viernes, mayo 06, 2011

¿QUÉ SABEMOS DEL VIENTO?



*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu



El dolor del silencio*



Desde muy joven vivo con el dolor
Lo llevo en mi cuerpo a cuestas
Por momentos maldigo esa sensación de impotencia
De desesperación y exigencia par poder superarlo.
Algunos dicen hay que aprender de él
Ese personaje siniestro y punzante que encarcela.
He luchado tanto contra él
Que muchas veces he perdido la batalla.
Así muchos amigos se fueron dejándome en la oscuridad
y en la desconfianza pensando, en que cosa habré hecho mal.
Quizás no tendría que haber contado mi pena (me he dicho)
Podría haber simulado mi desazón.



Hoy, después de años de reproches y desilusiones
Mi mundo se ha empequeñecido bastante
Pero es más transparente.
Aprendí a seleccionar a las personas que me hacen bien
Aprendí que no todo depende de mí
Que mi lucha contra la enfermedad es válida
Y sobre todo me contuve a no culparme tanto
Por las cosas que no puedo hacer.


Sigo peleando a la mañana al despertar
En las noches me despierta el fantasma de la agonía
Que a veces, no me deja soñar.



Entonces pienso tengo que seguir
Me visto con una sonrisa, delineo mi boca
Con un lápiz labial color carmesí
Y me aferro a mis afectos más preciados.


