domingo, septiembre 14, 2008

SIN RUMBO, SIN ORIGEN, SIN MADRE...




*Ilustración de Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com




ADIOS, BISABUELO, ADIOS*
HEREDEROS DE AUSENCIAS II



Nunca sabré si el color de sus sueños inmigrantes.
era el azul sepia de los míos.
Nunca sabré si el tiempo de sus ojos
Era del acre sabor de mis mareas.
Nunca sabré
Porque vinieron. Porqué partieron.
¿Los trajo el hambre? ¿La esperanza?
¿Encontraron el pan y los anhelos?
¿Cumplidos fueron sus secretas voluntades?
¿Como fueron barajadas las cartas Mendelianas.?


Ella. Mi abuela , hija de gringos. Heredera de exilios.
Con su trenza criolla enterrada en la tierra ¿Lo sabría?
Hasta ahora no he descifrado el lenguaje de esa heredad perdida.
(Dónde llegarán sus cabellos)
(¿Habrán cruzado el charco, buscándolo?)
Solía recordar sus pasos en la noche furtiva.
Solía recordar las lágrimas oscuras de su madre.


Yo, sabía que él era el hijo expulsado por su madre.
Yo, aprendí que él era hijo de la puta madre.
No volvió de la guerra
Ella no ha vuelto de la muerte.
Tampoco ha vuelto la niña de trenzas coloradas.
Sola. Sin raíz cosmogónica.
Con un caleidoscopio ignorado de razas.
No sabiendo a quien amar. A quien odiar
Entre la puta madre patria y la madre América
Entre castañuelas y guitarras.
Entre guitarras y pañuelos.
Con una puta soledad
de tierra
doliendome
en las morenas manos
Sin rumbo, sin origen, sin madre



*de Amelia Arellano arellano.amelia@yahoo.com.ar





SIN RUMBO, SIN ORIGEN, SIN MADRE...






CASTILLO*



Cada verano, en la calle que me vio nacer, aguardaba impaciente los camiones de la poda. Veía caer las frondas de mi amado Almendro, segura de que no le dolían, porque era como cuando cortaban las puntas de mis largos cabellos; una forma de ayudarlos a crecer más fuertes.
Luego venía el momento de arrastrar las inmensas ramas a mi patio, ayudada por mi abuelo. Hacer con ellas un castillo, descubrir la luz filtrándose a través de sus oquedades, los cambios que operaba la magia en la piel de una lagartija, el brillo de un insecto; el increíble aroma de la savia truncada, el suave andar de la cochinilla en la palma de mi mano… Un día entero en que me mantenía en el trono, recibiendo la visita de mis ilustres amistades. A la mañana siguiente las ramas, ya secas, eran echadas al basurero.
Nadie tiene idea de lo que se puede hacer en una jornada dentro de una fortaleza de hojas si no ha permanecido tanto tiempo en una. En ocasiones se podía hasta merendar, en dependencia del menú y de las hormigas. Estaba permitido jugar, los soldados de plomo de mi primo Rolando se intercambiaban
con piezas de un juego de té o animales de granja en miniatura. Las jirafas pastaban junto a los iglúes y los trineos de plástico que heredé de mi hermano.
Verde fortín donde era reina, ama, gobernanta de un mundo solo mío, tan efímero como un giro de la Tierra. Repetible cada año, esperado como se espera el florecimiento de las cosechas. Tan constante en su llegada que pudo parecer infinito, en aquellos momentos en que el tiempo parecía no transcurrir y
desesperábamos por crecer, hacernos mayores, tener nuestros propios dominios.
Un día, sin que mediase una razón, no hubo más palacio de hojas. Las ramas cortadas permanecieron en espera del camión que venía tras el de los podadores a recogerlas. Ni siquiera me di cuenta de que había transcurrido el momento de construir mi castillo, estaba demasiado sumida en pensamientos de otra
índole... Había dejado de ser princesa.



*de Marié Rojas tgrafica@cubarte.cult.cu
(indicar "PARA MARIÉ" en el asunto del correo)
-Del libro “De príncipes y princesas”, editorial El Far, Mallorca, 2006






Había una vez un circo social*



El proyecto nació hace 13 años en la villa 24, de Barracas. Hoy son 320 los pibes de 8 a 23 años que estudian y juegan en el Circo Social del Sur, una iniciativa que apunta a la "integración y educación de jóvenes en situación de riesgo".



