martes, octubre 06, 2009
EL ABRAZO SEMILLA DE LAS LÁGRIMAS EN FLOR...
DOMESTICAS*
Primero es como una luz que va entrando de a poco por la ventana cuya cortina está un poco corrida, no sabemos si ex profeso, o por una corriente de aire, o debido a la desidia de los días en que nadie puso la mano sobre ella.
Dije que primero es la luz, que se filtra subrepticia, lenta, la luz del sol, la pura luz que viene de esa lejanísima estrella deflagra bajo los fresnos, repta con su esplendor entre la gramilla y pinta de un rojo vivísimo la larga hilera de pimientos que mi madre cuida con extremado amor, como hizo toda la vida: con la humanidad, con los animales, aún los más humildes, y con sus pimientos que era su orgullo expuesto a todo jurado aún el más riguroso, aún el más severo.
Si ella entreabría la ventana, aunque sea un poco, la brisa de mayo ligeramente fría entraba y se iba adueñando de los objetos, y tal vez el polvillo de las calles aún sin asfaltar aprovechaban ese vehículo apto, generoso y gratuito para ir aposentándose de a poco en los rincones más lejanos y las muescas barrocas de algunos muebles, y aún en los pliegues de las cortinas, o las sillas vacías de la mañana.
Dije antes o escribí mejor, que la luz se iba filtrando de a poco, cuando el alba moría en su rosado y daba lugar a esa luz brillante que el sol suscribía sin ambages, pero si en cambio el día era gris, se aproximaba una amenaza de lluvia, o, amanecía lloviznoso, el cristal permanecía cerrado, porque el frío o la humedad no eran tesoros preciados por mi madre, que amaba el sol esplendoroso, el que le traía recuerdos de su italiana aldea en la montaña.
Precisamente, no se cansaba de ponderar esta bendita tierra donde todo verdor crecía de maravilla, mientra en su aldea natal todo había que pelearle palmo a palmo al terreno pedregoso. Sólo aquella claridad del sol montañés tenía siempre en su memoria y el discurso de su reiterado recuerdo en rémoras familiares donde mi abuela pensativa, dulcemente, adhería y asentía a su recuerdo niño, con alguno suyo, así poco más conciente, ya de adulta.
Cuando pienso en mi madre sé que voy a pérdida entera con el recuerdo, que de todas las pocas astillas que extraigo de la memoria debo construirme su imagen, plagada de gestos generosos y humildes, que retenía la elocuencia ostentosa, yo, como Pedroni podría decir que era "toda silencio, propensa al llanto y muy hermosa" y que yo la recuerdo siempre transitando ese espacio de verdes, donde orlaban esos inmensos pimientos rojos que ella cultivaba con recatado orgullo y cuando eran ponderados, se
le abría el rostro moreno en una gran sonrisa de satisfacción.
Cuando pienso en mi madre es cuando la veo cruzando ese gran patio de tierra que ella barría con generoso esmero, en una mano un plato camino al gallinero, llevando tal vez restos de comida o maíz, para arrojarlo a sus pollos. Hasta en los sueños aparece con su batón celeste, floreado de amarillas pintitas, y ella muy señorona con ese plato en la mano derecha, oronda cruzando el patio y mi sueño.
De todos modos armo ese recuerdo de ella con un amor inmenso, pero en verdad lleno de impotencia.
El día en que íbamos con mi hermano hacia la sala velatoria donde estaban sus restos, caminando por una calle cercana, nos alcanzó con su bicicleta "Cañita" Aquilano, cartero eterno del pueblo, con un telegrama que nos enviaban los empleados del Correo, Allí leí una frase que hasta ese momento era sólo eso: una frase. Pero que tuvo luego una feroz e implacable verdad.
-"Acompañamos vuestro dolor, ante tan irreparable pérdida", decía.
Allí supe que los lugares comunes, las frases de cortesía acompañado socialmente un dolor individual, tienen su sentido. Al menos para el que sufre, aunque casi nunca para el que la pronuncia. Es decir, las frases comunes en algún momento dejan de serlo y son fundamentales y drásticas. Pegan como un inmenso martillo en la cabeza, doblan de dolor ante el desamparo y la incertidumbre a que nos somete ese mismo -desconocido antes- desamparo.
