martes, septiembre 16, 2008

DESHOJANDO PLUMAS A LA ILUSIÓN...



*Ilustración de Ray Respall Rojas. tgrafica@cubarte.cult.cu
(indicar "Para Ray" en el asunto del correo)




Entre los Dientes*


-Canción-


Yo inventé una mujer que tenía por vestido
retazos de sueños unidos;
que caminaba sobre nubes brillantes
y sonreía como si respirase,
así se fácil… así de inconquistable


Andaba por laberintos del destino
y corrí tras de ella encaprichado
en creerla perfecta, inobjetable
pero era en realidad tan humana
que se aterró de mi amor delirante


y tejió una coraza de razones
para poner distancia y resguardarse,
se trepó en una torre de excusas
y desde allí me miraba anhelante
rodeada de poesías y canciones
temerosa de verdades gigantes


No se atrevió a saltar, sólo escuchaba
una y otra vez mi canto urgente
poblando con mi voz sus largas noches
y con mis fantasías su presente
para quedarse al fín con su silencio, y yo
¡con este invierno entre los dientes!



*De Víctor Turquet. victurquet@yahoo.com.ar







DESHOJANDO PLUMAS A LA ILUSIÓN...





Los desarraigos*



Las fronteras no existen.
Da lo mismo
morir en Purmamarca
que en un monte lejano
de la India.
Compatriotas son
los que se quieren,
los que comparten
afectos.
Los que siembran
la tierra
los que van
al espacio,
los que escriben
los libros
y los que vuelven
de la inflexible
sombra
de las minas.
Y aquellos
que toleran
a los que son
distintos.
La patria
es ese claro
donde se es
aceptado,
donde no hace falta
responder con agravios
y donde no se teme
ser el menos
valiente.
Las fronteras
no han sido,
ni lo son
ni serán
más que
banalidades
que cumplen
cometidos
de imponer
desarraigos.



-De Los barcos y este mundo



*De Ana Broglio. anabroglio2@yahoo.com.ar







CARTA A MI HIJA*


Disculpa, princesa,

Si a veces no entiendo que mi sombrero - aquel que me gustaba tanto - es ahora tu corona, mis pañuelos de seda las sabanitas de tus muñecas, mis tacones tus escaleras para llegar al cielo; si no comprendo la importancia de tus saltos en la cama, a pesar de los quejidos del viejo colchón de muelles, o tu necesidad de otro cuento, y otro más, y otro...
hasta que llegue el hada de los sueños; por haber perdido la noción de tu tiempo sin prisas.
Absuélveme de incomprensiones absurdas, cuando no logro deducir que tus amigas se ven más lindas si les untas mi única caja de maquillaje - en el fondo, nunca iba a usarla -; que tu familia de ositos huele muy bien usando mi perfume favorito, aunque ahora solo quedan sus añicos en el suelo; que aquellos documentos que dejé a tu alcance se ven mucho mejor con tus dibujos.
Comprende mi ignorancia por no saber que la nevera es un mundo mágico, que con colocarte sobre una silla y tomar un poco de escarcha entre las manos, ya no necesitas ir a Europa para entender la historia de "La reina de las nieves"; mi impericia por no saber apreciar las obras de arte que dejas en mis paredes, los arco iris que recortas en mis sábanas, la belleza oculta en mi abanico roto...
Disculpa mi impaciencia cuando no entiendo tu lenguaje, tan perfecto, o no he sabido explicarte bien, en ese idioma que me enseñas cada día, aquella duda que tenías acerca del lugar donde duermen las estrellas, o la temporada de muda de plumas de los elefantes.

Perdóname mi amor, por ser adulta y olvidar a veces mi propia infancia.

Mamá




*de Marié Rojas tgrafica@cubarte.cult.cu
(indicar "PARA MARIÉ" en el asunto del correo)
-Del libro “De príncipes y princesas”, editorial El Far, Mallorca, 2006







El optimista*



Era un hombre optimista, con un carácter positivo con el que hacía frente a las situaciones más desfavorables. Sus padres estaban convencidos de que esta característica era debida a que sus genes tenían una buena parte de los de su antepasado Stefen Plumkier, navegante, geógrafo y conquistador, que en los albores del siglo XVII despareció en su último viaje a las tierras centrales Mesopotámicas.

