jueves, mayo 12, 2011

EDICIÓN MAYO 2011.


*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu



*


¿Cómo se vuelve adonde no se estuvo ?


Por un círculo virtuoso
o una espiral o un cielito
Por ojos que inventan transitoriedades
o la piel de bilingues hermosuras.

En síntesis
no hay forma posible de regreso.




*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar







Ritual Para Mantenerte Cerca*


Para Mariel Sofía Maldonado Bonilla.
Para T y para V.
---


Les das tu pan,
Tu maíz,
Y ellos hacen que llueva.


El agua cae morena
En cristales brillantes:
Resplandor moreno
De piel de agua.


Les das tu pan,
Tu maíz,
Y ellos hacen que llueva.


Nace el pan del suelo,
Las cañas,
Y hasta el azúcar empaquetada.


De ellos tan sólo han quedado sus ojos.
No digo que haya quedado la cara,
Ni las manos,
Tan sólo los ojos
Y lo verde que hay en ellos.


Las hojas de ladrillo caen por el viento
Trayendo el sueño
Que abre huecos en la capa de ozono.


Les das tu pan,
Tu maíz,
Y ellos hacen que llueva.


De ellos
Quedaron los días,
Y las noches,
Y las pulsaciones de estrellas lejanas.


Queremos Paz,
Y si el libre comercio no nos la brinda,
Habremos de crearla con nuestras propias manos.


Les das tu pan,
Tu maíz,
Y ellos hacen que llueva.


De ellos tan sólo han quedado sus ríos,
Con sus corazones
Bombeando toda el agua
Que cabe en sus venas.


Hemos peleado como personas,
Y a veces lo hemos hecho como gigantes
Para poder vivir siendo libres.


A ellos les das el pan,
El maíz,
Y así haces que llueva.


Les das el pan
Y el maíz,
Para que sean bienvenidas
Las lluvias que mojan nuestros anhelos.


Les das el pan
Y el maíz,
Y el conjuro se torna en canto:


Ella es la luz que moja la tierra.
La tierra sonriente la mira,
La bebe,
La guarda,
La cuida...


*De hugo ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com







CUANDO LAS LILAS VUELVAN*



Si las lilas regresan.
Diles que no la he olvidado.
Como no olvido su brevedad de pájaro
El secreto del rezo.
Y sus manos, incendiando pañuelos.

Su vuelo de hembra a caballo del fuego.


Dile que el perfume de los cirios
es alimento de mi sangre y de mis huesos
Dile también que cuando resbalaba
era para caer en el pozo profundo de su mirada clara
Y en la falda de su falda
hasta el miedo era leve.


Dile, que a su sombra aprendí
que las espigas no solo se mecen con el viento
sino también con el aliento de la rosa.


Cuando las lilas vuelvan, diles
que ya he partido, pero la antorcha aún yace encendida,
que su llama jamás fue traicionada ni extinguida.

Cuando las lilas vuelvan, diles
que no la he olvidado.


*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar





EN CAMINO*


Cada huella sabe a distancia,
deja su marca testimonio
impregnada de rocío.
Es secuencia de momentos
inscriptos en calendarios,
con sabores indecisos
de imágenes en espejos.
Nos miramos, no nos vemos,
partimos cada minuto
hasta traspasar el tiempo.



*De Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar





*

En el día de la Madre Tierra, un viejo poema dedicado a ella.



Dos sanguinarias guerras hay en marcha.
La más antigua enfrenta
al hombre contra el hombre
...desde el alba difusa de los tiempos.

Pero hay otro combate más terrible,
más irreal, más lento, más certero:
Es la lucha irracional del hombre
contra la tierra que le dio la savia
para formar ciudades hasta el cielo.

Yo vengo a hablar por boca del herido,
del que sufre el horror, del mutilado,
de la mujer que espera, del soldado,
del suelo amenazado de exterminio.

Yo invoco la pasión y las palabras
para hablar de los golpes recibidos,
para nombrar los nombres olvidados.

Quiero ser del caballo la herradura,
del águila las garras carniceras.
Quiero tener los hilos de la araña
y el salto repentino del animal salvaje
y la tenacidad inamovible
de la pequeña hormiga.

Quiero tener la fuerza del torrente
y la elevada altura de los riscos
y el poder permanente de la lluvia.

Quiero tener las olas oceánicas,
la furia del volcán y la lava candente.


Quiero estar en la sangre de los pobres,
en la resina espesa de los pinos
y en la herida mortal del combatiente.


Quiero ser trigo, tigre, peregrino
en sendas donde no haya bombardeos;
ser eucalipto, menta, ardilla, grajo,
luciérnaga fugaz, caballo, avena,
hoja perenne, oliva, jornalero,
aroma, niña, tallo, crisantemo,
amapola radiante, gorrioncito,
y nunca, nunca, nunca
ennegrecido cráter.





