jueves, octubre 15, 2009

¿QUIÉN SEMBRÓ EN LA LUNA ESA HIERBA DE LUZ NEVADA?



*ILUSTRACIÓN DE RAY RESPALL ROJAS.


Tierra y libertad*



Se recomienda esta lectura con música celta, vino tinto en pequeña copa, tabaco
y luna menguante rojiza recién asomando en el horizonte del este de este lastimado sur



Vi a un hombre agachado en su dolor, entre el miedo y la queja, poniendo flores en su pequeño jardín. Amasaba una tierra comprada, prestada, como no confiando en lo que ese pedacito de heredad que el medio le había conferido en su derecho tuviera suficiente nutriente.
Tal vez dando por sentado que ya la había depredado y malgastado lo suficiente como para que haya perdido las condiciones de su fertilidad inmanente. La tierra, no el hombre.

Lo vi eludiendo los reclamos increpantes, refugiándose en la usina de su propia primavera tardía, sin caución de resguardo, apurando los tramos que rezagó en proclama de la inercia, ausentándose del pánico y la angustia, regando hojas y manos con lágrimas que manaban de la sonrisa inexplicable y de la tristeza harta de explicaciones.
Resbalaban esas lágrimas guiadas por sus arrugas. Ojalá hubieran sido sólo patas de gallo, a esta hora andaría pisando gallinas.
Eran surcos de la piel de un hombre que ha reído y llorado. Y se ha enojado más de lo recomendable. Eran los caminos ensayados y repetidos tantas veces y tantas más hasta hacer huella.

Lo vi explorar la tierra como si la mirara por primera vez, yendo y viniendo de la mezcla de arena, cal y pedregullo, erigiendo un palacio en la miseria de la vida efímera. Lleno de orgullo de estar despierto y no muerto, pero implorando alguna cábala o un rezo que acelerase el resultado y la consecuencia de este esfuerzo nuevo, en repudio del tiempo disipado.
Como despojado de la memoria ancestral o descubriendo un atavismo en ciernes que había silenciado indiferente.
Me pareció escuchar de entre sus comisuras un chasquido de pena. Pero noté que la sonrisa volvía a dibujarse dejando escapar el aliento cálido que ofrecía a los brotes, penetrándolos.
Se sentó a mirar su obra sin sentirse mirado, mientras secaba con la manga arrugada de la camisa esa humedad que, no se dio cuenta, lo haría brotar a él también.
Me detuve en el brillo de las gotas y me vi en los destellos, hecha pedacitos en un calidoscopio de colores difusos. Sólo un espejo más?



*de Lucía Cinquepalmi luciaguionbajo@gmail.com
-Octubre de 2009






¿QUIÉN SEMBRÓ EN LA LUNA ESA HIERBA DE LUZ NEVADA?





