sábado, julio 24, 2010
UNOS QUEMAN, OTROS DESEAN...
*Ilustración de Ray Respall. La Habana. Cuba.
PESADILLA*
Abrió los ojos en la más completa oscuridad. Sus dedos recorrieron lentamente la superficie del sitio donde se encontraba yaciendo: estaba encerrado en un sarcófago de madera forrado en satén.
Aún asaltaban su memoria los colores de la mañana, el suave calor del sol acariciando su piel a través de los cristales de la ventana, el jolgorio de los niños jugando en la playa, su chalet con esa increíble vista al mar, su yate, su perro esperando el paseo matutino…
Por suerte todo había sido una pesadilla.
Feliz de haber despertado, celebró la llegada de la noche, levantó la pesada tapa, pasó la lengua por sus colmillos…
Y saboreó el placer de ser eterno.
*de Marié Rojas.
La Habana. Cuba.
MORADA DE LOS DESENCUENTROS*
XXXIII
No puedo impedir que la transitoria
Y a la vez belleza de la vida
Perturbe mis sentires.
Quiero el goce del inconmensurable hoy
Porque mañana las rosas
Estarán marchitas, el árbol perderá sus hojas
Y el agua del arroyo no será la misma.
Hoy debo cristalizar mi risa
Contra el arco iris de los ensueños.
Tal vez mañana las nubes
Nieguen la salida del sol.
*de Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar
*
Vacilaciones, pausas, espacio, entre las palabras donde se acunan los sentidos.
La posible herida del discurso que puede animar lo nuevo. Fisura por la que habla el poema. Alma del lenguaje.
Los que saben todo, los que no tienen dudas, los dogmáticos que hablan de un dios (siempre de su parte)
y del diablo (siempre afuera de ellos) tienen la ilusión de lo cerrado - perfecto.
Buscan las maderas para la hoguera.
El fuego dibuja un sueño que pulsa
Unos queman, otros desean
*de Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar
Me quité la piel*
A Edith Cervantes.
*de Jesús Brilanti T. lugburtian@hotmail.com
Permaneces imaginándome sentado mirando hacia la otra orilla del crepúsculo, justo ahí donde te encontré tejiendo un manto traslúcido por donde yo te pudiese admirar.
Me quité la piel para obsequiártela después de que te encontré ahí sentada y llorando un domingo por la mañana, pues creí que tenías frío; te apreté muy fuerte contra mi pecho para que mi alma te dijera que la dejes reposar junto a la tuya y así pudieses dormir tranquila mientras mi esencia te cuidaba y te acariciaba vigilando sigilosamente tus sueños.
Me deshice del sueño para montar guardia y recolectar cada suspiro que caía de tu garganta, me asesinaba la angustia, me retorcía cada lágrima, pero me mirabas de pie, pues debía ser yo quien te pudiese brindar mi mano, la tomaste de manera fuerte, sentiste succionaba yo tu intranquilidad.
Me revestí de luto cuando tu llanto no cesaba, me desvanecí cuando tu rostro se matizó de gris.
¿Qué son por las noches tus sueños? Son, tal vez, la cellisca de la que se alimenta el manantial donde resido.
Me quité la piel para que me veas por dentro, admires que me has encontrado ahondando en la profundidad de tu mirada. Para que admires como duele despertarme cada día, no encontrarte y conformarme con aquella fotografía.
Me quité le piel para expeler mi alma y podértela obsequiar, me quité la piel para decirte que cuando te marchas se me acaba el analgésico que reviste a mi alma cuando te tengo tan cerca, y se abre una brecha a mitad de mi pecho que sangra, que arde y que se erige en medio de una aniquilante vaciedad. Cuando te alejas, cuando te veo partir, mi alma se queda destrozada ahí en aquella esquina mientras tú en un taxi te has de marchar, cuento los pasos de regreso a casa porque sé que la soledad me ha de alcanzar suspirando y pensando que hace tan sólo unos instantes te pude abrazar no con los brazos sino con mi mirar y otro tanto con la profundidad de mi espíritu.
Cuando te vas, me quedo en silencio con el ruido que dejó tu eco sobre los muros de mi habitación, y te escucho aquí adentro, cada sonrisa o cada lágrima, según sea la ocasión; se me dilatan las pupilas intentando buscarte la sombra cuando te marchas y me dejas en la oscuridad de mi lamentación.