*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
https://www.facebook.com/Sergio.Borao.Llop






Estación Hortensia*


“Hermoso día para pasear”, piensa, mientras el sol les arde sobre la piel, gradual pero implacable, en esta calurosa mañana de enero. Su hermosa y vivaz hijita de casi tres años lo toma de la mano y no deja de relatarle lo que ve, excitada y con ojos asombrados.
-¡Papi, unos pajaritos! ¡Uuuuuhhh! -, y agrega con decisión: –Yo voy a volar como los pajaritos.
-¿Y si en lugar de volar por el aire, volamos en un tren? -, propone él, midiendo la distancia que les resta: detrás de la arboleda de araucarias se encuentra la estación.
-¡Un tren, sí! Me encanta viajar en tren-, y se cuelga de su brazo, apurando la marcha.
Una suave brisa mitiga el progresivo calor de la mañana. Mire donde mire, estallan los colores bajo el poderoso sol del verano. Y al acercarse a los límites de la estación, contempla casi como al descuido, a un costado del camino de grava, un enorme macizo de hortensias que lo proyecta abruptamente hacia el pasado…
…¿Cuánto tiempo hace que no piensa en aquellas hortensias del jardín de su casa, en Mar del Plata? En aquel sendero de ladrillos húmedos que llevaban hasta el quincho, donde chirriaban las brasas de la parrilla, su padre acomodaba el fuego, y el asado con los chorizos se iba cocinando lento y parejo debajo de un cartón extendido. En la sombra mohosa de aquel pino centenario, cuya frescura regaba hacia las tres casas vecinas. En las ligustrinas que se desbordaban, aferradas con firmeza al alambre tejido. En la ropa limpia que su abuela había colgado de la soga que cruzaba el parque. En las rejas nuevas que su padre había hecho instalar pocos años antes, a raíz de los robos cometidos en el barrio, incluso en aquel mismo jardín, del que unos malditos rateros se habían llevado durante la noche un secarropas, algunas herramientas, varias reposeras plásticas, y la mesa de tablones de madera que conservaban desde hacía décadas.
¿Cuánto tiempo…? Los recuerdos le resultan extraños, como si perteneciesen a otra vida, o quizás a otra persona. ¿Acaso fuera así? ¿Cuántas cosas le han ocurrido durante aquellos años, desde la última vez que pisara aquel entrañable parque cubierto de hortensias? ¿Cuántas vivencias, compartidas o en soledad? Aunque a él le costara recordar momentos de soledad; siempre había preferido evocar momentos compartidos con sus afectos, tener más presente una risa que un silencio. Recuerdos de sus tres hermanos menores, recorriendo las parquizadas cuadras del Barrio Constitución hasta la playa, mientras cargan con el mate, a veces la sombrilla, y comentan películas vistas, o libros e historietas leídos. De su abuela, quien hoy ya no está, preparando las mismas tortas fritas con grasa vacuna que solían amasar y cocinar a la par en aquel campo de Entre Ríos, escuchándola decir que “al menos, con eso los chicos tenían un alimento para la tarde”. De su padre, acompañándolo a hacer compras a bordo de una vetusta camioneta Datsun, que continúa funcionando de manera inexplicable, escuchándole narrar las mismas anécdotas de siempre, referidas a su pasado familiar o laboral –vinculado de por vida con el ferrocarril-, ayudándolo a terminar las frases y recibiendo como habitual corolario la pregunta: “¿Cómo: ya te lo conté?”.
“¿Dónde se ha ido todo eso?”, se pregunta, hipnotizado por las frondosas hortensias, oyendo muy a lo lejos el incesante parloteo de su hijita, aferrada de su mano mientras ingresan a la estación, recorren el pasillo de la boletería cerrada, se acercan al andén. “¿En qué me convertí?”
Imágenes sin conexión aparente se le presentan delante de sus ojos; escenas editadas de diferentes películas conforman en un caos particular su propia película, la de su vida, tan errática y variada como la de cualquiera, con una enorme cantidad de detalles que la terminan haciendo única. Recuerdos de sus afectos primarios, claro está, pero también de sus amigos, sus ex parejas, sus compañeros y compañeras de trabajo… Todos aquellos que alguna vez, en determinado momento, han sido significativos en su vida y le han dejado una marca, que por pequeña que sea, hace una enorme diferencia: la de que hoy, él sea de esta manera y no de otra…
-Ahí viene el tren -, se escucha decir, al arrodillarse junto a su hijita y señalar con el brazo extendido hacia el horizonte, donde la inconfundible silueta del frente de una locomotora diesel se recorta contra la profundidad de la vía, haciendo sonar su estridente silbato en la distancia.
El se ha convertido en esto: hoy es padre de familia. Además de ser amigo inclaudicable de sus amigos, de atesorar el cariño hacia sus hermanos -aunque se vean poco, y dos de ellos también hayan sido padres-, de agradecerle a sus padres todo lo que han hecho por él –con sus aciertos y sus errores-, de ejercer con su título profesional y poder vivir de eso –algo que hasta hace unos años no le parecía muy tangible-, además de todo eso tiene una familia que adora, una hija que lo enternece como nadie pero que también lo saca de quicio, una mujer a la que considera un par y en quien confía plenamente.
El, de alguna forma, ha dejado de ser hijo y se ha convertido en hombre. Y la evocación de las hortensias se lo recuerda de manera inexorable.
-Vamos a volar…¡en tren! -, grita ella, agitando los brazos, dando emocionados saltitos a su lado.
-Si, hijita -, murmura él, mirando hacia el futuro. –Vamos a volar…




*De ALDIMA. licaldima@yahoo.com.ar
Marzo de 2011





CONVERSACIÓN DE SOBREMESA*


No tuve el tiempo necesario
para explicarle a mis padres y a mi hermana
aquello de W.C.W de que los hombres
todos los días mueren miserablemente
por no tener aquello que tienen los poemas


Cómo decir próstata y primavera
decir accidente cerebro vascular y lontananza
cómo decir sobredosis y la noche con su ostentación


Apenas puedo encender el hornillo
que se muere en el patio
doblar una hoja de papel
y ponerla a navegar
subir y bajar cuatro pisos con las bolsas del mercado


No tuve tiempo en mesas como éstas
coronadas con vegetales
y un café como un salmo


Muchas deudas de reconciliación
con el joyero que nos vendió un falso escudo patrio
la mujer de la panadería
con los doctores de la ley y el orden


Oh el tiempo.