APUNTES PARA UNA HISTORIA
DEL PELADO MIGUEZ*



Al Gallo Serafini
A Josecito Fantasía


La leyenda lo quiere rosarino, crack venido a vestir la roja casaca para mostrar sus grandes dotes futbolísticas y lo prefiere –para dar motivo a su permanencia en el pueblo- enamorado de Ubis, la hija de don Manolo González, asturiano antifranquista, gran tomador de vino tinto y contador fabulero de historias.
Lo mío es posterior. Cuando nací era vecino nuestro y ya tenía cuatros hijos varones –el quinto vendría pronto-. El penúltimo –El Toto- se me adelantó un mes, cosa que él siempre me recuerda, y de hecho fue mi más fiel compañero y amigo desde antes de la primaria, que compartimos, así como todos los juegos y travesuras, hasta la misma camiseta, o sea la del “Jazmín” o la de “Huracán” o de cualquier partido de potrero. De su extrema habilidad con la pelota di cuenta en otros textos, no abundaré entonces aquí.
Cada vez que voy por el pueblo, una mesa del bar del Club nos ve solos o con otros, frente a un par de largos vasos de vino oscuro. Charlamos con lentitud de las cosas de otro tiempo. Conversar con él lleva su tiempo, porque habla poco y pausado y es tímido, una timidez que no elude la fina ironía y muy de vez en cuando el sarcasmo.
Pero volviendo a su padre, El pelado, diré que el origen de ese apodo nunca me fue revelado. Cuando mi padre vivía conjeturó que había llegado con la cabeza rapada. Recién salido de la conscripción y de allí el mote. Nunca podré confirmarlo, ni con sus hijos. Ni siquiera queda el nombre del apodador espontáneo, que nunca falta en los pueblos.
Sus hijos –que no heredaron el apodo, como también sucede con frecuencia en los lugares chicos-, fueron –de mayor a menor- llamados: Tatito, Nenucho, Nino, Toto y Pili. Como sucede con los apodos, les borró el nombre a todos ellos, tanto que hay que averiguar cómo se llaman civilmente hablando. Tuvo otra capacidad sobresaliente además de la futbolística: era un orador. Yo lo vi en las asambleas obreras con su dedo admonitorio, su rostro encendido, su voz que se iba opacando hasta la afonía cuando la vehemencia del tema lo requería, siempre jugándose entero. Como era un gran lector –no se le caía un libro o un diario debajo del brazo-, sabía de leyes y decretos y aumentos y explotaciones diversas y atropellos, que siempre combatió. De esas piezas oratorias, que yo oía sin entender, me quedaban las palabras nuevas, desconocidas para mí, que rumiaba en mi cabeza hasta que iba al diccionario.
Tal vez fue, junto a Marcos Díaz y a Ramón Fernández, -otros grandes oradores obreros- quienes más hicieron por mi futuro oficio de poeta, siempre enamorado de las palabras.
El Pelado fue un caudillo obrero, fue también un gran peronista.
Pero hoy me conformo con su otra pasión: la futbolística, esa vocación íntima pero a la vez tan pública. Esa pasión que lo convirtió en un gran docente, como me dijo la última vez que vi a mi amigo Cabezón Albanessi y nos pusimos a recordarlo.
Este amigo –que jugaba para los “raneros” de Federación- me refiere esta anécdota que tiene que ver con El Pelado.
Miguel Ángel Albanessi, es decir “El Cabezón” como cariñosamente lo llamamos todos por obvias razones, debutaba ese día. Jugaba con el número dos en la espalda y era, por lo que recuerdo, muy bueno en el puesto. Le tocó, debutante, cuidar nada menos que al Pelado, quien ese día jugaba con la número 9 a la espalda. Se pasó todo el partido dándole instrucciones de maestro. Como doblaba en edad a todos –compañeros y adversarios- y además era respetado, todo el mundo lo escuchaba.
-El Pelado –me dice mi amigo con una sonrisa- era un docente auténtico.
Y así era, Pero tan respetuosamente se dirigía, con tanta humildad, que la hinchada le perdonaba todo y como mucho decía:
-¡Y bueno! ¡Son cosas del Pelado!.
A otro lo habrían colgado de los arcos, pero a él no. Nunca le vi festejar un gol propio, lo hacía como una parte más del juego, no de la competencia. Para él “todo era experiencia” para rescatar y enriquecerse. Todos los adversarios lo respetaban por esta actitud.
Ese día ganamos con un gol del Pelado. Se tiró gambeteando detrás del área, hacia la izquierda –manejaba muy bien ambas piernas- y pegó un zurdazo a media altura cuando vio un hueco. Mi amigo quiso ganarse el puesto y le puso el cuerpo a la pelota, que ésta le rozó el costado y entró en la red. Como las costillas le ardían un poco empezó a frotárselas, y al Pelado no le pasó desapercibido.
Se acercó entre solícito y culposo:
-Pibe, disculpame si te hice mal…
-No es nada maestro, debió contestar mi amigo.
Ni siquiera ese gol, que definía un clásico, mereció el grito del Pelado. Se fue cabizbajo con la pelota bajo uno de sus brazos hacia el cetro de la cancha. Nosotros estallamos en un grito unánime.
Le habrá parecido una impudicia gritar un gol, a él interesaba jugar, hacer un filigrana con la pelota en sus pies. Nada lo ponía tan mal como que se “rifara” la pelota por el aire o jugar con la cabeza gacha, o correr como un loco, sin mirar antes al compañero.
-¡No pibe, no, así no! -se quejaba.
Hasta cuando un adversario hacía una buena jugada lo felicitaba. Era todo un caballero.
Con los únicos que era implacable era con los que maltrataban la pelota, ya que él pegaba como un mago, acariciándola como a una mujer querida.
En esta época hubiera sido un excelente director técnico, pero sabemos que antiguamente estos hombres que querían dejar una enseñanza, estaban lamentablemente limitados. Solamente en los picados donde jugábamos los más chicos podría darse el gusto de profesor de sapiencia.
Pasaba con su bicicleta y cuando veía un grupo de chicos en un baldío, indefectiblemente paraba. Miraba unos minutos y se metía en el entrevero. Pedía la pelota y daba algunas instrucciones. Luego se iba satisfecho.
No vaya a ser cosa que uno se confundiera y la emprendiera a los zapatazos, como si la pelota fuera un bofe –o peor- un pedazo de trapo o una sandía.