De todos modos no quiero ser triste aquí. Quiero retener esa humilde humanidad suya, esa timidez que hacía lo posible por permanecer invisible, pero atenta y poderosa, imprescindible en su amor por los suyos, una fiera cuando debía defenderlos.
La prima Gladys me contaba una discusión que habían tenido con mi padre y ella, furiosa, le decía:
-Le permito todo, menos que se meta con mis muchachos.
Sus "muchachos", éramos mis hermano y yo.
Hace muchos años que nos dejó, y les digo la verdad, me gustaría verla caminar entre esos altos tomatales que eran su orgullo, o en el esplendor de sus rosas o amasando esos tallarines sobre la pequeña mesa llena de heridas y de recuerdos infantiles, de cuando -sin querer- volcaba el café con leche y ella, rápida, solícita limpiaba todo antes que la irascibilidad de mi padre lo advirtiera.
Ahora debo consolarme con ese ceibo que plantó y con ese rosal que resiste todas las intemperies.
Y, de vez en cuando, aparece en mi sueño donde cruza ese patio de tierra con un plato en la mano para siempre.
*de Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
EL ABRAZO SEMILLA DE LAS LÁGRIMAS EN FLOR...
El juego de la confianza*
Mi hija lo juega en la escuela. Esta vez le resulto fácil enseñarme a jugar. Me dijo que dejara los brazos hacia adelante y se dejo caer de espaldas para que yo la sostuviera. Luego lo repitió una y otra vez dejandose caer alternativamente de frente o de espaldas.
El juego me hizo "caer una ficha" como suele decirse. Pude asociarlo con cosas de mi vida.
Me ayudo de alguna manera a pensar esa dificultad para entregar la confianza.
Jugar a dejarse caer y que te sostengan.
Supongo que no me ocurre a mi solo. Que los adultos nos olvidamos de jugar o no jugamos nunca a dejarnos caer en los brazos de alguien en quien confiamos que nos va a sostener.
Es el juego que sabe jugar mi gato cuando se da vuelta y vuelta en el piso esperando que con el zapato le recorran y acaricien suavemente el cuerpo. No teme que lo pisen.
Entonces a falta de confianza se suele "jugar" al control. Es la ilusión de controlar las cosas y los seres.
O es el oscuro temor de ser "objeto" en un juego inconsciente de otro.
Son mecanismos sútiles como hilos de araña.
-Nada peor que esos hilos invisibles de la araña humana.
Con alertas que avisen si el otro se mueve del lugar esperable.
Del lugar que le armamos desde nuestra propia rigidez.
*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
¿A quién le pregunto?*
A veces me parece que anduve por la vida con una memoria vaporosa, una gasa para la red de cazarepifanías, agarrándose trocitos de sol oliendo a sol, o besando la roja ebullición de la Santa Rita en el cielo de mi patio. Mirando o imaginando que veía al quetzal tan buscado entre lo árboles altos del parque nacional.
Mojada la memoria en la lluvia que borda un encaje para la hoja verde.
Él se acordaría del resto, la precisión de las fechas y los itinerarios.. Ahora no puedo olvidar la llave salvo que quiera dormir a la intemperie.
¿Y si la intemperie fuera esto: no poder compartir los recuerdos ?
*de Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar
Horacio*
Este poema lo leímos ayer, 4 de octubre, en el homenaje de amigos y fliares a Horacio Rossi, en un café que esta frente a la que era su casa, previo paso por el cantero donde plantamos, el año pasado, un lapacho en su memoria. Dejamos poemas a su alrededor, platificados, para que cualquiera que pase pueda leerlos.
Hubo muchas personas acompañando el momento (es el día de su cumpleaños).
Aquí va el poema, con un abrazo
*Cacho Agú. cachoagu@yahoo.com.ar
Hermanos del camino*
Hermanos del camino:
la vida presta un turno feliz: aprovechemos.
Larga es la ausencia, luego. Y mucho más, después.
Estemos juntos aquí y ahora haciendo
aquí y ahora un siempre, un mañana, un por qué…
Es hermosa la ronda ante el fuego encendido,
dejando que el silencio nos llovizne su paz.
Traigamos a la mesa común cantos y penas,
brevas y espinas. Respetuosamente.
Los dioses se encargarán de consagrar…
Ellos están de acuerdo. Ellos sonríen.