*De REYNALDO GARCÍA BLANCO. centrosoler@cultstgo.cult.cu
SANTIAGO DE CUBA/CUBA





SUMERGIRSE*


pasamos por muchas vi­das y por muchas muertes, saliendo de un punto que nadie sabe y dirigiéndonos a otro que tampoco cono­cemos
Brida. Paulo Coelho




Terminó de ajustarse el traje de submarinismo, comprobó que todo estuviera en orden y saltó por la borda del botecillo.

Pronto encontró lo que buscaba: Una caverna secreta, cálida, oscura, profunda, pequeña e ignorada por los de arriba, forrada de plantas que semejaban terciopelo… La primera vez que la vio, había evocado el útero materno.

Creemos haber borrado todo recuerdo de nuestra existencia prenatal, el instante de nuestra llegada a la vida, y hasta las experiencias anteriores, pero ciertas colisiones con la casualidad aparente nos demuestran que guardamos una recordación anterior a la que de modo consciente atesoramos.

Sabía que iba volver, solo había esperado el instante ideal. Se introdujo en ella lentamente, acomodando el cuerpo a la matriz. El bote ya estaría vagando a la deriva. Los sedantes comenzaban a hacer efecto, sería un tránsito tan dulce y apacible como había imaginado. Le habían anunciado que le quedaba poco tiempo de vida y pensó que, como último regalo, podía elegir el momento y el lugar para partir. Fue después de eso que comenzó a probar con el submarinismo y descubrió la oquedad en aquel rincón poco frecuentado de la costa.

Aunque lo rodeaba la negrura, fue un placer cerrar lentamente los ojos. Se sumergió en un profundo sueño del cual no sabía cuándo, bajo qué nombre, época o investidura, iba a despertar. Comprendió, como pocos tienen la oportunidad de comprender, que pasamos la vida esperando este momento, hacia el cual todos nuestros pasos convergen.



*De Marié Rojas.
La Habana. Cuba.