En el instante que te alejas, la metamorfosis atañe mi mirada, que disfrutó de tus caricias, que profanó mi caparazón de amarguras, me desbarata la cordura con tus labios, esos que con cientos de palabras me han hecho deambular sin sendero, sin zapatos, sin piernas tan sólo por tu devoción.
Mientras partes, me derrumbas y de rodillas busco entre mis sábanas tu aroma y me tatúo con él el aura para no quedarme tan solo en medio de esta soledad. Reinvento tu figura con mis manos y sin ellas asemejo que te puedo yo tocar, para poder volcar esta tormenta que llevo adentro e intento con ella misma suplicar: no te vallas, no te marches, permíteme culminar de respirar. Me crucifico a cada instante que por esa puerta tú te tienes que marchar. La agonía de este cuerpo errante, la ruptura de mi dicha, mi castigo fustigante, y en esta brecha me pudiesen sepultar.
Cuando te retiras después de varias horas de haberme dado vida, me la robas, te la llevas; ignoro hasta donde la transportarás; sé muy bien que la cuidas entre tus manos, entre tu pecho, yo así te la quise obsequiar, pero nunca olvides en regresármela algún día cuando vengas y traigas contigo esa tu luz, tus alas, tus recuerdos, tus miedos, tus alegrías, tus canciones, tu piel, tus besos y tu eterno respirar. Oxigéname lo suficiente, para que cuando te marches pueda sobrevivir al enorme vacío que dejas; y si te alejas vuelve tan pronto como puedas, no pretendas que por mi mismo pueda palpitar.
LA SACERDOTISA*
Antes del encuentro,
Estaba yo consagrada en pan y en vino.
Pero de tanta paz enigmática, un vacío angustiante me invadió.
No pensé tocar el cielo y cambiarlo por tierra,
De la mas infértil e insana.
Tu rostro insertado en la ciénaga
que buscaba por cerros y montañas,
estaba allí como puesto en medio camino,
sin poder dejar de mirarte, tentación milenaria, ayuno tortuoso,
vida inmaculada a cambio de tormenta y pasión, cálido sentido
por una guarida intocable, suave burbuja y miel en mis labios
para pasar el trago amargo de lo que significa posar un pie en la existencia.
Tu presencia, salvación momentánea a un abismo ilusorio,
Fue un rescate barato para un nivel mas profundo del cual
ni la muerte comprende que en vida, crea que se pueda estar mucho tiempo.
Devuelvo el regalo dado por el universo: dame la tumba vacía
Para llorar en forma de rocío la felicidad eterna,
de la cual añoro cada noche
Estar nuevamente consagrada en pan y en vino.
*de Daniela Wallffiguer danielawallffiguer@gmail.com
Los derechos de las mujeres ya nacidas*
El maltrato de la iglesia hacia las mujeres viene desde el tiempo en que nos quemaban como brujas.
La muerte de mujeres pobres por abortos mal hechos es una de las consecuencias del ensañamiento de las cúpulas eclesiásticas con el cuerpo y la libertad de las mujeres.
*de Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar
LA CARRERA*
Félix Mercado presidente del Golf Club Dull Park y propietario de la más importante fábrica de cristal del país, se propuso comprobar una inquietud singular originada durante algunas charlas en el bar del club. Eran reuniones animadas por apuestas extravagantes.
Mercado propuso este desafío: tendría que correr contra sí mismo por un terreno flanqueado de
espejos.
No estuvieron ausentes los retos inevitables. Disponía de los materiales, el personal necesario y al tercer día todo estaba dispuesto. Ese sábado la mañana era espléndida y los cincuenta metros destellaban radiantes.
Los sonrientes jueces de llegada aguardaban en medio de bromas.
En un tiempo discreto Félix cruzó la meta. Nadie acertó acerca de cómo sería esa llegada. Ni todos los que apostaron en contra de Mercado que dijeron que él y ambas imágenes llegarían al mismo tiempo, ni el propio corredor que tenía la convicción de que él llegaría primero.