*de Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar






El heredero*



Vivía en un caserío a las afueras de Satrustegui y era conocido en todo el pueblo tanto por las piedras que levantaba como por aquella boina inmensa que se calaba. Todo el mundo le llamaban Pachi. Sus amigos, su novia, en el trabajo, en todas partes.

Pachi siempre fue Pachi, hasta que uno de los emigrantes a Cuba, algún antepasado muy lejano al que nadie conoció, hizo fortuna al otro lado del Atlántico y al morir sin descendencia, le legó toda su fortuna.

Desde que recibió la herencia dejó de ser Pachi y ahora es Don Francisco Iturriberrigota Goicoerrota Tochea Turrestarazu Durtubia y ya no levanta piedras, pero la boina sigue con él.


*de Joan Mateu. joan@cimat.es






Mirada*


Mire al espejo…

y comprendí mi vida

levanté al sol de su letargo

ordené color para mis ojos…


de su indolente silencio

fueron sueltas las palabras

cargadas de utopías

de secretos entredientes…

hasta el templo de la garganta


¿quien arrancó el sombrero
si el cuerpo no fue inventado?

¿Quién sembró en la luna
esa hierba de luz nevada?


El espejo me devolvió

el rompecabezas
desarmado


*De María Dolores Foschiatti marucaf@hotmail.com







ARRAIGO*


De qué sirve mi verde, si el abrazo no es fronda.
De qué sirven mis cenizas de amor
El sol, armado con lanzas de fuego,
Verdugo implacable del bosque profundo,
Despuebla
Mi pajonal de verde.
Arde rojo de sangre y ceniza.
La luna, piadosa, le acerca
La humedad plateada del amor.
De qué sirve la luna, en cenizas de ausencia
Si al irte te has llevado mi esplendor hecho verde.
¡Oh, dioses del averno, acallad mi boca!
¡Oh, sol! ¡Oh, pajonal!
¡Despobladme de verde las manos!
¡Lo merezco!
¡Cambiad mi sangre por arena!
Olvidé:
El verde deslizante de la lagartija entre las piedras.
El arco iris sonoro de los loros.
El verde denunciante de los árboles quietos.
Olvidé el picaflor, la ortiga, el cactus.
De qué sirve el solsticio que se anuncia
Si mi corazón no es una yema verde, verde espera
El sol
Desarmado, sin lanzas, ni fuego.
Compañero ardiente del bosque profundo,
Puebla
Mi pajonal de verde.
La ceniza se va y la sangre queda.
La luna, más luna que nunca,
Le acerca
La humedad plateada del arraigo.



*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar







Nuestro último café*


*Por Eduardo Pérsico. epersic@ciudad.com.ar



Hay bares tan opacos que ni siquiera muestran,
el brillo de unos ojos al decir sin reflejos
‘dejamos de querernos, los dos bien lo sabemos’.


En la misma mirada juntamos las palabras,
las tardes en el cuarto, los ardientes desnudos,
y sin la menor huella de la emoción que fuimos,
dejamos al costado los ‘te quiero’, del lado del silencio.


Sin ecos ni rencor, simplemente pasado,
salimos a la calle.
Y apenas nos dejamos una misma sonrisa,
cada cual por su lado.


Cuando llega el adiós por esas cosas,
no es bueno esperarlo en Buenos Aires.
Que en otoño y te extraño,
tiene este modo tan cruel con el olvido.


*Eduardo Pérsico, escritor, nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.
(octubre 2009).







LA SABIDURIA DE FRANCO BASAGLIA

“El manicomio liberado”*


Fundador de la desmanicomialización en Italia y en el mundo, pronunció en 1979 en San Pablo, Brasil, una serie de conferencias –hoy recogidas en libro– en las que reflexiona sobre la locura, la sociedad y la emancipación.



