policía prohibió la representación teatral de su cuento 'La aldea de Numajari', deteniendo a todos los actores. A pesar de que la policía estaba movilizada para evitar que hubiera protestas y las masas se rebelaran, los
trabajadores y los estudiantes de todos los grandes centros urbanos salieron a la calle y manifestaron repartiendo folletos que denunciaban el crimen".


Kanikosen
El pesquero
Takiji Kobayashi,
Atico de los libros, Barcelona
146 páginas


*Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-3911-2010-07-14.html




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