CARTA A ERIKA*



Para Tatiana


Seguramente te sorprenderá tener noticias mías después de tantos años de silencio. Imagino que algunos de ustedes se habrán extrañado por mi ausencia y posiblemente hayan tratado de averiguar mi paradero, pero no deje a nadie información sobre mi destino ni los motivos de mi partida.
Ahora, después de tanto tiempo, siento la necesidad de develarte esa antigua incógnita (si es que la tuviste) sobre el porqué de mi desaparición de Rosario; el instituto, la ciudad, la pensión y la radio donde trabajaba.
Tomé la decisión de irme con la misma lucidez con que hoy te escribo y no me arrepiento de aquel momento en que la razón me mostró la única puerta que podía librarme de la depresión y la locura: alejarme cuanto antes de allí.
Sé que ustedes pensaban que las cosas me iban muy bien y realmente era así en el campo profesional. Antes de terminar el primer año de estudio ya tenía trabajo y el futuro se me mostraba sólido y exitoso. Pero eso, querida amiga, era sólo una parte de mi vida. Era la cara iluminada por el brillo del éxito; la que todos podían ver. La otra permanecía en sombras y sólo yo la conocía.
Como bien lo sabés, yo vivía en una pequeña pieza de una pensión en el centro de la ciudad. Era una casa antigua, de las tantas que han quedado en los barrios que circundaban la plaza principal. Se accedía a ella subiendo una larga escalera, que desembocaba en un hall que debe haber sido lujoso alguna vez. De allí se desprendían numerosas habitaciones, a las que se habían agregado cuatro más en la terraza, construidas años después gracias a la demanda de alojamiento para estudiantes, En total eran catorce piezas y dentro de cada una se alojaban entre tres y cuatro chicas. La única individual era la mía debido a su reducido tamaño, ya que sólo entraba en ella una cama, una mesita y el ropero, Yo prefería esa estrechez a tener que compartir mis pertenencias y mi intimidad con alguien desconocido.
Mi habitación estaba en la terraza y frente a ella había otra donde dormían cuatro estudiantes. Una de ellas era una jujeña llamada Paula, con la cual llegamos a construir una profunda amistad. Las dos nos quedábamos solas el fin de semana. Ella porque estaba demasiado lejos para volver a su casa y yo porque prefería no volver. Así, todas las noches nos encontrábamos al regresar a la pensión y compartíamos los sucesos del día. Si hacía calor sacábamos las sillas de su cuarto afuera y nos poníamos a charlas, mientras mirábamos las estrellas.´
Paula me contaba historias de su pueblo, en Jujuy. Relatos que parecían increíbles pero eran ciertos. Disputas entre vecinos, amores no correspondidos, antiguas supersticiones. Describía los lugares y las personas de tal manera que yo podía imaginarlos como si los hubiese conocido realmente.
Me veía caminando sobre suelos ásperos, arenosos, bajo un sol implacable, escuchando el grito de algún pájaro errante o un animal huidizo. Algún día, decía Paula, te voy a llevar a mi pueblo. Yo nunca había salido de la provincia y esos lugares, tan distintos a los que conocía, me parecían maravillosos.
Cuando nos cansábamos de charlas nos asomábamos por la terraza que daba a los patios de otras pensiones. La nuestra era la que estaba arriba de todas pero había varias a las que accedíamos por esa vista, cada una con tantas habitaciones como la nuestra. Cuando estaba caluroso los pensionistas abrían las viejas puertas dobles con vidrio y podíamos ver quiénes vivían dentro de cada pieza. En algunas había familias enteras lo que en ese momento me parecía increíble. Pero la pobreza de los provincianos que venían a buscar trabajo a la gran ciudad convertía a las pensiones en nuevos conventillos. Pagaban por un cuarto y vivían adentro a veces hasta ocho personas, Los sábados a la noche, en especias, eran más grises y solitarios que nunca. Veíamos a toda la familia sentada en una cama mirando televisión, los que tenían la fortuna de tener un aparato propio.
En nuestra pensión la única que tenía un televisor era la encargada y a veces nos invitaba a ver un programa especial pero Paula y yo nos negábamos con educación porque generalmente lo que a ella le parecía fantástico a nosotras no. Preferíamos charlar o contemplar la vida de los pensionistas vecinos a través de la terraza.
Nuestra preferida era una puerta que estaba en la planta baja. La mitad era de vidrio y no tenía cortinas. Se trataba de una cocina y a la noche, cando prendían la luz, podíamos claramente observar adentro todo lo que ocurría. La habitaban una mujer grande y su hijo, que llegaba muy tarde .Nos habíamos imaginado que era estudiante y hasta le inventamos nombres a ambos.
Cada noche veíamos con qué cariño lo recibía su madre y cómo, después de servirle la comida, se sentaba frente a él en la mesa y escuchaba lo que el muchacho le contaba. Podíamos ver el entusiasmo en la cara de él y la sonrisa en la de ella.
Paula decía que comían guiso todas las noches, pero a mi me parecía ver sopa; una humeante y deliciosa sopa de arroz como la que nos hacía mi mamá cuando éramos chicos. Hubiese dado cualquier cosa por tomarla en ese momento.
En silencio, acompañando nuestra soledad, las dos observábamos y envidiábamos el lugar del joven: alguien esperándonos en una tibia cocina, con un plato de comida preparado especialmente para nosotras y dispuesto a escuchar lo que nos había ocurrido durante el día.
Paula estudiaba en la Facultad de Ingeniería Química y para costearse la pensión y los estudios trabajaba en una de las numerosas fábricas de ropa clandestinas de la calle San Luis. Allí se desconocían todos los derechos del trabajador, inclusive llegaban a estar ocho horas de pie, lo que provocaba el desvanecimiento de algunas jovencitas. Pero no había empleos de tiempo corrido y las que estaban allí sabían que era el único medio para poder vivir decentemente. Mi amiga se sentía feliz por tener trabajo y opinaba que era algo transitorio.
Todas las noches, mientras tomábamos una taza de café con leche y galletitas, recordábamos sucesos de su pueblo y el mío y las oscuras paredes de la pensión parecían irse llenando de paisajes de colores, ocres y naranjas de la Puna y verdes brillantes de la llanura. Era como un fantástico carnavalito, que nos hacía olvidar el cansancio y la frialdad del pavimento.
Durante unos días nos desencontramos. Yo estaba dedicada de lleno al estudio y aspiraba a ganar un concurso para trabajar en un programa radial. Tenía que practicar muchos ejercicios de locución y procuraba hacerlos cuando nadie me veía o escuchaba, porque parecía desquiciada.
A fines de noviembre Paula golpeó el vidrio de mi puerta y pude ver su rostro radiante antes de abrirla Entró a los saltitos y me contó que tenía dos grandes noticias: su hermana menor terminaba 5º y se venía a Estudiar a Rosario, con ella. Paula ya había hablado con la encargada para que le reserven el primer lugar que quedara libre en su habitación. El segundo suceso era que estaba saliendo con un compañero de facultad y se sentía feliz.
Nos quedamos hasta muy tarde hablando y haciendo suposiciones. El cielo esa noche, desde la terraza, parecía más azul y profundo que nunca,
Gané el concurso y rendí bien los exámenes pero no me sentía muy dichosa. No había en mi horizonte ni una hermana ni una pareja y las veladas con mi amiga se espaciaron demasiado.
Una noche llegó la policía a la pensión. Todas fuimos a la escalera para ver qué pasaba. La encargada decía entre tartamudeos que no quería líos. Cuando me vio se quedó callada y el policía reparó en mi. Me dijo que Paula estaba en el hospital y nadie respondía por ella. Sin dudarlo subí al patrullero y fuimos a verla. Sentía el corazón oprimido, como aprisionado en el pecho.
Cuando llegamos, me conducieron hasta la Sala de Terapia y allí la vi. Su novio la había golpeado; primero la cara y después la cabeza contra la pared.
Tenía el rostro tan hinchado que sus grandes ojos marrones eran sólo dos líneas, hundidas entre moretones violetas. El pelo negro, mojado de sangre, se le había pegado a la cabeza y me costó reconocerla.
Al instante llegó el capataz del taller donde trabajaba. Paula no tenía familiares en la ciudad. Todos a miles de kilómetros. Sentí tanta desesperación que empecé a llorar. El policía se conmovió y me ofreció un café caliente, pero no podía tragar nada. Parecía que mi cuerpo eran sólo el corazón, que se me salía del pecho, y los ojos llenos de espanto y de lágrimas. Paula murió horas después de que la vi y su cuerpo quedó en la Morgue, a espera de algún pariente de Jujuy.
Los días se volvieron largos y calurosos. La terraza se llenó de grillos y catangas.
Una noche dejé abierta la puerta de mi pieza por el calor. No sé cuánto tiempo estuve dormida, pero me desperté sobresaltada. En el umbral de la habitación, acariciado por la cortina, se había parado un gato negro. Empecé a tener miedo, a escuchar pasos en la terraza.
Por otro lado, en la radio me afianzaba cada vez más y hasta me ofrecieron un espacio los fines de semana. Pero cuando llegaba a la pensión, el calor y la soledad se me hacían insoportables.
Un jueves, muy tarde, me asomé por el balcón que daba a las casas vecinas.
La luz de nuestra puerta preferida estaba prendida y pude ver, como antes, la cocina familiar. El muchacho no había llegado aún y la madre se había quedado dormida, la cabeza apoyada en los brazos cruzados sobre la mesa, cansada de esperar.
Esa noche tomé la decisión. No avisé a nadie. Alcé lo poco que tenía y me fui temprano, después de pagar lo que correspondía a la encargada. Partí en el primer colectivo que conseguí a Jujuy, a una ciudad desconocida. Con lo que había ganado en la radio sobreviví hasta conseguir empleo.
No tuve éxitos ni fama en estos 15 años. Trabajo en una escuela donde los chicos tienen la misma sonrisa que tenía mi amiga. Juré no volver a Rosario y no lo hice.
Lamento no haberles dicho nada pero en ese momento no tenía fuerzas ni ánimo para despedidas.
Ahora podrás contarle, al que le interese, lo que pasó. Sé que hubiese hecho una gran carrera, pero no soporté la tristeza. Todas las noches, en mi humilde casa, mi hija y yo tomamos una deliciosa sopa de arroz, en honor a Paula.
Ella me cuenta lo que hizo durante el día y yo le relato historias de una lejana ciudad.