Y esperan que aprendamos también a sonreír.
Que es el lenguaje mejor del cielo…
Si los dioses sonríen es de día.
Es de día porque hemos trabajado bien…
Con nuestro rito de mate en rueda hablemos
la palabras azul que dice: estamos listos
para el Amanecer…
Y compartamos la sangre enamorada
la lleganza
la luz
puntual e inexorable.
El abrazo semilla de las lágrimas en flor…
Somos toda la voz del mundo en silencio.
*Horacio C. Rossi, en la terraza
"Te escribo desde el amor y la congoja"*
*Por Víctor Heredia, (Músico)
Fuente: Especial para Clarín
Hola, Negrita. Sé que estarás allí, en algún lugar de nuestro cielo, inaugurando alguna estrella, con la secreta esperanza de poder seguir cuidando a tus polluelos desde allí, estos huérfanos de tu amor que ahora están más solos que nunca sin tu "serena presencia", como decía Charly: Comandanta. Porque eso es lo que fuiste para todos nosotros: guía, luz en la oscuridad, hermana, compañera.
Te escribo rápido desde el amor y la congoja para expresarte no mi pena ni mi angustia por la pérdida, eso ya te lo dije ayer cuando dormías, al oído.
Voy a contarte lo que todo un pueblo dijo en estos días cuando estabas dormida, luchando por tu vida y espero ser capaz de reflejar en esta carta.
Ese pueblo que estuvo hoy durante todo el día repitiendo tu nombre, ese pueblo tozudo y generoso, luchador incansable y vencedor de tanta crisis, ese pueblo que sabía quién eras, qué cosas defendías, ese que desfiló multitudinario ante tus despojos para agradecer tu vocación de cantora popular, de mujer valiente, de artista generosa. Sólo voy a repetir lo que ellos dijeron a cada beso, en cada flor que depositaron con unción ante tu féretro: ¡Querida! ¡Hermana! ¡Amiga! ¡Compañera! ¡Argentina! ¡Nuestra! Los vi emocionarse cuando entraban a despedirte, tal como lo estoy haciendo yo mismo ahora, con el corazón estrujado, sabiendo que mañana no voy a recibir tu consabido llamado para saber cómo están mis hijos, o dónde anda León para ver si podemos juntarnos a reírnos un poco en medio de tanta soledad que propone la vida. Pero no voy a decirte adiós de ninguna manera, voy a imaginar que cada vez que escuche tu voz, cantora, podré abrazarte como siempre, levantar el teléfono y decirte que estamos bien, que merced a la esperanza que indicaste podremos salir adelante, día a día. Los que te fueron a despedir hoy eran tus hermanos del alma, el pueblo al que cantaste con absoluta valentía.
¿Habrá algo más bello para nosotros que esa caricia proveniente de los que nombramos en lágrimas y dolorosos exilios? ¿Habrá alguna cosa que pueda torcer esas miradas llenas de amor, desconsuelo y ternura dirigidas a tu corazón guerrero? Alguna vez dudaste de haber llegado hasta esos corazones,
pero ya ves cuánto amor sembraste entre todos sin distinción de nacimiento.
Este campo repleto de caricias nacidas de tu pueblo es tuyo, "madraza", ésa es la cosecha que merece tu incansable lucha por los derechos y las libertades de este continente. Mi corazón que late al lado tuyo desde hace cuarenta y dos años recordará el ritmo de tu latido en los abrazos, en los besos, en las sonrisas de cada humilde, de cada hombre y mujer de esta tierra. Cuando cante habrá un pedazo tuyo en cada estrofa, una mirada tuya en cada palabra, ése será mi privilegio, el de pensar que estás a un costado del escenario apoyándome, señalando como siempre qué se debe decir, por quien luchar, para qué cantar. Gracias cantora, querida nuestra. Amorosa Mercedes.
*Fuente: http://www.clarin.com/diario/2009/10/05/sociedad/s-02012443.htm
Vidas de escritor*
*Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Los escritores llevan, por lo menos, cuatro vidas: la vida privada, la vida pública, la vida de los libros que escriben y la vida de los libros que leen. Y las biografías de los escritores tienen la obligación de contarlas todas y de revelar la trama secreta que une esas cuatro vidas.