Al igual que Plumkier, su predisposición para afrontar las dificultades hacía que, ante cualquier situación negativa, su carácter le ayudara a sobreponerse viendo la parte buena.

Con la edad esta cualidad ha ido en aumento. Sin ir más lejos, cuando esta mañana fue atropellado por el tren se alegró porque sólo le hubiera cortado una pierna y se puso a saltar de alegría sobre la otra.



*De Joan Mateu joan@cimat.es








LA REALIDAD TAL CUAL QUERÉS VERLA*
Crónicas del Hombre Alto (nº 42)




Si de algo no se puede acusar a la televisión argentina actual es de falta de transparencia en los mecanismos que alimentan su diario funcionamiento. Las picardías casi desleales con que se intenta robarle unas décimas de rating a la competencia, la artificialidad de ciertos escándalos, el modo desenfadado en que ignotos personajes construyen su efímero protagonismo, la naturalidad con que el afán publicitario se incrusta en el contenido mismo de los programas hasta el punto de fagocitarlo, todo eso ocurre sin el menor disimulo, se cocina con elaboración a la vista del público. Al menos, a la vista de todo aquel que esté dispùesto a ver lo evidente.
La última propaganda institucional de Canal 13 de Buenos Aires, sin embargo, llega a un grado de franqueza que asusta. "En septiembre, te mostramos la realidad tal cual querés verla", se anuncia en ella, literalmente, y uno no sabe si atribuir semejante declaración a un acto fallido o a un ejercicio cínico de impunidad. Como no soy muy paranoico, me inclino a creer que, simplemente, ninguno de los autores de la publicidad en cuestión concedió demasiada atención a las palabras que estaba utilizando.
Deliberada o no, convengamos que la frasecita se las trae y permite extraer de ella unas cuantas reflexiones, a cuál más preocupante.
Primero: decir que se va a mostrar la realidad tal cual los televidentes quieren verla implica reconocer que no se la va a mostrar tal cual es. Por lo tanto, se está confesando explícitamente que a los televidentes se les ofrece una versión distorsionada de la realidad.
Segundo: en forma oblicua, el anuncio exalta la posibilidad de que los televidentes tengan una visión de la realidad que excluya las porciones o aspectos de la misma que no desean ver. Y no hace falta ser psicólogo para advertir que eso de ver sólo lo que uno quiere ver es un claro signo de inmadurez, cuando no un peligroso síntoma de desajuste mental. Negar la realidad nunca ha librado a nadie de sus efectos.
Tercero: El maquillador siempre conoce la desnudez imperfecta de la cara maquillada. Si alguien anuncia que le hará ver la realidad al otro tal cual éste la quiere ver, eso significa que el primero "sabe" perfectamente que la realidad no es tal cual la está mostrando. Se reserva ese conocimiento para sí, y este escamoteo de la verdad le concede frente al segundo un enorme margen de poder, una notable capacidad de manipulación.
Cuarto: Este poder, a su vez, queda oculto en este caso bajo un disfraz de demagógica benevolencia, puesto que no sólo se elimina toda resonancia negativa referente a esta actitud, sino que se presenta al canal como una entidad bienhechora que sólo busca el bienestar del televidente y por eso le da el gusto.
Hace unos años quedé azorado al leer en un diario una publicidad que anunciaba "Radio Mitre piensa por usted". Me parecía increíble que se pudiera propugnar, con tanta liviandad, que un medio de comunicación se apropiara de una facultad tan íntima de cada individuo, como es la de pensar. Pues bien, parece que la idea ha prosperado. Ya no hace falta que pensemos: Canal 13 nos fabrica una realidad a la medida de nuestros (supuestos) deseos y nos oculta la otra. Eso sí, nos lo dice abiertamente.
No soy un fanático teleadicto, es cierto, y quizás desde ese desapego nacen estas divagaciones acaso algo exageradas. Pero tampoco soy un fundamentalista de la antitelevisión. Yo también me siento a veces frente al aparato en busca de distracción; a mí también me gusta mirar partidos de fútbol, a mí también me resulta atractivo ver a Laura Fidalgo o a Jesica Cirio bailando strip-dance en el programa de Tinelli. Lo que pasa es que, afortunadamente, aún conservo el sano reflejo mental de desconfiar de lo que dicen y muestran los medios. No dejo que las radios piensen por mí. Y cuando quiero encontrarme con la realidad, la busco fuera de la pantalla, sin intermediarios sospechosos. Aun sabiendo que al mirarla así, desnuda y sin maquillajes seductores, suele resultar menos divertida que las andanzas amorosas de la Tota Santillán.