Hasta siempre.

Lucía




*De CECILIA ZANELLI. ceciliaines_zanelli@yahoo.com.ar
– Santo Tomé (Santa Fe)






APUNTES DE HOY POR LA TARDE*



Esta tarde fue tan bella, tan de la estación intermedia, que es decir esa estación en que el tiempo se decide a no tomar decisiones, se deja flotar en una calidez fresca, en ese difuminarse entre las violencias del invierno y el verano. Me preguntaba yo si habría que temer a los abrigos o si las blusas etéreas deberían ser lavadas de encierro y olores a ropa en espera. ¿Es esto el otoño, es la primavera la que anuncia dulzuras y fruta madura?
Los aromas y las flores niegan las hojas crujiendo en las veredas, el cielo glorioso se deshace en iluminación barroca, y las iglesias de pico agudo fingen piedra amarilla contra el rosado y el profundo azul que estruja el alma. Mientras, seguimos caminando ajenos a la maravilla.
Caminamos como si diésemos todo por supuesto. Como si el tiempo fuese eternidad, como si la vida hubiese hecho una promesa inquebrantable a nuestros corazones.
Pobres seres fugaces, carne y sangre y huesos. Perros y palomas y gorriones codiciosos, y gente ocupada en cosas pequeñas. Dentro de las cabezas las telarañas, la cuenta de la luz, el llamado o el dolor o el amor o el hambre, todo tan efímero en definitiva, mientras el mundo incognoscible nos rodea sin ser visto.
Tan hermosa la tarde, tan inmensa. Rodeados estamos de magnificencia que no nos pertenece, sobre la que nada tenemos que argumentar y que nos es incontrolable. No hace falta un mar. Basta el cielo sobre las cabezas para que el infinito nos revele los ciclos y la muerte sin amenaza, acaso como parte del paisaje.
Todos nosotros, los que aquí hemos caminado en esta tarde, desapareceremos. Pero hoy estuvimos en el mundo por un momento, y el mundo fue hermoso y digno. Basta verlo.
Las palomitas seguirán buscando la rama delgada que se caerá del nido tan mal hecho, el perro se lamerá la pata morosamente, sintiendo en la lengua el familiar sabor de su pelaje, yo no notaré el reloj en la muñeca, todos tan íntimamente convencidos de ser quienes somos. Tan familiarizados con lo propio que es sorprendentemente diverso e intransferible.
A nuestro alrededor, el cielo común a todos. La vida mientras dure, esta particular mano en que la baraja se desgrana. Y yo soy yo, y se que ser yo no significa más que un albur, un instante del todo o de la nada, quién lo sabe.
Mientras tanto, la luz se ha retirado hasta mañana.


*De Mónica Russomanno russomannomonica@hotmail.com





CONFIESO*



Un goteo de días
resbala por mi nostalgia
saneando las espinas
de rosales ajenos.
Tal vez tenga aristas propias
adosadas a mi alma
que lastiman al que pasa
caminando por mi senda.
No reniego de mis culpas,
fueron por buscar el cielo,
por querer darlo en ofrenda
sin ver si era el momento.
He llegado a la montaña
escalando sobre ortigas,
a solas lloré mis muertes
en cada día de vida.
Desde aquí contemplo lejos
el tiempo en despedida,
planté flores de esperanza,
las vi morir sin lamentos...
Tal vez florezcan mañana
cuando inicie mi partida.



*De Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar





LA BAILARINA*


Para Alicia Alonso


Lo que vislumbraba entre parpadeos era un paisaje en el que nada parecía haber escapado a la más total desolación.

Las tierras arrasadas
El Talismán
Stephen King y Peter Straub





Acaba de despertar y no recuerda nada. Desconoce su nombre, por qué ha dormido en el suelo, por qué esta enorme habitación que en vez de ventanas tiene oquedades que la miran como cuencas vacías.

Se incorpora y se asoma a una de ellas. Más allá de una muralla de pequeños escombros y paredes rojizas aún en pie, sin llegar a formar parte de estructura arquitectónica alguna - piezas extraviadas de rompecabezas -, distingue la línea del océano.

