lunes, septiembre 22, 2008

CON EL ANSIA DE LO QUE NO POSEO...




*Ilustración de Ray Respall Rojas. tgrafica@cubarte.cult.cu
(indicar "Para Ray" en el asunto del correo)




ME DESCUBRO*




Los ciclos del tiempo
deben tener sentido
en los conos del misterio.
Tu mano al tocarme
atraviesa ese espacio.
Siento que palpitas
pero no comprendo.
Tampoco llego a mostrarte
que existo.
Me descubro sola,
a eso me acostumbraste...
Sólo cuento
con el túnel de mi duda
y con el ansia
de lo que no poseo.




*de Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar






CON EL ANSIA DE LO QUE NO POSEO...





Para un amigo*‏




Mis letras están inseguras
Tiembla la música de la amistad
Pero no la voy a dejar escapar…
Aunque mis lágrimas recorren mis mejillas
Inconscientemente como una llovizna ingrata
Que no me deja ver en este momento
En ellas hay imágenes flotando
De compartir experiencias de compañerismo
De palabras cruzadas y arabescos de anécdotas
No se van a borrar…
Aquí estoy acaparando los recuerdos
Más gratos, más importantes
De la compañía.
En el ocaso de un final
Entre una dimensión y la otra
Esta el silencio de la nostalgia.
No salen palabras para el consuelo
Quizás mi amigo no me las pida
Pero sin su permiso me atrevo a decirle
Que le robé momentos de su ironía
Escuché sonriendo sus agradables intrigas
Y su saber de personajes de la historia
Su acertado ojo clínico y su perspicacia
Siempre me hicieron muy bien
Su gran inteligencia y sus pensamientos
Acertados y seductores atesoraron
Mi asombro y admiración.-



Para mi amigo, Gustavo 21/9/2008.


*De Nora Azul del Rosario Akimenco azulaki@hotmail.com







RELATO CON ÓMNIBUS Y PERRO*
Crónicas del Hombre Alto (nº 43)


Los primeros ladridos se escucharon apenas el colectivo arrancó para dejar atrás la parada de Pedro Víttori y Cándido Pujato. Nadie pareció prestarles mayor atención, claro, tan abstraídos estábamos todos en nuestros respectivos universos personales. En ese primer instante fueron sólo un elemento más del paisaje sonoro de la ciudad, un ruido apenas perceptible que surcaba el anochecer, asomado por detrás del murmullo de los pasajeros y la ronquera del motor, mezclándose con el andar de los autos que, en lenta procesión, volvían de la Costanera.
Unos segundos más tarde, sin embargo, mientras el colectivo atravesaba la cuadra siguiente, los ladridos adquirieron mayor nitidez. Quizás porque despertaron un eco desquiciado en otros perros que respondieron con enojo a semejante desorden en sus dominios. Fue como si el ómnibus hubiese quedado por un momento en el medio de una invisible línea de fuego, obstruyendo con su paso el feroz torneo de insultos caninos. "Uh, se alborotó la perrada", comentó jocoso un muchacho a su compañero de viaje. Por reflejo, miré a través de la ventanilla pero fue inútil: la oscuridad del vidrio, sumada a la escasa iluminación del lugar se confabularon para impedir que obtuviera mayores precisiones.
El colectivo dobló hacia la izquierda y una idea fugaz centelleó como al descuido en los márgenes de mi percepción: ahora el barullo quedaría atrás, olvidado para siempre entre las sombras del Paseo del Restaurador. Me equivoqué. Los ladridos originales, ya sin réplica alguna, reaparecieron en el semáforo en rojo de 25 de Mayo y no cesaron siquiera cuando el colectivo volvió a doblar, esta vez hacia el sur. Anulado ya mi ensimismamiento previo, intenté buscarle al episodio una justificación. Imaginé al perro que causaba el alboroto ocupando la parte trasera de alguna camioneta y supuse que ésta, por una curiosa coincidencia, venía realizando el mismo recorrido que el colectivo. Sin embargo, ambas hipótesis -la de la casualidad y la de la camioneta- se hicieron añicos apenas escuché al mismo muchacho de antes formular un nuevo comentario, más elocuente que el primero: "Mirá, ahí está el perro". Acerqué mi cara al vidrio y alcancé a divisar una mancha móvil que aparecía y desaparecía según lo bañara o no el resplandor de las luces de sodio, una figura borrosa que quedaba dentro o fuera de cuadro según el ómnibus aumentara o aminorara su velocidad. No, no había azar ni dudas: el perro estaba suelto y venía corriendo al colectivo.
Ni siquiera el cruce del Bulevar logró impedir la continuidad de tan tenaz persecución. Bastaba que el ascenso o descenso de alguna persona inmovilizara momentáneamente nuestra marcha para que, al cabo de unos segundos, el animal volviera a darnos alcance y los ladridos reaparecieran con renovado énfasis. Detrás de su aparente comicidad, el espectáculo tenía algo de inquietante, de dramático, un significado profundo que no resultaba accesible. Era como presenciar un diálogo que se intuye importante pero sin entender el idioma en el que se está sosteniendo.
La situación se prolongó por un buen rato. Cuando me levanté para tocar el timbre, hice una rápida cuenta mental y me asombró comprobar que aquella tensa carrera llevaba ya catorce cuadras. Mientras depositaba mis pies en la vereda, el animal pasó corriendo frente a mí, se detuvo ante la puerta delantera del ómnibus y se puso a ladrar en dirección al interior. Sólo entonces pude verlo bien: era negro, bastante grande y de orejas caídas. No parecía ser un perro de raza, pero había en su porte, en su postura firme y desafiante, esa nobleza que emana de ciertos desamparos. ¿Qué señales vería ese animal en aquel gigantesco monstruo amarillo que lo estaba eludiendo? ¿Por qué no se resignaba a dejarlo ir? ¿Qué habría detrás de esa obstinación desesperada? ¿Un reproche hacia quien lo abandonó, un reclamo de venganza, la intuición de algún peligro?
El colectivo se puso otra vez en marcha y el perro reanudó su carrera detrás de él. Me quedé mirándolos por pura inercia, sabiendo que no habría de obtener ninguna explicación. Los vi alejarse hacia el oeste, hasta que sus siluetas se fundieron con la oscuridad y se perdieron, juntas, en los abismos del domingo.