*De Alfredo Di Bernardo alfdibernardo@ciudad.com.ar









Esto no es una necrológica*




*Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona



UNO Hay algo de paradójicamente triste -más allá y muy por debajo de la tristeza sin atenuantes ni gracia alguna- en contar con tan poco espacio para escribir sobre el inmenso, expansivo e inconmensurable David Foster Wallace. Si hubiera algo de justicia espacio-temporal en este mundo, su
necrológica debería -correspondiendo a su estilo y estética- ocupar por lo menos todo este periódico y estar bordada con numerosas y exhaustivas notas al pie.
Pero no.
Seamos breves: el pasado viernes 12 de septiembre el escritor norteamericano David Foster Wallace (Ithaca, Nueva York, 1962) tomó la decisión de quitarse la vida (aquí debería insertarse una nota al pie explicando en detalle la historia y los diferentes modos de anudar una soga para ahorcarse) y su
cuerpo fue encontrado esa noche por su mujer en su domicilio de Claremont, California. Los que lo conocían mucho o bien no parecen haberse sentido muy sorprendidos por la mala noticia.
Buena noticia: esto no pretende ni quiere ser una necrológica. Esto quiere -y esperar ser- una contratapa sobre una de las obras más vivas y seguramente perdurables en la literatura contemporánea Made in USA.



DOS Y me enteré de la muerte de Wallace mientras leía Bridge of Sighs, la nueva novela de Richard Russo. No creo que entre las muchas necrológicas dedicadas en estos días a Wallace vaya a haber una que mencione a Richard Russo junto a su nombre. Pero -ya lo advertí- esto no es una necrológica. Y
no se me hace difícil relacionar a uno y otro escritor. Me explico: Wallace y Russo -cada uno a su manera y desde las antípodas de sus escritorios pero, por lo general, con generoso volumen de páginas y talento- cuentan lo mismo: la desintegración de los Estados Unidos desde la entropía de familias
atrapadas en pueblos pequeños o en los inmensos infiernos de estructuras corporativas más o menos eficaces.
De este modo Bridge of Sighs -con su cálido costumbrismo y su lóbrega picaresca- está mucho más cerca de lo que parece de La broma infinita: magnum opus (1079 páginas en mi primera edición norteamericana de 1996, igual número en la reedición subsanando erratas de 2006 y con prólogo de Dave Eggers) por la que Wallace fue celebrado en vida y ahora evocado en la muerte.



