domingo, septiembre 07, 2008

PORQUE NO RECUERDO UN MUNDO ANTERIOR...




*Ilustración de Mónica Russomanno. monicarussomanno@yahoo.com.ar



MADRE AUN ESPERO*



Hay un silencio que encierra un laberinto críptico

Todo un grito. Un negro grito. Anudado

Dunas cósmicas de melancolía. Un negro grito en cada calle

En cada calle una esquina.

En cada esquina una puerta.

En cada esquina de la puerta, clavado, un negro grito.

En cada clavo una calle que conduce al claustro.

Geografías de miedo dispersadas en el delirio maternal del alba.

En cada puerta de la casa un muro.

En cada muro, trepando, un negro grito.

Negro grito hambre, refugiado en los pezones tibios de la melancolía

Mi madre aquella noche

Tomó mi mano dulcemente y me condujo al laberinto del olvido

Al irse olvidó darme la llave de la puerta.

Madre: Aun espero.



*de Amelia Arellano arellano.amelia@yahoo.com.ar





PORQUE NO RECUERDO UN MUNDO ANTERIOR...





(Lavo las hojas de acelga)*



Lavo las hojas de acelga,
bajo el chorro frío
y calmo de agua,
sensuales de verdes,
curvadas como nalgas
en los espacios que marcan


turgentes nervaduras blancas.


Mientras palpo los sedimentos
que sus pliegues resguardan,
descubro que repito,
de mi madre,
la tarea culinaria.


Entonces
las sensuales acelgas
son el pañuelo de mi nostalgia.


Tengo hambre de mi madre,
del respaldo de su mirada,
de sus manos
hacedoras de palabras,
de su índice conciliador,
de su alianza
de oro con el sol.




*De Teresa Guzzonato. teressaguzz@yahoo.com.ar
-Fuente: ARENA DE NUEVE CANTOS. Antología de Poetas Santafesinos. (2008)








El roperon de la abuela*



Era de madera de palo de rosa, tenia tres puertas, en la del medio un espejo gigante biselado de realeza. Estaba en su cuarto y allí cuando ella me daba permiso, podía abrir la puerta de la derecha, donde estaban todos los perfumes, las cremas para el cutis, el cepillo de madera con cerdas auténticas y muchas cosas más que abrían en mí, el pasaporte a un túnel lleno de luces que me iba transportando a sentirme una bailarina española. Me cubría con un mantón de Manila y el pelo lo emperifollaba con un peineton de carey. En ese fragmento de bombones me animaba a probar la nueva colonia de Lina B. de Gaham, que todavía la uso. Delineaba mis bordes de mis pulposas comisuras con algún lápiz de labio de tonalidades coloradas.
Luego, corriéndome un poquito a la izquierda, parada frente al espejo comenzaba a hacer mohines de “señorita”. Desenredaba mi pelo largo con delicada suavidad y probaba diversos peinados excéntricos de chica de revista. Me apropiaba del costoso spray para sujetar el cabello. Y en distintas poses extravagantes, ensayaba mil y un movimientos de coqueteo.
En ese atractivo territorio podía pasar el tiempo, no había reloj de apuro. Intentaba arreglarme elegante y distinguida. Tenía como maestra a mi adorada abuela. Era tan refinada... Sus ojos eran de celeste cielo y su temperamento mi confianza.

Ese roperon de la abuela, fue el rito de iniciación a mi feminidad.




*De Azul. azulaki@hotmail.com











CANCIÓN PARA UNA PRINCESA MAJADERA*




Quisiera que mis manos
fuera palomas
para abanicar tu estío.

Y mi eterno desvelo...
ese pertinaz insomnio,
sirviera a tu tiempo sin prisas,

para contarte las mil historias
que guardo escondidas
en un rincón de los recuerdos.

Antes de conocerte
te sabía de memoria.
Mis labios pronunciaban tu nombre

Incansables, empecinados,
porque ya presentía
la certeza del cuerpo compartido.

Ahora estás conmigo,
llenas los espacios,
ocupas los silencios.

Recortas arco iris en las sábanas,
pintas duendes en las paredes,
rompes todo lo superfluo.

Vas quedando solo tú, la maga
que encuentra plumas de elefante
sepultadas en la arena.

Hablas al viento con el idioma
que sólo tú y él conocen,
que apenas yo entiendo.

Inventas una danza antigua,
exiges más juegos, un cuento...
No te importa la presencia de la reina de la noche.

De pronto, al borde ya de la locura,
sin previo aviso
arriba el silencio...

Veo como al fin, vencida,
partes a ese viaje misterioso
a solas con tus sueños.

Y te miro, sin que llegue el hastío.
Feliz porque no recuerdo un mundo
anterior a tu llegada.