*de Alfredo Di Bernardo. alfdibernardo@ciudad.com.ar







Poetas del balón*



Federico García Lorca se está convirtiendo en una de los mejores guardametas del mundo en esta final. Dos paradas excepcionales están llevando su equipo capitaneado por Pablo Neruda a la gloria. Quedan cinco minutos y la pasa en corto a Estanislao Campo, que la cede a Amado Nervo, éste, mediante un pase de 40 metros, la pone a los pies de Octavio Paz que combina con Espronceda mientras Benedetti corre la banda.
Esteban Echevarria se desmarca permutando con Antonio Machado que arrastra al defensa hacia el centro. Mientras Rafael Alberti recibe el esférico y se apresta a disparar, pero al ver que el defensa de arroja a sus pies hace un quiebro y la cede generosamente a Gustavo Adolfo Bécquer que centra propiciando el remate de cabeza de Rubén Darío al fondo de las mallas. ¡GOL! ¡GOOOOOL!

Poetas de Acá 1 - Poetas Resto del Mundo: 0

El colegiado, Don Gonzalo de Berceo, uno árbitros de mayor experiencia tanto por la edad como por lo escrito, pita el final del partido.
Los vencedores van subiendo al podium donde les espera El Arcipreste de Hita que preside el evento, secundado por Gabriela Mistral que va besando a los ganadores a medida de les coloca las medallas en el cuello y después del reparto de trofeos pronuncia un discurso agradeciendo la participación del equipo de poetas del "Resto del Mundo" compuesto por:

Italia: Giacomo Leopardi, Alessandro Manzoni.
Polonia: Adam Mickiewicz, Juliusz Slowacki, Zygmunt Krasinski.
Rumanía: Mihai Eminescu.
Francia: Alphonse de Lamartine, Victor Hugo, Alfred de Musset.
Inglaterra - William Blake, Lord Byron, Samuel Taylor Coleridge, Percy Bysshe Shelley, William Wordsworth, John Keats.
Rusia - Aleksandr Pushkin, Mikhail Lermontov, Fiódor Tiutchev, Evgeny Baratynsky
Estados Unidos: Walt Whitman, Edgar Allan Poe, Henry Wadsworth Longfellow, Ralph Waldo Emerson, Andrew Witbeck.
Suecia: Esaias Tegnér, Erik Johan Stagnelius, Erik Gustaf Geijer, Per Daniel Amadeus Atterbom