TRES "¿Es David Foster Wallace, como algunos creen, el escritor más importante de su generación? Está claro que cuenta con la combinación necesaria de intelecto, talento y ambición en cantidades extravagantes", se preguntaba primero y se respondía a medias la entrada que le dedicó The Salon.com Reader's Guide to Contemporary Authors (Penguin, 2000). Y ahí -voluntaria o involuntariamente- estaba todo el dilema y el enigma. El lanzamiento de La broma infinita fue casi similar al que se dedica a vender a un presidente. Campaña bestial de publicidad y marketing para un libro que descendía directamente de títulos como Los reconocimientos de William Gaddis, El arco iris de gravedad de Thomas Pynchon, El túnel de William Gass y -antes que nada y nadie- del Tristram Shandy de Lawrence Sterne, del Moby Dick de Herman Melville, de El hombre sin atributos, de Robert Musil, y de
En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust.
Así, La broma infinita gozó y padeció de una enorme atención mediática y mereció ese particular tratamiento que recibe toda Novela King Kong: el de ser adorada por nativos y celebrada por turistas a la vez que se la abate.
Los nativos, claro, eran aquellos que venían siguiendo a Wallace desde antes, desde su debut novelístico The Broom of the System (de 1987, que continúa inédito en castellano junto al tratado Signifying Rappers: Rap and Race in the Urban Present (1990), escrito junto a Mark Costello; el resto ha
sido publicado por Mondadori, y los relatos o micronovelas reunidos La chica del pelo raro (1989), así como sus formidables ensayos y artículos periodísticos (para muchos lo mejor y lo más influyente y trascendental de su obra) que no demorarían en ser reunidos primero en Algo supuestamente divertido que no volveré a hacer (1997) y luego en Hablemos de langostas (2005).
Pero The Broom of the System fue y sigue siento uno de esos momentos clave dentro del panorama literario que no es otra cosa que -como la novela de Wallace- el constante eco de un chiste sin final proyectándose hacia el abismo: la vieja y eterna discusión -a eso se refiere Eggers en su introducción- de difícil versus fácil y todo eso. De ahí que no demoraran en aparecer sites de Internet enteramente lanzados a la decodificación de la novela, guías de lectura completamente dedicadas a la explicación y
simplificación de los múltiples vericuetos del monstruo, y abundaran las polémicas en los medios y vernissages en cuanto a si Wallace era inventivo o, apenas, un invento. Y fueron muchos y demasiados lo que se olvidaron de decir lo más fácil de decir: que la formidable saga casi-futurista estaba muy pero muy bien escrita y que abundaba en momentos emocionantes y sensibles acercando a Wallace a las tierras de Salinger y Vonnegut a la vez que lo consagraban como el mejor escritor satírico de su generación junto al american psycho Bret Easton Ellis. Y que -tal vez lo más importante de todo
para algunos- La broma infinita había sido, seguramente, un libro difícil (entendiendo por dificultad la entrega que le había exigido a su autor) de escribir pero fácil (entendiendo por facilidad el placer que obsequiaba a su lector) de leer.
En una entrevista, Wallace -sobrevivido hoy por colegas y amigos en la misma brecha como Rick Moody, William T. Vollmann o Richard Powers- explicó sus intenciones con sintética claridad: "Yo tuve un profesor que me caía muy bien y que aseguraba que la tarea de la buena escritura era la de darles
calma a los perturbados y perturbar a los que están calmados".
Misión cumplida entonces.



CUATRO Y una de las últimas "bromas" de Wallace fue la publicación -en el 2003, en una colección científica, otro libro suyo que no se tradujo porque posiblemente sea imposible de traducir- de Everything and More, subtitulado irónicamente como Una historia compacta del infinito y cuya meta es, en apenas poco más de 300 páginas rebosantes de fórmulas y gráficos, exactamente eso: la historia de la idea de lo incesante, de lo que no termina, de lo que no puede acabarse. En la contraportada, James Gleick lo celebraba con un "Wallace + lo infinito: ¡maravillosa pareja!" Y agregaba aquello que muy pocos críticos supieron escribir o poner por escrito porque, tal vez, no podían o no querían verlo: "Esta es la más exquisita (e hilarante) ensayística científica. Wallace abraza la incompatibilidad de las
matemáticas y la prosa y extra arte de ella. Y, también, cuenta una gran historia".
Parafraseando a Gleick, Wallace abrazó en sus ficciones la supuesta compatibilidad entre el cerebro y el corazón.
Y nos regaló grandes historias.



CINCO Y en ocasiones la muerte de los escritores resucita a los libros.
Descubro -mientras escribo esto- que, en el ranking de la librería virtual Amazon, La broma infinita (no es broma, aunque tiene su gracia) ha trepado hasta el puesto número 16 de los libros más vendidos.
Buena noticia resultante de una mala noticia.
Bienvenidos sean aquellos que recién llegan a esta broma.
Y a no pensar -a intentar no pensar- en su triste remate.
Ahí está lo que Wallace escribió sobre los relatos de Kafka en Hablemos de langostas. Los definió como "una especie de puerta" y nos propuso "que nos imaginemos acercándonos y llamando a esa puerta, cada vez más fuerte, llamando y llamando, no sólo deseando que nos dejen entrar sino también necesitándolo; no sabemos qué es pero lo sentimos, esa desesperación por entrar, por llamar y dar porrazos y patadas. Y que por fin esa puerta se abre... y se abre hacia afuera: que durante todo el tiempo ya estábamos
dentro de lo que queríamos".
Pasen a donde ya estaban y lean y sigan leyendo.
Esto no es una necrológica.



*Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-111652-2008-09-16.html








¿Cuáles eran los colores de “El Taladro”?*




Menos enfático que “Masquique”, Pedrito Spizzo corrobora lo que parece ser una verdad de a puño: en los años 50, cuando los equipos del pueblo no entraron a la Liga, se vio el mejor fútbol de todos los tiempos.
Es posible que aún quedara la cada vez más lejana gloria del “Chato” Collere que acababa de abandonar la escuadra de Argentino de Rosario para retirarse a la ciudad de Pérez, como aliciente. Lo cierto es que todos coinciden que en esos años se dio una conjunción de primeras figuras como luego no conoció el fútbol zonal.
El campeonato lo organizó el Huracán Foot Ball Club y sé que se lo llamaba “Abierto”. Lo que me falta averiguar es si se jugaba de noche o de día.
Lo que todos dan por cierto -no se si agrandado por la nostalgia y el pésimo estado del fútbol actual- es que aquellas figuras podrían haber descollado en el fútbol profesional, como en la década anterior fue el caso del “Chato”.
Aunque yo era muy chico mi pasión por el fútbol –como la del Barrio todo- era excluyente, pero hay nombres de equipos que no me suenan sino como breves repiqueteos de campana, de oírselos a los mayores. Tal vez vi jugar a alguno de ellos, tal vez más tarde un equipo tomó algunos de esos nombres que tuvo una gloria efímera, pero que en las vírgenes cabecitas nuestras (los más chicos) sonaría como las historias del Misterix que leíamos junto al libro de lectura obligatoria, cuando doña Dora de Broglia nos enseñaba a tomar el libro con la mano izquierda, dejando la derecha para pasar las hojas y allí, paraditos en el frente, delante del grado, debíamos leer, pronunciado las s y las z, remarcando con un leve martilleo las letras que llevaran doble erre, haciendo las breves pausas en las comas y en los puntos y comas, y sobre todo, levantando la vista en un punto y aparte, so pena de llevarnos un reto.
Y volviendo al fútbol, diré para relacionarlo con los libros, que en la puerta de la mismísima biblioteca Belgrano, hay un busto del prócer donado por uno de aquellos gloriosos equipos que se llamaba “El Taladro”. Voy a copiar aquellos nombres, muchos de ellos no están ya en el pueblo y ni siquiera en la vida, pero, eran en esos tiempos muchachitos entusiastas y aspiraron aún sin saberlo, aquella gloria esquiva que se presenta al practicante del balómpie, como se diría en la jerga deportiva de entonces.
Quiero copiar esos nombres por varios motivos. El principal es porque empecé a deletrearlos cuando supe leer (y aprendí a hacerlo a cincuenta metros de allí, en mi escuela Nº 156) y cuando iba al Club con mi padre, me llegaba hasta allí, ese trecho que está entre la sala de juegos de naipes del Club y la biblioteca, ese busto del general Belgrano, como habilitando su entrada al lugar de los libros.
Aunque uno tuviera las manos con el tacto repleto de naipes. Eso si uno entra por algunas de las puertas internas, pero si lo hace de la calle se lo topa bien de frente. Dije que quiero copiar esos nombres textualmente, como están desde hace más de cincuenta años por si alguien lo quiere corroborar y lo están en letras hundidas en ese pie de mármol blanco que sostuvo un busto del general abogado, educador y sobre todo, abnegado. Y además porque a la mayoría de esos hombres que portaron esos apellidos los vi jugar en cualquiera de los clubes locales en los diez años subsiguientes a la instalación de ese busto. Copio.
Campeonato de Fútbol abierto 1952
Donación del equipo El Taladro

Titulares
E. Moreno A. Menza L. Aquilano A. Vera
E.C. Moreno A. Gardella M. Gillio R. Gramajo
R. Aquilano O. Ciccone
D.P .Bessone