*De Azul. azulaki@hotmail.com







LA UNICA FOTO*



al barrio El Jazmín
a Mario Compañy,
que me prestó un copia



*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar


Las fotos tienen la virtud de cristalizar un instante de una realidad –digamos en principio- para siempre.
La foto que tengo ante mi vista trasegó mi infancia y me acompaña aún, aunque la original que mi padre me había regalado en un momento y que se me extraviado, por decirlo así, momentáneamente. Se trata del equipo de “El jazmín” –mi barrio- y que puede ser no más allá de 1954 y que están posando confiados para la eternidad no sólo los ocho integrantes del equipo, sino los delegados, los vecinos y los más chicos –entre lo que me encuentro- que eran la hinchada fanatizada que seguía esos campeonatos de “Baby Fútbol” organizados todos los veranos por la comisión de Deportes de la “Cooperativa” como se llamaba a los chacareros federados luego del Grito de Alcorta. Miro esos rostros, algunos ya no están entre nosotros, otros se han perdido en los desfiladeros de la vida y yo, desde este compromiso “reparador”-según asegura mi amiga Inés Santa Cruz- me hago cargo de nombrarlos, para que no se queden en los rápidos de la nada. Entonces empiezo: de izquierda a derecha y parados: Dergín Gúbero, “Bichin” Gabarra, el “Flaco” Lencinas, “Pepe” Faravelli, Guillermo Pessi, “El Pampa” Brog, “Ninín” Joan, “Pilo” Ortega, Faustino López, a quien todos llamaban “Boca de Bronce”, mi padre, Agustín Pessi, apodado “El empacador”, “el Pelado” Míguez y Fermín Castillo, con una botella de “amargo obrero” en alto. Delante de ellos y también parados los campeones: Orlando Santos, Héctor Pezzoni, a quien llamaban “Locamía”,Adelqui Mansilla o “el marlero”, “Nino” Míguez, y Roberto Ángel Escudero. Agachados y en la misma formación, es decir, desde la izquierda: “Cholo”Belluschi (quien tiene delante de él a “Tago” Sánchez), Juan Pessi (junto con “Cholo” los delegados del equipo) y siguen los jugadores, esta vez en cuclillas: Roberto Ellena, a quien llamábamos “Lenita”, “Chocho” Faravelli y Lorenzo Miranda. A su lado estoy yo, con flequillo, en cuclillas, pensativo, con una mano en el mentón, a mi lado y apoyándose en mi hombro está Justito Pezzino, de rodillas y a su lado “Juanca” López –hijo de Faustino- con una mano sobre el último de la fila que no es otro que “Toto” Míguez, en pose futbolística, con camiseta de Atlanta. Entre Justito y yo, apoyándose en nosotros, mejor, está “Pili” Míguez con su gran cabeza rapada y pies descalzos. Ni él, ni el “Tago” miran a la cámara sino hacia los que está acuclillados y uno de ellos al parecer miraba a Carlitos Belluschi, un bebé de ocho meses sentadito encima de la pelota y sostenido por los brazos confiados de “Chocho” Faravelli..
Miro esos rostros y son cada uno y la suma de todos ellos la mitad exacta de mi infancia. Que fue muy, pero muy humilde, según he relatado hasta el cansancio como la de todos esos amiguitos, pero por otro lado fuimos inmensamente ricos porque cualquier pequeña cosa nos hacía felices. Esos campeonatos que año a año los chicos del Barrio ganaban invictos y goleando eran como si allí no se dirimiera una humilde copa de metal tal vez ordinaria, sino la mismísima Jules Rimet, del campeonato del mundo.
No importa que la vestimenta la constituían las camisetas rojiblancas (abastonadas, como la de Estudiantes de la Plata), y los pantalones de colores diversos y las zapatillas de cualquier color. A nuestros ojos esa era la gloria, es decir llegar a vestir esa casaca que sólo los muy habilidosos tenían el honor de vestir. Confieso que a mí me hubiese llenado de orgullo ponérmela un día, pero ese día nunca llegó y hasta este momento todavía me duele un poquito.
Esa mañana -¡cómo olvidarla!- era muy primaveral, casi calurosa. Volvíamos despreocupados, cascoteando perros desde la cancha de Huracán tan sólo a 300 metros cuando desembocamos en esa cortada y ya se disponían a posar para ese fotógrafo que se comió el olvido. Alguien nos gritó:
-¡Apuren que se quedan afuera de la foto!
Y nosotros corrimos, para rozar un poco con los dedos ese pedazo de gloria.
Y sí, éramos los más chicos quienes nos apiñamos a último momento: Justito Pezzino, “Tago” Sánchez, “Toto” y “Pili” Míguez, “Juanca” López y un humilde servidor.
Si no existiera esta foto muchas cosas no habrían existido, empezando por la mismísima cortada cubierta de gramilla, y los árboles de don Ángel Pichíchello, esos plátanos copiosos y el sauce de los Spina y allá lejos los paraísos que con tanto amor mi viejo había plantado en la vereda.
Es más, sin temor a exagerar, creo que mirando esta foto puedo decir que es una especie de “Aleph”, de símbolo de toda mi poética, suponiendo que yo la tuviera, ¿no? Es un decir, dijera César Vallejo.
Porque sin esa foto nada existiría, ni yo. A veces he pensado ¿Qué me hubiera pasado si esa mañana, en lugar de volvernos hasta la cortada de gramilla nos hubiésemos quedado pateando en un picado, con la pelota que nos facilitaba el canchero, que era don Atilio Valvazón?
Yo me habría perdido este placer inmenso de nombrar a estos hombres que sin mi letra serían un vaso de agua arrojada al azar salino de mar






Vieja casa vacía*


En el patio bajo la galería
con las lluvias del Este
danzas de macetas.
Notas del piano
vibrando Mozart, Chopin,
Schubert y Strauss.


En las habitaciones respiro sueños.
¡Espejos desplateados,
luces de arañas que no iluminan
rostros tan queridos!


Huellas de cuadros, paredes desteñidas.
La majestuosidad del viejo mobiliario.
Porcelana y cristal en arco iris
la historia de mi madre en la vitrina,
uniendo plata vieja a los recuerdos.


El balcón con el bronce sin bruñir
por donde se escaparon las quimeras.
El garage, el altillo, la escalera,
la glicina y su aroma.
¡Felicidad de antaño!


El brindis de copas
en sucesión de fechas que no olvido.
¡Vieja casa vacía!
No solo material es la estructura.
La vida familiar tejió la urdimbre
en cada rinconcito del hogar.