Un fragmento de espejo pegado a una pared le devela su imagen. ¿Ese es su rostro y esa su edad? ¿Cuál será su nombre? Importa poco si, como presiente, es el único ser vivo, extraño remanente de una ecuación equivocada. Recorre su cuerpo con la mirada. Lleva un traje de bailarina, zapatillas…

Aventura un plié, quiebra la cintura, se alza en puntas… La asalta un inmenso deseo de danzar. La música parece brotar de los retales de ciudad donde ha perdido la memoria. Salta al exterior por el mayor de los agujeros, de cuyo dintel cuelga un rótulo: “Exit”. Leve cual algodón, cabriolea entre las ruinas. Gira, salta, mueve los brazos sintiéndose libre, al fin, sin saber de qué.

Asoma entre pared y pared de las otrora fundaciones del hombre, ahora gañidos que brotan del suelo. Siguiendo el impulso de la coreografía que mana de su interior, se acerca a la costa sorteando raíles que revelan lo que fue la línea de un tren. “Las Tierras Arrasadas”, piensa, sin saber a qué rincón ha ido su alma a extraer esa frase sin sentido.

Baila sobre la arena, cada vez más lejos del esqueleto de la civilización. Se acerca al líquido elemento y, justo cuando la ola acude a lamer sus pies, se arremolina dulcemente sobre sí misma, acompañando el giro de un suave balanceo de brazos. Recuerda que tiene el poder de transformarse en cisne y salta al vacío.

Un instante antes de que sea lavada su conciencia de haber llorado tanta muerte, equipaje demasiado atroz para tan largo viaje, recuerda por qué ha sobrevivido a la hecatombe: quería regalar su última danza al mar y el cielo.

En un universo lejano, el primer llanto de un recién nacido arranca la sonrisa de los presentes. Venimos entre lágrimas, y es que no todo puede ser borrado por los que manejan los hilos del destino. Algo subsiste de la mujer y del cisne, imborrable e inquieto, palpitando en la gnosis de la Creación.




*De Marié Rojas.
-En Ciudad Habana, 23 de abril, Día del Idioma Español.






FEROCIDAD*



Hace ya algún tiempo leí "Sacrificios en días santos" de Antonio Dal Masetto.
Más allá de mi admiración por el maestro y su manera de narrar con palabras sencillas e imágenes contundentes. He quedado impactado por una idea fuerte: algo así como quien puede entender cuanta ferocidad puede anidar en el corazón humano. Cuanto odio latente esta dispuesto a ser depositado en un otro cualquiera. Este libro nuevamente situado en el pueblo de Bosque (los anteriores fueron Siempre es difícil volver a casa" y "Bosque") se despliega entre gentes para las cuales todas las facetas de la duplicidad moral del orden burgués son parte de su normalidad. Son la jaula invisible que los contiene y los hace rehenes de un mismo orden de intereses.
"Manejados desde el anonimato, desde la hipocresía" dice textualmente Antonio.


Por aquella época había estado trabajando en pueblos del interior y surgió un pequeño botón de muestra. Un rato antes había visto una placa de mármol que avisaba que en ese edificio había enseñado Julio Córtazar. A pocos metros de allí luego de doblar una esquina entré a un bar de un club social para comer algo. Era la hora de la siesta y sólo estaban unos pocos parroquianos que
tomaban vino tinto acodados a la barra. Enfrente se veía una plaza desierta tapizada de hojas secas de plátano.
Observé que se asomaban a la puerta y seguían el paso de una mujer por la vereda de la plaza. Ella no era ni linda ni fea y su andar no era merecedor a mi juicio de ningún comentario.
Pero para esos náufragos del club social era un verdadero suceso que demadaba sus comentarios e ironías.

Alguien preguntó -¿Es de Chacabuco?

Recordé que el pueblo natal de Haroldo Conti no estaba tan lejos de ese pueblo.
En ese momento asocié lo que estaba ocurriendo con la tremenda frase con la que comienza el cuento Perfumada noche "La vida de un hombre es un miserable borrador, un puñadito de tristezas que cabe en unas cuantas líneas".
Enseguida pude oir a otro parroquiano que estaba algo alejado del grupo de arracimados a la puerta, sin despegarse de la barra y con la copa de vino tinto en el aire, decir bien fuerte, para que lo oigan todos:


-Qué puta es esa mina.


Pensé en ella. Que iba a alguna parte cruzando al aire las dentelladas de ferocidad de esos infelices.
Pensé en esa mujer a quien alguien seguramente ama y espera verla llegar a su hogar desprovista de fantasmas.

Y recordé la frase siguiente de Haroldo: "Pero a veces, así como hay años enteros de una larga y espesa oscuridad, un minuto de la vida de ese hombre es una luz deslumbrante".

Y sentí pena por esas personas, tan parecidas a los habitantes literarios de Bosque. Por ese minuto de vida bajo una luz deslumbrante que no les será concedido.



