martes, julio 13, 2010

UNA HERIDA EN MI PAISAJE...



*Ilustración de Ray Respall Rojas.
La Habana. Cuba.




El agujero*



Cuando era pequeño y aprovechando que la habitación de mi primita estaba al lado de la mía, abrí un agujero en la pared para poder observarla mientras se desnudaba. Durante más de un año la miré entre la vergüenza de ser descubierto y la curiosidad inevitable.

Después ella se marchó y yo quedé solo. La encontré a faltar. No supe nunca si era por perder una compañera de juegos o por lo que había perdido en mi condición de espía secreto. Algunas veces miraba por el agujero con la vana esperanza de encontrarla en la habitación contigua.

La prima regresó al cabo de muchos años y a pesar de ser ya mayor, lo primero que me vino a la mente fue que podría volver a verla a través de aquel agujero de la pared. No pude quitarme de la mente éste pensamiento en toda la tarde. En la cena tuve que hacer esfuerzos por concentrarme en la conversación y dejar de imaginarme espiándola a través de la pared y constatando la evolución del cuerpo de mi primita durante aquellos años. Por lo que se podía deducir, la naturaleza la había dotado con generosidad.

Estuve sentado en la cama con los ojos fijos en la pared, luchado contra una especie de vergüenza que sabía que no podía ni quería vencer. Me levanté y me acerque cautelosamente, sin hacer ruido, y quedé parado delante del agujero. Vencí fácilmente mis últimas aprensiones y acerqué el ojo al agujero, despacio, encajando la mirada en el punto exacto. La sorpresa fue mayúscula porque en lugar de ver el cuerpo de mi prima desvistiéndose me encontré únicamente con su ojo que me observaba.



*de Joan Mateu. joan@cimat.es






UNA HERIDA EN MI PAISAJE...