*De Rita Bonfanti. ritabonfanti@yahoo.com.ar
-Santo Tomé. Provincia de Santa Fe. Argentina. América del Sur








TIEMPOS*


Hay un tiempo monocorde, un tiempo único que se mide en años, en décadas, en números escritos en papel o en las pizarras, el mismo número para los millones de almas. Está el número que empieza en dos mil para los católicos, en cinco mil para los judíos, en no sé cuántos para los chinos, y así en cada cultura, en cada continente, diferentes pero los mismos, fecha de coincidir en otoños y en la moda, y en las opiniones que se usan o no como el largo del cabello, los tatuajes o el corte de los vestidos.
Es un número no negociable, se impone desde el encabezado de los periódicos y nos acecha en el margen inferior de las pantallas. El año en curso. Año lectivo, año litúrgico, lo que sea, pero el mismo para cada uno en cada morada y bajo sol o estrellas.
Después de ese tiempo general e impuesto que sufren los ancianos y los durazneros, a su lado o por debajo, no lo sé, hay un tiempo otro que se mide en el lugar que vamos ocupando en una cadena insoslayable.
Hijos primero, y hermanos, nuestras charlas y opiniones, nuestros enojos y temores se encadenarán fatalmente a la familia primordial. Pasaremos por el noviazgo, de pronto las conversaciones y la inclinación de las balanzas vendrá por esos extraños que modifican los afectos y las angustias. Embarazos, casamientos, nacimientos. Los temas se superponen pero giran sobre el eje de una familia nueva y más íntima, las responsabilidades y los nuevos problemas. Fiestas de cumpleaños, ¿Y el trabajo, qué tal?, vacaciones con sombrilla y bolsos monumentales.
Los chicos van creciendo, problemas y ya sabemos, niños pequeños problemas pequeños, niños grandes… Están de novios los chicos. Suegra, suegro, imposible que yo sea suegro de alguien si apenas ayer le compraba la leche chocolatada, los lápices de colores con olor a madera. Pero los chicos están de novios. ¿Y el trabajo, qué tal?
Los padres envejecen, de pronto hay que hacerse cargo de los padres, no puede ser si apenas ayer nos sostenían, eran piedras en la llanura, monumento ecuestre y prócer y alguien inamovible. Los padres envejeciendo precipitadamente, sin remedio. Parte médico en las reuniones, la salud de tu mamá, la próstata de tu papá, qué van a hacer ahora que ya no se puede quedar solo. No sé, ya vamos a ver, nadie quiere ver eso que ya vamos a ver, nadie quiere decir qué vamos a hacer ahora que no puede quedarse solo.
Las responsabilidades de a muchas y en sacos, en cajas y de todos los tamaños, indudablemente pesadas. Hay que seguir adelante, aunque ya no aguanto tanto como antes, aunque el cansancio arrecia.
Suegros de veras ahora, abuelos. ¿Abuelos? ¡Abuelos, si apenas ayer! Increíblemente abuelos, y empiezan o siguen los funerales. Los padres y madres, pero antes los padres sobre todo van cayendo como manzanas maduras.
Abuelos, huérfanos y abuelos ¿Y el trabajo qué… ah, ya a punto de jubilarte? Y ahora entonces cómo llenar el tiempo. Nietos, claro.
De la salud y la alegría y el futuro limpio pasamos a tener el cuaderno borroneado de enfermedades y defunciones. Los hijos que tienen canas, papá, tu suegra, y cómo estás vos de la próstata, y tengo que ir mañana al oftalmólogo y pasado tengo turno con el cardiólogo. Y la sal ya no y lo frito ya te conté. Los turrones duros no por los dientes.
Las enfermedades de los chicos y los padres y los tíos. Y ahora las nuestras, y nuestra propia caída en los vacíos espacios que dejan los que se van marchando, y de a poco nuestras propias muertes.
A tiempo del tiempo ese general e indiferente, nuestros tiempos pequeños que anotan con nuditos en una cuerda modesta las aflicciones y ganancias de un libro modesto. Llegadas y partidas, la declinación de las mentes y el cuerpo que se vence.
La muerte de los mayores, la muerte de los queridos maestros y de los cantantes admirados, del trompetista aquel, de aquel actor que fue joven y hermoso (lo recuerdo).
Nuestros tiempos que se despliegan y se gastan, que en cada hoja guardan la debida anotación. Nuestros tiempos de vivir los capítulos por orden consecutivo y con cierta molesta repetición de situaciones y argumentos. Nuestras propias breves vidas.
Y de a poco, nuestras propias muertes.