DOS Y, claro, esa extraña paradoja: las vidas de los escritores son nómadas y sedentarias al mismo tiempo. Por un lado, se escribe quieto, por lo general sentado (nunca me creí del todo esas fotos que muestran a Hemingway y a Nabokov haciéndolo de parado); pero hay mucho viaje y se mueven tantas
cosas dentro de esas cabezas. Existen, de acuerdo, numerosos ejemplos de escritores vitalistas e hiperkinéticos que necesitan, primero, hacerlo de este lado y recién después pasarlo en limpio en página o pantalla. Hemingway otra vez. Los Jacks London y Kerouac, por ejemplo: la práctica antes de la
teoría, la acción precediendo a la reflexión. Son escritores que, de algún modo, saben o intuyen que lo suyo no es una vida sino, desde el principio, una biografía. Y que, por lo tanto, debe resultar apasionante. Son los escritores cuyas felices existencias, por lo general, suelen terminar mal y
tristes.
TRES Conozco varios escritores que no soportan las biografías de los escritores. Prefieren, me explican, no saber nada de la non-fiction detrás de sus fictions: entender así al escritor como apenas un medio médium encargado de captar historias y difundirlas. A mí, en cambio, me gusta saberlo todo. Pero, también, me resultan mucho más interesantes las vidas de los escritores "quietos". Esos que no fueron a ninguna guerra, no sobrevivieron al hundimiento del "Titanic", no estuvieron enredados entre las sábanas de alguna hollywoodense diosa sexual, ni entraron y salieron de los peligrosos territorios de la política o lo político. Para decirlo de algún modo: me gusta mucho leer las biografías de escritores que se la pasan
escribiendo y leyendo. Me gusta ver y disfrutar de cómo el biógrafo se las arregla para contar una buena historia con todo eso que, tan sólo en apariencia, parece tan poco para contar y sin embargo...
CUATRO Dos (por cuatro) vidas de dos titanes de las letras protagonizan la presente rentrée literaria española. La primera de ellas es Gabriel García Márquez: Una vida, de Gerald Martin (Debate) -biografía no autorizada por el biografiado pero sí "tolerada"-, narra los muchos años de compañía del colombiano al que demasiada gente que nunca lo conoció no vacila en llamar "Gabo". Martín -quien dedicó muchos años a la empresa- sigue por medio mundo al escritor de El coronel no tiene quien le escriba (el índice onomástico de luminarias y oscuros es casi una novela en sí misma) y narra el proceso de cómo un creador de personajes acaba convirtiéndose en otro personaje sobre cuyo creador no tiene un control absoluto. Así, lo más interesante del libro de Martin no pasa por la certeza de los merecidos laureles, sino por las incertidumbres de esas malezas imposibles de mantener a raya para que no se metan y embrollen el trazado de un jardín perfecto limitado con las salvajes e indómitas selvas de Macondo.
La segunda de las biografías es El mundo es así: Biografía autorizada de V. S. Naipaul (en la flamante editorial Duomo, donde se traducirá el año que viene la deslumbrante Chee-ver: A Life, de Blake Bailey) y es uno de esos libros que da miedo y, sépanlo, el "autorizada" en el título no significa otra cosa que Naipaul recibió el manuscrito de French, lo leyó, y no le puso pero ni enmienda. Y lo que cuenta French es nada más y nada menos que las idas y vueltas de un monstruo (un monstruo genial, pero monstruo al fin y al principio) al que no le preocupa destrozar las vidas de los otros para alimentar su propia obra. En el prólogo, French rescata una declaración de Naipaul que lo dice todo: "La vida de los escritores es un tema legítimo de investigación, y la verdad no debería ocultarse. De hecho, es muy posible que el relato completo de la vida de un escritor acabe siendo una obra más literaria y reveladora -de un momento cultural o histórico- que los propios libros del escritor en cuestión".
CINCO Y el escritor que firma estas líneas pocas veces ha visto más escritores juntos que en los últimos meses. Tres acontecimientos han marcado literariamente este verano. A mediados de junio se festejaron los 40 años de la Editorial Tusquets, hace un par de semanas tuvo lugar el funeral de
Antonio López Lamadrid (de Tusquets) y la semana pasada Anagrama también festejó sus cuatro décadas imprimiendo. Muchos escritores y mucho editores riendo primero, llorando luego, riendo otra vez. Firmas de toda España y de todo el mundo descendiendo sobre la ciudad para festejar y lamentar
y -mirándolos a todos ellos- la sensación de estar viendo, apenas, uno o dos rostros de los cuatro o más rostros posibles. Y está bien que así sea. Sería tremendo que los escritores fueran por ahí con todas sus vidas al aire.