EXTRAÑO SUEÑO*



En la primera etapa de nuestros tiempos en el banco; me refiero a quienes ingresamos en el primer grupo de origen, tuvimos entonces un verdadero bautismo de fuego.- Las tareas nos superaban, las jornadas se tornaban complicadas y apenas podíamos desenvolvernos, y era mucho decir, más bien apenas nos defendíamos, y eso a los ponchazos.-
Más adelante se fue incorporando personal, y estacionando las exigencias de nuestras tareas, mermando el vertiginoso crecimiento.- Esto era lógico.- Al principio tuvimos un cúmulo de vinculaciones y aperturas de todo tipo de cuentas y operaciones, y pasado cierto tiempo eso se fue aquietando, mientras al mismo tiempo, mejorábamos en nuestra capacitación y en nuestra estructura.-
Digamos que le fuimos tomando la mano.-
Los días pasaron a ser cada vez más normales, y hasta teníamos algunos casi aliviados, especialmente ciertos días del mes, o de la semana.-
Aunque siempre continuaron habiendo cada tanto, por H o por B, días picos, de mayor afluencia donde se nos venía encima una avalancha de operaciones.- Por ejemplo, los días lunes ya lo asumíamos, así como los días sándwiches, entre feriados; pero peor era tras un feriado como el día “del bancario”, el seis de noviembre, por lo general hábil para todas las actividades tanto civiles como oficiales, pero feriado bancario en todo el país.-
Encima nuestro primer festejo nos cayó en lunes.-
Todo el comercio, industria y servicios y demás sectores económicos trabajaban como día normal, y nosotros de camping festejando con asado y vino, conmemorando por primera vez lo que desde allí sería “nuestro día”.-
Pero al día siguiente teníamos doble o triple trabajo.- Días verdaderamente complicados, especialmente en la caja.-
Yo todavía estaba sólo en toda el área, salvo la ayuda después del cierre que podía darme el gerente.-
Una de estas jornadas, terminamos bastante tarde de armar el efectivo y cotejar con las cifras contables.- La caja acusaba una diferencia espantosa, pero aún había que revisar las sumas.-
Nos fuimos a almorzar, bien tarde, y a descansar un momento; volviendo enseguida a continuar con el cierre y determinar mejor las partidas.- La diferencia se fue estableciendo en un faltante tan grande, que no podía ser ningún error de pago ni de recepción, debía ser otra cosa.- Quizás inversiones de números.- Analizamos todos los movimientos, y nada, la diferencia persistía.-
A la larga tuvimos que convencernos, estaría faltando dinero.- Una cifra disparatada, algo imposible, pero no obstante, todo indicaba que había un tremendo faltante.-
No teníamos más donde buscar.-
Se acabó el día.- Ya tarde de noche me fui a casa, destruido.- Abrumado y desorientado.- No sabía en qué iba a terminar.- ¿Qué más podía hacer? ¿Qué estaría pasando? Ni se me pasaba por la mente que podría haber cometido un descuido tan grande.- Sin embargo, esa noche, mientras manejaba las cincuenta cuadras hasta mi casa, sentía en mis venas un torrente de adrenalina y por momentos escalofríos de terror, y trataba de convencerme de no dejarme llevar por el pánico, y que todo se iba a resolver…
¿Pero cómo? ¿Cuándo?, mañana temprano empezaríamos una nueva jornada y ya tendríamos que ocuparnos de esa, cada momento se me iría consolidando la diferencia, y cada vez se me haría más difícil encontrarla…-
Al llegar a casa, con todo ese peso a cuestas, pensé en cenar algo, tratar de relajarme, descansar, y en última instancia, me llegué a imponer resignadamente: ¡Qué sea lo que Dios quiera!
Había llegado de visita una prima muy querida que no veíamos desde hacía mucho, y me pidió un favor, al que yo no podía negarme: Qué la llevara para saludar a otros primos al campo a unos cuarenta kilómetros.- No pude decir que no.- Fuimos todos, también mi esposa y mis dos pequeños, el más chico en brazos.- Caminos de tierra y bastante polvareda.- Una cubierta del auto se rompió cuando volvíamos, sin consecuencias, la reemplacé, y llegamos bien, sin otros contratiempos.- Pero se hizo muy tarde, estaba muerto de cansancio.- Había tenido un día muy largo y tenso, no conseguía zafar de mi mar de fondo; mi drama seguía acechándome y ni siquiera pude charlarlo con mi mujer para tener al menos el alivio de compartirlo, como siempre que uno busca ese apoyo en la compañía de quienes más nos quieren.-