*Por Carlos Rodríguez


"El circo es solidaridad, es trabajo en equipo, es asumir la responsabilidad por el otro. En la pirámide humana, los que están en la base tienen que ser responsables por los demás, lo mismo que el que camina con zancos sobre el escenario." Las metáforas de Mariana Rufolo tienen vuelo de trapecio, se elevan como los estudiantes o egresados del Circo Social del Sur cuando trepan por las telas buscando el techo. Para muchos chicos, como es el caso de Sergio "Pitu" Ferro, que hoy tiene 21 años y que empezó a columpiarse siendo un niño, cuando tenía 9, la acción de "elevarse" va mucho más allá de la metáfora o la pirueta circense. A él, como a los 320 pibes de 8 a 23 años que estudian y juegan en el circo, se les abrió la puerta a un mundo antes inaccesible para cualquier chico de la villa 24 de Barracas o de cualquier otro barrio pobre. Pitu trabaja ahora como ayudante de cocina, pero como artista y profesor de circo aspira a vivir de la profesión que ama. Rufolo afirma que el objetivo de esta asociación civil, que viene trabajando desde comienzos de la década del noventa, es "utilizar el circo como herramienta
de integración y educación de jóvenes en situación de riesgo".
El Circo Social del Sur, como tal, fue fundado en 1995, pero desde antes Mariana Rufolo, una de sus creadoras, venía trabajando en las villas con talleres de malabarismo y de zancos, para niños y jóvenes. "El circo es un arte milenario. En los barrios pobres, los chicos tienen poco acceso a la cultura, pero todos algunas vez vieron un circo o saben lo que hace el malabarista o el payaso. Por eso el circo les resulta muy atractivo. Ese fue y es nuestro punto de partida", sostiene Mariana, que sigue al frente de un proyecto que está conectado, a nivel mundial, con otras iniciativas similares, como el Circo del Mundo-Chile (ver nota aparte) o el famosísimo Cirque du Soleil, del que reciben apoyo en forma permanente.
La charla con Mariana, mientras los chicos hacen piruetas en las alturas o sobre las colchonetas, transcurre en una enorme sala que alguna vez albergó a los trabajadores y a las máquinas de una fábrica de artículos de goma ubicada en Iguazú 451, en el barrio porteño de Parque de los Patricios, zona
fabril porteña por excelencia cuando la palabra desempleo era ajena al léxico de los argentinos. La fábrica Bruno y Compañía, nombre que todavía está inscripto en la parte más visible de la enorme y blanca pared de la fachada, ahora es propiedad de la Comunidad Hipermediática Experimental
Latinoamericana (Chela), cuyos dueños le concedieron un espacio al Circo Social del Sur, en comodato, por un plazo de seis años.
"El trabajo que realizamos es de formación en las técnicas del circo, a través de una propuesta donde el entrenamiento, la destreza y la expresividad tienen un objetivo social, el de preparar en la vida a los
chicos y a las chicas para que puedan desarrollar conciencia en cosas importantes como la salud psicofísica." De esa manera, sostiene Mariana, intentan contribuir "a la prevención de situaciones de riesgo social". Los talleres de circo se realizan en la sede de Parque de los Patricios, pero los instructores -la mayoría de ellos ex alumnos de la escuela- también se trasladan a la villa 21.24 de Barracas, a la de Ciudad Oculta o a la villa 31 de Retiro, como también a una serie de comedores comunitarios o asociaciones barriales de la Capital Federal, el Gran Buenos Aires e incluso a ciudades de otras provincias argentinas.
Desde hace un tiempo vienen realizando una experiencia en la estación Constitución, en colaboración con voluntarios del Servicio Paz y Justicia (Serpaj), organismo presidido por el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel. "Lo que hacemos es recorrer la zona en la búsqueda de chicos en situación de calle, para decirles si quieren aprender las técnicas de malabarismo, acrobacia y otras disciplinas. A veces tenemos apenas dos aspirantes y otras veces logramos que vengan diez, en algunos casos acompañados por sus madres o hermanos", cuenta Mariana. El resultado puede variar: "Hay chicos que vienen una o dos veces y otros que se enganchan y después siguen viniendo a los talleres para continuar con el aprendizaje".
Las "funciones" en Constitución se hacen los jueves, a las 18, en el hall donde se venden las tarjetas para el subte.
Sergio "Pitu" Ferro estudió en el Circo Social del Sur desde los 9 hasta los 18 años. "Yo vivía con mi familia en la villa 24 de Barracas y fui uno de los primeros alumnos de la escuela de circo. A mí me gustaba andar por los aires, el trapecio, la tela. También hacía malabarismo y acrobacia. En los primeros tiempos, para mí era sólo un juego, pero el circo te va atrapando y ahora soy un profesional que quiere vivir de lo que más le gusta." A los 21 años, Pitu trabaja como ayudante de cocina y es instructor en el Circo Social del Sur, al que volvió el año pasado. Hace 15 días, con el circo,
estuvo dando funciones en la provincia de Córdoba, en el festival Yo me Río Cuarto, que se realizó en esa ciudad.
Pitu ya no vive en la villa, pero sigue cerca de los chicos que están en la calle. "En Constitución buscamos entre los que están pidiendo monedas en las boleterías del tren o del subte. Lo que se busca es acompañar a los chicos hasta que se hagan adultos", explica el joven. El Circo Social del Sur desarrolla su acción "en contextos de marginalidad" para promover "un modelo alternativo de prevención, educación y construcción comunitaria". En un marco de juego, también se transmiten "reglas, puntos de referencia y valores que favorecen una mejor integración social y que facilitan el trabajo grupal", dice Mariana.
Después de estudiar danza y expresión corporal, Mariana se dedicó de lleno al circo, como trapecista, y ahora también como coreógrafa de los espectáculos que hacen los alumnos avanzados o los que ya egresaron. "El circo es muy importante para los chicos que llegan porque es una escuela de autodisciplina. Para subir al trapecio tenés que aprender a protegerte y a proteger a tus compañeros. El aprendizaje en el circo es duro y muy exigente en lo físico. Eso permite canalizar la energía de una manera creativa. La hiperactividad que desarrollan acá podría desviarse en agresividad, pero el circo los contiene y los ayuda dándoles satisfacción y gratificación inmediata en el mismo momento del aprendizaje." Mariana Rufolo concluye diciendo que el circo es para los chicos que llegan "una herramienta de convivencia consigo mismos y con los demás".



*Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-111559-2008-09-14.html







El arte y la historia*



*Por Carlos Rodríguez


La tarea que realiza el Circo Social del Sur se divide en cuatro áreas: la pedagógica, la social, la artística y las relaciones internacionales. En este último aspecto mantiene contacto permanente con la Red Latinoamericana de Circo Social, creada en Chile en el año 1998, con Naciones Unidas de
Circo Social, surgida en Francia en 2002, y con la Federación Latinoamericana de Circo, que se constituyó en 2005, en Venezuela. Como parte de esas organizaciones, el grupo con sede en Parque de los Patricios hace presentaciones en otros países o es anfitrión de otros circos que visitan la Argentina. En ese marco de intercambio, el Circo del Mundo-Chile, con sede en la capital del país vecino, acaba de realizar una serie de presentaciones en el Centro Cultural Recoleta, como parte de una gira que
sigue ahora en Brasil.
Con gran éxito de público, el SubZirko del Mundo-Chile representó una obra con argumento que se llama "Destinos bajo tierra" y que se inspira en la vida de los mineros chilenos. "Nosotros estamos trabajando desde hace 13 años, pensando que el circo es un arma social importante. En ese marco
hacemos intercambio con otros circos que tienen la misma finalidad y viajamos a los lugares donde nos invitan", explica Alejandra Giménez, directora del circo chileno. La temática de la obra que representaron "fue elegida por los propios alumnos y es un homenaje a los mineros chilenos. Es una historia sin palabras, pero que habla de la vida, del amor y de la muerte en las minas de cobre y oro".
"Lo que nosotros pretendemos de nuestros alumnos es que asuman el rol del artista como persona que ayuda a modificar la historia del mundo, que actúa para resaltar los valores de la solidaridad y el compromiso social", afirma Alejandra Giménez. La obra representada en Buenos Aires fue actuada por la primera generación de artistas del circo chileno. Soraya Sepúlveda, de 26 años, recuerda que después de decidir que la obra sería un homenaje a los mineros, ella y sus compañeros resolvieron hacer "un trabajo de campo para saber cómo es, qué significa trabajar debajo de la tierra". Para lograrlo,
mantuvieron una serie de charlas y reuniones con hombres que habían trabajado largos años en las minas.
En el espectáculo, a través de las distintas técnicas circenses, se retrata el universo de los mineros, su relación con las mujeres, costumbres y leyendas. "Hay poesía en lo que hacemos. Cada número tiene un significado más allá del virtuosismo. Cada número transmite algo para sensibilizar al espectador", define la obra el director de SubZirko, Alvaro Morales. Para Soraya "la experiencia de haber tomado contacto personal con los mineros fue muy rica; ellos nos enseñaron mucho y nos dieron la posibilidad de
comprometernos con una parte grande de la historia chilena".
Además de Soraya, trabajan en la obra Amanda Wilson, Daniela Oyanedel, Daniela Torreblanca y Salvador Abarca. En la obra se desarrollan técnicas de circo como la rueda rusa, las telas, el trapecio, las cuerdas, el equilibrio. Las cuatro mujeres son las actrices principales, aunque se mueven en un mundo subterráneo reservado a los hombres. En los cuadros se muestra el trabajo, el amor, la mujer, la viudez, la riqueza efímera y finalmente la muerte. El circo chileno ha recibido premios internacionales
por sus representaciones.



*Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/subnotas/111559-35236-2008-09-14.html






Relojes*




Mi tiempo,
certeza creciente
crispada carretera de la luna
intento detenerlo
piloteo señales
hago dedo en multiplicidad de vías
elijo caminos aleatorios
instauro aguijones de duda
desinflo algunos momentos,
vacilo arrodillada de cara al infinito
creyendo que tiempo es la hora exacta en que no estás.
Esa síntesis de tu ausencia
cuando mis días dicen cronometrar
tiempo de descuento.



*De Diana Poblet. soydian@yahoo.com.ar







Lecciones del púlpito, las tablitas y el puntero*





*Por Beatriz Sarlo bsarlo@viva.clarin.com.ar




Novelas norteamericanas leídas en la infancia, como Tom Sawyer , mencionaban una institución que me resultaba completamente misteriosa: la escuela dominical . Su mismo nombre era una paradoja, porque la escuela y los domingos se excluían por definición. Esa escuela funcionaba en la iglesia del pueblo y lo que allí se aprendía era religión, las Escrituras . De todos modos, seguían siendo enigmáticas las causas que obligaban a asistir los domingos, un día tachado de mi calendario educativo. A Tom Sawyer no le
gustaba, por supuesto, la escuela dominical . Desde mi interesada perspectiva, no debía gustarle a nadie. En la Argentina, los chicos de familias católicas no teníamos esa penosa obligación y nuestro aprendizaje religioso se realizaba (si es que ésa es la palabra adecuada) en el curso de catecismo, que duraba un año, y precedía a la primera comunión.
Supongo que hoy nadie está obligado a saber el catecismo de memoria, como establecía la norma de los años cincuenta, que ya atrasaba respecto del modo en que nos enseñaban otras cosas en la escuela. No recuerdo nada de esos cursos de catecismo, porque quienes los impartían, en la parroquia de barrio
adonde me mandaban, eran mujeres que tampoco estaban en condiciones de explicarnos nada. Cualquier pregunta sobre lo que aprendíamos de memoria quedaba fuera de programa, a diferencia de la escuela donde ya se consideraba que las preguntas de los alumnos eran una forma astuta de convencerlos de la importancia de aprender la regla de tres o el análisis sintáctico. De esas clases de catecismo sólo quedó fijado un día en que la catequista apareció con una lámina que representaba el momento en que Adán y
Eva son expulsados del paraíso. El dibujo voy se me superpone con un grabado de Durero, pero no creo que la lámina reprodujera ese grabado. De todas maneras tenía el atractivo de algo indecente, porque el torso de Eva estaba cubierto por sus cabellos, lo cual dejaba suponer que, debajo, estaba desnuda.
Nos prometieron entregar esa lámina a quien resultara el mejor memorizador de respuestas. Yo no la gané, aunque estuve cerca. Me movilizaba no tanto la lámina prometida sino el temor de que quien no supiera de memoria el catecismo corriera el riesgo de perderse la primera comunión, el traje largo
de organiza con alforzas, la cofia, los guantes y zapatos blancos, el rosario y el pequeño libro de oraciones de tapas nacaradas, la marcha en procesión ceremonial hasta el altar. Y, por supuesto, la limosnera bordada, que colgaba de la cintura con un lazo, adonde iban a parar las monedas que