Por Franco Basaglia *



Es difícil decir si la psiquiatría es por sí misma instrumento de liberación o de opresión. Tendencialmente la psiquiatría es siempre opresiva, es una manera de manifestarse el control social. Si partimos del origen de la psiquiatría, debemos recordar a Philippe Pinel, que a fines del siglo XVIII liberó a los locos de las prisiones; pero desgraciadamente, luego de haberlos liberado, los encerró en otra prisión que se llama manicomio. Empieza así el calvario del loco y el gran destino del psiquiatra. Luego de Pinel, en la historia de la psiquiatría aparecen nombres de grandes psiquiatras; pero del enfermo mental sólo existen denominaciones, etiquetas: histeria, esquizofrenia, manía, astenia. La historia de la psiquiatría es la historia de los psiquiatras y no la historia de los enfermos.
Desde el siglo XVIII, este tipo de relación ligó indisolublemente al enfermo con su médico, creando una condición de dependencia de la cual el enfermo no ha logrado liberarse. Diría que la psiquiatría nunca fue otra cosa que una mala copia de la medicina, una copia en la cual el enfermo aparece siempre totalmente dependiente del médico que lo atiende: lo importante es que el enfermo no se coloque nunca en una posición crítica en relación con el médico.
Cuando el pueblo, en el siglo XIX, comenzó a rebelarse en contra de la autoridad del Estado, se advirtió que quería participar en la gestión del poder y, sobre todo, que el pueblo no era un animal que podía ser dominado fácilmente. Así se pudo distinguir la existencia de dos clases: la de los trabajadores, que no quiere más ser dominada y quiere participar del poder, y la clase dominante, que no quiere ceder espacios. Fueron más de cien años de luchas, de sangre, de guerras civiles: la clase trabajadora conquistó un espacio relevante en nuestros países. Pienso que es fundamental que los médicos y los psiquiatras sepan estas cosas.
El médico que presta asistencia en una comunidad debe saber que en ella están presentes por lo menos dos clases, una que quiere dominar y la otra que no quiere dejarse dominar. Cuando un psiquiatra entra en un manicomio encuentra una sociedad bien definida: por un lado, los “locos pobres” (el sistema de los manicomios públicos en los países industrializados nació para el tratamiento a cargo del Estado de los “locos pobres”; así lo decían las disposiciones legales) y, por otro lado, los ricos, la clase dominante, que dispone los medios para el tratamiento de los pobres locos. Desde esta perspectiva, ¿cómo podemos pensar que la psiquiatría pueda ser liberadora? El psiquiatra estará siempre en una situación de privilegio, de dominio con respecto al enfermo. Desde este punto de vista, la psiquiatría es, desde su nacimiento, una técnica altamente represiva, que el Estado siempre usó para oprimir a los enfermos pobres, es decir: la clase trabajadora que no produce.
Sin embargo, desde la segunda mitad del siglo XX sucedió algo nuevo, que puso al alcance de la psiquiatría instrumentos de liberación. Luego de la Segunda Guerra Mundial el pueblo y algunos técnicos comenzaron a poner en discusión las instituciones del Estado. En los años ’60 hemos visto rebelarse, como en una gran llamarada, a la juventud del mundo entero. En ese levantamiento, nosotros, los técnicos de la represión psiquiátrica, estábamos presentes; dimos nuestro apoyo a esa rebelión. Más tarde, mientras la revuelta de 1968 se perdía en varias direcciones y era reformulada en una suerte de nueva opresión y restauración, hubo una serie de situaciones que unieron las luchas en las instituciones con las luchas de los trabajadores. Hubo ilusiones, pero también certezas. Hemos visto que cuando el movimiento obrero toma en sus manos luchas reivindicativas, de liberación, antiinstitucionales, esta ilusión se vuelve realidad. En Italia, luego de 1968 hubo grandes huelgas en las que los obreros reivindicaron el derecho a la salud, es decir que llevaron su lucha al nivel de las instituciones públicas. Paralelamente algunos técnicos demostraron que el manicomio era un lugar de opresión y de dolor, no de cuidado. Finalmente, en aquellos años y en los siguientes, las mujeres demostraron que la opresión del hombre y de la familia trataba de impedirles tener una subjetividad propia.
