lunes, septiembre 15, 2008

TE OFREZCO TODAS LAS PALABRAS QUE TENGO...



*Ilustración de Ray Respall Rojas. tgrafica@cubarte.cult.cu
(indicar "PARA RAY" en el asunto del correo)





Agua*



Agua,
pura agua de lluvia en mi alma,
agua clara, de belleza,
de pasión loca, desbocada.


Agua.
Agua de mi mar, de mi amor,
de mi playa.
Agua clara, transparente,
agua azulada.


Agua de ensueños mojados
agua de mayo,
colorada,
agua de sueños marchitos
que bebo regando
esperanzas.


Agua que quiero,
lejana,
agua que quisiera en mi
cuando al abrir la ventana
entra como entra el sol
si vienes tu de mañana.


Eres el agua que quiero,
la que quita mi sed:
la esperada.
Eres, el agua increíble
que sueño
en las madrugadas.


Agua que quitas
mi sed de amores,
que te metes en mi cama.
Eres agua de mi mar,
mi agua dulce y salada,
donde quiero navegar
hasta donde la mar se acaba


Quiero beberte completa
en un sueño de hora mansa
y liberar de una vez
aquella sequedad larga,
quiero tenerte completa
beberte de la noche al alba
y navegar tus caminos
porque tu, eres mi agua.



*De Joan joan@cimat.es






TE OFREZCO TODAS LAS PALABRAS QUE TENGO...





LOS DEMORADOS*



El tiempo
pasa
hasta
que alguien
necesita
que transcurra
veloz.
Entonces
se complace
-perverso-
en detenerse
y evita,
decidido,
dejar pasar
las horas.
Disfruta
en estar quieto
y no
escucha
lamentos
ni súplicas
tenaces
de ansiosos
demorados.



*DE Mi viaje -Poemas


*De Ana Broglio. anabroglio2@yahoo.com.ar







Urgencias*


-Canción-


Será por esta suerte de perros apaleados,

de amores conflictuados, de sueños recurrentes;
que no encontramos gente acorde a nuestra altura,
¿será que la chatura resulta conveniente?
Será que se hace urgente buscarte en un abrazo,
para saber si acaso tu sueño adolescente
no quedó dando vueltas esperando mis manos
que en este hoy demorado sueñan con aprenderte.
Será que es imprudente sentirse de este modo?
Pero nada te robo, ni busco conmoverte,
tenés que conocerme por las cosas que escribo,
esas frases que digo asomado a tu vida…
como jugando a verte




*De Víctor Turquet. victurquet@yahoo.com.ar
Marzo 2008










El hombre, el adverbio y el día*


(Acerca de un opúsculo de Ramón Manrique)



*Por Julio Pino Miyar. isla_59_1999@yahoo.com



Cuando el autor inglés Chesterton escribió “El hombre que fue jueves”, nos estaba regalando su personal e irónica relación con las medidas convencionalmente establecidas del tiempo humano. Pero si los días retornan es porque de algún modo tenemos la posibilidad formal de recuperar el pasado, más la ilusión de llegar a vivir un nuevo comienzo. El poeta Cesar Vallejo profetizó de sí mismo que moriría en París “un miércoles de aguacero”, agregando que de ese día “tenía ya el recuerdo”. Realmente el hombre es el único animal que tiene semanas, que vive y muere conforme a la rígida ley de un calendario.
Ignoro si mi amigo, el colombiano Ramón Manrique, al escribir su original opúsculo “Este miércoles”, partió de consideraciones filosóficas como estas sobre la circularidad del tiempo, el inusual modo chestertoniano de confundir metafísicamente los días con los hombres y un poemario –su opúsculo– con un día determinado de la semana. El autor de este opúsculo pretende colocar al lector dentro de los corchetes temporales de un miércoles en particular, como si en el justo medio de la cuenta anodina del calendario hubiera algo en especial que señalar, algo singularmente llamado a suceder.
Sin embargo, “Este miércoles” aparece ante nosotros como los rápidos trazos a lápiz que se dibujan sobre una pálida cartulina, que lo único que buscan significar es el sentido de este miércoles indiviso, ¿efímero? y absolutamente humano. Sin dudas, este opúsculo no apunta a un miércoles final, vallejiano –de velorio y aguacero– aunque sí lo imagino visitado por una fría y desprejuiciada llovizna que envuelve en su entorno de niebla las cosas; un miércoles esencialmente citadino en el que el propio Manrique, apostado como fiel transeúnte, se apresura para decirnos:
“Yo estoy quieto
Yo estoy viendo
Yo lo escucho todo en silencio”