SEIS Y, como siempre, en todos y cada uno de ellos, la posibilidad de ser tentados por el abismo. Ahora estoy leyendo City Boy, la nueva memoir de Edmund White (una memoir es una forma caprichosa de la autobiografía que no es otra cosa que, por lo general, una manera de confundir y desautorizar a las biografías del futuro) y me interesaron especialmente las páginas dedicadas al genio perturbado de Harold Brodkey y el modo en que éste sucumbió al insoportable peso de lo que se decía y esperaba de él. Convencido de poseer un don único e insuperable, Brodkey -encandilado por la luz blanca de su propio talento, escribiendo sin cesar, publicando poco y, al mismo tiempo, intrigando en todas las fiestas y teléfonos, mezclando y balanceando mal sus cuatro vidas- acaba desconfiando de todos, asegurando
que Nabokov le rinde tributo y hace guiño en Lolita, afirmando que todos lo plagian (desde el mismo White hasta Sean Connery), y enojándose con un editor que tiene la "osadía" de ponerlo a él a la misma altura, y no por encima, de Shakespeare.
Así, pienso, lo que resulta más apasionante de las vidas de los escritores es la rara forma de peligrosidad que conllevan. Un oficio arriesgado, la locura del arte y todo eso. William Maxwell -editor de J. D. Salinger, John Cheever, John Updike, Vladimir Nabokov, Eudora Welty, Mavis Gallant, Isaac
Bashevis Singer y John O'Hara, además de excelente novelista y cuentista- lo escribió y describió con las letras justas: "Es demasiado pedir a personas que pasan demasiado tiempo en un mundo propio, como ocurre con todo escritor, que tengan una perfecta percepción de lo que sucede en éste".
De eso -de lo que se lee aquí para escribirlo después allá, de lo que se decide mirar allí para no tener que verlo acá- es que tratan las extraterrestres vidas de escritor, la terrenal vida de los escritores.
*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-132985-2009-10-06.html
Resonancias de octubre en Buenos Aires.*
*Opinión de Eduardo Pérsico. epersic@ciudad.com.ar
Por los años cuarenta a Buenos Aires le crecían palacios presuntuosos copiados de Europa, extensas avenidas y una costanera para extasiarnos frente al río más ancho del mundo. Y por venderse allí más libros y diarios que en ningún otro lugar de América Latina, la porteñidad se envanecía aunque sus calles eran ajenas a tantos arrabales de visitar en verdosos tranways de doble piso, y personajes quizá sugeridos por la literatura de Borges y otros escribas de menor renombre. Ya de tiempo atrás venía aquello de quebrar el paisaje volteando el caserón familiar y hemos visto por Esmeralda y Sarmiento, pleno centro, aguantar más de lo posible a uno de fachada gris y jardín interior que exhibía una enredadera testigo de que por allí también habría verdecido la llanura. Ciudad engreída de ser la más europea de América, aunque en verdad fuera un rejunte de suburbios sin prestigio si ningún tanguito no los pontificara, - tarea para algún guitarrero de patio- y cuánta pena por Villa del Parque, San Cristóbal o Versalles, sin registro poético por calzar nombres de infructuosa rima. Y ni mencionar sus costados hacia la provincia, si al sur la inundación y el resto límites con la pampa.
En esa época de Guerra Mundial pero allá lejos, los habituales a bares con billares y rincones de meditar esas cosas de la vida, que para eso están, veneraban esos hábitos como exclusivos mientras en silencio y sin consignas, sus mujeres desechaban las medias de muselina, acortaban su vestido cada tarde y pese a las sonseras vaticanas de púlpito dominguero, reiteraban sin alegatos feministas ‘con nosotras no se puede’. Eso que hoy indica la sensatez...