*de Joan Mateu. joan@cimat.es







VATICINIO*



Los polvos que el mago lanzó al fuego chispeaban al igual que los ojos del rey al oír lo que decían las estrellas. ''El príncipe matará a su padre, está claro en el cielo; no te sugiero que lo mates, simplemente no lo críes y cuando llegue el momento ocupará su lugar'', dijo el hechicero para tratar de calmar a su señor y amigo. "Es mi único hijo y no puedo acceder a lo que me pides; tendría que estar separado de él hasta que las estrellas decidan", respondió el monarca y dando media vuelta se marchó a ver a su esposa.
La voz del nigromante a sus espaldas tratando de hacerle entender que no se puede luchar contra lo que ya está escrito, se fue perdiendo en los corredores del castillo. Entró en el cuarto donde se encontraba la reina y vio que sostenía al niño para colocarlo en sus brazos.
¿Cómo algo tan bello e inocente podría dañarlo? Un hijo, su hijo, el heredero tantos años esperado estaba al fin colmando sus ansias. Mientras pensaba en esto sonreía y reía como nunca, su corazón latió sin par, henchido de amor y emociones indescriptibles, alcanzando un ritmo inusualmente acelerado...

Cuando el mago llegó, ya era tarde.



*de Ray Respall Rojas. -A los 15 años- tgrafica@cubarte.cult.cu
(indicar "Para Ray" en el asunto del correo)







Lo que te doy*




Te doy el silencio de la palabra,
¡tinta que roza las venas del alma!
te doy el sonido de la hoja, el crujir de la cama,
te doy lo que es tuyo, lo que quedó guardado
en mi propio mundo.
Te doy el amarillo de las fotos
el blanco de la vida, el rojo del amor;
te doy un ejercicio de poesía ¡porque eso soy!
Te doy el hoy y no el mañana...
(no te doy el amor)
te doy un instinto de creación,
te doy la inspiración, la musa,
la sal, la carne, y te doy... ¡ lo que sos!




*De Adriana Leticia Bárcia. barciadriana@yahoo.com.ar







La felicidad de la escritura*




El autor de Pequeños reinos es una de las voces más singulares de la narrativa estadounidense actual. En su nuevo libro de relatos, Dangerous Laughter, recrea la atmósfera mágica de sus historias, poblada de juguetes y contrucciones inquietantes