Suplentes
Delegados
H.Ciccone P.A. Spizzo L.Montaldi L. Ibarra
M.Maraviglia J.C. Montaldi O. Spizzo
F.Sequeira R. Aquilano


Me gustaría acordarme de los equipos aquellos que disputaron los campeonatos abiertos, del Club Huracán. Me gustaría conocer el color de las casacas. Pero sobre todo me gustaría haberlos visto jugar, porque según todos los que lo vieron y sobre todo el enfático “Masquique”, que fue protagonista principal de toda esa movida, esos equipos eran un lujo.
Sería bueno poder tener hoy ante la vista, aquellos viejas camisitas de fútbol que no soñaba el afán de la publicidad, que pone el mundo en un rincón muy triste, según Borges. Yo agregaría que ese rincón puede aceptar otro adjetivo y que viene a ser hostil y por qué no, innecesario y excluyente.
Aquellas camisetas que llevaban sus colores en alto, como una ilusión impoluta, libre de toda mancha aunque no exentos de pasión y aún de nobleza.
¿Cómo era la camiseta de El Taladro, equipo que no vi jugar?
Algo en un rincón de mi más remota y esquiva memoria me sugiere que puede ser verde y blanca, tal vez, ¡por qué no! como la camiseta de Banfield y de allí el nombre.
Es probable o más que probable que cuando hable la próxima vez con “Masquique” me pueda sacar de dudas, o Livio Matiello o Raúl Aquilano, que jugaron en esa formación y aún viven en el pueblo.
Recupero los colores de algunos equipos de entonces. Unos porque me lo contaron los mayores y otros, porque en mi niñez, pude ver lo que sobrevivían a aquella época dorada.
Paso lista entonces, a aquellos colores. Lo hago con la precariedad que me confiere esta distancia ya insalvable de los años.
“El Refugio” camiseta similar a la de Chacaritas Junior, en decir roja-negra y blanca.
“El Porvenir”, camiseta roja con una banda blanca en el pecho, horizontal como la de Boca Junior. ”Los Fugitivos” con una V corta, roja sobre el blanco. En lugar de azul como la de Vélez Sarsfield.
“El Amanecer”, camiseta verde con vistos blancos como Ferrocarril Oeste.
“Blanco y negro” equipo de la tienda ídem, partido el pecho en dos bandas de los colores obvios.
“El Fortín”, con la exacta camiseta de Vélez Sarsfield del barrio de Liniers.
¿Pero y los otros?
“Casa Bessone”, por ejemplo o el equipo “Los Tamberos”, “La Catalana”, “La Terrason”, “Boliche La Lata”, “Estancia La Pelegrina”, “Estancia de Maldonado”, etc, etc. ¿De qué, como vestían sus ilusiones? ¿Las compraban hechas o las fabricaban a estas dichosas camisetas?
No sé. Deduzco que ambas cosas, ya que mi amigo Juan Aromando –que fue delegado de “Los Fugitivos”, héroes de la derrota ante el Morning Star- me supo decir que las hermanas de los jugadores cosieron y bordaron aquellas camisetas, de la muy digna derrota ante aquellos campeones de las certámenes nacionales “Evita”.
Lo cierto es que yo, que estoy parado ante este busto del prócer, tal vez el más puro de los nuestros y que estoy por entrar a esta biblioteca donde comencé a atisbar alguna compresión del mundo, sigo en la duda sobre aquello que fue muy importante y no quiero que la trague el olvido: ¿de qué color eran aquellas camisetas que encendieron la ilusión de los jóvenes de entonces en sus trayectorias hacia el éxito y la fama que a veces no los esperó?




*de JORGE ISAIAS. jisaias46@yahoo.com.ar



















Ya tengo mis años*





Así como


en mi


–forzosamente–


imperfecta juventud


si estabilizaba a una dama inestable


me estabilizaba yo más que si


desestabilizaba a una dama estable


en la actualidad


si desestabilizo a una dama estable


me estabilizo yo más que si


estabilizo a una dama inestable




Perfecta


madurez.




*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar










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