Todos estos movimientos han puesto en evidencia la voluntad de afirmación, no sólo como objetividad, sino como subjetividad. Esta es la fase que estamos viviendo, y es un desafío a aquello que somos, a la relación entre nuestra vida privada y nuestra vida como hombres políticos.
Cuando el enfermo pide al médico explicaciones sobre su tratamiento y el médico no sabe o no quiere responder, o cuando el médico pretende que el enfermo se quede en la cama, es evidente el carácter opresivo de la medicina. Cuando el médico, en cambio, acepta el reclamo, entonces la medicina y la psiquiatría se transforman en instrumentos de liberación.
Es en esta cuestión que tenemos que elegir nuestro camino: si preferimos quedarnos en la oscuridad o queremos estar presentes en nuestro tiempo y cambiar, en la práctica, nuestra vida.
Desmanicomio
Después de la Segunda Guerra Mundial, Italia era todavía, en lo económico y cultural, un país campesino. En la década de 1950 comenzó un proceso de cambio determinado por el desarrollo de la sociedad industrial y, consecuentemente, de una clase obrera cada vez más fuerte. En aquellos años iniciamos el trabajo en Gorizia, una pequeña ciudad en la frontera con Yugoslavia. Allí había un hospital con 500 camas dirigido de manera totalmente tradicional; era usual la práctica del electroshock y el shock insulínico; antes que nada, era un hospital dominado por la miseria, la misma que encontramos en todos los manicomios. En cuanto entramos, dijimos: no. Un no a la psiquiatría, pero sobre todo un no a la miseria.
Vimos que, desde el momento en que dábamos respuesta a la pobreza del internado, su posición cambiaba totalmente: dejaba de ser un loco para transformarse en un hombre con el cual podíamos entrar en relación.
Habíamos comprendido que un individuo enfermo no sólo necesita la cura de la enfermedad: necesita una relación humana con quien lo atiende, necesita respuestas reales para su ser, necesita dinero, una familia; necesita todo aquello que también nosotros, los que lo atendemos, necesitamos. Este fue nuestro descubrimiento. El enfermo no es solamente un enfermo, sino un hombre con todas sus necesidades. Por ejemplo, yo recuerdo que después de que abrimos los pabellones en Gorizia, en 1963-1964, todos esperábamos ver cosas terribles. No sucedió nada. Vimos que las personas se comportaban correctamente, pedían cosas muy justas: querían comida mejor, posibilidad de relaciones hombre-mujer, tiempo libre, libertad para salir. Son cosas que un psiquiatra ni siquiera imagina que el enfermo pueda pedir. Sería como si, en una sociedad fundada sobre el puritanismo, una hija le pidiera al padre salir de noche. Eso sería terrible para el padre, ¿no iba a poder saber cuándo su hija volvería a casa? Ocurre lo mismo con el enfermo mental, porque el psiquiatra siempre confundió la internación del enfermo con la propia libertad. Cuando el enfermo está internado, el médico está en libertad; cuando el interno está en libertad, el internado es el médico.
Entonces, cuando empezamos a organizar algo tendencialmente igualitario, vimos, por ejemplo, que un hombre se encontraba con una mujer y no sucedía nada violento. Se enamoraban. Naturalmente, luego podían tener una relación sexual, como sucede en las mejores familias y ¿por qué no habría de suceder en el manicomio liberado? Empezamos a divulgar la experiencia para demostrar que era posible dirigir el manicomio de otra manera. Y todo esto nos llevó también a una reflexión política: los internados pertenecían a las clases oprimidas y el hospital era un medio de control social.