*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com





Ella, la Sra. Tere*


La Sra. Tere se había dado la gran vida. Era una mujer muy hermosa y de mucho carácter. Su perfil aguileño le sentaba de maravillas, y estaba orgullosa de él. Jamás pasó por su mente en hacerse una cirugía plástica de nariz, ella comentaba orgullosa que le daba "personalidad".
Rememoro sus días de fiesta y de extravagancias. Su afán de ser la más linda.
Cuando enfermó llamaron a sus familiares avisando que había fallecido, fueron de inmediato sus hijos a la sala de terapia intensiva para despedirla. Pero abrió los ojos lentamente y les dijo: "todavía no me voy a morir".
A sus allegados no les sorprendió que despertara, ¡tenía tanta personalidad!.
Los que estaban asombrados eran los médicos.
En Febrero le llegó la hora y voló para otro boliche, quería seguir de caravana tomando Whisky, fumando cigarrillos importados, llevándose los vestidos de moda hechos a medida.
Sus cenizas se las dieron a una de sus hijas, quien con un poco de impresión no quería tenerlas en su casa, por lo tanto se las proporcionó a Roxana (una amiga) y quedaron que en Semana Santa las esparcirían en el Lago del Bosque.
Pasó esa fecha, y el cofre de Tere estaba en el cuarto Roxy.
Una noche, Roxana empezó a sentir ruidos raros, se levantó de la cama y al no encontrar nada, se acostó.
Nuevamente comenzó a escuchar más murmullos.
Entonces se puso frente a la urna y le inquirió: Tere que querés? Te doy un cigarro, un poco de champán? El susurro siguió.
A la mañana siguiente Roxana observó que en el cuarto de baño había dejado enchufado el artefacto que derrite la cera depilatoria. Ja.
Pasaron cuatro años y Tere, luego de haberse mudado a otro departamento, después de estar en el baúl de un auto paseando por el interior del país.
Fue entregada a su hija.
Están sus cenizas en el living de su hogar. Sigue haciendo de las suyas.
Esta acompañada por una osa de peluche gris que pertenece a su nieto.
Algún día cuando su sucesora pretenda despedirse de ella, la llevará al lago, pero mientras tanto está en compañía.



*De Azul. azulaki@hotmail.com





TARDÍO LLANTO POR LALO REYES*



*Por Jorge Isaías jisaias46@yahoo.com.ar



Un corto tiempo la familia Reyes vivió en la casa que había sido de Falconeri Díaz, casado con una chica de apellido Peiretti, quienes se mudaron a Venado Tuerto. Este Falconeri fue un entusiasta de Huracán F.B.C., primero como número tres de la reserva y luego ya en el equipo técnico. En las últimas fotos está su cara morena, de fino bigotito, modelo año cincuenta, con un pullöver viejo al que le había cosido una M inmensa, de género: masajista, querría decir.
Esa casa estaba (y está) enfrente de los Míguez, entre la casa de “Chacona” Molina y la de Dergin Gúbero, apodado “El Negro”, en el centro mismo del barrio “El Jazmín”.
Dije que los Reyes vivieron poco tiempo en el barrio. Eran tamberos, y el matrimonio tenía cuatro hijos: algo mayores que yo , a uno le decían “Canario” y era muy simpático, el segundo era crespito, alto, espigado y jugaba en la quinta división de Huracán, otro se llamaba Omar. El menor al que le decían “Lalo” tenía un par de años menos que yo, pero era el que se había adaptado perfectamente a la barra sin perderse travesura o partido. Era moreno y flaco, y cuando alguien por alguna razón le ofrecía con enfática generosidad unas trompadas, él, el “Lalo”, se ponía lacónico e invariablemente decía: -capaz, nomás…- y escupía por el costado la saliva que le salía de entre los incisivos y caía como un pequeño proyectil sobre la calle polvorienta donde andábamos descalzos, a pesar de las altas temperaturas durante todo el verano.
Lo cierto es que al menos por un verano (o tal vez dos) “Lalo” se acercó a la barrita que maquinaba juegos donde las preguntas no contaban, pero sí la inventiva mechada tal vez de alguna travesura inocente. Me gustaría recordarlo como un chico hábil con la pelota, pero sólo me queda en las retinas su entusiasmo y su cuello traspirado que se secaba con un pañuelo que había mudado del blanco pudoroso al color que más se asemejaba a la mugre del polvillo que flotaba sobre los seres y las cosas en esa beatitud lánguida de los primeros tiempos de nuestras vidas.
Ese verano en que los Reyes fueron nuestros vecinos fue el último en que arreciaron las nubes de mariposas blancas y amarillas, aunque la gente entendida dice que los cultivos y uso de los químicos mató la floración circundante y las mariposas murieron para siempre y las abejas se fueron alejando de los pueblos y buscaron en los campos más hondos el alimento con el que pudieran sobrevivir, pero entonces las colmenas se fueron alejando de las poblaciones y en ese alejamiento también –como no podía ser de otro modo- nosotros perdimos la oportunidad de que algún vecino apicultor nos diera prueba de buena fe y de vez en cuando se acercara con un frasquito en esa cortada donde gozábamos la piel gastada del planeta y nos convidara con la advertencia que sólo era para probar. Cosa que hacíamos, con angurria, metiendo los dedos sucios en el frasco para servirnos – si la miel era sólida- o bebiéndola como un licor si era líquida.
Lo de las mariposas sí que es más extraño y yo lo vinculo con “Lalo” Reyes, porque es probable que haya sido un anuncio, una señal que no entendimos nosotros, los que en ese tiempo éramos chicos. Pero tampoco los mayores lo tomaron en cuenta y sólo tal vez se hayan percatado cuando era demasiado tarde para todo, salvo para las lágrimas, que liberan el alma y mitigan el dolor, pero tampoco sirven demasiado.
Mientras tanto él, “Lalo” jugaba con nosotros, iba a la “ciento cincuenta y seis”, que era nuestra escuela, se mezclaba en los picados de los recreos con todos nosotros, en ese lugar que sigue igual, casi con la misma gramilla y con seguridad debajo de las sombras de las mismas moreras y los mismos plátanos, en especial ese inmenso, que tres hombres no abrazan y donde Marcos, el portero, había colgado una campana para abrir y cerrar los recreos como si fueran dos o tres campanadas que abrían al aire la libertad nuestra y luego la cercenara de un bandazo, cuando había que volver a clase.
Casi como cuando en los días patrios desde ese mismo lugar se soltaban tres palomas mensajeras y comenzaban a volar bajo, esquivando los árboles, hasta que ya merodeando el aire libre de la placita Sarmiento, embocaban hacia la mansedumbre azul del “cielo esplendoroso” tal como cuenta aquella canción de nuestra infancia. A propósito: ¿Qué mensajes llevaban esas palomas y a quién iban dirigidos? Ahora caigo en cuenta que nunca lo supe ni nunca me lo pregunté, hasta hoy. Tampoco queda nadie para inquirir sobre tema tan profundo, que tal vez por lo profundo, que tal vez por la propia importancia que tenían o le dábamos nunca nos atrevimos a preguntar.
A “Lalo” Reyes lo mataron lejos de mi pueblo, en algún lugar donde se desarrollaban espectáculos de juegos o tal vez fuera en una fiesta. (Cancha de cuadreras, reñideros de gallos, un bailongo broncoso y rasca).
A “Lalo Reyes lo mataron cuando apenas pasaba los veinte años, una década después en que nos reuníamos en esa cortada de gramillas a jugar a las bolitas, carrera de caballos, reñidero de gallos, alguna perdida cancha de fútbol, no sé. Las versiones son diferentes, la hacen coincidir y otra no, es más, se contradicen.
En el mismo sitio en que están contestes es en su inocencia, en la casualidad que eligió para esos cuatros tiros que eran para otro, el cuerpo de nuestro breve amigo “Lalo” Reyes, quien casi con seguridad habrá abierto esos ojos grandes y habrá pensado para sí: capaz nomás… pero no habría podido encogerse de hombres porque la muerte lo tomó de sorpresa.
En otra cosa en que todos coinciden es que esa tarde, ese lugar siniestro se llenó de una nube de mariposas blancas y amarillas. También dicen que con ellas iban muchas vestidas de riguroso negro que se posaron sobre su pelo hirsuto y rebelde para siempre.