*Por María Negroni
Para LA NACION


Steven Millhauser es una felicidad, una de las pocas, en la narrativa estadounidense contemporánea. Su escritura es compleja e inesperada, implacable, como la de todo outsider . Para un escritor que afirma, contra las aburridas nociones que hoy se imparten en los programas de creative writing ("escritura creativa") de las universidades, que "un libro no está hecho de temas", no hay, digamos, muchos compañeros de ruta. (Si acaso, podría verse una afinidad con el artista Joseph Cornell, con quien
Millhauser comparte un imaginario sutilmente inspirado en el siglo XIX europeo y un apuro por ceder a la encantación del souvenir o el kitsch norteamericano.)
Podría afirmarse que su obra es de una belleza díscola. En ella se dan cita personajes que suelen ser, a la vez, exiliados de la infancia y cazadores de objetos. Hay que verlos moverse por los laberintos de una modernidad apenas incipiente y ya en ruinas, encontrar todo en sus "máquinas de soñar", porque
la tristeza, se sabe, es un escudo pero también una astucia.
La nostalgia en Millhauser -puesto que de eso se trata- tiene múltiples rostros. A veces, toma la forma de un museo o de un Palacio de las Maravillas, donde pueden verse las representaciones del Contorsionista, el Niño de la Cara Perruna, la Maravilla sin Brazos o el Eslabón Perdido. O bien halla su casa en un teatro de autómatas o marionetas o juguetes que se animan a medianoche, entre caballos de calesita y túneles de la risa. Se trata de una nostalgia rara, que extraña incluso las cosas que aún no se
perdieron, y que se vuelve un ácido capaz de empujar, con furia y con sed, la escritura misma. De ahí, tal vez, la sensación de estar, al mismo tiempo, ante una obra audaz y anticuada, donde cierto aire frívolo, infantil, provocativo, irresponsable se vuelve antídoto contra la solemnidad y las calcificaciones del lenguaje.
No es casual por eso que, en muchos de sus relatos, los personajes centrales sean artistas. Los hay apócrifos, solitarios, lúcidos, obsesivos, ingenuos, desmesurados, un poco crueles y vulnerables. Pero todos ellos acarrean consigo una batería inagotable de preguntas, todos buscan alguna claridad
que los evade, todos son álter egos, más o menos disimulados, del autor.
Casi siempre, detestan imitar la naturaleza, a la que consideran un lugar común y una barrera para revelar ese otro orden del ser que corresponde a su estructura más profunda. De ahí que empiecen pronto a borronear la identidad lineal y a dejarse contagiar por una energía que pareciera irrumpir desde el interior del lienzo o el papel.
El relato "Catálogo de la exposición: el arte de Edmund Moorash, 1810-1846)" es, en este sentido, paradigmático: lo que el narrador-crítico de arte exclama ante los cuadros de Moorash parece, en realidad, una suerte de autodescripción. "He aquí una obra maestra de opacidad, un poema tonal de
oscuridades disonantes, todo induce al ojo a evocar formas que tal vez no existan." O bien: "Es como si Moorash hubiera alcanzado la libertad para pintar el misterio humano después de romper aquello que una vez llamó las cadenas de la mímesis".
También John Franklin Payne, el dibujante de Pequeños reinos -tan parecido a Winsor McKay, el famoso inventor de Little Nemo in Slumberland-, sube todas las noches al altillo donde concibe sus tiras cómicas, como quien se dirige a un "lugar necesario". Allí reclama para sí, en la "negación de lo real",
la poesía de lo imposible. Esa riqueza es fabulosa. El niño de la tira avanza dibujando su propio mundo con una pluma y se lanza a felices aventuras, y cuando las cosas se le vuelven amenazadoras, saca su pluma y dibuja una salida. ¿Hace falta decir que el arte es esa miniatura donde el abismo se vuelve real y, tal vez, habitable? Todo artista que se precie lo sabe: si ha de llegar a algún sitio, deberá enfrentar, como dijo el cineasta ruso Alexander Sokurov, "el trabajo más arduo del alma". Millhauser agregaría que debe abocarse a él como si estuviera muerto.
La parábola que traza su novela Martin Dressler, por la que recibió el premio Pulitzer en 1997,prueba estos postulados y los explaya, si cabe, sobre un tapiz urbano que se vuelve enciclopedia interior. En un Manhattan en ciernes (a fines del siglo XIX, todavía pastaban cabras en el Upper West Side), Dressler se lanza a la conquista del "sueño americano". El vértigo lo lleva a construir hoteles cada vez más desaforados, en los que la vocación por el exceso, expresado en el gigantismo arquitectónico, está también presente en los más ínfimos detalles.
Entre lo grandioso y lo minúsculo, siguiendo el método de Jonathan Swift, Millhauser da con su propia versión de lo fantástico. Sin que nada lo anuncie, esas flores modernas que son los edificios se enrarecen, la ciudad se vuelve un poco perversa, se llena de "caprichos". Y Martin Dressler los conoce, uno por uno, en el decorado de su viaje excéntrico, produciendo una cadena (insatisfactoria) de hoteles: el Dressler, el Nuevo Dressler, el Gran Cosmos o Cosmosarium, porque el deseo es, por naturaleza, imposible de colmar. Y, aun así, lo que logra no es poco. Porque en esa ampliación constante de sus negocios, Martin consigue, como el megalómano Charles Foster Kane, saturar el vacío y dar vida a su propia muerte.
No sé de otra novela donde el crescendo se desfigure de modo tan nervioso. Los planos, los subsuelos, las terrazas se multiplican de la noche a la mañana. El hotel, los hoteles se volverán ciudades a la vanguardia de otra ciudad, comunidades verticales y oníricas, experimentales y torcidas, como las que imaginó el arquitecto futurista italiano Virgilio Marchi a comienzos del siglo XX.
Un verdadero Rosebud , un minicosmos rival del mundo (o agregado borgeanamente a él) será el fruto del operativo Dressler. Lo anuncian con orgullo las propagandas. El pasajero podrá gozar de exquisitos parques de placer, con ruiseñores mecánicos que cantan en las ramas, estalactitas, bazares, grutas embrujadas, teatros de guiñol y linternas mágicas. Y también, por qué no, de un sombrío sanatorio mental con doscientos actores que encarnan doscientas variantes de la melancolía; y de una réplica de la
costanera de Atlantic City, con sus paseos en triciclo, su prostíbulo laberíntico y su media docena de calles; e incluso, de un Museo de los Lugares Exóticos, donde pueden verse panoramas de Viena, jardines chinos, figuras de cera vivientes, balnearios termales con géiser, caídas de agua, glaciares y cavernas, y hasta un zoológico con infinitas colecciones de cangrejos y cisnes.
Como la isla barroca que imaginó Peter Greenaway para Próspero, también el Cosmosarium es, a la vez, refugio y barricada, territorio desafiante desde el cual Dressler lanza su diatriba contra la inexistencia.
A este alborozo imaginario (sin duda, la marca inconfundible de la obra de Millhauser), se suma, en lo formal, una variada gama de registros. Hay relatos que parecen firmados por los hermanos Grimm. Otros que son largos bildungsromanen y semejan cuadernos de infancia. Nouvelles que constituyen verdaderos tributos a Poe, Borges o Kafka. Historias donde se narra, a la vez, la vida de los personajes que juegan a un juego de mesa y la vida de los personajes de ese juego. O donde se reescribe, parodia o glosa un texto
consagrado, inventando sus alrededores o prolegómenos ("El octavo viaje de Simbad" o "Alicia, cayendo"). O donde se narran biografías ficcionales ("La invención de Robert Herendeen") o se busca encontrar, en el albur de una parábola, a la manera de Calvino, las metáforas más resbaladizas de la
literatura y la vida.