Pero “Este Miércoles” que nos ocupa, aunque es un miércoles más al uso, le precede un adverbio que curiosamente lo precisa. Este día y no otro, nos informa. Y el autor, habitante privilegiado de ese día impredecible, haciendo uso de la ubicuidad espacial que padecen su voz y el texto, se ha desplazado hasta un poema –al viejo barrio español de Coral Gables– donde la calle Aragón hace esquina con Salzedo, para referirnos lo que para mi era evidente:
“Ni las gentes ni los autos ven mi juego
La hora vespertina envuelve todo
Estoy viendo el gris indefinido”

¿Nos encontramos en presencia de la antipoesía? Es probable, si partimos del criterio que la antipoesía como género, no es otra cosa que un recurso del hombre para explicarnos lo que de otro modo no podría expresar convenientemente. Desentrañar el nudo de aquello que llamamos antipoesía, atendiendo a la fuerza prosaísta de sus argumentos, a sus constructos, supone encontrar un ángulo distinto de aproximación al texto, y, sobre todo, al estado en particular de conciencia en que fue escrito. Hay cosas que para mí no pueden tener una respuesta inmediata, no obstante la poesía refleja siempre un modo de entender y aproximarse a la realidad de las cosas y “Este Miércoles” no conforma, con su lenguaje, una excepción. Su título, dentro del contexto poemático, define claramente un concepto y es una pena para mí que el libro, como realidad física, no haya guardado relación (¿alegórica?) en su diseño con esta definición de poesía para
este opúsculo en particular. De todas formas, para conjurar la poca fe de mis palabras nos vuelve a decir el poeta:
“Traigo conmigo los sueños
que me salvan de rendirme a esta tristeza”

El autor se desplaza así entre la expresión poética, el lugar más indefinido y el tiempo mejor precisado. Y es en ese juego de sutiles deslizamientos de sentido donde el texto traza su notable desempeño. El lugar opera como un escenario por donde la palabra y la memoria afectiva merodean, mientras que son el tiempo y la expresión misma los que convierten al autor en transeúnte sin oficio de ese miércoles mendicante; peatón sin cédula, autoexcluido del juego infiel de la ciudad.
“Este miércoles” se configura para Manrique como una impostergable cita y con ella pretende devolverle al lenguaje su misión más visceral, informar, concertar… Podría ser entendido el texto como poesía coloquial, a ratos visitada por expresiones de un gran contenido lírico, sin embargo lo que agita la vértebra del discurso, es el afán de devenir en explicación, como si el autor citara al lector para un miércoles extemporáneo, donde espera comunicarle algo que sobrepasa el significado convencional de las palabras. El autor inscribe de esta manera sus palabras dentro de un contexto abiertamente existencial y embargado de ese sentimiento le comunica al lector:
“No sé qué decir para lo que hay tanto que decir
Proponlo tú
intentaré responder sin falta, sin fatiga…”
Es una lástima que Manrique no pueda acompañarme, con su lectura en voz alta, en esta breve incursión en sus textos, en ese miércoles designado, en el adverbio que lo modifica y en ese espacio humano tan difícil por donde lo veo transitar, porque pocas veces he sentido denotar con tanta fuerza el significado de una escritura, como cuando la propia voz narrativa del autor se ha puesto a leer, a explicar en mi presencia, el sentido de lo que ha querido decir, de lo que acaso no dijo y sin embargo expone.
Diría, en definitiva, que es un texto que fue concebido para ser pronunciado ante oyentes, bajo un ritmo acompasado y persuasivo, entre tanto las palabras se tornan prólogo y epílogo de sí mismas. Porque “Este miércoles” no sólo representa, como conjunto poemático, el ejercicio mesurado, constante y conciente de la autoexpresión, sino la necesidad ética de restaurar en el sujeto hablante, a pesar de todas las catástrofes padecidas, su dignidad menoscabada más la capacidad de poder expresar un discurso auténticamente humano, en el que es el propio lenguaje el que se entrega como ofrenda:
“…Te ofrezco todas las palabras que tengo”


















HERMANOS FUTBOLISTAS*





Para Hugo y Miguel Ángel Correa y Luis Mitre.