En Gorizia organizamos una comunidad con el objetivo de curar y de mostrar que era posible una vida distinta. Lo sorprendente fue que mucha gente que venía a vernos percibía que la vida dentro de la comunidad era mejor que la vida afuera. Era que dentro de esa comunidad, el egoísmo que domina nuestras vidas era afrontado de otra manera: mi sufrimiento era el sufrimiento del otro. Con este tipo de lógica empezamos.
Después, muchos de los que habían trabajado en Gorizia fueron a dirigir otras instituciones psiquiátricas y así se generaron cuatro, cinco, seis experiencias diferentes. De todos modos, nosotros sabíamos que el manicomio, aun el dirigido de modo alternativo, era siempre una forma de control social, porque la gestión no podía sino estar en manos del médico, y la mano del médico es la mano del poder. Entonces, cuando, en 1971, empezamos a trabajar en Trieste, continuamos la experiencia de Gorizia, pero con el proyecto de eliminar el manicomio y sustituirlo por una organización mucho más ágil, para poder afrontar la enfermedad allí donde tenía origen. Empezamos con un manicomio que tenía 1200 personas y hoy, luego de ocho años de trabajo, no quedó casi nadie en esa estructura. Esas personas procuraron reinsertarse socialmente, con nosotros, con la sociedad, con la comunidad.
Podríamos decir que somos personas que transforman en oro lo que tocan, aunque en realidad nuestro trabajo fue muy simple. Como ya dije, en Gorizia descubrimos que la clase trabajadora, en caso de enfermedad, era destinada al manicomio. Entonces, pensamos que esta clase debía tener responsabilidades y poder en la gestión del problema de la salud y que esto podría cambiar las cosas. Por ejemplo, la discusión sobre cuándo se podía dar de alta a un paciente no era sólo entre nosotros, los médicos, sino también con las personas del barrio donde el enfermo iba a ir a vivir. De esta forma, el vecino del barrio se daba cuenta de que las necesidades del paciente no eran distintas a las suyas. Ante el problema de dar de alta a una persona pobre, que no tenía dinero ni casa, ni familia, muchos percibían que estaban o que podían llegar a estar en las mismas condiciones. Comenzaba así la identificación entre el sano y el enfermo, y el inicio de la integración del enfermo.
Entonces, día a día, año a año, paso a paso, desesperadamente, encontrábamos la manera de llevar al que estaba adentro, afuera, y al que estaba afuera, adentro. En la medida en que el número de los internados disminuía, íbamos creando en la ciudad los centros de salud mental. Teníamos una estructura externa muy ágil, en la cual la enfermedad se enfrentaba fuera del manicomio. Y veíamos que los problemas referidos a la peligrosidad de los enfermos comenzaba a disminuir: empezábamos a afrontar, no ya una “enfermedad”, sino una “crisis”.
Hoy nos es evidente que cada situación que nos llega es una crisis vital y no “una esquizofrenia”. En aquel momento, ya veíamos que aquella “esquizofrenia” era la expresión de una crisis, existencial, social, familiar, no importa cuál. Una cosa es considerar el problema como una crisis y otra cosa es considerarlo como un diagnóstico: el diagnóstico apunta a un objeto, y la crisis a una subjetividad; subjetividad que a su vez pone en crisis al médico.
He hablado de manera muy general del camino que hicimos para tratar de eliminar el hospital psiquiátrico y crear una situación tendencialmente terapéutica. No puedo decir más que “tendencialmente”, porque no puede ser plenamente terapéutica: yo trato de curar a una persona, pero no puedo tener la certeza de si la curo o no. Es lo mismo que cuando digo que amo a una mujer: es muy fácil decir esto, pero en algún sentido es falso, porque el hombre tiende a un tipo de relación y la mujer a otro; la relación que se crea entre los dos no es más que una crisis, es una crisis en la que hay vida, siempre que no haya dominación del hombre sobre la mujer o de la mujer sobre el hombre. En una situación que es tendencialmente de amor, se puede crear una relación muy libre.