BODYART*


¿ Por qué me miras?

No te miro
Te contemplo

Contemplar es simplemente
dejar que los ojo descansen fijamente
sobre algún objeto escogido
y sentirlo,
o como dicen los budistas
llegar a serlo

¿ Comprendes?



*De Reynaldo García Blanco. centrosoler@cultstgo.cult.cu
Santiago de Cuba. Cuba






VIENTO DE MAYO*


El cielo trae vetas de neblina azulada.
Una brisa fría y cortante
barre la memoria de las calles,
tal vez sea posible detenerla
si encubierta la espero
en la ochava de una esquina
y le abro el alma
como quien abre un abrigo.

Creo que este viento de mayo busca
sólo amparo que lo salve de sí.

Me ofrezco su posada.

(Transcurre la mañana con un desencuentro menos)

El sol dispone del día
y la brisa se aleja
arrastrando su sombra
como un velo nupcial.

Mayo y yo, le hacemos cortejo
de manos inocentes
y miradas blancas...

(Hoy, soy posada del viento y siento,
que tengo en el alma, un desencuentro menos ).



*De Miryam Seia miryamseia@cablenet.com.ar





DEVANEOS*



Alarga el sol sus sombras
sobre una calle
que sufre su ocaso.
Parecen largos adioses
que se consumen silentes
sobre el asfalto en rojo.
Alucina mi mente
el regreso de imágenes
atesoradas en cofres
e inmunes al olvido
porque enlazan amores
y caricias perdidas
con los duelos vacíos
después que el sol parte.



Si tu oscuridad
se fija en mi retina
¿cómo puedo
recrear tu existencia?
Te confundes, te evades
de lo que no existe
y dejas sin nada mis manos.
No voy a salir
a buscarte,
no quiero encontrar
tus deshechos.
Me siento tan sola
a tu lado
que he ido a encontrarme
en alcobas vacías.


Nodriza, borra esa sombra
que amenaza sobre mi espalda,
me corta las alas
y daña los silencios
donde mi alma revive.
Nodriza, enciende velas
con aroma a incienso
para que no destruyan
mi resto de primavera.
Nodriza, ciega las luces
para anular los contornos,
no quiero ver sobre mi hombro
ese augurio de censura
reduciéndome a la nada.


¿Cómo mido mi cansancio,
con relojes de sol
o con cubos de arena?
¿Cómo mido mi fastidio,
saltando sobre verdades
o mordiendo tierra disecada?
¿Cómo mido mi incredulidad,
encerrando reacciones en cuartos
o contando sus silencios?
¿Cómo mido mi querer estar viva,
volando encaramada al viento
o evaporándome en la neblina?
¿Cómo mido mis dudas,
confiando ciegamente en Dios
o buscando en mi infierno?


Estoy en la puerta
de mi holocausto,
Prisioneros en celdas impuestas
están mis pedazos
de sueños.
Intento ser madre abnegada,
los mimo, los beso,
les canto.
No creo que vivan mañana,
la niebla se acerca
y el augurio
tiene forma de halcón
en acecho...



*De Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar






A LUIS ALFREDO DUARTE HERRERA,
amante y defensor de la naturaleza.*


“El árbol de la vida se extiende de arriba abajo y el sol lo ilumina entero”. Zohar


Mis ramas alivian la tristeza
entonan la melodía de la inmortalidad.


Mira cómo arde este ramo de madera verde
percibe el aroma del amor perenne.



*De Cristina Pizarro. cristinapizarro@fibertel.com.ar
Buenos Aires, 15 de diciembre de 2010.






* * *


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