Las formas cambian; las obsesiones no. Fiel al desacato, atento a lo ambiguo y lo paradójico (que ensanchan y desacostumbran la percepción), como si quisiera llevar al lector al borde de una revelación abrumadora y abandonarlo allí para siempre (porque cualquier final sería tacaño o falso), Millhauser apuesta a su ignorancia más docta. "Toda narración -escribió en Portrait of a Romantic ["Retrato de un Romántico"]- es un acto absoluto de imaginación, cuyo único fin es suplantar el mundo. A fin de lograr ese objetivo, el escritor no debe dudar un instante, incluso si debe usar, como recurso, el mismo mundo que se propone aniquilar."
No se trata de cerrar un dibujo sino de afilar los andamios oníricos del relato, sumando interpretaciones que se bifurcan, multiplicando los puntos de vista, las recámaras donde privan lo conjetural, la atmósfera de carnaval y aventura, de oscuridad y metamorfosis, todo aquello, en fin, que
incremente la inestabilidad del mundo y realce la poesía de los objetos.
Ya vimos que los hoteles pueden ser aposento de tales felicidades. No menos potencialidad tiene el museo, sin duda porque se presta inmejorablemente a la enumeración, los anacronismos y las inversiones, porque enfrenta orden y deseo, razón y sueño, maravilla y verdad. Millhauser lo utiliza con frecuencia. A veces, incluso, le sirve para lanzar, con un tono un poco resentido, una apología de la literatura: "Algunos han dicho -escribe en ´The Barnum Museum - que nuestro museo es una forma de escapismo. Yo me atrevería a afirmar que nuestra conciencia de la ciudad que habitamos se intensifica cuando la dejamos para entrar en el museo: sin él, pasaríamos la vida como en un sueño".
He mencionado el hotel, el museo, la ciudad. A esa lista, su última colección de relatos ( Dangerous Laughter , publicada por la editorial Alfred Knopf de Nueva York a comienzos de este año) agrega otras. Precedido de un texto inicial titulado "Opening Cartoon" ("Dibujo animado") que es una
verdadera obra maestra del virtuosismo (en ella, un gato y un ratón reflexionan sobre sus pesadillas recíprocas, en medio de dinamitas que explotan y una escalada de maldades), el libro se presenta como un verdadero muestrario de pseudoarquitecturas. Está, por ejemplo, la Torre, por la que transitan, entre el hastío y el olvido de lo que buscaban, inútiles "generaciones de esperanza" que se parecen a los bibliotecarios de Babel. En otra de las historias, el topos es un palacio de 600 cuartos, en uno de los
cuales un miniaturista famoso, contratado por el Emperador, ha construido un palacio de juguete con 600 cuartos, en uno de los cuales, a su vez, figura otro palacio de juguete aún más diminuto, y así ad infinitum porque el miniaturista de la Corte, de pronto, se ha sentido vencido por el deseo de un arte invisible. Y está también la estructura de la bóveda o campana de cristal, con la que un propietario de una casa de suburbio estadounidense decide "protegerse", y que acaba propagándose a la totalidad del país, dadas las evidentes ventajas de vivir al margen de la naturaleza (y de la muerte).
Hay que aclarar que, en el relato, no se descarta que todo el globo terráqueo termine transformándose en un astrilunio, algo así como un diorama de mundo, recubierto y seguro, al estilo de un shopping mall celestial.
La lista podría continuar y aun así, la magia del mundo de Millhauser seguiría eludiéndonos. Porque en su ficción hay, como en la poesía, un más allá de lo dicho, algo que insiste en el descenso y la oscuridad, como atraído por aquello que sólo (a veces) se revela, gracias al esfuerzo del fracaso.
En un momento de fatiga y desesperación, viendo que el público prefiere la vulgaridad comercial de los autómatas de la competencia, el productor de August Eschenburg le recrimina a su artista: "Estás equivocado. Eres como un poeta que escribe un poema del siglo XIX en alemán medieval". Su ceguera
empresarial no lo engaña. Es verdad, August Eschenburg sueña con formas obsoletas, acaso en la confianza de que lo conducirán más pronto a eso que no tiene nombre. Por eso y para eso, trabaja como un loco y construye cada noche un juguete cruel y maravilloso para después ubicarlo, como una flor
peligrosa, en el centro de un kinderscenen . A August Eschenburg no le importa soñar "sueños errados". A Steven Millhauser tampoco. La literatura, la inquieta prosa del mundo, lo agradecen y se alumbran, por un instante, como vidrieras.