Así con esa tensión fui a dormir.- Dormí como un tronco, pero un tronco en un río turbulento, tuve pesadillas afiebradas, alocadas, soñé disparates; pero uno de esos disparates me hizo dar un salto…- Serían las cinco o cinco y media de la mañana, ¿Qué disparate había soñado el último minuto que me hizo saltar en la cama?...
Soñé que había encontrado el dinero…
Fue una verdadera pesadilla.- Soñaba con un viejo almacenero de cabello y bigotes blancos, parecido a Einstein, que había vivido cerca de casa cuando éramos muy niños, entonces solía jugar conmigo y yo sentía como que me quería y me protegía.- Hacía más de dos décadas que había muerto.- Pero yo soñé con que él me mostraba dónde estaba el dinero que faltaba…
En el sueño yo era un niño pequeño, como entonces, y estaba con él; me tenía tomado de la mano y trataba de convencerme que lo siguiera, que no tuviera miedo.- Debíamos pasar sobre unas tablas que tapaban un pozo que estaba bajo una galería de una casona de antaño.- Yo no me animaba.- Entonces pasó primero él y desde allí me tendió las manos para que pudiera pasar sin temores.- Pasé, y allí había una habitación semi oscura donde se veía la caja número dos del banco, la que yo tenía a mi derecha durante mis jornadas de trabajo, pero nunca la habilitábamos.- Me aproximé, la abrí y allí, había billetes y fajos de todos los valores, casi lleno el cajón y las gavetas…
Desapareció el anciano, y yo me desperté, ¡y se me hizo una luz en las tinieblas!
De algún modo que yo no podía entender, ¿Podría estar allí el dinero que me faltaba?
Enseguida lo iba a saber.- ¡Desde ese momento me aferré desesperadamente a esa ilusión! Faltaba una hora o más para ir al banco, pero no me podía aguantar.- Hacía frío pero yo estaba transpirando.- El gerente solía ir temprano, así que sin esperar más me fui volando…
Entré como una tromba…, no me fui a ver a la caja, no, lo fui a buscar a él, y excitadísimo le trataba de explicar, pidiéndole alborotadamente que viniera a ver conmigo lo que yo esperaba encontrar, lo que tan patente había visto en sueños.- Me miraba asombrado sin entender, y yo cada vez más seguro que allí estaba nuestro tremendo faltante.- Además yo no me permitía siquiera tener dudas, me aferré a que aquello era posible, ya quizás como nuestra última alternativa...-
Abrimos la caja. Y tal cual lo había soñado, apilados del mismo modo, de costado como los había visto, allí estaban fajos completos y a medio hacer, por docenas, y saldos de billetes sueltos; en idéntico volumen, que en cuanto contamos era exactamente la cantidad justa y total de lo que nos estaba faltando…
¿Qué había pasado?
¿Cómo no sabía yo que todo eso estaba en esa caja?
Lo que pasó es que el gerente vino a ayudarme, en un día en que había mucho dinero para contar, armar fajos, y recontar; así que ayudándome trabajaba sobre la mesada de la caja número dos, la de al lado, a mi derecha.- Yo casi no lo veía porque teníamos una divisoria entre ambas cajas, además yo estaba concentrado en lo mío estableciendo arqueos y el resto del dinero.-
Nunca guardaba dentro de los cajones y gavetas; porque me los iba pasando a medida que los acondicionaba, pero esa tarde en un momento tuvo que retirarse para volver después, casi enseguida, y entretanto sí los puso, aunque transitoriamente.- Cuando volvió se había olvidado y siguió con otra partida nueva de lo que yo tenía.- Para nada se acordó después, de lo que había apartado; hasta que ahora abierto el cajón, cayó en la cuenta de lo que había hecho.-
De una cosa estoy seguro, yo ni inconscientemente pude saber que todo eso había pasado, ni que el dinero podía haber estado allí.-
¿No será que tuve realmente un protector?
Pero nunca pude superar el convencimiento, de qué sin poderlo explicar, tuve alguna ayuda desconocida.-
Sea lo que sea, me sigue asombrando.-