amigos y parientes nos daban a cambio de las estampitas, de canto dorado, donde se imprimía nuestro nombre y la fecha. Aprendí de memoria el catecismo y, por supuesto, lo olvidé al día siguiente de la fiesta. Las respuestas eran incomprensibles, más abstrusas que abstractas, carentes de toda poesía.
El catecismo era un sólido bloque de doctrina, carente de anécdotas conmovedoras o espacios para la fantasía. Ningún futuro místico podía inspirarse en ese librito impreso sobre papel áspero, sin ilustraciones ni viñetas. Ignoro si en todas partes era así, pero eso fue lo que me tocó.
Por lo demás, yo estaba acostumbrada a otro tipo de maestras. Las de mi familia enseñaban según la pedagogía y la didáctica más modernas, que ellas llamaban de la "escuela activa", por la que se sentían superiores a las formas anteriores de enseñanza que denominaban, precisamente, "aprender el catecismo" del tema que fuera.
Una de ellas me contó que, en la década del treinta, había visitado escuelas en España donde, para su despreciativo horror, los niños repetían de memoria la solución de los problemas y la lección de historia, frente a maestros (hombres en España, mientras que en Argentina la mayoría ya eran mujeres) que no se movían de su escritorio que, para colmo de males, estaba colocado sobre una tarima y sobre el cual, además de papeles y tizas, se apoyaba el puntero, un arma que las maestras de mi familia consideraban peor que cualquier instrumento de tortura. Esta misma mujer también evocaba, poniendo los ojos en blanco, la visita a escuelas suizas, donde reinaba el silencio del trabajo, cada chico tenía objetos, como tablitas de madera, a partir de los cuales realizar su tarea, y las maestras deambulaban en esa isla feliz gobernada por los nuevos métodos.
La crisis de la escuela no afectó mi infancia y, por suerte, las maestras de mi familia murieron o perdieron conciencia del presente antes de que la escuela del Estado (como ellas la llamaban), donde se habían formado y habían trabajado toda su vida, perdiera la mitad de sus estudiantes en ciudades como Buenos Aires. Las maestras formadas en las primeras décadas del siglo XX no habrían entendido la escuela de las primeras décadas del siglo XXI, no sólo porque todas las cosas cambian en cien años, sino porque su experiencia escolar fue exitosa de punta a punta: desde el primer grado hasta el retiro. Venían de una familia donde la madre era una inmigrante analfabeta; todo lo que sabían, lo aprendieron en la escuela. En efecto, cien años es demasiado tiempo.


*Fuente: Clarín revista.
http://www.clarin.com/diario/2008/09/14/sociedad/s-01759804.htm







CEREMONIA RECURRENTE*





*de Julio Córtazar.



El animal totémico con sus uñas de luz,
los objetos que junta la oscuridad debajo de la cama,
el ritmo misterioso de tu respiración, la sombra
que tu sudor dibuja en el olfato, el día ya inminentemente.
Entonces me enderezo, todavía batido por las aguas del sueño,
Vuelvo de un continente a medias ciego
donde también estabas tú pero eras otra,
y cuando te consulto con la boca y los dedos, recorro el horizonte de tus
flancos
(dulcemente te enojas, quieres seguir durmiendo, me dices bruto y tonto,
te debates riendo, no te dejas tomar pero ya es tarde, un fuego
de piel y de azabache, las figuras del sueño)
el animal totémico a los pies de la hoguera
con sus uñas de luz y sus alas de almizcle.

Y después despertamos y es domingo y febrero.













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