*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com








He vuelto a ver el lago*



Después de tantos años no parece ya el mismo
aunque su forma exacta pueda ser la de entonces
y en la isla del centro perennes permanezcan
aquellos siete pinos, aquellos cuatro bancos,
testigos silenciosos de nuestra adolescencia.


He vuelto a ver el lago. También la pasarela,
las aguas estancadas, el césped, el paseo...
Todo igual y distinto.



Mas nada nuevo adorna este paisaje.
Tan solo son mis ojos, ayer quizá inocentes,
esperanzados, vírgenes... Hoy demasiado viejos.



*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
https://www.facebook.com/Sergio.Borao.Llop







El raro libro*



Me zambulleron en el azogue del negro espejo y aparecí en un planeta atroz, ininteligible, cuyo solo nombre, Tlön, aseguraba incoherencias.
Una "luneciada" que fluía desde algún río, entre riscos grises, bajaba envolviendo sabanas sin árboles ni pájaros. Bordeaba ciudades en bruma, collados donde la cópula prohibía engrendrar negando su verdadero sentido.
Debía encontrar en Tlön un libro cuya escritura revelaría la verdad.
Buscada ansiosamente desde el fondo de los tiempos por filósofos y necios, sabios y simples, habitantes por miles de años del mundo que existió del otro lado del espejo.
Vagué anhelante y asustada entre una sucesión de signos y palabras. No me importó ya encontrar ni el libro ni la verdad. Tlön me resultó el fantástico sueño de un escritor "trasoñado", seguro de remover la imaginación inteligente de cuanto lector lo saboreara.
Salté de la onírica frontera del espejo y apoyé firme mis pies en la única verdad que confirmo: estoy viva.