A la memoria de “Tarugo”







Cuando pienso en aquel pueblo polvoriento acosado por las heladas duras y los veranos estrafalarios, casi me parece cuento, como escribió el maestro para siempre.

El pueblo antiguo, a menudo se me aparece sepia en la memoria, pero en esa humildad lejana fue siempre vivo y lleno de movimiento, de colorido, de esperanzas modestas, y fabulaciones que no excedían las manzanas del casco urbano, como quien dice.

¿Qué fue de Roque Vázquez, aquel fugaz compañerito de primaria, cuyo rostro me trató de describir Oscarcito Blanco, de impecable memoria, viviendo en España ahora, y frustrándome por eso arrimarme a la verdad que se vuelve más escurridiza y la realidad más esquiva?

Sin embargo, un niño que ya nada tiene que ver con uno recorre implacable los caminos de la memoria insuficiente, la memoria que me cambió la realidad sino que la ahuyenta y distorsiona.

Ese niño fuimos. Ese niño dormía aterrado por las sombras y que al sol del otro día se olvidaba de todos esos miedos y salía a correr, libre, en los callejones con ese perro cuzco que permanece intacto en las retinas.

Si pienso en aquel tiempo de intereses pequeños, de intereses inmediatos pero tal vez teñidos de un sabor a gloria futura. Entonces pienso en mi barrio.

Mi barrio no sé si era el más futbolísticamente dotado de entonces, pero se cansó de proveer jugadores a los equipos del pueblo. Claro, uno optaba, o jugaba en uno y nunca en el otro, aunque hubo excepciones y hay una que tengo registrada en mi memoria, porque eran de mi barrio y con dos de ellos, prácticamente me crié desde mi primitiva y desprotegida infancia, y cuando digo que yo era un desolado chico que no tenía hermanos mayores que lo defendieran no estoy faltando a la verdad sino marcando una carencia.

El caso que voy a relatar tiene nombres y apellidos concretos.

Se trata de los hermanos Correa y de los hermanos Mitre.

Dos por una familia y dos por la otra, que vistieron alternativamente la casa roja de Huracán o la albiazul de los gringos de Federación.

Entonces Hugo y Miguel Correa, Luis y Edgar Mitre cumplieron ese anómalo destino en ese entonces y en mi pueblo.

Con los Correa, en especial con Miguel, al menos, virtualmente, me crié porque vivían a la vuelta de mi casa, con los Mitre tuve una relación más tardía, ya que en mi niñez, el padre , es decir, don Luis Mitre y su esposa, doña Elba Zapata, eran cuidadores del cementerio. La familia la completaba un hermanito menor, Guillermito o “El Guille” como todos lo conocían.

Cuando Doña Elba compró la pensión del gordo Aranci, a sólo tres cuadras de mi casa, la cosa cambió, por que mudados allí, Luisito y Edgar compartieron conmigo y el resto de la barra “jazminera”, un sinfín de partidos y picados y aún en los “desafios” contra otro barrio, donde el esfuerzo de los dos hermanos se notaba, ya que ambos eran muy buenos. Con un estilo distinto Luisito, el mayor, era un delantero dueño, de una gambeta elegante y llena de “firulete”, como decía mi viejo, esa elegancia que usaba en todo, desde la ropa hasta los gestos, el caminar y el fumar, y hasta para jugar al truco y sobre todo al billar cuando fue más grande.

En cambio, Edgar, casi de mi edad, era más reo. Podía jugar arriba, de siete tirado sobre la línea o ser un buen marcador de punta, tipo “perro de presa” como se decía entonces. Usaba un sentido del humor infatigable, que buscaba la aceptación de la carcajada o la sonrisa. Con él fuimos más compinches hacia la adolescencia en que visitábamos los bailes de los pueblos vecinos y de donde guardo algunas anécdotas risueñas que algún día contaré. Murió joven y lejos a los 35 años y en una provincia desolada del Sur, más Sur, es decir en la Patagonia.

Ambos empezaron jugando en el Club Atlético Federación y luego se pasaron a los rojos del globo, es decir, Huracán.

Ambos compartían una extremada pulcritud en sus equipos de futbolistas, que llamaba la atención. Tal vez, obsesión de doña Elba, pero estaban siempre impecables con sus pantaloncitos y sus medias y sus botines brillantes y sus casacas planchaditas.