*Fuente: http://adncultura.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1050496







Correo:


"Terre à Tierra"*

Estampes/Grabado
Argentina-Bélgica-Canadá-México

Desde el miércoles 24 de septiembre y hasta el 17 de octubre podrá verse en Pasaje 17 (Bme. Mitre 1575 - timbre 17) "Terre à Tierra" un álbum de estampas que reúne grabados de cuatro países diferentes. Cada uno de los participantes se inspiró en el mismo tema, ya sea de forma comprometida o
simplemente poética; relacionado con el medio ambiente, el planeta y el concepto del territorio; unido por el aspecto social, los pueblos, la supervivencia de lo humano; una llamada a la transposición de la expresión "tierra en tierra".

Ante este colectivo, Héctor Médici, curador de Pasaje 17 dijo "Este álbum compromete su enfoque con temas relacionados con el medio ambiente, la condición de la humanidad en un planeta único y los vínculos ineludibles entre naturaleza y cultura que competen tanto al arte como a la acción política. De acuerdo con ese pensamiento las técnicas adoptadas por estos artistas también implican un compromiso responsable con la fragilidad del planeta. Soportes en papeles reciclados o de bosques reforestados y tintas no tóxicas constituyen una prueba de este hacer conciente."

Esta muestra se lleva a cabo en el marco del proyecto Puentes Culturales, por lo que se complementa con las siguientes actividades:

Actividades complementarias (en el Auditorio J.L. Borges - Bme. Mitre 1563)

1/10 - 18 hs. mesa redonda "Control de la gestión ambiental"

2/10 - 18 hs. Proyección del documental "Río Abierto, Una expedición al Matanza Riachuelo" de Alcatrés producciones

9/10 - 18 hs. Proyección del documental "Río Abierto, Una expedición al Reconquista" de Alcatrés producciones

14/10 - - 18 hs. - mesa redonda "Arte contemporáneo y medio ambiente"

+ info: www.puentesculturales.blogspot.com
puentesculturales@yahoo.com.ar


*


Queridas amigas, apreciados amigos:



El domingo 21 de septiembre del 2008 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del compositor español Daniel Mateos. Las poesías que leeremos pertenecen a Omar Gallo Quintero (Colombia) y la música de fondo será de Wayanay (Andes). ¡Les deseamos una feliz audición!

ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!


REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!

Cordial saludo!


YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com

Schießstattstr. 37 A-5020 Salzburg
AUSTRIA Tel. + Fax: 0043 662 825067



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1 comentario:

Marcelo dijo...

He leído la crónica de María Negroni sobre Millhauser. Muchas gracias! Porque el viernes que viene tengo un seminario sobre ese tema en el Malba.
Un saludo