*de Marié RojasTamayo tgrafica@cubarte.cult.cu
(indicar "PARA MARIÉ" en el asunto del correo)








Y a usted, ¿qué libros le cambiaron la vida?*




*Por Beatriz Sarlo bsarlo@viva.clarin.com.ar



Un amigo me envió la lista de los diez libros que "habían cambiado su vida". Se le ocurrió compilarla después de leer una encuesta que El País de España realizó entre escritores, seguramente no por vanidad sino como ejercicio de autobiografía intelectual, como quien se pregunta qué personas o qué sucesos lo marcaron. No tengo derecho a revelar la lista de mi amigo, pero creo que seguiré mereciendo su confianza si digo que el primer libro en ella es Tarzán de los monos de Edgar Rice Burroughs. Mi amigo, que fue un hombre de izquierda, no incluye a ningún clásico del pensamiento marxista. Esa no sería mi lista. Comenzaría, sin duda, como casi todo el mundo, con una novela de aventuras (hogareñas, como Ocho primos; exóticas, como Tarzán; de exploradores, de piratas, de espadachines), porque lo primero que se lee apasionadamente equivale, en la infancia, a los arcaicos relatos orales de peripecias maravillosas, viajes o astucias para enfrentar la vida cotidiana. No hace falta decir mucho sobre esto porque la vigencia del género sigue probándose con libros como Harry Potter, que no he leído y por lo tanto no puedo criticar ni comparar con nada. El primer libro que marca la vida es un libro de aventuras y allí somos todos muy parecidos. La cuestión se pone más interesante cuando otros libros convierten a Tarzán o De la Tierra a la Luna sólo en el título que da comienzo a la serie. Si no hay serie, el primer libro carece de interés. Los libros que vinieron después del primero fueron, en mi caso, dos relatos leídos casi al mismo tiempo: El jorobadito de Arlt y La metamorfosis de Kafka. Tenía 17 años recién cumplidos y hasta ese momento no me había pasado por la cabeza que podían existir argumentos así, tan ominosos y perversos, tan extravagantes y al mismo tiempo amenazadores como si pudieran suceder mañana, a uno mismo. Ambos relatos me fueron prestados por un compañero de la facultad, bastante más vivo que yo, que se dio cuenta de que no conocía a ninguno de los dos autores, porque toda mi formación literaria, hasta entonces, venía de los cursos de la Alianza Francesa y estaba, por lo tanto, sólidamente instalada alrededor de una novela, Rojo y negro de Stendhal, y las tragedias de Racine. A ese compañero, que luego devino psicoanalista, debo agradecerle la humillación que me deparó su mirada cuando me pasó los libros de Arlt y Kafka, porque su probable pedantería no funcionó como un obstáculo sino como un latigazo. En la lista de mi amigo, como decía, no hay ningún libro de la tradición marxista. Por el contrario, si yo tuviera que hacer una lista, sería El Capital uno de los libros "que me cambiaron la vida", comenzando por la primera sección sobre la mercancía. La dificultad y el brillo endiablado de esas páginas permanecen como una experiencia que, en un primer momento, creí que no iba a poder atravesar hasta el fin. Después de muchas semanas, llegué al capítulo 24 sobre la "acumulación originaria" de capital, cuya historia tiene una vitalidad insuperable y una potencia argumentativaque, para mí, fue magnética. Llegar a ese final del primer tomo, de los tres que Fondo de Cultura Económica de México había publicado con la traducción del español Wenceslao Roces, significó un esfuerzo sostenido. En un cuaderno, que regalaba a sus clientes la librería Galerna, a medida que leía fui sintetizando, con citas y esquemas, todo ese primer tomo. Después discutía cada uno de los capítulos, como si se tratara de un trabajo práctico, con un amigo bastante más conocedor que yo de las fuentes marxistas. No teníamos demasiado tiempo porque ambos éramos militantes, pero estábamos convencidos de que conocer bien El Capital provocaba una instantánea mejora filosófica de nuestras tareas políticas. No éramos los únicos que pensábamos de ese modo en aquel tiempo. De todas maneras, si era una esperanza por lo menos exagerada confiar en que seríamos mejores militantes siguiendo un camino tan complicado, no nos equivocábamos al pensar que El Capital era uno de los grandes libros del siglo XIX, no simplemente para la izquierda sino para la historia del pensamiento occidental. Quien lee a Marx no queda igual después de esa lectura, porque ha soportado varias atmósferas de presión, como si hubiera entrado en una dimensión no transitada antes con otros libros. No es Marx el único que produce ese efecto. Pero es seguro que Marx lo produce. Mi lectura de El Capital estuvo sostenida por dos ideas. Por un lado, que si vencía su dificultad, se me abriría una perspectiva comprensiva que iba a influir sobre mis límites intelectuales y materiales presentes. Si entendía, podría pensar mejor. Por otro lado, estaba el orgullo que crecía de la dificultad misma. Con el cuaderno sobre la mesa, transcribía citas que encerraban la síntesis de lo que había entendido; al releer las citas seguía, al mismo tiempo, la marcha del argumento de Marx y la de mi propia comprensión. Seguramente en muchos casos entendí mal o poco, pero no me di cuenta. Sólo sabía que debía continuar al acecho y que, por ese camino cuando llegara al final, yo sería otra.



*Fuente: Clarín.


http://www.clarin.com/diario/2008/09/07/sociedad/s-01754914.htm








APLASTAMIENTO DE LAS GOTAS*



*de Julio Córtazar.


Yo no sé, mirá, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera
tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que
hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro qué hastío. Ahora
aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana,
se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados,
va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae.
Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se
agarra con los dientes mientras le crece la barriga, ya es una gotaza que
cuelga majestuosa y de pronto zup ahí va, plaf, deshecha, nada, una
viscosidad en el mármol.
Pero las hay que se suicidan y se entregan en seguida, brotan en el
marco y ahí mismo se tiran,
me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el
grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse.
Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós.



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