*de Celso H. Agretti. celsoagr@trcnet.com.ar
Avellaneda. Santa fe






Una herida en mi paisaje*



Estoy escuchando, con un cierto dolor, las ramas del Ficus que caen...
Esas hojas que alguno en no se qué reunión me preguntaba si lustro, las que se plateaban en la noche. Uno está solo con lo que pierde, pero puede compartirlo. Uno además no sabe casi nunca la verdad de la tristeza, lo cierto es que es una herida en mi paisaje. Una punta de mirada se va en ellas. Tendré más luz y pasto, aunque se perderá algo de selva indomable en un pedacito pequeño de ciudad. Recuerdo a Marisa de Giorgio con sus jardines locos. El jardinero me lleva hacia la cordura, pero lo que está, insiste, vuelve a aparecer.


*de Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar








EL CENTROJÁS*


al Negro Cornejo



*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar



Cuando lo vimos entrar a la cancha, trotando, elástico, detrás del “Tin” Morón con su camiseta amarilla de arquero, supimos que ese hombre delgado y moreno nos iba a llenar de felicidad.
Decir que fue el jugador más elegante que pisó la Liga Interprovincial en la década del 50 es desmerecerlo. Era mucho más que eso, era un cinco antiguo, un verdadero centrojás, que atento a todas las jugadas, era un armador de equipo nato, como eran o debían ser en aquellos tiempos los que se destacaban en ese puesto, tal vez el más difícil por lo que puedo recordar.
Yo era un chico entonces, pero al verlo sobresalir de manera notable, porque jugaba como dando cátedra, con un juego limpio –aunque puesto a pegar, pegaba- me pregunto a mí mismo qué dios extraño o generoso lo había vestido con nuestra número 5, justo la colorada del Club.
Mi padre contó luego que venía de la primera división de Argentino de Rosario y no sé qué teoría conspirativa se tejía sobre una conflictiva relación con los dirigentes “salaítos” y él, para que haya sido convencido de jugar en nuestro Club.
Ese puesto lo había ocupado antes el “Flaco” Juan Ruggero Maggi, uno de los maestros al que yo vi jugar sus dos o tres últimos partidos. El “Flaco” era un carpintero solitario y pelado, padre de Juancito, mi amigo de la infancia. El “Flaco” era de natural calmo y silencioso mientras trasegaba entre sierras, maderas y polvillo de madera. Pero el domingo se transformaba. Con la número 5 era un lujo, jugaba bien y sabía mucho de fútbol. Era un maestro, un docente, como el “Pelado” Míguez. Se retiró ya grande y hasta jugó una temporada en la Reserva, según me confirma el Toto Míguez, que suele reafirmar mi memoria cuando me falla.
Así que ese día vimos trotar a ese muchacho moreno y delgado con un poco de expectativa porque no era fácil vestir esa casaca después que la usara el “Flaco” Maggi durante tantos años. Pero el milagro se produjo incluso antes de verlo jugar, porque esa estampa no podía sino ser la de un auténtico crack.
En aquellos remotísimos tiempos éramos muy vulnerables al influjo de los mitos y propensos a las adhesiones incondicionales. Nosotros –quiero decir mi generación, los que estábamos en el primer grado de la primaria –fuimos sin excepción admiradores incondicionales del Negro Cornejo, tal el apodo con que se lo recuerda, porque su nombre de pila no registraron sus contemporáneos.
Usaba un calzoncillo “anatómico” como se los llamaba a esa prenda que ajustaba como una faja porque tenía más de treinta centímetros de elástico. El ponía la camiseta debajo y así salía la cancha. Eran muy populares esos calzoncillos, los mejores eran de marca “CASI” y la publicidad que publicaban los fabricantes en “El Gráfico” constaba del dibujo de un gorila con su hijito, sólo vestidos con la prenda en cuestión, con una leyenda que decía : “Cómprele a su hijito”. Jugar con esos calzoncillos daba una gran sensación de seguridad, eran muy cómodos pese a que se ajustaban bastante al cuerpo.
“Tuto” Vega supo contarme una vez cómo iba Cornejo minando el entusiasmo de los delanteros rivales: al disputar la pelota les pegaba pequeños puntapiés en la cara interna de los tobillos con la punta del botín, tanto como para que de esa forma paulatina no despertara la sospecha del árbitro y de paso lo fuera acobardando y al hincharse la parte golpeada debieran salir de la cancha. Otra estratagema que usaba –siempre según el relato del “Tuto”- era al saltar a cabecear con el contrario pasar a través de su propio cuerpo un brazo y pegarle en la espalda para hacerle perder el equilibrio y así llegar él antes a la pelota.
Nunca le vi hacer estas “picardías” o no lo recuerdo, así que por ahora eso es inverificable porque el “Tuto” acaba de morir, es decir, me quedé sin fuente.
Nos quedamos entretanto con esa imagen impecable del viejo “Centrojás” de antaño, el que de vez en cuando metía “una chufa” al decir del “Nino” Míguez para gratificar un violento tiro de lejos que iba a la red. Me quedo con ese jugador que nosotros tratábamos de imitar, sin conseguirlo.
Uno de sus goles que yo más recuerdo es el que le hizo a Newberton de Cruz Alta cuyos tres palos defendía un arquerito pelirrojo, muy ágil y arrojado. Ese día en nuestra cancha Cornejo le hizo “morfar el polvo” como se dice con un balinazo de cuarenta metros, fuerte y de punta, alto, imparable. El arquerito estaba un poco adelantado y cuando quiso reaccionar era tarde. Como el tiro era inatajable le puso los puños y quiso elevar la pelota sobre el travesaño. Inútil esfuerzo, fue un golazo. La pelota besó la red con violencia. Era, lo recuerdo, el arco que da a la casa de Perfecto Escobar.
La última vez que vi a Cornejo fue en un final contra Deportivo de Isla Verde, pero aquí como árbitro de la Asociación rosarina. Nos acercaos con mi tío “Berto” a saludarlo, y él, muy cortés como siempre nos agradeció esa muestra de afecto y reconocimiento que después se amplió a casi toda la hinchada.
Para cerrar esta deshilachada relación melancólica diré que un día pasó por una librería que supe tener en la calle Paraguay y acababa de preguntar por mí, ya que venía de la calle de hacer un trámite. Volví a salir porque no coincidimos por minutos y ya se perdía entre la gente, allá, a lo lejos, alto y un poco más grueso, pero elegante, como yo lo había visto en mis tiempos de sueños futboleros y de tanto pájaro en lo alto contra un cielo de acero celeste.



*


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