Igual, y como la perpetua inequidad hacía crujir la osamenta del mundo, en Buenos Aires crecían ansiosos actores por entrar en la comedia como fuera, y en retirada muchos aspirantes a nobleza por ir cada domingo al hipódromo. Esos ingenuos engrupidos de curtir el Deporte de los Reyes y que ensayaban su porteñidad saludando ‘que tal, che’ al mozo del bar, una contraseña denostada por Juan García, aragonés irreductible que apodara ‘mozaicos’ a los colegas gallegos que permitían aquel tuteo. Ciudad con sus ribetes y aunque muchos soñaran con París, los autos iban por izquierda estilo Londres, si de alquiler eran de color variado y los tranways rugían su reglamento de dueños ingleses. Pero en aquella lejanía sudamericana sobraban lectores de Roberto Arlt, cronista que hasta 1943 lineara trazos de las faunas subterráneas, del controversial Hugo Wast y el poeta Raúl González Tuñón, aquel de ‘todo pasó de moda como la moda, los angelitos de los cielorrasos, los mozos que tomaban la vida en joda y las lágrimas blancas de los payasos’.
Por ahí el hombre medio admiraría la efectividad de Alemania y sin ensalzar mucho a Hitler, no hubo reproche cuando la Luftwaffe sepultó a Guernica en la mierdosa guerra de los españoles, una impiedad que dejó lágrimas profundas en los conventillos de la periferia y ayudara a un quiebre conceptual. Pero más tarde ni Auschwitz o Hiroshima serían titulares de reclamar por la masacre, porque en mi Buenos Aires querido, comarca pacata, no se vociferaba en lugar público y ser gente de familia era irrenunciable. Una metálica realidad que demolió una muchachada fabriquera junto a unos muy pocos seguidores del melenudo socialista Alfredo Palacios que remaban su consigna en las bibliotecas, una mañana desparramaron su reclamo a pertenecer a puro grito. Ese imprevisto, - ‘contradicción social’ si no se entiende- de repente entró a caminar por calles y veredas y divisado desde lejos. No hubo millones de obreros manifestando ese día 17 de octubre de 1945, por supuesto, pero un gentío inusual se agrupó en los sitios menos esperables y sin consigna, bombo ni marcha partidaria inquietó a los sabios del análisis y la nada protocolar. Esos simbólicos padres y abuelos de la actual Sociedad Rural y de otros primates contrarios a convalidar hasta una ley de radiodifusión que estos días se discute en el Senado Nacional, que por ser antimonopólica y derogar a la dictada por el último proceso militar, es ya y al menos, civilizadora.
Aquel ’17 de octubre fue un sacudón en el cimiento social y como al otro día cualquier ama de casa comentaría, los de clase transitoria que veraneaban en la playa se sintieron preocupados de verdad. Esos que hoy se agrupan en barrios nombrados en inglés y demás tilinguerías, siguen sin entender cómo aquel gentío de frigorífico y talleres suburbanos, ellos y ningún otro, construyeron ese día a Perón en referente indiscutido de la liberación del obrero ante el patrón. Ese proceso psicológicamente liberador que desde el llano demanda generaciones de lucha, por su inusitada brevedad al peronismo le resultó suficiente para quedarse lícitamente dentro de la estructura social. Esa imprudencia laburante al creyente de sombrero y corbata obligatoria le pareció un ademán extraño, y el fondo revulsivo del ‘perón perón qué grande sos’ no lo inquietaría mientras no le encabritara la caballada ni las hectáreas de familia educada. Pero al Poder de verdad que nunca duerme, aquel ‘yo te daré te daré una cosa que empieza con p, Perón’, que aquel mediodía recogiera Leopoldo Marechal en su balcón de la calle Rivadavia, más el ‘perón perón qué grande sos’, lo inquietaría sin joda. Y aunque Spruille Braden en la embajada yanki hizo una movida que favoreció a Perón, ellos y los de siempre entraron a mezclar pícaros contra tantos marginales recién venidos y apurados en hacer la revolución. Sin duda el peronismo hizo cuánto pudo, ver estadísticas, ‘tan peligroso a la herencia sagrada de nuestros mayores, Argentina granero del mundo y como Dios es argentino la fiesta es de nosotros’. Y de a poco fueron participando vendedores de humo, burócratas, gente de mala leche y profetas de una dicha incierta, a entorpecer nuestra historia con otro juego más siniestro y sangriento. Y ese es casi otro asunto.
(octubre del 2009)
*Eduardo Pérsico, escritor, nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.
*
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