En carácter eran distintos, Luis muy reservado y Edgar un extrovertido total. El mayor era y es alto y delgado, Edgar un poco retacón, lo cual le valió el mote de “El Tarugo” como se lo recuerda hoy en el pueblo.

Ambos eran hinchas de Racing, pero, ignoro a qué equipo local seguían en ese tiempo, ni siquiera si se tuvieron una pertenencia. Ya que de grandes jugaron para ambos, pero es casi seguro que cuando se retiraron ambos militaban en las huestas huracanistas.

Con los Correa, como dije más arriba, me crié. El menor, Miguel Ángel, a quien llamábamos “El Chajá” (y nunca sabré por que, ni quién le puso el mote), fue mi compañero de toda la primaria y pese a que tenia y tiene un año más que yo, esta circunstancia se dio porque él había repetido primer grado, me confesó cuando nos vimos, este año, luego de cuarenta y cinco años sin vernos ya que se mudó a Lanús, y yo a Rosario. Fue, de la pibada de entonces, con el que pasé más días juntos. Ya en la escuela, ya en la cortada de gramilla jugando, interminables partidos (¡había que quitarle la pelota a esa zurda endiablada que tenía!), por la cancha de Huracán de la cual éramos vecinos. Formó junto al Toto Míguez, lo que podíamos llamar sin exagerar “el núcleo duro del Jazmín”, barrio popular de entonces.

Esta última vez que nos vimos, cambiamos algunas anécdotas amables. Tiene el mismo caminar y la misma mirada triste de aquel pibe de entones, pero todo el pelo blanco y su cuerpo que los años engrosaron.

Su hermano Hugo, tres o cuatro años mayor que yo, está en mi recuerdo más distante y Omar, el mayor, más lejano aún, porque se fue muy joven a Buenos Aires, y solo lo veía en las vacaciones cuando venía a visitar a la familia.

Hicieron lo mismo que los Mitre empezaron con el otro Club y luego vinieron al nuestro. Eran, como los Mitre y como casi todos los pibes de entonces, hinchas del Racing Club, pero en el pueblo, casi diría que eran huracanistas. Claro esto no se puede decir sin temeridad, porque cómo es eso que no se sabe “a ciencia cierta” de quién es hincha uno.

A mí me suena a escándalo, francamente.

Lo real es que esos cuatros chicos (y luego muchachos) que transitaron conmigo un breve pero fundamental fragmento de mi propia vida, hoy son un recuerdo afectuoso y amable.

Los veo todavía con la ilusión de ser tapa del “Gráfico”, como yo, en aquellos tiempos que los tiempos arrasaron.

El único que se quedó en el pueblo es Luis Mitre (Luisito para mí desde aquel tiempo y hasta hoy) a quien cruzo por las calles desoladas de mi pueblo y saludo con efusión, hasta dejarlo irse, y sin dejar de mirar ese cuerpo flaco, que mantiene aquella lejana elegancia, la misma que le permitía entrar en el área adversaria no como un jugador con el instinto del gol de siempre, sino como si fuera un eficaz bailarían que salta un campo de flores, y no los desesperados “guadañazos” de una defensa desesperada que no sabe cómo parar a este jugador que no parece émulo de Omar Sívori sino del mismísimo Fred Astaire, que veíamos en las gastadas películas del cine “La Perla” en los atardeceres en que silbaba el viento peinando los pastos de las afueras del pueblo.









*de JORGE ISAIAS. jisaias46@yahoo.com.ar













A LAS 5 DE LA TARDE EL REY DEL BOSQUE CANTA*


28 de mayo 17 hs Potrero de los Funes–San Luis-








Ha llegado un niño sin un pan bajo el brazo
No esta solo. Lo acompaña el hambre y la pobreza.
(La indiferencia se mira en el espejo claro del arroyo
y se abraza a si misma)
Bebe de los pechos y el sabor a madre sabe a sal y lagrimas.
No es de noche y hay frío.
El arco iris se filtra por los techos de chapa.
En la olla de hierro se cocina el maíz y un deseo vital, inclaudicable
Sopla el viento del sur y acerca las tormentas.
El niño se levanta de su lecho de piedra.
No lo amedrentan las guerras, las dictaduras militares, ni las democracias corruptas.
Descruza los brazos de su padre
Quiebra en dos la espada de su madre.
Besa la tierra caliente y pincha el globo azul bobalizado.
El universo explota en burbujas de cristal y plata.
Caen de su pedestal los altos cerros y las torres de babel
Y aquí a las 5 de larde el rey del bosque canta
Ahora y siempre
En cada son una palabra, en cada palabra un poema,
en cada poema un poeta, crucificado.
Apasionadamente, se refleja en los espejos cotidianos,
comparten el milagro del pan, del fuego y la elegía





*de Amelia Arellano arellano.amelia@yahoo.com.ar
















"Collas de mierda"*


Los ecos que llegan desde Bolivia: de un racismo inadmisible e implacable.