* Extractado de La condena de ser loco y pobre. Alternativas al manicomio, de reciente aparición, que reúne conferencias pronunciadas en San Pablo, Brasil, en 1979.

-Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-133467-2009-10-15.html








Soñar no cuesta nada*



Soñé que me llevaban haciendo turismo a un castillo en Italia.
Desde lo alto se veía el mar azul.
Había algunos hombres y algunos invitados, entre otros mi padre.
Mi preocupación en el sueño era como iba a pagar eso, la magnífica belleza del lugar. También tenía cierta inquietud porque varios hombres me pretendían al mismo tiempo y temía a los problemas, peleas, disgustos que esa situación podría traer aparejado.

La preocupación económica era bastante obsesiva y opacaba el disfrute. Tanto así que cuando me desperté, quedé con el alivio de perder el mar azul y la deuda.


Moraleja
Si tienes un sueño tan vivo. Si adentro tuyo está ese paisaje simplemente hay que nadar en el placer, disfrutarlo, vos lo creaste.


*

Como el muro que cayó una vez, quizás caiga con este terremoto financiero en el bolsillo del Imperio (iba a decir corazón pero no tiene) esa idea de que todo se compra, se vende, se paga, ese dios del dinero.

Aprendí soñando que lo más bello no tiene precio. Todavía no hay en los mercados rodajas de crepúsculos, grandes ofertas en amaneceres.

Le di la razón a Epicuro en su creencia en la bondad de los placeres. Era una filosofía que destacaba la amistad, por lo tanto desechaba los placeres que podían hacer posible mal a uno mismo o a los otros.

Lo más que se pueda de placer sin daño.
Linda consigna para una pancarta.
Basta de silicios o coronas de espinas o cruces, otra vida es posible

Los sueños crean realidad o permiten soportarla.

Si varios hombres se pelean por vos debe ser un sueño.

Si es de verdad sos una artista.

El arte y los sueños se funden



*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar








La carrera*




*Por Adrián Abonizio. abonizio@hotmail.com


9.12 miré el reloj que me hablaba desde la pared de la cocina. Estará retrasado para la Carrera. La escarcha fuera había dejado babas de barba blanca en los marcos de la casilla; el gato ni se movía de al lado del horno abierto y encendido que dejaba mi madre por la noche, y en el almanaque repasé la figura del invierno en un señor arropado y gigante soplando hojas de hielo sobre el mundo esférico y azul. Me deslicé por el pasillo hacia el baño con sigilo de ladrón; sólo mi padre advertido y enseñorado desde la
escalera interior y mateando me silbó e hizo un gesto señalando la cocina.
¿A donde vas tan temprano siendo domingo? Murmuré algo de un partido importante. Y no llevás botines. Me señaló al verme desarmado de los aparejos de guerra. Me los llevan. Voy a pescar también, musité. Vas a pescar a dos boludos muertos, ¿sabés?. Vos vas a la Carrera. Y era verdad.
Era el día. Se habían citado en el puente Avellaneda el Kerosenero con su Rumy y Caballo Loco con su Pumita. Era el desafío para cruzar Rondeau con semáforo a suerte o verdad partiendo desde donde nacía el puente recién construido. ¿Eh? Inquirió. ¿Tengo o no tengo razón?. No voy a avisar a nadie, además me tengo que ir pero no quiero a la noche tener que ir a ningún velorio: si me entero que se hace vas a ir al tuyo. Huy que miedo, lo desafié. Ya había aprendido a burlarme con la soltura del que se sabe que jamás ligará cachetetazo alguno. Me miró con pena, sobrándome. En mi tiempo había cosas así, los muchachos nos probábamos a ver quien era el mejor o el más fuerte, pero a las piñas. No a la muerte. Ahora andá y ya sabés: lo que tenés ahorrado en el chanchito te voy a obligar a gastarlo en flores. Di un salto y salí huyendo, avergonzado, agrandado, convulsionado. Mi papá entendía los juegos de guerra, mi papá no los admitía pero entendía que la sangre llama a la sangre. Como se había enterado ni cavilé: él se enteraba de todo. Decía tener poderes de leer mi mente o escucharme hablar en sueños.
No lo sé. Subí a la bici el asiento helado se me incrustó entre las pelotas y los muslos como una herida , guantes de frisa, diario al pecho, campera de cuero guerrera y silbando hacia el campeonato de los finaditos. Iba a ver morir quizás. Iba a ser el primero en llorar o juntar los restos de los
adversarios. Iba a ser mi debut en la Muerte Grande, como le llamaban a esos desafíos de los mayores, pibes de quince que dirimían su coraje, alguna chinita compartida u ofensa, allí en el puente, moto contra moto y cruzar con rojo demostrando el valor. En el comienzo del puente ya había cinco o seis pibes. Estaba el Alto, un energúmeno hijo de peluqueros, fanático de la lucha y cazador de perros a gomerazos. Luego Cardetti, otro pequeño asesino que envenenaba ratones y los conservaba en formol para luego ponerlo en algunos sitios incomprensibles como el altar consagrado, por ejemplo. Estaba Luigitengo, con su jopito de cantor y su navajota nerviosa que no impidió esa marca en el cuello producto de una pelea contra tres y él desarmado.