*De Elsa Hufschmid. elsahuf@yahoo.com.ar






Dejemos hablar al viento*



*Por Juan Forn


Al principio toda era unidad y quietud hasta que sopló un viento. Al girar, las cosas se convirtieron en ellas mismas, cada una contuvo algo de todas las demás, y eso es el mundo. Y, por supuesto, a eso se deben nuestras vicisitudes en el mundo: a lo mucho que nos confunde que cada cosa contenga algo de las demás. Por eso dicen los yoguis que chi-tta es mente en reposo y vritta significa viento de la mente, es decir pensamiento. El yoga detiene los vientos de la mente. Quizás era por eso que el viejo Chuang Tzu decía que todo marcha bien cuando está quieto (uno de esos koan zen perfectos: marcha y está quieto, el sonido del aplauso de una sola mano). Aunque ya sabemos que Chuang Tzu no tenía claro ni siquiera si había soñado que era una mariposa o en realidad era una mariposa que soñaba ser Chuang Tzu.
Me fui un poco por las ramas. A ver si logro retomar. El gran Hiroshige pintaba árboles usando al mismo tiempo uno de sus dedos y un pincel con las cerdas enteramente desgastadas: el dedo para la materia viva, el pincel romo para las ramas secas y las hojas caídas. Los mandeos, que se definen como mitad hombre y mitad libro, y no son ni judíos ni musulmanes ni cristianos (y por eso están por extinguirse, si es que no se extinguieron ya), no beben agua de tanque ni de botella, porque sólo el agua que fluye está viva. En los códices nahuatl, la misma palabra significa dar vueltas y dar vida. Los derviches de Gurdjieff en la cima del Ararat entraban en trance dando vueltas sobre sí mismos con la palma de una mano vuelta hacia arriba para recibir del cielo y la palma de la otra mano vuelta hacia abajo para transmitir a la tierra. ¿Transmitir qué? Lo que no se puede nombrar.
El chino Liu Hsieh, en su libro La razón de la literatura y los dragones, dice que para expresar las emociones se necesita viento y para organizar las palabras se debe tener hueso. Veintidós generaciones de chinos desde entonces no han logrado ponerse de acuerdo en qué significa exactamente viento y qué quiere decir hueso en la ilustre frase. No es forma y contenido, no es apolíneo y dionisíaco, o quizá lo sea y no lo sea al mismo tiempo. Lo que todos los chinos entienden sin el menor inconveniente es que la combinación o equilibrio perfecto de viento y hueso (es decir, la metáfora del poema ideal) es un pájaro. Y, como bien se sabe, los chinos se comen a los pájaros.
En otoño, antes de que el mar se congele, en Groenlandia soplan unos vientos desde el Polo que producen el pibloktoq, o histeria ártica. Para esquivar los efectos del pibloktoq, tres amigos decidieron partir con rumbo sur en un kayak, navegaron hasta que se toparon con un gran iglú cuyo interior parecía no tener fin. Se adentraron en él y caminaron durante semanas, que se fueron haciendo meses. Llegó el momento en que dos de ellos no pudieron más y se dejaron caer y murieron. El tercero siguió, encontró la salida, afuera vio el kayak, en el preciso lugar donde lo había dejado. Volvió a su pueblo y le dijo a su gente: “El mundo no es más que un enorme iglú”. Su gente lo arropó y le dio aguardiente de beber hasta recuperarlo del pibloktoq.
El día en que nació Mahoma todos los reyes del mundo descubrieron que sus tronos habían amanecido apuntando para atrás. De Mahoma se decía que caminaba como si fuera siempre por una pendiente: llevaba el viento adentro, el mismo viento que había dado vuelta los tronos de todos los reinos del mundo el día en que nació. Según Mahoma, cuando Dios ordenó al espíritu de Adán que entrara en el cuerpo que le había dado, el espíritu se quejó de que la entrada era demasiado estrecha, así que Dios decretó que el hombre siempre entraría y saldría con aversión de su morada mortal.
El escocés Bruce Chatwin se hizo nómade porque se estaba quedando ciego de mirar de cerca: era marchand en la casa central de Sotheby’s en Londres. El médico le dijo: “Lo que usted necesita son horizontes abiertos donde perder su mirada. Quizás así recupere la vista”. Chatwin dijo que un nómade es aquel que va adonde lo lleva el viento y reemplazó la pregunta “quién soy” por la perplejidad del “qué hago yo aquí”. Según Chatwin, regresar equivale a encontrar lo más importante que se haya perdido o dejado en el camino. “El regreso ofrece una plenitud de sentido que la ida sola no tiene, pero no siempre se tienen ganas de regresar”, dijo.
El revolucionario francés Louis Auguste Blanqui, durante uno de sus muchos encarcelamientos, se sentó a escribir sus reflexiones sobre la eternidad. Su idea era hablar científicamente, pero cuando se quiso dar cuenta estaba en honduras que superaban todo materialismo dialéctico. Escribió famosamente Blanqui: “Cada ser humano es eterno cada segundo de su existencia. El universo se repite a sí mismo sin cesar para volver a tocar el mismo sitio”. El mundo era plano hasta que se curvó: cuando se curvó, pasó a ser un relato. En un buen relato, el final se toca con el principio. Si nuestra vista fuera lo suficientemente buena, podríamos alcanzar a vernos la nuca cuando miramos a la distancia, y sospecho que eso era lo que veía Blanqui cuando miraba los muros de su calabozo.
Quizá por eso, un poeta árabe del año mil escribió: “Las flores deben tener mariposas. Las montañas, arroyos. Las rocas, musgo. El océano, algas. Los árboles viejos, enredaderas. Y la gente, obsesiones”. El viejo Empédocles dijo que todo hombre está convencido únicamente de lo que ha aprendido por casualidad: ésa es la clave de su felicidad y el consuelo en su desdicha. Las cosas aprendidas por casualidad nos entran tal como se transmitían en la antigüedad los nombres secretos de Dios: se los escribía en la arena y después se esperaba hasta que los borrara el viento.
¿Qué sabemos del viento? Que trae la lluvia y la sequía, el polvo y la langosta, el frío y el calor, y que también se los lleva. Que impulsa los barcos y crea las olas que los hunden. Como dice Eliot Weinberger en un glorioso libro llamado Algo elemental, el viento sopla y las generaciones son sus hojas. Su brisa nos alivia, su aullido nos da pavor. Las enfermedades entran por las ochenta y cuatro mil cavidades del cuerpo humano, correspondientes a cada uno de los puntos de la acupuntura, tal como el viento cuela polvo por todas las hendijas de una casa. Viento en chino se dice feng, que también significa canción. Como el gobierno mandarín se enteraba a través de las canciones de lo que pensaba el pueblo, feng pasó a significar también “estado de ánimo”. De ahí el gran refrán milenario: escucha al viento y conocerás al viento. De ahí que para los chinos no haya mayor elogio que el que se dijo de Confucio: él sabe de dónde viene el viento. Pero yo sigo prefiriendo lo que dijo Mano de Piedra Durán cuando le preguntaron si no estaba muy viejo para volver al ring: “Viejo es el viento y todavía sopla”.