*Por Sandra Russo




El excelente documental de Emilio Cartoy Díaz, Bolivia para todos, que emitió Canal 7 y que sigue circulando en debates y encuentros para analizar la crisis que se agudizó radicalmente esta semana, permite tomar nota sensible de lo que las palabras y las fotos no llegan a transmitir. Las notas de la televisión tampoco. Cabe preguntarse ahora que las papas queman y hay muertos, desde dónde se mira la crisis boliviana. Los noticieros hablan del tema de una manera pasteurizada, como si se tratara de "querer" o "no querer" a Evo Morales, presidente legítimo y relegitimado.
Uno de los hallazgos del documental es haber registrado no sólo el aquelarre del racismo más repugnante, sino la manera en que la propia televisión boliviana fue adaptándose para informar sobre la rebelión de los departamentos "blancos". Un docente que vio el documental me decía el sábado que se había sentido estúpido de pronto, al advertir que había "comprado" la información en sachet que dan los grandes medios: se había hecho la idea de que Santa Cruz, Pando, Beni, Cochabamba, en fin, los lugares desde los que se reclama la autonomía, eran "opositores en bloque", territorios ficticios en los que el rechazo a Morales brotaba de mayorías con otras ideas e intereses. Y precisamente porque en cada uno de esos departamentos hay miles y miles de partidarios de Evo Morales que están siendo censurados,
perseguidos, amenazados y ahora asesinados, como los militantes de Pando, es que la crisis tiene otra cara, una mueca monstruosa que sin embargo no sale por tevé.
En el trabajo de Cartoy Díaz también se puede ver cómo la pantalla partida de la televisión boliviana comenzó a producir un efecto erosionante del poder presidencial. Normalmente, cuando habla un presidente su investidura reclama la pantalla entera. No fue eso lo que le cedió la televisión, que
comenzó a dividir los planos y a incluir ventanas en las que, al mismo tiempo que se veía a Morales, se veía también a los prefectos de Santa Cruz o Cochabamba diciendo lo suyo. La pantalla se desmembró antes que el país.
La pantalla fue la primera en bajar la estatura presidencial. Y esa pantalla nos recuerda otras pantallas partidas. Que cada cual recuerde.
El desprecio sin fondo que los bolivianos blancos sienten por los collas y por las diferentes etnias originarias del país es una herramienta política que tiene como objetivo y presa el capital. En ese sentido, no hay desprecio histórico sin botín en el medio. Los sentimientos colectivos de manipulación, doblegación y exterminio siempre han servido de impulso para que los portadores del odio puedan quedarse con todo. El racismo, en fin, es apenas un instrumento económico. Pero sostenerlo, sentirlo, experimentarlo, demanda una preparación de siglos que permanece intacta. Las que hoy tratan
de imponerse en Bolivia son subjetividades melladas en su forma y fondo por una visión del Otro Degradado, expropiado de sus derechos y reivindicaciones. ¿La democracia? Una excusa reemplazable por alguna otra forma de gobierno que deje cada cosa en su lugar.
"Fuera collas de mierda", rezaba una pared en Santa Cruz. No era sólo una pared. Eran muchas paredes. Eran gritos también. Mucha gente como la gente gritando "fuera collas de mierda". Lo que se cocina en Bolivia no es sólo un golpe de Estado en alguna de sus formas posibles. No es sólo un intento desesperado de los dueños del dinero por retener sus privilegios y su statu quo. Es un extracto de infamia, una muestra del veneno histórico inoculado año tras año en un país que hasta hace poco tenía un presidente que no hablaba bien el castellano, y no porque fuera colla.
La cocina ideológica y emocional de la reacción contra Evo Morales hace pensar en que cada crimen que tuvo o tenga lugar en Bolivia es de lesa humanidad.







*Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/mitologias/27-111597-2008-09-15.html







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