Acusaba un niño tuerto y pajaritos muertos a manos de su rifle Maheli aire comprimido cinco y medio. Y Fino o Pinocho, hijo dilecto de las comisarías. Su papá era suboficial una vez nos llevó al baldío de Don Tomás y ajustició un gato barcino que tenía atado con un alambre para que viéramos la puntería. Y el Gordi, un aprendiz de secretario de valientes que quería lo integraran pero sus manos estaban vírgenes de sangre alguna. Yo era casi un desconocido pero me habían visto cascoteando vidrios de la escuela y eso me daba chapa de corsario. Uno tenía reloj, el que fumaba. Che, son las diez y media y estos que no vienen. De pronto, como salidos de un hoyo ruidoso aparecieron ambos por Avellaneda, juntos, sin separarse, cabeza a cabeza a dos por hora. Estaban serios. Llegaron hacia donde estábamos y fue Caballo Loco el que habló. El Kerosenero asentía. Lo pensamos bien y decidimos amigarnos. No vale la pena matarse por una mujer -recitó como en un tango y yo ya veía en él a la sombra de un adulto reculando, justificando su paso atrás y el de su compañero. No obstante me sonó sincero. Somos unos boludos si nos hacemos matar por ella, justificó. El grupo hizo crecer un murmullo de decepción. Eran las once: en el campanario el disco viejo se repetía en el badajo llamando a los fieles a misa. El Kerosenero estaba con el mentón bajo como avergonzado. Caballo Loco soportaba el traspié de una tormenta difusa, cierto halo de indignidad con su ancho pecho de tanque, dispuesto a dar pelea si alguno los cuestionaba. Por algo era el mayor, el más grande y peligroso. Demasiado que le avisamos, explicó el Kerosenero. Entonces, bajado de su chata gris, en mangas de camisa y pitillo en los labios, silbando de costado, lo vi aparecer a mi viejo, saludando como quien entra a un cumpleaños. Aquello era un velorio. ¿Ya está? ¿Ya corrieron? ¿Quien ganó, che? Me miró a mi. Este pendejo ni me dijo nada pero me enteré en el club y
vinimos con los muchachos a verlos, ahí llegan. Venían si, cuatro más del club en motos verdaderas, hombres poderosos que iban a jugar su partido en la cancha de Carrasco y alertados por mi viejo se habían llegado hacia allá.
La escena era estúpida y cortante. Che ¿y no se mataron?, continuó mi viejo que ya me empezaba a cansar. Yo sangre no veo, agregó otro. Hasta que finalmente, un flaco alto pero panzón a quien lo apodaban Limzul por que no se bañaba nunca vino hasta ambos y juntándolos habló: Son unos seres
erróneos, no hay nada que probar. A la vida se la prueba con la vida misma.
Sus compañeros, incluso mi padre lo miraron: esas frases estaban magnificadas en el domingo gris. Yo no tengo hijos, la vida me los quitó, pero si quieren hacerse hombres larguen eso. Señaló las motos. Y las navajas que tienen escondidas. Para ser hombre primero hay que hacerse respetar pero no ante ustedes. Ante el patrón. Ese es al que hay que darle. El tienen la culpa de todo, ¿comprenden? Hubo un silencio. El libreto era improvisado y sorprendió a todos. Vamos, muchachos, dijo al resto y nos dejó a todos
silenciosos, sin entender del todo su bronca y pensando que todo lo ignoraba sobre las pruebas de sangre para demostrar que uno era un hombre.
A la noche, cuando mi papá se sentó a comer me comentó por debajo para que no oyera nadie El Limzul es un anarquista. Ah, dije yo que no sabía lo que era pero me hice el que sí. Pero decile que llegó tarde. Y me serví, que yo recuerde, el inaugural vaso de vino con soda de mi existir.



*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-20631-2009-10-14.html





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Inventiva Social no puede asegurar la originalidad ni autoria de obras recibidas.

Respuesta a preguntas frecuentes

Que es Inventiva Social ?
Una publicación virtual editada con cooperación de escritores y lectores.

Cuales son sus contenidos ?
Inventiva Social relaciona en ediciones cotidianas contenidos literarios y noticias que se publican en los medios de comunicación.

Cuales son los ejes de la propuesta?
Proponer el intercambio sensible desde la literatura.
Sostener la difusión de ideas para pensar sin manipulación.

Es gratuito publicar ?
En inventiva social no se cobra ni se paga por escribir. La publicación de cada escrito es un intercambio de libertades entre el escritor y el editor, cada escritor envia los trabajos que desea compartir sin limitaciones de estilo ni formato.

Cómo se sostiene la actividad de Inventiva Social ?
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