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-167672-2011-05-06.html






repaso*


no aseguro no haber sido picado por un cagachín
no juro no haber logrado desternillar al público
no afirmo no haber hecho trizas mi endomingado acartonamiento adolescente con sucesivos levantes en plazas, recovas, galerías comerciales,
subterráneos y estaciones de ferrocarril

no comulgué con don camillo
no batí palmas cuando la revolución fusiladora
no bailé jamás con ginger rogers
no conminé a ningún arquitecto a definir “contrapilastra”
no amanecí sobre un caballo
no bebí caipiriña
no evolucioné hacia el clasicismo
no nadé solo ni con esther williams
no guarnecí con caireles a una computadora
no permanecí ni siquiera cinco meses en china al servicio del gran kan kubilai
ni escogidos lectores me parió
el príncipe rainiero



*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar












El reloj cadena del abuelo vasco*





Era una noche tibia, de luna.
En el email desde Buenos Aires, él me decía:




‘cariños y ocupate con tranquilidad de las cosas, no te hagas malasangre por pequeñas adversidades.
Abrazo
Eduardo’

Y yo mirando la luna entre los árboles, lo sentí muy, muy cerca y entonces, le dije:

Pero ché, tendría que nacer de nuevo. Y no sé como se hace, te lo juro.
Soy una artista del drama y del expiante. Y esta anécdota te lo dice todo:

Fui al almacén a comprarle cigarrillos negros a mi viejo, como todos los días.
Vi al chico, le di uno de esos caramelos que tenían un papelito con un mensaje adentro, ¿te acordás? ¿No? Bueno, no importa. No te aflijas. Podés pensar entonces en un chupetín, rojo, da lo mismo.
Normalmente le daba el vuelto. Pero mi papá después me retaba.
Y ese día, le pedí: Esperame, que voy y vuelvo.

Mi papá unos días después se cansó de buscar el reloj de oro, con cadena y todo, del abuelo José, un vasco importado de Guipuzcoa. El que usaba cuando se sacó la foto aquella adonde salía parado al lado del mapamundi. ¿Qué? No, no, sin boina, claro.
Al final se lo dije:
Mirá, papi, me dio pena, y...se lo di a un pibe de la calle. No tenía zapatos ¿viste?

¿Y que quería, que le diera cigarrillos?

Mi papá entonces y a raíz de eso, aunque yo ya era grande, tenía como cinco años, empezó a decirme, día por medio: Martita, no debes mentir tanto.


Yo no miento, exagero…. ¿por qué?
Porque la realidad es muy fea, ¿no te das cuenta?


*de Marta Zabaleta. mzabaletagood@gmail.com

UK, 2011.





*

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