Así llegaron: la imagen de la derecha arribó antes y un instante después Félix. Algunos obreros que al atardecer desarmaban las paredes de espejos, observaron como una sombra difusa se desplazaba agobiada por el lado izquierdo hacia una meta ya desierta.
*De Santiago Bao. santinebao@gesell.com.ar
MIEDO*
*Por Miriam Cairo. cairo367@hotmail.com
*
Miedo de ver una patrulla policial frente a mi casa. Hay muchas formas de robar. A veces, lo robado viene solo a nuestros brazos. Se roba a sí mismo y se nos entrega.
*
Miedo de quedarme dormida. Lo robado, una vez satisfecho en nuestros brazos, queda en una zona de derrumbe eterno, donde nada acaba definitivamente y todo agoniza para siempre.
*
Miedo a la narradora que suspira. En ningún lugar está escrito que una mujer sólo deba suspirar en brazos de un hombre. También están los almohadones. Y el silencio.
*
Miedo de que la noche no emprenda el vuelo. Un se vuelve ave, una se vuelve maga, una se vuelve pez, una huele el sexo universal de los que aman.
*
Miedo de que mi narradora cambie de pies. Hay ocasiones en que la noche está llena de penurias, se vuelve indigente, tan pobre que ya no es capaz de sentir la falta de amor como una falta.
*
Miedo a las esferas. Cuando lo robado se te entrega, trae consigo el oscuro vuelo. Lo robado llega ávido de palabras que no han tenido lugar entre las palabras, llega para completarse y revivirse, pero trae consigo cierto castigo, cierta pena. A cuestas con su crimen llega rendido hasta los besos y los besos lo redimen.
*
Miedo a los perros de doble mirada. Pero lo robado no viene solo y oscuro, sino que trae también una inocencia.
*
Miedo al las flores de perfume rebelde. Lo robado viene con el sueño de una flor desnuda entre los labios y se va con el perfume de la flor en los dedos, en el aliento, en el pelo, en la boca, en los zapatos. Y no hay ninguna flor igual. Ninguna. Y lo robado miente.
*
Miedo a identificar a los muertos que no están muertos. Miedo de dormir con ellos, de ir al shopping los domingos, de que llamen por teléfono, de que nos preparen algo de comer con ese sabor triste y funeral de los sepelios.
*
Miedo a que el cuerpo y el alma desaparezcan juntos. Lejos de la zona de muerte, lo robado ve resurgir la propiedad de sí mismo, sus trastornos vitales se fortalecen y se vuelve invencible: es capaz de sostener el derrumbe, es capaz de mantener con vida lo que estaba muerto, y encuentra en ello toda la paz del mundo.
*
Miedo a quedar sin preguntas. Qué sería de mi cuerpo sin sus preguntas. Qué sería de mi alma sin sus espasmos. Quien está conmigo cree que ve mi cuerpo pero lo que está a la vista es el alma. El cuerpo anda escondido dentro del alma, agitado de lucubraciones y ensueños. Yo pongo el alma ahí, a simple vista para ver quién es capaza de perdonar lo que tengo de imperdonable.
*
Miedo a los destiladores del tiempo. Lo robado viene a hurtadillas a levitar disimuladamente para no escandalizar los pies afirmados en el asfalto del mundo.
*
Miedo de la existencia de Dios. En cuanto lo robado es acogido, lo que se derrumba empieza a caer en cuenta gotas. Aquello que estaba a punto de morir irremediablemente, prolonga su vida. Entonces una debe tener el pulso firme para soltar la muerte que no es de una.
*Fuente: Rosario-12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-24569-2010-07-24.html
Soneto a mis amigos*
Amiga amigo sed de sentimiento
Brazos que abrazan negando fronteras
Yo he de encontrarte soslayando eras
Con la razón del corazón en tiento.
Amiga amigo sublimado aliento
Hace ya tanto tiempo que me esperas
El mismo tiempo que en tu voz vinieras
Mágico rito el de obsequiarte siento.
En solitario no será el camino
Si juntos avanzamos paso a paso
La amistad tiene el color de un trino.
Y el ave que canta -por si acaso-
Sabe que el sol anida en su garganta
Y será fiel con luz... Y en el ocaso.
*de Ana Maria Diaz Velo. anadiazvelo@hotmail.com
*
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